Frivolidad de la derecha




Pablo Azócar


Muchas veces me pregunté por qué Augusto Pinochet, en el mundo entero, aparece en todos los listados de los personajes más perversos de la historia universal de la infamia. La primera respuesta que se me viene a la mente: la crueldad

Pocos regímenes han ejercido una crueldad tan rigurosa, fría y sistemática. El dictador chileno no solo mandó matar a varios de sus amigos y jefes a los que había jurado lealtad eterna, comenzando por el general Carlos Prats, quien lo había aupado y cobijado como se cobija a un hijo, sino que además creó un aparato represivo que recurrió a las sevicias más delirantemente inhumanas de las que se tenga memoria.

A un afamado cantautor le reventaron las manos para que no tocara nunca más la guitarra, a una dirigente estudiantil le plantaron una plancha hirviendo para deformarle la cara, a dos adolescentes los rociaron de parafina y los quemaron minuciosamente de arriba a abajo, a un obrero le martillaron los dedos para que no volviera a ejercer su oficio, a una enfermera le atravesaron las manos con yataganes hasta que se fue desangrando entera, a un campesino de 16 años le reventaron la cara y lo encontraron con la boca llena de excrementos de caballo, a un pianista le fueron arrancando una a una las uñas de las manos, a un dirigente político lo mataron a pausas quemándole el pecho con un soplete. Conocí a una adolescente que estaba embarazada porque la habían violado una y otra vez salvajemente en una cárcel clandestina. Conocí a un niño al que le pusieron electricidad en la entrepierna delante de sus padres para que estos “hablaran”. Conocí a una mujer que era incapaz de tener relaciones sexuales porque le habían metido ratones en la vagina, y a otra que la amarraron para que fuera penetrada por un perro entrenado.

El Informe Rettig y sobre todo el Informe Valech –documentos oficiales del Estado chileno, redactados por autoridades morales y especialistas de todo el arco político–recogen una parte de esas atrocidades. Me armé de valor y leí de principio a fin el Informe Valech, y la experiencia resultó más terrorífica que las peores novelas de terror. En ese informe, sin ir más lejos, hay una lista de más de mil niños que padecieron vejámenes diversos. 

Las personas que redactaron ese informe de espanto recibieron decenas de miles de testimonios, aunque fueron muchísimas las víctimas que no se animaron a hacerlo para no revivir el horror, la humillación y el miedo. 

Destaca el Informe Valech que además millones de chilenos perdieron el trabajo o la vivienda, denigrados, excluidos y acosados, cientos de miles debieron partir al exilio, y muchos de los que se quedaron tuvieron que sobrellevar la estigmatización y la persecución. Algunos fueron detenidos varias veces y debieron cambiar de ciudad. Otros, en sus pueblos, experimentaron el escarnio de tener que convivir con sus propios torturadores. En ese informe pavoroso quedaron registrados más de setecientos regimientos, retenes, comisarías, campos de concentración o cárceles secretas –en todas las regiones del país– donde sucedieron los hechos, con fechas y pormenores.

A pesar de los años transcurridos, los millares de testimonios que recoge el Informe Valech resultan sobrecogedores. 
“Me rompieron las fibras del ano al meterme objetos contundentes”. “Perdí la visión del ojo derecho por golpes de metralleta”. “Entonces un milico se sacó el pene y me obligó a que se lo enderezara con mi boca, después vino el otro y el otro, el último se fue en mi boca, mi vida nunca fue la misma ya que solo tenía 15 años”. “Me aplicaron el ‘teléfono’, golpes al unísono en ambos oídos, reventándome el derecho”. “Me fueron arrancando las muelas sin anestesia”. “Me colgaron de los pies, me hacían comer excrementos y agarraban del cuello delante mío a mi hija de nueve meses diciéndome que la iban a matar”. “Me molieron los riñones con los golpes y aún tengo secuelas”. “Me obligaron a tener relaciones sexuales con mi padre y con mi hermano”. “Me golpearon tanto que perdí la memoria y la visión”. “Nos hicieron desnudarnos, pasando una barra entre los codos y la parte trasera de las rodillas, la sensación era de descuartizamiento”. “Me deshicieron los testículos con la corriente”. “Tengo huellas de quemaduras de cigarro en todo el cuerpo”. “Me destruyeron la vagina, no pude defecar sin dolor durante años”. “Me dejaron ahí y se me gangrenó una pierna”. “Me tuvieron que extirpar el útero y los ovarios por hemorragias internas”. “Hoy tengo una afección cardíaca producto de la corriente que me aplicaron”. “Quedé con un terror que nunca se me fue, paranoia, claustrofobia, angustia”. “Sigo reviviendo una y otra vez lo que padecí en esos días”. “Todavía lloro mientras duermo”.
¿Cómo se mide la inmensidad de ese dolor? ¿Cómo se mide esa humanidad ultrajada tan masivamente y, por lo general, tan anónimamente? ¿Qué cicatrices pueden quedar en la psiquis de un país después de una barbarie de esas dimensiones?

Lo desconcertante es que lo que vino después fue el silencio. El país oficial sencillamente decidió que todo aquello se metiera debajo de la alfombra. En nombre de la “reconciliación” y la estabilidad política, se resolvió simplemente que no se volviera a hablar sobre el asunto

Se clausuró sin ceremonia alguna la heroica Vicaría de la Solidaridad, se canceló de la historia oficial al Cardenal Raúl Silva Henríquez, se escondieron a conciencia el Informe Valech y el Informe Rettig y los cientos de miles de testimonios, no hubo políticas de reparación, y la prensa casi no volvió a hablar sobre el asunto. Que los familiares se las arreglaran como pudieran. Como en las maldiciones bíblicas, se quedaron a solas con ese quiste los hijos y los nietos y los bisnietos.

Medio siglo después, están a la vista las consecuencias. Todavía hoy hay numerosos políticos y parlamentarios que siguen endiosando a Pinochet y negando que existiera aquel horror dantesco. Las fuerzas armadas continúan rehusándose a revelar el paradero de más de mil desaparecidos, una palabra que se instaló en el léxico universal a partir de los regímenes militares chileno y argentino. El líder ultraderechista José Antonio Kast, que aparece ahora como favorito en las encuestas para las próximas elecciones presidenciales, se declaró “amigo personal” y participó en homenajes al militar Miguel Krassnoff, uno de los torturadores más sanguinarios, condenado a más de 900 años de cárcel por múltiples casos de violaciones a los derechos humanos. 

La derecha política chilena no se ha “despinochetizado”. Ni atisbos de mea culpa, ninguna señal de haber dimensionado de verdad la salvajada que fue la política de exterminio emprendida por el Estado chileno en aquellos años. Líderes, intelectuales y dirigentes siguen hablando de “caídos de lado y lado” y sosteniendo que solo se trató de ciertos “excesos”.

Cuando el presidente Gabriel Boric otorgó en julio en España una distinción honorífica al jurista Baltazar Garzón -quien hizo que Pinochet fuera detenido en 1998 en Londres en nombre de la justicia universal de las Naciones Unidas-, la derecha chilena reaccionó escandalizada y presentó un reclamo formal ante la Cancillería. “El reconocimiento a Garzón es una vergüenza”, dijo un diputado. “Es una provocación”, dijo otro. No perdonan a Garzón: no le perdonan haber mancillado la figura del “tata” Pinochet. Todo esto no es privativo de la derecha: se ocultó todo durante tantos años, se clausuró tan sistemáticamente esa memoria, que hoy día sale gratis el negacionismo, o relativizar los hechos, o aplicar el viejo sistema de los empates.

La paradoja es terrible: Chile es probablemente el único país del mundo en el cual no existe conciencia aún de lo monstruoso que fue el régimen de Pinochet. Se corrieron todos los límites imaginables del bien y del mal, ni Calígula ni Nerón llegaron a extremos semejantes. 

Los alemanes se han dedicado durante décadas, día a día, mes a mes, año a año, a recordar el holocausto hitleriano, en películas y ensayos y novelas, en fotografías y cuadros y monumentos, en museos y ceremonias y memoriales. El holocausto chileno, en cambio, ni siquiera tiene nombre. Esa es la frivolidad que se instaló con el peso de la noche, una frivolidad que continúa campeando hoy, como si nada nunca hubiera sucedido.



* Publicado en La Tercera, 11.09.23.

El asesinato de Chile




El historiador Eric Hobsbawm, en un análisis publicado apenas nueve días después del Golpe, subraya la influencia de Estados Unidos —su necesidad de supremacía en América Latina—, se pregunta cuántos chilenos caerán “víctimas de la venganza de su propia clase media” y, con una claridad meridiana, les dice a quienes se preguntan qué otra opción tenía Chile: “La respuesta es simple: no hacer un Golpe”.


Eric Hobsbawm


El asesinato de Chile se había esperado durante tanto tiempo y la agonía de los últimos meses de Allende ha sido tan cubierta por la prensa, que todos los que viven de aparecer en los medios ya pronunciaron sus responsos; con la excepción de Washington, que mientras escribo continúa manteniendo un elocuente silencio. Incluso el Partido Laborista, que mostró el mismo interés por la socialdemocracia en Chile —mientras estuvo viva— que por los asuntos corrientes de Afganistán, ha llorado su muerte con algunas lágrimas oficiales. Esto es temporalmente embarazoso para los asesinos, cuyo modelo fue una contrarrevolución mucho menos publicitada, la que por cierto produjo la mayor masacre que se registre en la posguerra: la de Indonesia, en 1965[1].

Antes del Golpe, los jóvenes reaccionarios habían pintado “Yakarta” en los muros de Santiago; y ahora los militares chilenos les están diciendo a los televidentes cuán exitosa ha sido Indonesia desde entonces en atraer el capital extranjero. No habrá ningún problema para atraer el capital extranjero. Nadie sabrá siquiera cuántos chilenos caerán víctimas de la venganza de su propia clase media, pues la mayor parte de las víctimas será el tipo de chilenos de quien nunca nadie oyó hablar más allá de su fábrica, su población o su pueblo. Después de todo, cien años después de la Comuna de París, todavía no conocemos con precisión cuántas personas murieron en la masacre que acabó con ella.

El principal problema con las condolencias públicas es que muy pocos de sus autores estaban realmente interesados en Chile. La tragedia de este pequeño y remoto país es que, como España en los años treinta, su proceso político resultó ser de importancia mundial, ejemplar y, desafortunadamente, desprotegido. Se volvió un test, un caso de estudio.

Los americanos [estadounidenses] sabían perfectamente que el experimento no era acerca de si el socialismo podía sobrevenir sin una insurrección violenta o una guerra civil, sino sobre algo mucho más simple: para ellos el asunto era, y sigue siendo, la permanencia de su supremacía imperialista en América Latina. En los cinco últimos años este dominio ha comenzado a verse erosionado por una serie de regímenes políticos, no solo Chile sino también Perú, Panamá, México y más recientemente, con el triunfo de Perón, Argentina. 

Más que Allende, se habría apostado que Perón iba a ser quien finalmente atrajera hacia sí un golpe de Estado. Estados Unidos se había confiado, con buenas razones, en que un lento estrangulamiento de la economía acabaría con el experimento socialista en Chile, que siempre fue un país con una deuda externa en permanente escalada, costos de importaciones en rápido ascenso y una sola materia prima para vender, el cobre, cuyo precio se derrumbó en 1970 y se mantuvo bajo los dos años siguientes. Pero hoy los americanos [estadounidenses] sienten que ya no pueden esperar. En cualquier caso, las continuas entregas de armas a las Fuerzas Armadas chilenas muestran que Estados Unidos siempre tuvo en mente la posibilidad de un Golpe[2].

Para el resto del mundo, Chile era un experimento más bien teórico sobre el futuro del socialismo. Tanto a la derecha como a la ultraizquierda les preocupaba probar que el socialismo democrático no es algo que pueda funcionar. Sus obituarios, por lo tanto, se han concentrado en probar cuánta razón tenían. Para ambos bandos la culpa es de Allende.

La debilidad y los errores de la Unidad Popular de Allende fueron, sí, graves. Pero antes de que la mitología decante y solidifique en moldes inmóviles, dejemos tres cosas en claro. La primera y más obvia es que el gobierno de Allende no se suicidó sino que fue asesinado. Lo que acabó con él no fueron los errores políticos y económicos ni la crisis financiera, sino la metralla y las bombas. Y para aquellos comentaristas de la derecha que se preguntan qué otra opción les quedaba a los opositores de Allende más que un Golpe, la respuesta es simple: no hacer un Golpe.

En segundo lugar, el gobierno de Allende no era un experimento de socialismo democrático, sino un intento de la burguesía de atenerse a la legalidad cuando la legalidad y el constitucionalismo no servían ya a sus intereses. La Unidad Popular no tuvo el tipo de poder constitucional que el Partido Laborista ha tenido, y malgastado, cuando ha sido gobierno. Tenía a un presidente legalmente elegido por un pequeño margen de votos, que enfrentaba a un Poder Judicial hostil y a un Congreso controlado por sus enemigos, que le impidieron aprobar cualquier proyecto de ley, excepto si la oposición lo autorizaba. Allende no operó con un poder constitucional, sino meramente con los recursos que su ingenio le permitió obtener de su posición como mandatario legítimo (aunque constitucionalmente baldado). La mayor parte de esos recursos se habían agotado a fines del primer año de gobierno. Incapaz de obtener el control en las elecciones parlamentarias de este año, no había forma de obtener mucho más por los medios constitucionales.

Pero ¿y por medios inconstitucionales? Este es el tercer punto al que quería hacer referencia, y es que la opción de “revolución” antes que “legalidad” no era realmente una opción. Ni militarmente ni en términos políticos estaba la Unidad Popular en posición de imponerse en un torneo de resistencia física. 

Sin duda, Allende detestaba la idea de la guerra civil, como cualquier adulto con experiencia histórica, sin importar lo convencido que se esté de que a veces es necesaria. Pero si hizo todo lo que estuvo en su poder para evitarla fue porque creía que su bando sería el perdedor, e indudablemente tenía razón. 

Fue el otro bando el que trató de provocar una prueba de fuerza, y, por cierto, lo hizo echando mano de los métodos tradicionales de la clase obrera, con efectos devastadores. Las huelgas nacionales de los camioneros fueron diseñadas no simplemente para paralizar la economía, sino para enfrentar al gobierno con una decisión incómoda, la coerción o la abdicación, y de este modo, obligar a los militares a abandonar su postura de neutralidad política. Porque los reaccionarios sabían que si los militares debían elegir entre identificarse con la izquierda o con la derecha, lo harían con la derecha. Las huelgas fallaron el último otoño, pero tuvieron éxito este verano.

Contra este estado de cosas, Allende solo contaba con la amenaza de la resistencia. En efecto, preguntó al otro bando si estaba preparado para embarcarse en una fea y, a largo plazo, incontrolable guerra civil. Probablemente calculó mal la reticencia de la burguesía chilena a esa opción. En general, la izquierda ha subestimado el temor y el odio de la derecha, la facilidad con que los hombres y mujeres bien vestidos adquieren el gusto por la sangre. Pero como los acontecimientos han mostrado, la resistencia de la izquierda estaba organizada. Solo el tiempo dirá si estaba organizada lo suficientemente bien. Quizás, no. Pero a diferencia de la izquierda brasileña en 1964, la izquierda chilena ha caído luchando[3]. Y si el país va a entrar ahora en un periodo de oscuridad, nadie puede albergar la menor duda acerca de quién apagó la luz.

¿Qué podría haber hecho Allende? Es un difícil momento para llevar a cabo una investigación sobre los posibles errores de esos hombres y mujeres valientes, muchos de los cuales están muertos o lo estarán pronto. 

Yo no quisiera en ningún caso unirme a aquellos que hoy rondan la tumba de Allende con carteles donde se lee, convenientemente escrito de diversas formas, “Te lo dije”. Ni siquiera es fácil, en este instante, distinguir entre lo que fue un error y lo que no lo fue, entre asuntos que no estaban bajo el control de los chilenos (como el mercado del cobre), asuntos que teóricamente podrían haber sido de otro modo, pero que en la práctica eran inmodificables (por ejemplo, la parálisis de la política a raíz de las rivalidades al interior de la Unidad Popular), y políticas que sí podrían haber sido diferentes. No hay duda de que la apuesta económica del régimen de Allende —y fue siempre una apuesta contra todas las previsiones— fue un fracaso.

Personalmente no creo que hubiese mucho que Allende hubiera podido hacer después de, digamos, principios de 1972, excepto hacer hora, asegurar la irreversibilidad de los grandes cambios que se habían logrado concretar y con suerte, mantener un sistema político que le diera a la Unidad Popular una segunda oportunidad más tarde. En el curso de un solo periodo presidencial no había modo de construir el socialismo, y Allende lo sabía y no prometió hacerlo. 

En cuanto a los últimos meses, es casi seguro que no había prácticamente nada que él pudiera hacer. Por trágicas que sean las noticias sobre el Golpe, era un hecho esperado y que se había predicho. No fue una sorpresa para nadie.


NOTAS del Blog:

[1] Entre 1965 y 1966, en el contexto de un golpe de estado de militares encabezados por el general Suharto contra el presidente Sukarno, apoyados por Estados Unidos e Gran Bretaña, se persigió y exterminó a militantes del Partido Comunista. Asimismo a "sindicalistas, hinduistas, cristianos, musulmanes moderados y a la minoría china". Se especula de entre 500 mil a 2 millones de personas asesinadas. Sobre la masacre el titular de este blog se permire recomendar el documental "The act of killing" (2012) del realizador Joshua Oppenheimer.

[2] Lo que el llamado Informe Church del propio Senado de Estados Unidos confirmó ya en 1975.

[3] A pesar de cierta resistencia, acá se muestra más el voluntarismo del autor que su información. A menos que se refiera a la resistencia de Allende en La Moneda.



* Publicado en Revista Santiago, 09.09.23. Originalmente se publicó en New Society (20.09.73).

(In)Humanidad derechista




La Cámara de Diputadas y Diputados les rindió un homenaje a diputados DDDD. Los derechistas, apenas comenzó el homenaje, hicieron un punto político al retirarse, sin ninguna discreción, de la sala.


Daniel Matamala


Carlos Lorca era el mayor de cinco hermanos, hijo de una profesora normalista y de un vendedor. Se tituló de médico siquiatra. Le gustaba jugar ajedrez, la música de Serrat y los Beatles. “Había una bondad sobrecogedora en Carlos, una risa como la de los niños, auténtica y verdadera”, recordaría tiempo después su amigo Ennio.

Tenía 30 años y un hijo.

Vicente Atencio provenía de la quebrada Los Chacayes, cerca de Los Andes. Fue pirquinero en el sur, obrero del salitre en el norte, y trabajador de la construcción en Arica. “Un hombre alegre, un hombre consecuente, un hombre humilde”, recordaría tiempo después su sobrina nieta Lenina.

Tenía 47 años y cuatro hijos.

Luis Gastón Lobos nació en Río Bueno y creció en Valdivia, donde estudió en el Instituto Comercial y se tituló de contador. En Pitrufquén se casó y se convirtió en bombero. “Se ponía a cantar, o se iba silbando, y yo le decía “¡pero papá!” y él se moría de la risa. Le gustaba mucho jugar”, recordaría tiempo después su hija Marianela.

Tenía 46 años y cinco hijos.

“Tenía”. El pretérito imperfecto en estos casos es muy imperfecto. Sabemos la edad que tenían Carlos, Vicente y Gastón la última vez que fueron vistos con vida. Pero no sabemos exactamente cuánto sobrevivieron. Cuánto duraron sus tormentos en esas mazmorras del horror donde la palabra “tortura” tenía significados que ni siquiera queremos imaginar. Por eso elegimos el eufemismo sobre la descripción, la palabra fría sobre el detalle horrible. “Apremios ilegítimos”. “Torturas”. “Violaciones de los derechos humanos”.

Carlos, Vicente y Gastón tuvieron vidas disímiles, casi opuestas. Vivieron en distintos puntos del país, en oficios con tan poco en común. Cuando se interesaron por la política, militaron en diferentes partidos. Carlos fue socialista. Vicente, comunista. Gastón, radical.

Sus vidas se cruzaron por vez primera el 11 de marzo de 1973, cuando fueron elegidos diputados. Carlos, por Valdivia. Vicente, por Arica e Iquique. Gastón, por Temuco. Seis meses después, la dictadura cerró el Congreso y la cuenta regresiva de sus vidas comenzó.

Gastón fue el primero en caer. Lo arrestaron dos días después del golpe. Le cortaron el pelo al rape y lo dejaron con arresto domiciliario. El 5 de octubre lo detuvieron de nuevo. “Dijo que nos quedáramos tranquilos, que él ya iba a volver”, recuerda su hija Marcela, entonces de 11 años. “Pasé muchos años esperando que tocara la puerta y que volviera”. Tras seis días de arresto en Temuco, un fiscal firmó el documento que lo dejaba libre por falta de méritos. Pero en vez de liberarlo, lo hicieron desaparecer.

Carlos fue el siguiente. Agentes de la DINA se lo llevaron el 25 de junio de 1975, desde una casa en calle Maule, Santiago, y lo subieron esposado a un Fiat 125 rojo. Fue visto en Villa Grimaldi, antes de que se perdiera su rastro para siempre.

A Vicente, la DINA se lo llevó la mañana del 11 de agosto de 1976. Lo trasladaron a Villa Grimaldi. Su cuerpo apareció por casualidad. En 1990, mientras se excavaba un terreno en el Fundo Las Tórtolas de Colina, que había pertenecido al Ejército hasta 1980, encontraron sus restos y los de otras dos personas en fosas clandestinas.

Hay una tumba con el nombre de Vicente. No las hay con los nombres de Carlos y Gastón.

Este miércoles [06.09.23], la Cámara de Diputadas y Diputados les rindió un homenaje. Se recordaron sus cualidades humanas, su trabajo como parlamentarios y su legado. Mientras ello ocurría, el hemiciclo estaba semi vacío. Muchos parlamentarios se ausentaron. Otros, apenas comenzó el homenaje, hicieron un punto político al retirarse, sin ninguna discreción, de la sala.

Han sido días oscuros para Chile. Lejos de ser el hito que permitiera restañar heridas y sellar un compromiso con los valores democráticos y humanistas, estos 50 años nos han retrotraído a un escenario que creíamos ya superado: la justificación del golpe, la relativización del horror, el contexto usado como excusa, como atenuante, como justificación.

El exministro del Interior Víctor Pérez ha llegado a decir que los torturados, los asesinados, los desaparecidos, “fueron víctimas, sí, pero pudieron ser victimarios”.

El “sí, pero…” convertido en discurso político.

Parte de la responsabilidad es del gobierno, que nunca encontró el tono ni la estrategia para este hito. Tres ministros de Culturas y un asesor presidencial pasaron en este año y medio, con eventos que se organizaban y luego se cancelaban, y un presidente que, cual Hamlet, ventilaba dudas existenciales sobre su rol al mando de esta conmemoración.

Al final, el mayor logro fue mínimo: que los cuatro expresidentes, junto al actual mandatario, firmaran una declaración con un par de lugares comunes sobre la democracia. La firma no tuvo solemnidad, ya que no se logró que los expresidentes participaran en el acto del 11 en La Moneda.

Los partidos de derecha ni siquiera accedieron a firmar una declaración en la que ningún demócrata podría identificar un solo punto cuestionable. Primó el miedo a verse “blandos” ante el extremismo de los republicanos. Una derecha secuestrada por el pinochetismo más agresivo obliga a mirar con escepticismo el futuro de la democracia.

Pero lo ocurrido en la Cámara de Diputados demuestra que el problema no es sólo político. Es más profundo: es humano.

Deshumanizar al adversario está en el ABC de las dictaduras genocidas. Lo hicieron los nazis con los untermenschen (subhumanos), y el pinochetismo con los humanoides.

Lo hacían para apagar la humanidad. Esa luz al fondo del corazón, que nos avisa que, sin importar cuáles sean las diferencias entre nosotros, todos somos humanos.

Por eso, un hombre asesinado merece un homenaje. Y un homenaje impone presencia, silencio y respeto.

Empatía por el dolor de sus familiares y amigos, presentes en las tribunas. Recogimiento por quien fue un colega como parlamentario, pero antes que eso, un ser humano que cantaba, que jugaba ajedrez, que apagaba incendios, que reía con sus hijos. Un ser humano que amó y sufrió.

No debemos dejar que esa luz se apague. Porque si perdemos la humanidad, entonces lo habremos perdido todo.



* Publicado en La Tercera, 09.09.23.

La economía chilena en dictadura y en los gobiernos democráticos




El efectivo desempeño de la economía chilena durante la dictadura (1973-89) es contrastado con el desempeño durante los gobiernos de la Concertación (1990-2009), terminando con una breve mención de los resultados en los dos gobiernos recientes (desde 2010).


Ricardo Ffrench-Davis


La economía en la dictadura

Toda política puede tener efectos positivos y negativos. En el caso de las reformas económicas neo-liberales de la dictadura de Pinochet el balance es netamente negativo. No obstante, sin duda, tuvo varios logros beneficiosos para la evolución futura de la economía. El exitoso dinamismo exportador, cierto orden fiscal, control de la hiperinflación que había heredado en 1973, y recuperaciones de la actividad económica; estos logros fueron acompañados de dos graves recesiones, baja inversión productiva y alta inversión especulativa, profundización de la desigualdad, excesos de importaciones (con déficits en las cuentas externas insostenibles), desindustrialización, deterioro de la educación y de la inversión pública en salud, y elevado desempleo.

En resumen, los resultados netos fueron mediocres en lo económico y muy regresivos en lo social. En efecto, el ingreso por habitante de Chile, en 1973 (al inicio de la dictadura) era 28% del de los estadounidenses; en 1989 (al final de la dictadura) había disminuido a 25%. Por lo tanto, entonces, Chile no se acercó al mundo desarrollado (EEUU, UE, G-7) sino que se alejó en esos 16 años. En agudo contraste, en democracia, hacia 1997 (en 8 años), Chile había progresado a 34%. Posteriormente, siguió avanzando pero más lento; ahora (20 años después), está en 41%.

En dictadura, a veces el PIB aumentó 6% anual y hasta 9%, pero en otros cayó 14% o 17%. El mito de éxito se basa, en mucho, en considerar solo las recuperaciones ignorando las caídas. La realidad es que el promedio anual, contando recuperaciones y recesiones, fue de solo 2,9%, y una vez ajustado por el alza de la población (de 1,6% anual) entrega la mencionada caída frente al PIB por habitante de los EEUU desde 28% a 25%.

En lo social, el salario mínimo real era menor en 1989 que en 1981 y en 1974; y la brecha entre ricos y pobres se había agrandado, agravada en la primera mitad de la dictadura y peor aún en la segunda mitad (quintil rico con ingreso 20 veces el ingreso del quintil más pobre versus 12 a 13 veces en los 60s), el desempleo más que duplicó la tasa de desocupación de los 60's.

El empleo y el crecimiento económico están asociados a la inversión productiva (maquinarias y equipos y construcciones). Estas inversiones fueron menores en los 70's y 80's que en los 60's (20% del PIB versus 16%): los empresarios no “votaban” en el mercado por el gobierno pues preferían comprar empresas privatizadas en vez de crear nuevas. El balance neto de las reformas neo-liberales, al final no es pro-desarrollo sino más bien pro-especulación y pro-desigualdad.


La economía en democracia pos dictadura

El desempeño de la economía mejoró notablemente en democracia. Distinguimos dos etapas. Los primeros años de democracia y desde 1999. En 1990-98 la economía creció 7,1% anual, record no repetido. La tasa de inversión aumentó persistentemente desde 1991 hasta 1998, sustentando ese elevado crecimiento y el aumento del empleo. Destaco dos de los hechos sobresalientes de este periodo.

i) Es notable que los empresarios privados invirtiesen mucho más en los 90's que en 1973-89, en circunstancias que el gobierno del Presidente Aylwin debutó reponiendo el impuesto a las utilidades que había eliminado Pinochet desde el año del Plebiscito del No en 1988 y también reponiendo derechos laborales que se habían ido eliminando en el curso de la dictadura. Una eficaz acción económica y política demostró que es consistente con avanzar en una mayor carga tributaria y en los derechos laborales, ambos ingredientes esenciales de las economías más desarrolladas (el crecimiento es sostenible, entre otros, cuando se avanza en derechos sociales y económicos y en la producción de bienes públicos que requieren ingresos fiscales).

ii) El gobierno democrático también introdujo reformas sustanciales en el manejo de la macroeconomía, para lograr que se evitaran desequilibrios que conducen a grandes recesiones como aconteció durante la dictadura, en 1975 y 1982. Desde 1990 se procuró que se mantuviera a) una demanda agregada o total consistente con la evolución de la capacidad productiva que fue elevándose sobre 7% por año, b) que no se produjeran déficits en las cuentas externas; c) al mismo tiempo fue reduciendo la enorme deuda fiscal heredada de la dictadura. Para esto, que se denomina macroeconomía para el desarrollo, se regularon los flujos financieros y especulativos provenientes del exterior (se denominó “el encaje sobre flujos financieros”) y se manejó el tipo de cambio procurando mantener cierto equilibrio entre exportaciones e importaciones (se llama “flexibilidad administrada del tipo de cambio”). Gracias a esto, durante la próxima crisis de América Latina, que tuvo lugar en 1995, de los tres países más organizados y en progreso entonces —Argentina, México y Chile— los dos primeros sufrieron una grave recesión (México se contrajo 7% con acentuada desigualdad), mientras Chile creció sobre 7%, con alto empleo y mejoras de salarios.

El crecimiento fuerte llegó a la población. Se redujo la pobreza, el salario mínimo aumentó 63% en 1990-98 (recuérdese, que ese salario era menor en 1989 que en 1981 y que en 1974). La desigualdad aún campeaba, pero reducida y con una baja sustancial en la pobreza (de 45% en 1987 a 22% en 1998).

Desde 1999, la velocidad del progreso se redujo. Entre 1999 y 2001 hubo un cambio radical en la política macroeconómica. El Banco Central declaró libre el flujo de capitales financieros y liberó totalmente el tipo de cambio. Desde entonces, la actividad económica recibió libremente los altibajos de los mercados financieros internacionales, sufriendo shocks desestabilizadores del exterior en 1999-2002, 2008-2009 y 2013-17; en el curso de 2 decenios, solo en 2007 y 2012-13, el PIB efectivo estuvo cerca del PIB potencial. El anterior 7,1% fue reemplazado por una cifra inferior a 4%. Cifra, sin duda, aún respetable, pues le permitió seguir acortando distancia con los países desarrollados. Pero, el progreso en lo laboral y en la distribución del ingreso se debilitó; por ejemplo, ahora el ingreso mínimo aumentaba 3,1% en vez de 5,5% anual.

Estas tres diferentes velocidades dan cruciales lecciones para recuperar velocidad en el futuro.

Como la dictadura tuvo dos mitades bien diferenciadas: en la primera se impusieron las principales reformas neo-liberales y en la segunda mitad las reformas se moderan o algunas se corrigen; presentamos, también, un corte en los años de democracia en 1997. 

Con todo, el contraste es notable. Por ejemplo, el crecimiento por habitante promedió 1,3% en la dictadura y en este lapso de 16 años de democracia creció 4,1%. 

Es evidente que las mejoras sociales en democracia y los retrocesos en dictadura están asociados en parte al diverso ritmo de crecimiento. Este es esencial para la inclusión, y crecimiento e inclusión se auto-refuerzan. El neoliberalismo es mediocre en ambos componentes del desarrollo económico.



* Publicado en la sección Noticias del sitio de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, 04.04.19. Para detalles de cifras e interpretaciones ver del autor su libro Reformas económicas en Chile, 1973-2017, Taurus, 2018.

El golpe militar contra Salvador Allende visto por un general chileno




En el contexto de los 50 años del derrocamiento de Salvador Allende, el libro Un ejército de todos, del general retirado Ricardo Martínez Menanteau, comandante en jefe del Ejército de Chile entre 2018 y 2022, antes de su presentación ya desató revuelo en las cúpulas castrenses del país sudamericano, que nunca admitieron responsabilidad en ese capítulo atroz.


Aun antes de su presentación oficial, el libro Un ejército de todos, escrito por el general retirado Ricardo Martínez Menanteau, comandante en jefe del Ejército de Chile entre 2018 y 2022, ya desató el revuelo en las cúpulas castrenses de ese país. El 50 aniversario del golpe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende y entronizó la cruenta dictadura de Augusto Pinochet es un momento delicado para la convivencia entre los mandos civiles y los estamentos castrenses que jamás han reconocido la responsabilidad de los militares en ese capítulo atroz de la historia chilena.

El Cuerpo de Generales y Almirantes, formado por generales en retiro, le envió hace unos días una misiva al presidente Gabriel Boric para manifestar que las actividades conmemorativas del 11 de septiembre “están provocando mayor división en los connacionales” y afirma: “no podemos quedarnos en un silencio culposo ante tanta agresividad y denostación a las fuerzas militares y policiales que efectivamente tuvieron participación –aunque no buscada ni deseada– en el quiebre institucional del año 1973″, el cual “pareciera que el señalado quiebre lo hubiesen llevado adelante unilateralmente las FF.AA., olvidándose que sus causas jamás se generaron en los cuarteles”.

Para mayor disgusto de sus compañeros de armas, Martínez Menanteau –un hombre que a los 15 años de edad ingresó al Ejército y que salió de él tras ejercer su jefatura máxima– lanzará este martes, en el Aula Magna de la Universidad Católica, en Santiago, un libro singular, “concebido originalmente como un documento destinado a rescatar y fortalecer el ethos militar dentro de la institución armada” y que “pretende revalorizar la imagen del Ejército ante la ciudadanía” y “contribuir, a 50 años del quiebre de nuestra convivencia nacional, al indispensable reencuentro de todos los chilenos”, según se lee en la reseña del volumen. Sin embargo, Un ejército de todos aporta un reconocimiento crudo y sin precedentes, formulado desde el interior de las Fuerzas Armadas, de algunas de las más graves violaciones perpetradas por los uniformados a los derechos humanos, a la legalidad y al pundonor militar.

Por la relevancia y el interés de esta mirada única, en vísperas del 50 aniversario del cuartelazo del 11 de septiembre de 1973, La Jornada ofrece a sus lectores, en exclusiva para México, algunos pasajes de Un ejército de todos, con la amable autorización de JC Sáez Editor.


Asesinato del general Schneider

En mayo de 1970, el Comandante en Jefe [general René Schneider] difundió una política que debía guiar la conducta del Ejército. Era la continuación de la mirada histórica institucional consistente en respetar la Constitución de la República, que la prensa hasta el día de hoy ha denominado “doctrina Schneider”. En ella se reiteraba un precepto fundamental del Ejército, cual era respaldar y respetar la carta fundamental del país.

Consultado el Comandante en Jefe sobre lo que sostenían dichas candidaturas, señaló: “Nuestra doctrina y misión es la de respeto y respaldo a la Constitución Política del Estado. De acuerdo con ella, el Congreso es dueño y soberano en el caso mencionado y es misión nuestra hacer que sea respetado en su decisión” (entrevista en el diario El Mercurio, 8 de mayo de 1970).

Este compromiso con la Constitución le costó la vida. Dos días antes de que el acuerdo entre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular tuviera lugar para elegir en el Congreso Pleno a Salvador Allende, el 22 de octubre de 1970, mientras el Comandante en Jefe del Ejército se dirigía a su trabajo, un grupo de individuos de extrema derecha rodearon el vehículo disparando en múltiples ocasiones sobre el general, quien falleció días después en el Hospital Militar, dada la gravedad de sus heridas.

En el asesinato del general Schneider hubo participación de civiles y de militares en servicio activo y en retiro, los que habrían contado con el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos.

Sobre la participación de esta entidad extranjera, se puede señalar que el 18 de octubre de ese año, hubo comunicaciones que daban cuenta del embarque de armas y municiones desde Estados Unidos que llegaron a la embajada de ese país en Chile para ser usadas en el secuestro del Comandante en Jefe del Ejército.

En una de las notas de la CIA, se indicaba que “neutralizar a Schneider será un prerrequisito clave para el golpe militar, ya que él se opone a cualquier intervención de las Fuerzas Armadas para impedir la elección constitucional de Allende”.

Las armas proporcionadas por la CIA habrían sido entregadas a un grupo de oficiales chilenos liderados por los generales Camilo Valenzuela y Roberto Viaux, quienes tuvieron los principales roles en la planificación y conducción del grupo que atentó y dio muerte el general Schneider.


Nombramiento del general Prats como Comandante en Jefe

Tras el asesinato de Schneider, el Presidente Frei Montalva nombró a quien le seguía en antigüedad, el general Carlos Prats, decisión que posteriormente fue ratificada por el presidente Allende.

Es importante señalar que, producida la elección de septiembre de 1970 y en el lapso anterior a su asesinato, los generales Schneider y Prats más los comandantes en jefe de la Armada y Fuerza Aérea, fueron autorizados por el Presidente de la República y su ministro de Defensa, para prestar asesoría técnica a los grupos parlamentarios que negociaban la reforma constitucional conocida como “Estatuto de Garantías Democráticas”, que estableció en su artículo 22 que “la fuerza pública está constituida única y exclusivamente por las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros, instituciones esencialmente profesionales, jerarquizadas, disciplinadas, obedientes y no deliberantes. Sólo en virtud de una ley podrá fijarse la dotación de estas instituciones. La incorporación de estas dotaciones a las Fuerzas Armadas y a Carabineros sólo podrá hacerse a través de sus propias escuelas institucionales especializadas, salvo la del personal que deba cumplir funciones exclusivamente civiles”.

Esta reforma recogía dos objetivos consustanciales a los ejércitos del mundo: la defensa del monopolio del empleo de las armas y la preocupación por la carrera profesional que supone su inicio y formación en las escuelas matrices.

El asesinato del general Schneider fue un triste y luctuoso hecho y un agravio al ethos militar. Quedó en evidencia que cuando militares de alto rango pierden las referencias éticas y conspiran con activistas políticos fanatizados por causas fundadas en un patriotismo errado, a final de cuenta será el Ejército el que sufrirá un perjuicio muy difícil de reparar. Un oficial general está siempre enseñando a su tropa y es un faro que ilumina, aunque no se dé cuenta. Su ejemplo es referencia y en este caso fue una vergüenza para la institución, aunque el crimen en sí haya sido materializado por civiles.

Este deleznable asesinato no sólo truncó la existencia de un Comandante en Jefe en ejercicio, sino que también destruyó la vida de un soldado ejemplar en el respeto y la defensa de las instituciones democráticas de la República.

Ante este crimen, también es reprochable que en los años posteriores los mandos institucionales no honraran su memoria, sin explicación alguna. Se debió esperar hasta el término del gobierno militar para que paulatinamente su nombre fuese puesto en el sitial de relevancia que le correspondía. Su figura fue reivindicada políticamente por sectores que defendían posiciones opuestas, lo que seguramente debe haber influido en esta inacción institucional.


Incorporación de militares a los gabinetes políticos

Producto de la grave crisis política, económica y social que se comenzó a vivir durante el gobierno de la Unidad Popular, el Presidente Allende, en un intento de revertir la situación, designó un gabinete que integraba a miembros de las Fuerzas Armadas, conocido como “cívico-militar”. Meses después, organizó un gabinete llamado de “seguridad nacional” con los comandantes en jefes institucionales. Su misión consistía, centralmente, en controlar las acciones subversivas que se estaban llevando a cabo y recuperar el orden público.

Con esta decisión presidencial, apoyada por algunos adherentes de la Unidad Popular e impugnada por otros, se les reconocía de hecho a las Fuerzas Armadas, una vez más en la historia del país, un rol de garantes de la normalidad institucional, que no era otra cosa que confirmar el ya aludido rol latente, toda vez que con esta medida se les volvía a involucrar en la coyuntura política, después de cuarenta años de ejercicio estrictamente castrense y de marginación de la política contingente.

Sin embargo, la participación de las Fuerzas Armadas no fue sólo de carácter ministerial, ya que también se extendió a las empresas estatales. En efecto, en alrededor de cuarenta organismos, como la CORFO, la Comisión de Energía Nuclear y otros, hubo representación militar. En abril de 1972, el comandante de la II División de Ejército, general Orlando Urbina, tuvo la responsabilidad de organizar la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD III) en Santiago, mientras otros oficiales eran designados interventores en complejas situaciones.

La participación militar en el gobierno de la Unidad Popular ha tenido dos lecturas dentro de la institución castrense: una, que le otorga un rol deliberante a las Fuerzas Armadas al colocar a los comandantes en jefe y oficiales generales en funciones ministeriales, y otra, que comprueba la subordinación militar al poder ejecutivo, en este caso específico para evitar la confrontación violenta resultante de las huelgas y garantizar elecciones normales en marzo de 1973, a fin de respetar la institucionalidad.


El “Tanquetazo”

En junio de 1973, se produce el episodio conocido como “Tanquetazo”, por el levantamiento del Regimiento Blindado N.°2, unidad en la que había un descontento, en especial entre sus oficiales más jóvenes, que tenían contactos con civiles de Patria y Libertad, grupo de extrema derecha que incitaba a un alzamiento militar. La situación fue controlada por el general Prats y los protagonistas de este movimiento fueron acusados de sublevación y de incumplimiento de deberes militares. Nuevamente, un grupo de militares era instrumentalizado por movimientos políticos que buscaban protagonismo a través de las armas. Una vez más, el ethos militar había sido sobrepasado por aconteceres políticos ajenos a la institución.

Es muy importante rescatar la posición del general Prats ante los convulsionados momentos que se vivían producto del asesinato del general Schneider y de su confirmación en el cargo por parte del Presidente Salvador Allende.

El general Prats difundió un documento denominado “Definición Doctrinaria Institucional”, en el cual, entre otros puntos, destacaba lo siguiente:
“...la función del Ejército es exclusivamente profesional; es la misma mantenida con firmeza en el pasado, ratificada por el General Schneider en momentos críticos del acaecer nacional y confirmada taxativamente por el Comandante en Jefe infrascrito desde que asumió su cargo”.

Plan Regulador de la Organización de Paz del Ejército

Durante su mando, el general Prats realizó distintas acciones para mejorar la cohesión espiritual y el adoctrinamiento de los integrantes del Ejército a través de un programa de visitas a las unidades de todo el país, exponiendo el pensamiento institucional y aprovechando la ocasión para conocer la moral y las necesidades más urgentes del personal.

Paralelamente, se concentró en llevar adelante el “Plan Regulador de la Organización de Paz del Ejército”, basado en el “Plan de Adquisiciones” elaborado por el general Schneider, cuya finalidad era aumentar las capacidades operativas, dotándolo de equipamiento moderno.

También tuvo especial preocupación por igualar las remuneraciones de los militares con las otras instituciones de las Fuerzas Armadas. Impulsó la reforma constitucional del articulo Nº22 para establecer que las Fuerzas Armadas son “profesionales, disciplinadas, jerarquizadas, obedientes y no deliberantes”, aprobada el 9 de enero 1971.

Prats propuso al gobierno una ley que otorgaba derecho a voto a los suboficiales de los institutos armados de la nación, que terminó siendo aprobada el año 1972. Promovió la ley 17.798 que establecía el tipo de armas que debían quedar sometidas a control; la penalidad por la creación y el funcionamiento de milicias armadas, la posesión o el porte de armas prohibidas, el ingreso sin autorización a recintos militares y policiales, entre otros. Esta iniciativa legal nunca prosperó, dada la polarización en el país.


La Cámara de Diputados invoca a las Fuerzas Armadas

Ante la crisis imperante, el 22 de agosto de 1973, la Cámara de Diputados apeló al involucramiento de las Fuerzas Armadas en la crisis política. Este llamado por una fracción del Congreso reafirma el rol latente atribuido a las Fuerzas Armadas que hemos venido argumentando.

Como podemos apreciar, las instituciones armadas se vieron enfrentadas en 1973 a dos situaciones extremadamente críticas y que marcarían el futuro, principalmente el del Ejército.

Estas convulsiones llegaron a la propia institución que se vio afectada por los hechos de agitación social que vivía el país. Estos se acentuaron con eventos como una manifestación de esposas de oficiales, frente al domicilio del Comandante en Jefe del Ejército, lo que desembocó finalmente en su renuncia para evitar divisiones internas.

La crisis política, económica, social e institucional del periodo 1970-1973 lleva a las Fuerzas Armadas a tomar una decisión extrema e inédita en el siglo, cual es deponer al Presidente de la República y asumir el gobierno del país, en otras palabras, a ejecutar un golpe de Estado (pronunciamiento militar).


Los derechos humanos en el gobierno cívico-militar (1973-1990)

El 11 de septiembre de 1973 los altos mandos de las Fuerzas Armadas y de Orden deciden llevar a cabo un golpe de Estado contra el gobierno del Presidente Salvador Allende y asumir la conducción del país como resultado de la grave crisis imperante. Este hito histórico, cuyas reverberaciones se sienten hasta nuestros días, marca el inicio de una nueva etapa institucional en materia de doctrina militar y derechos humanos.

Este contexto excepcional obligó a los integrantes del Ejército a enfocar sus años de formación y sus valores en actividades inéditas y diversas, todo ello en un ambiente nacional de gran tensión y polarización. El Ejército tuvo que realizar un gran despliegue para cubrir con su personal todas las funciones requeridas, desde el más alto cargo hasta las labores más sencillas, incluso debiendo recurrir al empleo de reservistas en los primeros tiempos. Algunos fueron destinados a tareas gubernamentales, otros fueron comisionados a actividades de inteligencia nacional o política (no militar) y un tercer grupo, mayoritario, siguió en sus labores militares rutinarias.

Este relato no pretende analizar caso por caso lo sucedido, sino que destacar acontecimientos que pusieron en jaque —y en muchos casos, vulneraron— ciertos preceptos morales individuales e institucionales y principios de responsabilidad militar.


Autoexilio del general Prats

En la madrugada del 15 de septiembre de 1973, el Excomandante en Jefe del Ejército, general Carlos Prats, fue trasladado en un helicóptero Puma hacia Portillo. Luego, en su auto particular y escoltado por una patrulla militar, llegó a Caracoles donde, después de realizar los trámites aduaneros correspondientes y despedirse de la escolta, entregó una carta dirigida al general Augusto Pinochet, que en sus párrafos principales señalaba: “El futuro dirá quien estuvo equivocado. Si lo que ustedes hicieron trae el bienestar general del país y el pueblo realmente siente que se impone una verdadera justicia social, me alegraré de haberme equivocado yo, al buscar con tanto afán una salida política que evitara el golpe. Agradezco las facilidades que dispusiste que me permitirán salir del país”.

La exigencia que tiene un oficial general o superior excede con creces a la de sus subalternos. Su responsabilidad es muy alta, ya que una resolución que ordene a un subalterno ejecutar una tarea puede alterar la interpretación valórica de este último. Esto ocurre porque el ejercicio de un valor en circunstancias extremas puede estar sujeto a algún grado de interpretación.

Un elemento fundamental para mantener la disciplina militar consiste en que las órdenes que imparte un superior deben ser legales y allí radica el imperativo que deben ser cumplidas por los subordinados. La Ordenanza General del Ejército establece que la disciplina en las relaciones entre militares no es un acto de sumisión; al contrario, es un acto de reflexión profunda, mediante el cual los subalternos entregan parte de su libertad de acción a fin de que un comandante realice una misión que esté enmarcada en un código legal, reglamentario y profesional. Por ello, un subalterno está obligado a obedecer las órdenes que emanan de un superior, aunque está dotado de la capacidad de representar a sus superiores las consecuencias de órdenes incorrectas, ilegales o injustas.

En las páginas del libro Ejército de Chile. Un recorrido por su historia se señala de manera clara y explícita: “Las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante el periodo y en la que los miembros del Ejército tuvieron participación —ya sea como consecuencia de actos derivados de la obediencia debida, por el uso desproporcionado de la fuerza, por excesos individuales o bien por eventuales acciones fortuitas— fueron una profunda herida ocasionada al deber ser militar.”


La Caravana de la muerte

Uno de los episodios más condenables en materia de derechos humanos durante el gobierno militar fue el paso del general Sergio Arellano Stark y su comitiva por diversas guarniciones del norte y sur del país durante el mes de octubre de 1973 con el supuesto fin de “revisar y agilizar [los] procesos” de los presos políticos. Dicha comitiva, conocida hasta nuestros días como la “Caravana de la muerte”, dejó tras de sí la huella lacerante de ejecuciones masivas, decenas de individuos que fueran sacados de las cárceles, fusilados de manera sumaria, sin su derecho a un debido proceso. La comisión de este general se puede describir como una tarea perfectamente planificada desde Santiago, ejecutada mediante un programa idéntico en cada ciudad, con un comportamiento altamente indisciplinado de sus integrantes para amedrentar a personal subalterno de las unidades y dar una orientación velada y disfrazada en terreno de cómo se debía proceder con el “adversario”.

El general a cargo, que lo hacía en calidad de “delegado del Comandante en Jefe del Ejército”, se mantuvo deliberadamente lejos de los lugares donde se ejecutaron los fusilamientos, distrayendo a los comandantes de regimientos en actividades sin ninguna importancia, mientras los miembros de su comitiva sacaban gente de las cárceles y los fusilaban o le ordenaban a integrantes de las unidades que lo hicieran, involucrando intencionadamente a personal de los regimientos en consejos de guerra espurios.

Los hechos y el expediente judicial confirman que la misión del general Arellano era acelerar procesos en aquellos lugares donde los mandos supuestamente hubieran actuado débilmente a partir del 11 de septiembre de 1973 (“comandantes pusilánimes”, según sus propias palabras). Pero en términos legales, esto no era factible, pues la comitiva no contaba en su delegación con ningún asesor jurídico. En esta dramática situación, los capitanes, tenientes o suboficiales, no tenían otra posibilidad más que la de cumplir las órdenes de sus superiores bajo el apercibimiento de un eventual juzgamiento por consejo de guerra.

No hay que olvidar que el alto mando de la época había declarado, mediante el Decreto Ley 5 del 12 de septiembre de 1973, que el estado de sitio decretado por conmoción interna, dadas las circunstancias que vivía el país, debía entenderse como “estado o tiempo de guerra” para los efectos de la aplicación de la penalidad que establece el Código de Justicia Militar y demás leyes penales, lo que implicaba que el incumplimiento de órdenes por parte de los militares podía ser causa suficiente para ser fusilado.

En un careo entre el general Arellano y el capitán Patricio Díaz con motivo de las ejecuciones en Copiapó, el general niega enfáticamente haber ordenado los fusilamientos de presos políticos, mientras el capitán expresa que “…la razón que más me impulsa a decir que el Comandante Haag (Comandante del Regimiento Atacama en Copiapó) cumplía órdenes superiores es que las dieciséis ejecuciones habidas en Copiapó se producen exactamente durante el periodo de permanencia de mi General Arellano y su comitiva en la guarnición. Complementando lo expresado, deseo manifestar que ni antes ni después de la presencia de mi General Arellano en Copiapó, hubo detenidos que hayan sido ejecutados…”. Lo anterior ratifica claramente que su recorrido por cada una de las ciudades en donde se produjeron asesinatos fue producto de una orden expresa de dicha autoridad.

La calidad de “delegado del Comandante en Jefe del Ejército” que tenía el general Arellano durante este recorrido era muy gravitante y decisiva para las resoluciones que se iban dictando, ya que representaba en su persona la autoridad del propio Comandante en Jefe del Ejército ante los mandos militares que lo recibían en las distintas guarniciones.

Esta delegación implica una gran responsabilidad de quien entrega esa potestad a un subordinado, en este caso el general Pinochet, y de quien la recibe para utilizarla con el mayor criterio, responsabilidad y justicia, el general Arellano.

Se deduce entonces que existió una conducta previa que buscaba producir temor e involucrar a integrantes de todas las unidades que visitaban, entregándoles la responsabilidad de enfrentar a los familiares de los afectados y así dejar a los jóvenes oficiales y suboficiales de esos regimientos como la cara visible de las ejecuciones.

Las acciones del general Arellano fueron absolutamente reñidas con el honor militar. Además, este no tuvo ninguna consideración hacia sus subalternos, lo que se ratifica en la declaración del propio juez Juan Guzmán Tapia, encargado de efectuar la investigación judicial de estos delitos, cuando relata lo sucedido en Copiapó ante una orden impartida por el general Arellano, (…) “sin embargo, ambos subtenientes representaron la referida orden, esto es, se opusieron a su cumplimiento. No obstante, una vez representada dicha orden, se vieron compelidos nuevamente a cumplirla, porque de no hacerlo, enfrentarían un juicio militar por los crímenes de traición a la patria e insubordinación, delitos éstos perpetrados ‘en tiempos de guerra’ que como pena aplicada contemplaban la de muerte” (…). De ello se deduce que el citado general no se hizo responsable de las consecuencias de su actuar. En cuanto a los oficiales encargados de ejecutar las órdenes, ambos fueron procesados posteriormente y hoy cumplen condena en Colina I. De esta forma, Arellano no respondió jamás de lo que sucedió bajo su mando, ganándose el repudio de los afectados y de toda la institución.

En definitiva, estos dramáticos hechos ocasionaron un irreversible daño a la población como consecuencia de sentencias de muerte arbitrarias y sin debido proceso, ordenadas por un general del Ejército y una grave lesión a la imagen de la institución castrense, pues algunos de sus miembros se vieron obligados a disparar contra civiles bajo amenaza de muerte, siendo que algunos de ellos ya cumplían condenas.

Por último, es importante mencionar que nunca se aclaró el tipo de órdenes que recibió el general Arellano por parte del Comandante en Jefe del Ejército; en cambio, su desempeño le valió un ascenso dentro de la institución, por resolución del mando en jefe.


Asesinato del general Prats

Aparte de los crímenes de la “Caravana de la muerte” y otros que ocurrieron, el asesinato del Excomandante en Jefe, general Carlos Prats y de su esposa, Sofía Cuthbert, acaecido en septiembre de 1974 en la ciudad de Buenos Aires, y del que se responsabilizó a algunos miembros de la DINA, se ha constituido también en un crimen cobarde, cruel y repudiable y en una vergüenza institucional. A pesar de haber sido realizado por un organismo de seguridad no perteneciente al Ejército, quienes resultaron condenados por la justicia en su mayoría formaban parte de la institución.

Según consta en el expediente de la investigación, el agente de la DINA Michael Townley, de nacionalidad estadounidense, colocó un artefacto explosivo en el automóvil de Prats y el día 30 de septiembre de 1974, a las 00:50, lo hizo detonar mediante un dispositivo a control remoto cuando el matrimonio regresaba a su domicilio, provocando la muerte instantánea de ambos.

Sobre esta situación se pronunció años después, el 5 de junio de 2009, el Comandante en Jefe del Ejército, Óscar Izurieta, al inaugurar el Campo Militar “San Bernardo” del general Carlos Prats: “… el Ejército chileno, su Comandante en Jefe y los miles de hombres y mujeres que lo componen, condenan públicamente la vileza de esta acción y repudian a los autores de tan deleznable crimen, así como a los indiferentes que no prestaron consuelo y apoyo a las hijas de un Comandante en Jefe asesinado…”. Agregó: “… de confirmarse, en sentencia ejecutoriada, la participación de exmilitares en estos dos crímenes, se habría configurado un acto del mayor deshonor. Es más, si ya el atentado a la vida del general Prats sería un agravio al honor militar, la muerte de su esposa constituiría un ultraje a nuestra cultura militar y al concepto de familia que tanto valoramos…”.

Un segundo pronunciamiento al respecto, lo efectuó el entonces Comandante en Jefe del Ejército general Juan Miguel Fuente-Alba cuando se dictó la sentencia definitiva por parte de la Corte Suprema mediante un comunicado oficial el 8 de julio de 2010, en el cual, entre otros conceptos, se declaraba que el Ejército repudiaba a todos los partícipes de este cobarde asesinato, especialmente a los militares que lo consumaron; que con dicho crimen se habían violado los principios que constituían el acervo moral de la institución; que los autores habían despreciado el tradicional código de honor y de conducta institucionales.

Lo expresado por el Ejército de Chile a través de los comandantes en jefe representa la posición institucional ante situaciones aberrantes que no tienen justificación alguna.

Resulta difícil pensar que la acción de la DINA en 1974 para atentar contra la vida del general Prats, que había dejado el cargo de Comandante en Jefe del Ejército hacía sólo un año atrás, no haya sido conocido por el general Pinochet a quien hoy sabemos que le reportaban periódicamente las operaciones de este organismo, con mayor razón, si el objetivo había sido su camarada de armas de toda una vida militar. A esto debe agregarse la nefasta conducta del general Camilo Valenzuela y del general en retiro (en esa época) Roberto Viaux por su participación en el secuestro y asesinato del general Schneider que era su superior y con quien mantenían una amistad profesional. Ambos hechos transgreden gravemente el honor militar, honor que debieran tener todos quienes han dedicado una vida entera al Ejército de Chile.

Al igual que lo ocurrido con el asesinato del general Schneider, la institución omitió por décadas el merecido homenaje a este distinguido oficial que procuró enfrentar de la mejor manera situaciones críticas y muy difíciles en la coyuntura nacional.


Los detenidos desaparecidos

Los detenidos desaparecidos durante el gobierno militar, que superan el millar de personas, constituyen una de las páginas más oscuras en materia de violaciones de los derechos humanos durante ese período y representan una herida abierta en el alma nacional.

No haber entregado los cuerpos de las víctimas al momento de ocurridas las muertes y no haberlo hecho tampoco años después cuando se hicieron las inhumaciones desde fosas clandestinas en una operación resuelta por el mando en jefe y avalada por los mandos superiores de la época representa un severo agravio al ethos militar y una afrenta muy dolorosa para las familias afectadas.

También constituye, y con justa razón, uno de los factores más determinantes en las imputaciones que hasta el día de hoy le hacen al Ejército los distintos organismos de derechos humanos.



* Publicado en La Jornada, 27.08.23.

Confesiones de un agente




El 4 de noviembre de 1984, el régimen militar decretó estado de sitio. Dos días después clausuró las revistas opositoras. Todo para impedir la publicación de la entrevista de Mónica González a Andrés Valenzuela Morales, donde por primera vez, y en plena dictadura, un exagente confesaba los crímenes de los servicios de seguridad del régimen. Un testimonio detallado que, con los años, fue confirmado punto por punto por los tribunales.


Mónica González


«Quiero hablar de detenidos desaparecidos», dijo, y su voz hizo eco en las paredes. En sus manos estrujaba uno de los últimos ejemplares de la revista Cauce, donde se denunciaban crímenes cometidos en la zona norte de Chile por los mismos servicios de seguridad a los que él hasta ese día (27 de agosto de 1984) perteneció. Trémulo, ansioso, consciente de la desconfianza que inspiraba, las palabras salían de su boca a borbotones.

Era uno de esos hombres a los que once años de régimen militar transformaron primero en carceleros, luego en torturadores y más tarde en asesinos. «Sin querer queriendo, me fui transformando», susurró luego de muchas horas, agobiado por el cúmulo de detalles relatados. Cientos de hombres y mujeres pasaron por sus manos, por sus ojos y oídos. Muchos de ellos fueron salvajemente torturados. Hasta la muerte. Otros, despojados de toda dignidad, obligados al límite de la resistencia a entregar a sus propios compañeros, fueron luego expulsados a la calle. Hombres sin hueso y sin alma. Una manera diferente de matar. Todos ellos dejaron sus huellas en Andrés Antonio Valenzuela Morales, veintiocho años, miembro del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile, FACH.

El relato que a continuación se transcribe es un episodio más en una larga historia de once años de violencia, muerte y destrucción. Es una historia simple que involucra a centenares de personas. Muchas de ellas han luchado durante años para que sus familiares –detenidos desaparecidos– regresen algún día con vida. Este relato les cortará las esperanzas para siempre. Una historia simple que retrata en forma descarnada la crueldad de un régimen, el abuso de poder que transformó a campesinos, jóvenes ciudadanos de Chile, en vulgares asesinos al amparo de la autoridad.

Esta es la historia de Andrés Valenzuela y de todos aquellos que hicieron que un día este hombre quisiera «volver a ser un humano». ¿Cuántos murieron sin haber claudicado jamás, sabiendo que su testimonio quedaba en las manos de sus captores asesinos? Este relato es una prueba fehaciente de que todos esos sacrificios no fueron en vano. De alguna manera, cada uno de esos prisioneros aportó para que un día Andrés Valenzuela se decidiera y relatara lo que hasta hoy el régimen militar ha intentado por todos los medios acallar.

Este es el mérito del relato de Andrés Valenzuela. Es el primero que compromete a muchos torturadores, asesinos, responsables de muertes fríamente planificadas. Es el primero también que entrega la verdad sobre algunos detenidos desaparecidos. Es el primero que penetra en el agobio y la desesperanza acumulados en los hombres que dicen representar el poder. Muchos hombres más, como Andrés Valenzuela, esperan algún día tener la valentía de dar un salto y hablar.


La preparación

«Solo necesito hablar», musitó, mientras extendía su tarjeta de identificación militar (TIFA) número 66.650, válida hasta el 3 de septiembre de 1986. «Quiero hablarle sobre cosas que yo hice, desaparecimiento de personas…».

-¿Recuerda nombres?

-Sí. Los hermanos Weibel Navarrete, por ejemplo…

-Explíquese. Usted está muy nervioso y la carga emocional que ambos tenemos es grande. No será fácil este trabajo, pero es necesario que explique y con detalles. Grabaremos todo y después veremos qué se publica. ¿Está de acuerdo?

-Me da lo mismo.

-Yo no quiero que a la salida lo maten.

-Va a suceder, pero al menos hablé.

-¿Cuándo entró a los servicios de seguridad?

-El año 1974. Llegué a hacer el servicio militar al Regimiento de Artillería Antiaérea de Colina. Allí seleccionaron personal para llevarlo a la Academia de Guerra de la FACH, en avenida Las Condes. En ese momento estaban terminando los procesos de los prisioneros. Al parecer, a mí los jefes me consideraban vivaracho y por eso, creo, me sacaron para trabajar en los «grupos de reacción».

-¿Qué hacían en los grupos de reacción?

-Acompañábamos a los que hacían allanamientos.

-¿Quién los seleccionó?

-Un instructor cuyo nombre no recuerdo. Pero él no tiene nada que ver porque la selección fue al azar no más. Fuimos alrededor de sesenta conscriptos los seleccionados. Nos dividieron en dos grupos. La mitad se fue a trabajar a la Academia de Guerra; el resto, trabajamos directamente con prisioneros.

-¿En qué lugar?

-En los subterráneos de la Academia de Guerra.


El primer prisionero

-¿Usted venía de Papudo?

-Sí. De ahí llegué a Colina y luego pasamos a depender de la Fiscalía de Aviación. Nosotros pasamos a los subterráneos, el lugar donde estaban los detenidos. Era la primera vez que veía a un prisionero. Creo que no lo voy a olvidar nunca…

-¿Por qué?

-Nos formaron y nos dijeron que lo que íbamos a ver teníamos que procurar olvidarlo y el que hablara algo… Empezaron las amenazas y uno, que era muy joven, se impactaba. Descendimos al sector de la cocina. Bajamos una escalera de caracol, que era como un vértice; había tubos. Me dio la impresión de ir como en un submarino, un barco. Cuando salimos, pasamos cerca de unos baños. Éramos seis o siete hombres que íbamos a relevar a los reservistas, los primeros conscriptos. Los otros eran solo reservistas, gente que habían llamado a cumplir ese trabajo. Recuerdo que, al doblar, lo primero que vi fue mucha gente de pie, con esposas, algunos con uniforme de la Fuerza Aérea. El capitán Ferrada [Gustavo Ferrada] estaba entre ellos. Ese fue el primer impacto. Uno viene de un regimiento donde tiene que saludar a medio mundo. Todavía recuerdo que se rieron cuando le pregunté al oficial cómo me dirigía a Ferrada; si le decía capitán. El oficial me dijo: «¡No, huevón, son prisioneros! Están con uniforme porque no tienen otra ropa».

Lo que más me impactó fue ver a unas mujeres detenidas. Estaban de pie, con unos letreros que decían «De pie 24 horas» y firmaba el «Inspector Cabezas». Después supe que Cabezas era el coronel Edgar Ceballos, está en servicio activo todavía. Yo no entendía nada, hasta que el oficial me explicó que había que sentarse en la puerta de las piezas, con fusil, y «protegerlos»: es decir, impedir que conversaran. Había un reglamento interno que había que hacer respetar. La primera pieza que me tocó a mí fue la número dos; en ella estaban una señora de edad y Carol Flores, quien pasó luego a ser nuestro informante.

-¿Recuerda otros nombres?

-Se suponía que había prisioneros considerados de cierta importancia y que podrían venir otros a rescatarlos. Por eso, las medidas de seguridad eran muy severas. Los reservistas pasaban junto a un prisionero y le decían: «A ver, huevón, párate, te quedai de pie». Mandaban a sus presos como se les daba la gana. Yo comencé a preguntar por los prisioneros y decían: «Mira, con este hay que tener cuidado, porque es karateca. Es Víctor Toro». A mí me impactó mucho; lo había escuchado nombrar por los diarios, era famoso. Era como estar frente a un personaje conocido. Retamales había otro, Moreno. También conocí allí a Arturo Villabela Arauco, enyesado. Había caído en un tiroteo. Así terminó mi primer día en la AGA.

Sí, y me asusté mucho. Nos habían dicho que en caso que sonara la alarma toda la academia se oscurecía y se encendían unos reflectores. Había más ametralladoras punto 50 y desde ahí mismo alumbraban los reflectores durante la noche. Una noche sonó la alarma. Teníamos orden de que, en ese caso, todos los prisioneros tenían que tenderse con las manos en la nuca, estuviesen como estuviesen, desnudos, heridos… Y si el oficial daba la orden debíamos disparar contra los prisioneros. Yo estaba frente a la pieza donde se encontraba la señora de edad, era la esposa de un diputado comunista, estaba con sus hijos…

-¿Era Jorge Montes?

-Sí, él era. Bueno, comenzó a sonar la sirena, todo quedó oscuro y se encendieron unas luces. Los detenidos actuaban en forma automática. Esto lo venían viviendo casi a diario, y a veces se hacía para probarlos. Esa noche vi que el oficial de turno tomó una granada, le sacó el seguro y empezó a pasearse con la granada por el pasillo. Miraba todo, trataba de controlarnos ya que estábamos muy tensos. Él decía: «Tranquilos, muchachos, si quieren rescatar detenidos van a cagar, porque van a morir todos: yo tiro la granada en el pasillo». Recuerdo que en esa oportunidad Flores dijo que no nos asustáramos porque eso pasaba todos los días. Así comenzó el proceso. Yo hacía guardias diarias, hasta que me sacaron para los grupos de «reacción».


La captura del MIR

-¿Cuánto tiempo estuvo en la Academia de Guerra?

-No recuerdo exactamente, pero deben haber sido unos seis meses más o menos. Luego nos fuimos a casas de seguridad.

-¿Qué pasaba con los detenidos de la Academia?

-Yo solamente hice guardias. Vi que les pegaban, los castigaban. Y además continué participando en allanamientos.

-¿En qué consistían los castigos?

-En golpes, aplicación de electricidad. En realidad nunca vi morir a nadie, pero nosotros estábamos aislados, no existía confianza para… En un enfrentamiento, sí, murió el «Coño» Molina [José Bordaz Paz], del MIR. Murió también un oficial del Ejército [el teniente Hugo Cerda Espinoza, hijo de un oficial jefe del Hospital Militar, Hugo Cerda Pino], de mala suerte no más… En ese tiroteo yo participé, después me fui metiendo más.

-¿Qué más recuerda?

-Había un hombre, de cuyo nombre no me acuerdo, que intentó suicidarse. Tenía incluso la marca en la garganta: se había cortado con una botella o un vaso, en el baño. La verdad es que yo en ese momento era centinela no más, después me fui metiendo más.

-¿Cómo sucedió?

-Sin querer queriendo, fueron seleccionando gente y todas las veces me incluyeron.

-¿Sabía usted lo que estaba haciendo?

-Sí. Me daba cuenta.

-¿Y lo hizo?

-Tenía que trabajar en alguna cosa.

-¿Le había hecho daño a usted o a su familia el gobierno de la Unidad Popular?

-No, en nada.

-¿Qué edad tiene?

-Veintiocho años.

-Eso quiere decir que tenía diecinueve años cuando fue destinado a trabajar en casas de seguridad de la DINA.

-No, yo nunca estuve en la DINA. Pertenezco al SIFA, Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. En ese tiempo, teníamos problemas graves con la DINA, pensábamos que era inoperante. Por lo menos así opinaban nuestros jefes. Nosotros, siendo tan pocos, actuábamos más efectivamente que ellos. Por ejemplo, nuestro grupo logró detener a toda la cúpula del MIR.

-¿Y cómo siguió después su itinerario en la SIFA?

-Ya le dije: pasé a los grupos de «reacción». Realizábamos allanamientos, hacíamos guardia frente a las casas, controlábamos el tránsito mientras el resto allanaba, sacaba a la gente de la casa, detenían gente.

-¿A qué lugar llevaban a los detenidos?

-Primeramente a la AGA. Pero nosotros en esa época no sabíamos más. No nos preocupábamos de los detenidos. Si los soltaban o los juzgaban, no teníamos idea. Sé que los torturaban. La primera vez que me tocó presenciar un trabajo de esos fue con una mujer. Me chocó mucho. Era una niña del MIR cuyo nombre olvidé.

-Descríbala.

-Era una muchacha muy joven, de buena situación económica, pelo rubio…

-¿Por qué le chocó?

-Es que nunca había presenciado algo así. Yo estaba considerado entre los centinelas paleteados, digamos. Entonces la hicieron pasar al baño y allí le sacaron la cresta y yo los vi. Otra vez me impresionó mucho un hombre [Víctor Hugo Salinas Vilches] que tenía la piel morada. Estaba enteramente morado, morado.

-¿Qué le hicieron a la mujer?

-Le pusieron corriente y ella gritaba. Era novia de un muchacho del MIR, karateca. No recuerdo la chapa que usaba, nos estaban haciendo una prueba para ver quiénes podían quedar definitivamente en el servicio.

-¿En qué consistían esas pruebas?

-Nos empezaban a meter de a poco dentro del sistema y veían cómo aguantábamos, cómo reaccionábamos. Parece que yo reaccioné bien porque ya llevo diez años en esto.


La casa de seguridad

-Usted me habló de dos casas de seguridad que tuvieron…

-Sí. Fue antes de irnos a Colina. La primera casa estaba ubicada en el paradero 20 de Gran Avenida [Santa Teresa Nº 037, expropiada al dirigente del MIR José Bordaz]. Hoy día funciona allí una sociedad no sé si de diabéticos o de antialcohólicos.

-¿Cuántos detenidos había allí aproximadamente?

-Se iba rotando, pero llegamos a tener alrededor de cuarenta detenidos, repartidos en tres piezas. Incluso había algunos metidos dentro de los clósets.

-¿Qué tipo de torturas aplicaban?

-Corriente, los colgábamos, golpes de manos y pies…

-¿Murió gente en ese lugar?

-Sí. Uno fue el llamado «camarada Díaz» [Humberto Castro Hurtado]. Tenía unos cincuenta años, medio canoso, bajito, de contextura regular. El otro era un joven al que le decían «Yuri» [Alonso Gahona Chávez]. Fue colgado en una ducha y, como antes le habían aplicado corriente, tenía mucha sed. Abrió con la boca la llave y tomó agua. Luego llegó un centinela y le cortó el agua, pero él nuevamente la volvió a abrir y nosotros dejamos que el agua corriera. Debe haber estado unas horas con el agua de la ducha corriendo por el cuerpo. En la noche falleció de una bronconeumonia fulminante.

-El «camarada Díaz», ¿era Víctor Díaz, subsecretario general del Partido Comunista?

-No, no era él. Llegó en una oportunidad un equipo que no sé de dónde provenía, podría haber sido DINA. No los conocía y empezaron a interrogarlo sobre armamento. Tengo entendido que Díaz sabía dónde estaba el armamento del Partido Comunista. Él no contestó nada y le pegaron bastante. Eran alrededor de nueve hombres los que conformaban el grupo y entre todos le dieron. Antes ya le habían pegado, estaba bien golpeado.

-¿Habló?

-No. No habló. Lo dejaron después allí y dijeron que iban a volver al día siguiente para seguir interrogándolo. Parece que notaron que estaba muy débil. Falleció esa misma noche.

-¿Qué hicieron con el cuerpo?

-No lo sé. En el grupo que lo sacó estaba Roberto Fuentes Morrison.

-¿Dónde estaba la otra casa de seguridad?

-En el paradero 18 de Vicuña Mackenna [el «Nido 18» estaba ubicado en avenida Perú Nº 9.035]. Esa casa parece que pertenecía a un hombre de apellido Sotomayor, del MIR [Humberto Sotomayor]. Era una casa grande de madera que tenía un taller mecánico y unos maniquíes. Parece que la esposa de él era modista. Allí se suicidó un hombre alto que andaba con una chaqueta de cuero café claro y pantalón café. Eran dos hermanos, comunistas. En ese tiempo trabajábamos solamente al Partido Comunista.

-Cuando dice nosotros, ¿a quiénes se refiere?

-Al Comando Unido que actuaba junto a gente de Carabineros y la Armada.

-Usted habló de los hermanos Weibel Navarrete, ¿qué pasó con ellos?

-En ese tiempo nosotros trabajábamos en la Base Aérea de Colina. Allí estaba el menor de los Weibel: Ricardo [detenido el 26 de octubre de 1975]. Estuvo con nosotros algunos días [hasta el 6 de noviembre]. Yo conversaba mucho con él porque me tocaba hacer guardia si es que no tenía que salir a los operativos. Supe que era chofer de micro de la línea Recoleta-Lira. La primera vez que lo detuvimos yo participé, era en la avenida El Salto, cerca del Regimiento Buin. Luego fue en la casa, un equipo que integró el propio comandante Fuentes Morrison. Un día, cuando iba entrando a mi servicio, lo vi y le pregunté: «Y, ¿qué pasó?». «No sé –me contestó–, parece que hay algunas cosas que aclarar». Estaba muy nervioso, me dijo que creía que lo iban a matar. Ricardo se impactó mucho por la operación del helicóptero. Ellos sintieron cuando aterrizó.

-¿Se lo llevaron en un helicóptero?

-No, se fueron en un vehículo, junto a [Miguel Ángel] Rodríguez Gallardo. Yo después saqué conclusiones y pienso que lo fueron a buscar por eso, porque lo iban a matar…

-¿Quién lo detuvo en la segunda oportunidad?

-Recuerdo que fue Fuentes Morrison. Yo no fui. Lo fueron a buscar amistosamente. Llegó con una polera solamente. Lo sacaron varios más y lo mataron a balazos.

-¿En qué lugar?

-En Peldehue. No sé exactamente el lugar, pero sí sé que fue en Peldehue, en los terrenos militares.

-¿Cuántos prisioneros más iban en esa operación?

-Como ocho o nueve personas.

-¿Qué hacían con los cadáveres?

-Me imagino que los quemaron porque iban con combustible. Llevaban un bidón con diez litros de combustible, llevaban además chuzos y palas. Me imagino que los quemaron para desfigurarlos y después los deben haber enterrado. También, como le dije, iba «el Quila» Rodríguez Gallardo, dirigente de la Juventud Comunista [detenido el 28 de agosto de 1975]. «El Quila» incluso se despidió de nosotros.

-¿Cómo estaban cuando partieron?

-Estaban enteros. Weibel se quebró un poco pero no como para llorar, muy luego se recuperó. Otro de los hombres que salieron era pintor o dibujante [Ignacio Orlando González Espinoza].


El amigo informante

-¿Quién entregó a Miguel Rodríguez Gallardo?

-El informante Carol Flores; nosotros le decíamos «Ricardo». Él entregó a casi toda la gente del Partido y de la Juventud. Vivía en una casa en la calle Los Tulipanes.

-Pero, ¿a Rodríguez Gallardo también lo entregó?

-Sí, tengo entendido que habían sido compañeros de estudios. Miguel Rodríguez Gallardo fue un prisionero que llegué a admirar por su valor. Fue respetado incluso por los mismos jefes nuestros, por su inteligencia, por su hombría. Murió por sus convicciones. Pensó que lo que hacía estaba bien. Nunca lo pudimos quebrar, en ninguna circunstancia, ni mental ni físicamente. Estuvo en un armario, vendado; para que no se le fuera la mente buscaba dibujos en las tablas, se imaginaba situaciones, estuvo tanto tiempo vendado que llegó a desarrollar el sentido del oído más que nosotros, el olfato. Él cayó detenido poco antes de que florecieran los árboles, y en el «Nido 20» [la casa de seguridad del paradero 20 de Gran Avenida] había árboles y un día dijo: «Yo sé dónde estoy: en el paradero 20 de Gran Avenida, la sirena que suena y que da la hora yo la conozco». Parece que en su juventud había sido bombero en esa compañía. También reconoció un pito de una fábrica que había por allí. Él escuchaba y sacaba cuentas.

Antes de eso lo tuvimos en un hangar en Cerrillos, en el lado civil del aeropuerto. Allí un día nos dijo que estaba detenido en Cerrillos. Nosotros le preguntamos: «Pero, ¿cómo sabes? Puede ser Pudahuel, la Base Aérea El Bosque». «No –dijo–, escucho todas las indicaciones que da la torre de control y nunca ha dado la salida de un avión de combate ni tampoco de pasajeros: tiene que ser Cerrillos». Así nos fuimos haciendo amigos de él. Cuando lo llevamos a Colina, estuvo perdido un tiempo. Sabía que era un lugar donde se hacía instrucción, que era un regimiento porque escuchaba a los conscriptos en la mañana, que trotaban y cantaban.

-¿Cómo murió?

-En los terrenos militares de Peldehue junto a Ricardo Weibel.

-¿Por qué esa gente tenía que morir?

-No lo sé. Eso lo dictaminaba el jefe.

-¿Usted no sintió nada? ¿No se había hecho amigo de él?

-Sí, sentí pena, a varios de nosotros les pasó lo mismo, porque cuando él se fue sabía que lo iban a matar. Incluso nos dio la mano, se despidió de nosotros, nos agradeció que le diéramos cigarrillos. Nos conocía hasta los pasos. Él sabía quién estaba de guardia, cuando era yo me llamaba y decía: «Papudo, dame un cigarrillo…».

-¿Qué pasó con José Weibel, miembro de la Comisión Política del Partido Comunista?

-Yo participé directamente en su detención. Lo bajamos de una micro, lo seguíamos desde su casa. Hacía varios días que era vigilado [fue detenido el 29 de marzo de 1976]. Actuaban otros tipos que no eran de la Fuerza Aérea, actuaban como agentes, era gente de derecha, habían sido de Patria y Libertad. En la micro iba con su señora.

-¿Qué sucedió?

-No recuerdo bien. Hubo un robo. Nosotros buscábamos la posibilidad de bajarlo. Iba una señora que no tenía nada que ver con nosotros ni con la DINA, le robaron y nosotros dijimos que éramos de Investigaciones y lo bajamos culpándolo del robo. Lo condujimos luego a una casa de seguridad que teníamos en Bellavista.

-¿En qué lugar?

-Cerca de donde hay unas canchas de tenis, casi al llegar a la esquina. Creo que ahora construyeron un edificio de departamentos y parece que en el primer piso de la casa reparan lavadoras. Allí vivíamos los solteros del servicio y también teníamos detenidos.

-¿Qué hicieron con él?

-Fue interrogado; estaba junto a René Bazoa, que también había sido detenido pero mucho antes y era nuestro informante. Lo usábamos para que sacara información a los otros. Había otro informante que le decían el «Fanta» [Miguel Estay], este cayó junto con René Bazoa y todavía es informante de los servicios de seguridad. Ahora usa el pelo muy corto, cortito, y barba.

-¿Está usted seguro?

-Totalmente. Hace cuatro días lo vi llegar a una de las oficinas nuestras en Amunátegui N° 54, pero trabaja indistintamente para varios servicios, incluyendo SICAR.

-¿Qué pasó con José Weibel?

-Bueno, él fue interrogado y de allí salió un equipo y lo mataron en el interior del Cajón del Maipo y luego lo tiraron al río.

-¿Podría identificar el lugar?

-Creo que sí porque allí se hicieron otras operaciones; la de Guillermo Bratti Cornejo, por ejemplo.

-¿Quién era Bratti Cornejo?

-Fue colega mío. Soldado primero de la Fuerza Aérea, pero trabajaba en nuestro servicio, claro que llegaba esporádicamente a la Academia de Guerra porque trabajaba en la Base Aérea El Bosque; trabajaba todo el sector de La Granja. Lo mataron en el Cajón del Maipo junto al informante comunista [Carol] Flores.

-¿Los mataron a los dos?

-Sí, porque intentaron cambiarse de servicio e irse a la DINA. En ese tiempo la DINA les ofreció mejor remuneración económica, automóvil, casa. Los jefes se reunieron y decidieron que eso era traición porque la información nuestra la estaban pasando a la DINA y entonces ellos llegaban antes que nosotros a ejecutar una operación. Por ejemplo, incautar automóviles. Una vez se descubrieron unos tanques de combustible que tenía el MIR, no recuerdo el lugar pero quedaba cerca de Las Condes; solo nosotros sabíamos de su existencia y llegó la DINA y los requisó. Hubo sospecha de que alguien estaba pasando información y se supo que eran ellos. En la institución se les hizo un proceso y el director de Inteligencia lo dio de baja. Dos meses después salió la orden, los empezamos a buscar y los mataron.

-¿Recuerda usted detalles de la «operación Bratti»?

-En ese tiempo nosotros estábamos viviendo en la casa de Bellavista, éramos ocho agentes más o menos. Me pasó a buscar Adolfo Palma Ramírez alrededor de las diez de la noche y me dijo que había una operación. Nos fuimos a La Firma, como le llamábamos nosotros, que es la casa de calle Dieciocho, el ex local del diario Clarín. Allí había otros oficiales de Carabineros, de la Marina. Estaban todos los jefes del Operativo Conjunto. Me sorprendió que hubiera pisco en la mesa, una especie de cóctel pequeño. Uno de los presentes me dio una pastilla y me dijo que me la tomara. Yo me di cuenta de inmediato que era droga. La conversación siguió hasta que el trago se terminó. Yo no sabía de qué se trataba. A un centinela le dijeron que trajera «el paquete», así llaman a los detenidos. En ese momento vi que entraron con Bratti esposado y los ojos vendados.

-¿Desde cuándo conocía a Bratti?

-Él ingresó antes que yo. Yo lo conocí el año 1974 en la Academia de Guerra, después dejé de verlo un tiempo hasta que apareció nuevamente trabajando con nosotros.

-¿Qué pasó luego? Me refiero a cuando llegó esposado…

-Le hicieron preguntas. Se notaba que estaba muy choqueado. Estaba drogado. Le dieron órdenes luego al centinela para que lo sacara de la especie de living en que nos encontrábamos y salimos a los vehículos. Creo que iban dos autos. Adolfo Palma iba en uno de ellos conduciendo. A mi lado iba un agente de Carabineros y otro oficial de Carabineros también. Nos dirigimos al Cajón del Maipo.


Asesinatos en el Cajón del Maipo

-Descríbame el lugar en el Cajón del Maipo donde mataron a Bratti.

-Hay que pasar San Alfonso, El Melocotón, y cuando el camino cruza el río, pasábamos el puente e inmediatamente doblábamos a la izquierda. Nos internábamos por un camino de tierra unos 10 o 15 kilómetros, no recuerdo con exactitud. Allí había unos acantilados.

-¿Estaba vivo Bratti?

-Drogado creo, pero vivo. Lo pararon al frente de una piedra y él insistió en que le sacaran la venda y le soltaran las esposas. Supuso que lo iban a matar. Palma le preguntó que cómo quería morir, si quería arrancar. Se pretendió hacer un juego; macabro, por cierto. Bratti dijo que quería morir sin venda y sin esposas. Estaba muy entero. Palma entonces se dirigió a mí y me ordenó que le retirara las esposas. Recuerdo que, cuando me acerqué a sacarle las esposas, él me dijo que hacía mucho viento y agregó: «Está fría la noche, Papudo». Sí, le contesté, pero yo estaba quebrado a pesar de estar drogado. Tenía miedo, pensé que los demás que participaban eran todos oficiales, salvo un agente de Carabineros, y que quizás me iba a ir yo también con Bratti p’abajo. Me dio mucho miedo cuando me ordenaron: «¡Ya, sácale las esposas!». Ellos estaban como a diez metros. Cumplí la orden, me devolví donde Palma y me mandaron a los vehículos. No recuerdo a qué fue, si a buscar algo, no sé. Cuando iba caminando hacia los vehículos, en una noche muy clara, sentí la ráfaga. Cuando volví al lugar había cordeles y ya estaba muerto. Me dijeron que lo amarrara y le pusiera unas piedras, y lo tiramos por el acantilado.

-¿Le puso solo piedras? ¿No incluyeron amarras con alambre?

-No lo recuerdo. El hecho es que después se comentó que debíamos haberle puesto otra cosa porque apareció el cadáver, a los pocos días, en el Canal San Carlos [el cuerpo del soldado Guillermo Bratti Cornejo apareció flotando en las aguas del río Maipo el 1º de junio de 1976]. Palma me dio la mano para que yo me acercara al acantilado y lo soltara en el río.

-¿Usted lo tiró al río?

-Sí, yo lo hice. En ese instante pensé que también me iban a soltar a mí. Me dio mucho miedo pero lo solté. Después regresamos a los vehículos y volvimos a La Firma, donde tomamos otra botella de pisco y luego me fueron a dejar a la casa. Lógicamente, me pidieron que no hiciera comentarios de lo que había sucedido, pero dentro del servicio se sabía de todas las operaciones que se realizaban.

-¿Cómo supo usted que estaba drogado?

-Sentía como que no pisaba, no coordinaba. Recuerdo además que fumaba y era como que no estuviera fumando.

-¿Qué sintió cuando asesinaron a su compañero de servicio?

-Hasta ese momento pensaba que nos había traicionado. Porque nos dijeron que pasaba información al MIR y al Partido Comunista. Sentía pena pero en el fondo tenía rabia, porque nos dijeron que había entregado una lista con nuestros domicilios, los lugares que frecuentábamos, etcétera, para que nos mataran. Pensé entonces que estaba actuando bien por el hecho de que Bratti era un funcionario.

-¿Cómo supo usted que esa no era la verdad?

-El año 1979 estuvimos trabajando en Antofagasta, no en subversión. Y Adolfo Palma Ramírez me dejó en una oportunidad en su casa porque viajaba a Chuquicamata. Le cuidé su casa y me dediqué a escuchar casetes. Encontré declaraciones de detenidos, entre ellas las de Bratti. Ahí supe la verdad: se le acusaba de traición por querer pasarse a la DINA. Yo le hice saber a Fuentes que Palma tenía grabaciones con declaraciones de Bratti y de otros detenidos. Para ese entonces ya no estaba Palma en la FACH. Fuentes dijo que estaba bien porque eso iba a ser un respaldo en caso de que mañana él cayera detenido.

-¿Participó Palma en muchas operaciones de detenidos desaparecidos?

-En casi todas. Era el segundo de a bordo después de Roberto Fuentes. Él había sido de Patria y Libertad. Fue uno de los que participaron en el asesinato del comandante Arturo Araya Peters, el edecán de Allende [asesinado por un comando de Patria y Libertad con armas entregadas por la Marina, el 26 de julio de 1973], y se jactaba de eso.

-¿Hay algún otro funcionario que haya sido eliminado?

-No, de la FACH es el único que yo conozco.

-¿Y Carol Flores?

-No era funcionario de la FACH. Era informante.

-¿Por qué mataron a Flores?

-Porque intentó irse a trabajar a la DINA. Fue en 1976, no recuerdo si era DINA o si ya era CNI. En ese problema también estuvo metido Otto Trujillo, era de Patria y Libertad, lo había traído el comandante Fuentes Morrison al servicio. También estuvo implicado en el grupo que se quiso pasar a la DINA. A él lo dejaron en libertad. Por la influencia de Fuentes no lo mataron.

-¿Qué pasó con Trujillo después?

-Trujillo ahora está trabajando para el SIM, el Servicio de Inteligencia Militar. Recuerdo que como castigo se le mandó a Punta Arenas, él era de allá. Fuentes lo trajo después a Santiago. De repente aparecía trabajando para nosotros. A Trujillo le dijeron que regresara a Punta Arenas, que no volviera más a Santiago, que se olvidara del asunto y de sus amigos. Luego apareció en el SIM trabajando con René Bazoa. Andaban juntos. Hace poco Otto Trujillo fue requerido por la justicia por una estafa. Estuvieron unos detectives en la oficina y le consultaron a Fuentes por él. Fuentes contestó que no tenía idea, en consecuencia que sabía que estaba en el SIM.

-¿Qué pasó con Palma Ramírez?

-En Pudahuel tiene una distribuidora de frutas, un local grande.

-¿En qué lugar?

-Es por José Joaquín Pérez, una calle paralela a esa [da la dirección exacta]. A Palma le decíamos también «Fifo».

-¿Hubo otras operaciones en el mismo lugar del Cajón del Maipo?

-Sé de varias, una de ellas la de José Weibel, pero en las otras yo no participé. Carol Flores también fue muerto allí.

-¿Está seguro de que allí mataron a José Weibel?

-No sé si lo llevaron con otras personas, pero sí sé que Weibel murió allí.


El viaje en helicóptero

-Usted me dijo que también supo de una operación en que lanzaron detenidos desaparecidos desde un helicóptero.

-En ese tiempo estábamos en la Base Aérea de Colina, trabajábamos cuatro [sic] servicios: SICAR, Armada, Carabineros, Ejército y nosotros. Supe de una sola operación pero puede que hayan hecho más. Fue en el año 1976, cuando fue combatida la Juventud del Partido Comunista.

-Cuénteme todo lo que recuerda de la operación.

-Llegó un helicóptero de la FACH a Colina y sacaron a alrededor de diez o quince personas. Entre esas personas recuerdo claramente que iba un ex regidor [concejal] de Renca que era cojo, tenía sus años [se trata de Humberto Fuentes Rodríguez, detenido desaparecido desde el 4 de noviembre de 1975. Fue arrestado en una camioneta amarilla con distintivo FACH]; deben haber sido los mismos que cayeron con él en la redada.

-¿Salieron vivos de la Base Aérea?

-Sí, los drogaban, les daban unas pastillas pero parece que no eran muy efectivas, porque se daban cuenta. Uno de los que participó, «Fifo», me contó después que uno había despertado en el vuelo y le había pegado un fierrazo. Luego empezaron a lanzarlos al mar, frente a San Antonio, creo.

-¿Les hacían algo antes de tirarlos?

-Dicen que los abrían.

-¿Que los abrían…?

-El estómago, para que no floten. Iban comandos de seguridad del Ejército; creo que con el corvo, antes de tirarlos al mar, los abrían. Fue una sola vez que llegó el helicóptero. Recuerdo a otro de los que se llevaron, de unos 45 o 50 años, comunista, peladito, medio moreno, en una oportunidad intentó suicidarse y se quebró un brazo. Se lo llevaron, lo vio un médico y estuvo enyesado harto tiempo [Luis Moraga]. Él también se fue en el helicóptero. Había otro que hacía caricaturas [Ignacio González]. Los otros no los recuerdo.

-Trate, por favor…

-Intento, pero no recuerdo ni siquiera sus chapas.

-¿Recuerda los nombres de agentes de seguridad que participaron en dicha operación?

-Roberto Fuentes Morrison es uno, y Palma Ramírez. Esos dos eran los jefes. En ese tiempo los que trabajábamos en esto éramos muy pocos militares, la mayoría era de afuera. Me acuerdo del «Luti». Llegaban de repente a la oficina, pero dos eran extremistas de derecha que habían participado en atentados, como el asesinato de Araya Peters, por ejemplo. Asaltos bancarios, etcétera, durante el período de la UP. Les conocía las chapas no más, nunca les supe los nombres. Eran de buen nivel social. Ellos hacían generalmente todo el trabajo de seguimiento. Los mandaba Palma. Nosotros participábamos en la captura solamente.

-¿Qué otras operaciones se hicieron en Colina?

-Murió otra persona. Era de aspecto similar al «camarada Díaz», que murió en la casa de seguridad. Lo mataron los del Ejército, lo interrogaron y lo dejaron allí. Luego lo fuimos a ver y estaba muerto. Los llamamos, entonces se devolvieron y lo echaron en el portamaletas del auto. No sé qué pasó después con él.

-¿En qué estado estaba?

-Golpeado, con moretones por todo el cuerpo, muy rígido. 
-Tengo entendido que le pusieron corriente directa, de 220. Se le ponen dos cables directamente del enchufe, no de la máquina especial con que se tortura. Tiene que haber sido el año 1976 porque ese fue el año en que trabajamos en Colina, totalmente separados de la Base. Al interior de ella había una cárcel recién construida para los funcionarios que tienen que cumplir penas militares.

-¿Funcionaba como centro de torturas?

-Sí. Estaba nueva. Ellos no la usaron. Incluso creo que no la usaron más porque allí funciona ahora otra cosa. Después fue cuando tuvimos problemas con el Ejército.

-¿Qué tipo de problemas?

-Ellos querían mandar todas las operaciones y echaban a correr la antigüedad entre los jefes. Después, el Ejército optó por no operar con nosotros y empezaron a trabajar aparte. Nosotros seguimos trabajando igual con la Marina y Carabineros. Luego nos fuimos a trabajar a la calle Dieciocho, en el ex edificio del Clarín, que ahora pertenece a DICOMCAR. Ahí teníamos a los detenidos. De ese lugar sacamos a los que mataron en la Cuesta y ahí también cayó detenido Contreras Maluje.

-¿Participó René Bazoa en esa detención?

-Él era el informante nuestro. Estuvo detenido en Colina. No era informante de antes porque fue torturado en Colina, él cambio su vida por la entrega de información. Digo esto porque él fue testigo de la operación que se hizo con el helicóptero y con la citroneta. Bazoa llegó con varios más, una mujer, uno que le decían «Fanta» [Miguel Estay]. Después apareció Bazoa trabajando con nosotros.

-¿Con ustedes o con la DINA?

-Él empezó a trabajar con los servicios de la FACH y después tengo entendido que se lo pasaron al Ejército, cuando nosotros dejamos de trabajar la subversión.

-¿Quién asesinó a René Bazoa?

-Tengo entendido que fue el Ejército, el SIM [en marzo de 1982].

-¿Quién entregó a Carlos Contreras Maluje?

-Un hombre alto, medio moreno, nariz respingada, abultada, ojos café, pelo negro y brillante. Él había estado detenido en el edificio del Clarín y entregó a Contreras porque dio el contacto. No recuerdo el puesto que tenía este hombre en las Juventudes Comunistas, pero era importante. Lo llamábamos «José». Había otro, el «Macaco» que le decían, bajito, morenito; nosotros le pusimos «Macaco» porque le encontrábamos cara de mono. Había otro comunista que cayó con el «Macaco», era de finanzas y tenía un departamento en el centro. A ese le decíamos «Relojero». Todos esos detenidos se iban el día viernes a sus casas y los pasábamos a buscar el domingo a lugares previamente concertados; la Plaza Ñuñoa, por ejemplo. Cuando ellos nos entregaron a Carlos Contreras Maluje, se fijaron de a poco las reglas. [Los tres comunistas informantes serían Alfredo Vargas, Luciano Mallea y Adrián Saravia].

-¿Murieron estos hombres?

-De todos ellos el único que murió fue Contreras Maluje [Saravia murió de enfermedad años más tarde].

-¿Dónde vivía «José» [Vargas]?

-Por el sector donde está la Municipalidad de Las Condes, creo que la calle se llama Paul Harris. Tengo entendido que todavía vive allí, porque hace poco tiempo pasamos con un jefe por allí y dijo: «Por aquí vive José». Ahí me di cuenta de que todavía era un informante porque comentó que se había contactado con no sé qué nombre, el de una agente de la CNI.


Muerte de un comunista

-¿Qué pasó con Carlos Contreras Maluje?

-Recuerdo todo muy bien porque yo participé. Lo detuvimos con un familiar o un amigo de Contreras en San Bernardo. Íbamos con el informante «José», que estaba detenido. En ese momento teníamos prácticamente a toda la directiva de las Juventudes Comunistas, nos faltaba Contreras. Para entonces ya trabajábamos solo con la Marina y Carabineros.

-¿Dónde funcionaba el cuartel general?

-En calle Dieciocho. Cuando cayó «José», en el interrogatorio él dijo que tenía un contacto con Contreras en una casa de San Bernardo. Y nos dijo: «Si me sueltan, yo hago el contacto con él y luego nos agarran». Lo soltamos, hicimos todo el operativo y detuvimos a Contreras Maluje junto a un joven. Nos costó mucho detenerlo porque era más o menos fornido. Cuando bajábamos por Gran Avenida uno de los vehículos atropelló a una persona y seguimos. Llegando al cuartel comenzó el interrogatorio de Contreras. Le preguntábamos por todos los que teníamos detenidos, y él respondía que hacía tiempo que no los veía o decía no conocerlos. Le preguntamos por «José», y contestó que no lo veía desde hacía mucho tiempo. Le sacamos la venda y le mostramos a todos los dirigentes que teníamos detenidos. Se dio cuenta –creo– que lo había entregado «José». En ese momento, él dijo que tenía un «punto» [un contacto] con otro dirigente, no recuerdo con quién, en la calle Nataniel. Los jefes se reunieron porque había algunos que no querían efectuar la operación, por la importancia que tenía Contreras en el Partido Comunista. Suponían que estaba tramando algo. Se decidió que la operación se llevara a cabo y salimos. Lo largamos en Nataniel y empezó a caminar hacia avenida Matta. De repente, yo por radio escuché que dijeron: «Se tiró a la micro el sujeto». Contreras había sido torturado hasta las últimas horas de la noche anterior, tenía las muñecas rotas con las esposas. Cuando escuchamos por la radio yo estaba como a siete cuadras del lugar. Cuando llegamos ya se había juntado mucha gente.

-¿Qué sucedió después?

-Al vernos empezó a gritar que éramos de la CNI o de la DINA, no me recuerdo bien ya, que lo queríamos matar, que avisaran a la Farmacia Maluje de Concepción. Gritaba, además, cuál era el pecado de ser comunista. Después empezó a hablar con gestos porque estaba semiinconsciente. Ahí llegaron todos los demás vehículos que estaban participando en el operativo y también un radiopatrullas de Carabineros. Ellos no sabían qué hacer, si llevarse detenido al chofer de la micro [Luis Rojas Reyes], y miraban a los tipos que se bajaban de los autos con radios, metralletas, pistolas. Luego, uno de los carabineros tomó al chofer y lo llevó a la parte trasera del vehículo para tomarle los datos y después le dijo: «Ya, súbase y váyase no más». Cuando quisimos subirlo al vehículo, Contreras Maluje gritaba que no, que no quería que se acercaran los de la DINA. Le pidió incluso ayuda a Carabineros y decía «me han torturado» y mostraba las muñecas, que tenía rotas. No quería subirse pero lo logramos meter a un automóvil Fiat 125 celeste cuya patente estaba a nombre del director de Inteligencia de la Fuerza Aérea, general Enríque Ruiz Bunger. A todo esto, el general no tenía idea. En todas las operaciones el que mandaba era Roberto Fuentes Morrison. Incluso ese auto no debió haber participado en el operativo porque andaba con la patente derecha, no era una patente falsa. Por eso lo llamaron después a declarar por el proceso que hubo.

-¿A qué lugar lo llevaron?

-Al cuartel de la calle Dieciocho. Allí fue golpeado. Llegó herido, con la cabeza rota y un brazo fracturado. Lo bajaron como un paquete. Lo tiraron dentro del calabozo a puras patadas. Le dieron fuerte. Dijeron que había traicionado.

-¿Cuándo y cómo lo mataron?

-En la noche. Estuvo todo el día en el calabozo. Le pegaron por pegarle, porque ya nadie le preguntaba nada. Un suboficial de Carabineros le pegó una patada en la cara y le fracturó la nariz. Al otro día, cuando llegué, supe que lo habían llevado a enterrar al mismo lugar de la Cuesta donde yo había ido antes. Un equipo de Carabineros salió temprano a hacer el hoyo. Yo estaba ahí y les pregunté dónde iban, y respondieron: «Al mismo lugar donde fuimos la otra vez».

-¿Quién dirigió la operación?

-Roberto Fuentes Morrison.

-¿Dónde está ubicado el lugar donde fue enterrado Carlos Contreras Maluje y otros detenidos desaparecidos?

-En una cuesta en el camino de Melipilla. Es una bifurcación del camino principal y nosotros doblamos a la derecha. Recuerdo que hay un desvío, avanzábamos por ese camino hasta un puente, pasando el puente empezaba la cuesta. Como en la tercera o cuarta curva había un camino secundario, una huella. Había que internarse por allí unos cien metros. Allí procedíamos a dejar a los detenidos y los fusilábamos en el lugar. Allí mismo eran enterrados.

-¿Sin dinamitarlos?

-No. Solo se les disparaba con armas con silenciador.

-¿Llegaban vivos allá?

-Sí.

-¿Cuánta gente llevó usted?

-Dos personas, pero anteriormente habían ido con otros detenidos al mismo lugar, unas ocho personas más o menos. En la operación en la que yo participé había un olor típico de cementerio. Se notaba que antes habían ido a hacer otras operaciones. Esas operaciones se hacían en conjunto con el SICAR y la Armada.

-¿Qué sabe de las muertes de otros detenidos desaparecidos, como Eduardo Paredes, Bautista von Showen, Enrique París…? (le entrego una lista haciendo una pausa entre cada hombre).

-No, no tengo idea.

-¿No hacían comentarios entre ustedes?

-Mucho compartimentaje. Lo que hace mi unidad no tiene por qué saberlo otra.

-¿Por desconfianza?

-Sí, mucha.


El juramento de la FACH

-¿Sabía usted que en cualquier momento también lo podían matar?

-Siempre lo supe.

-¿Hizo algún juramento en la FACH antes de iniciar su trabajo?

-Tengo un documento firmado en la Dirección de Inteligencia de la FACH en el que se dice que todo lo que haga no debo comentarlo, y si el día de mañana me echan del trabajo debo seguir llevando una vida normal, pero no debo involucrar a nadie. Incluso dice que el que cae detenido cae solo, todas las acciones las hizo solo, nunca contó con el apoyo de la institución.

-¿En qué otras operaciones participó?

-En Fuenteovejuna y Janequeo.

-¿Cómo fueron esas operaciones?

-Había que detectar a los que mataron al intendente de Santiago, Carol Urzúa. A nosotros nos llamaron cuando ya la operación estaba armada. Al equipo de contrasubversión de la FACH le pidieron una colaboración. La CNI ya había hecho los seguimientos, tenía detectadas las casas, todo. Ahí cayeron presos los que están detenidos actualmente, a uno que le decían «Pitufo» Palma. El día de la operación estuve todo el tiempo en una camioneta. De repente se nos avisó que si salía el «uno» –los teníamos por número de acuerdo a su importancia– se iniciaba toda la operación. Por radio escuché: «Salió el uno, ¡síganlo!». Hizo contacto con otro y después se separaron y los detuvieron a los dos. A otro lo agarraron aquí al frente de Capuchinos, uno gordo, no recuerdo su nombre.

-Continúe…

-Al que más recuerdo es a Palma, que fue sacado de un colectivo o de un taxi. En la tarde nos dirigimos a la casa de Fuenteovejuna. Nos reunieron antes en un supermercado por ahí cerca. Éramos alrededor de sesenta agentes. Llegó un jeep con una ametralladora punto 30, nos reunió uno de la CNI, tengo entendido que es oficial de Carabineros, y dijo: «Bueno, aquí ningún huevón vivo, todos muertos».

-¿Cuántos sospechosos eran?

-Tres. Nosotros, cerca de sesenta. De repente yo vi entrar el jeep, que se estacionó. Justo al frente de la casa hay un pasaje. Dieron la orden por radio de que tomáramos todas nuestras posiciones y, luego, el mismo oficial preguntó si estaba lista la base de fuego. Yo no tenía idea de qué se trataba: era el jeep que estaba preparado, el jeep que tenía la CNI con una ametralladora que sale con un mecanismo hidráulico. Salió la ametralladora y empezó a disparar a la casa durante alrededor de un minuto. Después, por un altavoz se les conminó a rendirse diciéndoles que estaban rodeados por fuerzas de seguridad. Uno salió con las manos en alto, y cuando venía saliendo lo rafaguearon. De adentro respondió el fuego una mujer. Inmediatamente la casa comenzó a incendiarse por los efectos de una bengala.

-¿La bengala fue lanzada por ustedes?

-Sí, por uno de los agentes que estaban apostados en el interior, y al parecer cayó en algunos documentos, papeles, y se dio inicio al incendio de la casa.

-¿La bengala tenía por objeto incendiar la casa?

-No. Iluminarla para ver si había más personas adentro. Sabíamos que había dos muertos, pero eran tres personas, aún no teníamos conocimiento de que Villavela había muerto. Por la posición en que fue encontrado, posteriormente supimos que murió con las primeras ráfagas de ametralladora sorpresivas.

-¿Cuál fue su papel en la operación?

-Disparar en caso de que alguien saliera de la casa. En realidad no fue necesario. Era una cosa de locos, toda la gente disparaba. Yo le disparé a un foco que había frente a la casa para obscurecer más el sector. Después, me preocupé de sacar a la gente de las casas de los lados, a los vecinos.

-¿Qué pasó después?

-Llegó Investigaciones y tomó en sus manos el caso, el asunto digamos legal. Luego nos fuimos a [la calle] Janequeo, en Quinta Normal, y como algunos de nuestros agentes se encontraban sin balas, por haber utilizado todo el stock, pasamos a buscar a nuestra oficina. Cuando llegamos a Janequeo ya nos estaban esperando. El mismo jeep estaba haciendo su trabajo.

-¿Cuántos eran los sospechosos?

-Dos personas, y deben haber habido unos cuarenta agentes, entre gente de la CNI y de la Fuerza Aérea. Sé que a uno de los extremistas lo mataron pasando una plaza que hay por ahí cerca. No llevaba armas; después apareció en la prensa con un arma, pero se la puso la CNI. «José», un argentino, murió en el patio de la casa.

-¿Qué paso con los cadáveres? ¿También se hizo cargo Investigaciones?

-Después de que nosotros terminamos nuestra parte en la operación, nos devolvimos a la oficina. La CNI siguió trabajando sola.

-¿Sabe usted de dónde provino la información sobre este grupo mirista?

-No, no lo sé. Sí sé que el MIR y el Partido Comunista están infiltrados por la CNI.

-¿En este momento?

-Sí.

-¿Cómo lo prueba?

-Me lo dijo un agente de la CNI. Hacen operaciones, matan personas cuando quieren. Ellos saben dónde está Fulano, Zutano, Perengano. Incluso la gente que se asiló recientemente en la Nunciatura estaba vigilada.

-¿Por qué quiso hablar conmigo?

-Porque quería desahogarme. Compré la revista Cauce y me puse a leer. No tenía idea sobre la muerte del cuñado de Juan Delmás. Vi quién era el periodista que había escrito esa crónica y la escogí. Pero a esto le vengo dando vuelta hace varios meses. Hoy día me decidí.

-¿Qué otros trabajos de este tipo ha desarrollado?

-Desde fines de 1976 en adelante la Fuerza Aérea se retiró de la acción antisubversiva. Solo actuamos esporádicamente porque Roberto Fuentes, el comandante, tiene contactos y es muy amigo con la gente de la CNI.

-¿Roberto Fuentes Morrison sigue perteneciendo a la Fuerza Aérea?

-Sí, pero ni siquiera trabaja, la jefatura no le da trabajo. Está ahí no más.


La estructura del terror

-¿Qué contactos tiene usted con la CNI?

-Todos los servicios tienen un contacto que se llama el «canal técnico». Para traspasar informaciones hay contactos personales.

-¿No ha habido ningún operativo en el que le haya tocado participar?

-Sí, un operativo para el que nos solicitó Carabineros. Nosotros, el equipo que yo conformo, estamos bien considerados dentro del trabajo de la contra subversión. Nos tienen por buenos. Fuimos llamados para hacer unos allanamientos en Pudahuel.

-¿Qué indicaciones les entregaron?

-Tienen que ir a esta casa y estos son los dos sujetos que buscamos. Creo que estaban involucrados en la muerte de un carabinero. El pasaje creo que se llamaba Apolo.

-¿Descubrió algo?

-Armas, no. Solo documentación, propaganda, nada de importancia…

-Pero la televisión mostró armas…

-Esa vez se hizo un allanamiento en el que participaron alrededor de doscientos carabineros. Se allanó, creo, la mitad de la comuna de Pudahuel. Si en otro lado aparecieron armas, a mí no me consta. Todo se llevó a la Comisaría de Santo Domingo. Estaba en el suelo todo el material incautado, pero armas no había en ningún lado.

-¿Qué pasó en la Comisaría?

-Cuando llegamos a la Comisaría de Santo Domingo, pasado Matucana, había más de cien detenidos de Pudahuel y algunos de Renca. Estaban todos en el patio de la Comisaría, puestos contra la muralla, vendados, con capucha. Luego ingresó un vehículo con los vidrios polarizados, sacaban uno a uno a los prisioneros y los ponían al frente del auto, con las luces altas. Les sacaban las capuchas y en el interior del auto había uno que indicaba quiénes eran y quiénes no eran. Al parecer era un hombre que había caído detenido tres días antes.

-¿Su señora sabía qué clase de trabajo realiza?

-Sabe que trabajo en seguridad, pero no los trabajos específicos que yo realizo.

-¿Cuándo se casó?

-Hace seis o siete años. Conviví con ella y me casé legalmente después.

-¿Cuándo la conoció?

-En 1975, creo. Llegué a vivir a su casa, de uniforme, como aviador. Y de repente pelo largo, me pasaban a buscar en auto, bajaban tipos con ametralladoras. Se dio cuenta de que tenía que ver con seguridad.

-¿Nunca le preguntó nada?

-Sí, pero yo le decía que eran trabajos institucionales, nada que ver con la DINA o la CNI.

-¿Ella se preocupaba?

-Sí, mucho. Mi señora después se empezó a dar cuenta y tuvo la certeza con la operación de Fuenteovejuna. Llegué con mi pantalón con sangre y ella había escuchado las noticias. Me preguntó si trabajaba en el lugar y tuve que decirle que sí. Como ella es muy reservada no dijo nada, pero sé que se tiene que haber preocupado mucho.

-¿No le dieron ganas de hacer otro trabajo?

-Yo llegué a hacer el servicio militar a la FACH a los dieciocho años, cuado recién salí del liceo.


Tratamiento para los nervios

-¿Nunca estuvo relacionado con actividades políticas?

-No. El año 1973 tenía diecisiete años. Llegué a esto en una forma…, quiero decir que no lo busqué. De repente me vi involucrado en esto.

-¿Saben sus padres qué tipo de trabajo ha realizado?

-Saben que soy agente de seguridad, o sea la parte legal del asunto, la seguridad del territorio, pero nunca en…

-¿Conoció a Osvaldo Romo?

-No. Lo único que sé es que le decían «el Dedo de Yeso», porque lo usaba para indicar…, al menos dentro del servicio se le conoce así.

-¿Dónde vive?

-En la población Juanita Aguirre, de la Fuerza Aérea.

-¿Arrienda o es propietario?

-La Fuerza Aérea nos da la casa. No pagamos arriendo.

-¿Ha estado enfermo de los nervios alguna vez?

-Sí, estuve en tratamiento; hay varios casos, muchos hospitalizados.

-¿Dónde los hospitalizan?

-En la Clínica Ñuñoa. Hay un convenio con esa clínica. A mí me atendió un psiquiatra.

-¿Le preguntaba sobre estas mismas cosas?

-No, porque el médico es del servicio. Yo pedí asistencia médica porque estaba muy tenso, nervioso. Conversé con un psicólogo y este me mandó a sacarme un electroencefalograma. Después me citó varias veces a conversar con él, armé cubos, etcétera, luego determinaron que mis problemas eran derivados de mis problemas económicos.

-¿Fue en profundidad el tratamiento?

-No. Fue muy superficial.

-¿Después cómo se sintió?

-Los problemas continúan pero me siento bien. Lo que quiero decir es que los problemas que tengo son conmigo mismo. O sea, lo que estoy haciendo ahora.

-¿Pero por qué no le contaba esto al psiquiatra?

-No se lo podía decir. ¿Cómo le voy a decir que estoy aburrido de esto, que me quiero ir, que no quiero trabajar más acá, que estoy asqueado de este trabajo? ¡Imagínese!, el psiquiatra del servicio… Me iba a durar repoquito la vida.

-¿Cómo se llama el psiquiatra?

-Hay tres médicos. El que me atendió no sé si es psiquiatra o psicólogo. Es muy importante, está considerado entre los mejores de Chile. Incluso ha participado en foros en televisión. Tengo entendido que trabaja en Canal 7 y hace campañas de propaganda.

-¿Cómo se llama?

-Aracena [Moisés Aracena].

-¿Le hacía preguntas relacionadas con su trabajo?

-No, con mi familia nada más. Del trabajo no, porque sabe todo. Nos conoce bien a todos. Otro de los médicos se apellida Rey y el tercero participa poco, su nombre no lo recuerdo pero tiene cara de loco, es más bajo que yo, usa los pantalones cortos, camina medio raro, usa anteojos ópticos, pelo liso, semicanoso. Pero Aracena sí que ha participado en contrasubversión.

-Si un compañero suyo desaparece, ¿pueden preguntar a sus jefes por él?

-Se pregunta, siempre que no exista lo que se llama «cobertura», o sea que fue trasladado, que fue dado de baja o en último término que fue sorprendido en una u otra cosa y está detenido. Ahí nadie lo puede visitar, porque el que lo visite se va de baja. Le echan a perder la imagen, como se dice.

-¿Qué misión estaba cumpliendo usted en este momento?

-Hacía un curso de cuatro meses de inteligencia de seguridad territorial, pero de eso no voy a hablar ni una sola palabra.

-¿Qué piensa usted del general Pinochet?

-No me gusta. Creo que es el pensamiento de la Fuerza Aérea. No nos gusta porque es un dictador. Se rompieron las relaciones, digamos, cuando salió el general Gustavo Leigh. Dentro de los generales hay una cierta división por el general Pinochet…

-Y a usted, ¿por qué no le gusta?

-Pienso que las ideas se deben combatir con ideas. Esto lo vengo pensando desde hace mucho tiempo. Si alguien me dice a mí que es comunista y…, bueno, yo no lo puedo matar, tengo que demostrarle que está equivocado. Es que un país no se puede…


«Hay miedo»

-¿Está convencido de lo que está diciendo?

-Totalmente.

-¿Sus compañeros opinan lo mismo?

-No se pronuncian abiertamente. Hay miedo a las represalias. Uno no puede opinar libremente. Nadie le va a preguntar a uno o a un jefe «¿qué te parece el general Pinochet?». Eso no se hace.

-¿Conoció usted al general Leigh?

-El día que dejó de ser miembro de la Junta de Gobierno. Trabajábamos en una casa de seguridad, pero no en contrasubversión. De repente, llegó un oficial nuestro y eligió gente. A mí me eligieron, creo por la experiencia, para que prestáramos protección a la escolta del general. Nos fuimos al Ministerio de Defensa en un Fiat 125 y no nos querían dejar pasar. Le tiramos el auto encima a un centinela del Ejército que tenía cortado el camino por Gálvez. El conscripto no hizo nada, no se atrevió. Luego esperamos que saliera el general. Había muchos periodistas en el sector, gente que aplaudía, y en eso llegó un auto Chevy Nova. Se bajó un oficial rubio y conversó con nuestro oficial y le dijo que la seguridad del general Leigh estaba en manos de ellos. Nuestro oficial le dijo que no, que lo escoltaríamos hasta su casa y que las únicas órdenes que esperábamos eran del general Leigh, que seguía siendo nuestro comandante en jefe. Pero ya había jurado el general Fernando Matthei. Recuerdo que uno de los guardaespaldas del general Leigh le pegó un puñete a un comando del Ejército que no lo quería dejar pasar hacia una oficina. De todas maneras no nos dejaron entrar al Ministerio. Se armó una discusión entre los dos oficiales y el nuestro dijo: «Ustedes se bajan, en caso de que este Chevy Nova se mueva lo repelen». No se atrevieron.

-¿Qué pasó después?

-Luego nos fuimos escoltando hasta el edificio Diego Portales. Nosotros nos bajamos con nuestras armas en la mano y creo que el general Leigh se asombró mucho. Cuando bajan hay un centinela que dice «baja el uno», ese es el general Pinochet; «baja el dos», y así sucesivamente. Cuando salió el general Leigh, dijo «baja el…» y no supo qué decir.

Lo acompañamos hasta su casa. Allá Leigh nos formó a todos y se despidió de cada uno de nosotros y nos dijo que teníamos que seguir prestándole apoyo al nuevo comandante en jefe. Cuando le dijeron que alguien quería hablar con él, respondió que no quería a nadie de la Junta, ni ministro ni nadie. Se juntó mucha gente fuera de la casa. Nosotros seguimos vigilando el lugar y echamos a los CNI: estaba lleno de autos de la CNI. Para evitar problemas se fueron.

-¿No pensó nunca que todas las cosas y trabajos, como usted les llama, iban a salir un día a la luz?

-Sí, lo pensé.

-¿Hay gente de la FACH en la CNI en estos momentos?

-No. Los retiró el general Matthei después del caso de la dinamitada.

-¿Causó mucha conmoción en la FACH?

-Sí, pero no por un problema sentimental. Encontramos que era un trabajo mal hecho. Una estupidez. Por eso mismo causó revuelo, porque había mucha gente nuestra trabajando en la CNI.

-¿Pero no habían retirado el año 1976 a su gente de la CNI?

-Sí, pero como una semana antes se había enviado nuevamente gente en comisión, por un año. Cuando se supo el caso de la dinamitada, al día siguiente llegó una orden del general Matthei pidiendo que toda la gente regresara. La orden llegó a las ocho de la mañana a la CNI, a la diez se retiró toda la gente. Y al que no quería regresar se le dio de baja en la Fuerza Aérea y la CNI se hacía cargo de ellos, pero no como funcionarios FACH.

-¿No provocó problemas eso?

-Problemas con el presidente Pinochet, sí. Cuando se pidió gente nuestra para la CNI fue por una orden de él. En realidad pidieron de todas las instituciones. La única rama que retiró su gente fue la FACH, los otros siguieron trabajando. Nosotros pensamos que iba a haber un quiebre porque el general Matthei pasó a llevar una orden del presidente.

-¿En qué forma?

-Cuando se solicitó gente nuestra para la CNI, la FACH se opuso, pero luego salió una orden directa del Presidente de la República exigiendo que Matthei enviara gente. Con el problema de la dinamitada… se pensó que habría un quiebre. El mismo Álvaro Valenzuela [Álvaro Corbalán], jefe de operaciones de la CNI, que quedó a cargo de nuestra gente, primero estaba muy prepotente y después tuvo que aceptar que los regresaran a la unidad de la FACH. Por eso mismo, después la Fuerza Aérea solicitó a todo el personal de seguridad que entregáramos toda la numeración de nuestro armamento. Para tener absoluto control y que nuestras armas no aparezcan mezcladas en un hecho delictual o algo raro que no tenga relación con la institución. Eso pasó hace como dos meses más o menos.

-¿Hubo otro momento de quiebre institucional que usted recuerde?

-Sí, debe haber sido en febrero o marzo, marzo más seguro. Parece que hubo un quiebre al interior de la Junta, porque nosotros tuvimos que vigilar durante una noche el movimiento de los regimientos. Fue una sola noche porque al otro día se levantó la alerta.

-¿En qué lugar vigiló usted?

-Tuve que controlar con mis compañeros el área de Independencia, el Regimiento Buin. Ver si había movimiento de camiones, cualquier cosa extraña. También debíamos estar alerta en mi unidad por si había movimiento desde Peldehue y El Salto.

-¿Ocuparon todo Santiago, me imagino?

-Por supuesto. Se comentó después que se estaba esperando que Pinochet firmara un decreto que afectaba a la Fuerza Aérea, y entonces nosotros íbamos a estar en contra de esa iniciativa. Quisimos evitar sorpresas, como sucedió con el caso del general Leigh, y por eso controlábamos, por si había movimientos para destituir al general Matthei.

-Volvamos a lo personal. El adiestramiento que ustedes tienen, ¿no lo lleva a pensar que el tipo de trabajo que están haciendo es absolutamente anormal?

-Pienso que sí. Uno actúa, no piensa, Solo actúa. Queremos ser eficientes y por eso mientras menos huellas quedan mejor hecho está el trabajo que uno realiza.

-Para las protestas, ¿no jugaban un papel?

-Nunca hemos participado. Hacemos un día común y corriente. La orden la impartió el general Matthei, él está muy preocupado de la imagen de la institución, quiere que la FACH desarrolle solamente su labor profesional y no pretenda más.

-¿En qué consiste su trabajo institucional?

-Básicamente en la defensa territorial, para eso fueron creadas las Fuerzas Armadas.


La máquina de muerte

-¿Ha matado a sangre fría alguna vez?

-No.

-¿Estaba usted realmente consciente del tipo de trabajo que hacía?

-Sí, hasta ahora.

-Pero…, ¿se da cuenta?

-Sí.

-¿Cómo pudo hacerlo?

-Es una máquina que lo va envolviendo a uno hasta el punto de la desesperación, como me ha ocurrido a mí ahora. Sé que en este momento me estoy jugando la vida. Yo sé que quizás mi familia no me va a acompañar. Ni siquiera están de acuerdo con lo que he hecho, pero tenía que contarlo. Me sentía mal, estaba asqueado. Como le decía, quiero volver a ser civil.

-Pero usted lleva diez años como agente de seguridad, ¿no cree que de todas las balas que ha disparado…?

-Es muy probable porque he participado en varios tiroteos. Es muy probable…

-¿Ha torturado?

-Sí.

-¿En qué consistían esas torturas?

-Aplicación de corriente, golpes…

-¿Cómo se comporta usted como padre?

-Soy un mal padre.

-¿Por qué? ¿Les pega a sus hijos?

-No, pero juego raramente con ellos.

-¿A qué lo atribuye?

-No lo sé. Creo que en todo este tiempo he empezado a mirar la vida de otra manera. Me he dado cuenta de la situación por la que he pasado. No quiero que mis hijos me quieran. Sé que cualquier día me van a matar y no quiero que sufran. Por eso soy así en mi casa. Incluso mis hijos quieren más a los tíos. Cuando estos llegan mis hijos corren, los abrazan, los saludan… Cuando llego yo, a veces corren y yo no les hago mucho caso. Los quiero, pero no en el sentido que debería ser…

-¿Pero usted ha querido alguna vez a alguien? ¿Ha sentido cariño por alguna persona?

-Sí, claro que sí, pero tengo una forma muy particular de querer a las personas. No sé cómo explicarlo… Prefiero que a mí no me quieran. Con mi familia soy muy distinto. No visito nunca a mis padres.

-¿Siempre fue así?

-No. Cuando era muchacho me iba bien en los estudios. Era cariñoso y regalón de mis padres a pesar de que soy el hermano del medio, somos tres hermanos. Era muy sentimental, después todos esos valores los fui perdiendo.

-¿Y no se daba cuenta?

-Claro que sí y eso me producía conflictos.

-¿Cómo los solucionaba?

-No los solucioné nunca en realidad. Los dejaba pasar.

-¿Tiene resentimientos contra la institución?

-Contra ella, claro que no. Contra los que me transformaron, sí. Con los jefes que me llevaron a hacer lo que hice. Contra la institución no, tampoco contra las Fuerzas Armadas.

-¿Quiénes fueron esos jefes?

-Roberto Fuentes Morrison.

-¿Cuándo lo conoció?

-El año 1974, en la Academia de Guerra. Él no era de la FACH. Tengo la impresión de que el año 1975 fue nombrado subteniente de reserva. Él siempre dio a entender que antes estaba infiltrado en Patria y Libertad. En 1980 fue baleado, le pegaron dos balazos y lo ascendieron a comandante. En este momento es comandante de escuadrilla; de reserva, claro. Le gusta mucho lucir el uniforme.

-¿Qué tipo de persona es Roberto Fuentes?

-Es alegre, siempre se le ve alegre, jovial.

-¿Siempre fue él el que ordenaba matar?

-Siempre salía en los operativos y era él quien participaba con los jefes de Carabineros, de la Marina y del Ejército que trabajaban con nosotros. Dictaminaban a quién se mataba, por eso dudo que los jefes máximos de la FACH sepan qué pasó realmente.

-¿Está seguro de que en este momento Fuentes Morrison no hace nada en la FACH?

-Nada, a excepción que a veces trabaja con la CNI, pero porque él se ofrece para cooperar: hace contactos, favores personales. Ahí me enteré de que en la CNI hay diversas unidades o agrupaciones. Una se llama la Agrupación Azul, que se ocupa de los partidos políticos, y así por cada área que tienen que trabajar: periodistas de oposición, sindicatos… Llevan años ya especializándose. Hay un área MIR, otra Partido Socialista, Partido Radical. Incluso se hacen bromas entre ellos porque los que más trabajo tienen son los que se ocupan del MIR.

-¿Tenía muchos amigos Fuentes?

-Tenía amigos en diferentes lugares. Por ejemplo, uno de los que está detenido por la muerte de un obrero del POJH en Pudahuel, Joaquín Justo Piña Glamesti, era su amigo desde el tiempo de Patria y Libertad. En una oportunidad fuimos juntos a la Municipalidad de Pudahuel a hacer un trabajo. Buscábamos a una persona, teníamos la dirección pero no lo podíamos ubicar en Pudahuel y fuimos a la Municipalidad. Cuando salimos, Fuentes subió a un funcionario de la Municipalidad al auto y comentaron que había que ir a ver a Piña, y Fuentes dijo: «Yo a mi gente no la boto, así que voy a ir a verlo a la cárcel». Luego nombró a los otros que estaban presos con Piña. El que iba con nosotros en el auto respondió que se acordara de que habían trabajado muchos años juntos y le dijo a Fuentes: «De ti aprendimos». Ahí me quedó claro que habían trabajado juntos y que también pertenecieron a Patria y Libertad. Siguieron conversando, hicieron alusión a que Fuentes había sido autor de la voladura de un oleoducto durante la época de Allende.


El futuro

-¿Tiene miedo por su vida? ¿Ha pensado qué le va a pasar en el futuro?

-Ahora sí tengo miedo.

-¿Qué medidas ha pensado tomar para el futuro?

-No sé…, dejo que el tiempo diga… No sé qué va a pasar conmigo.

-¿Sabe alguien que vino a conversar conmigo?

-Nadie, absolutamente nadie.

-¿Usted se acaba de graduar?

-Claro, tengo aprobado el curso. Me espera una nueva destinación. Tengo que graduarme mañana.

-¿Y lo va a hacer?

-No. No voy a estar.

-¿Va a ser una sorpresa para todo el mundo…?

-Sí, para todos. Sé que va a ser un remezón fuerte dentro de la Fuerza Aérea, con repercusiones en muchos lugares, en la CNI…

-¿Pero usted en ningún momento se pudo oponer a ejecutar ese tipo de trabajo?

-Tenía dieciocho años y quería saber, nunca había estado con prisioneros y quise ir a ver. Le puedo decir que dentro de los servicios hay gente joven que llegó como yo y se metió tanto en la violencia que creo que ahora no pueden vivir sin violencia.

-¿Y qué pasará si quedan sin trabajo?

-Por eso hay muchos casos de delincuencia. Carabineros que han sido sorprendidos asaltando servicentros, por ejemplo. No sé, creo que después de esto cuesta entrar en el mundo de la ley.

-¿Pensaba usted que estaba por sobre la ley?

-Siempre pensé que estaba por sobre la ley…

-¿Se sentía muy poderoso?

-Yo no. Pero a veces sí, tiene razón, poderoso, no yo como persona, el sistema lo encontraba poderoso.

-¿Eso lo llevaba a ser prepotente en su casa?

-No. Nunca he sido prepotente ni peleador. En ese aspecto hasta he sido cobarde para pelear con otra persona de igual a igual. No me dominó la violencia hasta ese extremo.

-¿A otros compañeros suyos sí?

-Ya le dije que no quiero dar los nombres de mis compañeros. Un día venía con un colega, en auto, habían atropellado a una persona, la que estaba debajo de la micro hecha pedazos. Nosotros veníamos comiendo un sándwich y él pasó en el auto muy despacio. Noté que gozó con el espectáculo. Yo miré y volví la cara. Había visto muchos muertos pero me impactó esa escena, no tanto el muerto sino mi colega. Él siguió comiendo, y era muy sano. Y eso es lo que creo que me ha llevado a hacer lo que estoy haciendo con usted. Me he dado cuenta del cambio que hemos tenido desde que éramos conscriptos, pavos algunos, otros tontos, sin mundo.

-¿Qué hace en sus horas libres?

-No me gusta llegar a mi casa. Leo mucho. Me gusta leer. Antes me gustaba mucho jugar fútbol, después dejé de ir a la cancha.

-¿Qué le habría gustado hacer en la vida?

-No lo sé. No lo he pensado nunca.

-¿No recuerda lo que quería ser cuando era un adolescente?

-Aunque le parezca irónico, policía, detective, carabinero también.

-¿Qué le gustaría que fueran sus hijos en el futuro?

-Doctor, cualquiera de los tres.

-Cuando veía usted a un médico que era del servicio y que participaba de esos trabajos, ¿qué sentía?

-Vi a un médico poniendo pentotal, eso me impactó.

-¿Dónde lo vio?

-En Colina. No sé qué médico era. No recuerdo. Se lo puso al «Quila» [Miguel Rodríguez Gallardo]… Fue hipnotizado también… No hubo caso. Por eso le digo que es una de las personas que nosotros considerábamos enemigos que yo admiré, por su temple, su valentía, sus convicciones. A veces nos quebrábamos nosotros al lado de él cuando veíamos cómo le daban. Él siempre estuvo entero.

Yo diría que al principio, cuando uno empieza, primero llora, escondido, que nadie se dé cuenta. Después siente pena, se le hace un nudo en la garganta pero ya soporta el llanto. Y después, sin querer queriendo, ya se empieza a acostumbrar. Definitivamente ya no siente nada de lo que está haciendo…



* Publicado en Los casos de la Vicaría, s/f. Esta es la versión original de la entrevista, que se publicó en El Diario de Caracas, en Venezuela, en diciembre de 1984.

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