Jack London: Cómo me hice socialista




Es perfectamente justo decir que yo me convertí al socialismo de un modo similar a la forma en que los paganos teutones se convirtieron en cristianos —estaba forjado en mi—. En la época de mi conversión no sólo no buscaba al socialismo sino que lo atacaba. Era muy joven e inexperto, no sabía gran cosa de nada y aunque nunca había oído hablar de una escuela llamada “individualismo”, entonaba de todo corazón el panegírico de los fuertes. Hacía esto porque yo también era fuerte. Cuando digo fuerte quiero significar que tenía buena salud y músculos duros, cuya posesión explicaré fácilmente. Viví mi infancia en los ranchos de California, mi adolescencia voceando diarios en las calles de una saludable ciudad del oeste y mi juventud en las aguas cargadas de ozono de la bahía de San Francisco y del Océano Pacífico. Amaba la vida al aire libre; me ocupaba al aire libre en los trabajos más duros. Sin progresos, yendo a la deriva de trabajo en trabajo, contemplaba el mundo y lo llamaba bueno. Déjenme insistir; este optimismo existía porque era sano y fuerte, sin dolor ni debilidad, nunca dejado a un lado por el patrón por no tener buen aspecto, capaz siempre de conseguir trabajo en el acarreo del carbón, la marinería o en cualquier trabajo físico.

Por todo esto, por mi vida triunfante y joven, capaz de sostenerme solo en el trabajo o la lucha, yo era un desenfrenado individualista. Es muy natural; era un triunfador. Por eso llamaba al juego, cuando lo veía o creía verlo jugar, un auténtico juego de hombres. Ser un HOMBRE era escribir hombre en mi corazón con grandes mayúsculas. Aventurarme como un hombre, pelear como un hombre y hacer el trabajo de un hombre (aun por el sueldo de un chico). Estas eran cosas que se me prendían, que me llegaban directamente como no lo lograba ninguna otra. Veía a lo lejos la perspectiva de un confuso e interminable futuro en el que, jugando lo que yo consideraba un juego de HOMBRE continuaría la marcha con una salud indeclinable, sin accidentes y con músculos siempre vigorosos. Como les dije: este futuro era interminable… Podía verme enfurecer sin fin a través de la vida como una de las “bestias rubias” de Nietzsche, vagabundeando lujuriosamente y conquistando todo por pura superioridad y fuerza. En cuanto a los desafortunados, los doloridos, los enfermos, los viejos, los mutilados, debo confesar que no pensaba en ellos en absoluto, salvo algunas veces en que sentía vagamente que ellos podían trabajar tan bien y ser tan buenos como yo si lo deseaban con suficiente voluntad. ¿Accidentes? Bueno, significaban FATALIDAD también deletreado con mayúsculas. Y con la fatalidad no había escapatoria. Napoleón había tenido un accidente en Waterloo, pero eso no hacía teclear mi deseo de ser otro Napoleón. Además, el optimismo engendrado en un estómago que podía digerir hierro viejo y en un cuerpo florecido en la opresión no me permitía considerar a los accidentes como ni remotamente relacionados a mi gloriosa personalidad.

Espero haber dejado bien en claro que estaba orgulloso de ser uno de los hombres fuertes que la Naturaleza producía. La dignidad del trabajo era para mí la cosa más impresionante del mundo. Sin haber leído a Carlyle o a Kipling, formulaba un evangelio del trabajo que ponía el de ellos a la sombra. El trabajo era todo. La santificación, la salvación. El orgullo que sentía después de una jornada de duro trabajo bien realizado sería inconcebible para ustedes. Es casi inconcebible para mí al recordarlo ahora. Yo era el más fiel esclavo a sueldo que un capitalista haya explotado jamás. Protestar o fingirme enfermo con el hombre que pagaba mis jornales era un pecado; primero contra mí mismo y segundo contra él. Consideraba esto un crimen comparable a la traición. En síntesis mi satisfecho individualismo estaba dominado por ortodoxas éticas burguesas. Leía diarios burgueses, oía a oradores burgueses y aclamaba las sonoras perogrulladas de políticos burgueses. Y no dudo que, si otros sucesos no hubiesen cambiado mi carrera, me habría transformado en un esquirol profesional (uno de los “héroes americanos” del presidente Eliot) y tendría mi cabeza y mis poderosos salarios irremediablemente destrozados por una cachiporra en manos de algún burócrata gremialista mafioso.

Por ese entonces, al volver de un viaje de siete meses pegado a un palo mayor y con dieciocho años recién cumplidos, se me metió en la cabeza la idea de vagar. Me abrí paso, por los caminos y oculto en vagones, desde el inmenso oeste donde los hombres eran indios vigorosos y el trabajo los perseguía, hasta los congestionados centros laborales del este, donde los hombres eran como pequeñas papas y perseguían el trabajo que podían. En esta nueva aventura de bestia-rubia me encontré mirando al mundo desde un ángulo totalmente distinto.

Había saltado del proletariado a lo que los sociólogos adoran llamar “la décima parte sumergida”. Comencé a descubrir la forma en que estaba reclutada esa “décima parte sumergida”. Encontré allí toda clase de hombres, muchos de los cuales habían sido tan bestias-rubias y tan buenos como yo; marineros, soldados, trabajadores. Deformados, contorsionados, inutilizados por un trabajo penoso o por accidentes y arrojados por sus amos a la deriva como a tantos caballos viejos. Me arrastré miserablemente, mendigando con ellos en negros portales, tiritando en parques o vagones, mientras escuchaba historias que comenzaban con perspectivas tan hermosas como las mías, con digestiones y cuerpos iguales y mejores que los míos y terminaban allí, ante mis ojos, en el matadero del Pozo Social. Mientras escuchaba, mi cerebro comenzó a trabajar. La mujer de la calle y el hombre del albañal se movían muy cerca de mí. Vi el cuadro del Pozo Social tan vivido que parecía una cosa concreta; y a ellos en el fondo del Pozo, yo mismo encima, no lejos, colgando sobre la pared resbaladiza a fuerza de sudor y músculo. Confieso que me dominó el terror. ¿Y qué pasaría cuando mi fortaleza decayera? ¿Cuándo fuese incapaz de trabajar hombro a hombro con hombres tan nuevos que pareciera como si aún no hubieran nacido? Y allí, entonces, me hice un gran juramento. Fue más o menos así: “Todos los días trabajé duramente mi cuerpo, y de acuerdo con la cantidad de días que lo siga haciendo estaré, o no, más cerca del Pozo. Saltaré del Pozo, (pero no con los músculos de mi cuerpo. Que Dios me haga morir si trabajo con mi cuerpo un día más de los que deba necesariamente trabajar.” Desde entonces me ocupe en huir bien lejos del trabajo rudo.

Incidentalmente, mientras vagabundeaba varios miles de millas a lo largo de los Estados Unidos y Canadá, me extravié en las cataratas del Niágara. Fui atrapado por un policía montado y, sin el derecho a defender mi culpabilidad o mi inocencia, se me encarceló treinta días por no tener domicilio fijo ni medios de subsistencia. Esposado y encadenado me acarrearon a través del país hacia Búffalo, con un montón de hombres en circunstancias similares. Registrado en la penitenciaría de Erie, con la cabeza rapada, el florecido mostacho afeitado, vestido con traje a rayas, vacunado a la fuerza por un estudiante de medicina que practicaba con hombres como nosotros, me hicieron trabajar y marchar al paso bajo los ojos de guardianes armados con winchesters; todo por aventurarme a la manera de las bestias-rubias. No declaro acertado referirme a detalles más amplios, aunque puedo sugerir que algo del pictórico patriotismo nacionalista se evaporó quién sabe dónde, escapando del fondo del alma. Al menos, desde esa experiencia, me preocupé más por los hombres, las mujeres y los niños que por un imaginario límite geográfico.

Para retornar a mi conversión, creo que resulta evidente que mí desenfrenado individualismo fue eficientemente forjado desde afuera y que otra cosa tan eficiente lo fue desde adentro. Pero así como yo había sido un individualista sin saberlo, ahora era un socialista también sin saberlo. Nacido nuevamente, sin bautizar, busqué descubrir quién era. Volví a California y me volqué en los libros. No recuerdo cuáles fueron los primeros, de todos modos es un detalle poco importante. Yo, fuera lo que fuese, ya era ESO. Por los libros descubrí que ESO era un socialista. Desde ese día he abierto muchos libros, pero ningún argumento económico, ninguna lúcida demostración de la lógica inevitabilidad del socialismo me llegó tan profunda y convincentemente cómo aquel día en que vi por primera vez levantarse a mí alrededor las paredes del Pozo Social y me sentí deslizar hacia abajo, abajo, hasta el matadero del fondo.



* Publicado en El Obrero, 06.01.21.

El mito de un Israel "bueno" y uno "malo"




Este texto fue publicado por Gilad Atzmon en el lejano enero de 2013 a propósito de las elecciones en Israel. Pero, como se puede ver al leerlo, da buena cuenta de la realidad política del Estado Judío de Israel desde su espurio y violento nacimiento en 1948.

Atzmon es un saxofonista de jazz, activista político, escritor y novelista nacido en Israel. Hastiado del ambiente fascistoide y represivo de dicha nación, emigró a Gran Bretaña y accedió a la nacionalidad británica.


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Gilad Atzmon

La mayoría de comentaristas de la política israelí no consigue ver que las nociones de izquierda y derecha resultan bastante irrelevantes para entender la política israelí. Israel se define a sí mismo como el Estado judío y, efectivamente, según pasan los años, Israel se vuelve cada vez más judío. Naftali Bennett, que por un momento pareció ser la estrella ascendente en estas elecciones, se ha dado cuenta de esto muy bien. Ha reinventado lo del hogar judío en un partido político que ensalza la aspiración de Israel de cumplir su verdadero destino judío. Prometió a sus seguidores que pueden vivir como elegidos en su Estado solo para judíos independientemente de consideraciones éticas o morales. 

Pero es la mayoría de los judíos que participan en el juego político israelí, si no todos, los que están comprometidos con el sueño del "Estado judío". Por supuesto, difieren en algunas cuestiones prácticas y pragmáticas menores, pero en lo esencial están nítidamente de acuerdo. Aquí va un viejo chiste israelí: un colono israelí propone a su amigo de izquierdas: "El próximo verano tenemos que poner a todos los árabes en autobuses y sacarlos de nuestra tierra". El izquierdista: "Vale, pero asegúrate de que los autobuses tengan aire acondicionado".

En Israel no hay halcones ni palomas. En su lugar, todo lo que tenemos es un leve debate entre unas escasas interpretaciones sobre tribalismo judío, nacionalismo y supremacía. Algunos judíos quieren estar rodeados de imponentes muros de gueto --les gusta, les resulta acogedor, se sienten seguros--; otros prefieren confiar en el poder de disuasión de las FDI [Fuerzas de Defensa de Israel: su ejército de ocupación]. Algunos apoyan el uso excesivo de fósforo blanco, a otros les gustaría ver a Irán deshecho.

El supuesto de que existe una división política en Israel es sólo un mito que a los goyim [palabra despectiva en hebreo para designar a los no judíos] les gusta tragarse porque hace el efecto de que es posible un cambio político e incluso una transformación espiritual. Pero la verdad terrible es que cuando se trata de los fundamentos reales, los israelíes están bastante unidos: la dirigente laborista Shelly Yachimovich y la criminal de guerra Tzipi Livni estaban entre los que se apresuraron a apoyar la Operación Columna de Nube de Netanyahu. Yair Lapid, líder del segundo partido más grande de Israel, también identificado como izquierda centrista, no rechazaría un puesto ministerial de Benjamin Netanyahu. Meretz, que aun siendo un partido sionista, es el único partido judío de Israel que tiene siquiera el vestigio de un pensamiento ético y universal y valores de igualdad, cuenta tan solo con 6 miembros en una Knesset de 110 diputados judíos.

Así que si queremos entender la política israelí, tenemos que desechar aquí la arcaica terminología del siglo XIX relativa a izquierda y derecha y empezar a rascar en la verdadera cultura e ideología que impulsan al Estado judío. Israel, sin un solo partido judío que incorpore en su agenda política la empatía hacia los palestinos, desafía la noción de igualdad universal. Se preocupa exclusivamente de los intereses del pueblo elegido, y los resultados de las elecciones israelíes así lo confirman. Todo lo que vemos es una competición vacía entre diferentes discursos judeocéntricos.



* Publicado en el blog del autor, 23.01.13. Gilad Atazmon es un escritor, activista político y músico judío.

Presentación libro "Las economías de los invisibles"




Los cinco capítulos que conforman este proyecto editorial comparten tres aspectos. El primero se refiere a la capacidad que tienen las y los involucrados en las ciencias sociales para poner en cuestión las herramientas con las cuales se analiza la realidad. El segundo se vincula con el papel de la experiencia en la transmisión de los conocimientos, para que otras personas revisen su manera de hacer y actuar. Y el último aspecto compartido se ubica en las fuentes de legitimidad, esas que permiten que algunas formas económicas ingresen al consenso masivo, como las del neoliberalismo y las propuestas keynesianas; mientras otras, como las de la Economía Solidaria y Social, quedan al margen del mundo económico “oficial” sin ser consideradas, y cargan con los estigmas que las inhabilitan en su calidad de “verdaderas” economías.

Partamos por el primer asunto. Las cinco personas que organizamos este libro, hemos llegado a una convicción respecto al abuso de la palabra “economía” cuando pasa a ser un dispositivo en la construcción de un entramado de conceptos que ayudan a guiar la producción de conocimientos en las ciencias sociales. Un monopolio académico y mediático define la economía, así como los derechos a ser reconocidos en tanto participantes de quienes están en el mundo real trabajando para ganarse la vida. Sin embargo, solamente es reconocida la producción y distribución monetarizada y mercantilizada de las empresas que buscan incesantemente dividendos, gracias a la explotación de los factores productivos, especialmente los recursos naturales. Desde esas condiciones se establece quiénes pueden hacer ciencia y usar la palabra economía, desplazando otras formas de conocimiento y de alternativas económicas.

Dicho de otro modo, cada una/o de nosotras/os hemos experimentado la extraña sensación de estar hablando de nuestros temas de interés sin ser comprendidas/os por quienes nos escuchan. Entonces, cada cual a su manera, tenemos un cierto entrenamiento para deambular por una introducción que prepare el escenario donde el sentido de lo económico no quede anclado al capitalismo en general y al capitalismo de mercado en particular. Para llegar a esta posibilidad, hemos tenido que considerar que las personas que habitualmente escuchan están entrenadas en administrar los conceptos pertinentes y eficientes en un modelo económico que hoy es hegemónico en la mayor parte de los países del mundo.

Pero al revés sucede lo mismo. Existe otro monopolio entre quienes se consideran los críticos oficiales y autorizados del capitalismo de mercado. Hemos tenido que aprender a ver en las críticas a ese capitalismo sus propias fuentes de consolidación o, si se quiere, el intento de transformación o superación del capitalismo regularmente se lo piensa y plantea dentro de una epistemología apenas distinta, también con su vocación utilitaria y basada en el egoísmo para cooperar.

Una de las piezas angulares del entrenamiento en el capitalismo de mercado es pensar la realidad suponiendo la existencia de un individuo con expectativas “racionales” o que estas surgen porque la mujer o el hombre goza de una capacidad misteriosa para definirlas. A continuación, es presumible que si se piensa de esa manera, todos los intentos para elaborar un proyecto académico que busque producir conocimiento tendrá esa impronta. Al menos nosotras/os lo hemos experimentado al argumentar que habría un sesgo cuando los actos sociales están atados a individuos “racionales”, porque así quedan fuera todas las historias de sus interacciones. Esas historias que pueden ser observadas en rituales sagrados, creencias y cosmovisiones, ideologías políticas, emociones, las que no se logran captar a través de la escucha de la respuesta a una pauta de entrevista o en una encuesta. En otras palabras el individuo racional no tiene historia, cultura ni contexto; lo cual se sabe, es imposible. Podrá ser válido a nivel de los supuestos pero, indudablemente, no es verdadero a nivel de la vida cotidiana o real.

El segundo aspecto que nos emparenta a quienes escribimos este libro, es que hemos vivido experiencias significativas en mundos económicos que no están registrados en los manuales de economía clásica o de estarlo se los considera y se los clasifica como irrelevantes, arcaicos, informales, étnicos o utópicos. Sin embargo, esas experiencias han movido nuestros criterios de apreciación, desbordándolos. Una muestra es que en algunas oportunidades hemos quedado sin un lenguaje académicamente pertinente para transmitir lo que aprendemos u observamos. Hemos hecho esfuerzos para salir de ese estado, porque el lenguaje hace posible la realidad y sin él nuestra reflexión se torna infecunda, aun cuando se cuente con los datos para ponerla en uso.

La salida de ese estado ha sucedido gracias a que cada uno/a de los autores/as se ha incorporado a grupos de aprendizaje, regularmente en universidades o alguna comunidad académica. Pero, también lo hemos hecho en organizaciones que practican o materializan otras economías diferentes de la capitalista de mercado. En estos procesos hemos tenido que aprender más de un modo de comunicar, o sea, uno que nos ayude a comprender lo que en esos espacios alejados del contexto de mercado se hace y otro que facilite llevar lo que aprendemos a la jerga y al espacio académico.

Este proceso ha sido otro aprendizaje y ha hecho posible mejorar nuestras traducciones de la realidad. Pero, ¿por qué transformarse en traductores? Aquí cada cual tiene sus propias respuestas, las cuales quedan implícitas en nuestras escrituras. Lo que sí atisbamos es que hay una necesidad por llamar la atención sobre lo que estamos dejando de lado en tanto habitantes de este mundo, más aún cuando se buscan soluciones o alternativas, como se les suele llamar desde la mirada ortodoxa, a las respuestas que ayudan a mejorar la vida de las personas, fomentar sus derechos, aplacar la injusticia y apoyar la defensa de la vida.

En ese sentido, este libro es una estrategia política porque declaradamente intenta incidir en la cuestión común, intenta transformar temas alternativos en temas de coyuntura, así puede viajar con los nombres de las ciencias, de las vidas cotidianas y de las políticas públicas. En sentido inverso, nosotros/as en la calidad de escritoras/es transformadas/os en traductoras/es, no guardamos silencio ni clausuramos nuestras experiencias. Cada cual a su manera quiere llamar la atención, valga la redundancia, porque estamos seguras/os de que en la práctica colectiva de las economías que usted revisará en las siguientes páginas, se encuentran las posibilidades concretas y reales, alejadas de la retórica del mesianismo que no tiene los pies en tierra.

Sin embargo, y aquí el tercer aspecto que nos emparenta, nosotras/os nos encontramos distantes de las infraestructuras políticas que hoy gobiernan el Estado. Por supuesto, esto no se debe a nuestra falta de voluntad por hacer política pública, sino que a las cualidades e intereses de los decisores y operadores de los partidos políticos. Estos en su mayoría tienden a mirar la realidad desde LA economía —la científica, ortodoxa o capitalista de mercado— y al proceder de esta forma, reproducen la episteme basada en el utilitarismo. Desde esta perspectiva, donde las economías no monetarizadas y no mercantilizadas tienen una escasa e incluso nula cabida, aun cuando aparezcan con relevancia para aplacar las consecuencias de las catástrofes producidas por las dictaduras, guerras, violencia urbana, adicciones, explotación o por la depredación de la naturaleza. O cuando sean de hecho materializadas por millones de personas.

Quien lea este libro se podrá dar cuenta de que en este punto estamos en un dilema. Nos encontramos en una vereda donde se debe ampliar la democracia mientras el Estado es controlado desde una mirada que supone menos transparencia, menos diversidad, menos pluralismo, menos participación, menos heterogeneidad, en resumen, menos democracia. La explicación a la emergencia de este dilema es bastante simple: el modelo económico neoliberal, hoy hegemónico, también ha elaborado la moral que legitima su forma de producir conocimiento, asignar prestigio y ceder poder político.

Entonces, la economía ortodoxa u oficial tiene vigencia, es más, elabora puertas por dónde deben pasar los conocimientos que comparten sus códigos, ingresan las personas que tienen sus mismas claves éticas o pasan por ellas quienes visten las representaciones de su estética. En este escenario, nuestro esfuerzo ha sido utilizar el libro como un dispositivo de legitimación de lo que hemos aprendido de las personas, comunidades y organizaciones que día a día autogestionan sus propias plazas laborales o de una forma u otra manera viven alternativas que la economía ortodoxa desconoce o no quiere reconocer.

En esa clave es que toman coherencia los cinco capítulos de este libro. En el primero de ellos, “Pistas hacia una cultura de paz y de solidaridad: El programa de trabajo comunitario en Sud África” de Howard Richards, se describe una alternativa económica novedosa, y se sugieren soluciones aplicables a los problemas perennes que aquejan a América Latina.

En el Programa de Trabajo Comunitario de Sud África (CWP), a diferencia del capitalismo y el cooperativismo, los puestos del trabajo no son financiados por la venta de mercancías. A diferencia de las economías planificadas desde arriba, el CWP entrega la selección de las tareas y la verificación de su cumplimiento a las comunidades locales. Así busca fortalecer los barrios y hacerlos más participativos. Y a diferencia de experiencias de Economía Solidaria basadas en la sociedad civil que prescinden del Estado, cuenta con el Estado para captar el excedente social y traspasarlo desde donde es menos necesario hasta donde es más necesario, por lo cual, asume al empleo público como catalizador del desarrollo comunitario.

A diferencia de las propuestas de sueldo mínimo ciudadano y de la repartición de bonos y subvenciones, el CWP organiza tareas con sentido social que dan valor ético y dignidad al trabajo de los participantes. No es un programa pasajero, sino que un programa permanente, permitiendo anticipar un futuro donde una cantidad creciente de ciudadanos no encontrarán participación en el mercado de trabajo.

En el capítulo “El nuevo cooperativismo en Chile, entre la autogestión y el compromiso comunitario” de Michela Giovannini, se describe el resurgimiento de las organizaciones de la Economía Social y Solidaria después de la dictadura cívico-militar chilena, estudiando experiencias que toman forma durante la década del noventa del siglo pasado y que empalman notablemente con el estallido del Movimiento Estudiantil por una educación pública, gratuita y de calidad.

Este nuevo cooperativismo propone modelos de gestión y de participación económica que son diferentes al paradigma económico dominante en Chile, desde 1990 hasta nuestros días. Por tanto, las experiencias de los grupos de base y de los trabajadores y trabajadoras muestran las posibilidades de la auto-organización para solucionar problemas sociales, culturales y/o económicos. Así se las puede interpretar como nuevas prácticas que desafían el statu quo impuesto por el modelo neoliberal.

Las organizaciones que se estudiaron son agrupadas en tres categorías amplias, conectadas con algunos aspectos esenciales de la construcción de alternativas al neoliberalismo, a saber: el trabajo, la alimentación y el consumo, y la educación. Es precisamente en estos sectores donde se juega la lucha en contra de un modelo excluyente. A estos sectores se puede añadir el de la salud, donde iniciativas populares están retomando una trayectoria iniciada en la década del ochenta del siglo pasado, mediante las farmacias populares.

En el capítulo “Moneda comunitaria y complementaria, una resistencia ante neoliberalismo: El Túmin” de Mayeli Ochoa, se sostiene que en todo proceso político hay un proyecto educacional que vale la pena analizar y fortalecer. En este caso, la Economía Solidaria como alternativa, grieta y resistencia, es un campo fértil para gestar una educación que nos haga mirar desde otra perspectiva qué es la economía, así como cuestionar y poner en debate qué es el dinero y quién tiene su control.

El Túmin es una moneda comunitaria que surge en México en 2010, gracias a una necesidad compartida: la falta de dinero. Pero a lo largo de casi siete años, esta moneda se ha convertido en una herramienta que humaniza a sus participantes; y si bien el Túmin sirve hasta ahora para comprar lo básico (alimentos por ejemplo), su proyección va más allá. Pues, implica un cambio en el “chip” capitalista que se construye a lo largo de nuestra vida, por un “chip” solidario, donde lo importante es preocuparnos y apoyarnos, construir comunidad y crear solidaridad para descolonizar nuestras prácticas, pensamientos, cuerpos y almas. Sin embargo, este cambio es un gran desafío, pues la deconstrucción de las complejidades construidas por la economía capitalista impone el individualismo y el afán de lucro por sobre el compañerismo y la solidaridad. En ese contexto, el Túmin es un proceso educativo que demuestra la posibilidad de otras dinámicas económicas.

En el capítulo “El buen vivir como antecedente de la Economía Solidaria” de Nicolás Gómez, se sostiene que las personas utilizan la herencia cultural de la economía comunitaria indígena campesina para integrarse a las economías populares urbanas. Al mismo tiempo, se expone que esas personas se encuentran en ese tipo de economía con los trabajadores que pierden sus empleos en las empresas capitalistas y corren la suerte del progresivo olvido de las informaciones sociotécnicas. Entonces, los encuentros sucesivos entre los que se descampesinizan y los que se desproletarizan, ayudan a que concurran a ocupar los espacios públicos para lograr satisfacer sus necesidades. Y, en esa obra colectiva, cada infraestructura (calle, plaza, junta de vecinos, templo, parque o escuela) es pertinente para organizar las energías, acompañarse en los momentos duros, construir soluciones a los problemas que se viven individualmente y también para ser actores políticos en el escenario de la economía local.

En el despliegue de los argumentos del capítulo se pone énfasis en la categoría de reciprocidad, debido a que los distintos conceptos que nombran ese estado de lo social (entre ellas: Economía Popular, Economía Solidaria o Economía Social), se basan en esa noción, pero sin incluir explícitamente lo que ya se sabe en las ciencias sociales y mediante los datos de las etnografías económicas. A continuación, se plantea que el buen vivir viaja en las interacciones del don que emergen en sociedades sin Estado, también lo hacen en las fuentes del prestigio y mediante las cosas que ingresan en los intercambios de la Economía Popular. De esta manera, el recorrido nos conduce por comunidades que reproducen una economía ágrafa y donde el conocimiento es una obra colectiva.

Finalmente, en el último capítulo, “La solidaridad imposible: Economía y naturaleza egoísta del ser humano” de Andrés Monares, se expone y cuestiona el fundamento básico de la Economía ortodoxa. Es decir, que el egoísmo es una esencia fija de la humanidad; y como tal es y debe ser el motor de la vida económica y social en general. De dónde queda inmediatamente desechada cualquier posibilidad de relaciones sociales solidarias o que no sean individualistas; tanto por inconveniencia práctica, como por ser finalmente antinaturales.

Sin embargo, el mostrar el desarrollo histórico de la idea de una naturaleza humana egoísta, no implica la aceptación acrítica e igualmente ideológica de una naturaleza solidaria. A partir de la Antropología y de enfoques económicos más amplios y en verdad empíricos, se deja ver que es la cultura de cada pueblo la que empapa sus instituciones socioeconómicas. Así, tal como las personas pueden ser egoístas, asimismo pueden ser altruistas, con todas las variantes intermedias según cada cultura y circunstancia.

En tal sentido, este capítulo junto con rechazar la perspectiva ideológica de la Economía ortodoxa y su naturaleza egoísta —la cual está lejos de ser una cuestión “científica”—, reivindica la condición de la inexorable variabilidad cultural humana. Cuestión central que debe ser considerada por los estudios socioeconómicos y por la mirada política que asume una sociedad siempre en construcción.

Para terminar esta Presentación, esperamos que quiénes lean este libro puedan acceder a experiencias y saberes útiles, para su acervo cultural y/o académico. Pero asimismo, estimamos que este tema coopera a un cambio de perspectiva. Ese giro se dirige a combatir la ideología economicista dominante, la que junto con hacer desaparecer a millones de personas, culturas y ecosistemas, ha servido de bastión ideológico de legitimación para construir sociedades precarias y extremadamente desiguales.



* El libro Las economías de los invisibles. Miradas y experiencias de economía social y solidaria recopila textos de Howard Richards, Michela Giovannini, Mayeli Ochoa, Nicolás Gómez y Andrés Monares.

* Para una reseña del libro, pincha aquí.

Derecha anticomunista... pero no fanática




La candidatura presidencial del comunista Daniel Jadue ha despertado en la derecha --y también en sectores de la ex Concertación/Nueva Mayoría-- a una fiera dormida pero siempre útil: el miedo al comunismo con la consiguiente campaña del terror.[1]

Al conocer la calaña moral de la derecha chilena, se entiende la recurrida utilización de la mentira en su acción política. Sin embargo, al mismo tiempo, cuando se recuerda su largo flirteo con el filofascismo, se sospecha que es un miedo sincero. Ridículo hasta el patetismo, pero sincero.

Hablamos de absurdo por la histórica tradición institucionalista del Partido Comunista en Chile, la misma que le vale el desprecio de otros grupos de izquierda. Igualmente, es risible esperar un gobierno únicamente comunista con las cifras de votos que, recuperada la democracia, ha tenido el PC. Asimismo, en pleno siglo XXI es dudoso que los comunistas chilenos vean factible --por mucho que más de algún militante pueda seguir idealizándolas-- las experiencias comunistas como la cubana, la de Europa oriental o de la propia URSS.

Por si no fuera poco, Jadue, que nos puede o no gustar y más allá de algunos rasgos de su personalidad que no lo hacen simpático a muchos, ha aclarado su distancia con los "socialismos reales". De hecho, hasta presentó un programa económico que desde su propio comando calificaron de "socialdemócrata".

Aunque no nos engañemos, como se expone en la siguiente columna, el terror derechista (y concertacionista) al comunismo es muy específico. China no entra en sus pesadillas... demasiados negocios para fijarse en detalles ideológicos y en los DDHH.

Basta recordar la frase de Piñera en abril de 2019 para justificar su viaje oficial a una China con un gobierno dictatorial y violador de los DDHH. Con el desparpajo, inmoralidad y torpeza a que nos tiene acostumbrados, el prófugo de la Justicia señaló: “Cada uno tiene el sistema político que quiera darse”.

¡No más preguntas Sr. Juez!


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Nuestra derecha de cartón


Muerto Fidel Castro [25.11.16], como hace años viene ocurriendo cuando de Cuba se trata, nuestra derecha-derecha se ha hecho un festín con el “dictador” de la isla caribeña. Sopesando su postura uno no tiene más que aceptar que no hay problema, nada que reprocharles. Es evidente que desde su perspectiva es entendible su oposición al sistema político-económico cubano. Otra actitud sería una inconsecuencia imperdonable.

PERO, así con mayúscula, por años hemos sabido que no son consecuentes, ni siquiera son demócratas de verdad o luchadores por la libertad en serio.

De hecho, su inconsecuencia, oportunismo y miseria ética quedó de manifiesto una vez más esta misma semana. Basta recordar que acaba de visitar Chile el “dictador” de China. Pues, ese país también tiene un régimen comunista, ¿no? Y nuestros derechistas —dado su gran nivel intelectual, de información y su tantas veces probada valentía en su cruzada por la libertad y la democracia en el lugar del mundo que requiera de su apoyo—, obviamente han de saber que todo lo que critican de Cuba, lo tienen amplificado en China por 10, 100 o por 1000 o más.

Xi Jinping, así se llama el tirano comunista (igual que fuera Castro, ¿no?), fue recibido con los honores correspondientes a un jefe de Estado en La Moneda. Sin embargo, que yo sepa, no se vio ni una pancarta, ni una marcha, ni una sola consigna, ni un solo grupito de estos adalides de la libertad protestando contra este dictador de China. Tampoco se vieron manifestando su rechazo a la visita o pidiendo democracia para el pueblo chino frente a la embajada de dicho país. Y por supuesto que puedo estar desinformado, pero nunca supe de un voto de censura en el Congreso a la visita o alguna dura intervención en el hemiciclo rechazándola.

Incluso SU prensa informó de la visita de Xi Jinping sin la más mínima mención a la dictadura del Partido Comunista Chino ni a su opresión. En una escueta nota El Mercurio (22 de noviembre de 2016) titulaba: “Presidente de China llega a La Moneda y se reúne con Bachelet con el objetivo de ampliar TLC con Chile”. El brazo escrito de la derecha recalcitrante, esa que es luchadora por la libertad y la democracia, sólo informa sobre las actividades de política comercial de Xi Jinping.

Pero, de las violaciones a los derechos humanos, de los presos políticos, de la dictadura… ¡Nada de nada! Para El Mercurio, extrañamente, ¿quién lo hubiera imaginado?, China parece ser un país normal y ejemplar en cuanto respeto a los DDHH.

Asimismo, hasta el presidente de excelencia de los luchadores por la libertad y la democracia, quien hoy también fustiga a Castro, viajó a China el 2010. En la ocasión, que se haya sabido, tampoco esos fieros luchadores de su sector le negaron el permiso en el Congreso, ni lo criticaron, ni tuvieron reparos para subirse al avión que los llevó a la infausta tierra de una cruel y prolongada dictadura comunista.

Son de cartón. Y de cartón mojado...

Ya sabíamos de la calaña moral de nuestra derecha. Incluso, pareciera que su especialidad es recordárnoslo cada tanto o que tienen un curioso afán por dejarse en evidencia demasiado seguido.

Porque nadie olvida que fueron el rabioso fans club de nuestro tirano por los 17 años que duró su dictadura. Fueron sus funcionarios sin ningún problema de conciencia y, ya en democracia, siguieron defendiendo al régimen a brazo partido. Luego, también recordamos que protegieron a su dictador-héroe hasta esa época en que se escondió tras licencias médicas, culpó a sus subordinados y se supo que no tan sólo era un asesino masivo, sino asimismo un ladrón.

Como es la plata lo que mueve a la derecha, recién con la comprobada corrupción arrugaron un poco la nariz… Pero sólo un poquitín. Después de todo su dictador-héroe nos entregó un país moderno y con una economía pujante… para esa mínima élite a la cual pertenecen y para quienes en el fondo trabajan. No se le podía dar la espalda así como así, por unos pesitos más unos pesitos menos que se echó al bolsillo, a la “obra del régimen militar” y a quien lideró heroicamente ese proceso transformador.

Son de cartón. Y de cartón mojado...

Con China hay un gran intercambio comercial, por ende, nuestra derecha seguirá mirando para el lado para no ver la opresión del Partido Comunista Chino. Obviamente, nunca oiremos de sus labios que en dicho país gobierna una dictadura comunista. Una lata por los chinitos… pero bué, así es la vida. Negocios son negocios. No hay que ser taaaaaan inflexibles tampoco con esa custión de los DDHH y la democracia.

Son de cartón. Y de cartón mojado...

Y, lo peor, es que no tienen pudor alguno en quedar en evidencia una y otra y otra y otra vez.


NOTA:

[1] Esta vil estrategia de la derecha chilena no es nueva, de hecho habría comenzado a utilizarse en los años 20 del siglo pasado como lo expone Rafael Sagredo: "El miedo como práctica política en Chile" (CIPER, 20.10.20).



* Publicada en El Clarín, 27.11.16.

Patriotas por la Gran Minería Privada




Somos un grupo de chilenos con el corazón bien puesto que hemos querido manifestar nuestra profunda preocupación por los rumbos que está tomando nuestra amada Patria. Hoy somos testigos de una nueva ofensiva contra el sector privado. Actitud que, lamentablemente, ya se viene haciendo costumbre en nuestra nación... hoy polarizada y tierra fértil para afiebradas ideas e inéditos experimentos populistas. Por nombrar solo algunos: derechos sociales para la ciudadanía, un sistema tributario progresivo, mayor transparencia pública y privada, una asamblea constituyente, atacar la concentración económica, un sistema político más participativo, un sistema de jubilaciones tripartito, castigos efectivos para la corrupción de cuello y corbata, resguardo de la libre competencia, etc. Todas cuestiones extremistas y pasadas de moda que han fracasado en todo el mundo.

Sin embargo, quisiéramos centrarnos aquí en la oscura sombra que se cierne contra un sector que requiere de urgente protección. Nos referimos a esos esforzados emprendimientos que se aúnan bajo el rótulo de Gran Minería Privada (GMP), los cuales sabemos que hace décadas funcionan al límite dadas sus magras utilidades. Aún así, se la juegan para ayudar a nuestro país con la creación de empleos de calidad, economías de escala, fomento a la industrialización, inversión en infraestructura e I+D y pago de exorbitantes tributos.

Justamente, a ese escenario se viene a sumar la amenaza del cobro de un royalty. Lo que, por la naturaleza de esa industria, implicaría que la explotación minera deje de ser atractiva para la GMP. No tendrían más remedio que abandonar el país, dando paso a que en el corto plazo se termine la gran explotación minera en Chile.

Ante esa amenaza, como patriotas que somos, queremos hacer pública una serie de sugerencias para darles una mano a esas compañías que siempre han pensado en el beneficio de todos los chilenos y chilenas (y hasta de esa gente inmigrante... a pesar de que han detenido el desarrollo de la nación). No podemos echar por la borda todos los beneficios que por décadas hemos obtenido gracias a la GMP. 

Como chilenos conscientes proponemos medidas novedosas, que no por su originalidad deben ser miradas con sospecha:

- Aplicar un pequeño impuesto sobre las utilidades de las GMP, no sobre sus ventas. La conocida honesta gestión del sector haría muy fácil ese cobro.

- Permitir una concesión plena de las minas, a pesar de que la Constitución señala que son propiedad del Estado de manera absoluta, exclusiva, inalienable e imprescriptible.

- Cobrar, solo a raíz de la crisis del COVID, un impuesto específico que implique una invariabilidad tributaria de por lo menos unos 15 años.

- Acrecentar aún más la participación de la GMP en la explotación del cobre (hoy del orden del 70%) para que así aumente su contribución impositiva, hoy del 41%. De esa manera, superaría a CODELCO que, con una participación del 30%, aporta un 59% del total de los impuestos pagados por la minería del cobre.

- Apoyo técnico y financiero directo del Estado para que aumente su productividad, ya que hoy es menor frente a CODELCO y con un costo unitario mayor.

- Dar facilidades legales para aumentar el número de trabajadores subcontratados, del actual 70% a ojalá un 100%.

- Permitir que salga el mineral del país con una declaración no tan estricta, o sea, si lo analizamos no es un problema que se exporte litio declarado como salmuera o que el concentrado de cobre lleve otros minerales.

- Adecuar la normativa impositiva para permitir, por ejemplo, el llamado "back to back" para pagar una bajísima tasa impositiva; inversiones ficticias desde Chile a otros países para reducir carga tributaria; endeudarse con empresas relacionadas y así disminuir sus tributos sobre las "utilidades-préstamos" de un 35% a un 4%.

- Subsidios en forma de "beneficios tributarios" para que todos los chilenos y chilenas nos metamos la mano al bolsillo para apoyarlos, por ejemplo, a través de: depreciación acelerada, amortización de gastos de organización y puesta en marcha, devolución del IVA exportador, crédito del 4% sobre el valor de los activos nuevos, imputables al tributo de primera categoría o la imputación del valor de las patentes mineras a los Pagos Provisionales Mensuales (PPM) obligatorios.

- Igualmente, relajar los molestos controles burocráticos del SII. O sea, de haber un poquitín de evasión, cosa que no creemos, se sabe que ese dinero será reinvertido, ¿no?

- Por último, que el Estado les ceda derechos de agua de manera gratuita y a perpetuidad.

Toda persona razonable, y hay que decirlo, responsable y valiente, sabe que "no es el momento" de impuestos ni menos de un royalty. Chile es reconocido intergalácticamente como una nación solidaria, hoy tenemos otra ocasión para dejarlo manifiesto.

Invitamos a toda la gente de bien que piensa en el progreso del nuestra querida y gran Patria, a sumarse a esta cruzada de amor y solidaridad para unas compañías que lo necesitan... ¡Y a las que se lo debemos! Somos una inmensa mayoría hasta hoy silenciosa. 

Y voy a cometer una pequeña infidencia. Nuestra campaña ya cuenta con el apoyo irrestricto, aunque por ahora off the record, de economistas transversales y, por supuesto, de los estándar, de los institutos Freedom, ZEP, Libertinaje y Desenrrollo, fundaciones James Guzmán y Para el Retroceso, de la Somami, de algunos departamentos de minería universitarios cuyo financiamiento por mineras no tiene nada que ver en su postura seria y objetiva, de diversas escuelas de economía "científica", de partidos como la UDY y el Republicastro, etc.

Patriota, hagamos posible que los 114 mil millones de dólares regalados por Chile a la GMP entre 2005 y 2014 se dupliquen... ¡Podemos hacerlo! Cuando un chileno se propone algo lo consigue.

Te esperamos. ¡Viva Chile!



NOTA:

Estimado lector/a, tal vez Ud. no necesariamente está al tanto de que las novedosas proposiciones arriba expuestas están vigentes hace décadas... Sin que a casi nadie le importe esa pérdida de soberanía económica y política, ni el regalo de millones de dólares a la GMP.

La mayoría de esas medidas se obtuvieron de dos fuentes:

1. Entrevista a Gino Sturla (Dr. en Economía e investigador de la Universidad de Chile y del Instituto de Economía Política y Social-IEPS): "Gino Sturla, investigador: «Con el royalty minero se podría multiplicar por seis la recaudación del impuesto actual»"El Desconcierto, 06.05.21.

2. Columna de Juan Apablaza (Presidente Nacional de la Asociación de Fiscalizadores del Servicio de Impuestos Internos de Chile-AFIICH): "¿Por qué es necesario y justo un royalty a la minería en Chile?", El Mostrador, 07.05.21. Esta columna resume un trabajo más extenso preparado por dicha agrupación.



* Publicado en El Clarín (07.05.21) y en la web de la Federación Nacional de Sindicatos CCU (09.05.21).


La fraudulenta superioridad de los economistas




La presente columna es del año 2015 y el autor señala otro escrito de 2005... y adivine Ud. ¡Nada nuevo bajo el sol! La academia económica sigue encerrada en sí misma y sin siquiera querer asomarse a otras disciplinas.

Si bien más de alguien podrá señalar que ha habido un cambio. Lo podrá justificar con la economía del comportamiento y sus nobeles, porque ahora sí que se les habla de pobreza a los estudiantes en las cátedras o se adicionan variables no económicas a las funciones de utilidad y en las evaluaciones de proyectos... 

Pero, permítaseme dudar. Tal vez por tener la mala suerte de vivir en Chile y ser testigo de la fraudulenta superioridad de buena parte de los economistas del país.


§§§


Moisés Naím

“La arrogancia de los economistas ha sido rigurosamente confirmada por una investigación publicada en una de sus revistas especializadas. The Journal of Economic Perspectives revela que el 77% de los alumnos de doctorado en economía de las más prestigiosas universidades de Estados Unidos piensa que ‘la economía es la ciencia social más científica’. Sin embargo, tan sólo el 9% de los entrevistados opina que hay consenso con respecto a cómo responder preguntas básicas de la ciencia económica”.
Esto lo escribí en un artículo publicado hace diez años. Allí también ofrecí ejemplos de la sorprendente brecha que había entre lo poco que sabían y lo muy superiores que se sentían los economistas con respecto a otros científicos sociales como politólogos o sociólogos. Y en vista de su vasta ignorancia sobre temas básicos de la ciencia económica, sugerí que “a los economistas les convendría cambiar su arrogancia intelectual por una actitud más humilde y ver qué pueden aprender de otros”. Eso no pasó. Y no porque la ciencia económica haya llenado los vacíos de conocimiento que la plagaban una década atrás.

La misma revista en cuyos datos basé mi columna hace diez años acaba de publicar un artículo titulado (irónicamente) La superioridad de los economistas. En él se demuestra que una década después, y a pesar de la catastrófica crisis mundial [la crisis subprime de 2008] que no fueron capaces de prevenir y sobre cuyas razones y soluciones aún debaten ferozmente, los economistas siguen creyendo que su ciencia es superior a todas las demás. Si bien hay incipientes intentos de recurrir a otras disciplinas para enriquecer sus teorías, la realidad es que los economistas estudian —y citan— predominantemente a sus colegas.

Los autores del artículo, Marion Fourcade, Etienne Ollion y Yann Algan, examinaron las 25 publicaciones científicas más respetadas en Economía, Ciencias Políticas y Sociología. Encontraron que, entre 2000 y 2009, en todos los artículos publicados en The American Economic Review (AER), la más importante, el 40% de las referencias son a artículos publicados en las otras 24 principales revistas de economía. Tan solo el 0,3% de los artículos citados provienen de las revistas de sociología y el 0,8%, de las principales revistas de ciencias políticas. Es decir, que en todos los textos publicados en las 50 revistas más importantes de otras disciplinas durante toda una década, los economistas solo encontraron cerca de un 1% de artículos dignos de ser citados.

Y hay más. A la pregunta “¿Está usted de acuerdo o en desacuerdo con la afirmación de que ‘el conocimiento interdisciplinario es mejor que el conocimiento obtenido de una sola disciplina?”, la mayoría (57%) de los profesores de economía de EE UU que fueron sondeados estuvo en desacuerdo. En cambio el 75% de los profesores de sociología y el 72% de los politólogos encuestados dijeron que trabajar interdisciplinariamente era mejor.

Pero el desdén de los economistas por las ideas de otros campos no es universal. Hay disciplinas que les atraen mucho. Las finanzas y los negocios, por ejemplo. Mientras que las citas de los economistas a otras disciplinas vienen disminuyendo, las referencias a artículos publicados en revistas académicas especializadas en finanzas han experimentado un vertiginoso crecimiento. Analizando el lugar de empleo de los autores de artículos publicados en la principal revista estadounidense de economía (AER), Fourcade, Ollion y Algan encontraron que en los años cincuenta tan solo el 3,2% de los autores trabajaban como profesores en facultades de negocios. Pero en la década que se inició en el año 2000 el porcentaje aumentó al 18%.

Luigi Zingales, un respetado economista, advierte de que la cercanía de sus colegas al mundo de los negocios y las finanzas puede amenazar su independencia y condicionar su agenda, conclusiones y recomendaciones.

Zingales encontró, por ejemplo, que cuando los autores de artículos académicos no trabajan en facultades de negocios, sus textos son significativamente menos propensos a justificar los elevados sueldos que cobran los ejecutivos, y con frecuencia tienen una posición crítica al respecto. Dos tercios de los sociólogos estadounidenses sondeados opinan que las empresas privadas obtienen ganancias excesivas, mientras que solo un tercio de los economistas lo cree así. Casi ningún profesor de finanzas encuestado estuvo de acuerdo.

La crisis económica que aún vive el mundo y la incapacidad de los economistas para ofrecer soluciones sobre las cuales hay un significativo consenso revela que su instrumental teórico necesita urgentemente una inyección de nuevas ideas, métodos y supuestos sobre la conducta humana. Es difícil que esto ocurra mientras prevalezca la arrogante insularidad intelectual de la elite que actualmente rige de manera férrea y miope las investigaciones económicas.



* Publicado en El País, 28.03.15.

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