La indecencia del nuevo proceso constitucional




¿Rechazar o anular esta indecencia?... No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que los del 62% nos echarán en cara que si no aprobamos estaremos manteniendo la Constitución de Pinochet.

Indecencia. Por donde se le mire... Y en otra oportunidad conversamos acerca de la indecencia de fondo: ¿a quiénes les responden los partidos políticos?


§§§


Germán Correa D.


Cuando las sociedades entran en crisis profundas, suelen darse perversiones que uno no se habría imaginado en tiempos normales, por así decir (aunque lo normal suele ser más una entelequia en una realidad, en todo orden de cosas), arrastrando a todo el mundo que construye y controla tal normalidad a procesos muchas veces deleznables, profundizando la crisis.

Es lo que está sucediendo en estos momentos con la sociedad chilena y el proceso constituyente. Las novedades que trae cada día parecen ser peores que las del día anterior. No sólo el proceso tiene un vicio de origen, al haberse apoderado del mismo los desprestigiados partidos políticos y sus parlamentarios, así como las elites de todos los colores políticos que la inmensa mayoría de la gente rechazó rotundamente 80-20 en el plebiscito de octubre de 2020 para hacer esta tarea, sin ya dejar espacio ni siquiera a la decencia

Ahora se va develando quiénes van a ser los redactores de la nueva Constitución, los famosos “expertos”, donde hay incluso reconocidos cómplices de las violaciones a los derechos humanos ocurridas bajo la dictadura militar que apoyaron incondicionalmente.

En estas circunstancias no puedo dejar de recordar aquel famoso episodio en el Senado de los Estados Unidos, cuando una de las personas convocadas para ser interrogadas por el feroz inquisidor anticomunista, el famoso senador McCarthy, le espetó: “¿Acaso, senador, ha perdido Ud. toda decencia?, frente a lo cual McCarthy enmudeció. Fue el inicio de su derrumbe y también del develamiento de toda la podredumbre fascista que escondía el proceso que encabezó y que casi destruyó la democracia del país del norte. 

La decencia, aunque muchos quizás no lo crean o perciban así, es un valor clave en la política así como en la vida. Cuando se pierde, el resto poco importa.

Eso es lo que está sucediendo con los partidos políticos y sus dirigencias: han perdido la decencia, ya nada los avergüenza y toman como una gran “fiesta democrática” el acto de usurpación de la soberanía popular en que han entrado al levantar la actual alternativa de construcción de una nueva Constitución, pasándose por salva sea la parte la voluntad popular expresada en el plebiscito de octubre de 2020. 

Que por lo demás no será ya una nueva Constitución sino la misma de hoy, remozada, como señala el marco de hierro de los 12 puntos definidos por los parlamentarios dentro de los cuales se tendrá que elaborar este nuevo engendro. Cambiar algo de la actual Constitución, con mucha parafernalia seudodemocrática, para que todo siga igual, la vieja y mañosa estrategia gatopardiana. ¡Qué vergüenza!

Por eso es que no me haré parte de este vergonzoso proceso. Tendré que ir a votar para ”elegir” a unos falsos constituyentes, porque la ley me obliga. Pero anularé con todo mi corazón y toda mi fuerza el voto que emita, con la misma decisión y convicción con que combatí a la dictadura. Y espero que sean cientos de miles de compatriotas que hagan lo mismo, por dignidad.

Llegará en el futuro un día en que la gran mayoría del pueblo chileno haga oír otra vez su voz potente para exigir un nuevo marco institucional, que efectivamente nos permita liberarnos del modelo neoliberal de economía y sociedad imperante, defender de verdad el interés nacional y popular, el medio ambiente y el desarrollo de las personas en su amplia diversidad de intereses. Quizás yo no llegue a verlo, pero estoy convencido que sucederá. 

Porque es un asunto de dignidad personal de cada uno de nosotros y nosotras. Y la dignidad puede ser manipulada y aplastada mucho tiempo y muchas veces, pero no por siempre.



* Publicado por Radio UChile, 27.01.23. Germán Correa D. fue presidente del Partido Socialista y ministro de Estado.

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