La sociedad "contra" la economía




Dejamos un fragmento del "Prefacio" del antropólogo francés Pierre Clastres a la obra de su colega estadounidense Marshall Sahlins: Economía de la Edad de piedra. El libro, que me atrevería a señalar como uno que ya puede ser elevado a la categoría de clásico, expone ampliamente material etnográfico que no solo desmiente la teoría económica estándar, sino también algunas seguridades que la propia antropología cargaba erróneamente hasta entrado el siglo XX.


§§§


Edad de piedra, Edad de la abundancia
(Fragmento)


Profesor norteamericano de gran reputación, Sahlins es un profundo conocedor de las sociedades melanesias. Pero su proyecto científico no se reduce, en absoluto, a la etnografía de un área cultural determinada. Rebasando ampliamente el puntillismo monográfico, como lo atestigua la variedad transcontinental de sus referencias, Sahlins emprende la exploración sistemática de una dimensión de lo social investigada hace ya mucho tiempo por los etnólogos, aborda de una manera radicalmente nueva el campo de la economía, plantea maliciosamente la cuestión fundamental: ¿qué ocurre con la economía en las sociedades primitivas?[1] Ya veremos que este interrogante tiene un alcance decisivo. De ningún modo porque otros no lo hayan planteado antes que él. ¿Por qué volver, en tal caso, a un problema que parecía solucionado desde hacía mucho tiempo? Se advierte pronto, si se siguen los pasos de Sahlins, que no sólo la cuestión de la economía primitiva no había tenido, en la medida en que constituía un problema, una solución digna de este nombre, sino que, sobre todo, Adaptar la realidad numerosos autores la han tratado con una increíble a la teoría, en vez de ligereza, cuando no se han entregado nada menos que a una adaptar la teoría a verdadera deformación de los hechos etnográficos. Nos la realidad vemos enfrentados de este modo no ya al error de interpretación posible en el movimiento de toda investigación científica sino —aunque parezca imposible— a la empresa todavía ingeniosa, como intentaremos demostrarlo, de adaptar la realidad social primitiva a una concepción de la sociedad y de la historia adoptada de antemano. En otros términos, ciertos representantes de lo que se llama la antropología económica no han sabido siempre (es lo menos que se puede decir) establecer la línea divisoria entre el deber de objetividad, que obliga como mínimo a respetar los hechos, y la preocupación por preservar sus convicciones filosóficas o políticas. Y desde el momento en que, en forma deliberada o inconsciente (importa poco), se subordina el análisis de los hechos sociales a tal o cual discurso sobre la sociedad, mientras que la ciencia rigurosa exigiría muy exactamente lo contrario, nos vemos arrastrados de una manera bastante rápida a las fronteras de la mistificación.

El trabajo ejemplar de Marshall Sahlins se consagra a denunciar esa mistificación. Y nos equivocaríamos si supusiéramos que su información etnográfica es mucho más abundante que la de sus predecesores. Aunque es un investigador de campo, no aporta ningún hecho perturbador, cuyo carácter novedoso obligaría a reconsiderar la idea tradicional de la economía primitiva. Se conforma —¡pero con qué vigor!— con reestablecer en su realidad los datos hace ya mucho tiempo recopilados y conocidos, opta por interrogar directamente el material disponible, descarta sin piedad las ideas admitidas hasta entonces a propósito de ese material. Vale decir que la tarea que se asigna Sahlins podría haber sido emprendida antes que él: el legajo, en suma, ya estaba allí, accesible y completo. Pero Sahlins es el primero que lo ha vuelto a abrir: corresponde saludarlo como a un pionero.

¿De qué se trata? Los etnólogos economistas han desarrollado incesantemente la idea según la cual la economía de las sociedades primitivas es una economía de subsistencia. Es del todo evidente que tal enunciado no quiere ser simple repetición de una perogrullada, a saber, que la función esencial, cuando no exclusiva, del sistema de producción de una sociedad dada consiste, desde luego, en asegurar la subsistencia de los individuos que componen la sociedad en cuestión. De lo cual resulta que al establecer que la economía arcaica es una economía de subsistencia, se designa en menor medida la función general de todo sistema de producción que la forma en que la economía primitiva cumple esta función. Se dice que una máquina funciona bien cuando cumple satisfactoriamente la función para la cual ha sido concebida. Mediante un criterio similar se evaluará el funcionamiento de la máquina productiva en las sociedades primitivas. Esta máquina ¿funciona de conformidad con los objetivos que le asigna la sociedad, asegura de manera conveniente la satisfacción de las necesidades materiales del grupo? He aquí el verdadero problema que se debe plantear con respecto a la economía primitiva. La antropología económica “clásica” lo soluciona con la idea de la economía de subsistencia: la economía primitiva es una economía de subsistencia, en el sentido de que a duras penas alcanza, en el mejor de los casos, a asegurar la subsistencia de la sociedad. Su sistema económico permite a los primitivos, a costa de una labor incesante, no morir de ¿Una economía de hambre y de frío. La economía primitiva es una economía de subsistencia? supervivencia, en el sentido de que su subdesarrollo técnico le impide irremediablemente la producción de excedentes y la constitución de reservas que garantizarían por lo menos el futuro inmediato del grupo. Tal es, en su poco gloriosa convergencia con la certeza más tosca del sentido común, la imagen del hombre primitivo transmitida por los “sabios”: el salvaje aplastado por su ambiente ecológico, acechado sin cesar por el hambre, atormentado por la angustia permanente de procurar a los suyos lo necesario para no perecer. En pocas palabras, la economía primitiva es una economía de subsistencia porque es una economía de la miseria.

Sahlins opone a esta concepción de la economía primitiva no otra concepción sino, muy simplemente, los hechos etnográficos. Entre otras cosas, procede a un atento examen de los trabajos consagrados a aquellos entre los primitivos que es fácil imaginar como los más desprovistos de todo, al estar condenados por el destino a ocupar un medio eminentemente hostil, donde la escasez de los recursos sumaría sus efectos a la ineficacia tecnológica: los cazadores-recolectores nómades de los desiertos de Australia y de África del Sur, aquellos que precisamente ilustraban a la perfección, a los ojos de los etnoeconomistas como Herskovits, la miseria primitiva. Ahora bien, ¿qué ocurre en realidad? Las monografías en que se estudian, respectivamente, los australianos de la Tierra de Arnhem y los bosquimanos del Kalahari brindan la novedosa característica de presentar datos cuantitativos: allí se miden los tiempos consagrados a las actividades económicas. Y se advierte entonces que, lejos de consagrar toda su vida a la búsqueda febril de un alimento aleatorio, estos pretendidos miserables le dedican a lo sumo cinco horas por día en promedio, y con más frecuencia entre tres y cuatro horas. De lo cual resulta que en un lapso relativamente breve, australianos y bosquimanos aseguran de un modo muy conveniente su subsistencia. Además, hay que observar, en primer término, que este trabajo cotidiano raras veces es persistente, pues lo cortan frecuentes detenciones para descansar; en segundo lugar, no abarca nunca la totalidad del grupo: dejando de lado que los niños y los jóvenes participan en escasa o nula medida en las actividades económicas, ni siquiera el conjunto de los adultos se consagra simultáneamente a la búsqueda de alimentos. Y Sahlins señala que estos datos cuantificados, recopilados en fecha reciente, confirman en toda la línea los testimonios mucho más antiguos de los viajeros del siglo XIX.

Por consiguiente, es por medio de la ignorancia voluntaria de informaciones serias y conocidas como algunos de los padres fundadores de la antropología económica han inventado en todas sus partes el mito de un hombre salvaje condenado a una condición casi animal por su incapacidad de explotar de una manera eficaz el medio natural. Estamos muy lejos de la realidad, y el gran mérito de Sahlins ha consistido en rehabilitar al cazador primitivo, restableciendo, contra el disfraz teórico (¡teórico!), la verdad de los hechos. En efecto, de su análisis resulta que no sólo la economía primitiva no es una economía de la miseria, sino que permite, por el contrario, designar la sociedad primitiva como la primera sociedad de abundancia. Expresión provocadora, que perturba el entorpecimiento dogmático de los seudosabios de la antropología, pero expresión justa: si en períodos cortos, y con intensidad débil, la máquina de producción primitiva asegura la satisfacción de las necesidades materiales de la gente, es porque —como lo señala Sahlins— esa máquina funciona sin llegar a agotar sus posibilidades objetivas; es porque podría, si lo quisiera, funcionar durante un período más largo y con mayor rapidez, producir excedentes, constituir reservas. En consecuencia, si pudiendo hacerlo la sociedad primitiva no lo hace, es porque no quiere hacerlo. Los australianos y los bosquimanos, no bien estiman haber recolectado una cantidad suficiente de recursos alimenticios, dejan de cazar y de recolectar. ¿Por qué deberían cansarse en recolectar mucho más de lo que pueden consumir? ¿Por qué los nómades deberían agotarse en transportar inútilmente pesadas provisiones de un punto a otro, dado que, según lo señala Sahlins, “las reservas están en la naturaleza misma”? Los salvajes no son tan locos como los economistas formalistas, los cuales, por no haber descubierto en el hombre primitivo la psicología de un empresario industrial o comercial, preocupado por aumentar sin cesar su producción con miras a acrecentar su beneficio, deducen, como necios, la inferioridad intrínseca de la economía primitiva. Por ende, es saludable la acción de Sahlins, quien desenmascara apaciblemente esta “filosofía” que hace del capitalista contemporáneo el ideal y la medida de todas las cosas. No obstante, ¡cuántos esfuerzos para demostrar que si el hombre primitivo no es un empresario, es porque el lucro no le interesa; si no “rentabiliza” su actividad, como gustan de decir los pedantes, no es porque no sabe hacerlo, sino porque no se le da la gana!


NOTAS:

[1] Aclaremos sin tardanzas un eventual malentendido. La economía de la edad de piedra de la cual habla Sahlins no se refiere a los hombres prehistóricos sino —claro está— a los primitivos observados desde hace varios siglos por los viajeros, los exploradores, los misioneros y los etnólogos.





* El texto original fue publicado como "Prefacio" al libro Economía de la Edad de Piedra de Marshall Sahlins (Ediciones Anthropos, Buenos Aires, 1985).

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