La negociación colectiva por rama y el cuento del lobo




La situación de quienes viven de un salario excede con mucho a las propuestas un candidato para las próximas elecciones presidenciales. Estime o no dar su voto a Boric, es un problema que se arrastra por siglos, como asimismo las falacias y mentiras de los sectores empresariales y de esos fieles abogados de sus intereses que son los economistas.

La sensata y sólida columna que aquí reproducimos es de un profesor de una Universidad liberal. No obstante, Adam Smith, el propio "padre" del liberalismo económico, afirmó en su Riqueza de las naciones (1776) la debilidad de los trabajadores en su relación con los patrones:
"Sin embargo, no es difícil de prever cuál de las dos partes saldrá gananciosa en la disputa, en la mayor parte de los casos, y podrá forzar a la otra a contentarse con sus términos. Los patronos, siendo menos en número, se pueden poner de acuerdo más fácilmente, además de que las leyes autorizan sus asociaciones o, por lo menos, no las prohíben, mientras que, en el caso de los trabajadores, las desautorizan. No encontramos leyes del Parlamento que prohíban los acuerdos para rebajar el precio de la obra; pero sí muchas que prohíben esas estipulaciones para elevarlo. En disputas de esa índole los patronos pueden resistir mucho más tiempo. Un propietario, un colono, un fabricante o un comerciante, aun cuando no empleen un solo trabajador, pueden generalmente vivir un año o dos, disponiendo del capital previamente adquirido. La mayor parte de los trabajadores no podrán subsistir una semana, pocos resistirán un mes, y apenas habrá uno que soporte un año sin empleo. A largo plazo, tanto el trabajador como el patrono se necesitan mutuamente; pero con distinta urgencia."


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Sergio Gamonal


Uno de los puntos centrales del programa propuesto por Gabriel Boric es ampliar la negociación colectiva mediante un sistema multinivel/ramal, lo cual ha sido criticado por nuestra oligarquía local desde moros a cristianos, tanto por Libertad y Desarrollo (Temas Públicos 1501-1) como por expersoneros de la Concertación (véase el debate entre René Cortázar y Nicolás Grau en el CEP).

Este es un tema crucial para disminuir las asimetrías salariales y para restablecer la dignidad en el trabajo de los chilenos. En consecuencia, en esta columna, expondremos algunos conceptos básicos, revisaremos las críticas conservadoras y haremos algunas propuestas para el debate.

La idea de la negociación por rama o sector no es nueva y tiene su origen en el derecho europeo. En efecto, en la Unión Europea existen mecanismos de extensión de los contratos colectivos en casi todos los países, con solo pocas excepciones donde la negociación es a nivel de empresa (Gran Bretaña y Malta). En los 16 países con mayor productividad laboral en la OCDE, en el año 2014, existía negociación colectiva ramal, siendo en algunos la forma predominante de negociar (Durán). En este contexto, el promedio de la cobertura de la negociación en los países de Europa Occidental es de alrededor del 70% y, en los 28 países miembros de la Unión Europea más Noruega, el promedio es del 62%. En algunos de estos países la cobertura supera el 80%, por ejemplo, Austria, Bélgica, Francia y Suecia (Bronstein).

Contrastan estas cifras con América Latina, que alcanza una cobertura bastante modesta, menor al 10%, con excepción de Uruguay y Argentina (Carrillo). Nuestro país tampoco supera este porcentaje (Durán y Gamonal).

El nivel de cobertura de la negociación se refiere a cuántos trabajadores son beneficiarios de la misma y está en directa relación con el nivel de negociación, es decir, la cobertura es mayor cuando la negociación es por rama o sector o cuando hay mecanismos institucionales que permiten extender los contratos colectivos a terceras personas (Bronstein).

En la actualidad, la falta de poder de los trabajadores chilenos, las dificultades de sindicalizarse y la imposibilidad de presionar por mejoras a través del derecho de huelga, implican su sometimiento a la voluntad unilateral del empleador, lo que incide en malas condiciones de trabajo y salarios que no representan el aporte del factor laboral a la productividad. La impotencia de los trabajadores cuando no cuentan con poder sindical está bastante documentada en la literatura académica de países desarrollados, que incluso hace referencia a los perniciosos efectos del autoritarismo empresarial dentro del lugar de trabajo (Anderson, Favereau, Ferreras, Unger, etc.).

Por otro lado, la cobertura no es un dato irrelevante si consideramos que la negociación colectiva sirve no solo para aumentar el salario, sino también para permitir que los trabajadores participen y tengan voz dentro del lugar de trabajo (Davidov, Stern, Rosenfeld, Western). Asimismo, producto de la crisis del 2008, han aumentado los estudios académicos que sostienen que un sindicalismo fortalecido favorece la deliberación democrática y consolida a la clase media (Stiglitz, Visser, Traxler).

Por tanto, concordamos plenamente con la propuesta de Gabriel Boric de fortalecer la negociación colectiva a nivel ramal.

Pero las críticas no se han hecho esperar, a saber, una medida como esta desincentivará la inversión, disminuirá el crecimiento, afectará gravemente a las pymes y favorecerá la informalidad laboral.

Cuando se aprobó la primera Ley Laboral en el año 1802 en Gran Bretaña, las críticas empresariales eran similares. Como la ley disminuía la jornada laboral de los niños y niñas aprendices de hasta 3 años de edad, de 16 a 12 horas diarias, los empresarios de la época y sus lobbistas, así como los economistas, aseguraron que una ley de dicha naturaleza afectaría gravemente la economía, se concederían ventajas a los competidores extranjeros y los niños con “tanto tiempo libre” se convertirían en alcohólicos (Ramm). Fue la primera vez que se utilizó el “cuento del lobo” para intentar impedir la protección del trabajador. Y fue la primera vez de muchas otras que fracasó, ya que Gran Bretaña durante el siglo XIX fortaleció su supremacía económica, no obstante las numerosas leyes laborales y sindicales de dicho siglo, y no obstante la reiteración chabacana por parte de los economistas acerca de los peligros que podía entrañar la tutela del trabajador.

Respecto de la primera crítica, de ser cierto que la negociación ramal desincentiva la inversión, países como Austria, Bélgica, Francia o Suecia debieran tener este tipo de problemas, considerando que sus sistemas ramales cubren a más del 80% de los trabajadores. Pero no es el caso, dado que los fenómenos económicos son complejos, y la inversión depende de muchas variables. Por ejemplo, en Chile, aunque se incrementen los impuestos, las medidas ambientales y las protecciones laborales, es difícil pensar que se dejará de invertir en minería, ya que, siguiendo con el ejemplo, litio solo hay en Chile y Bolivia. En otras palabras, no es necesario regalar nuestros minerales, sin royalty y sin impuestos, por temor a la deslocalización, ya que el mineral está aquí y no en otro lugar. Sin embargo, el lobby minero y de muchos economistas ha logrado que la política nacional crea que hay litio en cien países y si no se obsequia los inversores se irán a otro continente a explotarlo.

La segunda crítica apunta a un tema importante, el crecimiento, pero oculta un problema de fondo. ¿A qué precio crecer? ¿Vamos a fomentar las zonas de sacrificio y el trabajo indigno solo para crecer? ¿Se oponen crecimiento y redistribución? Viendo la historia de los países desarrollados, la respuesta es negativa, es decir, el desarrollo implica una mezcla virtuosa entre crecimiento y redistribución (Chang, Palma). Si falta uno de estos elementos, hay subdesarrollo. Respecto de la negociación colectiva, los economistas no han logrado demostrar en estudios empíricos serios que afecte la marcha económica (Cahuc y Zylberberg), lo que es aplicable también al caso de la negociación ramal o sectorial (Traxler y Brandl).

En cuanto a las pymes, nuevamente debemos señalar que países como Austria, Bélgica, Francia o Suecia, con negociación ramal que cubre más del 80%, tienen mucho más desarrolladas las pymes que Chile, donde menos de diez megamonopolios familiares dominan toda la economía, afectando la libre competencia y consolidando un capitalismo jerárquico, de baja productividad y monopolista (Schneider). Además, todos los sistemas ramales contienen normas que permiten el descuelgue de empresas con problemas económicos. Asimismo, la negociación ramal permite que no se compita con bajo precio de mano de obra, lo que, contraintuitivamente, favorece muchas veces a la gran empresa que hace competencia desleal, es decir, paga peor que la pyme. Por ejemplo, en nuestro país, la mitad de los trabajadores que ganan el ingreso mínimo están contratados en las grandes empresas (Fundación Sol). En otras palabras, la negociación ramal favorece la libre competencia y excluye que se deprede a los trabajadores bajando los salarios todo lo posible.

Finalmente, la informalidad laboral tampoco es un problema en países con negociación ramal, como Austria, Bélgica, Francia o Suecia. De hecho, Chile, actualmente, tiene más informalidad que estos países.

Por tanto, ¿qué sistema debiera contemplarse en un futuro gobierno de Gabriel Boric?

Cabe recordar que Chile tuvo una tradición de negociación ramal con las comisiones tripartitas y sus tarifados (Ley N° 17.074) y con la Ley de Sindicación Campesina (Ley Nº 16.625). El artículo 7º de la Ley Nº 17.074 disponía:

“Artículo 7°.- Se faculta al Presidente de la República para crear Comisiones Tripartitas compuestas de representantes de las Confederaciones, Federaciones o Sindicatos de Trabajadores, a falta de aquéllas, representantes de las organizaciones de empleadores y representantes del Gobierno, destinadas a fijar remuneraciones y condiciones de trabajo mínimas, por rama de actividad y reglamentar su constitución y funcionamiento.

"Además, dichas comisiones podrán fijar, por la unanimidad de sus miembros, remuneraciones y condiciones de trabajo superiores a las mínimas y comunes a toda la rama de actividad.

"Las resoluciones de las Comisiones Tripartitas referentes a las materias señaladas en los incisos precedentes, serán obligatorias para los empleadores y trabajadores de la respectiva rama de actividad. Su incumplimiento será sancionado conforme al artículo 5° de la presente ley”.

Considerando la debilidad de los sindicatos en nuestro país, el restablecimiento de los tarifados podría ser un primer paso para la consagración de un sistema ramal de negociación colectiva. Lo anterior, podría complementarse con una institucionalidad especial, como la de los consejos de salarios en Uruguay, que logran una cobertura de negociación ramal superior al 90%.

Por cierto, y para que la mayoría de los economistas locales no se angustie con el cuento del lobo, Uruguay tiene el coeficiente de Gini más bajo de la región (más igualitario) y es el país con mayor PIB per cápita de Sudamérica, combinado con una importante clase media, y con educación y la salud estatales y gratuitas. Según la revista Forbes, en el 2019 Uruguay y Chile eran los mejores países para hacer negocios en la región.





* Publicado en El Mostrador, 29.09.21. Sergio Gamonal es profesor de Derecho de la U. Adolfo Ibáñez y director académico del Magister en Derecho Laboral y Seguridad Social (MDLS), de dicha Universidad.

Mindfulness: Pensar en positivo ni sube el sueldo ni quita carga de trabajo




El problema está en ti y no en el sistema: la pandemia y el teletrabajo han liquidado del imaginario la oficina enrollada con neveras llenas, pero ahora se expanden iniciativas y talleres de autorrealización personal que en su esencia responsabilizan de la productividad, del rendimiento y del estrés al propio trabajador.


Noelia Ramírez

Cuando llegó la pandemia, Carlos estaba haciendo las prácticas curriculares en una empresa de cruceros a la que se aplicó un ERTE de reducción de jornada al 50%. El día que el director general de España comunicó la noticia por videoconferencia a todos los trabajadores, hizo saber que «para llevarlo mejor» y afrontar la situación «desde otra perspectiva porque la gente lo estaba pasando muy mal», la empresa iba a ofrecer formaciones «enriquecedoras» para su nuevo horizonte laboral. Las buenas intenciones de aquel anuncio se quedaron en dos sesiones de dos horas con una exdirectora de Recursos Humanos de Carrefour reconvertida en coach donde explicaba «las partes del cerebro límbico más relacionadas con las emociones» y apelaba a la esencia del libro Inteligencia Emocional, el superventas de Daniel Goleman que cumple ahora 25 años. «Nos recalcó que si pensábamos en positivo esto podía determinar los resultados que obtuviésemos». Mientras la empresa de Carlos urgía a sus trabajadores a autopsicoanalizarse para averiguar cómo poder rendir mejor mientras el mundo se paraba por una alarma sanitaria global, ni la carga de trabajo ni las condiciones laborales de los trabajadores, y mucho menos el sueldo, «mejoraron en nada» por pensar en positivo.

«Ahora pago más del 50% de luz de lo que pagaba, nadie me ha subido el sueldo y solo nos ofrecen o merchandising corporativo o reuniones de Zoom bajo el lema ‘It’s good to talk». Raquel trabaja en Irlanda en una de esas empresas que, antes de la pandemia, ofrecían clases de meditación y yoga gratuitas para empleados, de esas a las que «nadie nunca podía ir en realidad» por el horario en el que se ofrecían y porque el nivel de trabajo que asumían normalmente les impedía escaparse en leggings a estirar y despejarse. También tenía cenas gratis si cumplía con el KPI, un indicador clave del rendimiento del empleado. Con la llegada del coronavirus, Raquel, que trabaja en el departamento de Atención al Cliente para el mercado español y de Latinoamérica, pasó a trabajar desde casa y perdió todos aquellos benefits que tenía en la vida de oficina. «No se ha ingresado ni una libra extra. Las charlas que ofrecen nos pueden venir bien porque trabajamos en una ciudad muy depresiva y ya ni tenemos aquella vidilla de vernos unos a otros en el trabajo, ¿pero mejorar las condiciones? Eso nunca se ha planteado».

Jordi no bajó el ritmo laboral en pandemia y en su correo recibe habitualmente invitaciones a charlas motivacionales que baja el título La sorprendente conexión entre el cerebro, la mente y el bienestar prometen «desplegar el potencial humano en momentos de desafío, incertidumbre y cambio». Empleado en una de esas consultoras que han sido criticadas por quemar a sus empleados por sus jornadas maratonianas de más de 80 semanales bajo la dictadura de la eficiencia, en la empresa de Jordi, además de esas charlas motivacionales para vislumbrar las crisis como oportunidades de mayor rendimiento, los trabajadores tienen a su disposición un servicio de apoyo psicológico, un programa de mindfulness de varios niveles o clases de yoga online. Como Raquel, y como suele pasar en la mayoría de casos, Jordi nunca los ha utilizado. Como a Raquel o a Carlos, a Jordi tampoco le han mejorado sus condiciones laborales básicas.


Vive para trabajar, pero meditando

Dime cuántas actividades gratuitas de bienestar personal y mental pone a tu disposición tu empresa y te diré el nivel de estrés perpetuo con el que te suelen asfixiar. La pandemia y el teletrabajo han logrado borrar de nuestro imaginario a aquella estampa de oficina enrollada repleta de chucherías distractoras que importamos de Silicon Valley, pero en contrapartida ha instaurado una neocultura de bienestar emocional corporativo que, como explica Thom James Carter en Los programas de mindfulness corporativo son abominables se ha convertido en «una nueva cortina de humo para que, una vez más, las empresas del tardocapitalismo hagan lo que hacen mejor: poner sus beneficios por encima de las personas». De aquellas oficinas diáfanas tipo loft, las de las neveras llenas de refrescos y cervezas, las de sitios de trabajo sin determinar, las de máquinas de café rebosantes a todas horas que animaban subliminalmente a trabajar sin parar –para qué vas a ir a casa si en la oficina te ponen hasta sofás para echar una cabezadita o descansar– hemos pasado a una nueva cultura empresarial en la que las compañías se congratulan de ofrecer respuestas a la epidemia de ansiedad y estrés laboral aplicando supuestos métodos revolucionarios de bienestar emocional. “Sentarte durante una presentación de mindfulness y meditación, cuando tu bandeja de correo electrónico está a rebosar y ya hay una cantidad indecente de trabajo por hacer, puede sentirse hasta insultante», apunta Carter sobre este boom corporativo cuya estrategia es la de encajar y acomodar el bienestar emocional en la lógica empresarial. «Esa apropiación de lenguaje que mezcla superación personal y autorrealización, esa fórmula que justifica la apropiación del mindfulness y la meditación en la lógica capitalista es el nuevo truco corporativo: conseguir más dinero siempre fue la intención principal», sentencia en su ensayo.

En España, el mindfulness corporativo en las grandes compañías es una realidad. Según informa el Observatorio de Recursos Humanos (ORH), el 64% de las 102 compañías certificadas como Top Employers España ya cuenta con iniciativas en la materia como talleres de formación en mindfulness, espacios de silencio para la meditación o la práctica de la alimentación consciente. En el abanico de actividades destacan las pausas para «aliviar el estrés durante el horario laboral» (implantadas ya por el 62% de las compañías Top Employers España), las clases de yoga (55%) o los programas de desarrollo personal y autoconciencia (52%). Esos programas supuestamente introspectivos responden a talleres con títulos como «Presencia, dirección y comunicación: el líder sano» –un taller que, por ejemplo, recibieron 120 managers de Allianz Seguros en 2018–, charlas que en realidad son narrativas que convierten en fórmulas mercantilizables los recursos asociados al bienestar emocional.

¿Por qué las empresas se acogen con tanto entusiasmo al mindfulness corporativo? ¿Qué les mueve realmente? «La pandemia nos ha enseñado que no solo tiene valor mantenerse sano, sino que cuidar el bienestar de los empleados es productivo y rentable», aseguraba la consultora Mercer en un informe reciente: el bienestar emocional de los empleados es la nueva nevera llena de fruta de la oficina prepandémica. El mindfulness y la meditación se han convertido en los activos más provechosos con los que mercadear para conseguir un mayor rendimiento de sus trabajadores.

«Desde que implantamos estos programas ha mejorado nuestra productividad», decían desde el BBVA defendiendo su estrategia a Cinco Días. El pensamiento corporativo abraza estos recursos ‘saludables’ para el empleado por una única motivación: conseguir que sus resultados mejoren y así se optimicen los de la propia empresa. Los estudios lo prueban, tal y como recoge la investigación de Carter, se han publicado 813 investigaciones entre 1965 y 2005 que hablan sobre el uso terapéutico de la meditación (más de la mitad se hicieron después de 1994) sobre el cuerpo humano. Un nuevo paradigma que ha explotado en las grandes empresas de todo el planeta, sumándose a la mística de la cultura de la hipereficiencia laboral de Silicon Valley, esa que ha hecho del hackeo del cuerpo humano (el biohacking apuesta por convertir a nuestro organismo en una supermáquina optimizada) y del espiritualismo corporativo un matrimonio muy bien avenido para conseguir el triunfo empresarial.


Análizate: el problema está en ti y no en el sistema

Hace un cuarto de siglo se publicó Inteligencia emocional, el tomo seminal de esta cultura que urge a la autorrealización personal a toda costa y que redactó el psicólogo por Harvard y redactor científico de The New York Times Daniel Goleman. En su investigación, que nutre buena parte de los discursos de mindfulness de todas las grandes empresas y sus seminarios sobre la felicidad, se sugería que el cociente intelectual puede importar menos que lo que se entiende como el carácter. Que para poder progresar socialmente, lo interesante era analizar nuestras emociones en todo momento. Que el autocontrol sobre nuestra propia conciencia nos podía llevar al éxito. Veinticinco años después, la revisión de la biblia de las emociones no parece haber envejecido bien. «La inteligencia emocional es una doctrina de autoayuda profundamente en deuda con la ideología moralizante del neoliberalismo», escribía la académica Merve Emre recientemente en Las políticas represivas de la inteligencia emocional en New Yorker. Emre criticaba en el texto cómo este baremo se ha convertido en el perfil competencial que muchas empresas utilizan y cómo aquella teoría ha supuesto reducirlo todo a aptitudes puramente individuales que no tienen en cuenta otros factores externos. «La inteligencia emocional no es una cualidad, ni siquiera un atributo, sino un régimen de moderación. Es una colección de prácticas —evaluación, retroalimentación, coaching, meditación— para monitorearse a sí mismo y a los demás, de una manera que une la promesa de la autorrealización total con los peligros de la privación social absoluta. A pesar de todas sus justas proclamas sobre lo que aflige al mundo moderno, sus objetivos son francamente conservadores», sentencia.

Junto a esa inteligencia emocional, el mindfulness y la meditación se han convertido en los bastiones de la nueva cultura de la felicidad y el bienestar empresarial. Una entelequia que también se ha heredado de la cultura auspiciada por los gurús tecnólogicos. A mediados de los setenta, Steve Jobs lo empezó a implantar en los cuarteles de Apple tras el viaje y la epifanía que vivió en un viaje a la India, del que volvió con la cabeza rapada y convertido en budista. Jobs decidió instaurar pausas de trabajo de 30 minutos para que él y otros empleados pudiesen meditar y propuso incluir habitaciones de meditación dentro de la compañía. En Google también se ha optó por una fórmula similar, con el histórico método de mindfulness de Cheng-Men Tan, el ingeniero y empleado número 107 de la compañía, conocido ya como el «oráculo» o el «brujo» de Google. El ingeniero es el responsable de haber instaurado una estrategia de mindfulness –el programa Search Inside Yourself de sesiones semanales o intensiva de dos días donde los empleados se sientan en un cojín a meditar para manejar mejor el estrés– que ahora se ha exportado a un instituto propio, el Search Inside Yourself Leadership Institute, un gigante que ya opera sobre 50 países y sobre decenas de miles de trabajadores.

«Cuando el mindfulness y la meditación se encajan en la lógica tardocapitalista no son las estructuras sobre las que se asientan las que tienen un problema: el problema se centra en ti”, escribe Carter a propósito de Search inside yourself (busca en tu interior), un lema que se ha convertido en una etiqueta paradigmática que viene a resumir la esencia de toda esta nueva cultura laboral: si estás quemado, tú eres el responsable de repensar qué haces mal con tu vida, buscar en ti mismo, y nunca analizar qué falla más allá de lo que tú puedes aportar.

Curiosamente, en estos programas de bienestar nunca se cuestionan esas «jornadas de 87 horas semanales, la falta de personal, los plazos de entrega inalcanzables, una rotación de plantilla exagerada o la ausencia de apoyo para hacer frente al teletrabajo» –las quejas que han hecho públicas esta misma semana unos auditores de segundo año de EY en su sede de Barcelona–. En esos talleres la respuesta para mejorar solo la encontrarás en ti mismo, nunca en el sistema que perpetua esa sobrecarga y jornadas extenuantes. Pagar un salario acorde a lo trabajado, tener un horario razonable o cumplir con las vacaciones estipuladas podrían solucionar ese manejo del estrés y ansiedad por el trabajo, pero para qué planteárselo si a los empleados se les inocula la creencia de que son solo ellos, equivocándose por no reprimir sus emociones adecuadamente y sin saber controlar el momento presente, los únicos que lo están haciendo mal.



* Los nombres de trabajadores utilizados en este reportaje son ficticios para salvaguardar la intimidad de los protagonistas que han participado en él.



* Publicado en El País, 27.04.21.

Si dices "la ciencia tiene razón", estás equivocado




La ciencia no puede proporcionar verdades absolutas sobre el mundo, pero nos acerca cada vez más.


Naomi Oreskes


La crisis de COVID ha llevado a muchos científicos a tomar las armas (o al menos los teclados) para defender su empresa y, sin duda, la ciencia necesita defensores en estos días. Pero en su celo por luchar contra el rechazo de las vacunas y otras formas de negación científica, algunos científicos dicen cosas que simplemente no son ciertas, y no se puede generar confianza si las cosas que está diciendo no son confiables.

Una opinión popular es insistir en que la ciencia es correcta y que una vez que descubramos la verdad sobre el mundo, habremos terminado. Cualquiera que niegue tales verdades (sugieren) es estúpido, ignorante o fatuo. O, como dijo el físico Steven Weinberg, ganador del Premio Nobel, "aunque una teoría científica es en cierto sentido un consenso social, es diferente a cualquier otro tipo de consenso en el sentido de que no tiene cultura y es permanente". Bueno no. Incluso una modesta familiaridad con la historia de la ciencia ofrece muchos ejemplos de asuntos que los científicos pensaron que habían resuelto, solo para descubrir que debían reconsiderarse. Algunos ejemplos familiares son la Tierra como centro del universo, la naturaleza absoluta del tiempo y el espacio, la estabilidad de los continentes y la causa de enfermedades infecciosas.

La ciencia es un proceso de aprendizaje y descubrimiento, y a veces aprendemos que lo que pensamos que estaba bien está mal. La ciencia también puede entenderse como una institución (o mejor, un conjunto de instituciones) que facilita este trabajo. Decir que la ciencia es "verdadera" o "permanente" es como decir que "el matrimonio es permanente". En el mejor de los casos, está un poco fuera de tono. El matrimonio de hoy es muy diferente de lo que era en el siglo XVI o XVIII, y también lo son la mayoría de nuestras "leyes" de la naturaleza.

Algunas conclusiones están tan bien establecidas que podemos estar seguros de que no las revisaremos. No puedo pensar en nadie que conozca que piense que pronto estaremos cuestionando las leyes de la termodinámica. Pero los físicos de principios del siglo XX, justo antes del descubrimiento de la mecánica cuántica y la relatividad, tampoco creían que estuvieran a punto de repensar los fundamentos de su campo.

Otro postura popular es decir que los hallazgos científicos son ciertos porque los científicos usan "el método científico". Pero nunca podemos ponernos de acuerdo sobre cuál es ese método. Algunos dirán que es empirismo: observación y descripción del mundo. Otros dirán que es el método experimental: el uso de la experiencia y el experimento para probar hipótesis. (Esto se presenta a veces como el método hipotético-deductivo, en el que el experimento debe enmarcarse como una deducción de la teoría, y a veces como una falsificación, donde el punto de observación y experimentación es refutar teorías, no confirmarlas). Un destacado científico afirmó que el método científico era evitar engañarse a uno mismo pensando que algo es cierto y no lo es, y viceversa.

Cada uno de estos puntos de vista tiene sus méritos, pero si la afirmación es que cualquiera de estos es el método científico, entonces todos fallan. La historia y la filosofía han demostrado que la idea de un método científico singular es, bueno, no científica. De hecho, los métodos de la ciencia han variado entre disciplinas y a lo largo del tiempo. Muchas prácticas científicas, en particular las pruebas estadísticas de importancia, se han desarrollado con la idea de evitar las ilusiones y el autoengaño, pero eso difícilmente constituye "el método científico". Los científicos han discutido amargamente sobre qué métodos son los mejores y, como todos sabemos, las discusiones amargas rara vez se resuelven.

En mi opinión, el mayor error que cometen los científicos es afirmar que todo esto es de alguna manera simple y, por lo tanto, implicar que cualquiera que no lo entienda es un tonto. La ciencia no es simple, y tampoco lo es el mundo natural; ahí radica el desafío de la comunicación científica. Lo que hacemos es difícil y, a menudo, difícil de explicar. Nuestros esfuerzos por comprender y caracterizar el mundo natural son solo eso: esfuerzos. Debido a que somos humanos, a menudo nos desmoronamos. La buena noticia es que cuando eso sucede, nos levantamos, nos cepillamos y volvemos al trabajo. Eso no es diferente de los esquiadores profesionales que arrasan en las principales carreras o de los inventores cuyas primeras aspiraciones se arruinan. Comprender el mundo hermoso y complejo en el que vivimos y utilizar ese conocimiento para hacer cosas útiles es su propia recompensa y la razón por la que los contribuyentes deberían estar felices de financiar la investigación.

Las teorías científicas no son réplicas perfectas de la realidad, pero tenemos buenas razones para creer que capturan elementos importantes de ella. Y la experiencia nos recuerda que cuando ignoramos la realidad, tarde o temprano regresa para mordernos.



* Publicado en Scientific American, julio de 2021. Naomi Oreskes es profesora de historia de la ciencia en la Universidad de Harvard.

Una judía expone el apartheid israelí




No, no hace falta ser palestino, árabe, musulmán, de izquierda... Simplemente, se trata de ser humano para estar con el pueblo palestino y contra la ocupación israelí y todos sus abusos y crímenes cotidianos.

Afortunadamente, cada vez son más los judíos y judías que rechazan lo que el Estado Judío de Israel hace pretendiendo que lo realiza en su nombre. Afortunadamente, cada vez ese rechazo rebasa los círculos de confianza y se hace público.

Esta periodista judía e israelí es muestra de aquello. En partes de su texto pretende ver cierta simetría en las acciones de Israel y de los sionistas, con las de la resistencia y el pueblo de Palestina en general. No obstante, vale la pena leer su artículo.

No se trata de que solo porque lo dice una judía ahora es válido lo que por décadas vienen denunciando las y los palestinos. El punto es que ahora hay judíos y judías que también lo denuncian. 

 
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Las últimas semanas nos han dejado más desesperados que nunca.


Mya Guarnieri Jaradat


Durante las últimas dos semanas, ver la escalada de violencia en Israel y los territorios palestinos ocupados desde mi casa en Florida ha sido horrible y desgarrador. Estoy devastado por la muerte de israelíes y palestinos, como lo he estado cada vez que ocurren estos enfrentamientos. Pero el nivel de violencia entre comunidades de este mes se siente peor que cualquier otra cosa en la memoria reciente: combates calle a calle , gases lacrimógenos disparados dentro del recinto de la mezquita de al-Aqsa , oleadas de cohetes de Hamas disparadas contra ciudades israelíes , ataques aéreos israelíes que devastan barrios en la ciudad de Gaza.

Un momento, en particular, se destaca en mi mente: la semana pasada en Bat Yam, al sur de Tel Aviv, un grupo de hombres judíos se abalanzó sobre un automóvil conducido por un árabe, lo sacó y lo golpeó. Según Haaretz, el hombre sobrevivió, pero en un video ampliamente compartido , se puede escuchar a los comentaristas usando la palabra "linchamiento" para describir la escena a medida que se desarrolla.

Cualquier persona con sentimiento se habría disgustado y aterrorizado, pero mientras miraba las imágenes, sentí náuseas cuando me di cuenta: él podría ser mi esposo .

Soy israelí estadounidense; mi esposo, Mohamed, es un palestino de Cisjordania. Nos conocimos allí, en Ramallah, pero cuando decidimos casarnos en 2014, sabíamos los desafíos que enfrentaríamos legal, social y económicamente. Debido a la prohibición de Israel de la reunificación familiar entre sus ciudadanos y los palestinos de los territorios ocupados, existe la posibilidad de que no podamos vivir legalmente juntos dentro de Israel. Poco después de casarnos en Florida, presenté nuestro certificado de matrimonio al consulado israelí en Miami para actualizar mi estado, pero fue en vano. Si alguna vez quisiéramos vivir en Israel, me dijeron otras parejas mixtas, tendríamos que solicitar anualmente un permiso para vivir juntos; y que incluso si se lo concediera, tal permiso podría no permitirle a mi esposo trabajar dentro del país. No está claro que podamos vivir juntos legalmente en los territorios ocupados, en el edificio de su familia en las afueras de Ramallah, en parte de lo que se conoce como Área A. Sin mencionar el tabú cultural: cuando Mohamed les dijo a sus padres que tenía la intención de casarse conmigo, una mujer judía que inmigró a Israel, su padre rechazó el matrimonio, lo que significa que no podríamos vivir en la casa de la familia de todos modos. Nos dimos cuenta de que no teníamos más remedio que dejar la tierra que tanto amamos. Si bien mi esposo ha sido lúcido acerca de la decisión y siempre ha dicho que no podremos regresar hasta que haya paz, yo me he aferrado a la esperanza de que regresemos y criemos a nuestros dos hijos allí, entre familiares y amigos. entre los olivos, los callejones de piedra caliza, las colinas y el mar que apreciamos.

Pero la lucha de este mes me ha dejado sin esperanza. Ahora siento que nuestro exilio es permanente, que volver no es una opción; que mi esposo y nuestros hijos mixtos no estarían seguros si viviéramos dentro de Israel y que mi vida podría estar en peligro en los territorios ocupados.

Por supuesto, no estábamos pensando en nada de esto cuando nos enamoramos.

Nos conocimos en 2011, cuando fui a Ramallah para una historia . Un compañero periodista nos presentó y terminamos trabajando juntos en la pieza. Mantuvimos un contacto esporádico durante el próximo año y medio, con Mohamed sirviendo como mi intérprete para un par de otros artículos, incluida una historia desgarradora sobre familias palestinas que se han dividido entre Gaza y Cisjordania. Poco sabíamos que unos años más tarde terminaríamos en una situación comparable, con Mohamed obligado a dejar a su familia extendida en Cisjordania para comenzar una vida conmigo.

Cuando comenzamos a salir a principios de 2013, además de trabajar por cuenta propia, yo estaba enseñando en una universidad palestina en Jerusalén Este, la Universidad Al Quds. Viví, durante la mitad de la semana, en la aldea palestina de Abu Dis. Estaba en mi tercer año de estudios de árabe. Sentí cierto nivel de integración en la sociedad palestina que me hizo sentir que cualquier cosa, incluida la paz, era posible, aunque remota. Y los primeros días de nuestra relación solo reforzaron eso. En la escuela, mis alumnos y yo leíamos literatura centenaria de la España islámica, una época y un lugar donde las culturas judía y musulmana se nutrían mutuamente, floreciendo juntas. Fuera de la escuela, Mohamed y yo hicimos picnics en los olivares y tomamos té en una azotea, con vistas a Cisjordania. Desde nuestro lugar, pudimos ver todo el camino hasta Jordania. Desde esa vista,

Pero al mismo tiempo, mi noviazgo con Mohamed y mi trabajo en la universidad se caracterizaron por las limitaciones y la desigualdad. Vi cómo los colonos judíos podían entrar y salir libremente y atravesar los territorios palestinos y los puestos de control como si la Línea Verde no existiera, mientras que Mohamed tenía que solicitar un permiso o colarse por un agujero en la valla de seguridad si quería. para pasar el día conmigo en Jerusalén. Sentí esto cuando viajé a la universidad en Abu Dis oa Ramallah para visitar a Mohamed, usando transporte segregado para moverme a través de los territorios que en última instancia están controlados por Israel. En la universidad sentí el dolor de mis alumnos, algunos de cuyos padres y hermanos fueron encarcelados bajo detención administrativa.; algunas de cuyas casas habían sido allanadas por las autoridades israelíes; algunos de los cuales habían viajado en automóviles que fueron apedreados por colonos judíos. En más de una ocasión, los soldados israelíes hicieron incursiones en el campus , dispararon gases lacrimógenos y rompieron ventanas.

Llevamos juntos más de seis años en los Estados Unidos; mi esposo ahora es ciudadano estadounidense. Hemos construido una vida aquí: un hogar, una pequeña empresa, niños. Y a pesar de que crecí en Gainesville, de alguna manera, Estados Unidos nunca se ha sentido completamente como en casa. Si, digamos, mi medio actual decide que necesita un corresponsal extranjero en Israel, iría en un santiamén; si decidimos que ya no queremos que nuestros hijos crezcan separados de sus primos; si milagrosamente ahorramos suficiente dinero para jubilarnos; o si las leyes en Israel cambian y pudiéramos vivir juntos de manera legal y segura, y si el país detiene su terrible marcha hacia la derecha, regresaríamos.

Pero con cada bala israelí o cohete de Hamas, cada informe de negocios palestinos destruidos o de una sinagoga incendiada , todos los "si" parecen cada vez más insuperables.

Se ha establecido un alto el fuego desde la madrugada del viernes, pero la paz duradera no se mantendrá sin cambios sistémicos tremendos. Estamos más allá de esos programas superficiales que unen a judíos y palestinos en un diálogo. Lamentablemente, no hay suficientes amistades a través de líneas étnicas, e incluso si las hubiera, la amistad no es suficiente. Ni siquiera es suficiente amarnos: Mohamed y yo nos amamos, pero para preservarnos a nosotros mismos y a nuestro matrimonio, tuvimos que dejar su tierra natal, mi país de adopción. Vivimos a medio mundo de distancia, a salvo de la última ronda de derramamiento de sangre, pero en la raíz está el mismo problema: una desigualdad devastadora y persistente. Sin abordar las leyes que otorgan privilegios a los judíos israelíes mientras despojan a los palestinos de sus derechos humanos, no hay forma de que judíos y palestinos vivan juntos en paz.

He leído muchos análisis reflexivos e inteligentes sobre la escalada más reciente, que apuntan a las redadas en al-Aqsa , los desalojos de familias palestinas en el barrio de Sheikh Jarrah en Jerusalén Este o los terribles incentivos de la política interna de Israel . Pero todos estos argumentos se remontan a la desigualdad sistémica, un sistema legal de dos niveles que permite la expansión descontrolada de los asentamientos israelíes y mantiene a los palestinos en un limbo perpetuo de apatridia en su propia tierra.

Sí, hay violencia del lado palestino. Y sí, los palestinos, con el tiempo, han perdido oportunidades de exigir y hacer concesiones. Pero considere cómo el proceso de paz se ha convertido en una farsa. Considere cómo las casas palestinas son demolidas punitivamente. Considere la asignación desigual de los recursos hídricos en Cisjordania. Considere la escasez de aulas en Jerusalén Este que puede mantener a algunos niños palestinos fuera de la escuela o obligar a sus familias a juntar el dinero para pagar la escuela privada .

La lista sigue y sigue.

La desigualdad es lo que me permitió, una mujer judía nacida y criada en Estados Unidos, emigrar a Israel mientras los hermanos palestinos de mi esposo que huyeron o fueron expulsados ​​de la tierra no pueden regresar. Es por eso que, como familia mixta cuya historia comenzó allí, es posible que nunca podamos regresar.



* Publicado en Washington Post, 22.05.21.

Un impuesto al patrimonio del 0,07% de los más ricos




"Mientras el COVID-19 golpea al mundo, los millonarios como nosotros tenemos un papel fundamental en la curación de nuestro mundo. […] A diferencia de decenas de millones de personas en todo el mundo, nosotros no tenemos que preocuparnos por perder el trabajo, la casa o la capacidad de mantener a nuestra familia. […] Por favor, cóbrennos más impuestos. Háganlo. No lo duden. Es la opción correcta. Es la única opción. La humanidad es más importante que nuestro dinero."
Franklin Arthur y otros
"Millionaires for Humanity" 




Ramón López y Gino Sturla

¿Quiénes no han sufrido los embates de esta crisis y tampoco han contribuido al financiamiento de sus costos? Principalmente los grupos que registran mayores niveles de riqueza e ingresos, que, lejos de sufrir los efectos de la pandemia, han visto su riqueza aumentada de manera significativa. Según un estudio de Oxfam (Ruiz, 2020), la fortuna de los milmillonarios en América Latina aumentó más de 48.000 millones de dólares hacia fines de 2020, en un momento de gran crisis y notables sufrimientos para el resto de la población. 

Los impuestos al patrimonio han existido por mucho tiempo en prácticamente todos los países del mundo. Los impuestos patrimoniales tradicionales, que incluyen impuestos a la propiedad física (casas, tierra y demás), impuestos a la herencia y otros existen en casi todos los países y, como se muestra en este artículo, en algunos de ellos constituyen una proporción significativa de la recaudación tributaria.

Existe otra categoría de impuestos al patrimonio, que aquí se denomina impuestos patrimoniales no tradicionales, que gravan patrimonios financieros y otras formas de riqueza, incluidos patrimonios bursátiles, entre otros. Los impuestos patrimoniales no tradicionales son mucho menos frecuentes, actualmente se aplican en un número limitado de países y han sido objeto de críticas por parte de economistas ortodoxos y algunos encargados de la formulación de políticas. Los impuestos patrimoniales globales corresponden a la suma de los tradicionales y los no tradicionales. 

Los impuestos patrimoniales constituyen una temática especialmente particular en el caso de Chile por varias razones. 

En primer lugar, a diferencia de otros países, en Chile la crisis sanitaria se da poco tiempo después de la crisis social surgida del estallido social de octubre de 2019. Este conflicto se ha mantenido vigente de una manera subyacente, fundamentalmente por dos razones: porque las demandas sociales que lo gatillaron no han sido en absoluto satisfechas y porque la crisis sanitaria no ha hecho más que agravar las enormes carencias sociales y la vulnerabilidad de ciertos sectores de la sociedad. Dada la intensidad de la crisis actual, si no se toman medidas urgentes de apoyo a los sectores más afectados por enormes pérdidas de ingreso, las cifras de pobreza del país podrían llegar al 50% de la población y causar una espiral de violencia con consecuencias difíciles de prever.

En segundo lugar, como se verá más adelante, los niveles de desigualdad y, sobre todo, de concentración de la riqueza en Chile son abismales, tal vez de los más altos del mundo. Esto vuelve más relevante aún el planteo de los impuestos a la riqueza que tienen el potencial de corregir esta desigualdad en sus raíces más profundas.

En tercer lugar, a pesar de esta profunda desigualdad, la carga tributaria del país es una de las más bajas de los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). El sistema tributario incluso ha tratado los ingresos provenientes del capital con extraordinaria preferencia, evitando prácticamente la aplicación de regalías sobre las rentas económicas, y las ganancias de capital casi no están sujetas a impuestos.

En cuarto lugar, desde el inicio de la crisis sanitaria del COVID-19 el país se ha visto enfrentado a dos visiones dominantes: la del gobierno, que tiende a imponer demasiadas condiciones para acceder a la ayuda social, y la de ciertos sectores progresistas, que han postulado la necesidad de un apoyo social más laxo, recurriendo a deuda fiscal o a los fondos soberanos. Si bien la segunda alternativa hubiera generado consecuencias económicas y sociales menos dramáticas, continúa con la lógica de que en el corto y mediano plazo los costos de las crisis los pagarán los sectores medios y de menores ingresos, percepción generalizada en la población y amplificada por las condiciones sociales existentes desde octubre de 2019.

En quinto lugar se destaca que la deficiencia en materia de apoyo estatal a los sectores vulnerables se ha traducido en la cuantiosa utilización de los fondos de cesantía de los trabajadores y en el retiro de los fondos de pensiones. Esta última medida concitó un gran apoyo en la ciudadanía, recogido por toda la oposición e incluso parte del oficialismo. Sin perjuicio de los beneficios de corto plazo para la población, aquí los recursos provienen de los mismos trabajadores, en ningún caso se obtienen de los sectores de la población que tienen mayores fortunas.

En sexto lugar, el gobierno definió, junto con un grupo de economistas ortodoxos, un plan de activación económica denominado Acuerdo por la Protección Social y Recuperación del Empleo que, pese a las resistencias iniciales, fue aprobado por la oposición. Este acuerdo incluye un Marco Fiscal que, grosso modo, contempla unos 12.000 millones de dólares a ejecutar en 24 meses. En la lógica del punto quinto, este plan tampoco supone acuerdos relativos a cambios tributarios que permitan evitar la sensación ya mencionada de que “las crisis las pagamos todos”.

En séptimo lugar, en junio del 2020 se presentó un proyecto de reforma constitucional en la Cámara de Diputados de Chile para el establecimiento de un impuesto a los superricos, por única vez. El proyecto cuenta con un alto respaldo ciudadano (CELAG, 2020) y ha tenido buena acogida entre los parlamentarios de la oposición, generando votaciones históricas. Aun así, algunos economistas ortodoxos que dicen representar al progresismo se oponen férreamente.

Si se consideran estos siete puntos, resulta claro que el país convivirá con una deuda financiera externa y, más importante aún, con una deuda social con todos los trabajadores y las pymes que han pagado con sus ahorros los costos de la crisis y que seguirán pagándolos con sus impuestos.

El costo fiscal del apoyo social puede llegar a 15.000 millones de dólares (casi un 6% del PIB). La cuestión fundamental —y coherente con lo ya mencionado— es que una parte significativa de ese financiamiento debe venir de una contribución de los sectores más ricos de la población, entre los que se constata que los milmillonarios (sobre 1.000 millones de dólares) han aumentado un 27% su fortuna durante la crisis del COVID-19 (Ruiz, 2020).

Una parte importante del apoyo social necesario debe provenir de las más grandes fortunas. En este trabajo se propone un mecanismo para esta contribución que implique un impuesto patrimonial no tradicional de mucha simplicidad dirigido a un pequeño grupo de ricos y superricos (el 0,07% de la población adulta). 

El análisis comparado de los impuestos patrimoniales vigentes en otros países indica que un gravamen de este tipo en Chile es totalmente viable. Si bien es cierto que otros países tienen o han tenido tasas más bajas, es importante considerar que la gran mayoría de ellos tiene otros impuestos directos más altos que los que se aplican en Chile y un gasto fiscal sobre los 30 puntos porcentuales del producto (en comparación con los 21 puntos porcentuales del PIB de Chile).

Por otra parte, una encuesta realizada por el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG, 2020) en mayo ha mostrado que un 72,8% de la población chilena está de acuerdo con un impuesto a las grandes fortunas

En abril de 2020, el Fondo Monetario Internacional (FMI) instó a los gobiernos de todo el mundo a imponer nuevos impuestos sobre la riqueza para conseguir liquidez, e incluyó en su propuesta la rebaja de impuestos sobre los salarios y la realización de transferencias de efectivo a los más afectados (FMI, 2020). En enero, el FMI había afirmado que se debía combatir la desigualdad elevando el gasto social, financiado con impuestos en lo más alto de la distribución del ingreso. El organismo internacional indicó en ese momento que esta política no afectaría el crecimiento económico (Georgieva, 2020). El Financial Times (2020) recientemente ha hecho lo propio y en una editorial histórica del 3 de abril indicó que los impuestos a las rentas y a la riqueza debían estar presentes en la agenda redistributiva.



* Este texto es una selección del artículo "Hiperfortunas y superricos: ¿por qué tiene sentido un impuesto al patrimonio?", publicado en Revista CEPAL, nro. 132 - Edición Especial. El COVID-19 y la crisis socioeconómica en América Latina y el Caribe. Ramón E. López es profesor titular del Departamento de Economía de la Facultad de Economía y Negocios (FEN) de la Universidad de Chile. Gino Sturla es Doctor en Economía, Departamento de Economía y Administración de la Universidad de Florencia.

¿Para quien "chorrea" el mercado?




El camino teórico-práctico recorrido por los economistas ortodoxos después del aporte de Ricardo es conocido y sigue dominando el ambiente productivo-comercial. A nadie importa ya la perspectiva aristotélico-tomista sobre la condición antinatural, innecesaria, ilimitada y viciosa de la crematística de cambio o de lo que llegó a ser el capitalismo de mercado. Este, guiado por el supuesto de la tendencia maximizadora del mítico ser humano negociante, se convirtió en un conjunto de técnicas busconas del lucro puro como un fin en sí. 

No obstante, dichos dividendos le son asegurados a una minoría a través de la concesión legal de diversos privilegios. A tal punto es importante ese pequeño grupo, que se le entrega un cuasi monopolio de la iniciativa productivo-comercial. El resto de la población debe esperar paciente y estoicamente a que esa élite, en palabras de Smith (1997), “a pesar de su natural egoísmo y avaricia”, distribuya su riqueza “sin pretenderlo, sin saberlo”. La distribución dejó de ser una cuestión humana de carácter ético y político para convertirse en una cuestión científica realizada de modo automático por la “mano invisible”. Gracias a la autorregulación de la avaricia, la distribución (mínima) se convierte en una especie de externalidad positiva de la actividad productivo-comercial lucrativa egoísta e individualista.

De hecho, la fe en que los grandes agentes económicos distribuyen indirecta e inconscientemente su riqueza por medio del “chorreo”, choca con la realidad de que esos agentes, en tanto consumidores, buscan bienes específicos y servicios costosos o, derechamente, de lujo. Esto implica que la mayor parte de la población no se vea beneficiada por aquella distribución automática. El consumo de los ricos y súper ricos no aporta a crear puestos de trabajo para profesores ni médicos de barrios urbanos o zonas rurales pobres, ni a la construcción de puentes y caminos en zonas aisladas, ni tampoco al desarrollo de medicamentos para enfermedades que afectan preferentemente a las clases bajas, etc. En este punto, Smith (2000) y la teoría ortodoxa que lo siguió con posterioridad, señalan que todo lo que no sea atractivo para la avaricia de los privados debe asumirlo el Estado.

Sin embargo, ya se sabe que la eficiencia a todo evento de la receta única del dogmatismo ortodoxo no necesita considerar los diversos contextos. En contra de la más básica noción de ciencia, se asume que los contextos deben adecuarse a la teoría. Así, al tiempo que se le exige al Estado hacerse cargo de tales tareas no atractivas lucrativamente para los privados, la teoría se opone a políticas redistributivas como lo es un sistema impositivo progresivo (entre otras medidas posibles). Es más, derechamente, se opone al cobro de impuestos, ya que ello desincentivaría la inversión. De tal modo, la pregunta acerca de cómo el Estado podría costear sus diversas tareas queda en el aire en todos los países que asumen las políticas neoliberales. Como señala Howard Richards (2018): “las autoridades con el respaldo de las ciencias económicas imponen austeridad a los pueblos y ofrecen incentivos a los inversionistas”. En este escenario, “los políticos que se atreven a desafiar las leyes de la economía inevitablemente pierden” al estrellar sus medidas redistributivas o proigualdad “con las leyes de hierro de la ciencia económica”. 

La situación, entonces, es un sinsentido que no da opciones y eso se refleja en las cifras de distribución del ingreso, las que están muy lejos de la promesa del “chorreo” automático y, por ende, garantizado. Considérese que el “82% de la riqueza mundial generada durante el año pasado [2017] fue a parar a manos del 1% más rico de la población mundial, mientras el 50% más pobre —3700 millones de personas— no se benefició lo más mínimo de dicho crecimiento”. En solo un año “la riqueza de esa élite ha aumentado en 762000 millones de dólares” y “la riqueza de los milmillonarios ha aumentado un 13% al año”. Mientras, en la última década, “los salarios de las personas trabajadoras aumentaron un promedio anual de solo el 2%”. En cuanto a la concentración a nivel planetario, “el 10% más rico concentra el 71% de la riqueza mundial” (Martínez y Uribe, 2017). En tal sentido, según un informe de Oxfam, la fortuna de los multimillonarios se incrementó a razón de “2500 millones de dólares diarios” y “26 personas poseen la misma riqueza que 3800 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad”. De hecho, la riqueza de esos “3800 millones de personas, se redujo en un 11%” (Lawson et al., 2019).

Para una consideración de la súper riqueza, tómese en cuenta el ranking anual de billonarios en dólares que elabora la revista Forbes. Las cinco personas que encabezaron la lista el 2019 fueron: Jeff Bezos (EE.UU.) con US$ 131.000 millones; Bill Gates (EE.UU.) con US$ 96.500 millones; Warren Buffett (EE.UU.) con US$ 82.500 millones; Bernard Aurnault (Francia) con US$ 76.000 millones; y Carlos Slim (México) con US$ 64.000 millones. Mientras, en la antípoda socioeconómica extrema se ubican “los 815 millones de personas [que] padecen hambre en el mundo” (siendo que se producen alimentos para 12000 millones): “la primera causa del hambre en el mundo es la pobreza”. Es más, la cifra de hambrientos podría elevarse a 1500 millones de tenerse en cuenta “las necesidades calóricas mínimas según cada actividad” (Lickel, 2018).


* Fragmento extraído de Oikonomía. Economía Moderna. Economía. Para acceder a la ficha técnica, reseña, índice e información sobre venta del libro: pincha aquí.

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