Aunque hoy muchas personas pudieran relacionar la tecnología únicamente a complejos instrumentos electrónicos ―automóviles, computadoras, celulares, naves espaciales o líneas de producción automatizadas―, lo cierto es que aquella ha acompañado a la humanidad incluso antes de la aparición de nosotros los homo sapiens, los humanos modernos. Es más, nuestros antepasados no humanos o humanos prehistóricos ya usaban tecnología y no sería raro que heredáramos alguna.
Pero, antes de continuar definamos qué es tecnología. De modo amplio, podemos entender la tecnología como los instrumentos (artefactos) y procedimientos (técnicas) que desarrollan los humanos para realizar o facilitar diversas tareas individuales y colectivas[1].
Por lo que dos piedras de pedernal golpeadas para sacar chispas sobre hierba seca y hacer fuego, es un ejemplo de artefactos usados según un procedimiento para darse calor o cocinar. Es decir, aunque sencilla, es tecnología. Lo mismo que la domesticación de plantas y animales, los cordones, la ropa, los utensilios de cocina, la comida preparada (ahumada, salada, cocida o asada), una peineta, una caña de pescar, etc.
El punto entonces es que hay tecnologías más o menos complejas y que para funcionar usan energía humana, de combustibles fósiles o renovables no convencionales.
Es tal la presencia de instrumentos y procedimientos en la vida humana, que se puede concluir que no ha existido un grupo humano que no haya desarrollado algún tipo de tecnología. Desde los primeros grupos de homo sapiens que migraron desde África a las actuales sociedades postindustriales, pasando por una infinidad de colectivos en el tiempo y a través del globo con diferentes niveles tecnológicos. Los humanos somos animales tecnológicos porque somos animales culturales: desarrollamos modos de vivir en los que se incluyen instrumentos y procedimientos.
Justamente, es el desarrollo y adecuación de la tecnología a la diversidad de paisajes y climas, lo que ha permitido que los humanos habiten una gran diversidad de paisajes y climas[2].
La occidentalizada vida urbana contemporánea (que por supuesto requiere tecnologías específicas) pareciera que nos ha hecho perder de vista el gran conocimiento del espacio y su aprovechamiento ―por medio de instrumentos y procedimientos― que requiere la vida humana en otro tipo de paisajes.
Esto queda en evidencia cuando recordamos pueblos de lo que hoy se conoce como América que vivieron o viven en lugares extremos. Los selkman en Tierra del Fuego, los yanomami en el Amazonas, los aymaras en el altiplano andino o los inuit en el Ártico no podrían haber sobrevivido sin un desarrollo y adecuación tecnológico a sus respectivos paisajes y climas.
Una vez hecha esa aclaración, debemos hacer otra algo más específica. Pues, hay una mirada hoy muy extendida acerca de que la razón de ser de la tecnología es el dominio de la naturaleza no humana. Por ende, a esa perspectiva se le juzga, generalmente, desde dos polos extremos: se celebra el logro de ese progreso o se le condena.
Vamos por parte. Primero veamos someramente de dónde surge esa visión respecto de un objetivo evidente de la tecnología, el cual se ha difundido mayoritariamente en la actualidad.
El supuesto de que la tecnología se desarrolla y cumple su fin al dominar el mundo, aunque nos pueda parecer extraño no es una cuestión inherente a la especie humana. Puntualmente, ese relato que ha llegado a ser hegemónico porque la moderna sociedad occidental que lo sostiene llegó a ser hegemónica en el planeta, se relaciona a una mirada religiosa: el judeocristianismo. Y, más en específico, a la interpretación anglosajona de aquellos dogmas.
Hagamos brevemente un poco de historia. La Reforma Protestante del siglo XVI en Europa occidental situó a la humanidad al servicio de Dios, pero, a su vez, la divinidad dispuso que los humanos estuvieran en la cumbre de la “creación” para facilitar su deber para con Dios. Los humanos debían sobrevivir para alabar a su dios y la forma de hacerlo era dominando el mundo… ¡Y vaya si cumplieron la voluntad divina![3]
Lo interesante, sea uno creyente o no, es que esa forma de ver la relación entre la humanidad y el mundo se impuso y tuvo una gran influencia en una de las más caras herencias occidentales modernas: la tecnología. Esa fue una de las bases ideológicas de la Revolución Industrial. Así, de la máquina de vapor hasta las supercomputadoras o la industrialización actual tienen un referente común.
Curiosa o tristemente, lo que empezó en los versículos bíblicos en que Dios le ordena a Adán cuidar y labrar el Edén, fue tomando otro cariz con su postrera orden de dominar el mundo. Lo que empezó en una convivencia amorosa con el resto de la “creación”, que luego pasó o conllevaba un tipo de aprovechamiento de bajo impacto, terminó en un sistema tecnológico e industrial que, dirigido por la economía neoliberal, provocó la crisis ambiental del cambio climático global. Los humanos, cierto grupo de ellos en realidad, lograron ser capaces de poner en jaque la vida de diversas especies y la suya propia.
Entonces, ¿tenían razón los críticos radicales de la tecnología? ¿El exceso de progreso nos llevó a la catástrofe? ¿La tecnología es mala en sí?
Por supuesto que no podemos ser ciegos ante la crisis ambiental y el rol de la tecnología occidental moderna. Más, no olvidemos que esa tecnología está culturalmente desarrollada y contextualizada. O sea, usando un ejemplo de la moderna computación, un hardware podría ser usado y dar otros resultados según el software que lo maneja. Los instrumentos y procedimientos surgidos desde una ideología y cultura pueden dar resultados distintos si surgen de una ideología y cultura distinta.
No es posible separar el fenómeno tecnológico del ideológico o cultural. Debemos cuidarnos de la falacia de una tecnología neutral. Pues, ella siempre es desarrollada desde un contexto y usada en un contexto. Los instrumentos y procedimientos no venían terminados e impolutos en el Big Bang... Ni se mantienen así en el tiempo y las sociedades. Se puede desarrollar y usar tecnología para curar enfermedades o para asesinar gente en cámaras de gas.
Precisamente, y para ir concluyendo, han existido otros modelos para sustentar el desarrollo y uso de la tecnología. Algunos casos están muy cerca de nosotros, aunque la ignorancia o el racismo (que es ignorancia mezclada con maldad) no los vean o no quieran verlos. Se trata de la tecnología de las primeras naciones de lo que hoy es América.
Lejos de querer idealizar a dichos grupos ―los que también tuvieron contradicciones internas y conflictos con otras sociedades antes de la llegada de los invasores europeos y las siguen teniendo hasta la fecha―, no se puede negar el componente cultural o ideológico específico que ha guiado muchas de sus invenciones de instrumentos y procedimientos para aprovechar (no dominar ni explotar) sus paisajes y climas[4].
Tal como vimos antes en el caso del Occidente moderno, esa mirada acerca de instrumentos y procedimientos surge desde una perspectiva religiosa. Desde Alaska a Tierra del Fuego (antes del exterminio de los indígenas australes), diversos pueblos llegaron a entender a la naturaleza como un continente de la vida cuyo origen y esencia es mágico-religiosa. Así, en el mundo andino se habla de la Pacha Mama y en el mundo mapuche de la Mapu Ñuke.
Desde ese punto de vista, ¿qué pueblo indígena desarrollaría instrumentos y procedimientos que dañen a su propia madre? A lo que se suma la obvia comprensión indígena de que es ilógico destruir tu propio hogar y el de los espíritus, el de tu lof o ayllu, el de tus ancestros (humanos y animales), el de tus descendientes.
Así, en estos tiempos de crisis ambiental en que buscamos urgentemente nuevos caminos o respuestas, no se trata de intentar ser indígena. El punto es aprender de tecnologías amigables con el medioambiente porque están contextualizadas a ellos. Pero, asimismo, a no olvidar el componente cultural e ideológico del desarrollo y uso de las tecnologías.
Sin ser torpes imitadores, es posible un mutuo aprendizaje cultural. La humanidad y el resto del planeta lo espera, es más, lo necesita.
NOTAS:
[1] Por espacio no entraremos aquí en el tema de que también otros animales usan tecnología, la cual puede estar más o menos ligada a sus instintos o a mecanismos racionales.
[2] Estamos lejos de pretender establecer un determinismo geográfico absoluto, pero no es posible ignorar que las culturas están influidas de diversas maneras por los paisajes y climas.
[3] Es interesante hacer notar que hoy, dentro de las propias iglesias reformadas y protestantes, se critica que el afán de dominio fue demasiado lejos… Incluso, olvidándose de Dios y convirtiéndose así en idolatría.
[4] Lo que no implica no encontrar situaciones de lo que hoy llamaríamos daño ambiental en diversas primeras naciones americanas del pasado y actuales.
* Publicado en Piwkeyewün. Co-diseño de sistemas de cultivo tecnológico indígena, 2022, R. Labra, C. Basáez, D. Sáez y C. Rodríguez.
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