Cómo los medios occidentales se perdieron la historia de la muerte de Shireen Abu Akleh




Desde el hecho del asesinato de Abu Akleh hasta el verdadero significado liberador de su funeral, los medios de comunicación demostraron una vez más que no están equipados para cubrir Palestina.


Mohammed El-Kurd


Las salas de redacción occidentales generalmente aman a los mártires, hombres o mujeres a quienes pueden comercializar ante sus lectores como víctimas perfectas. Shireen Abu Akleh, aunque no es de las que ponen la otra mejilla, ciertamente encaja en ese perfil: una mujer cristiana palestina de 51 años con pasaporte estadounidense que fue asesinada mientras vestía un chaleco de prensa claramente marcado. Aun así, debido a quién la mató, la muerte pública de Abu Akleh y su “victimismo perfecto” estaban en debate.

Cuando los francotiradores israelíes mataron a tiros a Abu Akleh, un veterano periodista de Al Jazeera que cubría una incursión militar israelí en la Cisjordania ocupada el 11 de mayo, los principales periódicos occidentales se comportaron como de costumbre. Repitieron como loros las narrativas del estado israelí y fabricaron confusión sobre un asesinato que estaba claro como el agua. Pero en el mundo de los videos de alta definición y los informes de testigos oculares , ¿por qué intentar bloquear el sol con un dedo?

En una declaración que desde entonces ha sido eliminada, The New York Times engañó a sus lectores al afirmar que Al Jazeera dijo que la periodista asesinada murió en medio de “enfrentamientos entre las fuerzas militares israelíes y pistoleros palestinos”, a pesar de los informes directos de Al Jazeera de que los disparos israelíes mataron a Abu Akleh. Associated Press y Forbes modificaron una cita del Ministerio de Salud palestino para que ya no nombrara a las fuerzas israelíes como las culpables; luego lo redactaron. Los informes de los testigos oculares y de los periodistas en la escena, uno de los cuales también fue baleado por disparos israelíes, rara vez se citaron.

Dos días después, las fuerzas israelíes atacaron el funeral de Abu Akleh. Habían exigido que solo un pequeño número de dolientes, y solo cristianos, asistieran al funeral y que se prohibieran los cánticos anticoloniales, probablemente por temor a que exhibir símbolos nacionales palestinos en Jerusalén amenazara la percepción de "soberanía" del régimen israelí sobre el ciudad ocupada. Fue otro episodio de la guerra en curso contra la expresión anticolonial, ya sea la ira política o el dolor comunal. La familia de Abu Akleh rechazó las restricciones y así comenzaron las palizas.

Las imágenes de CCTV publicadas por el Hospital Saint Joseph en Sheikh Jarrah muestran a las fuerzas israelíes asaltando el centro médico y golpeando a los palestinos en el interior, incluidos los pacientes y el personal del hospital. Algunos oficiales rompieron la ventana trasera del coche fúnebre y robaron la bandera palestina que cubría el ataúd. Luego atacaron a los portadores del féretro con tanta furia que el ataúd casi se cae al suelo.

Mientras esto sucedía, la BBC, CBS News y otros informaron sobre “ enfrentamientos” y “peleas” en el funeral de Abu Akleh en Jerusalén, a pesar de la abrumadora evidencia visual de que las fuerzas de ocupación israelíes asaltaron el hospital y atacaron a los dolientes a plena luz del día.

Para aquellos de nosotros que miramos, la desconexión entre la retórica y la realidad fue discordante. Y, sin embargo, lo hemos visto una y otra vez. Un titular de 2014 de The New York Times decía: "Misil en Beachside Gaza Café encuentra clientes listos para la Copa del Mundo". ¿A qué se refería? Un ataque aéreo israelí que hizo pedazos a ocho cafeteros palestinos. Entonces, ¿de quién es el misil? ¿De quién son los disparos? ¿Y por qué estos supuestos narradores de la verdad no pueden decir la verdad?

Cuando se trata de Palestina, las leyes sagradas del periodismo son flexibles. Incluso opcionales. La voz pasiva es el rey. Omitir hechos es estándar. Se permite la fabricación. Los periodistas se convierten en taquígrafos y los reporteros en secretarios de Estado. La valiente industria que se enorgullece de decir "la verdad al poder" es en realidad solo un megáfono para los poderosos, si es que el villano es israelí.

Lo que hace que esta negligencia periodística sea aún más insultante en el caso de Shireen Abu Akleh es que ella misma era periodista, una que influyó en generaciones de jóvenes aspirantes a periodistas. Pasó más de dos décadas de su vida informando desde el frente, arriesgándose al terror del ejército sionista, y fue literalmente martirizada por ello. “Armada con [su] cámara”, como dijo un portavoz militar israelí, era una amenaza para el deterioro de la reputación del régimen. Su legado de decir la verdad avergüenza a aquellos que dudan en decir la verdad o son cómplices de oscurecerla.

Ese legado también subraya lo que ya se ha perdido con su muerte: las historias que quedarán sin contar, las narrativas que se oscurecerán, los ultrajes que llegarán a menos oídos sin su voz para transmitirlos. Considere: Abu Akleh no fue la primera palestina en ser perseguida hasta la muerte —un titular de Al-Ittihad de 1976 dice: “Tres nuevas flores en el ramo de los mártires: arrestos masivos y asaltos a los funerales”— ni será la última. De hecho, el 16 de mayo, tres días después de su entierro, las fuerzas israelíes golpearon brutalmente a quienes transportaban el ataúd de Walid Sharif, de 23 años, dentro del cementerio donde descansaba.

Represión israelí en el funeral de Abu Akleh.

Las fuerzas israelíes hirieron a Sharif dentro del recinto de la mezquita de Al-Aqsa el tercer viernes de Ramadán, y luego sucumbió a sus heridas. A pesar de las restricciones ridículas y el tiempo de entierro extremadamente tardío impuesto a su funeral, asistieron miles de palestinos. Cincuenta y dos de ellos resultaron heridos y 37 fueron hospitalizados. Un pariente del mártir, Nader Sharif, fue alcanzado por una bala recubierta de goma israelí que le provocó la pérdida de un ojo y lesiones graves en el cráneo.

Las fuerzas israelíes también arrestaron a decenas de palestinos, muchos de los cuales eran niños. Omar Abu Khdair, el hombre ahora famoso en Jerusalén por no dejar caer el ataúd de Abu Akleh a pesar de haber sido golpeado repetidamente en la cabeza por oficiales israelíes, estaba entre los arrestados en el entierro de Sharif. Todavía está bajo arresto. Cuando los enfrentamientos se desvanecieron, los palestinos tuvieron que limpiar los botes de gas lacrimógeno y las balas recubiertas de goma de las lápidas de sus amados.

Aunque rutinaria e implacable, esta angustiosa profanación no suele recibir la atención de los medios internacionales, y no la recibió en este caso. Otros tampoco. El día que Abu Akleh fue asesinada, las fuerzas israelíes mataron a Thaer Yazour, de 18 años, en la ciudad de Al-Bireh, cerca de Ramallah, y utilizaron a Ahed Mereb, de 16 años, como escudo humano en Yenín. Ese mismo día, también le dispararon a Rami Srour, de 23 años, después de acusarlo falsamente de intentar apuñalar a un soldado en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Srour ya no está bajo arresto, pero se encuentra en estado crítico en una UCI local.


Por supuesto, las historias de profanación y muerte no son las únicas que brotan del suelo en Palestina y no son reportadas por los principales medios de comunicación occidentales. Hay otras historias —de resistencia y alegría, fuerza y ​​camaradería— que incluso los medios internacionales más sensibles rara vez aciertan. Este tipo de narraciones tampoco se contaron después de la muerte de Abu Akleh, aunque se encontraban entre las más destacadas. Si bien los activistas y los vigilantes de los medios en los EE.UU. y Occidente estaban legítimamente indignados por el hecho de que los medios no informaron objetivamente sobre los abusos israelíes en el funeral de Abu Akleh, en Palestina, lejos de esos periódicos, las conversaciones y los ensayos en árabe destacaban una historia muy diferente: Shireen Abu Akleh, aunque solo sea por un momento fugaz, liberó a Jerusalén.

En una publicación de Facebook del año pasado, Abu Akleh escribió una frase casi profética: “Alguna ausencia produce una mayor presencia”. De hecho, su ausencia unió al pueblo palestino a través de clase, religión, género y afiliación política.

Su funeral en Jerusalén fue, de hecho, el cuarto organizado para llorar su muerte. Los otros tuvieron lugar en Jenin (donde los francotiradores israelíes la mataron), Nablus y Ramallah. Los palestinos le dieron a Abu Akleh lo que su colega de Al Jazeera, Rania Zabane, llamó el “funeral más largo en la historia palestina reciente… 40 [kilómetros] de amor”. Nada menos que eso podría haber sido adecuado para un gigante que dedicó décadas de su vida a informar la verdad.

Mientras una mujer palestina marchaba detrás del ataúd de Shireen en Jenin, testificó ante los periodistas que filmaban: “[Shireen] estaba entre los escombros buscando mártires… en el campo [de refugiados] de Jenin durante la invasión [israelí de 2002]… Solía ​​ayudarme a buscar para mis hijos."

En Jerusalén, cientos de miles participaron en el funeral. Palestinos de todos los ámbitos de la vida se unieron a un océano de dolientes, marcharon, cantaron y rezaron. Los titulares de tarjetas de identificación verdes (que tienen la menor libertad de movimiento) saltaron el Muro y se colaron desde Cisjordania a Jerusalén. Buses llenos procedían de 48 territorios. Los extraños se ofrecieron abrazos y condolencias. Marcharon desde el Hospital de San José hasta la iglesia católica y por la Puerta de Jaffa hasta el cementerio donde finalmente fue enterrada. Docenas de banderas palestinas ondearon por toda la ciudad santa. Era una escena como ninguna otra. Y a pesar de las magulladuras y los bastonazos, la tierra hablaba árabe.

Este tipo de reunión ha estado fuera del alcance de los palestinos en los últimos años. Desde que tres israelíes secuestraron, mataron y quemaron a Mohammad Abu-Khdair, de 16 años, en 2014, Jerusalén comenzó a parecerse cada vez menos a sí misma. Debido al intenso escrutinio y la persecución por parte de la policía israelí y los Mustaribeen (agentes israelíes encubiertos que se hacen pasar por árabes), las reuniones políticas o sociales de los palestinos se han vuelto casi inexistentes. Durante el Levantamiento de Unidad del año pasado, jóvenes con el torso desnudo se enfrentaron a soldados fuertemente armados por su derecho a sentarse, comer, cantar y protestar en la Puerta de Damasco, una vez el corazón palpitante de Jerusalén, ahora plagado de cámaras de vigilancia, torres de vigilancia militares y policías listos para actuar y brutalizar a la gente. Y este último Ramadán, los palestinos lucharon para preservar el estado del complejo de la mezquita de Al-Aqsa, no solo uno de los lugares más sagrados del Islam, sino también un centro de actividades palestinas sociales, políticas y educativas. El funeral de Shireen Abu Akleh, en la Puerta de Jaffa, marca una recuperación del espacio público.

Las multitudes que cantaban forzaron el comienzo de un nuevo capítulo de la batalla por Jerusalén. Un área que durante décadas experimentó una rápida expansión colonial y una reducción de la presencia palestina, repentinamente se llenó de recordatorios del derecho del pueblo palestino a la tierra, el espacio y la existencia en Jerusalén. No se borrarían. Todo el mundo estaba allí: los amas de casa, los ingenieros, los tiradores de piedras, los autodenominados transeúntes apolíticos, los paramédicos, los periodistas, los conductores de autobús de edad avanzada y el clero.

Por un momento fugaz, los moretones no dolieron, el tiempo en la cárcel no importó y el gas lacrimógeno no fue tan malo. Por un momento fugaz, Shireen Abu Akleh liberó a Jerusalén, y Jerusalén, a su vez, le dio un funeral digno de una mártir.

Para honrar verdaderamente a Abu Akleh, su asesinato debería —debe— ser un momento que revolucione la forma en que los reporteros y las salas de redacción occidentales cubren Palestina, una invitación para que se resistan a los hechos reconocidos internacionalmente por los medios corporativos. La situación en Palestina, el colonialismo de colonos que define cada momento de cada día, no es un misterio vago y antiguo. Es una marcada asimetría de poder con raíces históricas muy pronunciadas. Al cubrir esta realidad, no estoy pidiendo a los periodistas extranjeros que les hagan ningún favor a los palestinos. Simplemente les pido que hagan su trabajo: digan la verdad.



* Publicado en The Nation, 25.05.22.

África: el "patio trasero" de la mafia político-empresarial francesa (II)




"De la Françafrique a la mafiáfrica"
(Fragmento)


Conferencia de François-Xavier Verschave en Aubervilliers (Francia), el 3 de noviembre del 2003 con 200 profesores y monitores sociales en formación. Esta conferencia forma parte del libro Neocolonialismo francés en África, una historia criminal que continúa.


[...] En la Françafrique hay una inversión permanente de lo que nos dicen. En el lado que emerge del iceberg, tenemos la Francia regida por sus principios, y en su parte oculta, un mundo sin leyes, de desvíos financieros, criminalidad política, policías que torturan o --lo veremos ahora mismo-- de apoyos a guerras civiles. Es esta la realidad. O como mínimo un 90% de la realidad. Esta Françafrique, que todavía hoy dura, comporta gravísimas consecuencias tanto a nivel económico como político.

En estos cuarenta años y hasta hoy mismo, a través de esta confiscación de las independencias africanas y del sustento a una gran cantidad de dictaduras, Francia impide cualquier construcción de legitimidad política y de un bien común africano basado en los recursos creativos de esos países. Y todo esto, además, con un absoluto desprecio por los africanos. Cuando discutes de estos temas con responsables franceses, sean o no políticos, te das cuenta que desde la época de los esclavos y la colonización se continúa creyendo que los pueblos africanos son totalmente incapaces de creatividad política y cultural. La consecuencia es que con ellos se puede hacer cualquier cosa ya que son incapaces de hacer nada por sí mismos.

Lo más dramático de esta política es que el conjunto de tramas más o menos autónomas nos lleva a una total irresponsabilidad. Todo esto hace que la política africana de Francia no sea una política sino un compendio de micro-políticas, síntesis de micro-estrategias desarrolladas por todos estos protagonistas. Si vamos hasta el final de la investigación sobre la implicación de Francia en Ruanda, encontraremos muchas más estupideces irresponsables que estrategias conscientes. Y como los políticos sólo disponen como argumento la excusa etnicista, uno puede comparar la Françafrique con una panda de ingenieros borrachos en las centrales étnicas de Chernobil. El peligro de estos incompetentes es permanente. Pueden cargarse o imponer estados, como ha ocurrido en Congo-Brazzaville, no porqué sea forzosamente su estrategia la de cometer genocidios y crímenes contra la humanidad, sino porque sencillamente su política es cualquier cosa.

Cuando se dice a los jefes de estado: "Enriquézcanse", poco a poco la corrupción pasa desde arriba a bajo de la sociedad. Y lo que quedaba de los servicios públicos en el momento de la descolonización se ha transformado de manera progresiva en un auto-servicio público. Hoy en día, en estos países la capacidad sanitaria o de educación están por los suelos.

Otros fenómenos han empeorado la situación, como el aumento demográfico. Y después está lo que a finales de los 70 se llamó "la deuda del tercer mundo". De hecho había demasiado dinero en las cajas de Occidente y de los países petroleros, así que hacía falta reciclarlo. Se empujó a esos países hacia la deuda, se les dijo: "Todo esto es un regalo; vamos a hacer una nueva forma de ayuda pública al desarrollo, os vamos a prestar a 3, 2, incluso 0% y la diferencia con la tasa de interés normal la contaremos como ayuda".

Pero cuando estos préstamos son en parte o totalmente desviados, cuando estos préstamos van a cuentas de Suiza o a los paraísos fiscales, como pasa a menudo, ¿con qué van a reembolsarlos? El dinero ha desaparecido y no han producido nada con él... El caso de Congo-Brazzaville es ideal, es una especie de alquimia increíble. Tenemos un país con mucho petróleo; este petróleo se sustrae, se compra por casi nada, una parte no se declara --un tercio, un cuarto o la mitad según los yacimientos. Poco a poco el país va quedándose sin petróleo. Pero al mismo tiempo, la dictadura en el poder y sus amigos de la Françafrique --Sirven, Tarallo, Chirac, en fin, todas las tramas de la Françafrique-- tienen una gran necesidad de dinero. Así, al cabo de un tiempo, no les basta con la producción presente sino que, con la ayuda de unos cuantos bancos, van a empeñar el petróleo que se producirá en dos años, tres, diez... Resultado, el país termina por tener una deuda igual a tres veces su producción anual. Además, con una parte del dinero se compran armas para abastecer los dos clanes de la guerra civil, que destruirá el país en los años 90. Ustedes me dirán: "Todo esto no son más que un lamentable cúmulo de circunstancias". Pero como he demostrado en un libro, L’envers de la dette [La otra cara de la deuda], es la misma persona, Jack Sigolet, residente en Ginebra, corazón de los paraísos fiscales, y mano derecha de André Tarallo --el Monsieur Afrique de Elf-- quien vende a la vez el petróleo, administra la deuda y compra las armas.

Decir que se trata de una coincidencia es un poco difícil. Así pues, si Congo-Brazzaville ha sido destruido --volveré después sobre esto-- es la responsabilidad de Elf, y como Elf era una empresa pública, es responsabilidad de Francia, la responsabilidad de todos nosotros en tanto que ciudadanos de este país que deja maniobrar a la Françafrique: nos llevamos el petróleo, les montamos una deuda completamente artificial y vendemos las armas para destruir el país. Esto sería uno de los ejemplos de la deuda en el Tercer Mundo. Si hacen cuentas verán que deberíamos ser nosotros los que les debemos el dinero a estos países.




Fragmentos del libro de entrevistas con François-Xavier Verschave por Philippe Hauser: 
Au mépris des peuples. Le néocolonialisme franco-africain


"Ahora vuelven a salir algunos tópicos de la colonización: Se han dicho tantas cosas malas de los blancos y nada de los negros... Pero si los negros están ahí es ante todo culpa suya... Esta manera de encubrir el crimen, de girar página antes incluso de haberla leído, es algo insoportable. Ya sea por ceguera, por parálisis o renuncia, la posición de los intelectuales franceses (y occidentales) cuando se trata de los negros y de África es patética y contribuyen, a su manera, a perpetuar el crimen. [...] Que los medios de comunicación --por razones que les son propias relacionadas con el sensacionalismo pero también por un desvío voluntario-- exhiban esencialmente el aspecto humanitario, esto puede entenderse. Que una parte de la población, que no dispone de las claves indispensables, se deje captar por esta lectura compasiva, esto también es comprensible. Pero por lo que respecta a los intelectuales, que tienen acceso a la más diversa información, es algo inaceptable.

Debemos señalar dos aperturas recientes: Internet y el movimiento altermundista ... No se trata de idealizar a todos los grupos, pero llevo más de veinte años luchando entre militantes de solidaridad internacional y tengo algo más que un presentimiento, es una especie de certitud que los tiempos han cambiado; ... una nueva creatividad está saliendo por todos lados, desbordando a aquellos que la quisieran organizar. Para resumir algunos de sus efectos, yo diría: se evita el debate, ¡pues vamos a suscitarlo! El ser humano necesita promesas. Los anestésicos todavía no calmaron la necesidad de política." (p. 117-118)

"Cometieron un gran error atacando a Noir silence [Silencio negro, libro de Verschave]. El juicio se volvió contra ellos. El título del primer libro --La Françafrique-- se convierte en un concepto. Toda la prensa empieza a emplear la expresión "Françafrique" como algo que designa una realidad; dicho de otra manera, lo que para nosotros señalaba la parte sumergida de ese iceberg de las relaciones franco-africanas se convirtieron de repente en algo común. Una victoria considerable.

Los que luchan contra nosotros desde hace años se dieron cuenta del peligro. El término Françafrique fue inventado y empleado de manera muy breve por Houphouët-Boigny en los 60: con esto expresaba su rechazo a la independencia y su sueño de mantenerse en la efímera "Communauté française" de 1958. Nosotros habíamos invertido el sentido de esta palabra de su significado original para señalar toda la perversión de esta relación (la "France-à-fric" [fric = pasta, dinero efectivo]) en contra de un trato idílico franco-africano. Ante el éxito de esta subversión semántica, una campaña de prensa empezó en todo tipo de medios de comunicación para recordar el origen del concepto creado por Houphouët, y con el fin de desvincularlo de Survie y su sentido de denuncia; afirmaron que era algo del pasado: la Françafrique se habría acabado con la caída de Bokassa en 1979, o con el genocidio de Ruanda en 1994, o con la llegada de la izquierda en 1997... Al mismo tiempo que se imponía una realidad de la Françafrique, una contraofensiva intentaba desvincular la palabra de toda acción subversiva." (p. 106-107)



* Textos publicados en Survie, 14.08.06.

África: el "patio trasero" de la mafia político-empresarial francesa (I)






Este breve resumen se basa en un artículo publicado en un dossier especial de la revista Mouvements (Mayo de 2002): "De la Françafrique à la mafiafrique".


Francois-Xavier Verschave


A principios de 1994 acuñé el término "Françafrique" para describir la punta del iceberg que son las relaciones franco-africanas, y pasé a desarrollar este concepto en una veintena de libros e informes especiales. Aquí, brevemente, explicaré a qué se refiere el término: la criminalidad secreta en las altas esferas de la política y la economía francesas, donde una especie de República clandestina se oculta a la vista.

En 1960, los acontecimientos obligaron a De Gaulle a conceder la independencia a las colonias francesas del África negra. Esta legalidad internacional recién proclamada fue la punta inmaculada del iceberg: Francia como el mejor amigo de África, el desarrollo y la democracia.

Mientras tanto, a Jacques Foccart, "el hombre de las sombras", se le encomendó la tarea de mantener la dependencia, utilizando métodos inevitablemente ilegales, secretos y vergonzosos. Seleccionó a jefes de Estado que eran "amigos de Francia", mediante la guerra (más de 100.000 civiles masacrados en Camerún a partir de 1956; la resistencia malgache se rompió en 1947 por una carnicería de similar magnitud), el asesinato o el fraude electoral. Para estos guardianes del orden neocolonial, París ofreció una parte de los ingresos de las materias primas y la ayuda al desarrollo. 

Las bases militares, el franco CFA que se podía canjear en Suiza, los servicios secretos y las empresas aparentemente inocentes que actuaban en su nombre (Elf y numerosas empresas de suministro o "seguridad") completaban el sistema.

Y así comenzaron cuarenta años de pillaje, apoyo a dictaduras, trucos sucios y guerras secretas, desde Biafra hasta los dos Congos. Ruanda, las Comoras, Guinea-Bissau, Liberia, Sierra Leona, Chad, Togo y otros llevarán las cicatrices durante muchos años. Los dictadores atiborrados y quemados, hasta los ojos endeudados, ya no podían prometer desarrollo, por lo que blandieron su arma final, el chivo expiatorio étnico: "Si prolongué mi poder, usando mi clan y jugando con las divisiones étnicas, es sólo para evitar que enemigos de la otra etnia me reemplacen. Vamos a excluirlos como medida preventiva".

Sabemos lo que sucedió a continuación, en muchos países: un vuelo precipitado hacia la criminalidad política para consolidar la criminalidad económica.

"Françafrique", también significa "France à fric" ["Fric" significa "efectivo" en el sentido de dinero] . A lo largo de cuatro décadas, cientos de miles de euros malversados ​​de deuda, ayudas, petróleo, cacao... o drenados a través de los monopolios importadores franceses, han financiado redes político-empresariales francesas (todas ellas derivadas de la principal red neogaullista), los dividendos de los accionistas, las principales operaciones de los servicios secretos y las expediciones mercenarias.

Socavada en 1990 por el crecimiento de la democracia y las "conferencias nacionales soberanas", Françafrique rápidamente ideó un arsenal de manipulación constitucional y manipulación de votos que le permitió transformar el rechazo electoral masivo de las dictaduras en aprobación. Este doble discurso (la ayuda francesa financia las elecciones; las redes francesas invierten los resultados) tuvo un efecto profundamente debilitante y resultó en la legitimación de dictaduras en Togo, Camerún, Gabón, Chad, Guinea, Mauritania, Djibouti, Comoras y Congos...

Con "Angolagate" y personas como Pierre Falcone o Arcadi Gaydamak, estamos viendo los comienzos de la gestión globalizada de los flujos de dinero extraoficial que provienen de la depredación de las materias primas, del fraude de la deuda y de las comisiones de venta de armas, bajo el "control" de los servicios secretos.

Los estratos financieros así generados, albergados en paraísos fiscales, comienzan a interconectarse; las redes y los tesoros de Françafrique se están conectando con los de sus homólogos estadounidenses, británicos, rusos, israelíes, brasileños, etc. 

En resumen, somos testigos de cómo Françafrique se une gradualmente a una mafiafrique.



* Publicado en Survie, 18.02.06. Francois-Xavier Verschave es economista de formación y fue presidente de Survie (1995-2005); sus principales obras sobre el tema son La Françafrique, Noir Silence, Noir Chirac y L'envers de la dette.

No hay desequilibrio entre vida natural y actividad económica




La disyuntiva entre crecimiento y derechos de la Naturaleza es falaz e insostenible a la luz del actual diagnóstico mundial sobre medioambiente, explican los autores de esta columna para CIPER, inscrita en el debate constituyente en desarrollo: «Sin Naturaleza no hay economía (ni sociedad) que se sustente. Así, el Derecho y las políticas públicas deben ejercerse desde ese reconocimiento», estiman.


Javiera Barandiaran, Ezio Costa y Constanza Gumucio


¿Queremos permitir la instalación de una megamina en un bosque protegido que alberga una gran biodiversidad? En diciembre 2021, la Corte Constitucional de Ecuador dijo «no» para el caso Bosque Protector Los Cedros, presentado por el Gobierno Autónomo Descentralizado de Cotacachi, argumentando que los permisos de exploración minera violaban los derechos de la Naturaleza; en concreto, el derecho a existir, ya que de ese bosque dependen cientos de especies de aves, orquídeas, y mucho más.

La pregunta a la que se enfrentó la Corte Constitucional de Ecuador es común, tanto en Sudamérica como en Estados Unidos o países europeos. En estos momentos, por ejemplo, comunidades del Estado de Nevada (EE. UU.) y de la Comunidad Autónoma de Extremadura (España) se oponen a nuevas minas de litio de roca, reclamando diferentes derechos a la vida, tales como el de vivir en una ambiente sano y el que protege a especies en peligro de extinción.

Por nuestra parte, este año tenemos la oportunidad de convertir a Chile en el segundo país, después de Ecuador, que reconoce en la Constitución los derechos de la Naturaleza. En el borrador de normas elaborado hasta ahora por la Convención Constitucional ya se encuentran consagrados los derechos de la naturaleza en diversos artículos, a saber: como un principio que obliga al Estado y a la Sociedad a respetarlos (art. 9, párr. 2) y a desarrollar las ciencias y tecnologías respetando estos derechos (art. 28), como un derecho fundamental de ésta (artículo 6 párr. 3), como una limitación a las competencias de las entidades territoriales autónomas (art. 2, párr. 2), como una obligación de las comunas autónomas, que deberán proteger estos derechos y ejercer las acciones pertinentes en resguardo de la naturaleza y sus derechos (art. 14, párr. 10), bajo el reconocimiento de la naturaleza como un sujeto que tiene derecho a que se respete y proteja su existencia, a la regeneración, a la mantención y a la restauración de sus funciones y equilibrios dinámicos (art. 4), y como una obligación del ejercicio de la función jurisdiccional de velar y promover los derechos de la naturaleza.

Si bien en Chile ya existen varias herramientas de políticas públicas y de derecho que buscan equilibrar actividades sociales y económicas, los derechos de la Naturaleza agregarían una herramienta particularmente fuerte. En este sentido, vemos que las ya existentes han sido superadas por la intensidad y magnitud de la actividad industrial. El cambio climático, el estrés hídrico, la pérdida de ecosistemas, la extinción masiva de especies, y la acumulación de desechos son problemas graves que han crecido bajo el alero de las políticas y leyes ambientales existentes. La evidencia está a la vista de todos, y ha sido documentada por científicos y Naciones Unidas. A pesar de los intentos ―con nuevas tecnologías, mejores procesos productivos, estudios científicos―, las políticas y derechos existentes no han logrado equilibrar la vida con la actividad económica

De esta manera, la necesidad nos obliga a probar nuevas estrategias. Los derechos de la Naturaleza cambian el foco de la discusión: sin Naturaleza no hay economía (ni sociedad) que se sustente. Así, el Derecho y las políticas públicas deben ejercerse desde ese reconocimiento. «Naturaleza», aquí se refiere al conjunto de relaciones ecológicas que sustentan la vida misma en un lugar. Si cada uno en su actividad ―económica, laboral, legislativa, consumidora― tuviera que considerar también los derechos de la Naturaleza a existir, a mantener sus ciclos vitales, y a ser reparada, las decisiones se tomarían desde una postura de respeto y reciprocidad con ella. Así avanzaríamos hacia un equilibrio entre diferentes necesidades e intereses.

Los derechos de la Naturaleza no pueden frenar la economía porque ningún derecho es absoluto. El derecho a la libertad de expresión, por ejemplo, tiene como límite la incitación a la violencia o al odio. Los derechos se limitan también entre ellos, y es tarea de los gobiernos aterrizar los derechos constitucionales ―que incluyen los derechos a la actividad económica, a la propiedad, y muchos otros― en nuevas leyes y reglamentos. En Ecuador esto ha sido lento, pero, en diciembre pasado, el Congreso de ese país reguló la incorporación de los derechos de la Naturaleza a las evaluaciones de impacto ambiental. Hace cuarenta años, cuando las evaluaciones de impacto ambiental se adoptaron por países de todo el mundo, fue también para intentar equilibrar la actividad económica con la protección ambiental. Hubo también quienes temieron que supondría el fin de la actividad económica. Lejos de ello, la economía creció (aunque sin lograr el equilibrio que necesitamos).

La efectividad de los derechos de la Naturaleza en lograr un mejor equilibrio entre la vida y la economía dependerá de nuestros esfuerzos por traducirlos en leyes y reglamentos accionables, y en la vigilancia y rendición de cuentas que instauremos. Cantidades de sujetos inánimes, como empresas o municipios, tienen derechos y voz en las cortes, mientras que tantos otros con vida no tienen ni derechos ni voz. Los derechos de la Naturaleza vienen a reequilibrar esta asimetría de poder que es artefacto de nuestros sistemas legales. Por esto mismo se están discutiendo los derechos de la Naturaleza en treinta países en todos los continentes ―a menudo, a nivel sub-nacional― y en la Convención de Biodiversidad de Naciones Unidas. En Chile tenemos hoy la oportunidad histórica de avanzar en esta materia que es de interés global.



* Publicado en Ciper, 05.05.22 y es una síntesis del libro Derechos de la Naturaleza en Chile: Argumentos para su desarrollo constitucional (Editorial Ocho Libros). Javiera Barandiaran es Ph.D. en Ciencias Ambientales, Políticas y Gestión; Ezio Costa es Doctor en Derecho; y Constanza Gumucio es abogada.

Presentación del libro "Oikonomía. Economía Moderna. Economías" (2da. edición)



Queridas amigas y amigos:

La tregua que nos ha dado el covid-19 nos permitió, ¡por fin!, organizar una presentación con público del Oikonomía. Economía Moderna. Economías (Ed. ONG Werquehue, 512 págs., $14.000, IVA incluido).

La actividad se realizará el miércoles 11 de mayo a las 19:00 hrs. en el Espacio Literario de Ñuñoa, ubicado en Jorge Washington 116 (a un costado de Plaza Ñuñoa y a pasos del Metro Chile-España, Línea 3).

Presentarán el libro:

- Karin Berlien, filósofa y Dra. en Economía.
- Nicolás Gómez, sociólogo y Dr. en Ciencias Sociales.

Modera: Gonzalo Vidueira.

Acceda al Índice e Introducción del libro aquí.

Reseña:
Acerca de la economía, en su doble condición de disciplina "científica" y actividad capitalista de mercado, es posible preguntarse: ¿por qué el lucro (ni siquiera la ganancia) cobró mayor relevancia que el trabajo y la producción?, ¿por qué se le considera una 'ciencia' al modo de las ciencias naturales?, ¿por qué la política terminó siendo puesta a su servicio?, ¿ha sido o es el único sistema de sustento viable, correcto, eficiente o benigno?, ¿es un mero sistema técnico o una proyecto que contiene una cultura con sus ideas, moral e instituciones?
Este libro busca contestar las preguntas antedichas desde una perspectiva crítica, que pone en tela de juicio a la "ciencia económica" y al capitalismo de mercado desde la revisión de sus relaciones con lo ético, religioso, cultural, social, filosófico, político e histórico. Para ello se recurre a una mirada transdisciplinaria que busca romper los rígidos límites y el reduccionismo de la economía dominante, en un momento donde urge una revisión de la economía y de lo económico.

Patrocinaron este libro:

- Federación de Sindicatos del Holding Heineken CCU
- Caritas Chile
- Magíster en Gestión Cultural de la Universidad de Chile
- Magíster en Desarrollo a Escala Humana y Economía Ecológica de la Universidad Austral de Chile
- Escuela de Ingeniería y Ciencias de la Universidad de Chile





Video de la presentación:

El Mercurio provocó el genocidio mapuche


Cornelio Saavedra en parlamento con mapuches.
Saavedra fue nombrado en 1867 comandante en jefe del ejército que invadió y ocupó el territorio mapuche.


Felipe Portales

Durante algunas décadas, luego de la Independencia, el Estado chileno desarrolló una política de búsqueda de integración paulatina y pacífica de los mapuches a la sociedad nacional. Esto fue pensado fundamentalmente a través de creación de escuelas de misioneros, las que fueron aceptadas de muy buen modo por aquellos; y del establecimiento de funcionarios de enlace de las autoridades gubernamentales con las mapuches.

En congruencia con lo anterior se desarrolló una visión muy positiva de los mapuches por parte de los sectores ilustrados chilenos. Así tenemos expresiones como las de Vicente Pérez Rosales, que en la década de 1850 apreciaba a los araucanos como “un pueblo de agricultores que ha dejado atrás el pastoreo para vivir de un modo estable en casas construidas de madera. Cultivan trigos, papas y maíz y algunas plantas útiles a la economía doméstica; trabajan con mucha destreza riendas y lazos, no rehúsan la instrucción, acogen con solicitud a los herreros y envían a sus hijos a las escuelas de los misioneros (…) En suma, son hombres laboriosos y tranquilos” (Jorge Pinto. De la Inclusión a la Exclusión. La formación del estado, la nación y el pueblo mapuche; U. de Santiago, 2000; p. 64).

A su vez, José Victorino Lastarria señalaba en 1846 que el carácter del araucano era el carácter del pueblo chileno, moldeado también por la influencia española y que en la Araucanía había varias “reducciones de chilenos naturales, que sin mezclarse con la población española, mantenían como en depósito sagrado los recuerdos y parte de las costumbres de sus antecesores” (Pinto; pp. 64-5).

E Ignacio Domeyko, luego de varios viajes a la Araucanía, definía el carácter de los “indios” como “afable, honrado, susceptible de las más nobles virtudes, hospitalario, amigo de la quietud y del orden, amante de su patria y por consiguiente de la independencia de sus hogares, circunspecto, serio, enérgico: parece nacido para ser buen ciudadano”. Y su conclusión, que fue trágicamente desoída una generación más tarde, era que “los hombres de este temple no se convencen con las armas: con ellas sólo se exterminan o se envilecen. En ambos casos la reducción sería un crimen cometido a costa de la más preciosa sangre chilena” (Domeyko. Araucanía y sus habitantes; Edit. Francisco de Aguirre, Santiago, 1977 (1° Edición de 1845); p. 112).

Incluso, un enviado especial del Gobierno para evaluar las políticas seguidas al respecto (“Visitador Judicial de la República”) de la talla de Antonio Varas, señalaba en su Informe a la Cámara de Diputados de 1849, respecto de los mapuches, que “someterlos a una autoridad que siempre han mirado como extraña era despojarlos de la independencia que tanto estiman y excitarlos a mirar como odioso el camino para atraerlos al bien” y que “emplear la violencia sería proponer una verdadera conquista, que despertará la altivez guerrera del araucano, hará el triunfo difícil y provocará una situación alarmante para las provincias del sur, mucho más de lo que a primera vista podría imaginarse, sin considerar la carga de injusticia que encerraba una decisión de ese tipo”, por lo que habría “que desarrollar un régimen basado en lo que ya existe” (Pinto; p. 62). Y al año siguiente, en su mensaje anual al Congreso, el Presidente Manuel Bulnes concluía que los indios vivían ya bajo las leyes chilenas, atraídos por medios pacíficos (ver Pinto; p. 63).

¿Qué explica que poco tiempo después se cambiara esta política en 180 grados? Lo primero que hay que tener en cuenta es el condicionante económico. Chile se convirtió a mediados del siglo XIX en un gran exportador de trigo, aumentando de 100 mil quintales en 1850 a 600 mil como promedio en la década de los 60 y a más de un millón en los 70. Esto mismo condujo a un gigantesco aumento en el valor de la tierra. Así, en el valle del Maipo el precio de la hectárea subió de 8 pesos en 1820, a 100 pesos en 1840 y a más de 300 en 1860 (Ver José Bengoa. Historia del pueblo mapuche. Siglos XIX y XX; Edic. Sur, 1985; p. 156). Lo anterior estimuló fuertemente la colonización de Valdivia a Puerto Montt y, luego, que los sectores más ambiciosos de la oligarquía codiciaran las grandes extensiones de tierras poseídas por los mapuches.

También hubo factores políticos relevantes que condicionaron un cambio de actitud. De partida, la división fáctica del país en dos provocada por el territorio virtualmente autónomo de la Araucanía. Factor que explica también porqué la mayoría de los mapuches se alinearon previsoramente con los españoles en la guerra de la Independencia: con los españoles los mapuches disfrutaban de una autonomía consolidada y comprendían que para un inmenso imperio como el español dicha autonomía no representaba ninguna amenaza geopolítica. En cambio, con un Chile independiente, “partido” en dos, todo se volvería incierto y peligroso…

Otros factores políticos, en mayor o menor medida relacionados con el anterior, fueron la conflictiva delimitación fronteriza con Argentina (recordemos que la violenta sujeción de los mapuches allende Los Andes fue coetánea con la chilena; y que para ellos la Cordillera no constituía un límite geopolítico); el alineamiento de los mapuches con el bando “rebelde” en las guerras civiles de 1851 y 1859; y la proclamación del francés Aurelie de Tounens como “Rey de la Araucanía”, la que pudo haber contado con cierto respaldo del gobierno de Napoleón III (ver, en este sentido, a Bengoa, p. 186-9; y a Abdón Cifuentes.-Memorias, Tomo I; Edit. Nascimento, 1936; pp. 104-5).

Pero todo lo anterior requería de un cambio de la mentalidad benévola con los mapuches que la oligarquía chilena había tenido en la primera mitad del siglo. Y en esto jugó un papel clave El Mercurio de Valparaíso, que desarrolló una campaña de años de “satanización” del pueblo mapuche con la finalidad de legitimar el genocidio.

Así, ya el 30 de enero de 1856 se planteaba en dicho diario que el gobierno debía constituirse en el verdadero poseedor de Arauco, “la parte más bella de nuestro territorio, habitada por hordas salvajes” (Pinto; p. 131). El 5 de julio de 1858 se señalaba que “no se trata sólo de la adquisición de algún retazo insignificante de terreno… se trata de formar de las dos partes separadas de nuestra República un complejo ligado; se trata de abrir un manantial inagotable de nuevos recursos en agricultura y minería; nuevos caminos para el comercio en ríos navegables y de pasos fácilmente accesibles sobre las cordilleras de los Andes (…) en fin, se trata del triunfo de la civilización sobre la barbarie, de la humanidad sobre la bestialidad” (Pinto; p. 131).

En 1859 la campaña de El Mercurio arreció. El 11 de mayo se decía que los araucanos “no sólo se oponen a la civilización, por la fuerza de sus pasiones y costumbres materiales con que están brutalmente halagados, sino por sus ideas morales que tienen bastante malicia y cavilosidad para discernir” (Bengoa; p. 178). El 24 de mayo se agregaba que “el araucano de hoy es tan limitado, astuto, feroz y cobarde al mismo tiempo, ingrato y vengativo, como su progenitor del tiempo de (Alonso de) Ercilla; vive, come y bebe licor con exceso como antes; no han imitado ni inventado nada desde entonces, a excepción de la asimilación del caballo, que singularmente ha favorecido y desarrollado sus costumbres salvajes” (Bengoa; p. 178); y que “todo lo ha gastado la naturaleza en desarrollar su cuerpo, mientras que su inteligencia ha quedado a la par de los animales de rapiña, cuyas cualidades posee en alto grado, no habiendo tenido jamás una emoción moral” (Pinto; p. 132).

Posteriormente, el 25 de junio de 1859 se afirmaba que “una asociación de bárbaros, tan bárbaros como los pampas o los araucanos, no es más que una horda de fieras que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en bien de la civilización” (Pinto; p. 132); y el 1 de noviembre de 1860 que “ya es llegado el momento de emprender seriamente la campaña contra esa raza soberbia y sanguinaria, cuya sola presencia en esas campañas es una amenaza palpitante, una angustia para las riquezas de las ricas provincias del sur” (Ibid.; p. 122).

Esta campaña liderada por El Mercurio tuvo como único antagonista --a nivel nacional-- en 1859 a La Revista Católica que en uno de sus artículos (el 4 de junio de 1859) expresaba “que se pide a nuestro gobierno el EXTERMINIO (mayúscula en el original) de los araucanos, sin más razón que la barbarie de sus habitantes y la conveniencia de apoderarnos de su rico territorio, nuestro corazón latía indignado al presentarse a nuestra imaginación un lago de sangre de los héroes araucanos, y que anhela revolcarse en ella en nombre de la civilización, es un amargo sarcasmo en el siglo en que vivimos, es un insulto a las glorias de Chile; es el paganismo exhumado de su oscura tumba que levanta su voz fatídica negando el derecho de respirar al pobre y desgraciado salvaje que no ha inclinado todavía su altiva cerviz para recibir el yugo de la civilización”; y añadía específicamente que “las ideas de El Mercurio sólo pueden hallar favorable acogida en almas ofuscadas por la codicia y que han dado un triste adiós a los principios eternos de lo justo, de lo bueno, de lo honesto; sólo pueden refugiarse en los corazones fríos, sanguinarios, crueles, que palpitan de alegría cuando presencian las últimas convulsiones de una víctima” (Ibid.; p. 140). Sin embargo, de acuerdo a Bengoa, “fue ‘una voz que clama en el desierto’, ya que al parecer hubo cambio de redactores y, a partir del año citado, nunca más se hizo mención a la cuestión de la Araucanía” (p. 182).

En definitiva, el cambio de mentalidad se produjo en la década de 1860. En 1862 el ejército conquistó Angol; en 1866 el Congreso aprobó una ley que despojó de sus territorios a los mapuches, los sacaba a remate público y les “otorgaba” a las familias mapuches títulos de merced sobre posesiones por determinar; y en 1868 aprobó otra ley que aprobó el presupuesto para llevar a cabo la ocupación militar de toda la Araucanía. En el debate parlamentario la principal voz de la gran mayoría fue la de Benjamín Vicuña Mackenna quien en 1864 pedía actuar contra los mapuches como se había procedido en Rusia “en la reducción y civilización de las hordas que poblaban su territorio”; y que en 1868, decía que el indio “no era sino un bruto indomable, enemigo de la civilización, porque solo adora los vicios en que vive sumergido, la ociosidad, la embriaguez, la mentira, la traición y todo ese conjunto de abominaciones que constituyen la vida salvaje”. Para terminar señalando que “el rostro aplastado, signo de la barbarie y ferocidad del auca, denuncia la verdadera capacidad de una raza que no forma parte del pueblo chileno” (Pinto; pp. 144-5).

La ley de 1868 que estipuló la ocupación militar de la Araucanía fue aprobada en la Cámara de Diputados por 48 votos a favor y solo 3 en contra: José Victorino Lastarria, Manuel Antonio Matta y Pedro León Gallo.

Lastarria, al fundamentar su voto señaló que, respecto de la violenta resistencia de los mapuches, “me atrevo a decir a la Cámara que la culpa es nuestra, pues como consta de documentos públicos, se ha mandado tropas a perseguir a los indios, a incendiarles sus casas, a robarles sus mujeres y niños (…) si realmente lo que se quiere es traer esas tribus a la paz, nada más fácil: no hay más que darles confianza de que no se quiere arrebatarles sus propiedades” (Bengoa; pp. 180-1). A su vez, Matta afirmó que lo que más lo alarmaba era la negación de la justicia inherente a la ocupación de las tierras indígenas, y que un plan de este tipo “no traerá otro resultado que el exterminio o la fuga de los araucanos; porque persiguiéndolos por todas partes no tendrán más que perecer víctimas de la superioridad de nuestras armas y número. Entonces, los bárbaros no serán ellos, seremos nosotros” (Pinto; p. 146).

La guerra de conquista fue feroz: “Se incendiaban las rucas, se mataba y capturaba mujeres y niños, se arreaba con los animales y se quemaban las sementeras. Estamos ante una de las páginas más negras de la historia de Chile” (Bengoa; p. 205). Tanto que hasta el principal diario capitalino editorializó el 25 de febrero de 1869: “El Ferrocarril, abogando por lo que ha creído de justicia y por la conveniencia del país, ha sido constante enemigo de la guerra que hoy se hace a los salvajes; guerra de inhumanidad, guerra imprudente, guerra inmoral, que no da gloria a nuestras armas, provecho al Estado, ni prestigio a nuestro pabellón” (Bengoa; p. 223). Sin embargo, “El Mercurio --genio y figura hasta la sepultura-- condenaba los excesos, pero afirmaba la necesidad de la operación que se estaba llevando a cabo” (Ibid.).

En definitiva, como es sabido, triunfaron las posturas lideradas por El Mercurio de Valparaíso, llegándose a una conquista total en 1881. Ella reportó, tanto por las víctimas directas como por las de hambre y epidemias de cólera y viruela que diezmaron a la debilitada población indígena, el exterminio de un 20% de los mapuches de la Araucanía (ver Bengoa; pp. 336-8); y, entre 1884 y 1929, el despojo efectivo de más del 90% de sus tierras (ver Bengoa. El Estado y los mapuches en el siglo XX; Edit. Planeta, 1999; p. 61).

Se cumplió así la trágica profecía de Domeyko: “Los hombres de este temple no se convencen con las armas: con ellas solo se exterminan o envilecen. En ambos casos la reducción sería un crimen cometido a costa de la más preciosa sangre chilena”.



* Este texto es uno de los capítulos del libro Historias desconocidas de Chile. Felipe Portales es sociólogo e investigador independiente.

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