La renta económica y el royalty




Ramón López

¿Qué es la renta económica? Es el exceso de ganancia del capital por encima de su retorno normal. Ejemplo: el Sr. Chile tiene una mina en su propiedad. ¿Cuánto puede cobrarle a un inversionista por el derecho exclusivo a su explotación? Considerando que la tasa de retorno del capital después de impuestos fuera de la propiedad del Sr. Chile es 10% anual, la inversión requerida para la explotación es de US$ 1.000 anuales, el retorno del capital en la mina es de un 30% anual después de impuestos, excluyendo el impuesto específico (similar al retorno que hemos estimado de la gran minería en Chile); el inversionista obtiene afuera US$ 100 y US$ 300 explotando la mina. La renta económica de esa mina es US$ 200 por año (300-100): la diferencia entre lo que retorna la inversión en la mina y el retorno del capital afuera. Estos US$ 200 equivalen al valor del recurso minero que se extrae.

Ahora, si el Sr. Chile cobra el 10% de la renta económica, US$ 20, (aproximadamente lo que cobra Chile como impuesto específico o “royalty”), el inversionista obtiene un retorno neto por su capital de US$ 280 anuales (US$ 300-US$ 20), US$ 180 por encima de los US$ 100 que puede obtener afuera. Invierte feliz.

Pero, ¿qué pasa con la inversión en Chile si el vecino, Sr. Perú, decide no aplicar ningún cobro y permite que un inversionista se lleve toda la renta? El inversionista en Chile aún estará feliz con su retorno; pero si aun así decide no invertir, habrá muchos inversionistas interesados en obtener un retorno de US$ 280 por sus US$ 1.000, dado que tienen un costo de oportunidad de solo US$ 100 anuales. La inversión en la propiedad del Sr. Chile no se afecta.

¿Cuánto más puede cobrar Chile sin que el inversionista desista? Hasta un poco menos de US$ 200, ya que el inversionista todavía obtendría una tasa de retorno superior al 10%.

Si Chile decide cobrar un royalty por casi toda la renta económica: US$ 195 anuales, y además se obliga a preservar el valor de su patrimonio, debe invertir esa recaudación en otros activos para así compensar la pérdida del mineral: fondos soberanos, educación, salud, activos tecnológicos (I+D) o ambientales.

Pero vayamos a los números reales. Hay efectos positivos adicionales al pago de royalty, como la diferencia entre los salarios del sector y el salario medio de los trabajadores y proveedores en el resto de la economía (entre US$ 900 y US$ 1.100 millones), beneficios en términos de tecnologías e I+D (estimados en US$ 500 millones), y efectos ambientales que generan pérdidas estimadas en US$ 300 millones. Los beneficios netos que aporta la gran minería privada a Chile serían de US$ 1.300 millones (1.100+500-300) más la recaudación del impuesto específico o royalty, US$ 700 millones en un buen año. En total US$ 2.000 millones anuales.

Sin embargo, las rentas económicas estimadas en nuestros estudios en un año normal son US$ 10.000 millones, que equivalen al valor económico del cobre extraído. Por lo tanto, el patrimonio de Chile se reduce cada año en US$ 8.000 millones (10.000-2.000).

¿Lecciones? La renta económica es el exceso de ganancia del capital por encima de su retorno normal. Si el Estado cobra una parte significativa de esa renta, los incentivos para invertir no se afectan, por lo que abstenerse de cobrar la renta no solo implica dejar de ganar, sino reducir el patrimonio de Chile. Para evitar la pérdida patrimonial es vital invertir la recaudación extra en otros activos productivos.

Es decir, existe la necesidad imperiosa de implementar un royalty que recaude mucho más que el actual impuesto específico a la minería.



* Publicada en La Tercera, 19.03.21. Ramón López es profesor titular Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. Director ejecutivo del Instituto de Economía Política y Social (IEPS). 

El rentable negocio de la charlatanería indigenista




Amaru Quyllur


Es muy fácil, funciona así: tomo –o derechamente invento– una palabra de un idioma poco conocido, le doy un significado que parezca profundo –o deformo su significado original a mi conveniencia–, lo escribo en un libro, y vendo, vendo, vendo. Si además a partir de dicha palabra logro desplegar una serie de conclusiones filosóficas sobre el pueblo en cuestión, mejor aún, tenemos el kit completo. Grito y plata.

La charlatanería es una práctica más vieja que el hilo negro. Antiguamente, los charlatanes solían servirse de palabras de idiomas orientales, sobretodo porque enganchaban bien con el misterio y exotismo que rodean a todo lo que es oriental, y las palabras eran difíciles de verificar. Pero hoy en día, con la globalización y los abundantes recursos que tenemos para desmentir las falsedades, se les acabó el chipe libre. Hasta que encontraron su nueva fuente de chamullos: las lenguas indígenas. El 99% de los chilenos no habla una lengua indígena, y los recursos para aprender, tales como gramáticas y diccionarios, son escasos, lo que vuelve difícil la tarea de verificar lo que nos dicen. Gracias a eso han aflorado numerosos charlatanes que se dedican a desplegar toda su creatividad, inventando palabras supuestamente mapuches, quechuas, aimaras, entre otras, dándoles estrambóticas interpretaciones, acompañadas de las más disparatadas conclusiones filosóficas que develan supuestas sabidurías ancestrales que jamás existieron. No digo que las sabidurías ancestrales no existan, pues las hay en gran número; sólo digo que éstas, específicamente, no. Que quede bien claro: los pueblos indígenas son una fuente riquísima de sabidurías antiguas. Pero no necesitamos que charlatanes las vengan a rechamullar reinventar.

Otra estrategia consiste en inventar relaciones improbables y supuestas verdades universales. Se parte de la base de que un pensamiento tan profundo no pudo habérsele ocurrido a un pueblo indígena, por lo tanto tiene que haber llegado de otro lado. El que encuentra la conexión con la civilización más rara o más antigua, gana más puntos del filosómetro. Un ejemplo histórico es el del (supuesto) "lonco" Kilapán (nacido bajo el nombre de César Navarrete) y su chamullo teoría sobre el origen griego de los mapuches. Su idea parte del prejuicio de que los mapuches no pudieron haber logrado un nivel filosófico tan alto por sí solos, atribuyendo todo el logro a los griegos y despojando a los mapuches de toda capacidad intelectual. Una idea tremendamente racista, en el fondo.

Como los charlatanes tienen una gran capacidad para maravillar al público ingenuo, sus libros se venden como pan caliente, expandiendo la desinformación como una peste impulsada por la ignorancia masiva de un rebaño de lectores poco críticos. El ejemplar vivo más conocido es Ziley Mora, quien ha publicado sus más raras teorías incluso en diarios como Publimetro. Inventó, por ejemplo, que los mapuches antiguos no se enfermaban, porque supuestamente en la lengua mapuche no existe la palabra enfermedad (?). Tendremos que preguntarle entonces qué significa kutran y el rol de la machi, así como la importancia del ŀawen, y lo que hacen los zatuchefe y los ampife. Aunque sobre este último también ya se mandó un tollo inventó una teoría. Ha llegado incluso a inventar que en la lengua mapuche no existe la negación, siendo que el mapudungún es una lengua tan rica en formas negativas, que existen al menos cinco maneras de negar una frase, un sistema mucho más complejo que el del castellano. Por si fuera poco, se dedicó a inventar las más disparatadas traducciones para palabras que ni siquiera existen.

El asunto se vuelve un círculo vicioso cuando otros escritores toman estas afirmaciones como verdaderas y las reproducen en sus libros sin ningún tipo de verificación, por ejemplo, cuando Gastón Soublette da una interpretación bastante extraña de la etimología de la palabra wentru (hombre) en mapuche. Y quien está detrás de ese tollo esa supuesta etimología es –como era de esperar– Ziley Mora. Luego de eso se validan mutuamente, y la desinformación queda fijada como si fuera un hecho comprobado. Y luego se publican y republican por periodistas copiones y poco cautos, que no son capaces de sentarse cinco minutos a verificar la veracidad de lo que publican (y para eso estudian cinco años). En la era de la (des)información, parece ser más importante publicar cualquier tontera lo más rápido posible para juntar la mayor cantidad de clicks, falso trofeo del éxito periodístico.

Explicaré el fenómeno de la validación mutua con un ejemplo real. No le pasó al amigo de un amigo, sino a mí mismo hace unos días. Me topé en el twitter de Alejandro Jodorowsky con una supuesta palabra mapuche, aywon, que significaría "nacimiento de luz" o "luz que mira".

Al indicarle que dicha palabra no existía, o al menos, no con ese significado, su respuesta fue increíble: "¿entonces amar no hace nacer la luz, no hace que dejes de mirarte para ver a quien adoras?". Claro, por qué no, pero esa pregunta no responde en lo más mínimo a mi cuestión sobre la existencia de la supuesta palabra aywon. Sin embargo, como su respuesta sonaba bonita y profunda, en apenas pocos minutos alcanzó las decenas de retuits. La gente ni siquiera se detuvo a leer la discusión, mucho menos a analizarla. La peste de la desinformación expandida nuevamente por la masa de lectores sin criterio analítico. Sufrimos una especie de analfabetismo comprensivo: sabemos leer, pero no entendemos ni analizamos lo que leemos. No nos cuestionamos nada. Si está escrito en internet, debe ser verdad, sobre todo si la frase suena shúper enigmática. Insistí, hasta que otra persona puso la supuesta "fuente" de la información, que venía de –sorpresa– Ziley Mora. Eso bastó para una seguidilla de valídame-que-te-valido, el famoso sistema de validaciones en círculo que jamás llegan a una fuente confiable, pero que funciona perfectamente para llenar los egos de sus inventores y dejar contentos a los lectores conformistas. Así se autovalidan en su círculo de iluminados psicomágicos: lo que yo digo es verdad porque tú dijiste que yo lo dije.

Para no dejarlos con la duda, les explicaré la falacia lingüística. Amor en mapuche se dice ayün. Hay muchas palabras para decir luz, según el tipo de ésta, pero ninguna se parece a ayün ni a aywon. Hay, sí, una palabra parecida, pero no relacionada: wüṅ, que significa amanecer. Y ojo que la final de wüṅ (con puntito) ni siquiera se pronuncia igual que la n final de ayün. Pero a ellos no les importa, total se parecen. Ahora, hay una palabra derivada de ayün que podría parecerse a aywon o a wüṅ: ayüwün, que significa amarse mutuamente. Pero esta palabra no es nada más que el verbo ayün, cuya raíz es ayü-, con la terminación -wün que es para formar verbos reflexivos, dando ayüwün. Esa terminación -wün no tiene nada que ver con la raíz wüṅ, que además, como ya dijimos, se pronuncia distinto y tiene otro origen. Nuestro listo filósofo quiso hacer una especie de quimera entre ayüwün y wüṅ, y salió con aywon. Pero si así fuese, deberíamos aceptar que en ese caso la palabra wüṅ estaría igualmente relacionada con todos los verbos reflexivos, puesto que comparten la misma terminación: pewün (verse), leliwün (mirarse), kintuwün (buscarse), nütramkawün (conversarse), takuluwün (cubrirse), trawün (reunirse), y una lista inconmesurable, además de una serie de otros verbos que, sin ser verbos reflexivos, terminan igual, como küzawün (trabajar), y wewün (vencer).

Así podemos comprobar que el análisis de Ziley Mora da una conclusión carente de toda rigurosidad lingüística, pues decir que ayüwün deriva de wüṅ es tan desatinado como decir que en castellano burrada deriva de hada. También recibí como argumento que, por ser el mapudungún una lengua de difícil escritura (asunto que ni siquiera es cierto), por aywon quería representar de forma aproximada la pronunciación de ayün. Ni cerca. Aywon se parece a ayün tanto como amar se parece a mear. Hay, además, otro motivo por el cual la palabra aywon no puede existir: es que en el mapudungún no existe ninguna palabra que lleve la secuencia de sonidos /wo/. ¿Por qué no? Simplemente porque las reglas fonéticas del mapudungún son así, tal como las reglas fonéticas del castellano hacen que no existan palabras que terminen en /t/ ni en /tch/ (excepto en palabras extranjeras como carnet y match), ni tampoco palabras que empiecen con s+consonante.

Pero ya, seamos generosos, aceptemos que en algún universo paralelo ayün y wüṅ estuvieran semánticamente relacionadas (comparten un solo sonido, la ü, la vocal más abundante del mapudungún). ¿De dónde sale el cuento del "nacimiento" y de la "luz que mira"? Chamullo. Pero siempre les queda su última jugada: que la palabra se la dijo una anciana machi (persona que de por sí porta una carga misteriosa) en el último rincón perdido sobre la última montaña del lugar más perdido de la cordillera de los Andes. Y además era la última persona que recordaba la palabra. Y se murió. Típico, ¿a quién no le ha pasado?

Ahí radica su arma secreta: que ellos siempre obtienen la información –mágicamente– de fuentes inaccesibles al resto de los mortales, ergo imposibles de verificar. Por algo son iluminados. Entonces a uno no le queda otra que decir "gracias, supremo ser iluminado, por haber salvado esa iluminada palabra, compraré su iluminado libro". El charlatán siempre se las arregla para vender su idea. Como bien se suele decir, en el país de los ciegos el tuerto es rey, y nuestros tuertos filósofos han encontrado la piedra filosofal para llenar sus egos.

Yo, por mi parte, me pregunto: ¿hasta qué punto es válido falsear el idioma de un pueblo con tal de satisfacer sus propias fantasías y vender muchos libros?, ¿qué tan honesto es abusar de la ignorancia de los lectores incautos?, ¿cuánto se puede prostituir la verdadera sabiduría de los pueblos originarios?, ¿no llevan ya siglos aguantando atropellos territoriales, materiales, religiosos, y ahora además culturales?, ¿no son –precisamente– los filósofos los encargados de pensar soluciones para conflictos como estos?, ¿no debieran ser ellos los defensores de la ética?. 

Pero no. Viva la pseudofilosofía, la pseudolingüística, el ego. La manipulación de los datos con tal de vender. Vivan los iluminados con complejo de gurú y su falta de ética, la filosofía del cuenteo que vende mucho pero aporta poco. Por favor, que alguien nos saque de este pajerismo intelectual crónico.

Total, cuando se trata de lenguas indígenas, cualquiera puede decir lo que se le da la gana.



* Publicado en el blog Üñüm nütramelparkeenew, 10.06.15. Amaru Quyllur es el pseudónimo de Hugo Campbell Sills.

Voto voluntario: ¿De dónde surge la propuesta? ¿A quién le sirve?




Hace 17 años comenzó a discutirse en Chile sobre una cuestión que, se nos decía con insistencia, tenía que ver con nuestros derechos y libertades: el voto voluntario. Finalmente, en enero de 2012 se promulgó la ley de inscripción automática y voto voluntario. Esto dio lugar a que en las sucesivas elecciones ganaran... quienes no votan.

El que el abstencionismo se transformara en el grupo político mayoritario del país, por supuesto que llamó la atención de nuestros políticos. Quienes en la semana posterior a cada elección, se mostraban preocupadísimos... para después, curiosamente, no hacer nada.

Una vez reinstaurada la democracia en 1990, comenzó la larga decadencia de los partidos políticos que terminó de reventar en octubre de 2019.  En un inesperado legado del desastroso segundo gobierno de Piñera, al calor de las movilizaciones se ofrecieron dos votaciones sucesivas y cruciales. Primero, en octubre de 2020 se sufragó para aprobar o rechazar una nueva Constitución y qué tipo de asamblea la escribiría. Luego, en mayo de 2021 se eligieron las y los constituyentes.

En ambas elecciones, ¿las más relevantes para los próximos 20, 30, 50 años del país?, la abstención volvió a ganar. En la primera votó aproximadamente la mitad del padrón electoral y en la segunda quienes se abstuvieron... ¡fueron casi un 57%!

No había que ser un avezado analista político para predecir en 2004 la debacle de nuestro sistema de partidos. Bastaba conocer a nuestra élite política y económica.


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Cuando se escucha que se propone darle legalmente al voto un carácter voluntario y se lo fundamenta en un afán de mayor democratización o de ahondar las libertades, surgen ciertas dudas de orden teórico y práctico.

Primero, no se puede dejar de recordar la vieja sublimación que el liberalismo del siglo XIX hacía de la libertad individual: si cada cual hace lo que le venga en gana, el bien social se logrará por sí solo. De ahí que no tenía sentido el tema de la responsabilidad hacia los demás, ni de por medio de qué mecanismos se tenía que llevar a efecto. Lo extraño es que hoy, cuando la teoría liberal del orden egoísta espontáneo ha demostrado su falsedad en los hechos, se siga recurriendo a la limitación de responsabilidades.

En segundo lugar, habría que situar la propuesta dentro del marco de la teoría política. Si el Estado de una república es la reunión de los ciudadanos por y en un pacto, la voluntariedad del voto implicará el peligro (cierto en Chile) de que el Estado se quede sin ciudadanos y se termine el pacto por la inexistencia de pactados o por la abierta ilegitimidad de un pacto minoritario. A su vez, se daría una paradoja: las y los chilenos que no votan serían sólo habitantes y con un estatus jurídico de extranjeros (¡quienes sí pueden sufragar si viven más de cinco años en Chile y no hayan sido condenados a pena aflictiva!). De esa forma, el concepto "chileno" ya no sería uno de tipo jurídico, sino un mero gentilicio.

En tercer lugar, en cuanto a lo práctico (ignorando para no alargarnos que se podría proponer también la renuncia al derecho de expresión, de reunión o de libre circulación), cabe preguntarse a quién le conviene un Estado sin ciudadanos. El primer grupo sería la llamada clase política, la cual ya hoy tiene un porcentaje de recambio bastante bajo, pero que así llegaría a convertirse definitivamente en una casta política. Con la consecuente corrupción por falta de fiscalización y compromisos con grupos particulares, principalmente los grandes agentes económicos. Estos últimos son los otros que verían felices un Estado sin ciudadanos: ya no tendrían que recurrir a lobby, a costosas campañas de relaciones públicas o coimas para lograr que el Estado proteja sus intereses.

Por lo antes expuesto, pareciera que la propuesta sensata es la contraria: la obligatoriedad del voto. No sólo por una cuestión ideológica de la importancia de la responsabilidad social del cuerpo político que busca el bienestar y el desarrollo mental y físico integral de todos sus miembros. También por aspectos prácticos: se necesita que el Estado democrático funcione y no sólo que se le paguen impuestos para ello. Se supone que es el gobierno de los ciudadanos y que los derechos suponen obligaciones o al menos las mínimas para que el sistema se sostenga para, a su vez, sostenerlos.

¿Cómo puede alguien pedir un subsidio habitacional, atenderse en la red pública de salud, solicitar ayuda y protección de Carabineros o acudir a los tribunales por justicia y no cooperar a que el Estado funcione o cooperar para que funcione para quienes requieren esas prestaciones? ¿Es coherente pretender ser tan democráticos y libertarios, que se facilite la crisis de la democracia y que los ciudadanos renuncien a los derechos y por tanto a su libertad (posible sólo dentro del sistema político)?

Finalmente, cuando sectores liberales insisten que en esta época de triunfo de dicha ideología toma importancia la actividad económica en su forma capitalista de mercado, en desmedro de la política, se entiende que expresen que no hacen falta estadistas. De ahí que tampoco hagan falta ciudadanos, sino sólo mano de obra barata entregada a intereses particulares que son convertidos en leyes.



* Columna originalmente publicada en El Mostrador, 05.06.04.

Medios de comunicación, “técnicos” y la normalización del neoliberalismo




Para nadie es un misterio que a estas alturas en Chile la ideología economicista es una cuestión normal y obvia. Por décadas las élites, los medios y la academia han naturalizado una opción sociopolítica extrema como si fuera una verdad absoluta de la cual solo duda gente malvada o muy ignorante. Al tiempo que se nos ha convencido de que la "buena ciencia económica" es una cuestión para "economistas profesionales"... y debe seguir siendo así para mantener su alto nivel técnico y salvarla de posturas ideológicas.

Aunque son evidentes esas falacias para quien quiera ver los hechos o no defienda intereses, la academia económica sigue marcando el camino seguido por la política y sigue difundiendo sus tendenciosos dogmas desde los medios. Estos han sido un lugar privilegiado para sus prédicas, ya que el periodismo aparte de darles cabida, pocas veces ha ejercido su trabajo: poner en duda sus planteamientos y abrirse a miradas alternativas provenientes de dentro y fuera de la economía dominante.

Dejamos una crítica del punto. Aún no sabemos si los medios acogerán este tipo de miradas o es solo un arranque personal de un periodista.


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Juan Andrés Guzmán


El Presidente Sebastián Piñera admitió que hemos vivido injusticias por décadas y pidió perdón. El empresario Andrónico Luksic anunció que va a aumentar el sueldo mínimo a sus empleados.

Con esos actos, dos súper ricos están dejando off side a la intelectualidad económica --a los «técnicos»--, que ha justificado 24/7 las desigualdades del modelo.

Ahora vemos que es posible aplicar mejoras muy rápidamente a este sistema --aunque es evidente que los anuncios siguen siendo insuficientes-- y no hacernos creer, como dijo Juan Andrés Fontaine, que para evitar el alza del Metro, lamentablemente los que se levantan temprano tendrían que salir aún antes.

Técnicos como Fontaine han ayudado a que los más ricos no asuman por años lo que estaba pasando en Chile. Han ayudado a posponer los cambios que habrían evitado la catástrofe actual.

Con esto no quiero decir que los más ricos no hayan sabido que estábamos sentados en un polvorín. Me refiero, más bien, al análisis que hizo Fernando Atria en un artículo titulado “La angustia del privilegiado”. Escrito al calor de las manifestaciones estudiantiles de 2011, Atria desnudaba ahí la simbiosis entre privilegiados --que se dan perfecta cuenta de que su posición es injusta-- e intelectuales --en ese momento se refería a los del CEP y a Libertad y Desarrollo-- que les dicen que todo va bien, que si ellos se vuelven más ricos, todos vamos a estar mejor.

Atria acusaba a esa intelectualidad de desplegar un enorme esfuerzo “en dar vuelta las cosas”, convenciendo a los privilegiados de que el modelo, en realidad, ayuda al que tiene menos. Estas ideas, decía Atria, “no sólo son falsas, sino evidentemente falsas; pero lo que le prometen al privilegiado es algo demasiado valioso, y por eso cuando cualquiera de ellas aparece, es elevada a la categoría de verdad indiscutible. Quienes las formulan y publicitan son, entonces, celebrados por quienes tienen poder e influencia, y se transforman en los ‘expertos’ prestigiados, cuya opinión es siempre atendida por los ‘líderes de opinión’, que son llamados a ocupar las comisiones presidenciales e invitados a reuniones de alto perfil y entonces son nombrados en centros de estudios con presupuestos asegurados lo que les garantiza la relevancia y el éxito académico”.

Las injusticias de este modelo han sido ocultadas a punta de opiniones “técnicas”, de papers serios, a la vez que se ha motejado como “ideológicas” las opiniones de centros como la Fundación Sol o de economistas como Claudia Sanhueza o Nicolás Grau, entre muchos otros.

Los medios hemos caído en ese juego y lo seguimos haciendo. Cuando algunos colegas dicen que esta crisis no la vio venir nadie, es porque muchos periodistas o comentaristas de actualidad de matinales no han leído otra cosa que a los expertos “acreditados” a los que miran con admiración y no como fuentes falibles y con intereses creados.

Los medios se han transformado en la caja de resonancia de ideas que se plantean como verdades caídas del cielo, sin notar que curiosamente esas opiniones suelen estar alineadas con los intereses de la elite. Demasiados anuncios de fin de mundo han hecho estos técnicos --desde el derrumbe de la economía si ganaba el No en el plebiscito, hasta el anuncio de que Antofagasta se transformaría en un pueblo fantasma si se aprobaba el royalty minero, pasando por la última reforma tributaria que iba a estancar la economía y bajar la recaudación. Pero este fin de mundo, el actual, no lo vieron venir.

Es de esperar que, tras estos terribles días, los medios miren a esos “técnicos” con el mismo recelo y respeto que hay que mirar a todas las fuentes.

La elite que ha financiado el trabajo de estos técnicos, se ha dejado convencer de que los niveles de desigualdad eran buenos para todos --que eran el resultado del trabajo duro de unos y la flojera de otros-- que las AFPs son lo mejor que podemos tener, etc. Pondría en esa lista a Luis Larrín, a Axel Kaiser, al publicista económico Bernardo Fontaine, pero hay varios más.

Esos técnicos le ayudaron a la elite a argumentar que sus tasas de ganancia eran correctas. Pero ahora vemos que aceleraron demasiado la máquina y la reventaron; “apretaron la tuerca más de lo que tenían que apretar”, como dijo la socióloga Kathya Araujo a Paula Molina, refiriéndose a la elite.

La crisis estalló mientras intentaban una última vuelta de tuerca: la reducción de impuestos para los más ricos. Una reforma completamente innecesaria, que muestra lo insaciable del 1%. Ahora Bernardo Fontaine llama a esa elite a hacer la pérdida. En su último tuit escribe:
«Doloroso, pero necesario. Un tremendo cambio político. Un gobierno de derecha pide subir el impuesto a 40% cuando un gobierno socialista, Michelle Bachelet, lo bajó de 40% a 35%».
No hay ninguna reflexión sobre cómo él, que organizó agresivas campañas para defender a la AFPs --y para bajar los impuestos--, pudo ayudar a extremar la desigualdad y alimentar la impotencia.

Con un poco más de perspectiva, tengo la impresión que el último gran error de esa tecnocracia fue torpedear, con alegría y sin freno, las reformas de Michelle Bachelet. Se dijo que la Nueva Mayoría había comprendido mal a la gente, que las manifestaciones de 2011 que la llevaron al poder buscaban más mercado, no menos. Se acusó a ese gobierno de hacer muchas reformas, demasiadas, y de llevarnos hacia Venezuela. Cuando se promovió una reforma constitucional, se rasgaron vestiduras. Fernando Atria advirtió entonces que si no la reformábamos en un periodo de calma, tendríamos que hacerlo en plena crisis.

Bueno, aquí estamos.

Llevamos 15 muertos o más. Hay responsabilidad intelectual en eso.



* Publicada en CIPER, 23.10.19.Juan Andrés Guzmán es periodista y editor de CIPER.

La Universidad "paperizada"... ¿o pauperizada?


Escena de "Tiempos modernos" (1936), una crítica al industrialismo moderno, escrita y dirigida por Charles Chaplin.


El paper



José Santos-Herceg
 


El paper, en tanto que uno más de los géneros posibles de escritura, se ha ido instalando de un tiempo a esta parte como el modo privilegiado de escritura en el ámbito de las ciencias humanas. Dicha instalación no se debe a que este formato, este género literario, sea "señalado" para utilizar un término heideggeriano y que por ello, últimamente, se haya ido imponiendo de forma natural como el formato más idóneo para las Humanidades y, valga decir, para todos los ámbitos del saber. La realidad es que se ha llevado a cabo una sistemática campaña con vistas a imponer este modo de escritura como el prioritario, el mejor evaluado, el más deseable, e incluso, en algunos casos, como el único aceptable.

 

En el caso chileno esta "campaña" en vistas de priorizar el paper es evidente. Basta referir a los diferentes sistemas de "incentivo a la publicación" que han implementado las universidades: los montos que se pagan por publicar dependen del formato y evidentemente el del paper es por mucho el más alto. Además, las universidades utilizan el formato paper también para evaluar su propio desempeño en investigación: ellas se miden a sí mismas en virtud de la producción de papers. Esto, por supuesto, no es casual, pues, como se dijo antes, ningún otro tipo de discurso, solamente la producción de papers, tiene una repercusión --y sustantiva-- en la asignación del Aporte Fiscal Directo. Esta priorización se replica en las instituciones que financian las investigaciones como el Fondo Nacional de Desarrollo de las Ciencias y la Tecnología, FONDECYT. Con diferencia entre los Grupo de Estudio, es evidente que el paper tiene un puntaje altísimo en comparación al resto de las textualidades que son siquiera consideradas, lo que provoca que los investigadores tiendan a priorizar este formato. Esto se hace aún más extremo si se considera que, en la selección de los proyectos, la distribución de puntajes asigna 40% al currículum del investigador y hoy por hoy eso se juega en su "productividad", es decir, la textualidad publicada. Lo que ocurre en las universidades y en FONDECYT no es una excepción: se trata solo de un girón de todo el sistema que ha ido instalando sistemáticamente en Chile la producción de papers como algo prioritario. Es así como en la asignación de becas para estudios de posgrado, la Comisión Nacional de Ciencia y Tecnología, CONICYT, utiliza estos mismos criterios.

 

No hay puntaje en FONDECYT cuando se postula a un proyecto, ni en CONICYT cuando se solicita una beca si se presentan ensayos, diálogos o biografías como producción. Tampoco se recibe incentivo monetario alguno por parte de las universidades. Ni siquiera se considera un espacio en los formularios para ingresar como productos de reflexión los aforismos que se hubiera acuñado, ni los fragmentos o poemas escritos. Los tratados, los libros, los textos de largo y trabajoso aliento tienen una valoración menor, y eso, cuando la tienen. Dicha valoración, además, no depende de su contenido, sino de la editorial en que son publicados. De acuerdo con los parámetros que se están imponiendo hoy para la evaluación de la producción, la publicación de la Crítica de la Razón Pura no habría traído grandes beneficios ni a Kant ni a la Universidad de Koenisberg, ni la de Ser y Tiempo habría ayudado a una mejor valoración del trabajo de Heidegger. De igual manera, en el ámbito local la Reflexión Cotidiana, el maravilloso escrito de Humberto Giannini, no aporta gran cosa para asegurar que este filósofo obtenga financiamiento para investigar y tan solo habría obtenido un incentivo menor en su Universidad.


 



 

* Extraído desde el libro La tiranía del paper. De la mercantilización a la normalización de las tex tualidades (2020) Ediciones UACH. El autor publicó en 2012 un artículo sobre la temática en la Revista Chilena de Literatura, Nro. 82. José Santos-Herceg es Dr. en Filosofía por la Universidad de Konstanz.

¿Por qué la educación empresarial (MBA) ha fracasado en los negocios?




Rana Foroohar

Después de la crisis financiera de 2008, muchas personas predijeron que habría una crisis del capitalismo. Los mejores y más brillantes renunciarían a carreras llenas de libros de contabilidad financiera y se convertirían en maestros o ingenieros, o iniciarían pequeñas empresas. No hace falta decir que eso no sucedió. De hecho, obtener un MBA nunca ha sido una carrera más popular. El número de MBA que se gradúan de las escuelas de negocios de Estados Unidos se ha disparado desde la década de 1980. Pero durante ese tiempo, la salud de las empresas estadounidenses ha disminuido en muchas métricas: gasto corporativo en I+D, creación de nuevas empresas, productividad y nivel de confianza pública en las empresas en general.

Hay muchas razones para esto, pero un factor clave es que la formación básica que reciben los futuros líderes empresariales de este país no está dictada por las necesidades de Main Street sino por las de Wall Street. Con muy pocas excepciones, la educación MBA hoy en día es básicamente una educación en finanzas, no en negocios, una distinción importante. Por tanto, no es de extrañar que los líderes empresariales tomen muchas de las decisiones favorables a las finanzas. Los programas de MBA no producen innovadores bien preparados para hacer frente a un mundo que cambia rápidamente, o líderes que pueden hacer frente a la calle y poner en primer lugar la salud a largo plazo de su empresa (sin mencionar a sus clientes). Producen seguidores que aprenden a dirigir empresas según los números. A pesar de la crisis financiera de 2008, La mayoría de los mejores programas de MBA en los Estados Unidos todavía enseñan la teoría estándar de eficiencia de "los mercados saben mejor" y predican que el precio de las acciones es la mejor representación del valor subyacente de una empresa, pasando por alto el hecho de que los mercados tienden a brutalizar a las empresas para inversiones a largo plazo y recompensarlas por las recompensas a corto plazo para los inversores. (Considere que el año en que Apple debutó con el iPod, el precio de sus acciones cayó aproximadamente un 25 por ciento, sin embargo, aumenta cada vez que la empresa devuelve el efectivo a los accionistas).

Esta disfunción se refleja tanto a nivel filosófico como práctico. Las escuelas de negocios, en general, enseñan una noción extremadamente limitada de "valor" y de quiénes son las partes interesadas corporativas. Muchos cursos ofrecen un pretexto de conocimiento basado en datos sin una comprensión y un análisis rigurosos de los hechos reales. A los estudiantes se les da poca experiencia práctica pero mucha postulación a gran altitud. Aprenden modelos y proporciones matemáticos complejos, pero en muchos casos se trata de habilidades que se están devaluando un poco. Como admite Nitin Nohria, decano de la Escuela de Negocios de Harvard, "cualquiera puede enseñarle cómo leer una P&L [declaración de pérdidas y ganancias] o valorar un derivado; ese tipo de cosas se han convertido en productos básicos". El mayor desafío es enseñar a los futuros líderes empresariales de Estados Unidos cómo ser curiosos, humanos y morales; cómo pensar fuera de la caja sobre problemas como la financiación de la investigación de un nuevo fármaco de gran éxito. Y cómo ser lo suficientemente fuerte para hacer frente a Wall Street cuando exige lo contrario.

Lamentablemente, la mayoría de las escuelas de negocios de Estados Unidos no están haciendo eso. Además, a diferencia de muchos otros países, no están enseñando tanto los aspectos específicos de las industrias en las que los estudiantes quieren ingresar, o incluso ideas más amplias sobre el crecimiento y la innovación, sino que están capacitando a los futuros ejecutivos para administrar las pérdidas y ganancias. Es muy revelador que Finanzas 101 sea siempre un curso MBA obligatorio, mientras que la mayoría de los demás no lo son. Pero las finanzas no se enseñan de una manera rigurosa o verdaderamente representativa del mundo real. El modelo de riesgo financiero, uno de los conceptos básicos que se enseñan en las escuelas de negocios, es una ciencia inexacta en el mejor de los casos; mucha gente siente que se parece más a la lectura de runas. Después de todo, implica arrojar miles de variables sobre todas las cosas malas que podrían suceder en una caja negra, sacudirlas con los millones de posiciones que toman diariamente los bancos y extrapolarlo todo en un número simple y fácil de entender sobre cuánto es probable que se pierda si las cosas salen mal. ¿Qué podría salir mal, especialmente cuando se basa en suposiciones pasadas (“¡las deudas soberanas de los Estados Unidos y Europa nunca se degradarán!”)? Y no tiene en cuenta el hecho de que los eventos que mueven el mercado a menudo crean los suyos propios. Sin embargo, la noción de que los modelos financieros pueden revelar la verdad todavía se toma como un hecho en la mayoría de las escuelas de negocios; ese fue, por supuesto, uno de los factores clave que alimentó la gran crisis financiera de 2008. “La premisa de la teoría financiera [enseñada en los programas de MBA] es falso”, dice Robert Johnson, economista y excomerciante cuantitativo [former quantitative trader] del fondo Quantum de George Soros, quien ahora dirige el Institute for New Economic Thinking, un grupo influyente que, entre otras cosas, está tratando de ampliar la naturaleza de la educación económica y empresarial. "Es por eso que terminamos viviendo con márgenes de seguridad muy delgados, debido a la pretensión de conocimiento y precisión sobre el futuro que no existe".

Mientras tanto, las consecuencias sociales, morales e incluso macroeconómicas más importantes de las acciones corporativas se ignoran en gran medida en los estudios de caso que los estudiantes estudian detenidamente. Incluso después de la crisis financiera, una encuesta de las cien mejores escuelas de negocios del mundo (la mayoría de ellas en los Estados Unidos) encontró que solo la mitad de todos los programas de MBA hacen que la ética sea un curso obligatorio, y solo el 6% se ocupa de cuestiones de sostenibilidad en su currículo básico, a pesar del hecho de que una gran cantidad de investigación muestra que las empresas que se enfocan en estos temas en realidad tienen un desempeño más alto a largo plazo. En cambio, a los estudiantes se les enseña que lo más importante es maximizar las ganancias y reforzar el precio de las acciones de una empresa. Es algo que llevan directamente con ellos a las corporaciones estadounidenses.

Sin embargo, la gente sigue yendo a la escuela de negocios, en gran parte porque los negocios, y en particular el negocio de las finanzas, es donde está el dinero. Una cuarta parte de los estudiantes de posgrado estadounidenses obtienen una maestría en negocios, más que la proporción combinada de títulos de maestría solicitados en los campos legal, de salud e informática (negocios también es de lejos el título universitario más popular). El mayor porcentaje de quienes reciben un título de MBA no terminan en la industria, sino en alguna área de las finanzas. Aunque las cifras han caído un poco desde la crisis financiera de 2008, el conglomerado financiero (banca, seguros, fondos de cobertura, gestión de inversiones y empresas de consultoría) sigue siendo el grupo más grande de empleadores de MBA, junto con los departamentos de contabilidad y finanzas de compañías dentro del Fortune 500. Dado que el camino más rápido para convertirse en CEO en estos días es a través de una vía financiera, muchos de los principales tomadores de decisiones en las empresas más grandes y poderosas no solo tienen un MBA, sino que provienen de uno de los pocos programas de élite, como Harvard, Chicago, Columbia y Wharton. “[En] los primeros tres meses de su programa de MBA, está rodeado de gente con traje”, dice un graduado de 2015 de Columbia Business School. No es la presión de los compañeros, como la mayoría de sus compañeros, él planea trabajar para una firma consultora, un banco de inversión o un negocio de capital privado después de graduarse. Dado el costo de seis cifras de una educación MBA, esa no es tanto una opción para muchos estudiantes como una necesidad financiera.

Sin embargo, irónicamente, muchos líderes empresariales, incluso aquellos que tienen MBA, han comenzado a cuestionar el valor de estos programas. "Fui a la escuela de negocios antes de saber algo mejor, como si los marineros se hicieran tatuajes", bromea el exvicepresidente de GM Bob Lutz, cuyo libro Car Guys vs. Bean Counters lamenta el auge de los MBA. El problema con la educación empresarial, según él, es que a los estudiantes se les enseña no lo que sucede en los negocios reales, que tiende a ser impredecible y desordenado, sino una serie de técnicas y preguntas que deben llevarlos a las respuestas correctas, sin importar cuál sea el problema. “Las técnicas, si lee los casos de Harvard Business School, tienen que ver con encontrar eficiencias, optimización de costos, reducir su surtido [de productos], comprar competidores, mejorar la logística, deshacerse de demasiados almacenes o instalar más almacenes. Son todas palabras, y luego hay un mar de números, y lo lees todo y analizas tu camino a través de este lote de gráficos y números, y luego descubres la bala de plata: el problema es X. Y luego te consideran brillante". El verdadero problema, dice Lutz, es que los estudios de caso son estáticos, no reflejan el desordenado, emocional y dinámico mundo de los negocios tal como es. “En estos estudios, las ventas anuales nunca se cuestionan. Nunca he visto un caso de estudio de Harvard Business School que diga: 'Oye, nuestras ventas están bajando y no sabemos por qué. ¿Ahora que?'"

Lutz cree que este tipo de enfoque fue una de las cosas que hundió la industria automotriz estadounidense y la fabricación en general desde la década de 1970 en adelante. No esta solo. Muchos de los líderes empresariales icónicos de Estados Unidos creen que un título de MBA lo hace menos equipado para administrar bien un negocio a largo plazo, particularmente en industrias de alto crecimiento impulsadas por la innovación como la farmacéutica o la tecnología, que dependen de líderes que estén dispuestos a invertir en la industria en el futuro.

Los MBA están en todas partes, sin embargo, las industrias en las que se encuentran menos tienden a ser las más exitosas. El brillante centro de tecnología e innovación de Estados Unidos, Silicon Valley, es relativamente ligero en MBA y pesado en ingenieros. Los MBA no tuvieron casi nada que ver con los dos desarrollos principales en el panorama empresarial estadounidense durante los últimos cuarenta años: la revolución de la calidad al estilo japonés en la fabricación y la revolución digital. De hecho, el estilo de gestión jerárquico, impulsado por las finanzas y de arriba hacia abajo que se suele enseñar en las escuelas de negocios, es inútil en las empresas de nueva creación ágiles y planas que crean la mayoría de los puestos de trabajo en el país. Además, cuando ese estilo es impuesto a las empresas de Silicon Valley, por lo general vacilan (piense en John Sculley, el MBA de Wharton que tomó la desafortunada decisión de expulsar a Steve Jobs después de su primer mandato en Apple, o el reinado de Carly Fiorina en HP, durante el cual las acciones de esa compañía perdió la mitad de su valor). Una de las tendencias más aterradoras en los negocios en estos días es el aumento del movimiento de MBA y tipos de finanzas en la industria de la tecnología. Ahora están enfocando su atención en la ingeniería financiera y la manipulación del balance a firmas como Google, Apple, Facebook, Yahoo y Snapchat, un cambio que, si la historia es un indicador, no augura nada bueno para el futuro de tales firmas.

¿Por qué la educación empresarial ha fracasado en los negocios? ¿Por qué se ha enamorado tanto de las finanzas y las ideas que defiende? Es un problema con raíces profundas, que se han extendido durante décadas. Abarca temas como el surgimiento de visiones económicas neoliberales como un desafío a la amenaza de posguerra del socialismo. Se trata de un complejo de inferioridad académica que impulsó a los educadores de negocios a tratar de emular ciencias duras como la física en lugar de tomar lecciones de biología o humanidades. Coincide con el crecimiento de la potencia informática que permitió modelos financieros complejos.

La conclusión, sin embargo, es que lejos de empoderar a las empresas, la educación MBA ha fomentado el tipo de pensamiento a corto plazo orientado al balance ["balance-sheet-oriented"] que amenaza la competitividad económica del país en su conjunto.

Si se pregunta por qué la mayoría de las empresas todavía piensan en los accionistas como su principal prioridad o tratan la mano de obra calificada como un costo en lugar de un activo, o por qué el 80 por ciento de los directores ejecutivos encuestados en un estudio dijeron que dejarían de hacer una inversión que alimentaría una década la innovación si eso significa que perderían una cuarta parte de los resultados de ganancias, es porque eso es exactamente para lo que están siendo educados.



* Publicado en Evonomics. The next evolution of economics y es una adaptación del libro Makers & Takers: The Rise of Finance and the Fall of American Business. Rana Foroohar es columnista de negocios globales y editora asociada del Financial Times y analista económica global de CNN.

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