Hace años que los estadounidenses perdieron el contacto con su propia historia. Los libros de texto no se pensaron para formar, sino para adoctrinar y eliminar de ellos episodios como las masacres a las que se vieron condenados los nativos norteamericanos: obuses, mantas con viruela, extinción intencionada de los búfalos para que los Pies Negros se murieran de hambre y leyes de discriminación.
Jorge Vilches
El sociólogo norteamericano James William Loewen publicó en 1995 un libro en Estados Unidos que en poco tiempo se convirtió en «best-seller». Aquí en España se ha editado mucho después con el titulo Patrañas que me contó mi profe (Capitán Swing), con el elocuente subtítulo de En qué se equivocan los libros de Historia de los Estados Unidos. El autor no hizo nada que no pudiera hacerse hoy en España, de hecho algún estudio hay. Loewen demostraba que los estadounidenses habían perdido el contacto con la historia de su país porque los libros de texto no estaban pensados para formar, sino para adoctrinar.
Esos manuales relataban la epopeya de un pueblo virtuoso, dirigido por el patriotismo, optimista, con un gran pasado y un mejor destino, que, analizado con los ojos del presente, se aferraba a lo políticamente correcto condenando la esclavitud y la Guerra de Vietnam. Entre la desinformación y el adoctrinamiento, no sabían quiénes eran realmente, y quedaban vulnerables a las soflamas de cualquier desaprensivo.
El episodio sobre el que más se ha mentido, decía Loewen, es el de los indios [sic] americanos. En los libros seguían apareciendo como algo exótico, presentados con expresiones antiguas y racistas, y ocultando el genocidio que sufrieron.
En realidad, no hay comparación posible con el tratamiento que vivieron los indios [sic] en la América española. De hecho, mientras que en Estados Unidos solo hay un 1% de población indígena y «mestiza», y en Canadá un 4%, en Honduras es el 96%, Ecuador el 92%, Bolivia el 88%, México y Perú el 85%, Nicaragua y Guatemala un 82%. Es decir; si hay que tirar estatuas no deberían ser precisamente las de Colón y los españoles. Es más; si Norteamérica hubiera estado en manos del Imperio español hoy el porcentaje allí de indígenas sería equiparable al de los países citados [1].
Es probable que la diferencia radique en que la Corona tuvo desde el inicio un cuidado legal con los indios americanos, y procuró siempre su equiparación con la metrópoli. La educación y la evangelización, la tecnificación de la producción, las comunicaciones y la ordenación urbanística estuvieron casi tan desarrolladas como en España. La prueba es que los procesos de independencia fueron protagonizados por criollos con una forma de vida burguesa [2]. Esto en el caso de Estados Unidos hubiera sido imposible.
Las diez etapas
Gregory H. Stanton presentó un documento en el Departamento de Estado de Estados Unidos en 1996 en el que se describen las ocho etapas del genocidio, que amplió a diez en 2013. El modelo se puede aplicar a las tribus nativas de aquel país. Primero se produjo la clasificación en función de la etnia, la raza o la religión. Segundo, la simbolización biológica: los «pieles rojas», o, en el caso de que no fuera visible, su determinación por medio de la vestimenta o un signo. En tercer lugar ocurrió la discriminación legal: los nativos no eran ciudadanos como los norteamericanos y, por tanto, carecían de los mismos derechos.
Luego se procuró la deshumanización para eliminar la barrera psicológica moral; es decir, que a las mentes religiosas de los norteamericanos no les pesara la discriminación o la muerte de los nativos como si fueran animales. Esto fue sencillo en el caso norteamericano porque usaron los nombres de los indios asociados a la naturaleza, como Toro Sentado, para animalizar a los nativos.
La organización de la liquidación humana fue el paso siguiente, lo que se hizo a través de fuerzas militares –los «casacas azules»– o milicianos. Después vino la provocación de un enfrentamiento contra ellos, una guerra, a la que siguió una «solución final», un apartheid o, en este caso, reservas indias.
Así, las tribus fueran echadas de sus propiedades, expropiadas a la fuerza, y confinadas en territorios donde fueron maltratadas, asesinadas o dejadas morir de hambre.
Por último, tuvo lugar lo que cuenta el sociólogo Loewen: la ocultación de la Historia. De esta manera, pueden desaparecer para siempre de la realidad y de la memoria.
En 1787 el gobierno de EE.UU. firmó tratados con tribus consideradas naciones soberanas, en los que se intercambiaba tierra por protección, paz y amistad. Thomas Jefferson apuntó en esos tratados: «En sus derechos de propiedad y libertad, nunca serán invadidos ni molestados». No obstante, en 1790 empezó el enfrentamiento con los Creek, Cherokee y Chickasaw por la ocupación de tierras por parte de colonos respaldados por un Gobierno que usaba el ejército para mantener esos dominios.
Un año después de la elección de Andrew Jackson como presidente, en 1829, se encontró oro en territorio Cherokee. Esto provocó la Ley de Expulsión de Indios de 1830. A pesar de que la Corte Suprema invalidó dicha norma, en noviembre de 1838, 7.000 soldados invadieron el territorio y expulsaron a los nativos. En el viaje murieron unos 4.000 cherokees, una cuarta parte de su población. Los cherokee llaman a este episodio el «Sendero de las lágrimas». Lo mismo se hizo con los Navajo, Potawatomi, Seminole, Muscogee y Choctaw. Los que cedían quedaron hacinados en las reservas dependientes de la caridad del Gobierno. Así, el hambre y la desnutrición diezmaron aún más a los nativos.
Realidad distorsionada
Las revueltas eran castigadas con masacres. Las películas del Oeste distorsionan la realidad. En las batallas de Sand Creek o de Wounded Knee se usaron obuses para matar a mujeres, niños y ancianos. No acabó ahí. Para acabar con su fuente de alimentación, entre 1872 y 1873 el general Philip Sheridan ordenó matar a los búfalos: más de 3.500.000.
En California se organizó un auténtico genocidio y esclavitud de los nativos. La Ley para el Gobierno y Protección de los indios (1850) permitía esclavizarlos y vender a los niños. Al no considerarse personas, los asesinatos y las masacres se multiplicaron, algunas realizadas por milicianos sufragados con fondos públicos. En 50 años la población india de California pasó de 150.000 a 15.000. En 1879 el Gobierno emprendió la tarea de «matar al indio y salvar al hombre». Arrancaron a los niños de sus familias para meterlos en escuelas públicas donde educarlos en otros valores. Se les prohibió su religión y su idioma aplicando castigos severos, y trabajaban como criados.
Los reglamentos de «civilización» estuvieron vigentes hasta 1936, a pesar de que se les concedió la ciudadanía en 1924 como recompensa a su participación en la Primera Guerra Mundial. La población nativa fue reducida de unos doce millones en el siglo XVI a menos de 250.000 en 1900.
No fueron solo diezmados por la violencia, también por patógenos «europeos» como la viruela, el sarampión, la gripe, la tosferina, la difteria, el tifus, la peste bubónica, el cólera y la fiebre escarlata. Algunas veces el contagio fue deliberado, como con la entrega de mantas con viruela en 1837 que causó 100.000 muertos.
El gobierno norteamericano reconoce hoy a 565 tribus de nativos americanos. En la actualidad existen 2,5 millones de «indios», de los cuales alrededor de un millón vive en reservas. A ninguna de esas tribus se le ha concedido el derecho a conservar las tierras de sus antepasados y están a la espera de que los manuales de historia les reconozcan.
NOTA DEL BLOG:
[1] Es lamentable y no ajustada a los hechos el empate que propone el autor. Hace siglos que están documentadas las atrocidades de los invasores españoles, incluso por sus propios cronistas. En historia y antropología se reconoce un genocidio entre otras crueldades fruto, por ejemplo, de la masificación de la esclavitud (la expresa y también la encubierta a través de la figura de las encomiendas).
[2] Es un error sino una falacia equiparar criollos con los indígenas: los primeros son los hijos de españoles nacidos en América y, finalmente, blancos quienes hasta el siglo XIX se identificaban a sí mismos como españoles.
* Publicado en La Razón, 18.11.21.
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