La élite nos hace creer que triunfa porque es inteligente y trabajadora




Las élites modernas se presentan a sí mismas como una colección de individuos talentosos y esforzados que destacan por sus méritos, no por su cuna. Con ese discurso la creciente desigualdad del mundo parece más democrática pues, en apariencia, nadie está excluido de las oportunidades al éxito y el que no lo logra tiene la culpa. Shamus Khan, sociólogo estadounidense, dice que todo eso es un mito. Que donde la élite alega mérito hay privilegio.


Juan Andrés Guzmán


Los miembros de la elite chilena habitualmente explican su éxito a través del talento y el trabajo duro. Pocas veces mencionan la educación y el origen social que les abrió paso en la vida. No se oye decir, por ejemplo: “Me ha ido bien porque nací en una familia con recursos y redes. Eso me permitió estudiar en el Verbo Divino y luego en la Universidad Católica, de donde egresé sin deudas y lleno de proyectos. Esa experiencia me brindó una gran cantidad de oportunidades para desplegar mi talento y mi esfuerzo; y me facilitó salir adelante cuando me equivoqué”.

Hay evidencia de que la omisión de la clase social en la historia del éxito oculta cosas importantes.

El economista de Yale, Seth Zimmerman, mostró en 2013 que el 50% de los cargos más altos en las empresas chilenas lo ocupan ex alumnos de sólo nueve colegios de elite. Para el economista Ricardo Hausmann la tendencia de que los mejores puestos queden en manos de personas de un mismo origen, da cuenta de una cultura empresarial cerrada, que no da oportunidades a talentosos de otras clases. Una consecuencia de eso es que, como han mostrado Javier Núñez y Cristina Risco, la movilidad social intergeneracional es bajísima: el hijo del rico chileno tiene una probabilidad del 56% de seguir perteneciendo al 10 % de mayores ingresos, probabilidad mucho más alta que la que tienen los hijos de los ricos norteamericanos o europeos. Esta falta de movilidad tiene un correlato entre las familias pobres: necesitan seis generaciones para que uno de sus descendientes llegue a la clase media, según un reciente estudio de la OECD.

En 2014 el ex ministro Nicolás Eyzaguirre le puso rostro a la tendencia que estos estudios sugieren. Recordando su experiencia como egresado del Verbo Divino, dijo: “Les puedo decir que muchos alumnos de mi clase eran completamente idiotas; hoy son gerentes de empresas. Lógico, si tenían redes. En esta sociedad no hay meritocracia de ninguna especie”.

Eyzaguirre fue criticado por su tono agresivo y por la supuesta intención de distanciarse de su clase. Pero el mensaje de fondo no fue rebatido ni cuando pidió disculpas: en Chile, la ruta al éxito no es una avenida pública que solo exige inteligencia y esfuerzo al que la recorre; es un camino privado que pasa a través de determinados colegios y universidades. Ese camino privado permite que personas con y sin talento se encumbren.

Si el peso de la cuna se omite en la discusión pública, la alusión a la mediocridad de quienes llegan a la cima es algo que está casi en el plano de lo prohibido.

Shamus Khan, profesor de sociología de la Universidad de Columbia, lleva años estudiando a las elites y las ideas que se difunden y omiten al explicar el éxito. Hasta los años 60, explica, las elites justificaban sus privilegios por el simple y tosco derecho familiar. Las elites modernas se presentan, en cambio, como una colección de individuos talentosos y trabajadores, personas que destacan por lo que hacen, no por su cuna. “Pero esa historia del triunfo de las habilidades individuales es un mito”, dice Khan.

Su investigación más importante es el libro “Privilegio, la construcción de un adolescente de elite” (Princeton University Press, 2011), que tiene como protagonistas a los 500 alumnos del Internado Saint Paul, uno de los colegios secundarios donde se forma la elite estadounidense. Algo así como el Verbo Divino, pero con una anualidad de US$50 mil (más de $32 millones).

Khan vivió un año en Saint Paul, conversando y observando a los jóvenes en su cotidianeidad. Dijo a CIPER que en las entrevistas los alumnos destacan su pesada carga académica y argumentan que sus privilegios son el resultado del trabajo que despliegan. Pero como Khan los observa diariamente, es testigo de que se trata de declaraciones retóricas.

“Pocas veces se los encuentra con libros en las manos y cuando los tienen, están cerrados… rara vez hacen sus tareas o trabajan las lecturas; en cambio, recurren a sumarios online como Wikipedia”, escribe Khan. Agrega que los estudiantes que dicen trabajar duro y abrazar los principios de la meritocracia, en realidad pasan muchas más horas haciendo vida social que en la biblioteca. Lo peor: el investigador observa que los pocos que realmente trabajaban mucho en sus tareas académicas son acosados y marginados socialmente.

Khan no cree que los alumnos mientan al declararse resultado de la meritocracia. Piensa, en cambio, que la meritocracia es un discurso que los alumnos de elite son entrenados para repetir y valorar. Pero lo cierto es que son tan geniales y mediocres, tan trabajadores y flojos como cualquier otro grupo de adolescentes.


Encarnar el privilegio

La observación de Khan deja en el aire una pregunta clave: en sociedades que abrazan la meritocracia, ¿cómo consiguen encumbrarse a la cima los hijos mediocres de la elite?

Shamus Khan sugiere dos respuestas que están vinculadas.

La primera tiene que ver con “los méritos” que se usan para distribuir oportunidades, puestos de trabajo y premios. Las personas suelen pensar que son habilidades (ya sea innatas o aprendidas) que pueden medirse. Y, por lo tanto, parece lógico que colegios de elite y universidades sometan a prueba a los postulantes buscando quedarse con los que tendrán mejor rendimiento en los estudios.

Pero la habilidad predictora de las pruebas de selección está hace largo tiempo bajo cuestionamiento (CIPER ha publicado varias investigaciones sobre los problemas predictivos de la PSU en Chile, por ejemplo), pues lo que consistentemente reflejan es lo que los padres pudieron invertir en sus hijos. Es decir, dan cuenta del poder económico de la familia.

¿Por qué ocurre esto? Khan dice que las habilidades que se miden en esas pruebas de selección son aquellas con las que los jóvenes de elite se han familiarizado en sus casas y colegios. Por ello, les resulta relativamente sencillo superarlas.

-Es muy naif pensar que los meritos de un joven están desligados de los privilegios que tiene su familia. Mi educación, por ejemplo, es el resultado de mi esfuerzo, pero en gran medida de la masiva inversión de mis padres en mí -dijo Khan a CIPER.

Citando al sociólogo Pierre Bourdieu, el investigador remarca que los estudiantes que triunfan son los que se sienten en casa en instituciones que los premian por tener un tipo de comportamiento que es natural para ellos (ver Saying Meritocracy and Doing Privilege).

El segundo elemento que Khan destaca, tiene que ver con lo que hacen instituciones como Saint Paul. Su principal tarea, dice Khan, no es entregar altos niveles de matemática, lenguaje u otro conocimiento. Los saberes “duros” están disponibles para todos en internet.

Lo que no está disponible es lo que se tiene que vivir. Khan lo llama el “currículo escondido” de Saint Paul; se refiere a las cosas que no se memorizan, sino que se corporizan, como gustos, sensibilidades, códigos de conducta, rituales. Lo que permiten los colegios de elite es “corporizar el privilegio”, lo que implica sentirse cómodo con esos gustos y sensibilidades.

La única forma de meter el privilegio en el propio cuerpo es vivirlo diariamente en los espacios de la elite. Khan destaca que una vez que el privilegio se corporiza, ya no puede ser cuestionado por la sociedad como una diferencia social injusta, porque se ha transformado en una característica de la personalidad del joven de elite.

Khan escribe en su libro:
Al mirar actos aparentemente mundanos de la vida diaria, desde las cenas a los bailes y las citas, vemos cómo el privilegio se encarna en los cuerpos de los estudiantes y cómo los estudiantes son capaces de desplegar sus privilegios en sus interacciones.
Este punto es muy importante, pues la elite que abraza la meritocracia y festeja el triunfo del individuo nos dice que no importa la cuna, sino las características individuales, las habilidades, talentos y cualidades. Lo que no dice es que esas habilidades y capacidades se cultivan en lugares a los que pocos tienen acceso. Esas cualidades parecen innatas, pero son el resultado del privilegio.

Los ricos, escribe Khan, usan su dinero para comprar ventajas para sus hijos, y uno de los lugares donde las compran es en escuelas de elite. Y la ventaja moderna que estos establecimientos venden es la naturalización de la diferencia.

Khan escribe:
Los estudiantes de Saint Paul parecen tener naturalmente lo que se necesita para tener éxito. Y esto ayuda a esconder la permanente desigualdad social por la vía de naturalizar las diferencias que produce.
Esa naturalización del privilegio levanta un muro invisible entre quienes han vivido en el privilegio y quienes han memorizado esas normas. La clase alta chilena es especialmente sensible en detectar a quienes aprenden a ser como ellos sin tener la experiencia de serlo.

“A un ‘wanna be’ te lo reconozco al toque. Son tantos y tan distintos ¡son asquerosos!”, le dice una mujer de elite al sociólogo Sebastián Huneeus en su libro Matrimonio y Patrimonio.

“En nuestra compañía tenemos como objetivo la meritocracia, pero hasta cierto punto, porque hay códigos”, le explica al mismo Huneeus el fundador de un banco de inversión. Con “códigos” se refiere a “educación social”, a formas de hablar, modo de vestir, pautas de consumo, maneras de comer. “Cuando un tipo ha estado en ciertos colegios, esos códigos están incorporados”, dice el inversionista.

Quien tiene esos “códigos incorporados”, tiene siempre al poder esperándolo tranquilamente, reflexiona Huneeus.

Para las clases medias que creen que la formación de calidad (es decir, los conocimientos duros) es la clave que permite destacar, el énfasis que pone Khan en encarnar el privilegio puede carecer de sentido.

Pero hay evidencia de que opera con fuerza en nuestro país. Por ejemplo, el estudio de 2004 “Clasismo, Discriminación y Meritocracia en el Mercado Laboral chileno” de los economistas Javier Núñez y Roberto Gutiérrez. En esa investigación los economistas sostienen que lo que hoy llamamos “zorrón”, es decir, un alumno “de mediocre desempeño académico proveniente de una comuna y colegio de origen socioeconómico alto y dotado de una ascendencia de origen socioeconómico superior”, recibirá solo por virtud de su origen “un ingreso estadísticamente mayor que un estudiante de alto rendimiento académico proveniente de una comuna pobre y colegio público, sin ascendencia vinculada al estrato socioeconómico alto”. A este “zorrón” no solo le irá siempre mejor que al “alumno pobre y brillante”, sino también mejor que “a una amplia variedad de estudiantes de excelencia formados en ambientes socioeconómicos promedio” (ver revista Economía y Administración de la Universidad de Chile, N 147 de 2004).


La suerte

Lo anterior lleva a cuestionar la idea --muy extendida en Chile-- de que la desigualdad se soluciona con oportunidades.

-Ese es uno de los mitos más exitosos de la agenda de derecha, pues si no importa cuánto dinero tienen los más ricos, sino qué oportunidades da la sociedad para hacer dinero, puede parecer buena idea llevar al poder a alguien rico porque supuestamente sabrá cómo crear oportunidades -dijo Khan a CIPER.

Shamus Khan argumenta, sin embargo, que las oportunidades se ven fuertemente influidas por los niveles de desigualdad:

-Los que tienen más pueden invertir más en la formación de sus hijos y mientras más desigualdad hay en la sociedad los más ricos están en condiciones de comprar más oportunidades.

Esto genera una brecha insalvable. Khan no es el primero ni el único en subrayarla. El economista Paul Krugman ha dicho que creer que es posible dar oportunidades similares en condiciones de alta desigualdad “es simplemente una utopía irrealizable”. El economista Robert Solow, más duro, afirma que quienes sostienen que alta desigualdad y oportunidades son compatibles, son cínicos.

“Muéstreme a un político que diga que lo que queremos es igualdad de oportunidades y no igualdad de resultados y yo le voy a mostrar a un cínico. Todos saben que usted no puede tener una desigualdad extrema y suponer que los hijos de las familias ricas y pobres tendrán iguales oportunidades. Ayuda mucho tener una buena alimentación cuando eres joven, ser cuidado, tener ropa, estar protegido, confortable, poder ir a una buena escuela y luego poder tener contactos con los padres de tus amigos cuando estás buscando trabajo… Es evidentemente ridículo suponer que una sociedad desigual puede tener igualdad de oportunidades, la gente que defiende esta idea lo sabe. Por lo tanto, están solo parloteando”, dice Solow. (Krugman y Solow abordaron estos temas en una charla sobre el libro de Anthony Atkinson, Desigualdad ¿qué podemos hacer?, ver video a partir del minuto 10).

Para Khan la desigualdad siempre tiene un efecto negativo. “Incluso si usted tiene una sociedad donde todos están sobre cierto estándar de vida, la desigualdad va a seguir teniendo un efecto negativo en muchos indicadores, como la salud o la felicidad”, dice Khan.

La desigualdad extrema de la que gozan las elites que se forman en Saint Paul le parece a Khan especialmente cuestionable, pues la mayoría de estos jóvenes no tienen nada realmente particular salvo algo: suerte. La suerte de haber nacido en una familia que puede invertir en ellos introduciéndolos a instituciones como Saint Paul.

Khan lo sabe por experiencia propia pues es un egresado de Saint Paul. Su abuelo era un pobre campesino pakistaní que, para la coronación de la reina Isabel II en 1953, formó parte de una delegación que su país envió a Inglaterra para cuidar a los caballos de las tropas que iban a desfilar. Ese viaje es importante, porque en su ausencia el padre de Khan fue enviado a una escuela, lo que fue un cambio radical en la vida de un joven destinado a ser campesino. El joven era muy hábil y destacó en los estudios. Se tituló de médico y apenas pudo emigró a Estados Unidos donde tuvo una carrera ascendente hasta llegar a ser jefe de cirugía del principal hospital de Boston. Cuando nació Khan su familia podía pagarle la educación de Saint Paul.

Khan no puede dejar de ver la suerte en su historia: en la de su padre y en la suya. Y la falta de suerte en los que no llegan a dónde él está. Lo remarca con un experimento mental:

-Imagine que todos los niños tuvieran las oportunidades que yo tuve, ¿qué posibilidades hay de que yo hubiera llegado a la posición que tengo hoy? Bueno, la respuesta es que la posibilidad es muy baja, porque sin ninguna duda hay personas allá afuera mucho más talentosas. Pero en ellas no se hicieron las inversiones que sí pudieron hacer mis padres en mí -dijo Shamus Khan a CIPER.

Los estudiantes de Saint Paul, escribe Khan, “no son ingenuos y saben que no todos los que trabajan duro salen adelante” (ver Saying Meritocracy and Doing Privilege). Lo ven a diario en el personal que hace funcionar Saint Paul: las mucamas, los cocineros o los jardineros. La explicación de los alumnos para esas trayectorias de vida es que tuvieron mala suerte, tuvieron distintas prioridades o fueron víctimas de una época más injusta que estamos superando. La visión de esas vidas sin privilegios no los hace perder la fe en la meritocracia, escribe Khan.

Para Khan, en cambio, nacer en una familia con muchos recursos es como ganar la lotería. Y dado que ese factor es tan relevante en los logros posteriores, se pregunta cómo se tolera la enorme desigualdad social actual. “Premiar en forma tan distinta a los niños por algo con lo que no tuvieron nada que ver, como quienes son sus padres, no parece correcto”, explica.

-La meritocracia es clave en el imaginario de la clase media chilena. Si sacamos ese dios de su mente, ¿qué podemos poner ahí? ¿Cómo reordenamos la sociedad sin meritocracia?

-Una cosa que podríamos poner ahí es la empatía. Tener empatía con las personas que no tuvieron la fortuna que uno tuvo. Pienso que cuando se les insiste a los jóvenes en la meritocracia, ellos sienten que se merecen lo que tienen, pero también -y esa es una consecuencia muy negativa- piensan que los pobres se merecen su pobreza porque no han trabajado duro. Y entonces, se merecen el sufrimiento que implica la pobreza. Creo que es importante desafiar esa idea. Dado que hay tanto azar en juego, es difícil justificar que los que tienen mala suerte estén privados de tanto. Es bueno recordar que uno estaría en una posición muy distinta si hubiera tenido diferentes padres.

-¿Qué importancia le da al esfuerzo? Muchas familias de sectores medios logran surgir en Chile porque realizan verdaderas proezas de organización y empeño y se sienten orgullosas de eso.

-El esfuerzo es crucial. Pero lo que esas familias no logran percibir es la suerte que han tenido. Mi padre es un gran ejemplo: él era increíblemente talentoso, pero también fue increíblemente afortunado.

Shamus Khan agrega: “En Estados Unidos hay personas que trabajan muy duro. Por ejemplo, aquellos que tienen dos trabajos. Pero esos no son de elite. Y la verdad, es un mito decir que la elite trabaja muy duro. Como anécdota le podría decir las veces que he viajado en bussines (debido a que las aerolíneas me premian porque viajo mucho a conferencias) y nunca he visto a nadie trabajar en bussines: van tomando vino y viendo películas. Es una ficción ese reclamo de que la elite trabaja todo el tiempo, y lo que digo es que ese reclamo sirve para sostener que las personas son pobres porque no trabajan como ellos.


La frontera sigue ahí

Shamus Khan forma parte de una corriente de investigadores que se enfoca en la desigualdad económica y que es relativamente reciente. Hasta no hace mucho la tendencia dominante era estudiar la pobreza buscando en los pobres (en lo que hacen, en su carácter, en su educación) las causas de su situación.

¿Qué aporta de nuevo el mirar la desigualdad desde los privilegios de los ricos, si la discriminación y los privilegios son una constante en la historia del mundo y de Chile?

En su libro Desafíos Comunes, los sociólogos Kathya Araujo y Danilo Martuccelli sostienen que la novedad está en que la frustración de las otras clases se expresa en primera persona. Por extendida y común que sea la experiencia de ser perjudicado por no ser de la elite, cada uno lo vive como “algo que me pasa a mi”.

Para Khan en eso reside una de las trampas de la meritocracia. Al poner el foco en la individualidad, las categorías que describen experiencias grupales, como clase y raza, pierden “su capacidad de desafiar la desigualdad”.

Khan concluye que cuando la elite festeja la meritocracia, hace creer que las barreras sociales cayeron. Y que, por lo tanto, la desigualdad, aunque creciente, es más democrática que antes, en el sentido de que hoy nadie está explícitamente excluido de llegar arriba, nadie tiene las oportunidades cerradas. Desde esa perspectiva, los que no tienen éxito no son necesariamente los desventajados, sino aquello que fallaron en aprovechar las oportunidades que brinda la sociedad moderna.

Citando a Alexis de Tocqueville, Khan sostiene que las barreras solo han cambiado de forma, no de lugar. Y estima que con estos argumentos la elite actual resulta menos honesta que su predecesora, aquella que reclamaba privilegios por derecho de cuna.

-¿Qué futuro tiene la democracia en un contexto de creciente concentración, cuando un millonario puede ganar lo mismo que un millón de chilenos?

-El problema es muy complejo y desafiante. Para mí la principal amenaza de la extrema riqueza es que da a los ricos el poder de crear divisiones entre las personas que buscan desafiarlos. La ventaja de los ricos está en su riqueza y creo que la solución pasa por imaginar condiciones donde se imponga la ventaja de las mayorías, que está en el número.



* Publicado en Ciper, 17.07.18.

Economía "internacional": Algunas dudas, algunas certezas y algunas esperanzas




Con esa confianza que alguna gente tiene en uno y que siempre se agradece (y otras tantas no deja de sorprender), el equipo editorial de Descentrados me contactó para pedirme un texto sobre economía para la sección “Internacional” de su revista. Todo bien... Hasta que, al ponerme a pensar en qué escribir, caí en cuenta de que no sería sencillo.

¿Qué podría escribir del mundo en su perfil “Internacional”? ¿De qué parte del planeta estamos hablando cuando nos referimos a lo “Internacional”? ¿Se podría tratar de Belice, Togo, Mongolia, Palestina, Yemen u otro país por el estilo? ¿O tal vez podría referirse a algún bloque económico como África Subsahariana, las Antillas o de un grupo de exrepúblicas soviéticas de Asia Central? Finalmente, podría ser de algún tema que cruce o afecte a muchas naciones… Pero ¿qué tópicos y qué naciones?

Para ser sinceros, sí sabemos de qué hablamos cuando usamos la palabra “Internacional”. Es una seguridad no explicitada, pero seguridad al fin y al cabo.

Cuando hablamos de economía y le agregamos “Internacional” todos asumimos que la referencia es a economías capitalistas modernas de mercado o con mercados y con altos PIB. Y si hablamos de países se trata de los de Europa occidental, de la América que conforman EE.UU. y Canadá, a los cuales se pueden agregar Japón, Australia, China o India. Y si hablamos de bloques económicos pensamos en alguno donde, precisamente, participen esas naciones. En este último caso de países y bloques, el círculo se cierra porque pensamos en economías capitalistas modenas de mercado o con mercados y con altos PIB.

Fin. No hay para qué darse tantas vueltas.

Tal como cuando hablamos de “filosofía” y de inmediato pensamos en la tradición occidental que comienza en Grecia y se desarrolla en Europa hasta nuestros días. O cuando decimos la “Iglesia” y no hay que aclarar que es la católica romana.

No obstante, hay uno que otro inconveniente con tantas seguridades. Pues estas muchas veces son problemáticas al esconder diversas cuestiones tácitas tras la normalidad de la costumbre.

Partiendo porque tal como existen muchos más sistemas de reflexión racional sistemática que el originado en Grecia o muchas más confesiones religiosas (incluso dentro del cristianismo) aparte de la romana, hay muchas más formas y sistemas económicos fuera del capitalismo occidental moderno de o con mercados… Incluso en los propios países capitalistas arriba nombrados.

Hagamos un rápido recorrido no exhaustivo de tal diversidad: el campo chino, indio (los dos países más poblados del planeta), latinoamericano y africano, el mundo musulmán, los indígenas de América y de otros continentes, los millones de pobres urbanos del Tercer Mundo y del Sur Global en general, etc. Esas personas conviven utilizando otras ideas, valores y prácticas e instituciones económicas o entran y salen de ellas para entrar y salir del capitalismo occidental moderno de o con mercados. No debemos olvidar que ese tipo de capitalismo es particular y muy reciente en la historia de la humanidad: la síntesis que hizo Adam Smith es específica de las ideas, moral y prácticas productivo-comerciales de la cultura burguesa reformada del siglo XVIII. Y es todavía más reciente su “internacionalización”... Léase su “exportación” al resto del mundo a través de la agresión militar, presiones y extorsiones o como doctrina académica desde su núcleo euronorteamericano de origen.

En un sentido histórico y cultural en verdad universal, o sea, considerando el desarrollo del homo sapiens, el capitalismo occidental moderno de o con mercados es una especie de desviación estándar de la experiencia de la humanidad. Ese capitalismo, como todo sistema cultural, tiene fecha de vencimiento… con todas las posibles síntesis, variaciones o mutaciones que se pueden dar antes de su fin.

El punto es que nosotros como país estamos colonizados por el Occidente moderno y tendemos a ver/no ver lo que nos permite/impide nuestro formateo cultural: pensamos y actuamos según las categorías del “hombre blanco”. Es lo que en antropología se llama “blanqueo”.

De hecho, en Chile y el resto del mundo no occidental moderno, los cursos de la muy seria y muy matemática “ciencia económica” son obligatorios en las universidades. Es decir, son obligatorias las cátedras que asumen la universalidad (y, me atrevería a decir, hasta la eternidad) de las ideas, valores y prácticas económicas del capitalismo occidental moderno de o con mercados… Incluso hasta las visiones críticas de la ortodoxia también son occidentales modernas: marxismo, cooperativismo, decrecimiento, anarquismo, feminismo, etc.

Si es que hubiera algo ajeno a ese marco oficial, no pasan de ser meras anécdotas para ser tratadas por esa exótica disciplina que es la antropología o por esos economistas renegados y mediocres que trabajan en economía plural. O sea, nada en realidad serio ni importante desde la ortodoxia.

Llegados a este punto, la pregunta que surge es si queremos ser “internacionales” o, al menos, de qué modo o hasta qué punto queremos serlo.

Claramente la élite chilena, y parte no menor de las clases medias y del populacho, siempre ha intentado/querido ser “internacional”. Se puede recorrer la propia historia de nuestro país como una sucesiva secuencia de modernizaciones, muy “internacionales” por lo demás.

Si bien ya la pertenencia a un Imperio donde nunca se escondía el Sol era de suyo “internacional” (no así, eurocentrismo mediante, la pertenencia precolombina al Tahuantinsuyu), el punto es que era un Imperio no moderno... ¡Todo mal!... Tan mal que lo occidental moderno vino a rescatarnos en el siglo XIX cuando nuestras élites, aburridas de estar condenadas a ser segundonas por “criollas”, se rebelaron contra la Corona española. De tal manera, se dio la primera de nuestras modernizaciones: la conformación de una república elitista (tal como lo dictaba el elitista liberalismo clásico).

Luego, en un listado no exhaustivo, siguieron la adscripción al capitalismo de mercado internacional como exportador de materias primas, la industrialización del “crecimiento hacia adentro”, el socialismo “con empanadas y vivo tinto”, la contrarrevolución neoconservadora o neoliberal de la dictadura cívico-militar y, finalmente, el neoliberalismo con “rostro humano” concertacionista. Todo muy “internacional”.

Para ir terminando, la propuesta de nueva Constitución (NC), que al momento de escribir este texto aún no sabemos si será aprobada, abre un nuevo escenario. Incluso, aunque se rechace dicha propuesta, pareciera que podría dejar instalados ciertos tópicos.

Uno de los tantos aspectos positivos de la NC es que visibiliza cuestiones económicas que, a pesar de su evidente existencia y relevancia, no eran consideradas por el mundo oficial u ortodoxo. En el documento se nombran distintos agentes económicos y actividades fuera del ruedo de la Bolsa, la banca, el retail o la gran industria. Figuran diversos productores y asalariados y, por si no fuera poco el atrevimiento de la chusma, hasta se nombra a las naciones indígenas que habitan Chile (y que, irónicamente, dan cuenta de que somos “internacionales” desde siempre).

En este viejo-nuevo país plural (con economías plurales, que en realidad ha sido plural desde su origen como república), ya no basta la “ciencia económica” y sus falaces pretensiones de universalidad. Tampoco continuar con un solo tipo de política económica surgida o deudora de dicha ideología pro millonarios que se hace pasar por “ciencia”.

Tanto la práctica económica como su estudio y la política económica deben ser plurales. Ya es tiempo de que la academia y la política se pongan al día con la realidad. O, al menos, hagan un sincero esfuerzo para hacerlo.

Esa voluntad marcará tanto nuestro futuro económico y social como del mismo modo nuestra visión de lo “internacional” y nuestras relaciones con ese ámbito. Pero, el punto es que sean las relaciones desde y con la pluralidad que ha existido, existe y existirá.

Se trata de voluntad cultural y política. No de automáticos mecanismos económicos.



* Publicado en Revista Descentrados, 03.09.22.

¿Futbolistas ladrones?... Sobre fútbol, economía y moral




J. González Faus


El número de octubre de Le Monde Diplomatique (un periódico que no me cansaré de recomendar) nos cuenta que el salario neto de Messi en el PSG son 40 millones de euros al año (110.000 € diarios). Se trata de salario neto, que en bruto puede elevarse a más de los 60. A esos ingresos hay que añadir todos los que proceden de la publicidad; de modo que “la revista Forbes eleva a 126 millones los ingresos de este jugador en 2020”.

Ese periódico comenta además que el Grupo Internacional de Expertos sobre el Cambio Climático, tiene un presupuesto anual de unos 6 millones; y que la Agencia Nacional para la investigación gastó en más de doscientos proyectos sobre la covid-19 una suma total de 36 millones.

Messi no es un caso aislado: los sueldos de Neymar, Mbappé y demás compañeros no llegan a tanto pero por ahí se andarán. En España, entre tanto, según el informe de FOESSA, hay 11 millones de personas en exclusión social y, de ellas, 6 millones en pobreza severa. Mientras un 49,3% vive en el límite de sus posibilidades. Pero si lo de Messi es “normal”, tampoco extrañará que el presidente de Iberdrola (que cobró 12 millones en el 2020) considere extremistas unos presupuestos que tratan de suavizar un poco esa situación y declare que así no se puede gobernar.

Tal atrocidad merece que por lo menos alguien levante una voz indignada, no contra las personas (que siempre serán respetables por malas que sean), pero sí contra el sistema que las corrompe.


1.- La propiedad es sagrada

Ese principio podemos firmarlo todos con tal que definamos qué se entiende por propiedad. La Doctrina Social de la Iglesia se ha cansado de repetir que el principio más sagrado en lo referente al derecho de propiedad es que los bienes de la tierra han de ser accesibles a todos los seres humanos. Ese es un derecho sagrado, y la propiedad privada es un medio de realizar ese acceso. Según un texto de hace ya 55 años que me he cansado de citar: «los bienes creados deben llegar a todos en forma justa, según esa regla de justicia inseparable de la caridad. Todos los demás derechos, sean los que sean, comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, están subordinados a ese deber. No deben estorbarlo sino, al contrario, facilitar su realización. Y es un deber grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primitiva» (Pablo VI, Encíclica Populorum Progressio. 22).

De ahí se deduce que solo es propiedad privada aquello que una persona necesita para cubrir todas sus necesidades de una manera suficiente, digna y sobria. Lo que supere ese criterio ya no es propiedad sino apropiación: no es propiedad privada sino “privatizadora”. Tener una avioneta particular, como Cristiano Ronaldo, no es una propiedad privada. El dominico Lacordaire ya decía en 1851: “nada hay en el mundo que Dios haya maldecido más que el lujo”. Y da sus razones: el lujo es lo inútil, es la ruina de las familias y de las sociedades[1].

De todo lo cual parece deducirse que si uno se apropia de algo de esos “sobrantes” no roba: porque no se ha apropiado de ninguna propiedad privada. A lo más habrá robado según leyes civiles injustas pero no según el séptimo precepto del Decálogo.


2.- De sacralidad a sacrilegio

Lo anterior importará muy poco a la mayoría de los afectados porque no se deben considerar cristianos. Pero resulta que a Messi lo hemos visto muchas veces santiguarse tras marcar un gol. Querido Leonel: yo te pediría que evites ese gesto, porque además de ser supersticioso (Dios no tiene nada que ver en ese gol o golazo que tú has metido), da a entender que tus relaciones con el Dios cristiano son absolutamente correctas. Y no es así: Dios no justifica, sino que condena radicalmente tu fortuna, como la de todos tus compañeros. Y pretender dar a entender lo contrario resulta simplemente blasfemo.

Desde aquí me atrevo a lanzar una pregunta urgente a todos los especialistas en teología moral: antaño se negaba la comunión a todos los considerados como pecadores públicos. Ese principio degeneró hasta dar a entender que solo era pecador público el que tenía una querida. Franco y Pinochet comulgaban públicamente (y es muy probable que tuvieran interés en hacerlo así, para dar a entender que sus relaciones con la moral y con el Altísimo eran del todo correctas).

Pues bien: retomando aquel viejo principio, pregunto a los moralistas si no habría que proclamar que a quienes tengan unos sueldos de ese tipo y se profesen católicos, habría que negarles la comunión: digamos que por vivir en una especie de concubinato económico. Sería algo parecido a lo que Simone Weil escribía a G. Bernanos en una famosa carta, explicando por qué, aun compartiendo toda la fe de la Iglesia, no se decidía a entrar en ella, pero cree que “lo haría solo con que a la puerta de cada iglesia hubiese un cartel diciendo que se prohíbe la entrada a quien tenga un sueldo superior a determinada cantidad”.


3.- ¿Una respuesta cristiana?

Y como hay tantas cosas que, a la larga, es el pueblo quien acaba poniéndolas en marcha más que las autoridades, sueño a veces preguntándome qué pasaría si, en una situación tan prostituida como la de fútbol, todos aquellos que quieran actuar con coherencia cristiana o con una ética profundamente humana, decidieran hacer una huelga de espectadores: romper carnets de socio y dejar de asistir a todos los partidos jugados por equipos que alineen estas figuras ladronas. ¿Sería un gran sacrificio? Lo supongo; y en todo caso podríamos contentarnos con partidos entre el Getafe y el Español o equipos así (donde habrá menos técnica pero quizá también menos cuento y más emoción). Abocar a los grandes clubs a una crisis económica que bajara al dios-fútbol de su altar y lo devolviera a nuestra laicidad cotidiana.

Es un sueño. Bien lo sé. Pero no me negarán que es bonito soñarlo. Y que tendría consecuencias bien sanadoras. Porque no me negarán que es bien deprimente el que cuando falta tanto dinero para investigar, para la covid, para los migrantes, para los miles de muertos diarios de hambre… aparezca un realmadrid cualquiera ofreciendo 220 millones por un jugador francés. ¡Y luego hablamos de globalización! Autismo puro.

Y conste que el futbol es bien bonito. Pero ese es el peligro de todo lo bello: la facilidad con que lo prostituimos.



NOTAS:

[1] Puede verse el texto en Vicarios de Cristo: los pobres en la teología y espiritualidad cristianas. Ed. Cristianismo y Justicia, Barcelona 2018, pgs. 333-334.



* Columna publicada en Cristianisme i Justícia, 11.10.21. J. González es cura jesuita y miembro del área teológica de Cristianisme i Justícia.

El otro lado de la luna




José Saramago


"El otro lado de la luna", es el título de mi reflexión en voz alta. Hemos visto un lado, la parte siempre visible, el continente rico y contradictorio en que estamos y que, a mi entender, necesita un nombre distinto del que le ha sido dado. ¿Por qué? Porque está la parte oculta, la parte que no aparece al no ser denomina: esa es la importancia capital del nombre, que puede mostrar pero también ocultar. Decir Iberoamérica es seguir ignorando la existencia de la cara oculta de este continente. Me perturba mucho este asunto, no saben cómo… ¿Dónde están los indios? ¿Los pueblos indígenas son también iberoamericanos?

El guatemalteco que procede y se reivindica de una etnia anterior a la llegada de los pueblos ibéricos ¿es también iberoamericano? ¿Y por qué, en un encuentro en que, entre otras cosas, se habla de la identidad iberoamericana, no se habla también de las otras identidades que conforman el continente? ¿No tienen el mismo nivel cultural? ¿O será que no tienen el mismo nivel económico? No sé si hay aquí indios, indígenas con conciencia clara de serlo.

No hablo del mestizaje, otro concepto que habría que revisar, que ha producido algunas salidas, no hablo de indios aculturados, con una situación económica razonable. No hablo de ellos, hablo de los millones de hombres y mujeres que han sido y son ignorados sistemáticamente. Incluso no entiendo que no se hable de los pueblos indígenas en este encuentro, que ni la palabra indio haya salido hasta ahora, pese a estar donde estamos, que no es Bruselas.

¿Cuántos millones de indios quedan? A veces digo, no con autoritas, sino con cierto espíritu romántico, mejor dicho, con el espíritu característico del romanticismo, que los indios eran los dueños de la tierra. Cuando aquí llegó Colón y cuando a Brasil, a lo que después se llamó Brasil, llegó Pedro Álvares Cabral, encontraron gente y culturas, algunas de ellas muy avanzadas. Había idiomas, había literatura, aunque en algunos casos solo se expresara oralmente, pero el cuento, aún no escrito, es ya una manifestación literaria.

¿Qué hemos hecho? ¿Qué hacemos? O mejor, ¿qué pueden hacer ustedes? Como ven, yo no puedo hacer nada más que preguntar. Sorprendido, asombrado, perplejo. ¿Por qué se olvidada, se ignora, a los indios, a los indios de Colombia, que están aquí, al lado de esta sala, en la puerta? A los de Guatemala, que son el 50% de la población. A los de México, que son millones... ¿Qué harán con ellos, con esa gente? ¿Seguirán habitando la cara oculta de la luna?

Claro que la palabra mágica es integración. Pero integrar ¿cómo? porque la palabra mágica no es suficiente para producir magia. Y la integración, para ser auténtica, debe ser una inter-integración. Yo me integro en ti y tú te integras en mí, pero no es en esto en lo que pensamos cuando decimos “integración”.

Seamos sinceros: si aplicamos la palabra, y el concepto que la palabra encierra, a los indios de América, de esta América, me gustaría saber qué integración estarían dispuestas a conceder las clases privilegiadas y dominantes, qué parte de los indígenas iban a reclamar como propias. Me temo que ninguna, que integración significa que “ellos” se incorporen a los valores dominantes. O sea, a puesto que no habrá integración, y lo sabéis, en el sentido de inter-actuación, a los indios no les quedan más que dos alternativas: desaparecer y, por así decir, limpiar el terreno, que más o menos es la idea que tiene, por ejemplo, Israel con respecto a los palestinos, sencillamente espera que se acaben y está haciendo todo para que eso ocurra, que adopten los modos y las maneras hegemónicas. De integración y de mestizaje, nada, simplemente drástica imposición, aunque sea hacha a través de sutiles maneras.

¿Porqué el indio se convirtió de dueño de la tierra en siervo de la tierra? ¿Cómo la tierra pasó de unas manos a otras?. Sabemos que los norteamericanos [estadounidenses] para resolver eso encerraron a los pieles rojas a reservas. Que es otra forma de acabar con el problema, que antes se me escapó. Aunque de alguna manera los indios de aquí, sus pueblos, donde ellos están, son reservas, reservas sin la grandeza que tuvieron otras reservas, para tener mano de obra barata, reservas para ser ignoradas. Para nosotros todavía viven en lo que llamamos Edad Media, aunque ellos tendrán otra visión, porque la apreciación del tiempo en esas cabezas, en esas inteligencias y en esas sensibilidades, seguramente es distinta de la nuestra. Para nosotros ellos creen que el tiempo está inmóvil, está detenido. Quizá están contando sus víctimas o preguntándose cómo ha sido esto posible, que sunami los despojó de todo, tantas veces y para tantos, no solo de su identidad sino, incluso, del su propia autoestima.

La pregunta que os dirijo, como estudiosos aventajados, es ésta: cuántos millones de indios existen desde México hasta el sur del Sur. Cuántos mapuches, por ejemplo, sean de Argentina, sean de Chile... A los de Chile, parece que les queda menos del diez por ciento de su territorio histórico. El resto les ha sido robado por grandes multinacionales. Por ejemplo, tanto en Argentina como en Chile, Benetton es propietaria de territorios que son como países. Los indios han sido saqueados y, ahora, a los que protestan, se les aplica una ley antiterrorista aprobada en Chile.

Hay personas que no pueden decir: «Esto es mío», y hay firmas, empresas, terratenientes que sí pueden afirmar, sin que les pase nada “Esto ahora es mío”. Y si alguien pretende restituir la propiedad de la tierra, diciendo, «No, no era tuyo y ya tampoco lo será», si dicen: «Me lo robaste, quiero que me lo devuelvan», ésos serán acusados de alterar el orden y recaerá sobre ellos el peso de la ley. No sobre los que se instalan en beneficio propio, con las leyes que ellos han declarado santas, o sea, las leyes del mercado.

Por supuesto, no propongo que ni las ciudades ni las regiones que fueron emblemáticas de los mapuches les sean devueltas a los descendientes, a los tataranietos de aquellos que vivían entonces aquí. No es eso, ni se trata de eso, porque no es posible. Sencillamente, lo que se debería hacer es buscar fórmulas de no dejarlos atrás y de no dar pretextos para situaciones terribles como las que viven, carnicerías tremendas contra los pobres, exterminios de pueblos sin que eso sea noticia. Porque el indio no es noticia. Uno abre un periódico cualquiera y una parte importante, aunque sea una minoría, no forma parte de la realidad que los medios retratan.

Es curioso que ahora que andamos preocupados con la protección de las minorías, incluso de las minorías políticas, y queremos que estén representadas en el parlamento para que la diversidad ideológica y política del país encuentre ahí su retrato, su radiografía, esta minoría mayoritaria que son los indios esté tan ausente de los medios. De los indios no se habla, salvo para un suceso que mal se explica. Y si no hablan ustedes, si no empiezan a hablar de los indios, se está haciendo algo muy grave, porque es considerar que una parte de la población no merece ni un esfuerzo para sacarla de la miseria, de la humillación a que ha sido empujada.

Recordad que esos pueblos llevan cinco siglos de humillación. Les robaron sus idiomas, les robaron sus creencias, les robaron su tierra, les robaron sus dioses. Les robaron todo, todo, todo, todo. No tengamos ninguna ilusión: lo que ocurrió fue una extorsión, un robo montado con eficacia y acompañado de la imposición de una nueva religión que, casualmente, es una religión también de humillación, de negarse a sí mismo. Hay algo de maquiavélico en todo este proceso que ya lleva, se arrastra, quinientos años.

Y, por favor, como ya somos mayores, no repitamos algo que sabemos que no es cierto, no hubo ningún encuentro de civilizaciones, los indios de ninguna parte se metieron en sus barcos, en sus canoas para cruzar el Atlántico y, por una casualidad extraordinaria, encontrarse en su ruta a Colón o a Álvares Cabral. Aquí llegaron las naos o las carabelas que traían, entre otros, a dos personajes importantísimos: el fraile y el soldado. El fraile ponía el pie en tierra y decía: «Vuestros dioses son falsos. Yo traigo conmigo el verdadero Dios». Olvidad por un momento el imperdonable pecado de orgullo que es decir: «Yo traigo conmigo el verdadero Dios», y que ha tenido como resultado una aculturación violenta, en todos los aspectos, aunque es cierto que los guatemaltecos, por lo menos, en un viaje que hice vi que hacen de las iglesias un uso que no es canónico, porque se sientan en el suelo, encienden unas velas en el suelo, no le dan ninguna importancia al altar, o a lo que pasa allí arriba, y es en el suelo dónde hacen sus rezos. No sé qué están rezando. Todo esto debería merecer un enorme respeto.

Pero, decía, que llegaron el fraile y el soldado. Y cuando el fraile decía “traigo al verdadero Dios”, el soldado ya estaba preparando el arma, y enarbolando la bandera de conquista. Detrás, con menos aparato simbólico, estaba el recaudador y el mercader: ellos no se exponían, pero eran los que contaban los beneficios. ¿Dónde está el encuentro?

Ocurre que hay descendientes de aquellas primeras civilizaciones. Y ocurre que esos hombres y mujeres, dispersos e inorados por los medios, pero con idiomas propios, con usos, con tradiciones, con ignorancia de cosas y con sabiduría de otras, pobres, humillados, muchas veces vencidos, otras no, esos hombres y mujeres también son americanos. Así lo ha querido la historia, pero son americanos invisibles o por lo menos así me lo parece y, desde luego, en este encuentro no han aparecido como sujetos de nada, ni de su presente ni de su destino.

A mí me parece que hay que hacer algo, que no podemos ser habitantes de una especie de segundo país, porque se razona, entre nosotros, aquí, por lo que he oído, como si los becarios, y los invitados fuéramos de otra galaxia, como si todos los que estamos aquí fuéramos universitarios norteamericanos o europeos o de cualquier parte del mundo que no tiene una comunidad tan importante reducida a la condición de anécdota.

Se les ha olvidado el indio. Y eso es grave. Es grave porque, si se nos olvida una vez, podemos corregirlo, pero si se olvida una vez y dos veces y tres veces, porque los indios han sido olvidados todos los días que empezaron en el 1500, hasta el día de hoy, entonces la caso va mal, muy mal, es como si no hubiéramos avanzado en derecho internacional, como si no se hubiera abolido la esclavitud, al menos legalmente.

Hace un tiempo que vengo diciendo, con algunas sonadas divergencia, que el futuro de América, de esta Nuestra América, o América del Sur dependía mucho de la emergencia de los pueblos indígenas. De la emergencia de los pueblos, o sea, emerger desde el fondo y aparecer a la luz del sol. Porque una América que recuperase su identidad primera en la figura de esos indios, de esas personas, sería seguramente distinta. Porque puede ocurrir, y no es una acusación malvada, es una provocación, como mucho, que ciertas clases que se consideran hegemónicas, ciertos comportamientos “líderes”, no sean más que copias de formatos europeos o norteamericanos. Y no hay nada peor que ser copia de…

Está faltando el indio. A lo mejor les asombra lo que este señor mayor, europeo, desde lo alto de la tribuna está diciendo. Pues lo repito: está faltando el indio. Y esto es terrible, es como si una clase social, una clase social ya integrada, un sector de la clase media, por ejemplo, fuera, por razones inexplicables, excluido, segregado de la comunidad nacional. De producirse un hecho así enseguida se mostraría la protesta e indignación: «No puede ser», se diría. Y con toda la razón.

Pero los indios están excluidos y segregados desde hace 500 años. Tienen una oportunidad ahora, una doble oportunidad: ayudarlos a que se salven del exterminio, ayudarse a ustedes mismos a salvar su propia dignidad de ciudadanos que no transigen con a barbarie heredada. Quizá la aportación de esta gente, en las distintas edades o grados de desarrollo, con sus valores, algunos tan interesantes, puedan realmente cambiar América.

Porque América necesita ser América y no dirigir su mirada a los países de Europa o a Estados Unidos, que siendo América, tiene otra tradición y otros valores. Ustedes son otros, son distintos; no quieran ser idénticos a nadie más. La identidad de América del Sur tiene que pasar por la aportación, por una recuperación del otro, del indio. Aquí nunca se dijo que el mejor indio era el indio muerto, aunque se le matara. No reivindicamos al otro por una moda literaria, no es el indigenismo y todo eso lo que nos mueve.

No, es el simple y urgente sentido de justicia y, quizá, la necesidad, que no sé si será compartida, de incorporar al otro a nuestras vidas. Como personas puede ser que no se sienta esa necesidad, pero el continente americano del sur necesita esa sangre, necesita a esa gente para estar completo. No se olviden. Porque olvidarse una vez más de la cara que la luna ha querido ocultar sería una infamia y ya es hora de acabar con la infamia de cinco siglos de extorsión y de humillación.

Hay una escritora mexicana, Rosario Castellanos, que es imprescindible leer. En estos países de América del Sur no han faltado escritores que han mirado al indio, al indígena, aunque eso, en el fondo, no actuara como revulsivo porque la sociedad encuentra siempre antídotos para las personas, intelectuales en este caso, que dicen cosas molestas para la conciencia de cada país. Esta mujer, Rosario Castellanos, escribió libros interesantísimos. Era de una familia rica, una de las grandes fortunas de Chiapas y de toda esa región oriental de México, pero ella, observadora, escribió un libro, una obra, sería mejor decir, en el que queda claro que la humillación a la que sometieron al indio, a lo largo del tiempo, ha sido una vergüenza. Hablo, por ejemplo, de Ciudad Real, un monumento literario y humanista, que recomiendo que lean. La gente de San Cristóbal, o sea, de Ciudad Real, vivía sin darse cuenta de lo que estaba pasando, creía que ese era el orden natural de las cosas, la voluntad del Dios de todos, pero, como siempre ocurre, cuando se es Dios de todos, se es más Dios de unos que de otros. Y era el Dios de los ricos, sobre todo y como siempre.

No quiero complicarle demasiado la vida a nadie, pero me gustaría que ésta fuera para fuera una noche de insomnio. Y me gustaría aún más que sobre el tema de la cuestión del nombre, que sea iberoamericano o no, en el fondo no tiene mucha importancia, aunque me parece que debe de merecer la atención de quienes aquí viven, me gustaría, decía, que se sienten juntos portugueses, españoles, hondureños, lo que sea, de todos los países que aquí están representados, para contestar a esta pregunta «¿Qué es lo que nos ha pasado que hemos olvidado al indio?» y ojalá que se alcanzaran algunas conclusiones. Y que ese debate se integre en la cotidianidad, ese debate o esa toma de conciencia, en la acción futura.

Quizá en el futuro, alguno de los líderes que hoy están en esta sala, aunque por el momento becarios, cuando llegue la ocasión, si llega, de ser realmente líderes políticos o empresarios, piense en esto que nos ocupa. Supongo que ustedes trabajan para ser dirigentes en los dos mundos del poder, para ser empresarios o políticos, que son las dos carreras que están abiertas. A los empresarios puede que no les importe mucho esta cosa del indio, pero si se dirigen hacia la política, si efectivamente tienen un escaño en los parlamentos de cada país, háganme el favor de corregir este desatino, esta injusticia. Que no es una injusticia histórica, es un crimen histórico.

La historia siempre la escriben los vencedores. Imaginen como sería la historia de América, de esta Nuestra América, escrita por los indígenas, por los indios ¿Cómo sería? Cinco siglos después quizá ya sea el momento de volver al sentido común. O de imponerlo, frente a los intereses que no están llamados para ser árbitros de nada, después de haber sido parte abusiva de todo. Es la hora de que veamos la luna en todo su esplendor. No la tapen, por favor.



* Publicado por Cubarte, 12.10.20. Fragmento del discurso sobre la identidad iberoamericana, leído en 2007 en el Encuentro Internacional Becas Líder en Cartagena, Colombia. José Saramago fue Premio Nobel de Literatura 1998.


La estafa de las revistas científicas se acerca a su fin




George Monbiot, el autor de la columna que publicamos, señaló hace cuatro años que un "consorcio europeo" de bibliotecas públicas declaró que desde 2020, toda "investigación que ya haya sido pagada con impuestos dejará de estar bloqueada. Todos los investigadores que se financien con estos organismos deberán publicar su trabajo exclusivamente en revistas de acceso libre"...

Estamos a 2022 y nos preguntamos: ¿en qué quedó esto?... ¿Nos siguen estafando las editoriales? ¿Los gobiernos siguen permitiendo que nos estafen?


§§§


Los contribuyentes desembolsan dos veces: primero para financiar la investigación y luego para leer el trabajo que han patrocinado. Tal vez haya justificaciones legales, pero éticas no hay ninguna.


George Monbiot


Nunca subestimen el poder de una persona decidida. Primero fue Edward Snowden, con el sistema de seguridad estatal; luego la periodista británica Carole Cadwalladr, con sus investigaciones sobre el Big Data y Facebook; y ahora Alexandra Elbakyan, la joven científica kazaja que ha puesto patas arriba a una industria devenida en multimillonaria gracias a las barreras de pago para el conocimiento.

Sci-Hub, el rastreador web que Elbakyan fundó en 2011 para publicar artículos de acceso restringido, ha hecho más que ningún gobierno para enfrentar una de las mayores estafas de la era moderna: la que convierte en beneficios privados las investigaciones públicas que nos pertenecen a todos.

Todas las personas deberían tener la libertad de aprender y el conocimiento debería ser difundido de la forma más amplia posible. A nadie se le ocurriría decir que está en desacuerdo con estas afirmaciones. Sin embargo, los gobiernos y las universidades han permitido que las grandes editoriales académicas nieguen esos derechos. Tal vez la edición académica parezca un asunto oscuro y antiguo, pero su modelo de negocio está entre los más despiadados y rentables de todos.

El famoso timador Robert Maxwell fue uno de sus pioneros. Cuando vio que los científicos necesitaban estar informados sobre todos los desarrollos significativos que se dieran en su campo, entendió que las revistas que publicaban los artículos académicos con esos avances podían volverse monopólicas, cobrando tarifas exorbitantes por la transmisión del conocimiento. A su hallazgo lo llamó la "máquina de financiación perpetua".

Maxwell también se dio cuenta que podía apropiarse del trabajo y los recursos de otras personas a cambio de nada. Los gobiernos financiaban la investigación que Pergamon, su compañía, publicaba; y los científicos escribían, revisaban y editaban las revistas sin cobrar. Su modelo de negocio se basaba en poner una barrera a los recursos públicos y de todos. O para usar el término técnico, un robo a plena luz del día.

Cuando sus otros emprendimientos empezaron a tener problemas, Maxwell vendió Pergamon al gigante editorial holandés Elsevier. Como todos sus grandes rivales, Elsevier ha mantenido hasta la fecha el modelo de negocio, con beneficios que siguen siendo espectaculares.

Cinco empresas publican la mitad de toda la investigación que se hace en el mundo: Reed Elsevier, Springer, Taylor & Francis, Wiley-Blackwell y la American Chemical Society. Para tener acceso a sus paquetes de revistas, las bibliotecas desembolsan fortunas. A los que no pertenecen al sistema universitario se les exige un pago de 20, 30 y a veces hasta 50 dólares por la lectura de un solo artículo.

Aunque las revistas de acceso abierto han crecido mucho, los investigadores siguen necesitando los artículos de pago de las revistas comerciales. A muchos no les queda otra alternativa que publicar sus investigaciones con estas empresas porque las personas que financian, recompensan o promocionan su trabajo los evalúan por el alcance de las revistas en las que se leen sus papers. Toda una estafa sobre la que ningún ministro de Ciencia ha dicho una sola palabra.

Este año me diagnosticaron cáncer y tuve que elegir entre varios tratamientos alternativos. Antes de tomar una decisión quise documentarme. Es decir, leer artículos científicos. De no ser por el material pirateado que encontré en Sci-Hub, habría tenido que gastar miles de libras. Pero igual que la mayoría de la gente, no tengo ese dinero, así que me habría dado por vencido antes de adquirir la información necesaria. Solo puedo especular con lo que habría ocurrido de no tener acceso a esos papers que influyeron en mi decisión, pero es posible que Elbakyan, a la que no conozco, me haya salvado la vida.

Como muchos científicos de países con programas de investigación poco dotados, Elbakyan se dio cuenta de que no podría terminar su investigación en neurociencia sin artículos pirateados. Indignada por la barrera en los conocimientos que levantaban las revistas, utilizó sus habilidades como hacker para compartir los papers con la comunidad. Sci-Hub permite el acceso libre a 70 millones de papers que, de otra manera, estarían bloqueados detrás de las barreras de pago.

En el año 2015, la demandó Elsevier y ganó 15 millones de dólares por los daños y perjuicios causados con la infracción de los derechos de autor. En 2017, y por una demanda de la American Chemical Society, le pusieron una multa de 4,8 millones de dólares.

Los dos fueron casos civiles, relativos a asuntos civiles. Los tribunales estadounidenses consideran que las acciones de Elbakyan constituyen una violación a los derechos de autor y un robo de información, pero para mí su trabajo es una forma de devolver al dominio público cosas que nos pertenecen y por las que hemos pagado.

En la gran mayoría de los casos, las investigaciones denunciadas como pirateadas han sido pagadas por los contribuyentes. La mayor parte del trabajo de redacción, revisión y edición se desarrolla en universidades y con fondos estatales. Pero este bien público es capturado, empaquetado y vendido de nuevo a los contribuyentes por unas tarifas desproporcionadas.

Las bibliotecas públicas son las que más pagan por ellos. Los contribuyentes desembolsan dos veces: primero para financiar la investigación y luego para leer el trabajo que han patrocinado. Tal vez haya justificaciones legales para esta práctica. Justificaciones éticas no hay ninguna.

Alexandra Elbakyan vive ocultándose. Lejos de la jurisdicción de los tribunales estadounidenses, va cambiando de dominio a Sci-Hub a medida que hacen caer la página.

No es la única persona que ha desafiado a las grandes editoriales. La Biblioteca Pública de Ciencia (Public Library of Science) fue fundada por investigadores que se oponían a la forma en que la industria impide el acceso público al conocimiento. También protestaban por la lentitud, la torpeza y la antigüedad de un proceso de publicación que frena la investigación científica. Han demostrado que no hace falta pagar para tener revistas excelentes, con defensores como Stevan Harnad, Björn Brembs, Peter Suber y Michael Eisen cambiando la percepción del público sobre el tema.

Aaron Swartz, el brillante innovador de Internet, intentó compartir en el dominio público 5 millones de artículos científicos. Se quitó la vida cuando se vio ante la posibilidad de pasar décadas encerrado en una prisión federal estadounidense por aquel acto desinteresado.

Las bibliotecas ahora se sienten capaces de enfrentarse a las grandes editoriales. Pueden negarse a renovar los contratos porque saben que sus usuarios tienen alternativas para evitar la barrera de pago. Ahora que el sistema comienza a chirriar, los organismos de financiación estatal encuentran por fin el valor de hacer lo que deberían haber hecho hace décadas: exigir la democratización del conocimiento.

Un consorcio europeo de estos organismos (entre ellos, las principales agencias de investigación del Reino Unido, Francia, los Países Bajos e Italia) publicó la semana pasada su Plan S. A partir de 2020, insisten, la investigación que ya haya sido pagada con impuestos dejará de estar bloqueada. Todos los investigadores que se financien con estos organismos deberán publicar su trabajo exclusivamente en revistas de acceso libre.

Las editoriales están enfurecidas. Springer Nature ha argumentado que el plan "podría socavar todo el sistema de publicación de investigaciones". Sí, esa es la idea. Los editores de la serie Science sostienen que "interrumpiría las comunicaciones académicas, perjudicaría a los investigadores y tendría un efecto negativo sobre la libertad académica". "Si crees que la información no debería costar nada, usa Wikipedia", dice Elsevier recordándonos, sin darse cuenta, lo que ocurrió con las enciclopedias comerciales.

El Plan S no es perfecto, pero debería ser el principio del fin del escandaloso legado de Maxwell. Mientras tanto, y como una cuestión de principios, no pagué ni un céntimo por leer un artículo académico. La elección ética es leer el material robado que publica Sci-Hub.



* Publicado en Eldiario.es, 16.09.18.

Un desaire al apartheid israelí




El antisemitismo, que hoy se identifica con la actitud discriminadora y de odio contra el judaísmo, debe ser condenado tajantemente. Sin embargo, se ha instalado un chantaje retórico y emocional: el falso hilo conductor entre las críticas al Estado de Israel y las prácticas de la Alemania nazi. 


Maher Pichara Abueid


En un rotundo y concluyente informe titulado El Apartheid Israelí contra la población palestina. Cruel sistema de dominación y crimen de lesa Humanidad, Amnistía Internacional ha sentenciado que en Israel y en los territorios palestinos ocupados se comenten crímenes de lesa humanidad, como es el apartheid, la persecución y la tortura. Esto se suma a los informes de Human Rights Watch, B´tselem (respetada ONG de derechos humanos israelí), lo dictado por el Tribunal Russell, relatores de la ONU o la Universidad de Harvard, entre otros, que señalan la institucionalización de la discriminación israelí.

No solo hablamos de flagrantes violaciones a los derechos humanos: hablamos de que “la única democracia en Medio Oriente”, como se hace llamar Israel, realmente es “la única Sudáfrica del siglo XXI”.

Y el apartheid ha llegado a los ciudadanos chilenos de origen palestino. Se ha transformado en un verdadero problema y temor para los 500.000 chilenos que tienen raíces palestinas visitar a sus familias. El Estado de Israel deporta arbitrariamente de forma sistemática a ciudadanos chilenos que viajan a Palestina. Muchos de ellos sufren vejámenes en el aeropuerto, viviendo la humillación y el racismo.

Chile reconoce a Palestina como un Estado independiente y soberano. ¿Por qué Israel niega el ingreso a un Estado diferente al suyo? ¿No son gestos diplomáticos los que manifiesta Israel deportando ciudadanos chilenos? También, Israel ha confiscado ilegalmente terrenos de ciudadanos chilenos que detentan propiedades en Cisjordania, Palestina ocupada.

El presidente Gabriel Boric, más allá de la forma, ha respondido a los derechos humanos y a sus propios ciudadanos chilenos. Frente a tal escenario, el abogado Gabriel Zaliasnik y compañía han tratado de señalar que se trata de antisemitismo. En una entrevista, en el medio Ex-Ante, el comisionado de la OEA, Fernando Lottenberg, afirma:
“Tomamos de base una definición de la Asociación Internacional del Recuerdo del Holocausto (IHRA) que dice que considerar que Israel es un Estado racista o de apartheid es un comportamiento antisemita” (Ver entrevista).
Esto quiere decir que Human Rights Watch, la ONU, Amnistía Internacional, la Universidad de Harvard, B’tselem (ONG israelí), Jimmy Carter y un sinfín de organizaciones y figuras políticas sean declaradas como antisemitas con objeto de cancelar y callar a los críticos de Israel.

Cabe recordar que la Corte Penal Internacional, por comenzar un proceso en contra de Israel, fue declarada antisemita por el ex Primer Ministro de dicho país. La actriz Emma Watson, por el hecho de escribir ‘’La solidaridad es un verbo’’ junto con banderas palestinas de fondo, fue tildada de antisemita por Danny Danon, ex embajador de Israel ante las Naciones Unidas. El mismo Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea, por ajustarse a las resoluciones de la ONU, exigiendo que se etiqueten los productos que provengan de colonias ilegales israelíes en territorio palestino, fue tildado de antisemita. A la lista se suman Dua Lipa, Hannah Arendt, Desmond Tutu (Premio Nobel y símbolo de la paz en el mundo)… Cuando todo es blanco, nada es blanco.

El antisemitismo, que hoy se identifica con la actitud discriminadora y de odio contra el judaísmo, debe ser condenado tajantemente. Sin embargo, se ha instalado un chantaje retórico y emocional: el falso hilo conductor entre las críticas al Estado de Israel y las prácticas de la Alemania nazi. Es intolerable que las legítimas críticas a un Estado, que se encuentran protegidas por el derecho internacional, se intenten acallar equiparándolas con discursos de odio a un determinado colectivo religioso o étnico. La lucha del pueblo palestino frente al exterminio físico y político que sufren, junto con el despojo de sus tierras a través de una limpieza étnica, no puede ser tachado de antisemita.

El judaísmo se debe proteger y el Holocausto se debe conmemorar para que nunca se vuelvan a cometer ese tipo de atrocidades. Por lo mismo, no debe caer sobre uno el rótulo de antisemita frente a las legítimas críticas a un Estado, en el cual se cometen crímenes de apartheid y persecución; en donde hasta el día de hoy no ha dejado de construir colonias ilegales en territorio palestino ocupado, desplazando y asesinando a su población nativa, cometiendo crímenes de guerra y de lesa humanidad, produciendo un dolor inconmensurable en la vida de los palestinos.

Israel, en los últimos 20 años, ha asesinado a más de 3.000 niños palestinos. Callar las voces defensoras de los derechos humanos en otros tiempos produjo catástrofes.



* Publicado en El Desconcierto, 22.09.22. Maher Pichara Abueid es director de Juventudes de la Comunidad Palestina de Chile.




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