La sociedad "contra" la economía




Dejamos un fragmento del "Prefacio" del antropólogo francés Pierre Clastres a la obra de su colega estadounidense Marshall Sahlins: Economía de la Edad de piedra. El libro, que me atrevería a señalar como uno que ya puede ser elevado a la categoría de clásico, expone ampliamente material etnográfico que no solo desmiente la teoría económica estándar, sino también algunas seguridades que la propia antropología cargaba erróneamente hasta entrado el siglo XX.


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Edad de piedra, Edad de la abundancia
(Fragmento)


Profesor norteamericano de gran reputación, Sahlins es un profundo conocedor de las sociedades melanesias. Pero su proyecto científico no se reduce, en absoluto, a la etnografía de un área cultural determinada. Rebasando ampliamente el puntillismo monográfico, como lo atestigua la variedad transcontinental de sus referencias, Sahlins emprende la exploración sistemática de una dimensión de lo social investigada hace ya mucho tiempo por los etnólogos, aborda de una manera radicalmente nueva el campo de la economía, plantea maliciosamente la cuestión fundamental: ¿qué ocurre con la economía en las sociedades primitivas?[1] Ya veremos que este interrogante tiene un alcance decisivo. De ningún modo porque otros no lo hayan planteado antes que él. ¿Por qué volver, en tal caso, a un problema que parecía solucionado desde hacía mucho tiempo? Se advierte pronto, si se siguen los pasos de Sahlins, que no sólo la cuestión de la economía primitiva no había tenido, en la medida en que constituía un problema, una solución digna de este nombre, sino que, sobre todo, Adaptar la realidad numerosos autores la han tratado con una increíble a la teoría, en vez de ligereza, cuando no se han entregado nada menos que a una adaptar la teoría a verdadera deformación de los hechos etnográficos. Nos la realidad vemos enfrentados de este modo no ya al error de interpretación posible en el movimiento de toda investigación científica sino —aunque parezca imposible— a la empresa todavía ingeniosa, como intentaremos demostrarlo, de adaptar la realidad social primitiva a una concepción de la sociedad y de la historia adoptada de antemano. En otros términos, ciertos representantes de lo que se llama la antropología económica no han sabido siempre (es lo menos que se puede decir) establecer la línea divisoria entre el deber de objetividad, que obliga como mínimo a respetar los hechos, y la preocupación por preservar sus convicciones filosóficas o políticas. Y desde el momento en que, en forma deliberada o inconsciente (importa poco), se subordina el análisis de los hechos sociales a tal o cual discurso sobre la sociedad, mientras que la ciencia rigurosa exigiría muy exactamente lo contrario, nos vemos arrastrados de una manera bastante rápida a las fronteras de la mistificación.

El trabajo ejemplar de Marshall Sahlins se consagra a denunciar esa mistificación. Y nos equivocaríamos si supusiéramos que su información etnográfica es mucho más abundante que la de sus predecesores. Aunque es un investigador de campo, no aporta ningún hecho perturbador, cuyo carácter novedoso obligaría a reconsiderar la idea tradicional de la economía primitiva. Se conforma —¡pero con qué vigor!— con reestablecer en su realidad los datos hace ya mucho tiempo recopilados y conocidos, opta por interrogar directamente el material disponible, descarta sin piedad las ideas admitidas hasta entonces a propósito de ese material. Vale decir que la tarea que se asigna Sahlins podría haber sido emprendida antes que él: el legajo, en suma, ya estaba allí, accesible y completo. Pero Sahlins es el primero que lo ha vuelto a abrir: corresponde saludarlo como a un pionero.

¿De qué se trata? Los etnólogos economistas han desarrollado incesantemente la idea según la cual la economía de las sociedades primitivas es una economía de subsistencia. Es del todo evidente que tal enunciado no quiere ser simple repetición de una perogrullada, a saber, que la función esencial, cuando no exclusiva, del sistema de producción de una sociedad dada consiste, desde luego, en asegurar la subsistencia de los individuos que componen la sociedad en cuestión. De lo cual resulta que al establecer que la economía arcaica es una economía de subsistencia, se designa en menor medida la función general de todo sistema de producción que la forma en que la economía primitiva cumple esta función. Se dice que una máquina funciona bien cuando cumple satisfactoriamente la función para la cual ha sido concebida. Mediante un criterio similar se evaluará el funcionamiento de la máquina productiva en las sociedades primitivas. Esta máquina ¿funciona de conformidad con los objetivos que le asigna la sociedad, asegura de manera conveniente la satisfacción de las necesidades materiales del grupo? He aquí el verdadero problema que se debe plantear con respecto a la economía primitiva. La antropología económica “clásica” lo soluciona con la idea de la economía de subsistencia: la economía primitiva es una economía de subsistencia, en el sentido de que a duras penas alcanza, en el mejor de los casos, a asegurar la subsistencia de la sociedad. Su sistema económico permite a los primitivos, a costa de una labor incesante, no morir de ¿Una economía de hambre y de frío. La economía primitiva es una economía de subsistencia? supervivencia, en el sentido de que su subdesarrollo técnico le impide irremediablemente la producción de excedentes y la constitución de reservas que garantizarían por lo menos el futuro inmediato del grupo. Tal es, en su poco gloriosa convergencia con la certeza más tosca del sentido común, la imagen del hombre primitivo transmitida por los “sabios”: el salvaje aplastado por su ambiente ecológico, acechado sin cesar por el hambre, atormentado por la angustia permanente de procurar a los suyos lo necesario para no perecer. En pocas palabras, la economía primitiva es una economía de subsistencia porque es una economía de la miseria.

Sahlins opone a esta concepción de la economía primitiva no otra concepción sino, muy simplemente, los hechos etnográficos. Entre otras cosas, procede a un atento examen de los trabajos consagrados a aquellos entre los primitivos que es fácil imaginar como los más desprovistos de todo, al estar condenados por el destino a ocupar un medio eminentemente hostil, donde la escasez de los recursos sumaría sus efectos a la ineficacia tecnológica: los cazadores-recolectores nómades de los desiertos de Australia y de África del Sur, aquellos que precisamente ilustraban a la perfección, a los ojos de los etnoeconomistas como Herskovits, la miseria primitiva. Ahora bien, ¿qué ocurre en realidad? Las monografías en que se estudian, respectivamente, los australianos de la Tierra de Arnhem y los bosquimanos del Kalahari brindan la novedosa característica de presentar datos cuantitativos: allí se miden los tiempos consagrados a las actividades económicas. Y se advierte entonces que, lejos de consagrar toda su vida a la búsqueda febril de un alimento aleatorio, estos pretendidos miserables le dedican a lo sumo cinco horas por día en promedio, y con más frecuencia entre tres y cuatro horas. De lo cual resulta que en un lapso relativamente breve, australianos y bosquimanos aseguran de un modo muy conveniente su subsistencia. Además, hay que observar, en primer término, que este trabajo cotidiano raras veces es persistente, pues lo cortan frecuentes detenciones para descansar; en segundo lugar, no abarca nunca la totalidad del grupo: dejando de lado que los niños y los jóvenes participan en escasa o nula medida en las actividades económicas, ni siquiera el conjunto de los adultos se consagra simultáneamente a la búsqueda de alimentos. Y Sahlins señala que estos datos cuantificados, recopilados en fecha reciente, confirman en toda la línea los testimonios mucho más antiguos de los viajeros del siglo XIX.

Por consiguiente, es por medio de la ignorancia voluntaria de informaciones serias y conocidas como algunos de los padres fundadores de la antropología económica han inventado en todas sus partes el mito de un hombre salvaje condenado a una condición casi animal por su incapacidad de explotar de una manera eficaz el medio natural. Estamos muy lejos de la realidad, y el gran mérito de Sahlins ha consistido en rehabilitar al cazador primitivo, restableciendo, contra el disfraz teórico (¡teórico!), la verdad de los hechos. En efecto, de su análisis resulta que no sólo la economía primitiva no es una economía de la miseria, sino que permite, por el contrario, designar la sociedad primitiva como la primera sociedad de abundancia. Expresión provocadora, que perturba el entorpecimiento dogmático de los seudosabios de la antropología, pero expresión justa: si en períodos cortos, y con intensidad débil, la máquina de producción primitiva asegura la satisfacción de las necesidades materiales de la gente, es porque —como lo señala Sahlins— esa máquina funciona sin llegar a agotar sus posibilidades objetivas; es porque podría, si lo quisiera, funcionar durante un período más largo y con mayor rapidez, producir excedentes, constituir reservas. En consecuencia, si pudiendo hacerlo la sociedad primitiva no lo hace, es porque no quiere hacerlo. Los australianos y los bosquimanos, no bien estiman haber recolectado una cantidad suficiente de recursos alimenticios, dejan de cazar y de recolectar. ¿Por qué deberían cansarse en recolectar mucho más de lo que pueden consumir? ¿Por qué los nómades deberían agotarse en transportar inútilmente pesadas provisiones de un punto a otro, dado que, según lo señala Sahlins, “las reservas están en la naturaleza misma”? Los salvajes no son tan locos como los economistas formalistas, los cuales, por no haber descubierto en el hombre primitivo la psicología de un empresario industrial o comercial, preocupado por aumentar sin cesar su producción con miras a acrecentar su beneficio, deducen, como necios, la inferioridad intrínseca de la economía primitiva. Por ende, es saludable la acción de Sahlins, quien desenmascara apaciblemente esta “filosofía” que hace del capitalista contemporáneo el ideal y la medida de todas las cosas. No obstante, ¡cuántos esfuerzos para demostrar que si el hombre primitivo no es un empresario, es porque el lucro no le interesa; si no “rentabiliza” su actividad, como gustan de decir los pedantes, no es porque no sabe hacerlo, sino porque no se le da la gana!


NOTAS:

[1] Aclaremos sin tardanzas un eventual malentendido. La economía de la edad de piedra de la cual habla Sahlins no se refiere a los hombres prehistóricos sino —claro está— a los primitivos observados desde hace varios siglos por los viajeros, los exploradores, los misioneros y los etnólogos.





* El texto original fue publicado como "Prefacio" al libro Economía de la Edad de Piedra de Marshall Sahlins (Ediciones Anthropos, Buenos Aires, 1985).

Economías "primitivas" y marxismo




Dejamos un fragmento del "Prefacio" del antropólogo francés Pierre Clastres a la obra de su colega estadounidense Marshall Sahlins: Economía de la Edad de piedra. El libro, que me atrevería a señalar como uno que ya puede ser elevado a la categoría de clásico, expone ampliamente material etnográfico que no solo desmiente la teoría económica estándar, sino también algunas seguridades que la propia antropología cargaba erróneamente hasta bien entrado el siglo XX.

Puntualmente, en la última parte del "Prefacio", Clastres se hace cargo de modo somero de la mirada materialista del marxismo y expone cómo el material expuesto por Sahlins (como en realidad ocurre con muchos otros estudios etnográficos) desmiente dicho punto de vista. No hay que olvidar que las ideas de Marx y sus seguidores, asumen la misma matriz fundamental del liberalismo: ambos son sencillamente perspectivas occidentales y modernas.


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Edad de Piedra, edad de la abundancia
(Fragmento)


Por último, es necesario destacar que la obra de Sahlins suministra una pieza esencial al legajo de un debate que, si bien furtivo hasta ahora, no tardará mucho, no obstante, en inscribirse en el orden del día: ¿qué ocurre con el marxismo en la etnología, y con la etnología en el marxismo? Interrogante cuyo alcance es tan vasto que va mucho más allá de la apacible palestra universitaria. Recordemos simplemente aquí los términos de un problema que se planteará, tarde o temprano. El marxismo no es sólo la descripción de un sistema social particular (el capitalismo industrial): es igualmente una teoría general de la Historia y del cambio social. Esta teoría se presenta como la ciencia de la sociedad y de la historia, se despliega en la concepción materialista del movimiento de las sociedades y descubre la ley de ese movimiento. Existe, pues, una racionalidad de la Historia; el ser y el devenir de lo real sociohistórico responden, en última instancia, a las determinaciones económicas de la sociedad: en resumidas cuentas, el juego y el desarrollo de las fuerzas productivas son los que determinan el ser de la sociedad, y es la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción aquello que, enganchando el cambio social y la innovación, constituye la sustancia misma y la ley de la Historia. La teoría marxista de la sociedad y de la historia es un determinismo económico que afirma el predominio de la infraestructura material. La historia es pensable porque es racional, y es racional porque es, por decirlo así, natural, como lo dice Marx en El Capital: “El desarrollo de la formación económica de la sociedad es asimilable a la marcha de la naturaleza y a su historia…” De ello resulta que el marxismo, como ciencia de la sociedad humana en general, es apto para pensar todas las formaciones sociales de las cuales la historia ofrece el espectáculo. Aptitud, sin duda, pero más aún, obligación de pensar todas las sociedades, para que la teoría encuentre en todas partes su convalidación. En consecuencia, los marxistas no pueden no pensar la sociedad primitiva: se ven obligados a hacerlo por el continuismo histórico afirmado por la teoría de la cual se valen[1].

Cuando los etnólogos son marxistas, someten evidentemente la sociedad primitiva al análisis que convoca y permite el instrumento del cual disponen: la teoría marxista y su determinismo económico. Por consiguiente, deben afirmar que aun en las sociedades muy anteriores al capitalismo la economía ocupa un lugar central, decisivo. En efecto, no hay ningún motivo por el cual las sociedades primitivas, por ejemplo, sean una excepción a la ley general que engloba a todas las sociedades: las fuerzas productivas tienden a desarrollarse. De este modo nos vemos llevados a plantear dos preguntas muy simples: la economía ¿es central en las sociedades primitivas? ¿Se observa allí la tendencia de las fuerzas productivas a desarrollarse? Son muy exactamente las respuestas a estas preguntas las que formula el libro de Sahlins. Nos enseña que en las sociedades primitivas la economía no es una “máquina” de funcionamiento autónomo: es imposible separarla de la vida social, religiosa, ritual, etc. No sólo el campo económico no determina el lugar y los límites del campo de la economía. No sólo las fuerzas productivas no tienden al desarrollo sino que la voluntad de subproducción es inherente al Modo de Producción Doméstico[*]. La sociedad primitiva no es el juguete pasivo del juego ciego de las fuerzas productivas sino que, por el contrario, es la sociedad la que ejerce sin cesar un control riguroso y deliberado sobre su capacidad de producción. Es lo social lo que regula el juego económico; en última instancia, es lo político lo que determina lo económico. Las sociedades primitivas son “máquinas” antiproducción. ¿Cuál es, entonces, el motor de la historia? ¿Cómo deducir las clases sociales de la sociedad sin clases, la división de la sociedad indivisa, el trabajo alienado de la sociedad que sólo aliena el trabajo del jefe, el Estado de la sociedad sin Estado? Misterios. Resulta de todo eso que el marxismo no puede pensar la sociedad primitiva, porque la sociedad primitiva no es pensable en el marco de esta teoría de la sociedad. El análisis marxista vale, tal vez, para sociedades divididas o para sistemas donde aparentemente, la esfera de la economía es central (el capitalismo). Tal análisis es, más que estrafalario, oscurantista cuando se quiere aplicar a las sociedades no divididas, a las sociedades que se plantean en el rechazo de la economía. No se sabe si es fácil o no ser marxista en filosofía; se ve bien, en cambio, que es imposible serlo en etnología.

Iconoclasta y saludable; fue así como calificamos el gran trabajo de Marshall Sahlins, que derriba las mistificaciones e imposturas con las cuales se conforman, demasiado a menudo, las ciencias llamadas humanas. Más preocupado en elaborar la teoría a partir de los hechos que en adaptar los hechos a la teoría, Sahlins nos muestra que la investigación sólo puede ser viviente y libre, pues un gran pensamiento puede perecer si se degrada en una teología. Los economistas formalistas y los antropólogos marxistas tienen algo en común: son incapaces de reflexionar sobre el hombre de las sociedades primitivas sin incluirlo en los marcos éticos y conceptuales salidos del capitalismo o de la crítica del capitalismo. Sus emprendimientos insignificantes tienen el mismo lugar de nacimiento, y producen los mismos efectos: hacen, unos y otros, una etnología de la miseria. Y es el gran mérito de Sahlins ayudarnos a comprender la miseria de su etnología.


NOTAS:

[1] Mucho más que en el “marxismo” de Marx, aquí pensamos, por supuesto, en el marxismo de aquellos hacia los cuales Marx no ocultaba su desprecio, cuando decía a Engels: “Tú sabes que, en cuanto a mí, no soy marxista” (Citado en Maximilien Rubel: Marx crítico del marxismo, pág. 21, Payot, 1974). Epígonos sin talento, los marxistas contemporáneos proclaman orgullosamente que su pensamiento (!) no tiene nada que ver con el marxismo “vulgar”. El suyo, pues, ¿sería tan distinguido?

[*] Clastres explica que se trata de una economía en la cual hay un "predominio de la división sexual del trabajo; producción segmentada con fines de consumo; acceso autónomo a los medios de producción; relaciones centrífugas entre las unidades de producción" (Nota del transcriptor).



* El texto original fue publicado como "Prefacio" al libro Economía de la Edad de Piedra de Marshall Sahlins (Ediciones Anthropos, Buenos Aires, 1985).





Yanomamis descansan en un claro de la selva amazónica.
Cabe señalar que esta foto originalmente encabezaba el presente texto, pero al subirlo a Facebook la plataforma la censuró... por mostrar pezones femeninos.

Desmond Tutu contra el apartheid israelí






Desmond Tutu

En nuestra lucha contra el apartheid, los mayores partidarios eran personas judías. Casi instintivamente, tenían que ponerse del lado de los marginados, de los sin voz, de la lucha contra la injusticia, la opresión y el mal. Sigo manteniendo fuertes sentimientos hacia los judíos. Soy director de un centro sobre el Holocausto, en Sudáfrica. Creo que Israel tiene derecho a proteger sus fronteras.

Lo que no es tan comprensible, no se justifica, es lo que hizo a otro pueblo para garantizar su propia existencia. He sido afectado profundamente en mi visita a Tierra Santa. Me ha recordado mucho de lo que nos pasó a nosotros, el pueblo negro, en Sudáfrica. He visto la humillación de los palestinos en los puestos de control y bloqueos de carreteras, sufriendo como nosotros cuando jóvenes policías blancos nos impedían desplazarnos.

En una de mis visitas a la Tierra Santa, me dirigí a la iglesia con el obispo anglicano de Jerusalén. Pude oír lágrimas en su voz mientras señalaba los asentamientos judíos. Pensé en el deseo de los israelíes por seguridad. Pero, ¿qué de los palestinos que han perdido sus tierras y hogares?

He visto a los palestinos señalar lo que fueron sus hogares, ahora ocupados por los israelíes judíos. Caminaba con Canon Naim Atik (jefe del Centro Ecuménico Sabeel) en Jerusalén. Señaló y dijo: "Nuestra casa estaba allí. Nos llevaron fuera de ella, ahora es ocupada por judíos de Israel."

Tengo dolor en mi corazón. Me pregunto ¿por qué son nuestras memorias tan cortas. Han olvidado nuestros hermanos y hermanas judíos su humillación? ¿Han olvidado los castigos colectivos, las demoliciones de casas en su propia historia? ¿Han dado la espalda a sus profundas y nobles tradiciones religiosas? ¿Han olvidado que Dios se preocupa profundamente por los oprimidos?

Israel nunca conseguirá la verdadera seguridad a través de la opresión de otro pueblo. Una paz verdadera en última instancia, sólo puede construirse sobre la justicia. Condenamos la violencia de los terroristas suicidas, y condenamos la corrupción de las mentes jóvenes enseñadas en el odio, pero también condenamos la violencia de las incursiones militares en los territorios ocupados, y la falta de humanidad que no permite que las ambulancias lleguen a los heridos.

La acción militar de los últimos días, predigo con certeza, no proporcionará la seguridad y la paz que los israelíes quieren, sino que sólo se intensificará el odio.

Israel tiene tres opciones: volver a la estancada situación anterior; exterminar a todos los palestinos, o --espero-- luchar por una paz basada en la justicia, basada en la retirada de todos los territorios ocupados, y el establecimiento de un Estado palestino viable en esos territorios junto al de Israel, ambos con fronteras seguras.

Sudáfrica tuvo una transición relativamente pacífica. Si nuestra locura pudo terminar como lo hizo, debería ser posible hacer lo mismo en el resto del mundo. Si la paz pudo llegar a Sudáfrica, sin duda puede llegar a Tierra Santa.

Mi hermano Naim Atik, dice que solíamos decir: "Yo no soy pro uno u otro pueblo. Estoy a favor de la justicia, a favor de la libertad. Estoy contra la injusticia, contra la opresión."

Usted sabe tan bien como yo que, de alguna manera, el gobierno israelí es colocado en un pedestal (en los EE.UU.), criticarlo es ser inmediatamente etiquetado de antisemita, como si los palestinos no fueran semitas. Ni siquiera soy anti-blanco, a pesar de la locura de ese grupo. ¿Cómo llegó a suceder que Israel colaborará con el gobierno del apartheid en seguridad?

La gente en este país (EE.UU.) tiene miedo decir que está mal porque el lobby judío es poderoso --muy potente. Bueno, ¿y qué? ¡Por amor de Dios, este es el mundo de Dios! Vivimos en un universo moral. El gobierno del apartheid era muy poderoso, pero hoy ya no existe. Hitler, Mussolini, Stalin, Pinochet, Milosevic, e Idi Amin eran todopoderosos, pero al final mordieron el polvo.

La injusticia y la opresión no prevalecerán. Los que son poderosos tienen que recordar la prueba de fuego que Dios da a los poderosos: ¿cuál es tu forma de tratar a los pobres, los hambrientos, los sin voz? Sobre la base de ello, Dios juzga.

Debemos dar un toque de clarín al gobierno del pueblo de Israel, al pueblo palestino y decir: la paz es posible, la paz basada en la justicia es posible. Haremos todo lo que podamos para ayudarles a lograr esta paz, porque es el sueño de Dios y serán capaces de vivir juntos como hermanas y hermanos.



* Publicado por The Guardian, 29.04.02. Desmond Tutu es el exarzobispo de Ciudad del Cabo y presidente de la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica, fue premiado con el Nobel de la Paz en 1984. Este discurso fue pronunciado en una conferencia acerca de terminar la ocupación de Palestina, celebrada en Boston, Massachusetts, a principios de abril de 2002.

Medios y fines: ojalá el tesorero pudiera ser como un dentista




Una de las tantas cuestiones que se han normalizado de la (de)formación que entrega el entrenamiento ideológico de la llamada “ciencia económica”, es su insólito principio de que se preocupa y ocupa única y exclusivamente de los medios y no de los fines. Esa explícita renuncia a reflexionar y considerar las ideas fundamentales en todo ámbito (incluso en el de la propia disciplina) sumada a la fijación con las matemáticas, da pábulo a una singular forma reduccionista de concebir e interpretar la realidad.

Y de ahí al absurdo, hay solo un paso. La "lógica interna" del "enfoque económico" es superior, incluso, a esa realidad que se supone debe explicar. Por supuesto que no confundimos en una sola gran categoría a todos quienes se dedican a la economía. Excepciones siempre hay, y por lo demás en este caso, algunas son notables. No obstante, la deformación profesional que se transmite en el entrenamiento ideológico de la academia económica no puede ser ignorada. Más, cuando es una piedra angular no tomar en cuenta la reflexión de fondo y realzar majaderamente el enfocarse en los medios, en lo superficial, en los tecnicismos.

Para dar cuenta de los resultados de tal deformación ideológica, tomemos un ejemplo simple y extremo, lo que debería facilitar analizarlo: la consideración de los asesinatos masivos por medios industriales en los campos de concentración nazis.

Desde la perspectiva enfocada en los medios se puede concluir que es más eficiente matar gente en cámaras de gas que con balas. Con mayor razón si se está librando una guerra, donde las balas son urgentes. Punto. No hay más que decir desde la disciplina. Los medios fueron adecuados a unos fines que, aunque no se los comparta, requirieron del asesinato masivo para concretarse. Es todo cuanto se puede decir como un "científico" dedicado a los medios. Otra postura sería una mera opinión... esa molesta debilidad de filósofos, políticos y de otras profesiones y oficios sin el rigor de la economía... "la más científica de las ciencias sociales".

Tal vez sí se podría decir algo de los crímenes nazis, pero en el fondo no hay mucho más que aportar si tu (de)formación "científica" te convenció de que debes preocuparte solo de los medios y no de los fines. Lo que sencillamente se puede afirmar desde dicha perspectiva se limita, por una singular honestidad profesional, a la maximización y a la eficiencia.

Aún así, más de un listillo (de)formado profesional e ideológicamente pondrá debatir el punto desde la altura de su Torre de Marfil o por un noble espíritu salomónico que lo lleva a recibir injustas pullas por sacrificarse en pro de lo que él entiende por objetividad y neutralidad. Así las cosas, tal riguroso "científico" podría contraatacar seria y sesudamente:

1. Mostrando que los datos están equivocados: era una cifra mayor o una menor de asesinados o de los metros cúbicos de gas utilizado.
2. Acudiendo a alguna estadística que sirva para sostener que otra forma de asesinar masivamente sí es más eficiente que el gas.
3. Dejando en evidencia con las benditas cifras que, con todo, las cámaras de gas lograron un positivo efecto económico, en tanto ganancias o fomentando la actividad económica.

Así es... Triste. Y lo peor es que en esas manos estamos hace décadas, en las manos de los mediocres y obtusos tesoreros del curso

Quizás Ud. me acuse de exagerado o de cargar con una especial animadversión contra dichos "científicos". Solo le pido que recuerde lo que esa gente predica, recuerde sus singulares declaraciones que mientras más ortodoxas más rayan en lo absurdo... para quienes no conocen la "sabiduría sagrada" de la "ciencia económica". Es decir, para esa mayoría de ignorantes que no fueron entrenados en el "enfoque económico".

Obviamente en sus clases, declaraciones y escritos los economistas tratan otras cuestiones o ejemplos. Ya se dijo que aquí se prefirió exagerar con el caso de las masacres nazis para hacer más claro el asunto. Sin embargo, sea cual sea el tema o la propuesta, el punto es que esa singular estructura de pensamiento es la misma en las clases, declaraciones y escritos de los economistas:
"No obstante esas graves falencias formativas, asimismo puede decirse que la economía ortodoxa sufre una enfermedad congénita. Al determinar el criterio de posibilidad de la existencia humana desde el inexorable principio de la 'escasez', se terminan asumiendo, desde esa limitada y antojadiza perspectiva, anodinas normas pragmáticas y utilitarias de lo que debe ser la vida. Tal mediocridad igualmente contamina a los propios economistas quienes se autoimponen una especie de castración mental: definir que su solo interés son los 'medios' (escasos). De tal manera, al obviar los 'fines' no toman en cuenta las cuestiones de fondo o en verdad importantes como el bien, la verdad, la justicia, la dignidad, la belleza, etc. Quienes asumen el 'enfoque económico' quedan así atrapados en problemas secundarios, nimios, formales, circunstanciales o meramente técnicos. Salvo honrosas excepciones, los economistas se juegan la vida en el campo de los tecnicismos, en el que, a partir de su pragmatismo utilitario expresado en un complejo lenguaje esotérico y matemático, apoyado en datos estadísticos interpretados desde el 'enfoque económico', derrotan ufanos la que para ellos es la candidez e ignorancia de quienes no son 'economistas profesionales'." (Oikonomía. Economía Moderna. Economías, pág. 32).
Hoy los economistas han sido elevados a la categoría de los grandes intelectuales del momento... por ellos mismos y, sobre todo, por quienes son favorecidos por su "enfoque": las grandes compañías y los multimillonarios. En tal contexto, bien vale la pena recordar las palabras de un economista que, estemos o no de acuerdo con su pensamiento, rebasaba por lejos la media del gremio.

John Maynard Keynes se refirió en sus "Posibilidades económicas de nuestros nietos" (1930) a su propia profesión, con la amplia perspectiva y agudeza a que nos acostumbró:
"Si los economistas lograran que pensáramos en ellos como gente humilde y competente, al mismo nivel que los dentistas, ¡eso sería espléndido!"
Ojalá pudiéramos volver a la sensatez... ¡A la humilde competencia de los dentistas! Con mayor razón dada la fuerza que ha tomado la ortodoxia en el mundo desde la segunda mitad del siglo pasado y en particular en Chile desde 1975.

Es tiempo de que los propios economistas vuelvan a ponerse en su lugar. Ese que todas las sociedades del mundo, excepto la moderna, les hicieron ocupar. Uno muy útil pero secundario: aportar a lograr el sustento siguiendo principios y lineamientos más altos o profundos.

Cuando estamos en un proceso de repensar Chile, no es malo tener en cuenta las palabras de Keynes y la experiencia de otras sociedades que nos muestra la historia y la antropología para plasmarlo en ese futuro que vamos a imaginar.



* Publicado en El Clarín de Chile, 18.11.20.

Cobre: una traición desde 1990




La Constitución de la República elaborada por la dictadura cívico-militar, especifica que todas las minas de Chile le pertenecen al Estado:
"El Estado tiene el dominio absoluto, exclusivo, inalienable e imprescriptible de todas las minas, comprendiéndose en éstas las covaderas, las arenas metalíferas, los salares, los depósitos de carbón e hidrocarburos y las demás sustancias fósiles, con excepción de las arcillas superficiales" (Artículo 19, numeral 24)
Ese artículo se mantiene vigente a la fecha y tiene como resultado que toda la explotación minera privada ha sido y es inconstitucional... Lo que por décadas a casi nadie le ha importado. Ni por la pérdida de soberanía, ni por los miles de millones de dólares que no han ingresado a las arcas fiscales en abierto perjuicio de la ciudadanía actual y futura.

Esa obra privatizadora en el caso de la gran minería del cobre, fue realizada por los gobiernos de la Concertación. Privatización que ha incluido, por si fuera poco, un régimen impositivo más que favorable y un total desinterés por vigilar a las grandes mineras. De ahí que se pueda hablar de una traición desde 1990.


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Selección del "Prólogo" al libro El cobre. Anatomía del mayor fraude minero de Chile

Julián Alcayaga

...las diferencias entre las mineras de antes y las de ahora, son aún más significativas. Chuquicamata, más que un simple campamento minero era más bien una ciudad con todas las comodidades, que contaba con un gran hospital, con escuelas, teatros, cines, generación eléctrica propia en Tocopilla, todo construido por la propia compañía minera, y además, en los 50 años que llevaba de explotación del mineral había construido carreteras, líneas férreas, etc.

Las otras mineras norteamericanas habían hecho algo parecido en El Teniente con el gran campamento de Sewell, en Potrerillos y El Salvador, campamentos que más parecían verdaderas ciudades, con hospitales, escuelas, teatros, etc. y evidentemente ferrocarriles, carreteras y fundiciones y refinerías.

Es necesario recordar y resaltar todo lo que hicieron las empresas extranjeras de la gran minería, que existían antes de la nacionalización, para hacer una comparación con las mineras extranjeras que volvieron a ingresar a Chile a partir de 1990. La diferencia es colosal. Las actuales mineras: ¿Cuántas fundiciones o refinerías han construido? Ninguna. ¿Cuántas plantas de generación eléctrica? Ninguna. ¿Cuántos hospitales? Ninguno. ¿Cuántas líneas férreas? Ninguna.

Pero fuera de estas diferencias existen otras más importantes, que se relacionan con los tributos y aportes de estas mineras al Fisco. 

Produciendo solamente alrededor de 500 mil toneladas de cobre por año, las mineras norteamericanas tributaron durante los años sesenta del siglo pasado, en promedio 100 millones de dólares por año, lo que representaba cerca del 15% del presupuesto nacional. Hoy, las mineras extranjeras producen por año 4 millones de toneladas de cobre, pero no tributaron absolutamente nada hasta el año 2004, a pesar que hasta ese año se habían llevado cerca de 30 millones de toneladas de cobre, sin contar el oro, la plata, el molibdeno, el renio, etc.

¿Por qué las mineras extranjeras nada tributaron hasta el año 2004? La razón se encuentra en el hecho que siempre declararon pérdidas. ¿Por qué declaraban pérdidas? Por dos razones principales, porque hay leyes que lo permiten, y porque hay un Servicio de Aduanas que no fiscaliza, como sí se hacía hace 50 años, cuando el Estado se preocupaba de fiscalizar, y había funcionarios de aduanas que tenían sentido de país y se atrevían a hacerlo y en ello radica el interés de este libro de Rolando Castillo.




* Extraído desde el “Prólogo” escrito por Julián Alcayaga para el libro El cobre. Anatomía del mayor fraude minero de Chile (2015) de Rolando Castillo.

De la universidad "para el mercado" a la universidad "de mercado"




Carlos Fernández L.


Uno ríe por no llorar. Por fin se está haciendo realidad el modelo de Universidad por el que las autoridades académicas (del PSOE y del PP) apostaron con entusiasmo hace veinte años, al hilo del llamado Plan Bolonia. Algunos a lo mejor se muestran sorprendidos, yo no. En resumen: Google ha decidido competir en el mundo universitario y ha creado los Google Career Certificates, unos diplomas que sin duda alguna serán valorados en el mercado laboral muy por encima de los títulos de Grado y de Máster de las Universidades estatales. Algunos de ellos ya han sido habilitados. Google promete una formación turbo online de seis meses, centrándose en lo que el mercado laboral demanda en cada caso, sin perder el tiempo en rodeos académicos que ahora dilatan tres años o más los estudios. Y además, su coste actual es de 250 euros, es decir, menos de lo que ahora mismo cuesta una sola asignatura.

Se trata de "un nuevo órdago al sistema en esta tendencia de exigir destrezas, habilidades y competencias más que un título específico". En efecto, así es. Es una nueva y definitiva vuelta de tuerca del modelo universitario que, con una insensatez suicida, decidimos adoptar desde el año 2000. Se nos repitió hasta la saciedad: los títulos universitarios eran demasiado rígidos, las carreras demasiado largas, los alumnos terminaban con una sobrecualificación que los volvía inoperantes en el mercado laboral. Había que obrar en consecuencia: había que reducir los itinerarios académicos a tres años, había, en resumen, que jibarizarlo todo, que hacerlo más "flexible". Los más entusiastas hablaron de que había llegado el fin de las titulaciones universitarias, que serían sustituidas por un carnet con una banda magnética en la que irían consignándose los cursillos para la adquisición de "destrezas, habilidades y competencias", de modo que los estudiantes podrían negociar de tú a tú con los empresarios sus futuros contratos laborales, de forma enteramente individualizada (porque "cada persona es un mundo"), es decir, sin la intromisión de los convenios colectivos, las legislaciones laborales, los sindicatos y los colegios profesionales.

Una abominación para una sociedad abominable, en definitiva. Pero las autoridades académicas de todos los signos políticos se sumaron al carro sin ahorrarse los aplausos. Se llegó a decir que por fin íbamos a acabar con el feudalismo en el mundo de la enseñanza y que el "capitalismo" que lo sustituyera sería de todos modos un progreso. En el fondo, se trataba de todo lo contrario, se trataba de acabar con lo que quedaba de Ilustración en la Universidad, abriendo las puertas a esos nuevos señores feudales que son, en definitiva, los oligopolios económicos, poderes puramente privados que no atienden a ningún control público.

En definitiva: se apostó por la mercantilización de la enseñanza. El motivo profundo radicaba en el asunto de la empleabilidad de los egresados. Se inventó un lema propagandístico muy venenoso: "Una Universidad al servicio de la Sociedad", de hecho, así se llamaba el Informe que el Círculo de Empresarios emitió sobre el asunto. El mercado laboral es imprevisible, inestable y caprichoso. La Universidad no tenía más remedio que adaptarse a esta realidad. Algunos (como el Colectivo de Profesores por el conocimiento y, desde luego, un movimiento estudiantil masivo e impresionante), no dejamos de repetir que si la Universidad se empeñaba en adaptarse a un mercado laboral basura, se convertiría, a su vez, en una Universidad basura. Y ya casi lo hemos conseguido. Los estudiantes ya se han acostumbrado a la nueva realidad. Un título de Grado no tiene ninguna relevancia sin un rosario de másteres y títulos propios que lo acompañen. Y ni aún así es suficiente; luego, en una entrevista de trabajo lo que se te exige son otro tipo de habilidades y destrezas, como por ejemplo, saber sonreír cuando te están machacando laboral o personalmente, o, lo que últimamente ha sido ya de lo más común: estar dispuesto a trabajar sin cobrar. Bueno, esto no era algo tan inesperado: es lo que tiene eso de prescindir de los convenios colectivos y las legislaciones laborales y los sindicatos. Los emprendedores son menos rígidos que los trabajadores de antaño. Se prestan voluntariamente a cualquier cosa.

Todo esto tiene que ver con una revolución neoliberal que, desde los años ochenta, ha logrado imponerse con cada vez más contundencia en el mundo laboral. Algunos no paramos de repetir (los estudiantes lo hicieron de manera masiva durante quince años), que el objetivo no podía ser "poner a la Universidad al servicio de la sociedad", sino lograr que la sociedad pudiera sentirse orgullosa de tener una Universidad. Y que para ello, había que mantener a toda costa la dignidad de los estudios superiores, uno de los pocos reductos de Ilustración que todavía permanecían en pie. Estábamos seguros de que defender esa dignidad intacta y a salvo de los requerimientos de una sociedad secuestrada por el mercado, sería, además, incluso, una apuesta rentable a medio y largo plazo, porque, un poco de dignidad nunca puede venirle mal a la sociedad, ni siquiera desde un punto de vista profesional. No fue eso lo que opinaron las autoridades académicas, que prefirieron apostar por adaptarse a un mercado laboral demente y suicida, abogando por dinamizar y flexibilizar todas las estructuras universitarias: las licenciaturas de desintegraron en grados y másteres, los departamentos y las cátedras en grupos de investigación muy dinámicos y creativos, que tienen que venderse en el mercado cada tres años, para conseguir lo que se llama "fuentes de financiación externas" (es decir, "privadas", requisito para obtener verdaderas "fuentes de financiación públicas"). Todo ello no venía a ser, como hemos explicado en Escuela o Barbarie, más que la manera de convertir la Universidad pública en un cajero automático para chupar dinero público en beneficio de la empresa privada, al tiempo que en una bolsa de becarios que trabajarán gratis (o pagados por el Estado) para esas empresas.

Ahora bien, por fin se ponen las cartas sobre la mesa. Las empresas no necesitan para nada de la dignidad de los estudios superiores (que ya desde el año 2000 empezaron a considerarse una sobrecualificación innecesaria y un despilfarro). El mercado laboral necesita una buena evaluación de destrezas y habilidades. Y es para partirse de risa, ¿quién va a poder competir con Google para determinar en cada momento qué es lo que se necesita o se deja de necesitar? A los antibolonia nos sabían a poco tres años de Grado. En la Google University eso les parece una eternidad, les suena al avanzar de un dinosaurio. Seis meses y punto bastan para poder certificar una habilidad o una destreza. Se dirá que esos "certificados google" no van a ser "oficiales". Y eso es lo más divertido de todo. ¿A quién le va a importar eso, si nosotros mismos, desde la Universidad, llevamos veinte años desprestigiando nuestros propios títulos y diciendo que no se adaptaban a la realidad económica? Los de Google se van a adaptar a las mil maravillas. ¿Qué empresa va a preferir contratar a un titulado estatal, un prepotente sobrecualificado que encima a lo mejor se cree un ciudadano con derechos o algo peor? En un plazo relativamente breve, ninguna empresa se va a fijar ya en el carácter anacrónicamente "estatal" de los titulados. Si lo que se necesita es una destreza, Google se bastará para garantizarla. Además, Google mismo rastreará las posibilidades de colocación de sus "egresados". Y todo por 250 euros. Si un señor sabe hacer demandas de divorcio, porque lo dice Google, y eso es lo que se necesita, ¿quién va a fiarse de alguien que ha cursado una incierta carrera mastodóntica de varios años? Al principio, protestarán un poco los colegios profesionales, pero pronto quedará claro que no son más que una reminiscencia del medievo completamente obsoleta. Nos hemos precipitado en una nueva era. Lo increíble es que muchos, sobre todo desde los ministerios y rectorados, lo hayan hecho con entusiasmo.

Según nos informa El País, uno de los periódicos que alegremente se prestaron a la propaganda del Plan Bolonia, Google espera que las empresas acepten y valoren sus certificados igual o mejor que los de las Universidades. Y esto leemos en La Vanguardia (otro periódico que colaboró con entusiasmo a hacer posible todo esto): "quizás dentro de unos años, un profesional con unos estudios acreditados por las "universidades" de Google o Amazon, será más demandado que otro con una formación realizada en una universidad pública o privada. El tiempo lo dirá". Esos tiempos ya han llegado, en realidad. Y lo que han venido a demostrar es que el movimiento antibolonia, que los políticos y los periodistas de este país se negaron a escuchar, tenía, desde el principio, toda la razón.



* Publicado en Público, 27.10.20. Carlos Fernández L. es profesor de Filosofía en la UCM.

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