La Segunda, propiedad de El Mercurio, titulando en primera plana la instalación de los operadores políticos designados por los partidos políticos.
El segundo proceso constitucional, ésta vez de élite, comenzó con la instalación de los llamados "expertos" que rayarán la cancha para los convencionales electos en mayo. Una cancha que, debe recordarse, ya fue delineada a fuego por el acuerdo de los partidos políticos del 2022... Acuerdo en el cual La derecha gana por goleada.
Se nos ha dicho majaderamente que esos operadores políticos designados por los partidos llamados "expertos", garantizan objetividad y neutralidad. Porque al tener títulos universitarios son técnicos sin ideología.
Nunca está demás aclarar que eso es una soberana tontería, cuando no una mentira descarada, pues es imposible que alguien esté libre de sesgos e intenciones... ¡Con mayor razón cuando se escribe algo tan ideológico como una constitución política!
A propósito de esa soberana tontería-mentira descarada, dejamos un texto que expone acerca del absurdo de que los "expertos", al ser técnicos, son objetivos y neutrales. El texto se refiere al caso de la "ciencia económica", justamente el ámbito desde dónde se origina la sinrazón de que los técnicos (los economistas "científicos") son objetivos y neutrales.
§§§
¿Es posible no guiarse por un criterio?
El pensamiento económico ortodoxo contemporáneo concibe las decisiones técnicas como parte de un concepto puro de intelecto: la “racionalidad económica”. Ella carece de moral o es neutral al tener solo fines de maximización. Esta idea economicista de neutralidad del cálculo se sostiene en que tales decisiones están al margen de cualquier otra consideración fuera del cumplimiento de esa meta técnica.
No
obstante, tal caracterización surgiría de la ignorancia o de un sesgo
intencional, con el fin de analizar los procesos socioculturales e históricos.
Es un hecho irrefutable, bien lo dice Copleston (2006), que “cualquier conjunto
de criterios refleja siempre una postura filosófica dada” o la elección,
explícita o implícita, de algún principio determinado. Por ende, todo indica
la imposibilidad de “criterios puramente neutrales (...) que
no presupongan ningún tipo de juicio valorativo” tras de ellos. El
economicismo, al elegir como criterio la maximización, asume a priori que
es un principio preferible, correcto o superior[20].
Es imposible la
existencia de decisiones neutrales, es decir, de aquellas que no toman en
cuenta ningún criterio para guiarse o ser definidas. Obviamente, toda elección
racional y consciente, sea del tipo que sea, supone un principio para guiarse.
Por ello, quien sostiene a la eficiencia en la asignación de recursos para
dirigir sus acciones, está, de por sí, afirmándose en una consideración
particular. En este caso, de tipo económica occidental moderna y, más
específicamente, perteneciente a la “ciencia económica”. Tal consideración
será, desde esa singular forma de concebir los actos humanos, la que prime por
encima de otras posibles. Mas, en realidad, es un tipo particular de criterio
usado para guiar el pensamiento y la acción, el cual tiene sus medios y sus
fines determinados. Afirmar la neutralidad de lo técnico es un manifiesto error
lógico y empírico. Con mayor razón, llegar a transformarlo en una especie
de no-criterio.
De
ese equivocado punto de vista, se da en Chile un caso bastante curioso. Cuando
los sectores políticos neoliberales emiten una opinión o proponen algo en torno
a esos criterios —por más que sean de carácter político—, argumentan la
neutralidad técnica de sus planteamientos. Ello debido a una especie de
superioridad moral y la seguridad de lograr la eficiente solución
del asunto (léase en términos de costo-beneficio). Muy por el contrario, cuando
cualquiera de sus adversarios manifiesta su parecer, se les descalifica en
forma despectiva acusándolos de politizar ese tópico. ¡Cómo si pudiera hacerse
de otro modo! Extrañamente, hacer política es negativo para los partidos
políticos neoliberales[21].
En
tal sentido, no es raro que Philip Oxhorn (Thumala, 2006) señale que “el rasgo
más llamativo de la investigación reciente sobre Chile” sea, precisamente, “la
ausencia de debates fundamentales” en el país. De hecho, todo indica que se ha
buscado “evitar discusiones en las que se planteen verdaderos contrastes de
ideas”. En tal sentido, como plantea la socióloga María Thumala, centros de
estudios neoliberales y los “líderes e intelectuales” de movimientos religiosos
como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, han elaborado
“una batería de postulados y afirmaciones” que pueden ser empleadas a modo de
eslóganes “sin tener que reflexionar acerca de ellos”. Ello viene a respaldar
los “procesos de toma de decisiones ‘técnicas’, ‘neutrales’ u ‘objetivas’” que
reemplazan los debates de fondo, pues, desde esa perspectiva, no “conducen a
ninguna parte”. En ese sentido, habría que agregar aquí a los establecimientos
que son una especie de síntesis entre los centros de estudio neoliberales y los
movimientos religiosos ultraconservadores: las escuelas de economía. Ellos han
logrado instalar en Chile el discurso de que la técnica neutral ha reemplazado
a la nefasta “politiquería” y han naturalizado a la economía de mercado como
no-ideológica... ¡A pesar de ser una cuestión a todas luces ideológica! (…)
El
sostener que la neutralidad es característica de las decisiones técnicas supone
la eliminación de todo principio diferente al de la eficiencia económica o de
la maximización. Quedará fuera cualquier otro criterio, por interferir en tal
optimización e inducir a errores. Los que serán entendidos como la pérdida
monetaria o la imposibilidad de acumular dinero. Es más, tales consideraciones
externas serán definidas negativamente como prejuicios entorpecedores de los
derechos económicos o de las actividades que, en el fondo, son beneficiosas
para la sociedad. Entonces, las soluciones técnicas tendrían la particularidad
de ser —fuera de neutrales— ahistóricas, asociales y aculturales.
Ello porque, concebidas así, no son determinadas por nada que no sea la
maximización. Serían una especie de principio absoluto por sí y ante sí; algo
más allá de lo humano, como si existieran desde el mismísimo big bang.
A
partir de ese fundamento, se definirán, cual prejuicio, los criterios
utilizados históricamente por todos los grupos humanos —sea una banda cazadora
recolectora, una tribu, una sociedad agrícola o una industrial—, con el fin de
guiar sus pensamientos y acciones desde la aparición del homo sapiens en
el planeta hace, por lo menos, unos 200 mil años. Se eliminarán de raíz
realidades y conceptos como cultura, moral o normas sociales, entre muchos
otros. Cuestión que, a todas luces, es una incoherencia para cualquier persona
con una mínima capacidad de observar y comprender las realidades
socioculturales. No así para los economistas ortodoxos, incapaces de superar
sus supuestos teóricos para examinar y enjuiciar el mundo real. Douglass North
(1994), premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred
Nobel de 1993, expresaba de la siguiente manera la abstracción de
las sociedades realizada por los neoclásicos o neoliberales y por todos quienes
asumen que la economía es una “ciencia”:
"En el mundo del economista neoclásico no existen instituciones (o bien, si existen no desempeñan ningún papel independiente), porque el postulado de racionalidad hace que las instituciones resulten superfluas (...) En el mundo de la racionalidad instrumental las instituciones no hacen falta; las ideas, ideologías, mitos, dogmas no importan y los mercados eficientes, tanto políticos como económicos, caracterizan a la sociedad" (North, 1994: 7). (…)
Desde
la concepción neoliberal tecnocrática y economicista, se estima que guiarse por
premisas no económicas o prejuiciadas, impediría lucrar o
significaría, en la práctica, mayores costos. Se introducirían elementos que
implicarían tomar en cuenta los “factores no económicos”. Es el caso, entre
otras cuestiones, de la dignidad y los derechos humanos; lo definido por los
diferentes grupos como bueno, malo, bienestar, carencia, felicidad o tristeza;
las creencias mágico-religiosas; las normas sociales; etc. Todo ello sería
incorrecto desde la ortodoxia, a la cual le interesan los “medios” y no los
“fines” o principios. No sería lógico atender a lo que no coopera a la
maximización; más, cuando se cree que los humanos siempre hacen cálculos
costo-beneficio. Por lo cual, el resultado de regir el comportamiento general
de las personas o sociedades por tales prejuicios, sería el fracaso
económico. A su vez, sería una muestra irrefutable de concepciones mentales
atrasadas, ineficientes, no científicas o subjetivas.
Esa
tan particular concepción se explica a partir de un grave desconocimiento de
las realidades socioculturales e históricas. Es, obviamente, desde cada
contexto que, en cualquier grupo, se han desarrollado las ideas, premisas,
criterios o principios para guiar su pensamiento y actos. Eso es lo que, de
hecho, ha ocurrido a través de toda la historia de la especie. En las
comunidades concretas, ningún rasgo, patrón, institución o cualquier acción o
aspecto sociocultural aparece de la nada. Incluso, lo más probable es que siempre exista
más de un fundamento para explicarlos (endógeno, exógeno o algún tipo de
síntesis). En el caso de las decisiones técnicas, tal cimiento es la “ciencia
económica” con su sistema de mercado autorregulado en tanto organizador y asignador
de recursos. Estos, a su vez, son dirigidos por el criterio de no intervención
externa y por la tendencia egoísta al lucro que conllevan o necesitan para
funcionar en la práctica. En este sentido, el fundamento primario de todos esos
elementos es la interpretación ilustrada británica de la teología reformada.
De
lo expuesto, se desprende lo insostenible que es afirmar que alguien pudiera no
usar ningún criterio para decidir sus actos. Ni siquiera las personas que
orgullosamente aceptan actuar sin guiarse por un criterio, dejan de conducirse,
en realidad, por algún principio. Por más que no lo sepan, crean o quieran, sus
decisiones implican un tipo de razonamiento nacido en un contexto determinado,
con premisas y fines particulares. Las metas economicistas, promovidas por sus
decisiones tecnocráticas neoliberales, no son para nada neutrales. Por el
contrario, se fundamentan en las ideas propuestas por el viejo liberalismo,
hoy actualizadas por el neoliberalismo.
Esa
situación no cambiará por más que esas personas sean expertas en “ciencia
económica”, estén satisfechas y hasta orgullosas de participar de la economía
de mercado y, al mismo tiempo, crean estar desconectados de toda realidad
histórica y sociocultural. No cambiará por más que quienes dirigen sus propias
acciones, organizaciones, compañías y naciones enteras, en su soberbia y
mansedumbre intelectual, se definan a sí mismos como descriteriados o unicriteriales.
(…)
Ese
flagrante descriterio puede explicarse a partir de lo que, en
términos de la ética aristotélica, se entiende como la equivocación en la definición
de un principio gobernador de los actos. ¡Claramente no en la falta de aquel! (…)
Finalmente,
es un hecho que la mayoría de los grupos humanos, a través de la historia,
nunca asumieron como pauta general de acción el reduccionismo lucrativo que
propone la “ciencia económica”. Ni siquiera admitieron una ética únicamente
materialista para el ser humano. Aun así, la ortodoxia señala a la maximización
como la característica natural de la especie. Es más, no han sido capaces de
sincerar, por mala fe o ignorancia, lo que en realidad plantean: una
propuesta ideológica.
NOTAS:
[20] Las citas de Copleston corresponden a su discusión de los criterios para juzgar el “avance” en filosofía, pero se aplican, de buena manera, a la discusión expuesta en el texto; más cuando también los sectores economicistas han presentado el criterio maximizador a modo de una muestra de progreso.
[21] Es la misma situación paradójica que se daba durante la dictadura cívico-militar, cuando aplicaban políticas mientras expresaban al país —¡justamente como política comunicacional!— su fobia por la política. Posición fundada en la concepción de la “ciencia económica” en tanto la directora de todas las demás disciplinas (hasta de la política) y, especialmente, en el rechazo monetarista a la política.
* Selección del apartado del capítulo "'Ciencia económica", mercado autorregulado y decisiones técnicas: ¿Ciencia universal o rasgos culturales?" del libro Oikonomía, Economía Moderna. Economías. ONG Werquehue, Santigo, 2020, pp.: 359-367. Se ha mantenido la numeración original de las notas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario