Michael Sandel “Las actitudes alentadas por la meritocracia son corrosivas para el bien común”




El popular filósofo y académico explica la tesis de su último libro La tiranía del mérito, advirtiendo que la idea de la meritocracia crea “una sociedad de ganadores y perdedores, y advierte que la adopción de esta lógica por parte de las centro izquierdas del mundo está en la base del auge de los populismos de derecha.


Paula Escobar


De camisa negra, afable, rodeado de libros, este filósofo y profesor de derecho de Harvard se conecta vía Zoom desde su luminosa casa en Boston y, durante una hora, se explaya con Tendencias de La Tercera acerca de su nuevo y esperado libro, La tiranía del mérito.

Entre muchas distinciones, es ganador del Premio Princesa de Asturias en Ciencias Sociales, autor de libros canónicos como Lo que el dinero no puede comprar, y referencia obligada en filosofía política. Sus conferencias a menudo convocan a miles de asistentes y se viralizan en redes sociales.

En este libro realiza un análisis profundo y crítico sobre el auge del concepto de la meritocracia, la idea de que cada cual pueda llegar tan lejos como su talento y esfuerzo lo permitan. En su opinión, el resultado de la aplicación de este concepto no ha llevado a una sociedad más justa, sino a una en que las elites justifican y validan su estatus porque piensan que lo merecen y que solo es obra suya, provocando soberbia en los privilegiados y humillación y resentimiento en quienes se consideran “perdedores”. Que la centroizquierda haya abrazado este ideal, y haya olvidado --en su mirada-- a las clases trabajadoras y medias, explica la atracción por figuras populistas como Trump, Bolsonaro o Marine Le Pen en el mundo de hoy.

-¿No es contraintuitivo escribir en contra de la meritocracia, si es la alternativa, por ejemplo, a la aristocracia?

-Entiendo que pueda sonar contraintuitivo, especialmente si el opuesto a la meritocracia es, como tú dices, la aristocracia. Pero lo que yo estoy tratando de sugerir es que hoy el opuesto a la meritocracia es la democracia y el bien común. Suena paradójico, quizás, así es que déjame explicar. La meritocracia es un ideal atractivo, especialmente si la alternativa es el privilegio heredado, patronazgo, nepotismo y corrupción. Yo, por cierto, estoy en contra de esas cosas. Y el mérito tiene su lugar. Asignar importantes roles sociales a aquellos que están calificados es algo bueno. Si requiero cirugía, necesito un médico muy bien calificado para que me opere. Entonces, el mérito en sí es algo bueno, y es una alternativa deseable frente a otras como las que describí, quiero partir dejando eso claro.

-Pero, para usted, tiene un lado oscuro.

-Sí. Tal como se ha desarrollado, especialmente en las últimas décadas, en sociedades impulsadas por el mercado, ha tenido un lado oscuro. Y este es que las actitudes que la meritocracia alienta, esto es, una sociedad de ganadores y perdedores, esa manera de pensar en la sociedad, es corrosiva para el bien común. Ese es el argumento principal de mi libro. Y trato de mostrar cómo, especialmente en las últimas cuatro décadas, la versión de la globalización impulsada por el mercado, ha profundizado la división entre ganadores y perdedores en nuestra sociedad, ha envenenado nuestra política, y nos ha separado. En parte por las desigualdades, pero también por las actitudes hacia el éxito que esta idea promueve, que es que aquellos que han triunfado han llegado a creer que su éxito es solo obra de sí mismos, que es la medida de su mérito. Y aquellos que han quedado atrás, no tienen a nadie a quien culpar por eso salvo a sí mismos. Eso es lo que llamo “la tiranía del mérito”

-Y usted sostiene que esto ha creado una elite muy educada, cosmopolita y arrogante, a la que no le importan las clases menos favorecidas. ¿Por qué?

-Lo que pasó es que la meritocracia produce arrogancia en los ganadores --la llamo “arrogancia meritocrática”-- y humillación en los que quedan atrás. Porque en el corazón de la idea meritocrática está la creencia de que si las oportunidades son iguales, los ganadores merecen lo que han ganado, que es solo suyo. Pero hay dos problemas con esa idea. Primero, que las oportunidades no son verdaderamente iguales en nuestras sociedades: los ganadores parten con ventajas tremendas. Entonces, en todas nuestras sociedades, no vivimos de acuerdo a los principios meritocráticos que profesamos. Además, incluso si pudiéramos lograr total igualdad de oportunidades, aquello sería bueno, pero no suficiente para hacer una sociedad justa o buena.

-¿Por qué?

-Porque una meritocracia perfecta podría incitar a los ganadores a pensar que merecen muy profundamente su propio éxito. A no olvidar que la suerte y la buena fortuna los ayudaron en el camino, y a olvidar su sentido de deuda por su éxito, hacia sus padres, profesores, comunidades, países.

-Y usted cita otros factores --además de la suerte-- que inciden en el éxito individual y que también considera arbitrarios o contingentes, como por ejemplo, poseer las destrezas que la sociedad en un momento dado valora más.

-Sí, y el ejemplo que uso en el libro es el de las grandes estrellas del deporte, que son muy exitosos y ganan mucho dinero. Uso el ejemplo del basquetbolista Lebron James. Pero podría usar cualquier otro. ¿Quién es un jugador de fútbol popular en Chile?

-Alexis Sánchez podría ser.

OK! Una estrella del fútbol o básquetbol, por cierto son grandes atletas. Trabajan y entrenan duro. Pero hay tres elementos de suerte y arbitrariedad moral en su éxito. El primero tiene que ver circunstancias favorables familiares, tener buenos entrenadores, profesores, oportunidades. Segundo: tener grandes talentos atléticos. No es solo el training y el esfuerzo lo que los hace grandes deportistas, sino también el ser talentosos en sí, más allá de lo que hagan. Y el tercero, es el que dices tú, que es muy importante. Y es que Lebron James vive en una sociedad y en un tiempo donde amamos el básquetbol, y eso es buena suerte. Si hubiera vivido en el renacimiento, en cambio, no les importaba el básquetbol, sino la pintura al fresco... Entonces hay tres ingredientes (además de la suerte) contingentes y arbitrarios en el éxito: crianza, talento y el match entre los talentos que tenemos y lo que la sociedad quiere, premia y recompensa en el momento.

-Usted plantea que fue un gran error de la centroizquierda en el mundo el adoptar esta idea de la meritocracia, abandonando la representación de las clases trabajadoras y medias. Es crítico, en ese sentido, de Obama, por ejemplo. ¿Por qué pasó eso?

-Sí. Representa un gran cambio en los alineamientos políticos, y lo que impacta es cómo este patrón es común en democracias alrededor del mundo. En 2016, con el voto del Brexit en UK y la elección de Trump en Estados Unidos, los partidos de centroizquierda (Laborista y Demócrata, respectivamente), se habían convertido en partidos más sintonizados con los valores, intereses y perspectivas de las clases profesionales, educadas en universidades, con buenas credenciales. Y habían alienado a los votantes de clase trabajadora, que tradicionalmente constituían su base y su razón de ser... Y eso dejó a muchos votantes de clase trabajadora abiertos a los atractivos de figuras populistas de derecha o autoritarias, como Trump.

-¿Cuál es el origen de este cambio de la centroizquierda, a su juicio?

-Esto se remonta a los 80, cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher llegaron al poder con el argumento explícito de que el gobierno es el problema y los mercados, la solución. Y cuando ellos salieron de la escena política y fueron sucedidos por políticos de centroizquierda (como Clinton, Blair), estos no impugnaron la premisa fundamental de la fe en el mercado de Reagan y Thatcher. No desafiaron la presunción de que los mecanismos de mercado son instrumentos primarios para definir y lograr el bien común. Ellos suavizaron las partes más duras del capitalismo de laissez faire, y hasta cierto punto protegieron la red de seguridad, pero nunca desafiaron lo otro. En cambio, presidieron un periodo de globalización impulsada por el mercado, que creó amplias desigualdades, y no las enfrentaron directamente.

-¿Qué hicieron?

-Como respuesta a las desigualdades ofrecieron la movilidad social individual a través de la educación superior. Aquí es donde el proyecto político meritocrático se conecta con la adopción acrítica de la fe en el mercado. Dijeron: “si quieres competir y ganar en la economía mundial, debes tener un grado universitario. Lo que ganarás dependerá de lo que aprendas. Puedes lograrlo si tratas y te esfuerzas”. Esto es lo que llamo la “retórica del ascenso” de los partidos de centroizquierda, empleada como respuesta a la desigualdad. Pero lo que no vieron fue el insulto implícito de este énfasis en la educación universitaria, porque la mayoría de las personas no tiene un grado académico superior; en Estados Unidos, dos tercios no lo tienen. No vieron el insulto implícito en el consejo que estaban dando. Y el insulto es este: si no fuiste a la universidad, y estás siempre luchando en la nueva economía, tu fracaso es tu culpa. Y esto generó el resentimiento que llevó a la reacción populista.

-Y produjo una “ira contra las élites en todo el mundo” que “amenaza a las democracias”, como usted afirma.

-Sí. Porque las figuras populistas que canalizan y expresan estas quejas, esta política del resentimiento y la humillación, en realidad no ofrecen políticas que enfrenten el desamparo de las personas de trabajo. Trump le dio rebajas de impuestos a los más ricos.

-Hizo a los ricos más ricos, de hecho.

-Claro. Pero a pesar de eso, 74 millones votaron por él, incluso aunque lo vieran manejar muy mal la pandemia, inflamar las tensiones raciales, y violar normas constitucionales. Entonces lo que el Partido Demócrata debe contestar --aunque respiren aliviados porque Biden es Presidente-- es por qué, después de todo esto, tanta gente igual apoya a Trump y esa política de resentimiento. Y mi preocupación es que estos partidos de centroizquierda, incluido el Demócrata de Estados Unidos, no han llegado a percatarse de los orígenes de la política de resentimiento a la que han apelado las figuras populistas autoritarias. Esto me preocupa, porque sugiere que el rencor, la rabia y el resentimiento aún ensombrecen nuestra política, aún cuando en Estados Unidos Biden logró ganar.

-¿Puede la centroizquierda o la socialdemocracia redefinirse de una manera que la haga volver a tener mayorías y frenar el populismo?

-Pienso que los partidos socialdemócratas deben reenfocar y redefinir sus políticas, su misión y propósito si quieren enfrentar las políticas de resentimiento a la que apelan las figuras populistas de derecha. Y sugiero que lo hagan de dos maneras. Una es pasar de lo que llamo la “retórica del ascenso” hacia un proyecto enfocado en la dignidad del trabajo. Y por esto quiero decir, reconocer que el trabajo no es solo un modo de ganarse la vida, sino también una manera de contribuir al bien común, y obtener reconocimiento, respeto, estima social, por haber hecho ese trabajo. Esto sugiere que la políticas del estado de bienestar y de redistribución, importantes como son, no son suficientes. Porque la gente no solo se preocupa de la justicia distributiva, sino también de la justicia contributiva, es decir, que su trabajo sea reconocido, valorado y respetado. Y eso es, creo, lo que se ha perdido del proyecto político de la centroizquierda, que se ha enfocado solo en el aspecto distributivo que, reitero, es importante y necesario pero no suficiente. Porque la gente necesita sentir, quiere sentir, que sus contribuciones son valoradas. Así se sostiene la comunidad unida, es lo que provee a las personas un sentido de dignidad y orgullo, como miembros, ciudadanos de una comunidad política.

“Y otro aspecto en que pienso que la socialdemocracia debe cambiar su foco es darle voz a las personas. No solo ayudarlas, sino proveer instituciones y espacios públicos y comunes que junten a las personas de distintos orígenes sociales y económicos. Porque mucho de lo que ha dañado la vida democrática pública es la pérdida de espacios comunes que mezclan a personas a través de las clases y orígenes. Hay que sacar a las personas de sus enclaves privatizados, que nos separan y que nos aíslan a los unos de los otros”.

-El objetivo de la dignidad del trabajo, ¿en qué medidas concretas se debería traducir? ¿Aumento del salario mínimo, fortalecimiento de sindicatos, por ejemplo?

-Hay mucho en la lista de medidas que, al menos, deberíamos estar debatiendo. Las dos que mencionas definitivamente estarían en mi lista. En vez de un sueldo mínimo, un sueldo de vida (“living wage”); más protección para los sindicatos, no solo para que los trabajadores puedan negociar mejores condiciones, sino también idealmente para darle más voz en la vida cívica y política. Y también pienso que debiéramos cuestionar la suposición, muy extendida, de que el dinero que la gente gana es la medida de su contribución al bien común. Lo hemos visto en la pandemia, en que los trabajadores esenciales no son los mejor pagados ni más reconocidos y sin embargo, los llamamos esenciales. Pero somos muy reacios a debatir esta pregunta políticamente, porque sabemos que habrá juicios distintos sobre qué contribuciones realmente importan, sobre el valor de los diferentes trabajos. Lo que hemos hecho, en cambio, es “externalizar” ese juicio moral, al mercado. Hemos asumido que el mercado laboral emitirá un veredicto sobre qué trabajos tienen valor. Y lo que hemos visto es que esto es un error, pues el veredicto del mercado no está siempre bien.

-¿Qué se debiera hacer en ese plano?

-Debemos reclamar de vuelta esa pregunta, como ciudadanos democráticos. Debatir sobre salarios de vida en vez de mínimos, pero también debatir sobre subsidios salariales si los mercados no proveen un pago decente. También está, por cierto, el sistema de impuestos. Normalmente se debate desde su efecto redistributivo, y eso es importante, pero también deberíamos debatirlo desde el punto de vista de la contribución y debatir cuáles realmente tienen valor social… y cuáles no. Por último, el más evidente ejemplo de cómo la contribución del trabajo puede no ser recompensada o reconocida de modo justo por el mercado laboral es el trabajo doméstico y de crianza de los niños. Un trabajo considerable e importante, pero que, según el veredicto del mercado, ni siquiera se registra. Esto debiera ser parte de cualquier proyecto que reconozca la dignidad del trabajo.

-Después del estallido social de 2019, en Chile estamos ad portas de redactar una nueva Constitución y elegiremos muy pronto a las 155 personas que la escribirán. ¿Cómo restaurar el diálogo, de modo que los distintos constituyentes puedan debatir y acordar un futuro común a pesar de sus diferencias?

-Es un momento muy interesante en la historia de la democracia chilena --dice y luego pide que le describa cómo será el proceso de elección. Escucha atento, hace preguntas sobre la elección, la deliberación, y luego contesta: “Me parece que para suplementar las deliberaciones de los 155 miembros, sería importante que hubiera otros espacios de discusión y debate dentro de la sociedad civil, y que se hagan al mismo tiempo. No sé si hay planes para esto, si algunas organizaciones están planeando algo así, pero esta deliberación más amplia, podría ser una manera de hacer de esto un proceso realmente democrático y de educación cívica.

-Una pregunta final: su crítica profunda a la meritocracia en este libro podría también ser leída como un desincentivo al esfuerzo personal. ¿Dónde queda su importancia?

-Es una pregunta importante. Pienso que deberíamos reafirmar el esfuerzo y el trabajo duro, que son virtudes, pero hasta un cierto punto. Porque incentivar el esfuerzo individual no implica pensar el éxito solo como producto propio. Esa es la diferencia. Que los exitosos reconozcan el rol de la suerte y de la buena fortuna, y su sentido de deuda, para que desde ahí reconozcan un sentido de obligación con los demás ciudadanos, incluyendo a los menos afortunados. Entonces, reitero: el esfuerzo es importante, pero no es el único ingrediente del éxito. Por eso, en esta era de la meritocracia lo que falta es la virtud de la humildad, que nos puede abrir a un sentido mayor de responsabilidad por la sociedad.





* Publicado en La Tercera, 26.02.21.

La gente más extraña del mundo… los occidentales




Iñaki Berazaluce

La ilustración de arriba muestra una de las ilusiones ópticas más conocidas estudiada por la psicología: la ficción de que dos líneas rectas representadas en tres dimensiones tienen distinta longitud en función de la perspectiva. Sin embargo, para los bosquimanos del Kalahari no existe tal ilusión: ambas líneas miden exactamente lo mismo.

La conclusión provisional --y necesariamente etnocéntrica-- es que los bosquimanos tienen un punto de vista peculiar, “extraño”, que les impide ver lo que a todas luces es una paradoja. Sin embargo, la mayoría de los sujetos no occidentales encuestados no captaron la ilusión óptica; como los bosquimanos, veían las líneas como son: iguales.

En realidad, los ‘raros’ somos los occidentales. Hemos crecido en habitaciones en forma de caja y cuya percepción visual está adaptada a este extraño nuevo entorno (nuevo y extraño en términos evolutivos), en el que aprendemos a percibir líneas convergentes en tres dimensiones.

El hallazgo de esta disonancia cultural llevó al investigador Joseph Hendrich a sumergirse en el proceloso mundo de los estudios científicos para descubrir que el 96% de los sujetos participantes en estudios psicológicos eran occidentales, y de ellos, el 70% eran estadounidenses. La inmensa mayoría de la investigación --en ciencias sociales y en cualquier otra rama científica-- se realiza en centros de investigación occidentales (EE UU, Europa y Japón), de modo que los resultados están sesgados por la abusiva participación de los occidentales y su peculiar (extraña, como veremos) forma de mirar el mundo.

El hecho de que una parte del mundo que representa solo el 12% de la población mundial cope el 96% de los sujetos humanos de los estudios sería intrascendente --puro ruido estadístico-- si no fuera por dos motivos que descubrió Hendrich:

1. Las conclusiones de los estudios son automáticamente extrapoladas al resto de la población mundial, convirtiendo en propias de la “naturaleza humana” actitudes que solo son compartidas por un grupo particular.

2. Cuando se realizan estudios interculturales, los occidentales, y más concretamente los estadounidenses, ocupan sistemáticamente un extremo de la tabla de los resultados. En otras palabras, puestos a escoger un grupo de población representativo de todo el rango humano, probablemente el más inapropiado es el que se escoge con más asiduidad.

Joseph Heinrich y sus compañeros de la (muy occidental) Universidad de British Columbia, Steven Heine y Ara Norenzayan, publicaron en 2009 un controvertido artículo titulado ‘The Weirdest People in the World’, un torpedo en la línea de flotación de la metodología de las ciencias sociales. En él, alumbraron el afortunado acrónimo W.E.I.R.D.[1], las siglas de “Western, Educated, Industrialized, Rich and Democratic” [sigla en inglés de: "Occidental, Educado, Industrializado, Rico y Democrático"] para referirse a esos extraños sujetos que somos… vosotros y yo.

Un ejemplo aún más flagrante del peso cultural en el comportamiento individual lo ofrece el conocido Juego del Ultimátum, en el que participan dos jugadores, uno de los cuales recibe una cantidad de dinero que debe dividir con el otro participante. Si este rechaza la oferta, los dos se quedan sin dinero. La lógica económica [del capitalismo de mercado o de la "ciencia económica"] dicta que los jugadores occidentales tenderán a ofrecer un acuerdo del 50-50, y que cuando no exista equidad en la oferta, un jugador tenderá a castigar al otro.

Sin embargo, entre los individuos de la tribu amazónica de los machiguenga a los que Heinrich invitó a jugar el Juego del Ultimátum, los participantes parecían encantados de recibir cualquier oferta, por pequeña que esta fuera: “La idea de rechazar una oferta de dinero gratis les parecía simplemente ridícula”, explica Heinrich. A continuación, el investigador realizó la misma prueba con otros 14 grupos sociales pequeños, de Tanzania a Indonesia, para concluir que la generosidad con el contrincante era la norma y no la excepción, que era el caso entre los occidentales.

Los ejemplos que incluye el artículo sobre la “excepcionalidad cultural occidental” son abundantes, desde la idea de que el amor romántico es la base del matrimonio, apenas sustentada por la mayoría de los no occidentales, para quienes el matrimonio debe preceder al amor, hasta la particularidad del pensamiento analítico occidental frente al razonamiento holítistico de la mayoría del resto de los pueblos del mundo: “En Occidente desarrollamos la visión de que estamos separados del resto del mundo, lo que podría estar conectado con cómo razonamos”, explica Henrich.

Si bien los autores del estudio temían ser repudiados por sus colegas --genuinos representantes de la ciencia WEIRD-- tras la publicación del mismo, tal y como reconoce Henrich en una entrevista en Pacific Standard, lo cierto es que sucedió lo contrario: poco a poco, investigadores de diferentes disciplinas --de la neuroimagen a la psicolingüística-- entonaron el ‘mea culpa’, reconociendo un hecho que se les había pasado por alto: los participantes en sus estudios casi siempre eran WASP [sigla en inglés de Occidental, AngloSajón y Protestante] (o WEIRD), de modo que los resultados de los mismos estaban condicionados por este sesgo.


NOTA:

[1] Lo afortunado, e irónico, del acrónimo es que "weird" significa "extraño", "raro".



* Publicado en Yorokobu, 19.04.13. Para una entrevista y artículo (en inglés) en profundidad sobre el tema: PS Magazine.

Pobrecita Economía... tan lejos de la realidad, tan cerca de las matemáticas




La disciplina se autolimitó por definición al encerrarse en los “medios” y desligarse de los “fines” (Robbins, 1951), quedando con mayor razón predispuesta a enfatizar en lo metodológico. Al mismo tiempo, en el imaginario economicista, esa capacidad matemática pareciera poder reemplazar al saber observar, inducir, relacionar y concluir. Es decir, a las capacidades requeridas para hacer buena investigación. Como si medir o elaborar modelos matemáticos bastara para estudiar correctamente los fenómenos socioculturales reales y lo cuantitativo no se interpretara desde lo cualitativo[25].

El cientificismo confunde describir cuantitativamente la realidad con comprenderla e ignora que toda la ciencia, en sus diferentes disciplinas o campos, es una operacionalización metodológica de alguna filosofía. Como bien decía el físico alemán Max Planck (1947), Nobel de la especialidad de 1918, “la filosofía proporciona los fundamentos mentales sobre los que la investigación científica reposa”. (...)

Desde una perspectiva amplia, se sabe que la sobrevaloración de lo cuantitativo e infravaloración de lo cualitativo puede llevar a “errores, incluso ridículos”. Ni las disciplinas socioculturales, en general, ni la economía, en particular, escapan a esa necesidad de “ocuparse del análisis de las ideas o de los hechos (...) para asegurar el apoyo del cálculo en bases sólidas”. Estas últimas conclusiones son de Condorcet (1990), quien a pesar de ser un entusiasta promotor de la aplicación de las matemáticas al campo del “espíritu humano”, ya en el siglo XVIII advirtió acerca de los posibles errores en las conclusiones cuantitativas, fruto de análisis cualitativos deficientes. El autor francés —con un criterio que actualmente se echa mucho de menos— era consciente de que la “matemática social”, aplicada a la “economía política”, debía apoyarse en análisis más allá de lo meramente cuantitativo.

Por mucho que entre los propios economistas occidentales modernos se encuentren severas críticas al exagerado acento matemático en que ha derivado la disciplina y su consecuente reduccionismo, a la fecha, es un enfoque triunfante, indiscutido y señal de lo científica que ha llegado a ser la “ciencia económica”. El economista Paul Streeten (2007) cita a varios de sus colegas destacados que toman distancia de tal entusiasmo por las matemáticas. Por ejemplo, para Kenneth Boulding ellas son solo un “lenguaje”, “aunque tal vez deberíamos decir una jerga”, que se destaca por su “extraordinaria escasez de verbos”. En otras palabras, por su pobreza para comunicar acerca del mundo real: “es difícil encontrar más de cuatro [verbos]: es igual a, es mayor que, es menor que y es una fracción de”. Por su parte, el gran economista John Maynard Keynes, quien por lo demás fue un muy buen matemático, escribió:
...los métodos simbólicos seudo matemáticos para formalizar un sistema de análisis económico (...) permiten que el autor pierda de vista las complejidades e interdependencias del mundo real en un laberinto de símbolos pretenciosos e inútiles (Keynes citado en Streeten, 2007: 51).
Esas opiniones que, alertadas por una tendencia creciente, parecían profetizar un futuro poco alentador, se ven refrendadas en Robert Kuttner y su concepto de la enseñanza actual de la disciplina: “Los departamentos de economía están graduando a una generación de idiots savants [sabios idiotas], matemáticos brillantes y esotéricos pero ignorantes de la vida económica real”. Ante esa ola matematizante que se veía venir en la economía, ya en la primera mitad del siglo pasado y con no poca ironía, la economista británica Joan Robinson escribió: “No sé matemáticas y por ello tengo que pensar”. En la “ciencia económica” ha terminado triunfado “la técnica sobre la esencia”, la “forma sobre el contenido”, “la elegancia sobre el realismo”[26].

No obstante, más allá de las críticas y reparos, como exponen Backhouse y Bateman (2014), la disciplina enfocó parte no menor de sus esfuerzos en lograr que “el análisis de la economía concordara con los puntos de vista científicos”, es decir, con los de las ciencias naturales. Ese afán por convertirse en “ciencia” requería de teorías con “mayor poder predictivo”, con el propósito de acceder a “un carácter más parecido al de la ingeniería” y, por cierto, al de la física. Se realzó entonces el trabajo con “modelos” o “estructuras matemáticas útiles para predecir qué sucedería”. La economía llegó a convertirse en una “ciencia de modelos” matemáticos, lo cual obliga a “trabajar con mundos sumamente simples”. Por tanto, en no pocas ocasiones muy distantes de lo que sucede en el complejo mundo real:
...se diseñó un elaborado aparato de teoría económica matemática: conjuntos formales de proposiciones sobre cómo se comportaban realmente las economías de mercado, que podían ser analizados rigurosamente utilizando herramientas matemáticas cada vez más avanzadas (...) El problema es que los modelos teóricos no sirven de nada si no se pueden relacionar con lo que sucede en la economía (Backhouse y Bateman, 2014: 50-53).
La tendencia (¿u obligación?) a trabajar con modelos matemáticos y el fundamento tras de ellos, no varía con miradas que sostienen un alejamiento de la ortodoxia por medio de un supuesto salto innovador hacia la realidad (¡y qué mal estamos si se debe celebrar a una “ciencia” empírica por tomar en cuenta la realidad!). Aquí se cree que seguir modelando matemáticamente el mundo real pero incluyendo variables no económicas, no altera el esquema y el problema de fondo. En otras palabras, no hace a nadie heterodoxo. Por cierto que esa agudeza para ver la punta del iceberg es un avance y debe ser reconocida. Sin embargo, se mantiene atada a los límites ortodoxos que niegan a la economía la condición de disciplina sociocultural y todo lo que ello implica en cuanto fundamentos, metodologías y fines.

Así, al considerar los principios de la “ciencia económica” surge una de las dudas que cruza este libro. En el fondo, un economista heterodoxo “científico”, ¿qué tan heterodoxo es?


NOTAS:

[25] Ese cientificismo que en el fondo propone una especie de automatización de la investigación, gracias a una serie de estructuras y procedimientos cuantitativos dados (como imaginaba Francis Bacon), podría homologarse al biologicismo. Este último pretende explicar todo el fenómeno humano, por medio de la automatización de una serie de estructuras y procedimientos que estarían dados por los genes, los instintos y la conformación cerebral. De hecho, desde el neoliberalismo se ha sintetizado economicismo y biologicismo (McKinnon, 2012; De Waal, 2016).

[26] Los últimos juicios citados provienen de “economistas matemáticos” reconocidos “que también han criticado el abuso y el uso excesivo de las matemáticas en economía”: Kuznets, Arrow, Debreu, Klein, Frisch, Brown, Worswick y Leontief (Streeten, 2007).



* Fragmento de Oikonomía. Economía Moderna. EconomíasPara acceder a la ficha técnica, reseña, índice e información sobre venta del libro: pincha aquí.

El mito de la meritocracia explicado con manzanitas




Dejo una publicación de Facebook de Camila Del Carpio Parra, quien, a mi modo de ver, hace una excelente descripción del mito de la meritocracia. Decimos mito pues no existe en Chile un verdadero sistema de igualdad de oportunidades.

Hay que recordar que la igualdad de oportunidades es una "idea" de la tradición liberal o derechista... no es ni "zurdo" ni "progre".

Disfruten estas líneas que, a mi modo de ver, son una cátedra de sociología y economía.


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"Que paja leer en muchos lados que “para ganar plata hay que trabajar”, “los ricos no se hacen por generación espontánea, se hacen ricos porque se sacan la cresta trabajando”, “estos flojos quieren que les regalen todo”...

Wn, lo digo desde mi posición, no de familia rica, pero si pudiente: yo no me tuve que sacar la cresta para tener auto, me lo regalaron cuando salí de 4to medio; yo no me saqué la cresta levantándome temprano todos los días por 14 años para llegar a la hora al colegio después de viajar una hora colgando de la micro), porque me fueron a dejar en auto hasta que termine el colegio; yo no me saqué la cresta trabajando para pagarme los estudios, porque mi papá me pagó las dos carreras y yo salí a los 27 con dos títulos y sin ninguna deuda... sí hay ricos que son ricos porque heredan fortunas, que en algunos casos son productos de familias que en su momento se sacaron la cresta trabajando (como en mi caso, en el que mi papá felizmente tuvo un título universitario porque en aquella época se estudiaba gratis, que si no, muy distinta sería la cosa para nosotros)... y en otros casos, son ricos porque heredaron fortunas “malhabidas” o se esforzaron estafando y explotando a otras personas.

Sacarse la cresta no es una garantía de ser rico, si fuera así, habría mucha gente rica: la señora de población que con suerte llegó a 5 básico y se levanta todos los días a las 4am para ir a trabajar al otro lado de la ciudad (donde supuestamente viven los ricos esforzados) recogiendo basura para darle de comer a sus 5 cabros chicos (que tuvo no por negligencia, sino por ignorancia y violencia). También serían ricos los que se sacaron la cresta para tener buenas notas en un colegio municipal de mierda con la idea de poder sacar un título, pero como la educación era tan mala, no les dio en la PSU y van a vivir endeudados hasta que sus hijos sean grandes por un título que más encima vale menos que el de una U tradicional y trabajan sobrecalificados para un puesto que solo pide cuarto medio con un sueldo que no les alcanza. También serían ricos los vendedores ambulantes, que al no tener otra opción, se dedican a hacer lo que pueden. Y así mucha gente realmente esforzada que no es rica en ningún caso.

Weon, que posición más egoísta, la cagan.

Claramente no es la idea que regalen bonos, que regalen casas, que regalen pasajes. Eso dejaría contentos a muchos (y enojados a otros cuantos que no tienen problemas para pagar eso), pero sería solamente una solución parche.

¿Meritocracia?, perfecto, estoy totalmente de acuerdo. Pero meritocracia en igualdad de condiciones. Meritocracia cuando tuviste las mismas oportunidades que yo, cuando en tu jardín no te pegaban, cuando en tu colegio la educación era del mejor nivel, cuando no tenías que vender cosas en la calle para comprarte comida y podías dedicarte a estudiar, cuando en tu barrio habían espacios seguros para desarrollarse y no weones fumando y jalando en la esquina a las 2 de la tarde, cuando tenías el apoyo de tu familia, en lugar de vivir solo porque tu mamá tuvo dos empleos para poder mantenerte.

De que hay gente floja, hay gente flojea. Es cosa de ir a la universidad y ver como los estudiantes piden un título gratis, pero a la hora de estudiar en serio: “profe cambie la prueba que tenemos muchas cosas que hacer esta semana” y los ves a cualquier hora en los pastos tomando copete y fumando hierba. 
SI, hay mucha gente floja, como dijeron en la radio “el chileno es borracho, flojo y quiere todo regalado” y estoy de acuerdo con eso hasta cierto punto.

Pero la única forma de cambiarlo es cambiar la mentalidad, es apoyar a quienes están en situaciones vulnerables, es dar oportunidades de desarrollo iguales para todos. Las cosas no se van a solucionar condonando el CAE ni generando empleos pencas, pero que alguien venga a decirme que el rico es rico porque trabaja y el pobre es pobre porque es flojo, encuentro que es de un egoísmo, de un individualismo y un egocentrismo terribles.

No wn, no es así, yo tengo auto, depa, viajo tres veces al año por lo menos, salgo a comer a restoranes al menos 5 veces a la semana y no me he esforzado un puto día de mi vida. Así que NO acepto esa wea y creo que el chileno que piense eso es un egoísta de mierda."


***


¡Gracias Camila por tu claridad!

Finalmente, en la misma línea de lo escrito por Camila, podemos encontrar la opinión del economista neoliberal y ex presidente de la Reserva Federal de EE.UU., Ben Bernanke, quien sintetiza lo dicho por Camila en un discurso en la Ceremonia de graduación de la Universidad de Princeton en 2013:
"La meritocracia es un sistema en el que los individuos que son los más afortunados con su salud y dotación genética, más afortunados en términos de apoyo de la familia, el aliento y, probablemente, con los ingresos, con más suerte en sus oportunidades educativas y profesionales, y con más suerte en muchas otras maneras difíciles de enumerar, son las personas que cosechan las recompensas más grandes"

El regalo de las rentas del cobre: Extraña compulsión de generosidad




"Pero nosotros ya tenemos un royalty, ustedes dirán, justamente uno creado por nuestra centroizquierda. Bueno, Sturla calcula que lo que se percibe en términos efectivos por este llamado 'royalty' es tan bajo, algo así como un 1% de lo que producen, que ni siquiera alcanza para compensar por el agua que las mineras utilizan y que, nuevamente, el Estado les regala".


Cristóbal Palma



La reciente activación en el debate público del tema del cobre y sus rentas nos recuerda una frase de Evelyn Matthei de enero pasado: “La centroizquierda cree mucho más en regalar, nosotros creemos mucho más en el esfuerzo personal”.

Por supuesto, la frase era absurda en muchos sentidos: desde el despropósito de referirse a la protección social que brinda el Estado como un “regalo”, o insistir en la importancia del “esfuerzo personal” y “mérito” mientras su gobierno rota ministerios entre compañeros de curso, etc. Pero hay una parte de lo dicho por la alcaldesa que aunque tal vez no en el sentido que quería darle, quizás sí tiene mayor asidero: “la centroizquierda cree mucho más en regalar”.

Veamos: el investigador de la Universidad de Chile, Gino Sturla --quien junto a Ramón López ha trabajando el tema de las rentas mineras por años--, utilizando datos del Banco Mundial y Cepal, calcula que desde el retorno a la democracia --los años dorados de nuestra centroizquierda--, el Estado chileno ha dejado de captar el equivalente a un promedio de 8,1% del PIB por año en rentas mineras. Esto significa, calcula Sturla, que si todas estas rentas hubieran sido captadas y acumuladas en un fondo soberano, con una tasa de interés de 5% anual, el tamaño de este fondo sería hoy de US$ 980.000 millones.

El propio Sturla nos aclara que esta pérdida de rentas es por varios motivos: falta de mecanismos para captarla, ineficiencia en la producción y comercialización, falta de fiscalización, etc., y que en cualquier escenario sería casi imposible para un país captar el total de sus rentas. Imaginemos entonces que desde 1990 el Estado hubiera sido capaz de captar una porción más realista, y hubiéramos terminado con solo un tercio del escenario óptimo que calcula Sturla. Bueno, este escenario “no óptimo” sería un fondo equivalente a más de un PIB anual completo pre-pandemia, algo así como más de 7 mil Teletones que el Estado regaló, en su mayoría a grandes empresas privadas, sin una razón aparente.

Imagínense lo ventajoso que sería disponer de estos recursos extra por si algún día tuviéramos una crisis de pensiones, descubriéramos que tenemos un sistema de educación y salud deficientes, necesitáramos invertir más en innovación, diversificación productiva, o nos golpeara, Dios no quiera, algo así como una pandemia.

Pero claro, acá es cuando colectivamente nos preguntamos, ¿qué diablos son las “rentas mineras”? Porque uno podría pensar --como nos han hecho creer gran parte de nuestros “expertos” y la industria en los últimos 40 años--, que si una compañía minera ha invertido, extraído y comercializado el mineral, se merecen cada peso que gana, y bastaría con que paguen el impuesto a las utilidades correspondiente (algo que al parecer no hacen). Excepto que para pensar de esta manera, al parecer primero habría que ignorar gran parte de la teoría económica desarrollada desde Adam Smith en adelante, o sea las fundaciones teóricas mismas del capitalismo, donde uno de los temas centrales es diferenciar las rentas de las utilidades operativas.

Como explica la economista Mariana Mazzucato en su libro The Value of Everything, la disciplina económica se funda en Europa en el s. XVIII en la necesidad de definir qué sectores de la economía son creadores de valor y cuáles simplemente lo extraen. De esa manera, entre otras cosas, se logra diferenciar qué ingresos son “ganados” (“earned income”) y cuáles son el simple beneficio económico de una actividad no productiva (“unearned income”). A estos últimos, bajo ciertas condiciones, se les denomina “rentas”.

Así, Adam Smith (1723-1790), padre de la economía y supuesto guía espiritual de nuestros neoliberales económicos, en su búsqueda por producir una teoría del valor, definió que existían tres tipos de ingresos: por trabajo, por ser dueños de capital productivo, y las rentas por poseer tierras. Este último ingreso lo definía como “no productivo”, o sea sólo el resultado de solo tener la propiedad sobre un recurso, condición que podía ser extendida a otras áreas, como por ejemplo tener el derecho exclusivo a importar un producto en particular. De esta manera Smith llegó a la conclusión de que un mercado realmente “libre” correspondía a aquel libre de rentas artificialmente construidas.

Pero es a David Ricardo (1772-1823), algo así como el segundo padre de la economía, a quien normalmente se le atribuye la definición que más ha perdurado de renta. Ricardo observó la relación entre la fertilidad de la tierra y la ley de los rendimientos decrecientes, en que a medida que existe una mayor demanda por cultivar más tierras, los dueños de aquellas tierras más fértiles pueden cobrar a quienes la trabajan (los capitalistas) un valor extra con respecto a tierras menos fértiles. Y fue a este valor extra que Ricardo definió como “renta”. Y en el caso de la minería, Ricardo estableció que además se debía pagar una regalía al dueño del recurso por el material extraído. Esto como compensación por la pérdida patrimonial que sufre el dueño del recurso al ser este no renovable.

Luego, a principios del siglo pasado aparecieron los llamados economistas “neoclásicos”, quienes desarrollarían una teoría de valor determinada por precio (una visión alternativa a la marxista y a la clásica en general, quienes proponían que la fuente real de valor económico era el trabajo). La corriente neoclásica, en gran medida dominante hasta hoy, sostuvo que el concepto de “rentas” debía considerar cualquier exceso en las utilidades “normales”, o sea todo por sobre aquello que ya es suficiente para mantener los incentivos y niveles de inversión de una determinada actividad productiva que ocurren en un mercado competitivo. Este exceso puede darse, entre otras razones, por diseño (por ejemplo una patente), debido a la escasez de un factor productivo (por ejemplo de un recurso natural), o por alguna distorsión mercado (por ejemplo acciones monopólicas no reguladas).

Pero tomando en cuenta lo anterior, y volviendo a nuestra mundana realidad, ¿no es el principal argumento de nuestros neoliberales en contra de implementar un royalty efectivo, que se corre el riesgo de desincentivar la inversión? Bueno, esto solo nos recuerda que hay una diferencia fundamental entre ser ideológicamente dogmático, y simplemente no entender muy bien tu propia ideología. Porque al ser las rentas ganancias “excesivas”, entonces todavía queda abierta la pregunta, que no se han molestado en responder, de por qué la industria minera necesitaría esas ganancias excesivas --o sea que el dueño del recurso lo subsidie regalándole su renta--, para justificar la inversión. Econ 101… (como les gusta decir a ellos).

Así entonces, nos damos cuenta que siguiendo las líneas más clásicas y ortodoxas de pensamiento económico, dentro de los ingresos de las compañías mineras que operan en Chile, se debiera hacer la distinción entre aquellos ingresos “ganados”, o sea los que corresponden a la actividad productiva de extraer y comercializar el cobre --que ya debiese generan el retorno suficiente para justificar la inversión--, de aquellos ingresos que provienen simplemente de tener acceso al mineral que está en la roca, recurso ya existente y que constitucionalmente pertenece a todos los chilenos. Este acceso al mineral es lo que en definitiva explica el retorno excesivo obtenido por las compañías mineras, que poco tiene que ver con alguna supuesta eficiencia extraordinaria, o cuánto han reinvertido las compañías en sus procesos productivos. Además, no olvidemos que después de décadas de ganancias estratosféricas, la minería privada sigue exportando principalmente un producto que es dos tercios basura (escoria).

¿Y cómo hacen otros países? Como hemos mencionado antes, Noruega, por ejemplo, ha logrado crear el fondo soberano más grande del planeta --un millón de millones de dólares-- justamente gracias a su capacidad de captar gran parte de las rentas generadas por la extracción de petróleo, que en el caso de extracción privada es a través de un impuesto específico de 55% por sobre el impuesto a las utilidades de 23%. Con este fondo, no sólo se han estado preparando para cuando este recurso deje de existir o sea reemplazado, sino que anualmente a través de su rentabilidad cubren hasta un 20% del gasto público, y en este período extraordinario de pandemia les permitió acceder a US$ 40 mil millones extra, más que todo el presupuesto público chileno en un año normal. Eso es lo que allá probablemente llaman tener un “Estado moderno”, aquel que se beneficia de un entendimiento más sofisticado de los procesos productivos: o sea que la extracción de un recurso natural no necesita del incentivo (subsidio) de tener ganancias excesivas (rentas).

Pero nosotros ya tenemos un royalty, ustedes dirán, justamente uno creado por nuestra centroizquierda. Bueno, Sturla calcula que lo que se percibe en términos efectivos por este llamado “royalty” es tan bajo, algo así como un 1% de lo que producen, que ni siquiera alcanza para compensar por el agua que las mineras utilizan y que, nuevamente, el Estado les regala.

En fin, Matthei parece tenía razón, nuestra centroizquierda cree mucho en regalar. Así es como ninguno de los actuales precandidatos/as del sector han mostrado el menor interés por cambiar esta dinámica. Esto en momentos en que los medios hace meses nos avisan que está comenzando un nuevo súper ciclo del cobre, y en que se supone que no sólo hay que hacer reformas importantes a nuestro sistema de protección social, sino que también a parte de nuestro sistema productivo. Hasta el momento, el más radical del sector ha sido Rodrigo Valdés, quien en una columna reciente describe esta pérdida de recursos como una simple “percepción” que puede ser correcta, quién sabe, porque “nos faltan mejores datos para tener una discusión informada”, nos advierte. Lo que no explica Valdés es por qué después de treinta años y 5 gobiernos de centroizquierda, todavía no tenemos esos datos.

Tal vez la alcaldesa donde se quedó un poco corta es que lamentablemente no es solo nuestra centroizquierda la que cree más en regalar, sino que por alguna razón gran parte del espectro político no puede controlar esta extraña compulsión de generosidad para con las grandes compañías mineras privadas. Y que hasta el momento sea solo nuestra “extrema izquierda” la que ha mostrado una más bien tímida preocupación por el tema, solo nos recuerda los niveles de distorsión ideológica en los que vivimos. Porque como el pensamiento económico más elemental pareciera demostrar, la necesidad de captar nuestras rentas mineras no debiese ser un tema de “izquierdas” vs “derechas”, sino más bien la diferencia entre un capitalismo virtuoso, y uno muy confundido, rentista e ineficiente. Uno podría pensar que no hay donde perderse…



* Publicado en The Clinic, 11.03.21.

El individualismo como un absurdo perjudicial




El individualismo como filosofía plantea un ideal, fantástico o utópico por lo demás, acerca de un individuo aislado, fuera de contexto y válido por sí y ante sí. En el siglo XVIII, el filósofo británico Jeremy Bentham escribió, en su Psicología del hombre económico, una de las más gráficas descripciones de individualismo que he tenido oportunidad de leer:
"...el yo lo es todo, comparado con el cual, las demás personas, agregadas a todas las cosas juntas, no valen nada"
De la mano de filósofos como Bentham, quien elabora su pensamiento como miembro de una tradición que se remonta a por lo menos un siglo atrás, el individualismo se fue transformando en una descripción evidente de una supuesta naturaleza humana. Lo cual, de una u otra forma, se relacionó y potenció con los procesos de emancipación burguesa que lucharon por liberar a las personas, en tanto individuos, de las ataduras y coerciones del Antiguo Régimen, de la tradición y de lo colectivo en general.

En una época eurocentrista donde no solo los europeos asumían que Europa occidental era y debía ser la parte del mundo más importante y el modelo a seguir, no hubo problema para transformar el individualismo en una antropología, sociología, política y economía. 

Es decir, primero una fantasía se tomó por verdadera y después se la llevó a la práctica fundada y legitimada por ser considerada verdadera.

A la fecha la "ciencia económica", también un desarrollo fruto del proyecto burgués europeo occidental moderno, es la punta de lanza del individualismo. Esta ideología disfrazada de técnica estudia y norma las sociedades por medio del "individualismo metodológico": se asume que los individuos, aislados y atomizados, son calculadores de costos y beneficios. Maximización que ocurriría no solo en sus elecciones productivo-comerciales, sino en todo ámbito y momento.

Ese fantástico pase mágico se puede llevar a cabo al asumir que el individualista "hombre económico" es real y emplea su "racionalidad económica" en cada instante de su vida. De ahí que se pueda llegar al extremo de creer que toda decisión o elección humana es económica. Por tanto, finalmente, todo asunto se explica fácil y, más importante aún,  correctamente desde el "enfoque económico".

Por eso algunos, sobre todo los ortodoxos, hablan del "imperialismo" de la "ciencia económica" que coloniza los ámbitos de otras disciplinas socioculturales[1]. La disciplina llegó a ese alto estatus al ser la "ciencia" que sí comprendió la verdadera naturaleza humana... y tiene, ¡por si ya no fuera poco!, las herramientas técnico-matemáticas para analizar, describir y predecir esa singular naturaleza[2].

Dicha perspectiva del "enfoque económico" asume a individuos calculadores de costos y beneficios, aislados, atomizados. Algunos economistas afirman, con un espíritu pragmático, que si bien es un modelo muy simplificado, igualmente es útil. Aun así, tal como los ortodoxos, terminan estudiando y normando las cosas desde esa mirada.

Sin embargo, desde cualquier disciplina sociocultural seria se sabe, por gran cantidad de material empírico, que no han existido, no existen, ni existirán seres humanos aislados y fuera de contexto. La valoración de cada persona como una individualidad absoluta por sí y ante sí --de hecho, una idea occidental moderna que no existe y no se comparte en otras culturas--, nunca podrá reemplazar la realidad de que el homo sapiens es una especie que evolucionó, se mantiene y reproduce socialmente.

En otras palabras, se puede decir que alguien es porque inexorablemente somos. ¡Es imposible otra opción! Un historia conjunta nos construye como personas individuales y, al mismo tiempo, en tanto partes de una comunidad. Esa mismo espíritu y realidad colectiva construye a cada comunidad.

De esa circunstancia da buena cuenta, en el campo de la moral, el filósofo Alasdair MacIntyre en su libro Tras la virtud:
"Solo puedo responder la pregunta '¿qué voy a hacer?' si puedo responder una pregunta previa, '¿de qué historia o historias resulta que formo parte?' (...) Todos nos acercamos a nuestras propias circunstancias siendo portadores de una identidad social particular. Soy el hijo o la hija de alguien, el primo o el tío; soy un ciudadano de esta ciudad o de tal otra, estoy adscrito a tal o cual gremio o profesión; pertenezco a este clan, a esta tribu, a esta nación. Por tanto, bueno para mí tendrá que ser lo que lo sea para quien desempeñe esos papeles. Como tal, heredo del pasado de mi familia, de mi ciudad, de mi tribu, de mi nación, una variedad de deudas, herencias, expectativas justificadas y obligaciones. Constituyen lo que le ha sido dado a mi vida, mi punto de partida moral. Esto es lo que, en parte, le da a mi propia vida su particularidad moral"
La irrealidad del individualismo es evidente. Si a alguien le atrae esa definición, claramente está en su derecho de respaldarla. Pero sobre el entendido, fruto de los datos empíricos, de que es una fantasía o utopía. Esto último, en todo caso, es muy distinto creer o aceptar tal idealización como la verdadera naturaleza humana.

También nos parece aquí evidente la inconveniencia práctica de asumir el individualismo como principio ético o guía de la acción. Si bien puede parecer atractivo para los culturalmente modernos y/o modernizados realzar la condición individual de las personas, estimamos aquí que ello es muy distinto a utilizar el individualismo como principio para guiar nuestros actos en sociedad.

No hace falta ser un gran intelectual para rechazar el individualismo, sencillamente, basta que Ud. se pregunte: ¿le gustaría convivir con ese tipo de gente?



NOTAS:

[1] Los fundamentalistas tienen plena seguridad en el imperialismo de la "ciencia económica". No obstante, quienes no se reconocen extremistas, terminan igualmente asumiendo el "enfoque económico" y trabajando como "expertos", sin ningún pudor, en campos diferentes del productivo-comercial.

[2] Luego de tragedias como la crisis subprime del 2008, entre otros casos, la capacidad de predicción de "la más científica de las ciencias sociales" pasa a ser una mala broma... cuando no una serie de espurias y simplonas correlaciones que pretenden ser causales.

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