¿En qué momento de la historia humana y bajo qué condiciones surgieron las desigualdades que asolan nuestro mundo? ¿Qué papel jugó el estado en la creación y consolidación de las mismas? ¿Qué puede aportar la arqueología a la lucha por el fin de la explotación capitalista? Entrevista al Dr. Rodrigo Villalobos.
Sergio de Castro
Rodrigo Villalobos García es doctor en arqueología prehistórica y especialista en el Neolítico y el Calcolítico de la Península Ibérica. Producto de sus estudios e investigaciones, que compagina con su trabajo de profesor de Historia, ha publicado recientemente Comunismo originario y lucha de clases en la Iberia prehistórica en la editorial Sabotabby Press. Un libro en el que se entrelazan la propia arqueología con la antropología y la etnografía para ofrecer a un mismo tiempo una excelente introducción a la delicada cuestión de cómo se ha dado explicación en el pasado al origen de las desigualdades sociales así como la situación actual en la que se encuentran dichos debates. Su trabajo puede seguirse también en su blog Las Gafas de Childe.
-En los últimos tiempos se han publicado varios libros que rompen con la visión tradicional acerca de cómo surgieron las desigualdades en las sociedades “civilizadas”. Tu libro recoge buena parte de las discusiones que se han dado a este respecto. ¿Crees que existe alguna relación entre esta necesidad de reformular dicha visión sobre el origen de las desigualdades sociales y la crisis económica, política y climática que vivimos desde hace unos años?
-Seguramente sí que exista pues si miramos al pasado encontramos numerosos casos de cómo las circunstancias del momento han estimulado la aparición de nuevos enfoques, nuevas hipótesis y nuevas teorías: por ejemplo, el apogeo del socialismo revolucionario en la Europa de Entreguerras coincide con los primeros planteamientos de la Arqueología Social, aquella que se preocupa de estudiar la organización social del pasado y sus transformaciones y que fueron enunciados por Vere Gordon Childe en 1936. También podrían relacionarse el optimismo tecnológico de la Posguerra con la aparición en la década de 1960 de la escuela cientificista de la “Nueva Arqueología”, y el pesimismo posterior a las crisis del petróleo de la década de 1970 con la generalización en la década de 1980 de la escuela posmoderna de la “Arqueología Posprocesual”. A día de hoy yo no sabría decir cómo se articulan las circunstancias del presente con los intereses de quienes investigamos el pasado –no se puede ser a la vez objeto y sujeto de estudio– pero que el momento histórico condiciona nuestro enfoque es algo más que probado.
-En tu libro estableces una íntima relación entre antropología y arqueología. La primera surgió con una perspectiva racista y etnocéntrica consecuencia de los intereses imperialistas de las potencias coloniales. ¿Afectó esta perspectiva también a la arqueología? ¿De qué manera? ¿Se podría hablar de una arqueología “poscolonial”?
-Sí, por supuesto que afectó: la arqueología del siglo XIX, ejercida por hombres de las clases dirigentes, es producto de ese momento. Entonces predominaba la teoría de la “antorcha de la civilización” según la cual el progreso se originó en Mesopotamia y Egipto y fue pasando de mano en mano, de civilización en civilización, a través de Grecia, Roma, el Renacimiento y la Ilustración hasta el Liberalismo occidental. Así, se creía que todo desarrollo “civilizado” fuera de esta carrera de relevos era inconcebible: según este enfoque los túmulos del sureste Norteamericano no fueron construidos por indios precolombinos sino por una raza perdida de gigantes constructores de túmulos y las enormes edificaciones del Gran Zimbabue no fueron levantadas por bantúes sino por el Rey Salomón y la Reina de Saba. Hoy la disciplina arqueológica se encuentra relativamente democratizada y descentralizada y gracias a ello se ha demostrado que los procesos históricos de desarrollo económico, urbano, monumental, etc. no son exclusivos de Próximo Oriente y de Europa sino que han tenido lugar en distintos lugares del mundo de forma independiente.
-Según los datos arqueológicos que tenemos en este momento, ¿se puede afirmar que realmente existió el comunismo primitivo del que habló Engels?
-Engels utilizó como prototipo de “barbarie comunista” el ejemplo etnográfico de los iroqueses, quienes gestionaban sus territorios de forma colectiva y sin ejercer un poder coercitivo y entre los que la mujer ostentaba importantes parcelas de capacidad de gestión y decisión. La arqueología no nos permite conocer directamente cómo se gestionaba un territorio de una sociedad de la Prehistoria o qué atribuciones tenían las mujeres en la misma pero sí podemos indagar en las condiciones de vida de las personas y en cómo expresaban sus categorías sociales o de género. Conocemos muchos ejemplos de culturas prehistóricas, como por ejemplo la megalítica, en los que los huesos conservan marcas de actividad física y composición química que muestran unas condiciones de trabajo y dieta similar para todos y en los que no hay ajuares funerarios excesivamente lujosos… en contraposición a otras culturas, como la campaniforme o la argárica, en la que sí existen diferencias entre la mayoría de la población y una élite que trabajaba menos, comía más carne y era enterrada con grandes cantidades de artefactos de oro, plata, bronce, etc.
-Otro de los temas que tratas en tu libro de manera transversal es el del origen del patriarcado. ¿Qué aporta la arqueología a este debate?
-Debido a que todas las culturas con escritura conocidas son en mayor o menor medida patriarcales, el patriarcado debió originarse con anterioridad a ellas, por lo que la arqueología es la única disciplina capaz de estudiar los orígenes de esta forma de opresión. Desde hace pocas décadas, y dentro de ese proceso de democratización y descentralización de la arqueología que comentaba antes, han aparecido subdisciplinas como la arqueología de género que han empezado a investigar la situación y el rol de la mujer a través del registro material. En el caso de la Prehistoria Reciente peninsular hay muchos estudios sobre antropología física de mujeres y hombres, sobre dieta y movilidad de mujeres y hombres, sobre la expresión gráfica de las mujeres y los hombres y sus actividades, etc. que están sirviendo para reconstruir la relación entre estas dos categorías en los distintos periodos y hay un poco de todo: momentos de desigualdad (el Arte Levantino) y de complementación (los ídolos calcolíticos) y hasta división sexual del poder (en el Argar, mujeres aristocráticas que ejercerían el gobierno y hombres guerreros a los que les correspondería ejecutar esas decisiones).
-En general se ha pensado que la aparición de las desigualdades sociales y el estado han ido de la mano. ¿Cuál es la situación actual de ese debate desde el punto de vista de la arqueología?
-En la arqueología prehistórica siempre se ha concebido al estado como la institución organizada para ejercer el poder político mediante la persuasión (arte, religión) y la fuerza (guerreros) y, a grandes rasgos, todos los estados se documentan en culturas con grandes desigualdades sociales. Hace décadas existió un importante debate sobre si las desigualdades y los primeros estados fueron configuraciones esencialmente beneficiosas o perjudiciales, existiendo quienes creían que la aristocracia y el poder centralizado fomentaban el progreso económico y científico. Pero hoy hay un consenso en torno a la idea de que los primeros estados surgieron por obra de una clase aristocrática explotadora con el objetivo de conservar su posición y de aumentar su capacidad de extraer recursos y trabajo a la mayoría de la población. Por otro lado, también empiezan a documentarse culturas prehistóricas con cierto desarrollo económico –artesanía especializada, comercio de larga distancia, enormes monumentos, asentamientos protourbanos, etc.– en las que no se documentan grandes desigualdades sociales ni poderes centralizados: la megalítica atlántica, Trypolie en las estepas rusoucranianas, el calcolítico peninsular, etc.
-En las “sociedades de rango” explicas que existe un mecanismo identitario de autoafirmación que denominas “nosotros contra los otros”. ¿No recuerda dicho mecanismo precisamente a la lógica que la ultraderecha y el fascismo utiliza como eje de su visión socio-política en la actualidad?
-El de “nosotros contra los otros” es un concepto antropológico que los arqueólogos tomamos prestado para explicar situaciones que observamos en el registro material: hay culturas tribales en las que la identidad predominante es la del clan y esta identidad se construye en gran medida contra otros clanes, pudiendo degenerar en situaciones de conflicto muy violento y permanente entre clanes… pero no es un mecanismo universal humano: hay sociedades sin estado que no funcionan en régimen de clan y que despliegan su reciprocidad y solidaridad más allá de los familiares, vecinos y conocidos. Seguramente tengamos instintos que favorezcan construcciones culturales como los clanes y la identidad por oposición y excluyente que quizás expliquen el auge de los fascismos pero en todo caso no son instintos siempre predominantes a los que no se puedan contraponer otros instintos que puedan enfocarse a conseguir la fraternidad universal.
-Para acabar, ¿qué puede aportar la arqueología de la Prehistoria Reciente a las actuales luchas contra la explotación capitalista?
-No puede aportar nada si lo que se espera de ella es un manual de instrucciones para organizar sociedades sin estado. La Prehistoria pasó, el capitalismo se ha extendido por todo el globo y lo que venga después será un producto de la historia nuevo y distinto. Pero sí que puede ofrecer ejemplos de culturas funcionales en las que no había explotación ni patriarcado, refutando esa idea tan generalizada de que las desigualdades y el poder son naturales y consustanciales al ser humano. También puede enseñarnos bajo qué circunstancias (ambientales, demográficas, económicas, etc.) tienden a emerger las desigualdades materiales y con ellas el poder tiránico y en qué casos resisten mejor las redes de reciprocidad y los mecanismos culturales contra las jerarquías de poder. Finalmente, quizás pueda servir para difundir visiones del pasado críticas con las jerarquías y el poder y comprometidas con la igualdad social y la cooperación y que, por ejemplo, cuando veamos las Pirámides de Egipto nos acordemos de los miles de trabajadores obligados apilar piedras para mayor honor de un Faraón y que cuando veamos los dólmenes neolíticos reivindiquemos la memoria de las comunidades igualitarias que los construyeron en colaboración y que celebraban en ellos sus ceremonias colectivas.
* Publicado en El Salto Diario, 08.11.22.
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