No fueron 30 años, fueron 30 economistas




Marcelo Mena


La ciudadanía fue clara, rechaza visceralmente la política tradicional. El binominal marginalizó el descontento por décadas y sólo con su reforma el parlamento pudo mejorar la representación de fuerzas que quisieran canalizar más cambios. Se les estigmatizó, se dijo que era el peor parlamento de la historia. Sin embargo, en medio del estallido articularon un acuerdo que le va a cambiar la cara a Chile. En esto no hay que tener miedo. Quienes resultaron electos para la constituyente son personas extremadamente capacitadas, y de orígenes diversos como lo es Chile. Basta de ningunear a quien no pertenezca al partido, al barrio, o al apellido que ha gobernado este país por tantos años. El talento que ha tenido Chile para llegar donde está se debe a nuestra gente, a su talento, a su trabajo.

No fueron 30 pesos, fueron 30 años se dijo en pleno estallido. En esos 30 años hubo en común una cofradía de guardianes del modelo, de izquierda y derecha, quienes eran expertos en todo. Los economistas. Un grupo de profesionales, generalmente hombres (con un par de notables excepciones). Estudiaron en un par de universidades, fueron a sacar su postgrado a Harvard, o al MIT, o alguna universidad de la Ivy League y creyeron tener la receta para llegar al desarrollo. Cuando llegó un ministro de Hacienda de otra universidad no dudaron en criticarlo mientras salían a trotar juntos. Cuando se les decía que las cosas eran caras en Chile, sonreían y justificaban de que éramos un país pequeño y, por tanto, eso encarecía las cosas. Mientras las colusiones crecían en número a un nivel insólito, decían que eran casos aislados. Cuando se les decía que ningún país ha llegado al desarrollo con los niveles de inequidad, o falta de diversificación que tenemos, decían que seríamos el primer caso. La inequidad era una externalidad del modelo de desarrollo, y las zonas de sacrificio, necesarias.

Llegó la crisis climática. Dijeron que mitigar el cambio climático frenaría el desarrollo. Obviaron los estudios que decían que Chile podría ser una potencia renovable. Se aferraron al carbón y a Hidroaysén. Se equivocaron, pero nunca lo han admitido, ni lo admitirán. Llegó la pandemia, la que proviene del desbalance planetario con la biodiversidad. Afectó profundamente la economía del planeta, pero quieren volver a la normalidad, que nos llevó a la crisis. Cuando llegamos al borde del precipicio y podemos cambiar el curso, quieren continuar el camino de destino conocido.

La primera gran derrota de los economistas fue durante el gobierno pasado. Acostumbrados a ponerle el pie encima al medio ambiente, se encontraron con una presidenta que se había cansado de escucharlos, que había visto como trataron de frenar sus reformas al código de aguas o al sistema de pensiones. Habíamos hecho demasiado, le dijeron. Cuando lo que vemos hoy es que nos faltó muchísimo, y otro país sería si hubiéramos concretado esas reformas.

Hoy el último gran economista está sólo en su oficina presenciando la mayor derrota electoral de la historia de un gobierno en ejercicio, y con niveles de rechazo que nunca se habían visto. Cuando se le pidió gastar en ayudas sociales, creía que era suficiente lo que se pedía. A pesar de dos retiros de las AFP, igual hubo 2.9 millones de chilenos que bajaron de un escalafón social, desde la clase alta, a la media, de la media, a la vulnerabilidad. El presidente Piñera, Cristián Larroulet probablemente se congratularon varias veces al gastar menos de lo que la ciudadanía pedía. Al final del día estaban acostumbrados a que alguien los felicitara por esas esa decisiones cuando salían a hablar del país durante los Chile Day.

El cortoplacismo que tuvieron los economistas que en vez de buscar la gratuidad, en vez del CAE, o tener una renta universal básica corta, en vez de dilapidar los ahorros previsionales mediante los retiros, contribuyó al malestar que se ha canalizado en un proceso constituyente diverso, paritario, que refleja la diversidad cultural del país.

Están desesperados. Pero confíen. Porque los que estarán redactando la nueva constitución tendrán un amor por Chile, su gente, su diversidad que no tuvieron los economistas. Tendrán una mirada de largo plazo para cuidar a los que están y los que vienen. No ese amor que algunos creen tener por ponerse una banderita en la solapa, e incentivar la depredación de los recursos naturales. Un amor por Chile y por su naturaleza, por su gente, por sus pueblos originarios. El amor de quienes no ven al país por su PIB y su deuda, sino por su bienestar, su felicidad, y más importante, su dignidad.



* Publicado en La Tercera, 21.05.21.

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