"Chile no va a cambiar mientras las élites no suelten la teta"




Felipe Lamarca es ingeniero comercial de la Universidad Católica y, sin haber sacado un posgrado en economía la Universidad de Chicago, es considerado un Chicago Boy. Ambos datos hablan de su ortodoxia económica y política, la que se vio reflejada en su rol como funcionario de la dictadura cívico-militar (director del Servicio de Impuestos Internos en 1978 y 1984; y superintendente de Valores y Seguros en 1982); y en su cercanía a la UDI. También fue presidente de la patronal SOFOFA y ha ocupado diversos cargos directivos en grandes empresas.

Ahora bien, ese poco halagüeño currículum no fue obstáculo para que hace más de quince años tuviera la capacidad de ver la depravación del sistema de mercado en el país. Aunque ello es algo obvio, a la fecha, sigue siendo un dogma la mentira de que Chile se rige por ese sistema.

Al 2021 las élites siguen sin querer "soltar la teta" y han hecho todo lo que está en sus manos para retrasar sino imposibilitar reformas. Irónicamente, en ese empeño terminaron posibilitando el movimiento del 18 de octubre y la convención constituyente.


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El ex hombre fuerte del grupo Angelini y ex presidente de la Sofofa advierte que hay que corregir urgentemente el modelo económico de mercado y democratizar la política. Acusa una complicidad entre las elites políticas y económicas para mantener todo igual y las insta a cambiar para terminar con la desigualdad y para que el mercado funcione con más competencia y menos concentración de poder.


Claudia Álamo


Felipe Lamarca está en su casa y anda de ciudadano por las calles de Santiago. Hace seis meses que dejó la presidencia de Empresas Copec y afirma que rechazó las ofertas de la derecha para ir como candidato a senador, porque no le interesa la política partidaria ni parlamentaria. Dice que sí lo motivan los temas políticos, económicos y sociales del país.

En todo este tiempo fuera del mundo de los negocios, el ex presidente de la SOFOFA [Sociedad de Fomento Fabril] ha elaborado una crítica frontal a la forma en que el mercado está operando y a la falta de democracia, que --a su juicio-- impera en la política chilena. Tal vez lo sorprendente es que ese crudo análisis viene de un hombre que estuvo casi 20 años a la cabeza del mayor holding empresarial del país y desde muy joven --cuando era estudiante universitario-- se planteó siempre a favor de la lógica de mercado. Hoy considera que lo que todos llaman “economía de mercado” no es tal, porque la competencia ha desaparecido de la mano de las grandes fusiones y de la concentración económica. Es por eso que apunta directamente sus dardos hacia las elites económicas y políticas, que, según él, están muy cómodas en el esquema actual y tienen muy bajos incentivos para corregir aquellas cosas que no funcionan bien, como la falta de competencia y la desigualdad en los ingresos y las oportunidades.

-Hoy todos hablan de superar pobreza y mejorar la redistribución del ingreso. ¿Cómo observa esa discusión? ¿Será una preocupación real en la elite o sólo un tema de campaña?

-No tengo duda de que existe una cierta complicidad entre las elites políticas y económicas. Ellas están de acuerdo y eso ha significado cosas buenas para el país. Hemos tenido importantes acuerdos en materias económicas y sociales y el país ha podido progresar. Pero también tiene cosas malas. La elite económica le rinde pleitesía a la elite política y, por su parte, los políticos dicen: “¡Qué buena es nuestra elite económica!”, porque el país surge y estamos súper bien en la escala mundial.

-¿Cuál es el lado malo de esa complicidad?

-En que todos dicen que tenemos un problema social objetivo, que hay un malestar en la gente, se habla mucho, pero hacemos poco. O sea, parece ser de buen tono, es políticamente correcto hablar del tema social, pero a la hora del diagnóstico profundo, de tomar las medidas concretas, de hacer las cosas, las elites hacen poco.

-¿Les falta sensibilidad para resolver los problemas sociales?

-No, es más bien una complicidad que se ha dado fuerte en estos años por las condiciones históricas del país. Cuando llegó la democracia, había temores de lado y lado y es ahí donde se empieza a construir esa complicidad. No sólo para ir asentando la democracia, sino que también para ir avanzando como país. Y como eso funcionó bien y dio resultados, hoy nadie quiere cambiarlo.

-¿Pero cuáles son esos temas sociales que la elite no recoge?

-Pongamos las cosas en contexto. El término de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín, la globalización, han llevado al mundo a otro derrotero. Gracias al avance de la ciencia, de la economía, de la política, existe una especie de cultura del respeto, de la dignidad. Y dentro de esta cultura más democrática, el tema de la desigualdad es un asunto muy profundo. Y en el caso de Chile, el problema es durísimo y la desigualdad va a empezar a ser cada vez más crítica. No se trata sólo de una desigualdad en el ingreso. También lo es en los tratos laborales, en la desigualdad frente a la justicia, a las alternativas, frente al empleo. Aquí el país crece a un 6%, pero ¿cuánto creció el empleo, cuánto creció tu salario? Algo pasa en el sistema que no está funcionando.

-¿Hay que corregir el modelo?

-Absolutamente: hay que corregir el modelo. Es urgente hacer reformas. No encuentro que haya un mejor sistema económico que el de mercado, pero el mercado se basa en la competencia y ésta supone que todos compiten para equilibrar las cosas, los precios. Pero como el mundo se ha ido concentrando, la competencia se ha ido terminando.

-O sea, la tendencia al monopolio ha anulado la competencia.

-Claro. Tanto en Chile como en el mundo uno ve que hay sólo tres empresas por rubro. Eso se ve en farmacias, en los supermercados y en muchas otras áreas. En la universidad me enseñaron que cuando había uno solo se llamaba monopolio; cuando había dos era un duopolio y cuando eran más se llamaba oligopolio. Y aquí estamos en los “polios” tanto en la política como en la economía. El problema es que hoy estamos ante la paradoja de que el mundo va hacia la democracia, pero en Chile hay menos democracia en lo económico y también en lo político.


La conciencia ética

-¿Ve voluntad de parte del empresariado para hacer cambios en el modelo?

- No mucho todavía. Son culturas que se van creando. Es como decir: “Me fue bien, entonces me voy a comprar la empresa del lado y ahí veo qué porcentaje del mercado controlo. Y si le agrego un servicio más, sobre los mismos gastos, tengo una rentabilidad mayor”. Así es como los empresarios y los ejecutivos se van metiendo en esta dinámica. Porque a medida que te va bien, te vas convirtiendo en un prohombre de la sociedad. Entonces, cuesta mucho cambiar. Pero, por otro lado, va cundiendo la idea de que no podemos seguir con este malestar social, con esta tremenda desigualdad y que es cada vez más urgente corregir el modelo.

- ¿Por qué? ¿Cuál es el riesgo?

- Que cuando las cosas siguen, explotan.

- ¿Y podría darse una explosión social como en Argentina, en que la gente salga a las calles y diga: “No más…”?

- Estamos lejos de llegar a eso, pero uno podría acercarse a muchas cosas de ese tipo. Porque cuando eres consumidor y la cuenta de tus servicios básicos no calza, siempre eres tú el que tiene que arreglar el error de los otros. La gente empieza a tener la sensación de que permanentemente se lo afilan. Esa cuestión es súper mala. Entonces, tenemos que corregir el modelo para que efectivamente haya libre competencia. No más fusiones. Uno sabe que cada nueva fusión es más desempleo. Y así vemos cómo todos los empresarios chicos y medianos están desapareciendo. ¿Y qué hacemos? ¿Los ayudamos o dejamos que vayan siendo comidos uno a uno? Aquí necesitamos una comisión antimonopolio fuertísima. Y así como hay un poderoso empresario, también tiene que haber un poderosísimo defensor de los derechos de los consumidores. Tiene que imperar una ética distinta.

- ¿Cómo introduce la ética en el mercado?

- En que uno tiene que ser ético y equitativo en sus decisiones. Sé que provocar los cambios es difícil. Todos tienen algo que defender, pero es urgente hacerlo. Tenemos que ir generando una cultura equitativa distinta en el país. Tiene que haber mayor conciencia ética.

- ¿Es correcta la manera en que el gobierno ha defendido a un empresario como Andrónico Luksic?

- Ese es un tema distinto. A mí me cae muy bien Andrónico. Tengo una buena amistad con él y espero que le vaya bien en su proceso, que haya justicia y equidad. Ahora, dado ese problema, el gobierno tiene que ser muy cauto. El gobierno tiene relaciones diplomáticas con Perú, tenemos problemas pendientes, y en la medida de lo razonable y de lo justo, si el gobierno tiene que hacer cosas, que las haga, pero hay que mantener los planos.

- ¿El gobierno ha sido cauto?

- No lo sé. No conozco el proceso. Si es menester, el gobierno puede prestarle toda la ayuda necesaria a Andrónico Luksic y si hay algo que le parezca injusto, arbitrario o discriminatorio de parte del Perú, el gobierno puede representarlo. Pero en la causa misma del juicio y si ésta está funcionando por los cánones regulares correctos, es un tema de un ciudadano independiente. Y el gobierno no tendría nada que hacer en ese caso. Creo que tenemos que mantener el asunto en planos distintos.

- ¿Por qué?

- Porque Chile tiene que preservar sus relaciones con Perú de la mejor forma posible, no sólo porque es un país limítrofe, sino porque tenemos una historia y mucho futuro con ese país. Piensa tú que entre Chile y Perú manejamos gran parte del cobre del mundo y también manejamos gran parte de la línea de pescados y de las proteínas del mar del mundo, entre muchas otras cosas más. Entonces, una alianza entre Chile y Perú debiera ser una cosa bienvenida para ambos pueblos.


Lamarca, ¿autoflagelante?

- Su crítica el modelo suena un poco autoflagelante. El horizonte económico se ve bien aspectado, todos celebran la proyección del próximo año, está bajando el desempleo…

- No me siento autoflagelante. Soy un independiente que observa mucho y veo que hay mucha gente que no está bien, sobre todo los sectores medios que están viviendo muy apretados y al lado uno ve unas tremendas utilidades. La desigualdad se va a transformar en un problema nacional. Tenemos un problema de poderes que afectan a la democracia, porque al irse concentrando, también vas concentrando el poder. Y eso te da también un enorme poder de negociación con el consumidor, con los trabajadores, con tus eventuales competidores…

- Durante 20 años usted trabajó en el grupo Copec, que para muchos representa esa concentración económica del país que usted considera inapropiada. ¿Cómo se entiende este cambio en su forma de ver las cosas?

- No hay ningún cambio en la forma de ver las cosas. Los seres humanos nacemos en un tiempo y en un espacio determinado, y lo importante es que tratemos de vivir de acuerdo con lo que pensamos. Uno quiere cambiar muchas cosas, pero no puede cambiar el mundo. Entonces, no hay ninguna inconsecuencia. Puedes preguntar en Impuestos Internos, en el sector público, y en Copec cómo fui yo. Si traté de hacer las cosas lo más éticamente posible, si intenté aplicar lo que digo. Y si ves todos mis artículos en La Tercera, verás que hay una línea consistente desde siempre.

- ¿Pero hay algún punto de inflexión, algún episodio que marcó su interés por la desigualdad?

- No. Siempre he pensado lo mismo y lo he escrito en innumerables columnas. Muchas veces dije cosas muy duras. Así que no hay ningún cambio en mi pensamiento. La necesidad de que impere la ética en el sistema de mercado y en la vida de los negocios, y que las cosas sean más equitativas está siempre presente.

- ¿Qué medidas concretas podrían implementarse ahora?

- Lo que he dicho: tenemos que tener un zar de la libre competencia, una defensa potente al consumidor. Hay que pensar en una ética distinta en si uno le va a pagar, por ejemplo, a su empleado o contratista, mantenga una cierta proporcionalidad en eso. Creo que debería haber más conciencia y que los tribunales económicos actuaran más en conciencia que en derecho estricto; fijarse muy bien cuando vienen las fusiones y analizarlas detenidamente. En fin… que no le hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti. No puede ser que quieras que te paguen al contado y tú pagas a seis meses, y puedes hacer eso porque tienes un cierto poder de negociación que otro no tiene.

- ¿Cómo toman este discurso los empresarios? ¿Lo aceptan o lo resisten?

- Si hay algo que ha cambiado, es que las cosas son más abiertas, más diversas, y la gente tiene menos temor a expresarse. Como en todas las cosas en la vida, hay gente del mismo sector empresarial que te encuentra razón y otra que piensa que estás equivocado.

- ¿Hay un corte generacional en esto?

- En alguna medida, sí. La gente más joven es más proclive a tomar estas ideas y conceptos sociales de ética y de igualdad. Eso es cierto. Uno encuentra mejor eco en la gente más joven que en aquellos que vivieron la Guerra Fría.

- ¿Ahí se ubican los neofácticos?

- Los periodistas han hablado de los neofácticos, pero creo que sólo son generaciones de reemplazo y es algo que sucede naturalmente. Es obvio que las generaciones de reemplazo van trayendo más ideas nuevas.


La lámpara del Municipal

- Dice que hay que democratizar también la política. Concretamente, ¿a qué se refiere?

- Este país está dividido en dos grandes bloques producto del sistema binominal. Reconozco que ese sistema político modera y equilibra. Pero de repente uno se da cuenta de que siempre son los mismos. Muchos de los actuales candidatos a parlamentarios van en su tercera reelección. Son los mismos, son los históricos, los fundacionales. Dentro de esos conglomerados no hay democracia. Después, yo miro a gente como Andrés Allamand, a quien le tengo un gran aprecio, pero me habría gustado que tuviera un competidor.

- ¿Para que la competencia lo legitimara?

- Evidente, porque a partir de eso que pasó en Valdivia con Allamand se puede dar la misma en todas las demás regiones. Y podemos terminar con parlamentarios semidesignados. Entiendo que acabamos de eliminar la figura de los senadores designados… Entonces, es urgente meter más democracia a la política. No puede ser que si tú o yo nos queremos inscribir, tengas que pagar ese impuesto político que les cobran a los independientes que es la condición de reunir 30 mil firmas y no sé cuántos problemas más. Es un tema que hay que discutir. Yo no quiero que me obliguen a votar siempre por los mismos.

- Probablemente, para cambiar el modelo la derecha tiene que sensibilizarse con la necesidad de corregirlo. ¿Hay espacio para ello?

- La Alianza no ha sido capaz de plantear alternativas razonables ni imaginativas para que el mercado opere de verdad.

- ¿Cree que, de alguna manera, la derecha se siente obligada a defender esas parcelas de poder?

- Bueno, el decil más alto de nuestra sociedad se lleva gran parte de los ingresos y ese decil tiene mucho que ver en las decisiones de la derecha. Ahí hay un problema serio que mucha gente lo piensa, pero que nadie se atreve a decirlo, porque hay muchas conexiones económicas, de amistad, políticas. El enredo es demasiado grande. Es gente que teme decir algo porque puede perder la pega o teme que le pase cualquier otra cosa. Al final, es más cómodo estar donde estamos. Pero lo que sí tengo demasiado claro es que aquí hay un problema de desigualdad que no da para más y hay que entrar a corregirlo.

- O sea, ¿el chorreo no funciona?

- Funciona a gotas. Eso es lo que, desgraciadamente, ha demostrado la concentración. Porque si estuviéramos en un sistema de mercado con competencia, que funcionara bien, el chorreo sería una realidad. Pero en un sistema que sólo tiene de mercado el nombre, pero todos los poderes están concentrados, el chorreo funciona a goteo. Y tan así es que crecimos a un 6,2, ¿y hacia dónde chorreó el 6,2?

- ¿Y cómo se mejora esto?

- Tenemos que preocuparnos del tema; terminar con esta elite que se pone de acuerdo y que lo pasa bien. Esa imagen se cristaliza en esos grandes eventos que se hacen en el Teatro Municipal, donde todos van de invitados, porque pagar es rasca, y te encuentras con todos los empresarios y con todos los políticos. Ahí está la elite de Chile. Si se llega a caer la lámpara del municipal, queda el desparramo. Ellos están felices, pero qué pasa con el pequeño almacenero, con el viñatero chico o el panadero.

- Pero usted también es parte de esa élite, ¿o no?

- Por supuesto. Pero tengo derecho a disentir y a decir lo que pienso. Aunque es difícil, muy difícil… Tengo la impresión de que Chile no va a cambiar mientras las elites no suelten la teta. Y creo que va a ser muy difícil que las elites políticas y económicas se decidan a soltarla.



* Esta entrevista se publicó en La Tercera, 09.10.05.

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