Economía 101: más clases universitarias sacan a la superficie debates morales




Erika Page


Durante los últimos cinco años, los economistas Wendy Carlin y Sam Bowles consiguieron que profesores de todo el mundo hicieran una pregunta básica a miles de estudiantes de primer año de economía en su primer día de clase. ¿Cuál es el problema más urgente que deberían abordar los economistas?

Entre las respuestas como la globalización, la digitalización y el desempleo, dos preocupaciones eclipsan al resto en los datos más recientes: la desigualdad y el cambio climático.

Pero existe una sensación cada vez mayor de que el plan de estudios estándar de economía, especialmente tal como se enseña en los cursos introductorios, no está preparando adecuadamente a los estudiantes para abordar estos problemas.

La frustración comenzó a aumentar después de la crisis financiera de 2008 en respuesta a un plan de estudios que se consideraba demasiado simplificado y ciego a la historia, el poder y las nociones de justicia. A medida que las preocupaciones sobre la distribución del ingreso y el medio ambiente se han intensificado desde entonces, y en respuesta a las demandas de los estudiantes, un número pequeño pero creciente de economistas ahora están sacando a la luz cuestiones éticas en la introducción a la economía.

“Realmente hay un punto de inflexión en la educación económica en este momento”, dice Megan Way, profesora de economía en Babson College en Wellesley, Massachusetts. “Hay un reconocimiento de cómo la economía moderna no ha incorporado lo suficiente la realidad del cambio climático y la sostenibilidad o los problemas de desigualdad, diversidad e inclusión. ... Hay ciertas suposiciones subyacentes a nuestros modelos y principios, y algunos de esos modelos son realmente incorrectos y realmente problemáticos ".

Para empezar, ¿cómo puede la economía realmente abrazar la sostenibilidad cuando los modelos básicos que se enseñan a los estudiantes universitarios de primer año suponen que más siempre es mejor? O: Por más natural que sea la búsqueda de la eficiencia, ¿la sociedad está ignorando a aquellos que están perdiendo más que ganando en el proceso?

Estas preguntas son más que académicas, porque el impacto de la teoría económica se extiende hacia afuera. Aproximadamente el 40% de los 20 millones de estudiantes de pregrado en los Estados Unidos toman un curso de economía cada año. Algunos estudiarán el tema en profundidad. Algunos comienzan una carrera en campos influyentes como los negocios, las finanzas o la política. Para muchos, “Econ 101” lo es. Los economistas no pierden esa responsabilidad.

Lo más importante que los profesores dicen que pueden hacer es tener más cuidado de no tratar la economía como una zona libre de valores.

“Mucho de lo que se llama eficiencia en economía en realidad tiene implícita una teoría moral”, dice Jason Furman, uno de los dos economistas que dirigen el curso de introducción de la Universidad de Harvard. “La gente en economía finge que, 'Oh, el crecimiento no tiene ninguna implicación moral, o el excedente social no tiene ninguna implicación moral'. Pero lo hacen. Por eso, en lugar de introducirlo de contrabando implícitamente, prefiero ser explícito sobre lo que es".


Más allá de la eficiencia

La introducción a la economía es, con mucho, el curso más difícil de enseñar, dice James Campbell, y no solo porque tiene más de 600 estudiantes en su clase en la Universidad de California, Berkeley.

Parte de lo que mantiene al profesor Campbell despierto por la noche es decidir cuánto tiempo dedicar a los detalles técnicos de modelos básicos como la oferta y la demanda, la maximización de ganancias y el crecimiento del PIB, que los estudiantes necesitan para tener un buen desempeño en cursos de nivel superior, y cómo puede dedicar mucha energía a complicar la narrativa y ayudar a los estudiantes a hacer juicios éticos.

Por sí mismos, los supuestos en economía parecen pintar un mundo habitado enteramente por homo economicus. Las personas, que toman decisiones racionales y con visión de futuro, solo tienen como objetivo maximizar el interés propio. Los ecosistemas en la naturaleza están totalmente separados del funcionamiento de la economía. Y la interacción social toma la forma de un intercambio de mercado en el que la competencia perfecta conduce al resultado más eficiente.

Los economistas son los primeros en advertir que estas son solo prácticas simplificaciones que complica el trabajo de alto nivel. Pero hay alguna evidencia de que estos puntos de vista moldean la cosmovisión y el comportamiento de los estudiantes, haciendo que las personas sean menos generosas y menos preocupadas por la justicia, dice el profesor Campbell.

“En muchos de los textos estándar... la eficiencia es la medida de cuán bueno es un resultado. Lo que intentamos hacer es descomponer todas las declaraciones éticas implícitas que están debajo de eso para decir: 'Bueno, ¿qué tipo de mundo estás defendiendo si abogas por un mundo eficiente en el sentido en que Econ lo dice en serio?'”.

Las preguntas de discusión que invitan a la reflexión acompañan a los conjuntos de problemas en cada unidad. Para el examen final, los estudiantes escriben dos ensayos, sin regurgitar las curvas de oferta y demanda, con indicaciones éticas como, "¿Cuál es la forma correcta de medir el bienestar en una economía?" y "¿Deberían los legisladores preocuparse más por el crecimiento económico o la reducción de la desigualdad?".

Vagar por un terreno ético puede ser aterrador para un economista, dice el profesor Campbell. "Creo que existe esta percepción entre algunos economistas de que es demasiado abrumador intentar tener estas preguntas sin respuesta".

Pero él dice que ser honesto con los estudiantes y confiar en ellos para manejar los matices ayuda mucho.

“Miren, es un desastre, es difícil y no tenemos las respuestas”, les dice. "Pero querrás poder participar en esas conversaciones".

Los estudiantes tienden a apreciar el esfuerzo extra.

"Quedar atrapados en este universo económico simplificado de modelado puede tener consecuencias negativas no deseadas cuando olvidamos que el mundo real no es tan simple como nuestros modelos", dice Emma Berman, estudiante de segundo año de UC Berkeley que dice que desea que más profesores tomen implicaciones éticas en cuenta.


Nuevo libro de texto

Wendy Carlin del University College London y Samuel Bowles del Santa Fe Institute no les preguntaron a los estudiantes sobre los problemas más urgentes de la sociedad por nada, estaban en una misión. Como parte de CORE, un grupo de economistas de todas partes unidos por la convicción de que Econ 101 necesitaba una revisión ambiciosa, se propusieron escribir un nuevo libro de texto.

Desde entonces, The Economy ha sido adoptado en 379 universidades en más de 60 países, desde la University College London hasta la Colorado State University.

El texto en línea gratuito presenta un nuevo marco para estudiar economía. En él, las personas se motivan por valores como la equidad y la reciprocidad además del interés propio, la economía opera como parte de un mundo natural cuya sostenibilidad está en duda, y la desigualdad es uno de los temas de apertura.

“Es una bendición para las personas que intentan enriquecer Econ 1”, dice el profesor Campbell, que usa el libro junto con un texto más tradicional.

A medida que la profesión se diversifica, los economistas esperan que nuevas voces continúen empujando el sobre hacia una enseñanza más matizada e inclusiva de la economía básica.

“Los principios básicos no han cambiado”, dice Derek D'Angelo, presidente de la Asociación Nacional de Educadores Económicos. “Pero cómo los estamos aplicando y cómo los estamos viendo (...) ¿Es inclusivo lo que enseñamos? ¿Es una historia o un tema del que todos los estudiantes se ven a sí mismos como parte?".


"La sociedad no son solo números"

El creciente enfoque en las cuestiones éticas coincide con otros cambios en la economía en los últimos años. Por ejemplo, la reciente concesión del Premio Nobel de Economía a tres investigadores, incluido David Card de UC Berkeley, refleja un énfasis creciente en el análisis de datos del mundo real, que a veces ha desafiado teorías arraigadas como la idea de que un salario mínimo más alto necesariamente disminuye el empleo.

“El hielo se está rompiendo, definitivamente”, dice el economista Gerald Friedman.

En la Universidad de Massachusetts, Amherst, el profesor Friedman enseña a partir de un libro de texto introductorio que comenzó a escribir hace más de dos décadas después de años de dar conferencias a partir de textos que con demasiada frecuencia ignoraban la importancia de las normas y valores sociales.

“Necesitamos adoptar ese enfoque de ver detrás de los números y ver el verdadero efecto que tiene en la sociedad”, dice uno de sus estudiantes, Christian Figueroa. "Porque la sociedad no es solo números".

El profesor Friedman “expresa sus opiniones, brinda los argumentos para ello, pero luego también brinda argumentos para el lado al que se opone”, agrega Figueroa. "Eso te da un equilibrio para pensar por ti mismo".

El economista de Harvard, Stephen Marglin, recuerda una época, no hace mucho, en que esa forma de pensar no era tan bienvenida. Cuando impartió un curso de introducción entre 2003 y 2010 criticando el enfoque estándar, fue popular entre los estudiantes. Pero “a mi departamento no le importó mucho”, dice Marglin, sonriendo al recordar que solo otro profesor votó a favor de que el curso cuente para la especialización en economía.

"Creo que ahora el centro de gravedad de la profesión ha cambiado", dice.

En su enseñanza en Harvard, el profesor Furman dice que dedica más tiempo a la ética que las iteraciones anteriores de la clase de introducción, en parte porque la urgencia ha crecido.

“No estamos tratando de enseñarles qué valores deben tener”, dice, “sino tratando de enseñarles a pensar más detenidamente sobre sus valores y cómo combinarlos con la economía”.



* Publicado en The Christian Science Monitor, 09.11.21. Erika Page es licenciada Economía Política y Estudios Globales por la Universidad de California, Berkeley.

Sobre sionismo, judaísmo, racismo y barbarie




Las discusiones en torno al conflicto palestino israelí están plagadas de falacias y sensibilidades. Es necesario desarmar las extorsiones argumentativas y pensar el fondo del conflicto.


Ariel Feldman


Nací en Israel hace 44 años, soy judío, y hace más de tres décadas vivo en la Argentina. Desde entonces visité varias veces el Estado de Israel, anduve por ciudades y pueblos árabes, conversé con los denominados árabes israelíes (palestinos que quedaron dentro de las fronteras israelíes luego de la guerra que siguió a la autoproclamación del Estado de Israel en 1948), crucé los check points y recorrí los territorios ocupados. En especial caminé Hebrón más de una vez —una de las ciudades palestinas con fuerte presencia militar y de colonos israelíes— y conversé con familias y jóvenes palestinos residentes ahí. No tuve la suerte de conocer Gaza. Para alguien con nacionalidad israelí es prácticamente imposible hacerlo desde hace 16 años.

Este dato biográfico no pretende que mis palabras valgan más que otras gracias a una autoridad que no siento, pero sí intentan inhibir falacias ad hominem que suelen esgrimirse contra quienes critican al Estado de Israel. Ya sea en este contexto particular del terrible ataque a civiles por parte de Hamas seguido de la represalia inhumana contra la población gazatí, ya sea en cualquier otro momento histórico del debate, se aduce que una posición antisionista se basa en una falta de sensibilidad y carencia de empatía frente al padecimiento del «pueblo judío», sea señalando en el interlocutor un supuesto antisemitismo o posición «ideologizada» o argumentando un desconocimiento del territorio y su complejidad. Un conjunto de afirmaciones que evitan responder argumentos y que pretenden, en cambio, cancelar la discusión anulando al interlocutor.

Para poder hacer una lectura sobre el conflicto entre Palestina e Israel y la actual coyuntura es necesario en primer lugar desarmar dos falacias nodales que voy a ilustrar a partir de una argumentación que está circulando entre aquellos que exigen una defensa del Estado de Israel. El argumento propondría este falso silogismo: ser humanista, progresista o de izquierda implica estar contra el racismo; el antisemitismo es sin duda una forma de racismo; ergo, culpar a los israelíes por su propio asesinato es antisemita. Este argumento u otros similares que apelan a la sensibilidad y empatía con las víctimas del ataque de Hamas se viene utilizando sin excepción para exigir empatía con el Estado de Israel y ser sensible hacia su posición en el conflicto. Hay que develar ese artilugio y no permitir lo que no es más que una extorsión argumentativa.

Sionismo y judaísmo son sencillamente dos cosas distintas, y por lo tanto el antisemitismo y el antisionismo también lo son

El sionismo es una ideología política nacionalista con menos de doscientos años de existencia, mientras el judaísmo es una religión, una cultura para algunos, una nación, una comunidad para otros, que data de varios siglos de existencia ya antes de la era cristiana. El vínculo entre uno y otro, sin embargo, es innegable. 

El sionismo es una corriente ideológico-política surgida y pensada como solución y salvaguarda para el perseguido pueblo judío, que logró establecer un Estado autoproclamado judío en Palestina en 1948. A pesar de ello, el sionismo no deja de ser una corriente, una parcialidad, como lo es el integrismo islámico teocrático frente al Islam o una secta cristiana para el cristianismo. Es verdad que el sionismo es hegemónico entre los judíos, y explicar por qué pasa esto excede los objetivos de este texto. Sin embargo, el hecho de que sea hegemónico es central: la hegemonía implica que aquello que la ejerce (la ideología sionista) es una entidad distinta que aquello sobre lo cual ejerce su dominación ideológica o política (el judaísmo, en este caso). 

También implica que toda dominación es circunstancial, es histórica, no esencial. La falsa identificación y consiguiente confusión de uno y otro es una estratagema ideológica del sionismo para que el capital simbólico y las atrocidades cometidas durante milenios contra el pueblo judío se trasladen como prerrogativas al Estado de Israel y, cada vez que se critica las políticas sionistas de Israel, poder decir que estamos ante una posición antisemita

Así, en el culpable y culposo Occidente por las atrocidades que sufrieron los judíos en esas longitudes y latitudes, se genera una suerte de intangibilidad a la critica por el hecho de que Israel encarnaría el espíritu y salvaguarda de todos los judíos, los perseguidos y exterminados en los campos de concentración nazis, así como representaría a sus sobrevivientes y descendientes, fuera y dentro de Israel.

En estos días en Alemania se horrorizan con razón de que aparezcan casas donde viven judíos marcadas con estrellas de David. Es verdad, la aparición de actos antisemitas en diferentes partes del mundo luego de producidos los ataques de Israel a civiles palestinos es una constante. Sin duda el antisemitismo no desapareció con la caída del regimen nazi, y por supuesto es muy anterior a la fundación del Estado de Israel. Sin duda las atrocidades que comete el Ejercito israelí y los colonos son aprovechadas por personas y grupos que no tienen ninguna sensibilidad por el pueblo palestino. Sin embargo, la mencionada confusión intencional entre sionismo y judaísmo llavada adelante por Israel y sus defensores es un componente esencial para entender el fenómeno antisemita en la actualidad.

No hay que ser brillante para darse cuenta de que si se atribuye al «judaísmo» el colonialismo, la opresión y los crímenes de guerra que comete un Estado contra un pueblo prácticamente indefenso, traerá aparejado el desarrollo de un antisemitismo sui generis

Lo escandaloso es comprobar una y otra vez que a las organizaciones de la comunidad judía en la diáspora, financiadas y alineadas con el sionismo israelí, y a muchos de sus intelectuales, no les preocupa en absoluto el crecimiento potencial del antisemitismo sino la defensa de actos y políticas indefendibles que lleva adelante el Estado de Israel. Escandaloso es que sólo nos preocupemos por las casas judías marcadas y no por leyes que prohiben ondear la bandera palestina (no la de Hamas, sino la nacional palestina) y reprimir manifestaciones pacíficas que denuncian el castigo colectivo al pueblo gazatí.

Para combatir la semilla del prejuicio y odio al pueblo judío —que existe— el camino no es amparar actos criminales aduciendo que criticarlos es antisemita. Por el contrario, debemos repetir una y otra vez que el Estado de Israel hace lo que hace en tanto que sionista, no en tanto que judío. E insistir en los valores humanistas, en la propia experiencia del sufrimiento, de resistencia frente a la crueldad, de amor por la palabra y la reflexión que distingue tajantemente al judaísmo del sionismo.

El supuesto silogismo quedó muy arriba, pero recordemos que además de la confusión de sionismo y judaísmo, operaba sobre la nocion de víctima. Podemos reponerlo y ampliarlo del siguiente modo: si condenamos la matanza de víctimas civiles israelíes (por supuesto que lo hacemos) y creemos que una persona que está en una fiesta cerca de la franja de Gaza es una víctima inocente, uno debería derivar sin más que el Estado de Israel está siendo víctima en el conflicto y que, por tanto, señalar su responsabilidad primaria en el ataque de Hamas sería análogo a tratar de responsabilizar a una víctima de lo que le hace su victimario.

A pesar del efecto argumentativo derivado del dolor por los muertos de civiles israelíes, el razonamiento contiene un pase de magia lógico bastante transparente. Sirve para neutralizar extorsivamente por sensibilidad un debate, pero no aporta a tratar realmente de desentrañar qué está pasando en el conflicto. El argumento en cuestión toma la parte por el todo (ciudadanos por Estado). Los muertos y secuestrados civiles son víctimas inocentes, sin duda; pero eso no hace inocente al Estado de Israel. Este movimiento, que toma la parte por el todo, produce a su vez el aislamiento de un hecho atroz y condenable de sus condiciones históricas, materiales y políticas de existencia. Es necesario poder condenar el ataque de Hamas a la vez que se explica cómo las políticas israelíes son condiciones necesarias para que los actos de resistencia del pueblo palestino se vuelvan desesperados y cruentos.

Los atentados a civiles por parte de la resistencia palestina comenzaron a principios de los años setenta, más de veinte años después de la fundación del Estado de Israel. El despojo palestino y limpieza étnica por parte de las organizaciones sionistas y luego por parte del Estado de Israel comenzaron décadas antes de la expansión colonial que significó en 1967 la Guerra de los Seis Días. Pero los atentados a civiles israelíes solo comenzaron a ser una práctica de la resistencia palestina a partir de la ocupación de Cisjordania y de Gaza, hecho que consolidó el colonialismo israelí y le dio una realidad particularmente cruenta en esos territorios: una minoría ocupante que se atribuyó el derecho de gobernar a una población nativa y mayoritaria, juzgarla, administrarla, encarcelarla, bombardearla, invadirla progresivamente con colonos, despojarla de sus tierras, humillarla, destruir cualquier posibilidad de desarrollo económico, de infraestructura, de futuro.

Israel domina Cisjordania por medio de un sistema colonial de apartheid condenado por la Organización de Naciones Unidas que produce la fragmentación del territorio y la obstrucción de la libre movilidad, impulsa la intrusión de colonos, administra militarmente el territorio, asesina y convalida progroms por parte de los colonos custodiados por el Ejército regular, produce continuas muertes de jóvenes en acciones represivas. Gaza lleva 16 años bloqueada a todo nivel, y ese bloqueo se radicaliza al sitiarla y bombardearla, estableciendo cortes de suministros esenciales de forma periódica según lo considere necesario su ocupante militar.

El castigo colectivo a la población civil, condenado como crimen de guerra por el concierto internacional, es una práctica esencial y frecuente en el procedimiento colonial israelí. Un filósofo hebreo, Yeshayahu Leibowitz, días después de la ocupación de dichos territorios en 1967, aseguró que Israel debía retirarse de ellos ya que a las naciones que ejercen un poder colonial se les pudre progresivamente el alma

Justificar una colonización solo se logra reforzando una ideología supremacista y consiguientemente deshumanizando al pueblo colonizado. En el año 2007 estuve en Israel en el aniversario 40 de la ocupación y participé en la capital israelí, Tel Aviv, de una manifestación contra la política colonial de Israel en esa efeméride significativa por las cuatro décadas redondas. Éramos menos de 200 personas. El alma de la sociedad Israelí no ha dejado de pudrirse. Pude registrar viaje tras viaje el racismo creciente y transversal de los israelíes para referirse a los palestinos. No los llamaron «animales humanos» ahora tras el ataque de Hamas. Los vienen llamando así, en las calles, hace décadas, y los vienen tratando como tales.

Quienes hayan visitado a lo largo de los años Israel pueden coincidir, sea cual sea su posición ante el conflicto, en algo que podríamos denominar «dialéctica de seguridad y sensibilidad». Cuanto mayor es la sensación de seguridad de la sociedad israelí, gracias a una neutralización casi absoluta de la capacidad de daño de los palestinos por obra y gracia de su infraestructura de «defensa» (muro separador, aparato de inteligencia, el domo de hierro que frena los débiles cohetes palestinos, asesinatos «selectivos», diplomacia y colaboración colonial de la Autoridad Palestina en Cisjordania, etc.), menor es la atención que la sociedad israelí le presta a la situación de los palestinos, menor la empatía, menor la presión de la sociedad Israelí a su gobierno para encontrar una solución al conflicto.

Tampoco hay sensibilidad con el pueblo palestino, hay que decirlo, del resto de los gobiernos árabes, que fueron normalizando las relaciones de sus Estados con el de Israel a pesar de que la situación del pueblo palestino solo se ha agravado a lo largo de los años. No parece descabellado que en esta dialéctica los palestinos piensen que el daño a los israelíes es la única posibilidad para no ser invisibilizados en su desesperada situación.

Y aquí creo que es necesario afirmar algo, por obvio que sea. No hay nada esencial, ontológico, intrínsecamente cruel o supremacista en los genes de ningún pueblo. Pero sí hay movimientos ideológicos y formas de organización política que terminan siéndolo. Las formaciones humanas son realidades históricas, y eso quiere decir que son los procesos históricos los que tallan, enaltecen o envilecen a los grupos sociales que las encarnan. Hamas es una organización político-militar que no existiría si no fuera por la inhumana y cada vez más cruel colonización sionista de Palestina. Esta es una verdad indiscutible.

Siquiera hace falta entrar a discutir la veracidad de las investigaciones históricas que señalan que el gobierno de Israel alentó activamente el surgimiento de Hamas para que confrontara a la OLP, y dividir al enemigo en bandos confrontados entre sí. Lo que es indudable es que hizo posible el crecimiento de la organización, centralmente minando de forma sistemática a la Autoridad Palestina y frustrando toda salida política al conflicto. El objetivo central fue, posiblemente, que se impusiese una vertiente particularmente violenta de la resistencia palestina que eclipsara la violencia colonial cada vez más evidente y el consiguiente fortalecimiento de la causa palestina en foros internacionales y la opinión pública.

Ninguna organización palestina en su historia hizo un acto semejante al del pasado sábado 7 de octubre. Solo se lo puede entender en un contexto de desesperación absoluta de los palestinos y su causa de liberación nacional. En los últimos tiempos, y bien antes del ataque de Hamas, las ya devastadoras políticas del Estado de Israel se vieron recrudecidas significativamente: continuos progroms sobre pueblos palestinos hechos por los colonos fanáticos en los territorios ocupados, aceleración del crecimientos de las colonias y expropiación de tierras, visitas militarizadas y rezos judíos en lugares sagrados para el Islam a modo de provocación, leyes y declaraciones oficiales supremacistas por parte del gobierno ultraderechista de Israel, asedio a Gaza, y ninguna intención de negociar el fin de la ocupación y una salida de autodeterminación del pueblo palestino. No está en carpeta.

A todo esto hay que sumar la escalofriante objetividad de los números. En los diarios podrán aparecer las historias de vida y familiares de los muertos israelíes y prácticamente ninguna historia que permita humanizar el sufrimiento y personalizar la muerte de los palestinos. Pero la única verdad es la realidad. La cantidad de muertos en el conflicto en los últimos 10 años, contabilizados por la organización de derechos humanos israelí B´Tslalem, da cuenta que lo que se vive entre Palestinos e israelíes no es una guerra sino simplemente una masacre. El 95% de los muertos son palestinos, y entre ellos, un alto porcentaje son niños. Tal vez el lector tiene otra sensación porque en la prensa occidental valen y se representan más unas muertes que otras… pero los números son los números.

Cuando estaba terminando la escuela en Argentina, aun con los recuerdos de mi infancia en un Kibutz bastante frescos, consideré ir a hacer la universidad a Israel. Aún «amaba a mi país», pero ya era crítico de la política del Estado de Israel. De modo que empecé a consultar a conocidos israelíes cómo podía hacer para ir a estudiar pero no hacer la Tzavá (servicio militar obligatorio de 3 años para hombres y mujeres). Había opciones, como empezar a estudiar y luego ser objetor de conciencia y negarme a hacer el ejército. Pero un amigo israelí me dijo que no tenía sentido hacer eso, porque de ese modo nunca pertenecería realmente a Israel, porque el Ejército era la columna vertebral afectiva y cultural del país.

Ahí entendí algo. Efectivamente el servicio militar constituye el rito de pasaje a la adultez y ciudadanía para los israelíes. Es el momento en que dejan la casa familiar y conocen a sus amigos de toda la vida, que volverán a ver cada vez que los convoque con cierta regularidad la reserva del Ejército. Esa conversación me sirvió para entender que, a diferencia de lo que sucede entre los palestinos y Hamas, la identificación de los israelíes con la política colonial de su Estado en armas tiene un aspecto bastante estructural. Exceptuando obviamente los árabes israelíes, ciudadanos israelíes exentos por cuestiones de salud, rabinos y los objetores de conciencia, prácticamente la totalidad de la sociedad israelí tiene una férrea educación militar y formación en la violencia armada. Hamas tiene, se dice, 20.000 combatientes. Menos del 1% de la población de Gaza.

Soy un militante por una paz justa entre palestinos e israelíes. Sin embargo, me es imperioso desarmar y denunciar los discursos pseudopacifistas que no son más que una encarnación de la «teoría de los dos demonios», bien conocida por los argentinos. Hablar del «péndulo del terror», como hizo Jorge Drexler, es un ejemplo entre otros de la igualación reprobable e injusta de dos violencias diversas. La violencia palestina, aun en su forma más condenable, es un acto de resistencia. Decir eso no es romantizarla: es ser descriptivos; se trata de una violencia que se está resistiendo a otra cosa, a una violencia primera y originaria que inició y es la fuente cotidiana y continua de la violencia del conflicto. Esa violencia terrorífica originaria, que no es un péndulo, es la de la colonización.

La última vez que visité los territorios ocupados fue en 2016. Las fotos que acompañan este artículo son de mi visita a Hebrón. Sabiendo que era judío (mi nombre es Ariel, como el infame famoso Ariel Sharón), me abrieron sus casas, contaron sus historias, dejaron fotografiarse. La nena del retrato sobre pared de piedras sufrió un intento de asesinato por parte de colonos, los adolescentes en la terraza me contaban de sus futuros imposibles. Hebrón es una ciudad altamente disputada porque ahí se encuentra la Mezquita de Abraham, donde estarían las tumbas de los patriarcas que comparten religión judía y musulmana (en 1994, Goldstein, un sionista fundamentalista, entró a la mezquita y asesinó a 29 personas que estaban rezando e hirió a más de 100). En esta ciudad viven menos de mil colonos y más de doscientos mil palestinos. Las fotos de soldados y niños son de cuando presencié cómo el Ejército israelí custodiaba, como cada viernes, un provocador desfile de los colonos por las calles del mercado palestino de Hebrón para demostrarles que no solo dominan el barrio judío en el corazón de su ciudad, sino que la ciudad toda les pertenece.

En Gaza la realidad es radicalmente peor. Los palestinos de Cisjordania muchas veces se excusan de opinar sobre los métodos de Hamas en la Franja porque dicen que no pueden saber qué harían ellos bajo ese nivel de opresión. Si pensamos en el sistemático intento de deshumanización que implica el colonialismo israelí, que busca llevar a los palestinos a su mínima expresión, la perseverancia del pueblo palestino es sencillamente admirable. Gaza lleva 16 años de bloqueo terrestre, aéreo, marítimo, bombardeos constantes de población civil, cortes del suministro de agua, electricidad, combustibles y productos esenciales. Es ya habitual llamar a Gaza una cárcel a cielo abierto. Pero hay que agregar que es una cárcel en la que no se respetan los derechos humanos más básicos. Gaza es un gueto, y estamos presenciando en tiempo real y televisado el proceso de aniquilación de ese gueto y de su población. 

Los antepasados judíos, a quienes los nazis intentaron deshumanizar en los campos de concentración, las víctimas de los progroms en Europa del este, los dignísimos alzados del gueto de Varsovia, hoy se levantarían indignados frente al racista colonialismo del Estado de Israel y su genocidio en curso. Una vez más, no en nuestro nombre.



* Publicado en Jacobin, 16.10.23.

La identidad moral del homo economicus




Enhorabuena somos testigos de perspectivas que vienen a superar, con trabajo empírico además, la reduccionista y homogenizadora mitología de la "ciencia" económica ortodoxa sobre la humanidad.

El punto es que resulta algo desalentador que se tenga por novedad obviedades o cuestiones probadas por la antropología hace un siglo: que la visión del ser humano como homo economicus es falsa al contrastarla con la información académica de diversas sociedades actuales e históricas.

Sólo hacía falta leer o compartir con humanos reales para saber de la diversidad de motivos para hacer lo que hacen y la diversidad de maneras de cómo lo hacen... No había para qué hacer experimentos de laboratorio con, al menos, un siglo de retraso. Pero, como decimos en Chile; "Peor es na'".


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Ricardo Hausmann


¿Por qué vota la gente, si hacerlo es costoso y altamente improbable que incida en el resultado de las elecciones? ¿Por qué uno hace más de lo que debe en su trabajo?

Dos libros recientes –Identity Economics [Economía de la identidad] por el premio Nobel George Akerlof y Rachel Kranton, y The Moral Economy [La economía moral] por Sam Bowles– indican que una silenciosa revolución está desafiando los fundamentos de la economía, prometiendo cambios radicales en la forma en que visualizamos numerosos aspectos de las organizaciones, las políticas públicas, y hasta la vida social. Al igual que con el repunte de la economía del comportamiento (que ya incluye seis premios Nobel entre sus líderes), esta revolución emana de la psicología. Sin embargo, mientras la economía del comportamiento se basa en la psicología cognitiva, la revolución actual tiene sus raíces en la psicología moral.

Como es el caso con la mayor parte de las revoluciones, la actual no está sucediendo porque, según lo estimara Thomas Huxley, bellas teorías antiguas estén siendo destruidas por feos hechos nuevos. Hace tiempo que sabemos de los hechos feos e inconsistentes, pero los individuos no abandonan un esquema mental a menos que puedan sustituirlo por otro: a la larga, son solo las teorías más nuevas y más poderosas las que dan muerte a las bellas teorías antiguas.

Durante largo tiempo, la teoría económica aspiró a la elegancia de la geometría euclidiana, en la cual todos los teoremas ciertos se derivan de cinco axiomas aparentemente incontrovertibles, como la noción de que solo hay una línea recta que conecta dos puntos en el espacio. En el siglo XIX, los matemáticos exploraron las consecuencias de relajar uno de esos axiomas, y descubrieron la geometría de los espacios curvos, en la que un número infinito de líneas longitudinales puede pasar a través de los polos de una esfera.

Los axiomas fundamentales de la economía tradicional incorporan una visión de la conducta humana que se conoce como homo economicus: hacemos lo que más nos gusta o lo que preferimos más, entre las opciones factibles. Pero, ¿qué hace que deseemos o prefiramos algo?

Hace mucho tiempo que la economía postula que aquello que orienta nuestras preferencias es exógeno a la cuestión de que se trate: de gustibus non est disputandum [sobre gustos no hay discusión], como argumentaban George Stigler y Gary Becker. No obstante, empleando unos pocos supuestos razonables[1], como la idea de que más es mejor que menos, es posible hacer muchas predicciones sobre la forma en que las personas van a comportarse.

La revolución de la economía del comportamiento puso en duda la idea de que formulamos estos juicios de manera acertada. En este proceso, se sometieron a pruebas experimentales los supuestos en que se basa el homo economicus, y se llegó a la conclusión de que eran deficientes. Pero, a lo más, esto condujo a la idea de empujar sutilmente [nudge] a la gente a tomar decisiones mejores, como obligarla a excluirse en lugar de incluirse a la hora de optar por una alternativa mejor.

Es posible que la nueva revolución haya sido gatillada por un descubrimiento incómodo que realizó la revolución anterior. Consideremos el llamado juego del ultimátum, en el que a un participante se le da una suma de dinero, digamos, US$100. Él debe dar parte de este dinero a un segundo jugador. Si este acepta la oferta, ambos retienen el dinero. Si no, ninguno de los dos recibe nada.

El homo economicus le daría US$1 al segundo jugador, quien debería aceptar la oferta porque US$1 es mejor que cero dólares. No obstante, a través del mundo, la gente tiende a rechazar las ofertas inferiores a US$30. ¿Por qué?

La nueva revolución supone que cuando tomamos decisiones, no solo consideramos meramente cual de las opciones disponibles nos gusta más. También nos preguntamos qué deberíamos hacer.

De hecho, según la psicología moral, nuestros sentimientos morales, acerca de los cuales Adam Smith escribió su otro libro famoso, evolucionaron para regular nuestro comportamiento. Somos la especie más cooperadora de la Tierra porque nuestros sentimientos evolucionaron para mantener la cooperación, para poner al "nosotros" por encima del "yo".

Entre estos sentimientos se cuentan la culpa, la vergüenza, la indignación, la empatía, la simpatía, el miedo, la repugnancia, y todo un cóctel de otras emociones. En el juego del ultimátum, rechazamos ofertas porque encontramos que son injustas.

Akerlof y Kranton proponen añadir algo simple al modelo económico convencional de la conducta humana. Sostienen que además de los elementos egoístas típicos que definen las preferencias, las personas se consideran parte de "categorías sociales" con las cuales se identifican. Existe una norma o un ideal asociado con cada una de estas categorías, por ejemplo, ser cristiano, padre, albañil, vecino, o deportista. Y puesto que comportarse de acuerdo al ideal produce satisfacción, la gente actúa no solo para adquirir, sino también para llegar a ser.

Bowles demuestra que tenemos esquemas muy diferentes para analizar situaciones. En particular, los incentivos monetarios pueden funcionar en situaciones semejantes a las del mercado. Sin embargo, como lo reveló el famoso estudio de las guarderías infantiles de Haifa, la imposición de multas a quienes recogían a sus hijos con tardanza resultó tener el efecto opuesto: si una multa es como un precio, se puede decidir que es un precio que vale la pena pagar.

Pero sin la multa, el llegar atrasado constituye un comportamiento descortés, grosero, o falto de respeto en relación al personal de la guardería, el cual sería evitado por las personas con amor propio incluso si no existieran las multas

Desgraciadamente, en el ámbito empresarial tanto como en el público, se ha restado importancia al énfasis en esta forma alternativa de regular el comportamiento[2]. En su lugar, se han derivado estrategias a partir de la visión de que todas nuestras conductas son egoístas, de modo que el desafío intelectual ha sido el diseño de mecanismos o contratos "compatibles con los incentivos", esfuerzo que también ha sido reconocido con premios Nobel.

Sin embargo, como lo demostró George Price hace mucho tiempo, es posible que la evolución darwiniana nos haya hecho altruistas, por lo menos hacia quienes percibimos como miembros del grupo que llamamos "nosotros". Puede que la nueva revolución de la economía dé cabida a estrategias basadas en afectar ideales e identidades, no solo impuestos, multas y subsidios. 

En este proceso, tal vez comprendamos que votamos porque es lo que los ciudadanos deberíamos hacer, y que desempeñamos una labor excelente en nuestro trabajo porque buscamos respeto y realización personal, no solo un aumento de sueldo.

De tener éxito, la nueva revolución puede conducir a estrategias que nos hagan más receptivos a nuestra naturaleza. La ciencia económica [sic] y nuestra visión de la conducta humana no tienen por qué ser sombrías. Pueden llegar a ser hasta inspiradoras.


NOTA DEL BLOG:

[1] Lo que el autor entiende como razonable, sólo lo es desde los propios axiomas occidentales modernos. En tal sentido, no es razonable, sólo es verosímil desde una visión cultural muy específica. Y, en cuanto a sus resultados, puede ser observable en conductas dado el contexto construido sobre tales supuestos y dónde ellos son considerados razonables y hasta verdaderos.

[2] La realidad sociocultural muestra que, en verdad, es el estrecho y reduccionista "enfoque económico" el que es alternativo e incluso mitológico.



* Publicado en World Economic Forum, 07.11.17. Ricardo Hausmann es fundador y director del Growth Lab de la Universidad de Harvard.

Isapres: Ya no es tu platita




Daniel Matamala


"Ya no es tu platita”. La poco afortunada frase del entonces convencional Daniel Stingo fue por más de un año carne de campaña. En dos plebiscitos consecutivos, la volvieron viral en redes sociales, la replicaron en franjas televisivas y la usaron para empapelar las calles.

Stingo intentaba explicar, con escasa habilidad, qué pasaba con los fondos en un sistema de reparto. Convenientemente descontextualizada, se usó esa expresión como “evidencia” de que la Convención Constitucional planeaba quitar a las personas sus ahorros de las cuentas de AFP, lo que era falso.

Es que la propiedad privada, nos dijeron una y otra vez en los últimos años, es sagrada. Innegociable. No puede tocársele ni con el pétalo de una rosa. Y así, Republicanos, UDI, RN, Evópoli y Demócratas hicieron campaña en ambos plebiscitos con esa bandera.

Cualquier propuesta que reformara los derechos de previsión, educación, salud o vivienda significaba que “tu plata ya no será tuya”, “el gobierno se quedará con tus ahorros”, o “los políticos te quitarán tu casa”. Si no se votaba como ellos querían, advertían que venía “el robo”, “el manotazo”, “la expropiación”.

Hasta que efectivamente pasó.

Esos mismos partidos acaban de aprobar en el Senado de la República un manotazo de setecientos veintinueve millones de dólares (seiscientos noventa y un mil noventa y dos millones de pesos) contra cerca de 700 mil afiliados al sistema privado de salud.

No, ya no es tu platita.

¿Cómo ocurrió? Pues pasando piola, con un bonito eufemismo: “mutualización”.

“Senado aprueba la mutualización de las Isapres”. Una palabra arcana, a primera vista inofensiva, solidaria incluso.

Por eso, dejemos de lado el eufemismo y contemos la historia con peras y manzanas.

Entre 1990 y 2021, las isapres amasaron utilidades después de impuestos por un total de $ 1,3 billones. En paralelo, por 15 años, los tribunales fallaron más de dos millones de veces que las alzas de planes que las Isapres ejecutan cada año eran ilegales. Pero, como cada sentencia solo beneficiaba a quien reclamaba, las aseguradoras siguieron aplicando los reajustes al resto de sus afiliados.

Finalmente, en 2022, la Corte Suprema ordenó detener las alzas injustificadas, y devolver a las personas lo cobrado en exceso en los últimos tres años.

En vez de disculparse con sus clientes por haberlos esquilmado y presentar un plan para devolverles la plata malhabida, las isapres anunciaron que no podían pagar. Advirtieron que, de no haber un perdonazo a su favor, quebrarían, afectando la atención de 3,3 millones de pacientes y arrastrando consigo a las clínicas, a las que en paralelo también les deben sumas exorbitantes: más de 500 mil millones de pesos.

Ante tal amenaza, el sistema político lleva un año y medio de rodillas. Y los clientes despojados siguen sin recuperar un solo peso.

El gobierno ha pedido múltiples prórrogas a la Suprema mientras maniobra planes, cada vez con menos elegancia. En diciembre llegó al extremo de incluir dentro de la ley de reajuste a los empleados del sector público una norma pro-isapres, que les permitía adelantar el alza de sus planes.

Un chantaje que obligó a tramitar ese salvavidas a un grupo de empresas a matacaballo, so pena de dejar sin reajuste a los empleados del Estado. Lo lograron, y ahora se prevén alzas que podrían llegar al 41%.

Pero para las isapres, nada es suficiente. Y así llegamos a la martingala bautizada como “mutualización”.

En los últimos tres años, las isapres cobraron cerca de US$ 1.180 millones en exceso a unos 700 mil afiliados, especialmente mujeres y adultos mayores. La justicia ordenó devolver el dinero expoliado a esas personas.

La “mutualización”, en vez de cumplir ese fallo, hace un truco de magia. Calcula cuánto se cobró de más a esas personas, resta lo que se le cobró de menos a otros clientes (hombres jóvenes, especialmente), y saca un promedio entre todos. Así, se devuelve a cada persona afectada sólo ese promedio, y no el total que se le adeuda.

¡Eureka! Con esta artimaña, los US$ 1.180 millones se convierten mágicamente en US$ 451 millones. En un solo truco, los honorables prestidigitadores han reducido a apenas el 38% la deuda de las isapres con los chilenos.

Digamos que la isapre te cobró $ 1.000.000 de más durante tres años. La Corte Suprema ha ordenado que te devuelvan el millón de pesos expoliado ilegalmente. Y he aquí que el Senado de la República dice: “No, que las isapres se embolsen $ 620.000 y que te devuelvan sólo $ 380.000″. “¿Y mis otros $ 620.000? ¿Los que me quitaron ilegalmente, los que según la justicia me corresponden?”

Aquí es donde los senadores se encogen de hombros: ya no es tu platita.

Por supuesto, no lo dicen así. Usan frases más elegantes, como “asegurar la sustentabilidad del sistema” o “garantizar las coberturas de la salud privada”.

Queda camino aún. Falta que el Tribunal Constitucional, la Cámara de Diputados y eventualmente la propia Corte Suprema se pronuncien sobre este manotazo contra la propiedad de cientos de miles de chilenos.

Pero las isapres y sus aliados confían en que, como siempre, se saldrán con la suya. Es que en Chile, la propiedad privada sólo es sacrosanta cuando su defensa coincide con los intereses de los dueños del poder económico. Cuando hay contradicción, cuando la propiedad privada no conviene a esos intereses… pucha, qué lástima por la propiedad privada.

“Con mi plata no”, fue el muy bien financiado grito de campaña cuando se pretendía tocar a las AFP. “Con tu plata sí” es la cruda realidad cuando se trata de salvar a las isapres... Así haya que meterles la mano al bolsillo a unas 700 mil personas, quitándoles el dinero que según la justicia les pertenece, para entregárselo a los dueños de las isapres.

¿Tu platita? Ya no es tuya.



* Publicado en La Tercera, 03.02.24,

Carta de Lemebel a Piñera




Murió Piñera y ya fue beatificado por la élite... a través de la instalación de una biografía oficial difundida por los medios manejados por esa misma élite. El Ministerio de la Verdad de Orwell es una alpargata vieja al lado de esta manipulación descarada.

Aunque nunca lo sospechamos, en realidad, Piñera fue un héroe que prefirió sacrificarse para salvar la vida de sus pasajeros, un político humano, un tipo preocupadísimo por Chile... y hasta un Leonardo da Vinci criollo. Nunca fue un mentiroso, corrupto y codicioso que no dudó en usar su poder para caminar al filo de la ley o por fuera de ella para ganar todo el dinero posible. Nunca violó los derechos humanos ni en su primer ni en su segundo gobierno.

Aunque Ud. no lo supo ni se lo imaginó, Piñera rozó la santidad en vida.

Cuando se escuchan propuestas de renombrar calles con su nombre y de la instalación de monumentos en su honor, dejamos un breve texto del fallecido escritor Pedro Lemebel, escrito hace catorce años, donde deja en evidencia a Piñera: no a este ser mitológico que se han inventado, sino al verdadero... al pillo.


§§§


Pedro Lemebel


Demasiado barato quiere comprar este paisito, don Piñi; usted que va por la vida tasando y preguntando cuánto vale todo. Y de un guaracazo se compra medio Chiloé, con botes y palafitos incluidos. Con cerros, bosques y ríos, hasta que se pierde la mirada en la distancia, le pertenece a usted.

¿Cómo puede haber gente dueña de tanto horizonte? ¿Cómo puede haber gente tan enguatada de paisaje? Me parece obscena esa glotonería de tanto tener.

Me causa asombro que, más encima, quiera dirigirnos la vida desde La Moneda.

Muy barata quiere rematar esta patria, don Piñi, y sólo con un discurso liviano de boy scout buena onda. Pura buena onda ofrece usted, don Piñi boy, como si estuviera conquistando al populacho con maní y papas fritas. Nada más, el resto pura plata; empachado de money, quiere pasar a la posteridad sólo por eso. Porque cuando cita mal a Neruda se nota que a usted le dio sólo para los números y no para la letra. Es decir, usted es puro número y cálculo, señor Piñi, poca reflexión, poco verbo, poca idea, aunque esa es la única palabra que usa entre sus contadas palabras efectistas. Buena onda y futurismo. Las heridas se parchan con dólares. La memoria queda atrás como una tétrica película que olvidar. Sin vacilar marchar, que el futuro es nuestro (parece himno de la juventud nazi). Así arenga usted a este pueblo embelesado con los adelantos urbanos hechos por la Concertación. Nadie sabe para quién trabaja, y usted la encontró lista. O sea, usted se pasa de listo, don Piñi.

Quiere hacernos creer que siempre fue demócrata, pero lo recordamos clarito sobándole el lomo a la dictadura, haciéndole campaña a Büchi, amigote de la misma patota facha que le anima la campaña. Los peores, la gorilada del terror. Parece que este suelo nunca aprendió la lección, ni siquiera a golpes, y con facilidad se traga el sermón de la derecha pinochetista, ahora remasterizada con piel de oveja neoliberal. Pero son los mismos de entonces, soberbiamente gozando los privilegios de la democracia que conseguimos nosotros, y sólo nosotros, porque también yo dudo que en el plebiscito votara que NO simpatizando por la derecha. Mire usted qué fácil le resultaba tratar de transformar el Mapocho en un Sena con sauces. Puro arribismo, intentar esticar con terracitas y botecitos parisinos a nuestro roto Mapocho, quizás lo único rebelde que le va quedando a esta ciudad.

Qué delirio, míster Piñi, ¿por qué no se va a Europa si cacha que nunca va a poder blanquear la porfiada cochambre india de nuestra raza?

Quizá todo el país se acuerda de usted formando parte de la nata panzona del derechismo empresarial. Por entonces, en aquella época de terror, quien hacía fortuna de alguna manera era a costa de las garantías de la represión. Usted llenaba sus arcas, don Piñi, y nosotros sudábamos la gota gorda, o la gota de sangre. Fíjese que no se nos ha olvidado, y nunca se nos olvidará, aunque a usted le reviente que el pasado aflore cuando menos se lo espera.

A usted ni a sus yuntas de pacto les conviene el pasado, por eso miran turnios y amnésicos al futuro. Su discurso Disneyworld, míster Piñi, no resiste análisis, y sólo el arribismo miamista de algunos chilenos le compra su receta de vida fácil, su filosofía banal de texano paticorto. Usted me recuerda a Bush, a Menem, Piñito. Es la nueva derecha titiritesca y farandulona. Puro show, pura foto tecnicolor de mundo feliz con sus sombreros republicanos en el Crown Plaza.

Pero le falta la cultura a su centroderecha inmediatista. No hay peso intelectual en su carnavaleo de propaganda. Nada más que modelos tetudas y parientes de hippysmo revenido. Demasiado barato quiere rematar este país, Piñito. Ni siquiera basta con su cátedra fantasma en las aulas de Harvard.

Tampoco, usar de propaganda la limosna que puso por mi amiga Gladys en sus últimos momentos; eso es muy feo, y de mal gusto. Sobre todo para usted que es tan humanista cristiano. Porque usted es pillo, Piñín. Quiere sacar adherentes de todos lados, como si este país fuera sombrero de mago.

Lástima que la oferta de su vanidosa feria de variedades huele a ventaja populista. Nada más, don Piñi; el resto, esperar con cueva lo que ocurra.



Publicado en Página 12, 03.01.10. Pedro Lemebel publica esta carta abierta a propósito de la segunda vuelta presidencial en que Piñera era el candidato de la Coalición por el Cambio.

Gaza: siete décadas de asesinatos masivos




El actual ataque genocida de Israel contra civiles palestinos en Gaza es parte de una larga y brutal historia que se remonta a 1951.


Joseph Massad


Estados Unidos, la Unión Europea [UE] y el Reino Unido no se cansan de defender la guerra genocida de Israel contra el pueblo palestino con el cliché de que “Israel tiene derecho a defenderse”.

En agosto de 2022, Israel bombardeó a palestinos en Gaza durante tres días y mató a 49 personas, incluidos 17 niños. La respuesta de Estados Unidos y la UE a la masacre fue declarar enfáticamente su apoyo al “derecho de Israel a defenderse” y lamentar en silencio la muerte de civiles palestinos.

Esa fue la última gran masacre que Israel cometió en Gaza antes de su actual guerra genocida, pero ciertamente no fue la primera. Para ello debemos remontarnos a 1951, cuando Israel comenzó a atacar la Franja de Gaza.

Israel ya había expulsado a cientos de miles de palestinos a Gaza entre finales de 1947 y el verano de 1950, cuando los 2.500 palestinos restantes de la ciudad mediterránea de Majdal 'Asqalan (ahora colonia de colonos de Ashkelon) fueron cargados en camiones por el ejército israelí. Israel también expulsaría a 7.000 beduinos palestinos a Egipto durante este período hasta 1955.


Una historia de crímenes de guerra

En octubre de 1951, los israelíes atacaron Gaza, mataron a decenas de palestinos y egipcios, demolieron decenas de casas y volaron pozos para frenar los intentos de los palestinos expulsados ​​de regresar a sus hogares a través de las nuevas fronteras erigidas por los colonos judíos.

Anteriormente, en agosto de 1949, los soldados israelíes capturaron a dos refugiados palestinos. Mataron al hombre y 22 soldados se turnaron para violar a la mujer antes de matarla. 

En marzo de 1950, los soldados israelíes secuestraron a dos niñas y un niño palestinos de Gaza al otro lado de la nueva frontera. Mataron al niño y luego violaron a las dos niñas antes de matarlas. Para entonces, era bastante común que los soldados y policías israelíes violaran a mujeres refugiadas palestinas que intentaban regresar a sus hogares, una práctica que estaba muy extendida durante la Nakba unos años antes.

En agosto de 1950, por ejemplo, cuatro policías israelíes violaron a una mujer palestina que recogía fruta del huerto de su familia al otro lado de la frontera con Cisjordania.

Las incursiones israelíes en Gaza continuaron en 1952 y 1953, culminando con la masacre en el campo de refugiados de Bureij en agosto de ese año. La unidad militar israelí 101 mató al menos a 20 refugiados palestinos, entre ellos siete mujeres y cinco niños, lanzando bombas por las ventanas de sus chozas mientras dormían y disparando a quienes huían. Decenas de personas resultaron heridas. Otras fuentes sitúan la cifra final de palestinos asesinados en 50.

En ese momento, los observadores extranjeros no mencionaron el “derecho de Israel a defenderse” y calificaron la masacre como “un caso atroz de asesinato en masa deliberado”. Ese mismo año, los israelíes masacraron a 70 civiles palestinos en la aldea cisjordana de Qibya, que incluso el National Jewish Post, con sede en Indianápolis, proisraelí, comparó con la masacre nazi de Lidice.

En febrero de 1955, los israelíes atacaron un campamento militar egipcio en Gaza, matando al menos a 36 soldados egipcios y dos civiles palestinos, uno de los cuales era un niño.

Hasta entonces, las autoridades egipcias habían estado apaciguando a los israelíes vigilando las fronteras e impidiendo la “infiltración” palestina. Después del ataque, los palestinos en Gaza se levantaron contra las autoridades egipcias, exigiendo armas para defenderse de los incesantes ataques israelíes.

Exasperado por la brutalidad y belicosidad israelí, y bajo la presión de los refugiados palestinos, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser accedió a la demanda palestina. Un grupo de fedayines palestinos tomó represalias contra Israel incursionando en agosto de 1955 e infiltrándose hasta 43 kilómetros dentro de sus fronteras (tendiendo emboscadas a soldados, colocando minas y atacando vehículos y edificios), durante los cuales murieron cinco soldados y 10 civiles.

Para que nadie piense que el actual gobierno supremacista judío israelí es el primero en invocar el “Amalek” bíblico para dar un visto bueno religioso a su actual guerra genocida contra los palestinos, como lo hizo Benjamín Netanyahu, en realidad fue el primer ministro secular David Ben Gurion. quien utilizó por primera vez la analogía hace siete décadas.

Antes de la invasión israelí de Gaza y Egipto en octubre de 1956, Ben Gurion proclamó que “las huestes de Amalek” se estaban rearmando para “destruir el Estado de Israel y el pueblo de Israel”.

Los israelíes bombardearon la ciudad de Khan Younis en Gaza el 2 de noviembre de 1956 desde el aire, matando a decenas de civiles antes de que los tanques israelíes entraran en la ciudad el 3 de noviembre.

Los israelíes acorralaron a los combatientes de la resistencia y los ejecutaron en el lugar o en sus casas. Mientras tanto, en el campo de refugiados adyacente, los israelíes reunieron en la plaza del pueblo a todos los hombres y niños mayores de 15 años. Procedieron a ametrallarlos, matando a entre 300 y 500 personas, la gran mayoría de las cuales eran civiles y la mitad refugiados. Ocuparon Gaza y la península del Sinaí hasta que fueron expulsados ​​por Estados Unidos y la URSS en marzo de 1957.


'Atrocidades genocidas'

En las últimas semanas, Israel llevó a cabo masacres en Khan Younis, la segunda ciudad más grande de Gaza, que Israel denominó “zona de combate peligrosa” después de haber servido como zona segura para un millón de palestinos que habían huido del norte de Gaza. Incluyó la masacre de 30 civiles que se refugiaban en una escuela de los salvajes bombardeos de Israel.

La implacable matanza masiva de palestinos desde el 7 de octubre hace que las salvajes masacres israelíes de 1956 parezcan humanas en comparación.

En 1967, Israel invadió y ocupó nuevamente Gaza. Expulsó a 75.000 palestinos de la Franja e impidió que 50.000 más (que estaban trabajando, estudiando o viajando fuera de Gaza cuando Israel invadió) regresaran a sus hogares. Confiscó el 60 por ciento de la tierra y toda el agua de los palestinos, gran parte de la cual era para uso exclusivo de los colonos judíos que tenían acceso a 18 veces la cantidad de agua disponible para los palestinos indígenas.

Los colonos judíos tenían 85 tierras más (robadas) per cápita que los propietarios palestinos de las tierras. Israel sometió a toda la población palestina a una ocupación militar racializada durante la cual destruyó la infraestructura económica de Gaza hasta 2005.

Desde el redespliegue de Israel alrededor de Gaza en septiembre de 2005 y el encarcelamiento de 2,3 millones de palestinos en el campo de concentración de Gaza, los israelíes lanzaron numerosas campañas de bombardeos contra los reclusos civiles del campo y la resistencia en 2006, 2008-2009, 2012, 2014 y 2021, matando a miles de civiles.

La única "victoria" que el ejército israelí ha conseguido desde el 7 de octubre es la matanza de decenas de miles de civiles, decenas de miles más heridos y más de dos millones de desplazados. Además, ha logrado destruir casas y edificios residenciales, hospitales, escuelas, bibliotecas, edificios municipales, iglesias y mezquitas. A pesar de toda la matanza y destrucción de civiles, su reputación de preparación militar se ha perdido en el futuro previsible.

A medida que surgen más y más detalles sobre el asesinato de sus propios civiles por parte de Israel y la destrucción de sus hogares el 7 de octubre, pasará mucho tiempo antes de que pueda recuperar parte del atractivo militar ficticio del que había disfrutado anteriormente en Occidente y entre sus aliados árabes.

Una de las ironías más interesantes de la actual guerra israelí es que mientras el imperio estadounidense y sus filiales de la UE y el Reino Unido continuaron rearmando a Israel desde el 8 de octubre sin tregua para que la colonia de colonos pudiera continuar su guerra genocida, es la resistencia palestina la que ha no ha tenido reabastecimiento de armas desde esa fecha y aún así continúa obteniendo victorias militares contra los invasores israelíes.

Pero los estadounidenses no sólo han sido la parte principal en esta guerra contra un pueblo colonizado y brutalizado, sino que Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional del presidente Biden, fue más allá al identificar a Estados Unidos con Israel hasta tal punto que se refirió a la resistencia palestina como el “enemigo” de los Estados Unidos.

Sullivan dijo que había “discutido las condiciones y el momento para que Israel ponga fin a la fase actual de sus operaciones con los líderes israelíes”, incluido el primer ministro Benjamín Netanyahu. Pero se negó a especificar un marco de tiempo, diciendo que ninguno de los dos quería “telegrafiar para el enemigo cuál es el plan”.

Si los estadounidenses proisraelíes compararon la masacre de Qibya de 1953 con la masacre nazi de Lidice, y el famoso columnista israelí asquenazí Yehoshua Radler-Feldman, conocido por el seudónimo de rabino Benyamin, escribió sobre la masacre de 1956 de 50 ciudadanos palestinos de Israel en la aldea de Kafr Qasim “que pronto seremos como nazis y perpetradores de pogromos”, hoy tanto los funcionarios israelíes como los portavoces de la resistencia palestina se refieren repetidamente entre sí como “nazis”.

Pero mientras los portavoces palestinos se refieren al gobierno israelí y a su ejército como nazis y fascistas, los funcionarios israelíes etiquetan al pueblo palestino en su conjunto como “nazis”.

Dado el descarado discurso racista entre los funcionarios israelíes acerca de los palestinos como animales e infrahumanos, la extraordinaria fuerza de la indiscriminada máquina asesina israelí y la escala de las atrocidades genocidas de Israel, la pertinencia o inadecuación de la analogía es objeto de debate.

Lo que queda fuera de toda duda, sin embargo, es que si bien la escala industrial de las atrocidades israelíes en Gaza no tiene precedentes, su naturaleza cruel ha sido parte integrante de la guerra de Israel contra el pueblo palestino desde 1948.



* Publicado en Middle East Eye, 26.12.23.

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