Una mirada a los medios y la prensa en Chile




Reciclamos una columna de 2015 a raíz de la polémica por la propuesta del candidato comunista Daniel Jadue sobre una nueva ley de medios de comunicación supervisada por un "consejo ciudadano". Todo indica que, salvo por las élites derechistas, su diagnóstico sobre la situación de los medios es transversalmente aceptado.

Chile, un país detenido en el tiempo.


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¿Para qué sirven los noticieros?


Un joven me preguntaba por qué un noticiario de TV tendría que dar cuenta de los temas de fondo sobre el origen de la delincuencia en Chile. Y una profesional de la prensa de TV me aclaraba que cubrir las protestas contra la “inseguridad” —lo cual para un telespectador suspicaz parecería una noticia fabricada—, corresponde a una pauta que sencillamente se guía por el criterio del rating.

Para comenzar por la primera duda arriba expuesta, se puede especular que por la edad de quien la formuló, es factible que haya naturalizado los actuales noticieros show-light. Lo que implica asumir como normal la curiosa pauta periodística que mezcla diversos temas… al punto de ampliar sin pudor el concepto de lo noticioso.

Los informativos nacionales son hoy extensos programas misceláneos donde cualquier cosa tiene cabida: sucesos nimios son etiquetados como notas de interés humano, diferentes o simpáticas. También se difunden infomerciales, relaciones públicas y mercadeo con base en notas que informan dónde comprar un producto y hasta a qué precio. Obvio que no puede faltar el fútbol (no el deporte en general) y la crónica roja. Finalmente, sucesos políticos internacionales son tratados sin profundidad, con casi nulo contraste de fuentes, considerando pocas veces el saber de especialistas o con la opinión experta de un solo “lado” o de posturas, en el fondo, muy similares (en general, con sesgo a la derecha)[1].

A la fecha poco y nada queda de esa televisión añeja —enterrada por un exdirectivo de TV “progresista”—, que tenía por objetivo educar, informar y, sólo en tercer lugar, entretener. Esos oscuros resabios estatistas que impusiera, a principios de los sesenta, un expresidente… de derecha: Jorge Alessandri. Este entregó las señales de la TV a las universidades, dada la gran importancia y potencial del medio para el bien común. Pero bué… en el siglo XXI los concertacionistas y nueva mayoría están a la derecha de los derechistas de mediados del siglo pasado.

Entonces, para contestar la pregunta de nuestro joven amigo —¿por qué un noticiario de TV tendría que dar cuenta de los temas de fondo sobre el origen de la delincuencia en Chile?—, con cierta ingenuidad afirmamos: esperamos que la prensa televisiva nos informe con seriedad, profundidad y diversidad. Singular meta que, ¡oh caprichoso hado!, parecería ser posible de lograr ganando al mismo tiempo buen dinero.

Después de eso, pasamos al tema del rating y su influencia en la cobertura noticiosa: los temas seleccionados y su tratamiento. En el fondo, en cómo se construye por criterios financieros la agenda periodística en esta TV de mercado. El horario prime de los noticieros centrales de cada canal debe atraer dinero… el cual, ¡por supuesto!, no es neutral. Sabemos qué ideología tienen, en su mayoría, los auspiciadores[2].

La TV de mercado programaría lo que la gente “quiere ver”[3]. De tal forma, como ya expusimos, los noticieros llegaron a ser un programa muy singular. Y en esos show-light los periodistas se convirtieron en co-protagonistas de las noticias. A los profesionales considerados “rostros” sume Ud. los periodistas que —lejos de ser mediadores entre los hechos o quienes son entrevistados y el público— aparecen y hablan excesivamente e incluso vivencian en pantalla diversas experiencias (deportes extremos, viajes, degustación de comida, desempeñar diversos oficios, etc).

Tanto que peleó el gremio para que los lectores de noticias fueran periodistas titulados… y terminaron siendo locutores de un show-light pauteado por el rating. Y uno que irónicamente tiene bajo nivel de audiencia, al punto de que deben depender del arrastre de público de los programas (en general para nada profundos tampoco) que los preceden[4].

Ahora bien, lejos de estar de acuerdo con una supuesta neutralidad del rating, la agenda noticiosa de los grandes medios se relaciona generalmente en Chile a una forma derechista de concebir el periodismo. Y desde ahí, por acción u omisión, se aporta a conformar opinión pública derechizada. O, como se nos señala desde los propios medios, desideologizada… falacia que pretende normalizar la aceptación acrítica del statu quo.

Así, ¿es casualidad que, en un momento de alta politización antineoliberal en el país, sigamos viendo el mismo tipo de noticiero show-light? Por ejemplo, es el caso que dio origen a esta columna: la delincuencia[5]. Se le da una amplia cobertura a la crónica roja y a quienes —sean políticos, funcionarios o ciudadanía de a pie— están por la “mano dura”: el llamado “populismo penal” que, como señala la literatura especializada, no tiene mayor incidencia en la disminución de los delitos.

Esto implica la visión de un sistema socioeconómico validado en sí y ante sí, donde las responsabilidades por delinquir son individuales. Y claro que lo son. Sin embargo, no es posible ignorar las influencias del contexto, es decir, de ese mismo sistema socioeconómico neoliberal.

En los noticiarios rara vez se entrevista a verdaderos expertos en tales asuntos: criminólogos, sociólogos, antropólogos o trabajadores sociales relacionados al área. Quienes obviamente podrán estar de acuerdo con medidas penales, pero no con que ello solucionará un problema que tiene orígenes socioeconómicos y culturales: una cosa es encargarse del síntoma y otra muy diferente es la enfermedad. No hace falta tener un posdoctorado para entenderlo, ni para concluir que un tratamiento serio del tema llevaría a tomar en cuenta las condiciones socioeconómicas padecidas en Chile por millones de personas… Mas, ¿sería ello bien visto por los todopoderosos auspiciadores?

En fin, volviendo al rol de los noticiarios de TV es bueno recordar dos visiones de las comunicaciones en general y de la prensa particular. Las cuales uno cree deberían ser del gusto de los libremercadistas y de esos todopoderosos auspiciadores que uno intuye que izquierdistas no son.

Por un lado, está la teoría liberal de la prensa, la cual asume el peligro de la concentración de cualquier tipo de poder y, en especial, por el Estado. El periodismo debe jugar el rol de un “cuarto poder” que hace público lo público: es el encargado prioritario de vigilar y controlar al Ejecutivo, Legislativo y Judicial. La prensa debería ser, precisamente, el paladín anticorrupción por excelencia y la piedra en el zapato de la política (y también de lo económico que, en el fondo, es un sector que tiene una amplia incidencia pública, con mayor razón en sus relaciones a lo político).

En segundo lugar, se tienen las teorías funcionalistas estadounidenses de mitad del siglo XX, las que además del rol de cuarto poder, le otorgan a la prensa el papel de cohesionador de la masiva sociedad industrial. La idealizada democracia de mediados del siglo XX, tiene su nueva plaza pública en la TV, la radio y en la prensa escrita. Los medios de comunicación y la prensa son fundamentales como una especie de “cemento” de la sociedad de masas y de nexo entre los centros de poder democrático y una ciudadanía informada y participativa.

De esta manera, nuestro modelo de prensa mercantil no cumple el rol que le fuera instituido desde las teorías derechistas de las comunicaciones. Es más, nuestro fundamentalismo de mercado va contra ese papel. Un extraño caso de autocanibalismo que, lamentablemente, estamos pagando los ciudadanos que consumimos —muchas veces sin la menor sospecha—desinformación, información parcial, fuentes no contrastadas, meras relaciones públicas o publicidad. En ese marco, la participación de la “gente” y la presencia de sus intereses, se ha encauzado por medio de esos placebos que son los comentarios vía tuiter, votaciones en línea o denuncias ciudadanas a través de grabaciones hechas con celulares.

Ud. dirá que estoy descubriendo la rueda... De acuerdo. Sin embargo, mejor insistir en lo obvio, ¿no? También me podrá indicar que, si tanto critico, mejor dejar de consumir TV; pero eso sería otra opción libremercadista... e infructuosa, dada la homogeneidad de la oferta. Por eso mi postura es por un periodismo de calidad, diverso y pluralista que permita comparar para informarse profunda y seriamente.

Hay que dignificar el fundamental oficio del periodismo y su rol social.



NOTAS:

[1] Se tienden a repetir notas, imágenes y despachos de cadenas del Norte. En este sentido, recuerdo una triste anécdota: cuando Bush Jr. agredió ilegalmente a Irak se reunió con las grandes cadenas norteamericanas y les pidió atenerse a la pauta elaborada por el Pentágono. Los canales chilenos que transmitieron la noticia siguieron acudiendo a aquellas cadenas para informar sobre Irak.

[2] Para dar sólo dos ejemplos: la ausencia de cobertura de las huelgas de Jumbo o de Farmacias Ahumada y la invisibilización por más de noventa días del conflicto de los habitantes de Caimanes con minera Los Pelambres... En cambio, la primera manifestación pro-empresa ¡apareció el mismo día en pantalla!

[3] No discutiremos si esos puntos de rating miden, en realidad, lo que la gente quiere ver… de una oferta que, no debe olvidarse, es cerrada o se trata de la naturalización de un tipo específico de TV.

[4] La inexorable relación rating-producto liviano ha sido desmentida por todas las producciones o programas de calidad (artística, educativa e informativa) que han logrado convocar a numerosos espectadores. Así, pareciera que los medios se acostumbran a la mediocridad o es, como aquí se cree, una cuestión política.

[5] Con los años, las notas de crónica roja han ido integrado banda de sonido: se les agrega música… ¡de suspenso!





* Esta columna fue originalmente publicada por El Clarín de Chile, 20.08.15.

La violencia racial siempre ha definido a Israel




Zarefah Baroud

Durante los disturbios racistas antipalestinos que se produjeron en Jerusalén la semana pasada, una manifestante fue entrevistado por un periodista en relación con el planteamiento, en concreto, con el lenguaje utilizado por las enfurecidas multitudes.

El periodista preguntó a la joven manifestante si las frases empleadas por los manifestantes, frases como "Quemad los pueblos árabes" y "Muerte a los árabes" les representaban a ellos y a su presencia en la protesta.

Ella respondió: "Lo digo de forma educada y correcta. No digo 'quememos sus aldeas', digo que 'deben salir y nosotros tomar sus tierras'", sonríe, "exactamente lo que hacemos en la Ciudad Vieja".

Hay mucho que desmenuzar en esta reveladora respuesta: principalmente, las actitudes coloniales que existen en todos los sectores de la sociedad israelí, no sólo en el gobierno o el ejército. Pero también, las formas en que las comunidades de colonos han normalizado la violencia racial y la limpieza étnica perpetua --lo que algunos llaman la Nakba en curso-- que han requerido sus asentamientos cada vez mayores.

La violencia de los colonos es tan antigua como Israel y actúa como una amenaza inminente para los palestinos a diario, arraigada en el derecho de los colonos europeos a la tierra palestina. De hecho, durante la Nakba, la expulsión masiva original de 750.000 palestinos para crear espacio para el Estado judío fue materializada no sólo por las fuerzas sionistas, sino por los colonos que rápidamente reemplazaron a la población nativa. Se construyeron casas sobre las ruinas de los exiliados, protegidas por el régimen sionista en desarrollo y el gobierno británico antes de ellos.

En la actualidad, hay al menos 600.000 colonos israelíes que viven en asentamientos ilegales en la Cisjordania palestina ocupada, así como en Jerusalén Este, contraviniendo directamente el derecho internacional.

Independientemente de su presencia ilegal en Cisjordania y Jerusalén Este, la violencia canalla y extremista que producen muchos de estos colonos no sólo está fuertemente protegida por el Estado y las fuerzas de seguridad israelíes, sino que el Estado se apoya en la presencia de estos colonos para conseguir indirectamente más tierras en Cisjordania y Jerusalén Este ocupadas sin consecuencias.

Muchos informes han documentado que personal del ejército o de la policía protege y ayuda a los colonos en sus ataques contra los palestinos. Muchos palestinos, incluidos niños que jugaban, han sido detenidos y encarcelados por las fuerzas israelíes para satisfacer las necesidades de los que residen en estos puestos de avanzada ilegales.

La organización israelí de derechos humanos, Yish Den, registró 1.293 casos de violencia de colonos entre 2005 y 2019. De estos incidentes, apenas un 8% de las investigaciones terminaron en cargos penales contra el colono infractor.

Apenas unos días después de que las turbas extremistas se amotinaran en Jerusalén, un grupo de tres colonos judíos extremistas atacó y hospitalizó al pastor Ibrahim Hamdoun, de 66 años, mientras apacentaba su ganado en sus tierras en Yenín, Cisjordania.

Si esto debe enseñarnos algo, es que la violencia colonial de los colonos, y la del Estado, forma parte de la sociedad colectiva israelí. Estas conexiones entre todos los sectores de la violencia sionista se verifican en una encuesta de opinión pública realizada en 2019 por el Instituto de Estudios de Seguridad Nacional que concluye que el 70% de los israelíes encuestados cree que los valores de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) se alinean efectivamente con los valores de la sociedad israelí en su conjunto.

Aunque los israelíes decidan endulzar su enfoque de la expansión de los asentamientos y la anexión, seguirán participando y beneficiándose de la limpieza étnica de Jerusalén, y del resto de la Palestina histórica, a través de los desalojos, las demoliciones de viviendas, la denegación racista de los permisos de construcción y, como hemos presenciado en la última semana, la violencia física y la intimidación.



* Publicado en Monitor de Oriente, 04.05.21.

La burbuja de publicaciones científicas alimenta la infodemia




Gonzalo Génova, Hernán Astudillo y Anabel Fraga

La ciencia académica sufre desde hace unos años una enfermedad que consiste en un enorme aumento del número de publicaciones científicas sin el correspondiente avance del conocimiento. Los hallazgos se cortan en rodajas tan finas como el salami y se envían a diferentes revistas para producir más artículos.

Estos logros espurios de la Academia, representados por montañas de publicaciones no apreciadas y no leídas, son sin duda un despilfarro de artículos de solo escritura. Es un proceso de publica-y-perece en el que la mayoría de los trabajos se pierden.

Si consideramos los artículos académicos como una especie de moneda científica respaldada por lingotes de oro en el banco central de la ciencia verdadera, estamos asistiendo a un fenómeno de inflación de artículos, una auténtica burbuja cienciométrica.

La situación fue descrita ya en 1981 en la revista Science, con una crítica a la reducción de la longitud de los artículos y al abuso de las llamadas unidades mínimas de publicación (LPU por sus siglas en inglés). Las cosas han ido a peor desde entonces.


Por qué son necesarias las publicaciones científicas

No cuestionamos la necesidad de publicar los resultados científicos. La ciencia es un asunto público que debe ser discutido en la plaza pública, es decir, en talleres, conferencias y revistas científicas.

Además, hoy en día cualquiera puede publicar cualquier cosa en cualquier rincón de la red global. Por lo tanto, es beneficioso un filtrado previo por parte de un comité de programa o un consejo editorial responsables.

El filtrado añade valor en tanto que el núcleo de la ciencia (el lingote de oro) se hace más accesible… porque se mantiene pequeño. Así pues, cuanto más grande y menos filtrada sea la burbuja, menos accesible será el núcleo.

Las publicaciones científicas deberían ser un remedio para la sobrecarga de información (término popularizado por Alvin Toffler en su libro de 1970 El Shock del Futuro). Por el contrario, la Academia ha creado una necesidad artificial de publicar, no para el avance del conocimiento, sino para el avance de las carreras profesionales. La Academia ha sucumbido a la infoxicación.


Las métricas de productividad científica

La ciencia es cara. Los gobiernos y los inversores privados esperan, con razón, que pagar los salarios de los científicos sea rentable. Por tanto, es deseable promover a los buenos científicos y centros de investigación, al tiempo que se desalienta a los malos.

Ahora bien, en nuestra moderna sociedad industrial pensamos que podemos lograr este objetivo midiendo la productividad. Pero la productividad científica no se parece a la productividad industrial. Las ideas no se pueden medir como los ladrillos.

Las actuales métricas de productividad científica tienen como objetivo evaluar la calidad de las publicaciones y, a través de ellas, la calidad del investigador.

La calidad de una publicación se estima con el factor de impacto de la revista donde aparece, que es el número de citas que han recibido otros artículos en la misma revista en los últimos años. Los supuestos implícitos en este procedimiento de medición son:

- Una publicación es buena si se publica en una buena revista.

- Una revista es buena si ha merecido suficiente atención de los científicos.

En otras palabras, se supone que existe una correlación positiva entre el factor de impacto y la calidad científica. La idea es interesante, pero tiene muchos efectos secundarios negativos: se favorece la popularidad sobre la calidad, se promueve la ciencia rápida, se provoca el efecto Mateo, se destruyen los foros locales y regionales, etc.


La raíz del problema

El principal problema que subyace a todo esto es que el factor de impacto es utilizado como indicador de calidad. Los partidarios de la cienciometría argumentarán que, a pesar de todas sus deficiencias, es el mejor sistema que podemos tener, porque se basa en mediciones objetivas. Esto nos recuerda al borracho que buscaba las llaves bajo la farola porque era el único sitio donde había luz, aunque en realidad las había perdido a varios metros de distancia.

La cienciometría presenta la inevitable tendencia que tiene todo indicador de rendimiento a medir lo que se puede medir, y dejar de lado lo que no se puede medir, de modo que lo medible adquiere una importancia desmedida.

La cienciometría puede probablemente evitar algunos de sus peores efectos mejorando los sistemas de medición. Pero, al final, el problema en sí es la concepción de la Academia como un sistema retroalimentado. El problema está en empeñarse en medir la productividad científica, y retroalimentar el sistema con esas mediciones. Esto es justamente lo que enuncia la Ley de Goodhart: cuando una métrica de evaluación se convierte en objetivo, deja de ser una buena métrica.

Es prácticamente inevitable: los científicos y los espacios de publicación se adaptarán para asegurar su propia supervivencia, desarrollando estrategias como la ciencia salami, las autocitas y las citas de amigos, etc.

Todas estas estrategias se combinan para crear una cultura poco ética y anticientífica en la que se premian demasiado las habilidades políticas y demasiado poco los enfoques imaginativos, las ideas heterodoxas, los resultados de alta calidad y los argumentos lógicos. Y todo contribuye a inflar la burbuja cienciométrica y hacer menos accesibles los lingotes de oro de la ciencia más valiosa.


No podemos prescindir del juicio humano

Solo hay una manera de salir de este círculo vicioso: reconocer que la calidad es algo que esencialmente no se puede medir, que está más allá de los números y los algoritmos, que solo puede ser juzgado por humanos a pesar del carácter falible de su juicio.

El postulado de que existe una correlación positiva entre el factor de impacto y la calidad científica está lejos de haberse demostrado. La creencia de que las estadísticas de citas son intrínsecamente más precisas que el juicio humano y, por tanto, superan la posible subjetividad de la revisión por pares, es infundada: “Utilizar solo el factor de impacto es como utilizar solo el peso para juzgar la salud de una persona”.

Sin duda, las medidas objetivas pueden ayudar al juicio humano. Pero nos engañamos si pensamos que podemos evitar la corrupción y lograr una justicia ciega utilizando fórmulas matemáticas.

No existe una solución algorítmica al problema de la medición de la calidad científica. Por eso la Declaración de San Francisco sobre la Evaluación de la Investigación enfatiza “la necesidad de eliminar el uso de métricas basadas en revistas, tales como el Journal Impact Factor, al decidir sobre financiación, nombramientos y promociones; la necesidad de evaluar la investigación por sus propios méritos y no en base a la revista en la que se publica la investigación”.

Es mucho más fácil recopilar algunas cifras que pensar seriamente en lo que ha logrado un investigador. Como dice Lindsay Waters, es más simple basarse en números anónimos para despedir a alguien o descartar un proyecto de investigación, sin tener que explicarle razonadamente un juicio de valor negativo.


El factor humano en la evaluación de la ciencia

Nuestro principal interés es crear conciencia sobre el problema. Miles de científicos han firmado la Declaración de San Francisco, pero creemos que el mensaje merece ser difundido más ampliamente: la burbuja cienciométrica es poco ética y es perjudicial para la ciencia.

Es perjudicial el valor abrumador que están adquiriendo los números y las fórmulas en el mundo académico, en detrimento de la verdadera evaluación de la calidad de los trabajos individuales. Necesitamos una alternativa a la cultura del publicar o perecer.

Pero claro, evaluar a través de los factores de impacto y el ranking de revistas es tan barato… De hecho, los verdaderos beneficiarios de la evaluación numérica no son ni los investigadores ni la propia ciencia, sino las agencias de evaluación, que pueden sustituir a los científicos (capaces de revisar a sus pares) por meros burócratas (capaces de contar citas).

También hay una amenaza para los valores éticos que afectan a la forma en que un investigador aborda su actividad científica. La perversión en la forma de evaluar la productividad científica estimula al científico a preocuparse por publicar para no perecer, en lugar de obtener un conocimiento más verdadero y fiable.

El investigador, urgido por sobrevivir dentro de este sistema, preferirá la popularidad al valor intrínseco, considerará mejor escoger dónde publicar y no qué publicar.

La obsesión por encontrar métodos cuantitativos y algorítmicos para evaluar la productividad científica esconde una cobardía intelectual: la abdicación del evaluador de su responsabilidad de emitir un juicio personal sobre la calidad científica del trabajo evaluado. El evaluador termina así por convertirse en un obediente pero absurdo burócrata que se limita a aplicar fórmulas matemáticas. Sustituir el factor humano por una métrica objetiva en la evaluación de la ciencia no evitará la corrupción.

Los juicios humanos son falibles, pero al menos no promueven esta burbuja cienciométrica que amenaza con paralizar el avance del conocimiento ocultando los lingotes de oro de la verdadera ciencia bajo una enorme sobrecarga de publicaciones.



* Publicado en The Conversation06.04.21 como versión traducida y abreviada del artículo "The scientometric bubble considered harmful", publicado en Science and Engineering Ethics en febrero de 2016. El lector interesado puede acudir también al manuscrito en español. G. Génova es profesor titular de Lenguajes y Sistemas Informáticos en la Universidad Carlos IIIH. Astudillo es profesor en la Universidad Técnica Federico Santa María; y A. Fraga es profesora e investigadora en la Universidad Carlos III.

Un buen consejo de Adam Smith: los ricos no quieren tu bien




Como cualquier persona normal sabe, nuestra nación arrastra desde hace décadas una crisis para nada solapada. Los únicos que lo ignoran son nuestras élites políticas y económicas, sobre todo las derechistas. Viven en Chile sin vivir en Chile.

Por un lado, las élites políticas han quedado en evidencia por medio de las declaraciones de diversos altos funcionarios de la administración Piñera. Por su parte, "quienes dirigen las grandes empresas del país" no les van en zaga en su desconexión del país real. Aunque Ud. no lo crea, para ellos "el libre mercado funciona a la perfección, el conflicto con los trabajadores es menor y la desigualdad de trato no es tan grave"[1].

Cuando se considera esa mirada, no extraña su postura ante diversas iniciativas para enfrentar la crisis-sobre-la-crisis: la pandemia y sus efectos socioeconómicos. Como gente "seria" y "responsable" se oponen a cualquier medida que, en estas críticas circunstancias, ayude al resto de quienes viven en Chile. 

Siempre se habían opuesto a la subida del salario mínimo, a mayores regulaciones de los mercados y sus grandes agentes, a la reforma del sistema de pensiones, a darle "dientes" al SERNAC, a las renacionalizaciones de recursos estratégicos, a penas en serio para colusiones, uso de información privilegiada o la corrupción, etc. En plena pandemia esa lista, para nada exhaustiva, sigue a firme. Pero, ahora se suman las ayudas económicas a las familias, los retiros del 10% de los fondos de pensiones (que se explican, precisamente, por no haber planes de apoyo), subir los impuestos a los súper ricos y el cobro de un royalty decente a la gran minería[2].

Para las élites la única posibilidad "seria" y "responsable" para enfrentar la crisis es el libre mercado y su sistema de precios... ¡En un país con un mercado y sistema de precios dominado y manejado por esa misma gente! Los apoyan política y legalmente la élite política y "científicamente" los economistas, sus fieles escuderos neutrales y objetivos. Todos ellos gente "seria" y "responsable" y, por ende, pro "libre mercado"... que lleva décadas sin decir ni pío en un país donde no hay "libre mercado".

En fin. Este tipo de situaciones no es nueva. Solo cambian los contextos y las sinrazones.

Por ejemplo, al político y escritor inglés Tomás Moro no le tembló la mano para denunciar las injusticias de la élite en su Utopía (1516). En ese contexto, los poderosos, tal como sus colegas chilenos de hoy, argumentaban con el mismo descaro. Si el Estado los favorecía era en beneficio de toda la sociedad:
“...un conglomerado de gentes ricas que a la sombra y en nombre de la República, sólo se ocupan de su propio bienestar, discurriendo toda clase de procedimientos y argucias, tanto para seguir, sin temor a perderlo, en posesión de lo que adquirieron por malas artes, como para beneficiarse, al menor costo posible, del trabajo y esfuerzo de los pobres y abusar de ellos. Y así que consiguen que sus maquinaciones se manden observar en nombre de todos y, por tanto, en el de los pobres también, ya las ven convertidas en leyes”[3]
Nada nuevo bajo el sol. La gente "decente", los de "buena familia", lo "mejor de nuestra sociedad" no son mejores que los cogoteros. Sencillamente, en vez de cuchillos o pistolas, se sirven del estado de derecho. Como cantó Violeta Parra: "a la sombra de las leyes el refinado ladrón".

Mas, como ya se anunció en el título de esta columna, se puede recurrir a una superestrella de la economía ortodoxa: al mismísimo Adam Smith, "padre" del capitalismo de mercado. En general se desconoce que, al contrario de sus fans chilenos actuales, el filósofo moral escocés era pro mercado... no "cheerleaders de los empresarios"[4].  De hecho, Smith no tuvo ningún problema en criticar a los "patronos" de su tiempo[5]. 

Para el moralista escocés no se puede confiar en los empresarios a la hora de legislar. Precisamente, la situación a la que estamos enfrentados hoy en el país en diversas áreas. Así lo señala en La riqueza de las naciones en 1776:
“Los intereses de quienes trafican en ciertos ramos del comercio o de las manufacturas, en algunos aspectos, no sólo son diferentes, sino por completo opuestos al bien público (...) Toda proposición de una ley nueva o de un reglamento de comercio, que proceda de esta clase de personas, deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza, y nunca deberá adoptarse como no sea después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par que desconfiada. Ese orden de proposiciones proviene de una clase de gentes cuyos intereses no suelen coincidir exactamente con los de la comunidad, y más bien tienden a deslumbrarla y a oprimirla, como la experiencia ha demostrado en muchas ocasiones”
Entonces, por supuesto que la élite tiene todo el derecho a manifestar sus opiniones... por egoístas, torcidas, antipatriotas y carentes de sustento empírico que sean. El problema es que el resto de la sociedad, la parte perjudicada por esas posturas, las tome por beneficiosas y desinteresadas. 

En un país con una élite que se ufana de ser libremercadista, sospecho que Adam Smith es una fuente indiscutible... en contra de aquellos. No es posible acusarlo de irresponsable, sin coraje, populista, chavista o anticapitalista. Sin ir más lejos, George Stigler, economista de Chicago y Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel en 1982, escribió:
“...si al oír por primera vez un pasaje suyo [de Smith] uno se siente inclinado a discrepar, está reaccionando de modo incompetente; la respuesta correcta es decirse: me pregunto dónde fallé”[6]
No más preguntas Sr. Juez.

A los patroncitos no solo no hay que hacerles caso en las medidas y leyes que proponen y apoyan. ¡Hay que hacer lo contrario de lo que tan desinteresadamente sugieren!

Gracias Sr. Smith.


NOTAS:

[1] "Desconectados: la élite económica y el resto de la ciudadanía", La Tercera, 19.03.21.

[2] Siempre es bueno recordar que incluso la actual Constitución señala en su Artículo 19, numeral 24: “El Estado tiene el dominio absoluto, exclusivo, inalienable e imprescriptible de todas las minas”.

[3] Sobre el egoísmo de los ricos, Paul Piff, Dr. en Psicología y profesor asociado de la Universidad de California, tiene en línea una charla TED en la cual expone que, a partir de estudios experimentales, se ha relacionado la riqueza con el egoísmo.

[4] La declaración es del economista neoliberal Luigi Zingales, quien se refiriere a "los profesores de las escuelas de negocios", pero se sabe que la cita es aplicable a todo el espectro neoliberal chileno ("Zingales: 'Los profesores de las escuelas de negocios a menudo son cheerleaders de los empresarios sin importar la razón'", La Tercera, 18.11.15).

[5] Puntualmente, al contrario de nuestros "economistas transversales" y neoliberales en general, Smith no tendría problemas con un royalty a la gran minería. Sobre el respaldo de la economía clásica y neoclásica a un cobro por derechos de explotación, ver la columna de Cristóbal Palma "Extraña compulsión de generosidad" (The Clinic,11.03.21).

[6] STIGLER, George. 1987. El economista como predicador y otros ensayos. Editorial Folio. Barcelona.



* Publicado en El Clarín, 03.04.21.

De cómo cierto feminismo se convirtió en criada del capitalismo. Y la manera de rectificarlo




Nancy Fraser

Como feminista, siempre he asumido que al luchar por la emancipación de las mujeres estaba construyendo un mundo mejor, más igualitario, justo y libre. Pero, últimamente, ha comenzado a preocuparme que los ideales originales promovidos por las feministas estén sirviendo para fines muy diferentes. Me inquieta, en particular, el que nuestra crítica al sexismo esté ahora sirviendo de justificación de nuevas formas de desigualdad y explotación.

En un cruel giro del destino, me temo que el movimiento para la liberación de las mujeres se haya terminado enredando en una “amistad peligrosa” con los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado.

Esto podría explicar por qué las ideas feministas, que una vez formaron parte de una visión radical del mundo, se expresen, cada vez más, en términos de individualismo. Si antaño las feministas criticaron una sociedad que promueve el arribismo laboral, ahora se aconseja a las mujeres que lo asuman y lo practiquen. Un movimiento que si antes priorizaba la solidaridad social, ahora aplaude a las mujeres empresarias. La perspectiva que antes daba valor a los “cuidados” y a la interdependencia, ahora alienta la promoción individual y la meritocracia.

Lo que se esconde detrás de este giro es un cambio radical en el carácter del capitalismo. El Estado regulador del capitalismo, de la era de postguerra, tras la II Guerra Mundial, ha dado paso a una nueva forma de capitalismo “desorganizado”, globalizado y neoliberal. La segunda ola del feminismo emergió como una crítica del primero, pero se ha convertido en la sirvienta del segundo.

Gracias a la retrospectiva, podemos ver hoy cómo el movimiento de liberación de las mujeres apuntó, simultáneamente, dos futuros posibles muy diferentes. En el primer escenario, se prefiguraba un mundo en el que la emancipación de género iba de la mano de la democracia participativa y la solidaridad social. En el segundo se prometía una nueva forma de liberalismo, capaz de garantizar, tanto a las mujeres como a los hombres, los beneficios de la autonomía individual, mayor capacidad de elección y promoción personal a través de la meritocracia. La segunda ola del feminismo fue ambivalente en ese sentido. Compatible con cualquiera de ambas visiones de la sociedad, fue susceptible de realizar también dos elaboraciones históricas diferentes.

Tal como yo lo veo, la ambivalencia del feminismo ha sido resuelta, en los últimos años, en favor del segundo escenario, el liberal-individualista. Pero no porque fuésemos víctimas pasivas de la seducción neoliberal. Sino que, por el contrario, nosotras mismas hemos aportado tres ideas importantes para este desarrollo.

Una de esas contribuciones fue nuestra crítica del “salario familiar”: del ideal de familia, con el hombre que gana el pan y la mujer ama de casa, que fue central en el capitalismo con un estado regulador. La crítica feminista de ese ideal sirve ahora para legitimar el “capitalismo flexible”. Después de todo, esta forma actual de capitalismo se apoya, fuertemente, sobre el trabajo asalariado de las mujeres. Especialmente sobre el trabajo con salarios más bajos de los servicios y las manufacturas, llevados a cabo no solo por las jóvenes solteras, sino también por las casadas y las mujeres con hijos; no sólo por mujeres discriminadas racialmente, sino también por las mujeres, prácticamente, de todas las nacionalidades y etnias. Con la integración de las mujeres en los mercados laborales en todo el mundo, el ideal del salario familiar, del capitalismo con estado regulador, está siendo reemplazado por la norma, más nueva y más moderna, aparentemente sancionada por el feminismo, de la familia formada por dos asalariados.

No parece importar que la realidad subyacente, en el nuevo ideal, sea la rebaja de los niveles salariales, la reducción de la seguridad en el empleo, el descenso del nivel de vida, el fuerte aumento del número de horas de trabajo asalariado por familia, la exacerbación del doble turno, ahora, a menudo, triple o cuádruple, y el incremento de la pobreza, cada vez más concentrada en los hogares de familias encabezadas por mujeres. El neoliberalismo nos viste a la mona de seda a través de una narrativa sobre el empoderamiento de las mujeres. Al invocar la crítica feminista del salario familiar para justificar la explotación, utiliza el sueño de la emancipación de las mujeres para engrasar el motor de la acumulación capitalista.

El feminismo, además, ha hecho una segunda contribución a la ética neoliberal. En la era del capitalismo con estado regulador, criticábamos, con razón, la estrecha visión política que, intencionalmente, se focalizaba en la desigualdad de clases y que no era capaz de fijarse en otro tipo de injusticias “no económicas”, como la violencia doméstica, las agresiones sexuales y la opresión reproductiva. Rechazando el “economicismo” y politizando lo “personal”, las feministas ampliaron la agenda política para desafiar las jerarquías de status basadas en las construcciones culturales sobre las diferencias de género. El resultado debía haber conducido a la ampliación de la lucha por la justicia, para que abarcara tanto lo cultural como lo económico. Pero el resultado ha sido un enfoque sesgado hacia la “identidad de género”, a costa de marginar los problemas del “pan y la mantequilla”. Peor aún, el giro del feminismo hacia las política de la identidad encajaba sin fricciones con el avance del neoliberalismo, que no buscaba otra cosa que borrar toda memoria de la igualdad social. En efecto, enfatizamos la crítica del sexismo cultural precisamente en el momento en que las circunstancias requerían redoblar la atención hacia la crítica de la economía política.

Finalmente, el feminismo contribuyó con una tercera idea al neoliberalismo: la crítica al paternalismo del Estado del bienestar. Indudablemente y de forma progresiva, en la era del capitalismo con Estado regulador esa crítica ha ido convergiendo con la guerra neoliberal contra el “Estado-niñera” y su más reciente y cínico apoyo a las ong. Un ejemplo ilustrativo es el caso de los “micro-créditos”, el programa de pequeños préstamos bancarios para mujeres pobres en el Sur global. Presentado como un empoderamiento, de abajo hacia arriba, alternativo al de arriba a abajo, al burocratismo de los proyectos estatales, los micro-créditos se promocionan como el antídoto feminista contra la pobreza y el sometimiento de las mujeres. Lo que se pasa por alto, sin embargo, es una coincidencia inquietante: el micro-crédito ha florecido precisamente cuando los Estados han abandonado los esfuerzos macro-estructurales para combatir la pobreza, esfuerzos que no se pueden sustituir con préstamos a pequeña escala. También en este caso una idea feminista ha sido recuperada por el neoliberalismo. Una perspectiva dirigida, originalmente, a democratizar el poder del Estado para empoderar a los ciudadanos, es ahora utilizada para legitimar la mercantilización y los recortes de la estructura estatal.

En todos estos casos la ambivalencia del feminismo ha sido resuelta en favor del individualismo (neo) liberal. Sin embargo, el escenario alternativo de la solidaridad puede que aún esté vivo. La crisis actual ofrece la posibilidad de volver a tirar de ese hilo una vez más, de manera que el sueño de la liberación de las mujeres sea de nuevo parte de la visión de una sociedad solidaria. Para llegar a ello, las feministas necesitamos romper esa “amistad peligrosa” con el neoliberalismo y reclamar nuestras tres “contribuciones” para nuestros propios fines.

En primer término, debemos romper el vínculo espurio entre nuestra crítica al salario familiar y el capitalismo flexible, militando en favor de una forma de vida que no gire en torno al trabajo asalariado y valorice las actividades no remuneradas, incluyendo, pero no solo, los “cuidados”. En segundo lugar, debemos bloquear la conexión entre nuestra crítica al economicismo y las políticas de la identidad, integrando la lucha por transformar el status quo dominante que prioriza los valores culturales de la masculinidad, con la batalla por la justicia económica. Finalmente, debemos cortar el falso vínculo entre nuestra crítica de la burocracia y el fundamentalismo del libre-mercado, reivindicando la democracia participativa, como una forma de fortalecer a los poderes públicos, necesarios para limitar al capital, en nombre de la justicia.



* Publicado en Debate Feminista, vol. 50, 2014. Nancy Fraser es una filósofa política, intelectual pública, académica y feminista estadounidense.

Corrección política (debida) y homogeneización (indebida) del discurso




Como profesor universitario con más de 25 años de experiencia puedo decir, con preocupación, que he sido testigo de un progresivo proceso de confusión que homologa discursos de odio e insultos con opiniones contrarias a las personales y declaraciones duras, irónicas, polémicas, etc.

Si bien quienes asumen esa confusión como lo políticamente correcto puedan no ser la mayoría, sí lo ha llegado a ser una opinión pública que no reacciona ante ello o encuentra aceptable dicha postura y, más importante aún, la ética que surgen de ella.

Y ni hablar de un ambiente universitario donde no se capta esa diferencia y terminas "cuidándote" de qué decir (¡y por supuesto no hablo de discursos de odio ni de insultos!).

Creo que Villanueva tiene un punto en la columna de Cruz que dejamos abajo, por más que sus ejemplos puedan no gustarte por coincidir con tus opiniones. Haz el ejercicio de imaginar que tus adversarios han logrado instalar su tipo de corrección política.

Por último, nunca está de más recordar, al tomar en cuenta tu buena fe, que el camino al Infierno está pavimentado de buenas intenciones. Fuera de que las buenas ideas no tienen porqué dar cuenta de la calidad intelectual y moral de quienes las siguen y las materializan en su propio estilo.

PD:
Si por casualidad, lees esto y piensas "¡OK boomer!"... eres parte del problema. Ah, y un detalle: no soy de esa generación.


§§§


Instrucciones para no morderse la lengua


Juan Cruz

Darío Villanueva es catedrático, ha sido director de la Academia, generalmente usa corbata, pero en los saraos de antaño era el primero en salir a bailar tras las conferencias sobre el buen uso de la lengua. Para escribir este libro, Morderse la lengua. Corrección política y posverdad (Espasa), también se ha quitado la corbata, y naturalmente no se ha mordido la lengua, como militante “contra la forma posmoderna de la censura que se llama corrección política”. Si te muerdes la lengua te envenenas. Pasa en su propio oficio. Un profesor español en Princeton le espetó a un estudiante: “¡A ver si te pones a estudiar y dejas de tocarte los cojones!”. Acto seguido, el muchacho acudió a la autoridad para denunciar de acoso sexual verbal al maestro, este fue expulsado por la rectora y tiempo después se suicidó el profesor. Se ha sabido que el maestro francés degollado por un fanático fue atacado a raíz de una mentira de una alumna mahometana que no estaba en clase, pero le contó a su padre que el maestro mostró “de manera ofensiva los famosos dibujos contra Mahoma”. El padre fue a un imán con la historia, “lo contó en las redes y, al tiempo, lo degollaron”. La corrección política, dice Villanueva, la ejercía antes un poder político o religioso… “Ahora es parte de una nebulosa de la sociedad, donde un grupo, una tendencia, un género se considera autoridad para imponer lo que se puede y lo que no se puede decir. El que no se atenga a esas normas no escritas tiene que atenerse a las consecuencias”.

Quevedo avisó, como recoge el académico antes de empezar el libro: No he de callar por más que con el dedo / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo. “Lo perverso del asunto es que nosotros vivimos en democracia, sabemos cómo fueron la censura de la dictadura y la de la Iglesia, parecía que estábamos vacunados contra ello y ahora sabemos que no es así”. En el ámbito del feminismo, en los ochenta la palabra woman, mujer en inglés, “ya fue rechazada porque en su segunda parte dice hombre… Desde esa ideología de la no identificación de género ya no se puede decir madre sino persona gestante; y en el caso de la propia palabra mujer es más correcto decir persona menstruable… Una señora nos mandó una carta a la Academia exigiendo que se retirara del diccionario la palabra mayormente porque le hacía llorar los ojos. Y dos personas firmaron una misma carta diciendo que hay que retirar el adjetivo racional porque es ofensivo contra los seres irracionales”. Enid Blyton está acusada de sexista y racista. Y a Mark Twain lo persiguen por haber escrito la palabra nigger… Al propio Darío Villanueva lo amenazaron por haber glosado en sus lecciones universitarias norteamericanas la parte en la que, en el Lazarillo, la madre de Lázaro se amanceba con un negro ante cuya visión el niño exclama: “¡Negro, coco!” ¿Y cómo combatimos este manto de corrección política? “No aceptándola, no mordiéndonos la lengua. Yo tengo 70 años, y me niego a aceptar que soy de la tercera edad. Yo soy viejo”.

Por cierto, ¿y al fin no calló Quevedo? “Era un hombre inteligente, lector de Maquiavelo, dijo aquello de ‘entre el clavel y la rosa su majestad escoja’ y así consiguió que no lo metieran en la trena… pero lo metieron”. Y usted, ¿se muerde la lengua? “Por pudor, o por cortesía. Nunca por corrección política”.


Viñeta de Alberto Montt.




* Publicado en El País, 21.03.21.

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