El culto a la moderación




La Convención Constituyente estuvo bajo ataque y hoy lo está la nueva Constitución. Qué duda cabe. Los medios le han dado amplio espacio y se han hecho parte de una campaña organizada de tergiversaciones, mentiras y desinformación. Desde la extrema derecha a sectores conservadores de la antigua Concertación, han vociferado acerca de los terribles peligros que se ciernen sobre el país... Por la acción de un cuerpo colegiado democráticamente elegido, que funcionó democráticamente y cuyos acuerdos se tomaron por un altísimo quorum de 2/3.

Los ridículos cuando no falsos argumentos de la extrema derecha son fácilmente desechables. Tal vez por eso la preocupación por un proceso donde por segunda vez en la historia de Chile las élites no tienen el control, se ha derivado astutamente hacia personajes de sobra conocidos de la ex Concertación y hacia un intelectual --poeta ungido por El Mercurio que criticó públicamente el borrador de la nueva Constitución... ¡sin haberlo leído!-- en que esa élite se puede identificar. Ellos se han adueñado del centro moderado y, por ende, sensato. Se podría decir que en su afán han llegado a ser ultracentristas.

Ante esa argucia, Óscar Contardo escribe una breve y concisa columna, pero sobre todo maciza, que vale la pena leer para desenmascarar a estos nuevos actores de la artera y sucia campaña contra la Convención en su momento y hoy contra la nueva Constitución.


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Óscar Contardo


Hablar desde “la moderación”, así entrecomillándola, tiene en la historia reciente de nuestro país un significado especial, un color local muy propio, que tiñe las cosas de un tono sobre el que vale la pena detenerse.

Cada vez que alguien enuncia un discurso que se describe a sí mismo como “moderado” marca una bandera. Aquello que se considera como tal es, por lo tanto, contrario a algo que queda automáticamente relegado al terreno de lo “extremo” y de “lo insensato”. Una línea que una vez trazada define la conversación, la encauza o simplemente la da por concluida. 

Este es el principal rasgo en el discurso de quienes han fundado el grupo llamado “Amarillos por Chile”, personas reconocidas por su figuración pública durante las últimas décadas: exministros, exrectores, exparlamentarios, expresidentes de partidos, exdirectores de fundaciones, exdirectores de empresas, varios hombres, pocas mujeres, pero todos ellos personas que en algún momento tuvieron poder para tomar decisiones que afectaban las condiciones de vida de muchísimas personas y que piensan que la Convención Constitucional puede llevar al país a un “callejón sin salida”.

“Amarillos por Chile” ha presentado su plataforma como una advertencia. Sus miembros han dicho que si el proceso constitucional continúa tal cual, es decir, tal como estaba acordado que fuera después de dos elecciones cuyos resultados dejaron establecida nítidamente la voluntad de la ciudadanía, ellos ven el peligro de un “estallido institucional”. 

El problema, según han explicado, es que la mayoría elegida democráticamente está imponiendo puntos de vista que difieren de la minoría, un asunto totalmente previsible en democracia, sobre todo cuando esa minoría representa menos de un tercio del total y, en lugar de abrirse a negociaciones políticas, se ha hecho representar por personas que públicamente han tergiversado propuestas o derechamente han insultado a través de vocerías no solo a sus adversarios, sino a la institución misma, con declaraciones agresivas y groseras.

Sin embargo, “Amarillos por Chile” no da cuenta de ninguno de esos hechos: para ellos el problema es una mayoría que estaría aprobando cosas que ellos juzgan descabelladas y que describen como caricaturas. De sus declaraciones se desprende que ven la Convención como una amenaza, básicamente porque no están representados sus criterios.

Tampoco dan cuenta de la razón para que no acudieran a exponer sus inquietudes durante el período en que las comisiones recibieron a las organizaciones de la sociedad civil, dejando en el aire la idea de que esa instancia no existió. Prefieren lamentarse de que no son escuchados, o más bien que no tienen espacio de expresión: lo dicen en los diarios y en la televisión, en los noticieros y en los programas matinales, en las radios y en los sitios de internet. Según ellos, son un grupo “acallado”, a pesar de contar con todos los canales de expresión habitualmente cerrados para los comunes y corrientes.

Naturalmente, las personas que forman “Amarillos por Chile” están en todo su derecho de criticar y proponer, pero también, en tanto personalidades públicas, la mayoría con una trayectoria política, deberían estar abiertos al escrutinio de los ciudadanos, sin llamarle a ese escrutinio “funas” ni considerar que las críticas son gestos de intolerancia.

La primera de las críticas cae por su propio peso: “Amarillos por Chile” no considera en su discurso las razones que llevaron a la crisis actual y al acuerdo que abrió paso a la Constituyente. Usan la figura del “estallido institucional”, sin mencionar el otro, el de octubre de 2019, ni hacerse cargo de la cuota de responsabilidad que tuvieron todos aquellos que detentaron cargos de poder durante años

Deberían responder, al menos, si es que acaso no advirtieron los claros síntomas del desprestigio en el que estaba cayendo la política y las instituciones. Había señales contundentes del malestar, que crecían al ritmo de los escándalos de financiamiento ilegal de la política, los de corrupción en Carabineros y en el Ejército; de la impunidad de los delincuentes de cuello y corbata y los abusos de todo tipo de las empresas de servicios.

Es como si “Amarillos por Chile” nunca se hubiera enterado de la crisis ambiental en Freirina, en Chiloé o Quinteros; ni del conflicto en La Araucanía ni de la crisis hídrica en Petorca. Hablan como si tampoco estuvieran al tanto de los deudores del CAE y los pensionados de las AFP que durante años salieron a las calles para intentar ser escuchados y que algo cambiara. Ellos, en su momento, fueron de verdad minorías acalladas a las que se les exigía moderar sus quejas, porque este, se suponía, era un país serio, en donde las instituciones funcionaban. Eso les repitieron hasta que llegó un momento en que ya nadie quiso esperar más.

Ahora resulta que quienes en su momento debieron atender a esas señales desde sus cargos se muestran escandalizados y, en lugar de rendir cuentas o aportar desde la humildad de quien pone a disposición su propio conocimiento, exigen orden, y se presentan frente a la opinión pública como unos recién llegados que se toman la molestia de intervenir para salvar al país de la debacle, arrogándose el monopolio de la sensatez y la prudencia, haciendo pasar por diagnóstico realista un conjunto de opiniones nubladas por su propia vanidad, aseveraciones sin muchos argumentos, pero bien difundidas gracias el poder que los convoca.




* Publicado en La Tercera, 27.02.22.

Filosofía: una nota a pie de página




"...la filosofía es un frágil pie de página en las costuras del capitalismo. Lo normal es que desaparezca y que desaparezcan con ella la extrañeza del color verde, del amor, del dolor ajeno, de las estrellas y del planeta tierra. Seamos conscientes, al menos, de que todas estas extinciones están relacionadas. No, no podemos serlo. Para eso necesitaríamos precisamente la filosofía"


Santiago Alba Rico


De la filosofía [occidental] pueden decirse dos cosas. La primera es que su existencia es muy reciente: tiene apenas 2500 años. Cosas mucho más antiguas –los paisajes de nuestra infancia, el rinoceronte blanco, decenas de especies de helechos– han desaparecido y la humanidad ha sobrevivido. Si la filosofía quedase enteramente desplazada no solo de las escuelas, sino de la faz de la tierra –de su memoria común– seguiríamos estando vivos, quizás "iletrados y cerriles", como sostenía Platón en el Crátilo, pero sin ninguna conciencia de nuestra iletradez y nuestro cerrilismo. No pasaría nada porque no notaríamos nada. 

Al contrario de lo que pretendía Hegel, no hay ninguna relación entre realidad y racionalidad. No todo lo que ocurre es racional, no, pero sí, en cambio, es normal. Todo lo real –digamos– es normalísimo ¿El maná del cielo? Normal ¿Los bombardeos? Normales ¿La llegada del hombre a la luna? Normal ¿La llegada de los nazis al poder? Normal. ¿La desaparición del planeta tierra? Normal también. Vivir en la extrañeza perpetua, desprendidos de la realidad, sería imposible, desaconsejable y patológico, pero una normalidad sin costuras acabaría conduciéndonos al precipicio si nuestra vida no fuese rescatada de la rutina por algunos momentos inesperados de extrañeza salvífica, como a veces ocurre con la belleza y con el amor.

O lo diré de otra manera: vamos cediendo al abismo objetos cuya memoria desaparece inmediatamente de nuestra percepción. Para caer en la cuenta de las cosas que nos faltan, de las que hemos perdido, de las que nos han robado, sería necesario crearlas de nuevo. ¿Desaparecen las aves? En su lugar hay aviones ¿Desaparecen los ríos? En su lugar hay un centro comercial. ¿Desaparecen los tomates? En su lugar hay "tomates". Lo desaparecido, al desaparecer, empeora nuestra existencia, pero nuestra existencia está siempre llena de otras cosas y no notamos el empeoramiento. No echamos nada en falta. Cada época de la historia, digamos, es la época más completa de la historia. Hasta que una magdalena de Proust nos recuerda lo que hemos extraviado. Ahora bien, como su propia obra demuestra, una magdalena de Proust es un azar muy improbable en una vida humana. Tendríamos que crear de nuevo los árboles, reemplazados por cables y postes, para percatarnos de su necesidad; si los creáramos de nuevo, sin embargo, dejaríamos de notar inmediatamente la mejoría que introducen en nuestras vidas como no notamos el empeoramiento que causa su desaparición.

De ahí la necesidad de la filosofía. La única magdalena de Proust –fuente de extrañeza salvífica– que podemos introducir a voluntad en nuestra existencia común es la filosofía, que sirve para recordarnos las cosas que nos faltan, las que hemos perdido, las que nos han robado. Sin filosofía todo nos parecería igualmente normal. Si desapareciera la filosofía de nuestras escuelas –y, aún más, de la memoria de la tierra–, el color verde, el dolor de los demás, la belleza del amado y la enormidad del cielo estrellado dejarían de producirnos asombro; quedarían definitivamente absorbidos en la normalidad, que es, de algún modo, la inermidad total frente al poder. La dimensión filosófica del color, del dolor, del amor y de las estrellas quizás no precede sino que sucede al descubrimiento de la filosofía. No olvidemos, en cualquier caso, que todo empezó con un tipo llamado Tales que cayó a un pozo mientras contemplaba el cielo nocturno; y que de él sacó también Kant, muchos siglos después, la ley moral que reside en el alma de los humanos.

De la filosofía podemos decir, pues, que es joven y que podría desaparecer, junto a cosas mucho más antiguas, sin que ocurriese ninguna catástrofe inmediata, o sin que percibiésemos ningún cambio a nuestro alrededor, porque nos sirve –la filosofía– precisamente para que el mundo nos resulte benéficamente extraño y no solo destructivamente normal. Ahora bien, sobre la filosofía hay que añadir también un segundo dato inquietante: que es la única disciplina que no conoce ningún progreso. Podemos decir, no sé, que Pasteur demostró inequívocamente que la teoría de la generación espontánea –de Aristóteles a van Helmont– era errónea; y que, en términos cinéticos, la navegación a vela quedó superada por la máquina de vapor, superada a su vez por el motor de explosión. En el campo de la filosofía, sin embargo, no hay ningún progreso; los filósofos no se superan los unos a los otros. Sus obras, si se quiere, se acumulan y se citan sin negarse. Es verdad que Galileo dejó atrás el uso que la Iglesia hacía de la obra aristotélica para frenar la ciencia, pero Aristóteles, que hablaba de animales inexistentes, sigue estando tan vivo –o mucho más– que Sloterdijk o Zizek, por citar dos filósofos contemporáneos. Como sabemos, el filósofo inglés Whitehead escribió en una ocasión que "toda la historia de la filosofía occidental es una nota a pie de página de Platón". Puede parecer una provocación bravucona, pero en realidad con esta frase Whithead viene a decirnos que las grandes preguntas fueron formuladas hace 2500 años y que seguimos sin encontrarles respuesta. Al parecer, la única respuesta que se nos ocurre ahora es suprimir las preguntas de los currículos escolares.

¿Qué nos enseña la filosofía? Que los grandes problemas no tienen solución; solo pueden pensarse. Eso es lo que realmente quiere decir "pensamiento": dar la vuelta a un problema, en bucle, en espiral, tocando fugazmente el objeto, como avispas en torno a una tortilla de patata, sin posarnos ni saciarnos jamás. ¿Y por qué querríamos enunciar en las escuelas problemas que no tienen solución, preguntas que no tienen la respuesta al final de ningún libro de sudokus

Vivimos en una "sociedad de mercado", lo que quiere decir que es por un lado sociedad y por otro mercado, con encajes entreverados entre las dos partes, siempre –por cierto– con ventaja para el mercado. Las sociedades y los mercados aman las soluciones. Las sociedades, digamos, son conservadoras; los mercados, digamos, son revolucionarios. Las escuelas ¿deben servir a la sociedad? ¿O deben servir a los mercados? 

Se nos olvida que el término "escuela" procede etimológicamente de la palabra "skholé", que en griego quería decir "ocio" o "tiempo libre", y que remitía –es decir– al tiempo liberado, a un lado y otro, de los trabajos de la reproducción y del peso de la tradición. "Escuela" es, por tanto, ese espacio que toda sociedad democrática se reserva al margen de la producción y de las respuestas fosilizadas recibidas para hacerse preguntas en libertad; "escuela" es, pues, sinónimo de "filosofía", como lo es también –según recuerda Carlos Fernández Liria– de "ciudadanía". Una escuela sin filosofía es sencillamente un oxímoron. Por eso mismo, una escuela privada o concertada jamás podrá ser una verdadera "escuela".

La escuela no debe servir ni a la sociedad ni al mercado. Debe protegerse y protegernos, al contrario, de las dos fuerzas. En España hay muy poca escuela, y la que queda se conserva gracias al esfuerzo heroico de maestros y profesores que tienen que deslizar el cielo nocturno, por una rendija, en un pequeño bancal permanentemente ocupado por los bancos y por la tradición; es decir, por la desigualdad y la doctrina. 

La enseñanza privada y concertada –no lo olvidemos– sigue estando [en España] en manos de la Iglesia y de las empresas; y nuestros gobiernos, de izquierdas y de derechas, no solo han cedido terreno a la privatización del saber –o, valga decir, a la desescolarización de España– sino que han reducido a harapos la escuela pública mientras "privatizaban" sus currículos, pensados para satisfacer dos funcionalidades contradictorias entre sí y las dos ajenas a la definición misma de la "escuela". 

Por un lado, a la escuela se le pide que responda a las demandas de una sociedad de mercado estratificada y desigual. Esto implica, en términos de currículo, la eliminación o reducción de las asignaturas humanistas en favor de una nueva materia, "economía y emprendimiento" (mercado), y de la siempre ineludible "religión" (tradición); implica el disparate de la escuela bilingüe, que considera la lengua una "herramienta económica" y no un regazo cognitivo; e implica la tecnologización de la enseñanza, vendida como una revolución pedagógica mientras que sus artífices –los magnates de Silicon Valley– llevan a sus niños a escuelas tradicionales sin pantallas donde los profesores escriben en pizarras y los alumnos en cuadernos (porque saben que el poder y el conocimiento residen en la relación entre la mano y la mente).

Pero a los profesores se les pide más. Una vez ha entrado el mercado en la escuela, como el mar en el casco de un barco bombardeado por debajo de la línea de flotación, se les pide que dediquen todas las horas de clase y de tutorías a achicar el agua. Se les pide que "eduquen en valores" a los alumnos. Incluso se crea una asignatura con ese nombre: una declaración de derrota y una burla un poco humillante a maestros y profesores que han dedicado años a estudiar en la universidad y a prepararse una oposición. Se les pide, pues, que pongan sus conocimientos al servicio del mercado y se les pide al mismo tiempo que corrijan en las aulas los terribles efectos económicos, culturales y éticos del mercado; y esto en condiciones materiales cada vez más degradadas. Es evidente que ahí no hay sitio ni tiempo para la filosofía. Ya es bastante con que algunos de ellos, los más fuertes, los más valientes, los más apasionados, consigan no pedir una baja por depresión e incluso deslizar, sí, un poco de cielo nocturno, de rondón, en las cabezas de nuestros niños, más formateadas que nunca por la clase social de sus padres, el hedonismo de masas y el cepo tecnológico.

Contra esto no puede hacer nada la filosofía, es verdad, un frágil pie de página en las costuras del capitalismo. Lo normal es que desaparezca y que desaparezcan con ella la extrañeza del color verde, del amor, del dolor ajeno, de las estrellas y del planeta tierra. Seamos conscientes, al menos, de que todas estas extinciones están relacionadas. No, no podemos serlo. Para eso necesitaríamos precisamente la filosofía.



* Publicado en El Diario, 01.12.21.

¿Salvando al capitalismo de los capitalistas?




¿Hay que salvar al capitalismo de mercado de los propios capitalistas? No sé si alguien a estas alturas lo duda. Los más acérrimos defensores discursivos de aquel, con frecuencia lo contradicen y traicionan en su práctica económica: se coluden, concentran mercados, exigen subsidios estatales, engañan a los consumidores, no se autorregulan y una larga lista de etcéteras. (Todo lo cual sucede ante el escandaloso silencio de los intelectuales, partidos y centros de estudios de derecha y de las escuelas de economía y de los economistas "científicos" pro mercado. Pero, eso y es otro artículo)

El siguiente texto es del lejano 2009. Pero, podría ser la banda sonora del sistema económico capitalista de mercado en los últimos tres siglos. ¡Y ni hablar de Chile desde 1975 a la fecha!


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En 2003, dos profesores de Chicago —Raghuram Rajan y Luigi Zingales— escribieron uno de los libros que defienden con mayor fuerza la idea del libre mercado: Salvando el capitalismo de los capitalistas. Lo interesante es que proponen desechar la "mano invisible" que mece la cuna de los mercados, por una mano muy visible del Estado. Pero un Estado completamente distinto, que permita que se desarrolle la institución más democrática y menos respetuosa de la elite: un mercado verdaderamente libre.


Axel Christensen


La crisis financiera desatada desde fines del 2007 ha puesto a prueba los mismos cimientos de la economía de mercado. La virtual bancarrota de varios gigantes financieros ha llevado a intervenciones igual de colosales por parte de los gobiernos, quienes tratan de proteger la fe pública. Los costos de ello probablemente los tendrán que pagar varias generaciones futuras.

A la ofensa se sumó el insulto cuando se conocieron los paquetes de compensación y bonos de ejecutivos de empresas que recibieron fuerte ayuda estatal. Ello genera una esperable —aunque peligrosa— reacción de la opinión pública, que se traduce en respuestas legislativas que imponen fuertes gravámenes a estas compensaciones. Si a eso le agregamos lo ocurrido con el caso Madoff...

Para algunos lo anterior refleja la esencia del capitalismo: un sistema basado en la codicia, que inevitablemente saca lo peor de las personas; un sistema que sólo hace que los ricos se vuelvan más ricos y los pobres más pobres; un sistema que, regulación y Estado mediante, debe ser cambiado.

Para otros, esto no son más que algunas manzanas podridas en un gran cajón de personas bienintencionadas, quienes buscando individualmente el interés propio, colectivamente van creando un bien común, una sociedad basada en la libertad.

Para este grupo, lo ocurrido es sólo obra de algunos malintencionados que abusaban de un sistema que descansa en buena medida en la confianza entre las personas.


¿Cómo andamos por casa?

Todo lo anterior —las críticas al capitalismo y el creciente descontento popular hacia la industria financiera— parecían algo lejano en Chile hasta hace tan sólo algunos días. El pasado 13 de marzo nos sorprendimos con la noticia del acuerdo de avenimiento entre Fasa y la Fiscalía Nacional Económica en el proceso de investigación por colusión de precios —que incluye a otras dos cadenas— que ésta había iniciado en diciembre pasado.

La reacción de furia por parte de consumidores y políticos no se hizo esperar, repudiando eventuales acuerdos para subir en forma bastante abultada los precios de varios fármacos. No era para menos. Por un lado, no se trataba de cualquier industria, sino de una ligada a la salud, un área siempre sensible ante la opinión pública. Por otro, porque los acuerdos de colusión son un verdadero flechazo al corazón de la economía de mercado: la confianza en que los precios son fijados por procesos de competencia. Dejando de lado los ribetes político-electorales que ha tenido el episodio, este tipo de incidentes son sumamente graves y deben llevar a reflexionar de qué manera protegemos algo tan preciado como un sistema económico basado en la libertad de elegir y emprender.


Los otros Chicago Boys

En 2003, dos profesores de la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago —el indio Raghuram Rajan y el italiano Luigi Zingales— escribieron uno de los libros que defienden con mayor fuerza la idea del libre mercado: Salvando el Capitalismo de los Capitalistas. Sin embargo, a diferencia de los mensajes que estamos acostumbrados a escuchar desde Chicago, esta vez la defensa no apuntaba sus dardos a la intervención pública o al Estado de bienestar.

Por el contrario: llaman a defender al capitalismo de quizás su peor enemigo: los propios capitalistas. Ya a fines del siglo XIX, Marx predecía el fin del capitalismo, al cual consideraba intrínsecamente inestable y lleno de contradicciones que llevarían eventualmente a su propio colapso. "Denles a los capitalistas suficiente cuerda y se ahorcarán a sí mismos".

Rajan y Zingales escriben profusamente acerca del daño significativo que causa todo capitalista que quiere acabar con la competencia, incluyendo, por supuesto, los que se coluden para fijar precios.

Sin embargo, los autores no sólo se quedan en la crítica a lo que pareciera ser el deseo incontenible de todo empresario: tratar de construir su pequeño monopolio. Sus advertencias también apuntan a los peligros de ver al capitalismo desde la perspectiva de los perdedores en el proceso de destrucción creativa que lo caracteriza (es decir, los desempleados, los empresarios en bancarrota, los inversionistas que pierden sus ahorros), que puede llevar, en nombre de la equidad y la justicia social, a buscar cambios en las reglas del juego que causó sus males.


La mano que mece la cuna

Lo interesante de la propuesta de Rajan y Zingales es que, en lo que se consideraría una herejía, desechen la "mano invisible" que mece la cuna de los mercados, por una mano muy visible del Estado.

Pero no un Estado que cree que es mejor que sus burócratas sean quienes fijen los precios de remedios, libros o pan (algunos lectores con más canas de seguro recordarán a la Dirinco). Más bien se trata de un Estado que busque asegurar las mejores condiciones para la competencia, la entrada de nuevos actores que desafíen a los incumbentes, que tenga el músculo (y las neuronas) para no caer presa de los grupos de interés que buscan capturarlo. Que sea capaz de caminar con un gran garrote para castigar a aquellos que ponen en riesgo la confianza sobre la cual se cimentan instituciones como el mercado y la democracia (a propósito, ¿no es tanto o más escandalosa la colusión o falta de competencia en el plano político que en el de los remedios?). Que sea también capaz de ofrecer las zanahorias apropiadas si con ello es capaz romper carteles que desean fijar precios o de sindicatos que buscan elevar las barreras de entrada a los desempleados.

Lamentablemente —o afortunadamente— la crisis bancaria o el episodio de las farmacias nos ha hecho ver a muchos que el mercado no es una institución que sea capaz de volar en piloto automático todo el tiempo. Al igual que los aviones más sofisticados, los pasajeros aún nos sentimos más seguros si existe la posibilidad de intervención humana -ojalá poco frecuente, sólo cuando las condiciones realmente lo requieran-. Sin duda, los que iban en el vuelo que aterrizó de emergencia en el río Hudson, en Nueva York, agradecen haber contado con un capitán muy bien preparado y con capacidad de actuar decididamente. No creo que hayan querido una mano invisible a cargo de los comandos.


¿Colusión o corrupción?

En todo caso, debemos evitar caer en un falso maniqueísmo entre una concepción de economía de mercado con un Estado ojalá reducido a la mínima expresión —que podría ser presa fácil de grupos de interés que buscan coludirse para evitar competir— o un sistema donde el Estado tenga que estar presente en toda actividad (bancos, AFP, farmacias, transporte público) para asegurar su correcto funcionamiento —que podría ser víctima de la corrupción, especialmente si el sistema político tampoco es suficientemente competitivo—.

Las experiencias del colapso de los socialismos reales a fines de los ochenta y de lo que parece ser el actual colapso de los capitalismos salvajes debieran de hacernos pensar en que una solución intermedia —un mercado fuerte y competitivo, adecuadamente supervisado por un Estado también fuerte y competitivo— no sólo es posible, sino deseable. Si bien la economía de mercado está fundada en el interés propio, su esencia es la libertad de acceso y la competencia. Lo anterior no se puede dar gratuitamente. Debemos tener un conjunto de reglas —y alguien que las haga cumplir— que eviten que degenere en una ley de la selva, donde sólo los poderosos sobreviven. No existe institución más democrática, y que sea menos respetuosa de la elite, que un mercado verdaderamente libre.


Capitalismo 2.0

Si el colapso de las instituciones financieras gigantescas sólo se ha podido resolver con el dinero de los contribuyentes (el gobierno americano ha comprometido hasta ahora US$ 12,8 trillones en el rescate financiero, lo que equivale al 90% del PIB del 2008, o a más de US$ 42.000 por cada hombre, mujer o niño de ese país), parece justo que se requiera reforzar la regulación para evitar que este tipo de crisis vuelva a repetirse.

Si las cadenas de farmacias se han puesto de acuerdo en sus precios o los bancos no parecen estar dispuestos a facilitar el financiamiento a empresas, el Estado no sólo tiene el derecho sino el deber de buscar incrementar la competencia, promoviendo la entrada de nuevos jugadores, sean supermercados o cajas de compensación.

Así como las puntocom tuvieron un resurgimiento que se conoció como web 2.0, caracterizado por una mayor colaboración y participación entre sus usuarios, es el momento que hagamos lo mismo con el capitalismo. Un capitalismo 2.0 no sólo requiere de la mano fuerte y visible de un Estado competente (y competitivo en la elección de sus autoridades), sino también de una mayor participación de nosotros, sus usuarios, que exijamos verdadera competencia y transparencia para evitar mercados enfermos. Al final, la luz del día resulta ser el mejor desinfectante.



* Publicado en Revista Qué Pasa, 04.04.09.

La base de datos Adalah de 50 leyes discriminatorias en Israel




En 2012, Adalah, el centro legal para los derechos de las minorías árabes en Israel, publicó un informe, The Discriminatory Laws Database, que recopiló y analizó más de 50 leyes “promulgadas desde 1948 que discriminan directa o indirectamente a los ciudadanos palestinos de Israel en todas las áreas de vida"


Roland Nikles


Los defensores de un estado "judío y democrático" admiten que incluso si la ocupación de los territorios palestinos terminara y surgiera un estado palestino independiente separado junto a Israel, un estado "judío y democrático" todavía necesariamente privilegiaría a los judíos (75%) sobre los no judíos. Ciudadanos judíos (25%) del estado de Israel: en sus símbolos (bandera e himno nacional), en sus fiestas patrias y, sobre todo, en su política migratoria.

Aunque el deseo de un estado judío es comprensible en un mundo posterior al holocausto, el uso de la discriminación étnica que es necesaria para lograr y mantener el dominio de una mayoría judía en el país sobre todos los demás es problemático. En una entrevista de 2010, Peter Beinart, tan liberal y sionista como encontrará, dijo:
“Ni siquiera le estoy pidiendo a [Israel] que permita la ciudadanía plena e igual a los árabes israelíes, ya que eso requeriría que Israel ya no sea judío. De hecho, estoy bastante dispuesto a comprometer mi liberalismo por la seguridad de Israel y por su condición de estado judío ".
Lo que Peter Beinart diría es que el estado "judío y democrático" debe cuidar de extender derechos y privilegios plenos e iguales en todas las esferas de la vida, excepto en la medida necesaria para mantener el estado como un "estado judío". Sin embargo, el problema es que, una vez que se acepta un trato desigual de los ciudadanos basado en el origen étnico y la religión en algunos aspectos, se convierte en una pendiente resbaladiza. ¿Dónde se traza la línea?

En 2012, Adalah, el centro legal para los derechos de las minorías árabes en Israel, publicó un informe, The Discriminatory Laws Database, que recopiló y analizó más de 50 leyes “promulgadas desde 1948 que discriminan directa o indirectamente a los ciudadanos palestinos de Israel en todas las áreas de vida". La base de datos parece estar actualizada.

Mirando esta base de datos, no deberíamos quedarnos colgados en el número "50". Muchas de las leyes discutidas no son discriminatorias a primera vista, pero aparentemente fueron aprobadas con intención discriminatoria y han sido aplicadas de manera discriminatoria. No existe una cláusula constitucional para la igualdad de protección ante la ley a la que apelar en Israel. Aún así, algo de esto se puede arreglar potencialmente. Pero cierta discriminación, como señaló Beinart, es inherente a un estado que se define a sí mismo en función de la etnia y no se puede arreglar.

Aquí hay una revisión de algunas de las leyes claramente discriminatorias que se identifican en la base de datos Adalah.

Las discriminaciones más graves se establecieron temprano y se relacionan con el control de la tierra y la ciudadanía. Primero, el estado tomó el control y controló aproximadamente el 93 por ciento de todas las tierras dentro de las líneas de alto el fuego de 1949, y posteriormente el estado ha utilizado estas tierras de manera preferencial para su mayoría judía al poner tierras a disposición de los judíos para el desarrollo y denegar los permisos de construcción y la capacidad. desarrollar tierras para los palestinos. En segundo lugar, el estado estableció preferencias discriminatorias sobre quién podía inmigrar, regresar o quedarse —en resumen, pertenecer— a la tierra como ciudadano.

1. Ley de 1950 sobre la confiscación de la propiedad del arrendador ausente. Esta ley define como "ausentes" a las personas que fueron expulsadas, huidas o que abandonaron el país después del 29 de noviembre de 1947. Los bienes pertenecientes a los "ausentes" se colocaron bajo el control del Estado de Israel con el Custodio de los bienes de los ausentes. La Ley de Propiedad ausente fue el principal instrumento legal utilizado por Israel para tomar posesión de la tierra perteneciente a los refugiados palestinos internos y externos, y las propiedades musulmanas de Waqf en todo el estado. Esta ley sigue siendo utilizada hasta el día de hoy por agencias cuasi gubernamentales en Israel para apoderarse de propiedades palestinas en Jerusalén Este, por ejemplo.

2. 1950 Ley de Retorno. Esto permite que toda persona judía emigre a Israel y esto se extiende a los hijos y nietos de judíos, así como a sus cónyuges y los cónyuges de sus hijos y nietos. La otra cara de la moneda es que los derechos de los palestinos y otros a ingresar al estado y convertirse en ciudadanos, incluso si nacieron en el área que ahora es el Estado de Israel, son extremadamente restrictivos. Esta discriminación contra la minoría no judía se ha reforzado periódicamente. Por ejemplo, la prohibición de la ley de unificación familiar de 2003 prohíbe a los ciudadanos de Israel reunirse con cónyuges palestinos que viven en Cisjordania o Gaza.

3. En 1952, el estado autorizó a la Organización Sionista Mundial, la Agencia Judía y otros organismos sionistas fundados a principios del siglo XX a funcionar en Israel como entidades cuasi gubernamentales con el fin de seguir avanzando en los objetivos del movimiento sionista, en detrimento de de minorías.

4. La Ley de Adquisición de Tierras de 1953 transfirió la tierra de 349 ciudades y pueblos árabes, aproximadamente 1,2 millones de dunams en total (~ 468 millas cuadradas), al estado para ser utilizada preferentemente por la mayoría judía.

5. En 1953, la Knesset otorgó autoridades gubernamentales al Fondo Nacional Judío (JNF o Keren Kayemeth LeIsrael) para comprar tierras para uso exclusivamente judío. El estado otorgó ventajas financieras, incluida la desgravación fiscal para facilitar tales compras.

6. En 1960, el estado aprobó una ley que estipula que la propiedad de las “tierras de Israel”, es decir, el 93% de la tierra bajo el control del estado, el Fondo Nacional Judío y la Autoridad de Desarrollo, no se puede transferir de ninguna manera.

Aunque a la mayoría de los palestinos que quedaron en 1949 se les concedió la ciudadanía israelí, estuvieron sujetos a la ley marcial hasta 1966. Los permisos de viaje, los toques de queda, las detenciones administrativas y las expulsiones formaron parte de la vida hasta 1966. Una vez que los palestinos fueron relevados de la ley marcial, se aprobaron leyes para definir claramente la primacía de los israelíes étnicamente judíos.

7. En 1969, el estado aprobó una ley que otorgó reconocimiento legal a las instituciones culturales y educativas y definió sus objetivos, entre otros, como desarrollar y cumplir los objetivos sionistas de promover la cultura y la educación judías a expensas de los objetivos de las minorías.

8. Existe una ley que ordena que la sesión de la Knesset debe abrirse con una lectura de partes de la declaración de independencia de Israel que enfatiza la conexión exclusiva del estado de Israel con el pueblo judío.

9. Existe una ley que prohíbe a cualquier partido político que niegue la existencia de Israel como estado "judío". En otras palabras, un partido que defienda la igualdad de derechos para todos los ciudadanos de Israel, independientemente de su origen étnico, no podrá ingresar al Knesset.

10. Hay leyes que establecen sistemas educativos separados que luego se administran de manera desigual.

Más recientemente, la Knesset ha aprobado leyes para defenderse de los esfuerzos por llevar a la minoría palestina a un pie de igualdad.

11. En 2011, la Knesset aprobó una ley que faculta a cientos de comunidades judías locales a excluir a los solicitantes por motivos de etnia o religión. La Corte Suprema confirmó esta ley en septiembre de 2014.

12. En 2011, la Knesset aprobó una ley que prohíbe a cualquier persona pedir un boicot a Israel, sus instituciones o cualquier persona debido a su afiliación con Israel, incluidos los asentamientos en los territorios ocupados. La ley crea un derecho de acción privado para las personas objeto de un boicot para demandar por daños y perjuicios. Como dice Noam Sheizaf : "Puedes boicotear cualquier cosa en Israel excepto la ocupación". Esta vaga ley está abiertamente dirigida a los palestinos que apoyan el movimiento BDS, mientras que permite a personas como Avigdor Lieberman pedir el boicot de las empresas árabes con impunidad. La ley fue confirmada por la Corte Suprema de Israel el 15 de abril de 2015.

Como lo demuestra su decisión de defender la ley de boicot, la Corte Suprema de Israel no ha logrado detener la inclinación siempre hacia la derecha de la política israelí.



* Texto original publicado en Mondoweiss, 14.06.15. Esta publicación apareció por primera vez en el blog de Roland Nikles. Los lectores deben saber que Peter Beinart, en una aparición la semana pasada en Nueva York, dijo que había estudiado la lista de Adalah de leyes discriminatorias y dijo que muchas de ellas deberían cambiarse para crear igualdad, aunque trazó la línea en una "delgada" grado de privilegio judío, incluidas las fiestas nacionales y el símbolo judío en la bandera.

Economía, datos y evidencia: la revolución de la credibilidad




Siempre es bueno reconocer los avances de una disciplina. Pero, también es conveniente no olvidar que, a veces, es curioso celebrar que se reinvente la rueda.

En el caso que aquí trata Krugman, hay que recordar que trabajar con la realidad es algo básico de cualquier disciplina que se reconozca empírica. Por lo que eso de descubrir a estas alturas que la sociedad nos entrega datos y situaciones que podemos comparar y llamarlo "experimentos naturales"... debería causar, a lo menos, un poco de pudor.

En todo caso, más allá de lo curioso de la situación, vale la pena esta columna sobre las derivadas políticas de los "experimentos naturales". Un avance en el camino de que la economía cumpla su destino: ser una disciplina sociocultural. 


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Paul Krugman


Los premios Nobel de Economía se conceden por la investigación a largo plazo, no por la participación de los economistas en los debates actuales, así que desde luego no tienen mucha relación con el momento político. Es de esperar que la desconexión sea en especial grande cuando el premio se concede sobre todo por el desarrollo de nuevos métodos de investigación.

Y ese es el caso del último premio, concedido a David Card, Joshua D. Angrist y Guido W. Imbens, líderes de la “revolución de la credibilidad” (un cambio en la manera en la cual los economistas utilizan los datos para evaluar las teorías), que ha proliferado en la economía en la última generación.

Sin embargo, resulta que la revolución de la credibilidad es en extremo relevante para los debates actuales. En efecto, los estudios que utilizan el nuevo método han reforzado, en muchos casos, aunque no en todos, el argumento a favor de la intervención más activa del gobierno en la lucha contra la desigualdad.

Como explicaré, esto no es un accidente. Pero primero, ¿de qué se trata esta revolución?

En general, los economistas no podemos hacer experimentos controlados: todo lo que podemos hacer es observar. Y el problema de intentar sacar conclusiones a partir de observaciones económicas es que en todo momento y lugar están ocurriendo muchas cosas. Por ejemplo, la economía entró en un auge después de que Bill Clinton aumentó los impuestos a los ingresos elevados y redujo el déficit presupuestario. Pero, ¿fueron estas políticas fiscales las causantes de la prosperidad, o sucedió que Clinton tuvo suerte al ocupar la presidencia durante un auge tecnológico?

Antes de la revolución de la credibilidad, los economistas intentaban, en esencia, aislar los efectos de determinadas políticas u otros cambios mediante elaborados métodos estadísticos para controlar otros factores. En muchos casos, eso es lo único que podemos hacer. Pero cualquier intento de este tipo depende de cuán buenos sean los controles y suele haber un margen interminable de controversia sobre los resultados.

Sin embargo, en la década de 1990, algunos economistas se dieron cuenta de que había un método alternativo, el de explotar los “experimentos naturales”, situaciones en las que los caprichos de la historia ofrecen algo parecido al tipo de ensayo controlado que los investigadores querrían llevar a cabo pero no pueden.

El ejemplo más famoso es la investigación que Card realizó junto con el finado Alan Krueger sobre los efectos de los salarios mínimos. La mayoría de los economistas solían creer que el aumento del salario mínimo reduce el empleo. Pero, ¿sí es así? En 1992, el estado de Nueva Jersey aumentó su salario mínimo, mientras que uno de sus estados vecino, Pensilvania, no lo hizo. Card y Krueger se dieron cuenta de que podían evaluar el efecto de este cambio de política comparando el crecimiento del empleo en los dos estados después del aumento salarial, y usar a Pensilvania como control del experimento de Nueva Jersey.

Lo que encontraron fue que el aumento del salario mínimo tuvo muy poco o ningún efecto negativo en el número de puestos de trabajo, un resultado que se confirmó desde entonces al examinar muchos otros casos. Estos resultados no solo justifican el aumento de los salarios mínimos, sino también los intentos más agresivos de reducir la desigualdad en general.

Otro ejemplo: ¿Cómo podemos evaluar los efectos de los programas de protección social que ayudan a los niños? Los investigadores han aprovechado los experimentos naturales creados, entre otros ejemplos, por el despliegue gradual de los cupones de alimentos en las décadas de 1960 y 1970 y varios saltos discretos en la disponibilidad de Medicaid en la década de 1980. Estos estudios muestran que los niños que recibieron ayuda se convirtieron en adultos mucho más sanos y productivos que los que no la recibieron.

Estos estudios también son un sólido argumento para la iniciativa Reconstruir Mejor del gobierno de Joe Biden, que hace hincapié en la inversión en los niños, así como en la infraestructura convencional.

Por último, los grandes cambios en el seguro de desempleo en el transcurso de la pandemia —un enorme aumento de la generosidad, luego un repentino recorte, después un restablecimiento parcial, y luego otro recorte, en el cual algunos estados recortaron las prestaciones antes que otros— proporcionan varios experimentos naturales que nos permiten comprobar si, como siempre insisten los conservadores, el seguro de desempleo disuade a los desempleados de buscar nuevos trabajos.

Pues bien, los datos ofrecen una respuesta clara: aunque las prestaciones por desempleo pueden tener algunos efectos desincentivadores, estos son pequeños.

Entonces, en general, la economía moderna basada en datos tiende a apoyar políticas económicas más activistas: aumentar los salarios, ayudar a los niños y ayudar a los desempleados son mejores ideas de lo que muchos políticos parecen creer. Pero, ¿por qué los datos parecen apoyar una agenda progresista?

La principal respuesta, yo diría, es que en el pasado muchas personas influyentes se aferraron a argumentos económicos que podían utilizarse para justificar la elevada desigualdad. No podemos aumentar el salario mínimo porque eso acabaría con el empleo; no podemos ayudar a los desempleados porque eso perjudicaría sus incentivos para trabajar; y así uno tras otro. En otras palabras, el uso político de la teoría económica tiende a tener un sesgo de derecha.

Pero ahora tenemos pruebas que pueden utilizarse para comprobar estos argumentos, y algunos no se sostienen. Así que la revolución empírica en economía socava la sabiduría convencional de la derecha que había dominado el discurso. En ese sentido, la evidencia resulta tener un sesgo liberal.

Una vez más, la investigación premiada con este Nobel no es de corte político, pero tiene importantes implicaciones políticas. Y la mayoría de esas implicaciones favorecen un movimiento de las políticas hacia la izquierda.



* Publicado en Ojo Público, 13.10.21. Paul Krugman es Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel de 2008.






Una emotiva naturalización de las invasiones


Khizr Khan en la Convención del Partido Demócrata.


El pasado martes 24 de mayo ocurrió otra lamentable matanza por un tiroteo en una escuela de Estados Unidos... y como siempre ocurre, y está muy bien que suceda, se escuchan en la Unión voces condenando las armas de fuego y los asesinatos. Los estadounidenses decentes y con un mínimo de racionalidad reaccionan contra las masacres.

Sin embargo, siempre que pasan estos terribles hechos y escucho esas reacciones de los estadounidenses, me llama la atención la completa separación que hacen de los asesinatos masivos por armas de fuego que ejecuta su propio ejército around the world.

Las tragedias internas nunca se conectan con las externas... Esta antigua columna da cuenta de esa cultura estadounidense.


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De las diversas imágenes que ha dejado la Convención del Partido Demócrata en Estados Unidos, organizada para nombrar a Hillary Clinton como su candidata presidencial, una de las más potentes ha sido el emocionante discurso del inmigrante Khizr Khan dirigido a… Donald Trump. Como inmigrante y musulmán, le echó en cara al candidato republicano que los inmigrantes musulmanes pueden ser tan estadounidenses y tan patriotas como él.

En ese afán mencionó a su hijo, un soldado ultimado en combate el 2004 en Irak. Claramente las palabras de Khan a pocos podrán dejar indiferentes, con mayor razón en una coyuntura donde la xenofobia y el racismo explícito de Trump tienen el 50 % de posibilidades de llegar a la Casa Blanca. Pero, tras la primera impresión dada por el discurso, debemos hacernos cargo de un asunto no menor. Este atribulado ciudadano y padre relató que su hijo fue asesinado en Irak al sacrificarse por sus compañeros, agregando que en el monumental cementerio de Arlington se pueden encontrar “las tumbas de los patriotas valientes que murieron en defensa de Estados Unidos”. Y uno podría especular que Khan tiene por seguro que su hijo es tan patriota y sacrificado como ellos, ¿no?

Mas, es fundamental no dejar pasar lo que ese mismo padre adolorido sostiene: su hijo perdió la vida en Irak a manos de quienes uno podría sospechar eran, ¡vaya ironía de la vida!, sacrificados y valientes patriotas iraquíes que luchaban contra el invasor-ocupante para liberar a su país.

La llamada Segunda Guerra del Golfo Pérsico contra Irak, se basó en dos descaradas mentiras: la responsabilidad de Saddam Hussein en los ataques a las Torres Gemelas y la posesión de armas de destrucción masiva. Ambas falsedades validaron una invasión ilegal, la consecuente ocupación, el desmembramiento del país y la masacre de miles de personas. Tragedia montada para que aquella nación fuera el trofeo de la corrupta sed de petróleo estadounidense (a lo que deben sumarse los millonarios negociados de la “reconstrucción”). 

¿Qué de patriótico hay en participar de todo eso? ¿Cómo se defiende la libertad de Estados Unidos siendo una especie de pirata o mercenario al servicio de sus grandes agentes económicos? ¿Qué tiene que ver enriquecer a compañías estadounidenses con la seguridad del país o la defensa de su democracia?

Sin embargo, de seguro nos quedaremos con la mediática emoción de escuchar al sinceramente atribulado señor Khan, quien al tocarnos la fibra con su pena y alegato contra la discriminación, pasó de contrabando un peligrosísimo aserto: es perfectamente posible ser un buen ciudadano y, es más, un héroe, siendo parte de una guerra de agresión y posterior ocupación basada en mentiras.

El imperialismo naturalizado en el “envoltorio” de la genuina tristeza de un padre.

Es un clásico de la política interna estadounidense la justificación patriotera de sus guerras y esa indudable validez ha sido traspasada a sus muy patrióticos ciudadanos desde 1776. 

Nadie podría culpar a Khan de ser un agente pagado en una campaña de propaganda imperialista a favor de la guerra. Sin embargo, como habitante de Estados Unidos sus palabras son una muestra manifiesta de la ideología militarista nacional: nuestras guerras son siempre buenas y, en el fondo, defensivas… Aunque no sea fácil explicar coherentemente qué rol juegan países pobres que están a miles de kilómetros de la Unión, en cuanto amenazar su seguridad y poner en peligro su libertad. Más allá de, tal vez, poder odiar y querer destruir el “modo de vida estadounidense”, ¿cómo lo podrían llevar a cabo dada la obvia distancia y su falta de recursos?

El que una mayoría apabullante de “patriotas” estadounidenses históricamente no se hayan hecho esas preguntas, da cuenta del éxito de los demagogos nacionalistas de la Unión. Desde Jefferson a Trump, pasando por el poeta expansionista Walt Whitman, entre muchísimos nombres posibles de ser citados aquí. Vaya para ellos nuestro reconocimiento por su eficiencia. Ningún estadounidense en su sano juicio se atrevería a criticar públicamente el extendido eslogan “Support our troops” ("Apoya a nuestras tropas").

En cuanto al “demonio” de Trump se nos olvida que racista, xenófobo, militarista... es casi una descripción estándar de los presidentes de la Unión. Esos mismos que a través de los años de existencia de dicha república, han ocupado el argumento de la “defensa de Estados Unidos” para agredir e invadir naciones por todo el mundo. Cuestión de la cual por lo demás sabe mucho doña Hillary (la candidata “buena”); recuérdese que fue primera dama, senadora y secretaria de Estado.

Finalmente, dos aclaraciones. Primero, si es que hay héroes sepultados en Arlington, creo que los únicos merecedores de ese título son los caídos en la Segunda Guerra Mundial. Espero se entienda lo que quiero decir: aquella fue tal vez una de las pocas guerras que valió la pena pelear. Y segundo, me emocionó profundamente el discurso de Khizr Khan, al final, un padre que llora el asesinato de su hijo. Imposible rebajar sus sentimientos, todo lo aquí escrito no se trata de eso. El punto es cómo en pleno siglo XXI todavía puede pasar por normal invadir otros países; y peor aun, por más que huela a naftalina política, pareciera que siguen vigentes conceptos como “imperialismo” y “colonialismo”.



* Publicado en El Clarín de Chile, 31.07.16.

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