La Reforma Protestante: ¿Un legado encerrado en los templos?




El pasado 31 de octubre se celebraron los 500 años de la Reforma Protestante, 500 años desde que en 1517 Martín Lutero publicara en las puertas de la iglesia de Wittemberg sus “95 tesis” donde criticaba las indulgencias de la Iglesia romana. Poco importa ya si en realidad las pegó o no en dicha iglesia, pues lo importante es que a partir de sus tesis se desarrollaría un proceso teológico, eclesiástico, social y político en Europa Occidental. Proceso que, lamentablemente cuando se piensa en seguidores de un dios de amor, tuvo en un principio cruentas manifestaciones.

Por fortuna, los conflictos violentos quedaron en el pasado, aunque uno podría sospechar que se mantienen resquemores… hoy muy bien disimulados por el espíritu ecuménico que, por suerte, está en boga. En nuestro país, esas animosidades responden a todo lo que ha implicado para los “protestantes” ser una minoría hasta el día de hoy. Por suerte, los peores días ya han pasado y pareciera que se avanza, lento pero firme, a un reconocimiento igualitario de esos compatriotas por parte del Estado.

Pero, tal vez ese reconocimiento oficial no lo realizan o sienten todos los chilenos “de a pie”. A pesar de que hoy en nuestro país las diferentes confesiones herederas de aquel suceso europeo occidental vienen teniendo mayor visibilidad en el espacio público, en general la tienen en tanto confesiones solamente. Es decir, como diferentes grupos de personas creyentes agrupadas en alguna iglesia específica; la mayoría de los chilenos ni siquiera saben a qué interpretación particular del cristianismo corresponde cada agrupación.

Para ese mayoritario grupo de compatriotas, que pareciera están fundamentalmente influenciados por el catolicismo (aunque ellos mismos se digan ateos u agnósticos y/o se reconozcan seguidores de la que creo es la verdadera religión mayoritaria en el país: “católico a mi manera”), los “protestantes” se tratarían de una especie de masa informe de gente religiosa, la cual en general es etiquetada como “canutos”. Estos “canutos” serían personas que se caracterizarían por su conservadurismo político y moral, y que en tal sentido poco y nada tienen que ver con la Modernidad, sus instituciones, sistemas de ideas y valores.

Incluso, me atrevería a señalar que entre no pocos protestantes se puede encontrar una opinión similar. La fe mira con recelo lo mundano y, precisamente, ha sido la Modernidad la que habría traído a las sociedades diversas instituciones, sistemas de ideas y valores reñidos con el (¿“verdadero”?) cristianismo.

No obstante, cuando uno investiga el origen de la Modernidad occidental queda bastante claro el protagonismo de las confesiones separadas de Roma en el siglo XVI. Asimismo, esa otra gran fuente de anticristianismo o derechamente de ateísmo que se supone fue la Ilustración, cuando se leen los textos originales de sus autores, queda en evidencia la profunda piedad cristiana protestante de aquellos filósofos. Así, es posible establecer un camino teológico y filosófico —y luego uno político, económico y hasta científico—, que comienza en la Reforma, pasa por la Ilustración y da a luz a la Modernidad.

Esos tópicos se detallan en el libro Reforma e Ilustración. Los teólogos que construyeron la Modernidad [1]. Texto que busca exponer la determinante influencia de las doctrinas de la Reforma en la Ilustración. Y, en consecuencia, poder "constatar cómo a través de los sistemas filosóficos elaborados por los miembros de ese movimiento intelectual y su vigencia, su religiosidad se materializó en una tradición sociocultural anglosajona: la Modernidad". En otras palabras, la tradición occidental post Reforma es a todas luces de origen y carácter protestante. Por más que la primera generación de reformadores estarían hoy totalmente en desacuerdo con el curso que tomaron sus ideas en los siglos XVII y XVIII o cómo ellas fueron interpretadas en ese período y aun después.

La teología acerca de Dios, los efectos del pecado original en la humanidad y el ascetismo intramundano fueron los cimientos sobre los cuales trabajaron los filósofos de la Ilustración. El error de asumir que estos pensadores eran anticristianos y hasta ateos, se pueden explicar a partir de la pasión teológica del siglo XVII, en donde las diferencias doctrinales terminaban en la grave y afrentosa acusación de ateísmo.

Mas, cuando se investiga la génesis de los sistemas que podemos identificar como los más relevantes que legó la Ilustración a la Modernidad, se descubren con toda claridad sus fundamentos y objetivos cristianos protestantes. Puntualmente, nos referiremos aquí brevemente a la ciencia experimental, al republicanismo (inseparable de la teoría política y del derecho) y al capitalismo de mercado.[2]

En cuanto a las ciencias naturales, lo primero es recordar el concepto que hasta bien entrado el siglo XIX servía para identificar a esos estudios: filosofía natural. Esta terminología hacía referencia a la etimología de la palabra filosofía: amor al conocimiento; lo que en términos cristianos es amar a Dios (Sabiduría, Logos) a través del estudio de su creación, en la cual se podían encontrar sus atributos visibles. Ese proyecto devoto se puede identificar en dos personajes: Francis Bacon e Isaac Newton. Ambos cristianos quienes vieron en la investigación de la naturaleza, la posibilidad cierta de probar la existencia de Dios al comprender que si hay una creación es porque hay un Creador; y luego, puntualmente Newton, que en las características del universo era posible encontrar los atributos visibles de la divinidad por medio de la inducción, la experimentación y la medición. Para sus contemporáneos cristiano-protestantes no había ninguna duda de que Newton había levantado los velos de misterio de la creación al probar, a través de la filosofía natural, su funcionamiento por medio de leyes establecidas por la divinidad. Lo cual, en el fondo y primariamente, comprobaba la existencia de Dios.

Sobre esa demostración y metodología newtoniana, trabajarían otros pensadores: una vez demostrada la verdad en lo natural no humano, faltaba despejar las incógnitas del mundo humano. Es el caso del filósofo moral inglés John Locke, quien elaboraría la teoría republicana desde fundamentos religiosos protestantes. Al establecer los fundamentos piadosos para el establecimiento de la sociedad política a fin de cumplir el mandato del Génesis 1,28, tal como Newton en el caso del universo, Locke comprobaría que las regularidades en la conducta humana individual y social, respondían a la voluntad divina. Y, lo mismo que ocurrió con Newton, su época le reconocería por tamaño logro.

Finalmente, nuestro tercer y último ejemplo es Adam Smith, otro filósofo moral abiertamente cristiano protestante. El autor, sobre los cimientos establecido por Newton y Locke en el siglo XVII, elaboraría una síntesis en la siguiente centuria que se ha llegado a conocer como economía de mercado. Ya probado por Newton que la voluntad divina de carácter regular ejercía su influjo en el mundo y por Locke que lo hacía específicamente para hacer cumplir el Génesis 1,28, sólo restaba sintetizar esos fundamentos en un ámbito particular: la producción y el comercio. Así, la economía se transformaba en el trabajo de Smith en un medio divino para conseguir la supervivencia de la especie, siendo la “mano invisible” la divina providencia que dirigía a los humanos en lo productivo-comercial.

Desde el estudio de los textos originales de los filósofos ilustrados y de su contexto, se puede concluir que lo que el prejuicio protestante y "el prejuicio secular moderno ha visto cual actividad filosófica profana y hasta antirreligiosa en la Ilustración, en realidad siempre fue teología"[3]. Los filósofos ilustrados, por más que fueran rechazados por el clero ortodoxo, "fueron conscientes promotores de la teología. Sus sistemas de ideas o filosofías eran una expresión que al mismo tiempo es intelectual pura; y en tanto actividad erudita, es también ascética (emocional/conductual)".

La herencia Ilustrada fue desarrollada hasta convertirse en lo que hoy llamamos Modernidad. Su directa relación con la Reforma no puede ser obviada por sinrazones seculares, ni tampoco por visiones religiosas ortodoxas que no reconocen nada que no siga al pie de la letra un dogma anquilosado y ciertas interpretaciones de las Escrituras.

Sin lugar a dudas para quien esto escribe, lo "mismo que en la llamada 'Edad de la fe' europea occidental, las naciones modernizadas viven a la fecha con base en patrones desarrollados desde específicas interpretaciones de dogmas cristianos. El campesino, el artesano o el noble de la tardía Edad Media, entendían y sentían en tanto propios, rasgos socioculturales que se podrían catalogar de aristotélico-tomistas. Lo que ocurría sin que la gran mayoría de ellos hubiera leído a Aristóteles o Tomás de Aquino, o ni siquiera hubieran escuchado de ellos. Asimismo, a la fecha en el mundo moderno y/o modernizado, se están asumiendo una serie de patrones conductuales, una moral e ideas" cuya raíz se hunde en el siglo XVI, en la Reforma Protestante:
"…por la influencia y vigencia de los sistemas ilustrados en la Modernidad, se tiene que estamos sumidos en un mundo religioso (…) Es cierto que el 'ascetismo intramundano' conceptualizado por Max Weber, fue un poderoso y decisivo incentivo ético en diversas esferas. Pero, el ascendiente de la teología (…) llegó mucho más lejos: sirvió de fundamento para elaborar proyectos y sistemas de ideas que, materializados por la firme convicción de aquel empeño ascético, terminaron de una u otra manera por construir la Modernidad"
Esos hechos, a la luz de los textos y la historia aparecen como indesmentibles. Pero, quedarse en que el cristianismo separado de Roma es fundamental en la construcción del mundo contemporáneo, sería una vana satisfacción si los cristianos no se hacen cargo de lo que ha conllevado la Modernidad cristiana. Es comprensible que se gocen de lo positivo, pero es imperativo que busquen solucionar lo negativo. No se pueden esconder en la secularización que, olvidándose de Dios y de la teología, dejó una estructura firme pero vacía de espiritualidad. Los desafíos actuales, desde el cambio climático hasta la desigualdad y la pobreza, claman por una acción urgente. Hemos explotado y descuidado groseramente a la naturaleza, hemos explotado y descuidado groseramente al prójimo. Pareciera entonces hora de que los cristianos vuelvan a recordar que lo son y que eso implica intentar seguir las exigencias éticas radicales de su maestro.



NOTAS:

[1] Se usarán aquí algunas partes de la “Presentación” de la 2da. edición del libro (Editorial Ayun, Santiago, 2012), las que se han citado entrecomillas. Para información, puntos de venta del libro, Índice y Presentación: pinche aquí.

[2] Por motivos de espacio y por el carácter de este escrito, sintetizaremos las propuestas de los autores, lo cual implica simplificar u obviar el detalle conceptual y lógico de sus filosofías.

[3] "Tal vez ese recurrido y extendido error se pueda dilucidar, al menos, por tres motivos: la crítica ilustrada al clero dogmático y autoritario, y a la rígida piedad antiintelectual; las acusaciones de irreligiosos y hasta de ateos que precisamente recibieron de esos sectores; y ciertos silencios en los textos iluministas, que se explicarían por lo innecesario de aclarar lo evidente (a pesar de que en general son explícitos en sus afirmaciones y argumentaciones religiosas, lo cual debilita este punto o deja en evidencia una lectura poco rigurosa)."



* Publicado en el sitio de la Comunidad de Reflexión Cristiana (COREC), 09.11.17.

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