Tecnologías y culturas: entre el aprovechamiento y la explotación de la naturaleza




Aunque hoy muchas personas pudieran relacionar la tecnología únicamente a complejos instrumentos electrónicos ―automóviles, computadoras, celulares, naves espaciales o líneas de producción automatizadas―, lo cierto es que aquella ha acompañado a la humanidad incluso antes de la aparición de nosotros los homo sapiens, los humanos modernos. Es más, nuestros antepasados no humanos o humanos prehistóricos ya usaban tecnología y no sería raro que heredáramos alguna.

Pero, antes de continuar definamos qué es tecnología. De modo amplio, podemos entender la tecnología como los instrumentos (artefactos) y procedimientos (técnicas) que desarrollan los humanos para realizar o facilitar diversas tareas individuales y colectivas[1].

Por lo que dos piedras de pedernal golpeadas para sacar chispas sobre hierba seca y hacer fuego, es un ejemplo de artefactos usados según un procedimiento para darse calor o cocinar. Es decir, aunque sencilla, es tecnología. Lo mismo que la domesticación de plantas y animales, los cordones, la ropa, los utensilios de cocina, la comida preparada (ahumada, salada, cocida o asada), una peineta, una caña de pescar, etc.

El punto entonces es que hay tecnologías más o menos complejas y que para funcionar usan energía humana, de combustibles fósiles o renovables no convencionales.

Es tal la presencia de instrumentos y procedimientos en la vida humana, que se puede concluir que no ha existido un grupo humano que no haya desarrollado algún tipo de tecnología. Desde los primeros grupos de homo sapiens que migraron desde África a las actuales sociedades postindustriales, pasando por una infinidad de colectivos en el tiempo y a través del globo con diferentes niveles tecnológicos. Los humanos somos animales tecnológicos porque somos animales culturales: desarrollamos modos de vivir en los que se incluyen instrumentos y procedimientos.

Justamente, es el desarrollo y adecuación de la tecnología a la diversidad de paisajes y climas, lo que ha permitido que los humanos habiten una gran diversidad de paisajes y climas[2].

La occidentalizada vida urbana contemporánea (que por supuesto requiere tecnologías específicas) pareciera que nos ha hecho perder de vista el gran conocimiento del espacio y su aprovechamiento ―por medio de instrumentos y procedimientos― que requiere la vida humana en otro tipo de paisajes.

Esto queda en evidencia cuando recordamos pueblos de lo que hoy se conoce como América que vivieron o viven en lugares extremos. Los selkman en Tierra del Fuego, los yanomami en el Amazonas, los aymaras en el altiplano andino o los inuit en el Ártico no podrían haber sobrevivido sin un desarrollo y adecuación tecnológico a sus respectivos paisajes y climas.

Una vez hecha esa aclaración, debemos hacer otra algo más específica. Pues, hay una mirada hoy muy extendida acerca de que la razón de ser de la tecnología es el dominio de la naturaleza no humana. Por ende, a esa perspectiva se le juzga, generalmente, desde dos polos extremos: se celebra el logro de ese progreso o se le condena.

Vamos por parte. Primero veamos someramente de dónde surge esa visión respecto de un objetivo evidente de la tecnología, el cual se ha difundido mayoritariamente en la actualidad.

El supuesto de que la tecnología se desarrolla y cumple su fin al dominar el mundo, aunque nos pueda parecer extraño no es una cuestión inherente a la especie humana. Puntualmente, ese relato que ha llegado a ser hegemónico porque la moderna sociedad occidental que lo sostiene llegó a ser hegemónica en el planeta, se relaciona a una mirada religiosa: el judeocristianismo. Y, más en específico, a la interpretación anglosajona de aquellos dogmas.

Hagamos brevemente un poco de historia. La Reforma Protestante del siglo XVI en Europa occidental situó a la humanidad al servicio de Dios, pero, a su vez, la divinidad dispuso que los humanos estuvieran en la cumbre de la “creación” para facilitar su deber para con Dios. Los humanos debían sobrevivir para alabar a su dios y la forma de hacerlo era dominando el mundo… ¡Y vaya si cumplieron la voluntad divina![3]

Lo interesante, sea uno creyente o no, es que esa forma de ver la relación entre la humanidad y el mundo se impuso y tuvo una gran influencia en una de las más caras herencias occidentales modernas: la tecnología. Esa fue una de las bases ideológicas de la Revolución Industrial. Así, de la máquina de vapor hasta las supercomputadoras o la industrialización actual tienen un referente común.

Curiosa o tristemente, lo que empezó en los versículos bíblicos en que Dios le ordena a Adán cuidar y labrar el Edén, fue tomando otro cariz con su postrera orden de dominar el mundo. Lo que empezó en una convivencia amorosa con el resto de la “creación”, que luego pasó o conllevaba un tipo de aprovechamiento de bajo impacto, terminó en un sistema tecnológico e industrial que, dirigido por la economía neoliberal, provocó la crisis ambiental del cambio climático global. Los humanos, cierto grupo de ellos en realidad, lograron ser capaces de poner en jaque la vida de diversas especies y la suya propia.

Entonces, ¿tenían razón los críticos radicales de la tecnología? ¿El exceso de progreso nos llevó a la catástrofe? ¿La tecnología es mala en sí?

Por supuesto que no podemos ser ciegos ante la crisis ambiental y el rol de la tecnología occidental moderna. Más, no olvidemos que esa tecnología está culturalmente desarrollada y contextualizada. O sea, usando un ejemplo de la moderna computación, un hardware podría ser usado y dar otros resultados según el software que lo maneja. Los instrumentos y procedimientos surgidos desde una ideología y cultura pueden dar resultados distintos si surgen de una ideología y cultura distinta.

No es posible separar el fenómeno tecnológico del ideológico o cultural. Debemos cuidarnos de la falacia de una tecnología neutral. Pues, ella siempre es desarrollada desde un contexto y usada en un contexto. Los instrumentos y procedimientos no venían terminados e impolutos en el Big Bang... Ni se mantienen así en el tiempo y las sociedades. Se puede desarrollar y usar tecnología para curar enfermedades o para asesinar gente en cámaras de gas.

Precisamente, y para ir concluyendo, han existido otros modelos para sustentar el desarrollo y uso de la tecnología. Algunos casos están muy cerca de nosotros, aunque la ignorancia o el racismo (que es ignorancia mezclada con maldad) no los vean o no quieran verlos. Se trata de la tecnología de las primeras naciones de lo que hoy es América.

Lejos de querer idealizar a dichos grupos ―los que también tuvieron contradicciones internas y conflictos con otras sociedades antes de la llegada de los invasores europeos y las siguen teniendo hasta la fecha―, no se puede negar el componente cultural o ideológico específico que ha guiado muchas de sus invenciones de instrumentos y procedimientos para aprovechar (no dominar ni explotar) sus paisajes y climas[4].

Tal como vimos antes en el caso del Occidente moderno, esa mirada acerca de instrumentos y procedimientos surge desde una perspectiva religiosa. Desde Alaska a Tierra del Fuego (antes del exterminio de los indígenas australes), diversos pueblos llegaron a entender a la naturaleza como un continente de la vida cuyo origen y esencia es mágico-religiosa. Así, en el mundo andino se habla de la Pacha Mama y en el mundo mapuche de la Mapu Ñuke.

Desde ese punto de vista, ¿qué pueblo indígena desarrollaría instrumentos y procedimientos que dañen a su propia madre? A lo que se suma la obvia comprensión indígena de que es ilógico destruir tu propio hogar y el de los espíritus, el de tu lof o ayllu, el de tus ancestros (humanos y animales), el de tus descendientes.

Así, en estos tiempos de crisis ambiental en que buscamos urgentemente nuevos caminos o respuestas, no se trata de intentar ser indígena. El punto es aprender de tecnologías amigables con el medioambiente porque están contextualizadas a ellos. Pero, asimismo, a no olvidar el componente cultural e ideológico del desarrollo y uso de las tecnologías.

Sin ser torpes imitadores, es posible un mutuo aprendizaje cultural. La humanidad y el resto del planeta lo espera, es más, lo necesita.



NOTAS:

[1] Por espacio no entraremos aquí en el tema de que también otros animales usan tecnología, la cual puede estar más o menos ligada a sus instintos o a mecanismos racionales.

[2] Estamos lejos de pretender establecer un determinismo geográfico absoluto, pero no es posible ignorar que las culturas están influidas de diversas maneras por los paisajes y climas.

[3] Es interesante hacer notar que hoy, dentro de las propias iglesias reformadas y protestantes, se critica que el afán de dominio fue demasiado lejos… Incluso, olvidándose de Dios y convirtiéndose así en idolatría.

[4] Lo que no implica no encontrar situaciones de lo que hoy llamaríamos daño ambiental en diversas primeras naciones americanas del pasado y actuales.



* Publicado en Piwkeyewün. Co-diseño de sistemas de cultivo tecnológico indígena, 2022, R. Labra, C. Basáez, D. Sáez y C. Rodríguez.

Vivimos la era de los oligarcas




“Hace 15 años no era fácil convencer a mis estudiantes de que los oligarcas existían, les sonaba a conspiración. Hoy ninguno duda de que existan. De lo que dudan es de que exista la democracia”, dijo Winters a TerceraDosis para ilustrar el aumento de poder de los más ricos. En esta entrevista explica cómo llegamos a esto y qué vías hay para desandar ese camino.


Juan Andrés Guzmán


“Chile es en parte democracia y en parte oligarquía”, me dijo el politólogo Jeffrey Winters cuando lo entrevisté por primera vez en 2016 por su libro Oligarquía, que acaba de ser traducido al español. Ese texto ofrece una importante revisión desde la Antigüedad hasta nuestros días sobre cómo los más ricos se las han arreglado para dominar sus sociedades; y aporta importantes reflexiones para una Latinoamérica desigual.

En esta entrevista se abordan tres aspectos de su teoría que se vinculan con Chile. El primero es el concepto de oligarca y oligarquía. El oligarca, dice Winters, no es cualquier rico, sino el que tiene suficientes recursos para gastar en la protección de su riqueza

La oligarquía, en tanto, es la forma en que esos ricos defienden su riqueza y cambia a lo largo del tiempo. En la Antigüedad, por ejemplo, los oligarcas guerreros invertían en soldados y armas para mantener a raya a otros oligarcas. Winters argumenta que en la modernidad, cuando aparece el Estado y este desarrolla suficiente fuerza para defender la propiedad y hacer cumplir la ley, los más ricos empiezan a gastar en otro tipo de ejércitos: abogados, contadores y economistas que los libren de la amenaza impositiva. Lo que quieren los oligarcas modernos es que ese Estado que protege su propiedad, se financie con los impuestos de los otros grupos sociales.

Esto último apunta a un segundo aspecto clave de la teoría de Winters. El éxito del súper rico moderno se debe en gran parte a estos ejércitos de profesionales a los que llama “la industria de la defensa de la riqueza”. En su libro Winters describe su importancia así:
“Los oligarcas son los únicos ciudadanos en la democracia liberal que pueden perseguir sus objetivos políticos personales en forma indirecta, pero a la vez intensiva, ejerciendo influencia precisa a través de ejércitos de profesionales (abejas trabajadoras de clase media y media alta que ayudan a producir los resultados que los oligarcas buscan). Estos habilidosos actores trabajan todo el año como asalariados, como promotores y defensores de tiempo completo de los más importantes intereses oligárquicos. Su trabajo diario está completamente dedicado a obtener constantes victorias para los oligarcas y compiten vigorosamente por atraer el pago que los oligarcas ofrecen para defender su riqueza y sus ingresos. Estas fuerzas de profesionales y de defensores contratados no requieren de un vigorizante ideológico para seguir marchando y no sufren la fatiga de la movilización, desorientación ni son afectados por agendas transversales. Se les paga generosamente para dar su máximo esfuerzo año tras año, década tras década. Ninguna fuerza social o política que impulse políticas que amenacen a los oligarcas, puede competir con esta concentración y resistencia.”
Esta industria, dice Winters, hace a los oligarcas competidores sociales muy aventajados. No solo los provee de las ideas que favorecen la acumulación (los sindicatos son una amenaza, la desigualdad no es un problema importante, los impuestos son un robo) sino que actúan activamente generando esquemas tributarios para que sus clientes esquiven sus obligaciones tributarias sin sufrir riesgos legales.

El tercer elemento que Winters aborda en esta entrevista es el peligro que la movilización masiva tiene para los oligarcas. En su teoría, la democracia puede hacer muy poco para contener el poder de los más ricos y de su industria. Pero la masa en la calle es una fuerza que los atemoriza y desorienta. Winters advierte en esta entrevista que como esas movilizaciones tienen corta vida, quienes quieren hacer cambios de fondo que reduzcan la desigualdad tienen que estar preparados para aprovechar la oportunidad. “La crisis va a ocurrir. Ocurre una y otra vez. El peor error que puedes cometer es que llegue la oportunidad y no estés preparado”, dijo a TerceraDosis.

-¿Qué cambio ha notado en los oligarcas desde que escribió el libro? Son más ricos, claramente…

-Sí, mucho más. Pero hay otros tres cambios que me gustaría destacar. En primer lugar, vivimos en la época de oligarcas audaces, visibles y agresivos; en la era de los oligarcas en tu cara (in your face!), por decirlo de alguna manera. A lo largo de la historia ellos han tenido la inteligencia de no mostrar demasiado lo que tienen, especialmente en las democracias. Hoy, sin embargo, actúan con una audacia increíble, por ejemplo entregando cantidades ingentes de recursos a los candidatos que les gustan. En Estados Unidos los llaman “mega donantes”, lo que es un término ridículo. Ellos no están donando nada. Las personas normales donamos recursos, sangre, tiempo. Lo que ellos hacen es usar el poder que les da la riqueza para conseguir lo que buscan. También los vemos presentarse a las elecciones con más frecuencia que antes. Esto implica que los oligarcas de todo el mundo se sienten más seguros.

“Lo segundo que ha pasado es que la sociedad habla más abiertamente de ellos que hace 10 años. Le doy un ejemplo: desde hace 15 años doy una clase en la Universidad de Northwestern llamada "Oligarcas y Élites", en donde abordo, entre otros tópicos, la forma cómo los oligarcas se relacionan con la democracia. Hace 15 años no era fácil convencer a los estudiantes de que los oligarcas existían, les sonaba a conspiración. Pero hace una década comenzó a producirse un cambio y hoy cuando doy la clase, ningún alumno duda de que existan los oligarcas. De lo que dudan es de que exista la democracia. En 15 años he visto cómo los oligarcas pasaron de no existir a ser lo único que existe, porque los estudiantes los tienen en la cara todos los días. Me dicen, “hay democracia sólo en las cosas que a los oligarcas no les importan, pero todo lo que les importa, lo controlan ellos”. Por otra parte a estos oligarcas más descarados y visibles no les gusta que los llamen oligarcas. Prefieren que ese término quede para los millonarios rusos, como si “oligarca” se refiriera solo a dinero corrupto. Pero no significa eso, significa simplemente que eres poderoso porque eres rico. Ese es el sentido histórico de la palabra. Ellos prefieren que los llamen “creadores de empleo”, “titanes de la industria”, “mega donantes”, etcétera. Algunos hasta han llegado a entablar demandas a quienes los llaman oligarcas. Hoy hay una batalla por cómo vamos a llamarles, pero la palabra oligarca ha ido ganando influencia.”

“La tercera cosa que ha cambiado es que hoy hay una reacción visible en contra estos los ultra ricos y su poder. Un ejemplo es el avance del impuesto sobre el patrimonio. En Estados Unidos ese impuesto se ha evitado con gran eficacia. El ciudadano medio sí paga ese impuesto. Por ejemplo, si eres propietario de una vivienda, pagas un impuesto anual sobre esa propiedad. La casa es una parte muy pequeña de la riqueza de un oligarca, pero es la fuente principal de riqueza para la persona de clase media. Y lo que ha pasado tradicionalmente es que cuando empezamos a hablar de un impuesto sobre el patrimonio para los ricos, estalla el escándalo, se dice que es una invasión de la intimidad. El resultado es que la mayoría de los gobiernos del mundo no hacen un seguimiento de la riqueza de los superricos, ni siquiera la rastrean. Y no puedes gravar lo que no puedes ver.”

“A pesar de eso ha ido avanzando una propuesta de impuesto sobre el patrimonio en Estados Unidos. Incluso el presidente Joe Biden ha empezado a hablar del impuesto a la riqueza. A nivel mundial, gracias a los trabajos de Thomas Piketty y otros economistas, ha ido ganando espacio un impuesto mundial sobre la riqueza y una propuesta de impuesto de sociedades a escala mundial, que es impulsada por varios países latinoamericanos en la ONU. Llevo mucho tiempo estudiando esto como para ser demasiado optimista, pero creo que no debemos pasar por alto el hecho de que hay gente que está intentando cosas.”

-En esta década, mientras ha crecido la riqueza de los oligarcas, las democracias han perdido respaldo. ¿Ves una conexión entre estos fenómenos?

-Sí. En mi libro argumento que la democracia y la oligarquía son capaces de coexistir bajo ciertas condiciones, pero la convivencia no siempre es fluida y puede producirse inestabilidad. Eso ocurre si los oligarcas se vuelven demasiado dominantes o si la democracia se convierte en una amenaza para los oligarcas. Este último caso es lo que pasó en Chile durante Salvador Allende: la democracia terminó eligiendo representantes que eran claramente amenazantes para los oligarcas y la primera víctima fue la democracia misma. Así que el patrón constante que vemos a lo largo de la historia es que los oligarcas intentan reformar la democracia para que no sea una amenaza. Y si no la pueden reformar, entonces le bajan el interruptor, la apagan. Y no la reestablecen hasta que sea segura para ellos.

-¿Te parece que el aumento de movimientos de extrema derecha y de personajes como Javier Milei en Argentina o Jair Bolsonaro en Brasil responden a esta idea de intentar reformar la democracia para hacerla menos amenazante para la oligarquía?

-Tengo una explicación ligeramente diferente para el auge de los populismos fascistas que estamos viendo. Lo primero es que tenemos que entender que vivimos en un período no sólo de tremenda desigualdad económica, sino de rápido aumento de ella. Eso ha llevado a que las clases medias y medias-bajas hayan experimentado mucha inseguridad y precariedad. Ambos procesos han tenido un efectos dominó en toda la sociedad, en términos de socavar la confianza en las instituciones, sean estas educativas, medios de comunicación, gobierno, mercado, etc. En este escenario lo que hay que preguntarse es qué explicación se dan los grupos que se han precarizado, cómo entienden lo que les ha pasado. 

En términos simples diría que hay dos explicaciones posibles. Una es vertical: es decir, culpar hacia arriba, apuntando a la concentración de la riqueza de la oligarquía. Y la segunda es horizontal, lo que implica que las clases medias, que antes sentían cierto grado de privilegio y seguridad y tenían esperanza en el futuro, empiezan a culpar de sus problemas a los inmigrantes, a las otras razas y credos, con los cuales no tienen mucha diferencia económica. Miran a las personas que tienen al lado y dicen “mi problema es que tú estás recibiendo algo que no mereces, estás recibiendo asistencia social, me estás quitando el trabajo”. 

Creo que los oligarcas han tenido mucho éxito en hacer que el conflicto sea horizontal en lugar de vertical. Y los demagogos como los presidentes Javier Milei, Donald Trump o el primer ministro Viktor Orbán en Hungría, han sido muy buenos transmitiendo este mensaje: al que debes odiar es al que está a tu izquierda y a tu derecha. Ese argumento se expande con mucha velocidad porque apunta a la experiencia cotidiana de las personas. En cambio pensar en términos de concentración de la riqueza es más difícil porque hay todo un aparato ideológico construido para no abordar ese punto.

-Argumentas que una pieza central del éxito de la oligarquía es que cuenta con una industria de la defensa de la riqueza que trabaja intensamente neutralizando las amenazas redistributivas. ¿Dirías que estos presidentes y líderes forman parte de esa industria?

-En cierto sentido, sí. Aquí tenemos que entender que la defensa de la riqueza no consiste simplemente en presionar a los legisladores para que hagan determinadas leyes, ni en comprar candidatos o financiarlos. El trabajo de esa industria es multidimensional. Y una de las dimensiones en las que los oligarcas invierten enormemente es think tanks, que generan ideas y justificaciones para la concentración de riqueza. También financian departamentos de economía en las universidades de todos los países avanzados, financian cátedras y becas. Esto implica que si quieres ser un premio Nobel, si quieres conseguir la titularidad en un departamento de economía, no debes hacer muchas preguntas sobre los ricos. A la defensa de la riqueza la ayuda mucho también el hecho de que los oligarcas son dueños de los medios de comunicación. Cuando se suma todo, resulta claro por qué es muy difícil que se abra paso una narrativa que cuestione a los oligarcas. Las fuerzas progresistas siempre han enfrentado ese problema. Es una batalla muy cuesta arriba.

-En tu libro dices que los oligarcas conviven con la democracia mientras esta no amenace su riqueza. ¿Puede explicar cómo controlan a la democracia?

-Eso lo abordo también en el nuevo libro en el que estoy trabajando: Dominación a través de la democracia, por qué ganan los oligarcas. Una de las preguntas que trato de responder es por qué, si en los últimos 250 años ha aumentado el número de países democráticos y la calidad de sus democracias, la desigualdad también ha crecido. ¿Cómo es posible? Si la democracia es compartir el poder, eso debería conducir a políticas que reduzcan la desigualdad. Lo que investigué en el libro es cómo los oligarcas y las élites permiten que surja la democracia. Porque al principio tenían mucho miedo, pensaban: “Dios mío, si damos el voto a todo el mundo, lo van a usar para quedarse con nuestro dinero”. Y resulta que, en la mayoría de los casos, eso no ocurrió. ¿Por qué? Mi argumento es que los oligarcas y las élites permitieron que se formara la democracia, pero sólo en sus propios términos. Dieron forma a las instituciones y se aseguraron de que se incorporaran salvaguardas al sistema para garantizar que la gente pudiera participar, pero que la capacidad de amenazar la riqueza fuera muy limitada. Y aquí es donde uso el ejemplo de Chile.

-¿Por qué?

-Porque a pesar de su poder los oligarca no siempre mantienen el control total del sistema democrático. A veces se les escapa de las manos y el resultado no es el que pueden tolerar. En el capítulo de Chile lo que me pregunto es ¿qué ocurre cuando la democracia se vuelve mucho más representativa de los intereses de las mayorías? En el caso chileno hay una izquierda que gana democráticamente. Y los oligarcas primero hacen lo que sea para que no llegue al poder y una vez que lo hace, recurren al asesinato y terminan bajando el interruptor de la democracia.

Otro ejemplo incluso más chocante es el de Indonesia en los años 50. En esa época Indonesia tenía el mayor Partido Comunista del mundo, fuera de un país comunista. Ese partido no estaba armado, no eran maoístas. Era un partido que hacía campañas y participaba del juego democrático. En las primeras elecciones en que participaron, las de 1955, todos quedaron sorprendidos al ver el porcentaje de votos que obtuvieron. En esos años la Guerra Fría hacía estragos en el mundo y el argumento que daba occidente era que el comunismo era antidemocrático. Pero en Indonesia era democrático. Algo no encajaba en el relato y Washington estaba muy asustado por eso. En 1957 hubo elecciones regionales y los comunistas tuvieron una gran victoria. Luego, en 1959, tocaban las nacionales. La administración del presidente Eisenhower estaba asustada y la decisión fue que no hubiera elecciones. Todos los partidos estuvieron de acuerdo, solo el partido comunista defendió las elecciones, la democracia. Es una locura, ¿verdad? No estaban armados, no eran violentos, no atacaron a otros candidatos. Jugaron el partido limpiamente. Por supuesto, cuando se cerró la puerta democrática, los comunistas se volcaron hacia una política más movilizadora, ocupando la calles y eso resultó aterrador para los oligarcas y las élites de la época. Y en 1965 el gobierno organizó una masacre contra el Partido Comunista: un millón de personas asesinadas en seis meses

A partir de estos casos podemos preguntarnos ¿qué ocurre cuando la democracia funciona de verdad? Y la respuesta es que los oligarcas cierran la democracia hasta que, como pasó en Chile, el régimen militar le enseña a la izquierda que no vaya demasiado lejos, que apoye los mercados y acepte la desigualdad. Solo entonces los oligarcas aceptan una redemocratización.


Los sirvientes

-Hablemos de la Industria de la Defensa de la Riqueza. En tu libro los defines como profesionales de sectores medios y medios altos, muy talentosos y bien pagados, que trabajan para preservar la riqueza de los oligarcas de las amenazas redistributivas del Estado.

-Déjame que te cuente primero una historia divertida. Estaba dando una charla en la Harvard Business School sobre los oligarcas. Y asistían estudiantes que estaban obteniendo sus MBAs y siguiendo diversos estudios sobre negocios. Y uno de los profesores me dijo ”aquí en Harvard estamos formando a los futuros oligarcas”. Yo le contesté: “no, ustedes están entrenando a sus sirvientes. Estás formando a la industria de defensa de la riqueza”. A esa gente se le va a pagar muy bien por trabajar en contra de sus propios intereses y en contra de los intereses de muchos. Y esto es lo gracioso; esta industria no puede pagar sus propios servicios. Así que ellos pagan su tramo impositivo completo.

-Has explicado que el trabajo esencial de esta industria es la evasión y la elusión de impuestos. Dices que cuando los oligarcas ven que el Estado puede proteger su bienes y su propiedad lo que buscan es que ese Estado sea financiado con los impuestos de otros grupos sociales. ¿Cómo opera esta industria en el ámbito tributario?

-Déjame darte un ejemplo. Un espacio público que importa mucho a los oligarcas norteamericanos es el Comité de Medios y Arbitrios del Congreso (Ways and Means Committee), que es donde se redacta el código tributario. Ese código tiene miles de páginas. Y un adjetivo, un sustantivo, una frase ambigua puede hacer se dejen de pagar miles de millones de dólares en impuestos. La industria de defensa de la riqueza trabaja intensamente en ese texto. Los oligarcas se aseguran de que los senadores reciban y oigan a estos grupos de presión. Y los grupos de presión van y dicen: “en lugar de estas palabras, nos gustaría que utilizara estas otras.”

-Crean debilidades en la ley.

-Sí. Y nadie presta atención a esto. No hay noticias sobre el cambio de una palabra, eso no está en el radar de nadie. Y esa palabra o ese párrafo queda enterrado en una legislación de 800 páginas. Pero esa palabra significa todo para la gente que gastó el dinero en lobby. Así es como funciona.

-Otro impacto que tiene esta industria es que captura los mejores talentos y los hace pensar en línea con los intereses de los más ricos. Eso hace difícil el cambio.

-Efectivamente. Y ocurre con frecuencia que los que quizá no son tan buenos, trabajan para el gobierno. Eso genera problemas. Por ejemplo, los equipos de abogados y contables de la IRS (la autoridad tributaria norteamericana) suelen tener dificultad para entender lo que hacen los contables y los abogados en el sector de la defensa de la riqueza. Llevan un retraso de una o dos décadas en términos de sofisticación de la técnica, las ideas, la creatividad, etc.

-¿Qué reflexión tienen estos profesionales sobre su rol en la sociedad, sobre la ayuda que prestan a que la concentración crezca?

-Los conozco a muchos porque los he entrevistado y les he hecho preguntas directas sobre cómo se sienten, sobre cuán conscientes son de lo que están haciendo. Y todos ellos saben que lo que hacen en nombre de los oligarcas tiene implicancias para el resto de la sociedad. Lo saben. A algunos les da asco. Y sin embargo, esa es la naturaleza de los sistemas. Nadie se responsabiliza personalmente de lo que hacen los sistemas y las instituciones. Te dicen “yo voy a trabajar todos los días, yo no elijo cómo está montado el sistema. Voy a trabajar, me voy a casa, voy a trabajar al día siguiente. No está en mi manos cambiar esta estructura en la que estoy incrustado”. Muchos de ellos son liberales, pero con esto pagan la matrícula de sus hijos para que vayan a colegios y universidades caras, financian su bonita casa de veraneo. Y se dicen, “oye, hasta que los políticos lo cambien, así es como funciona”.

-Me gustaría contrastar lo que dices con la experiencia que he recogido en Chile. En la revuelta que hubo en mi país en 2019, la presión de las masas en la calle hizo que los más ricos estuvieran dispuestos a hacer muchas reformas. Y un importante político que estaba muy conectado con esas conversaciones para avanzar en agendas más redistributivas me dijo que el problema no estaba principalmente en los millonarios, porque a ellos les interesaba el largo plazo. Ellos podían reducir su tasa de ganancia en tanto les aseguraran que igual iban a seguir ganando. Pero los gerentes no tenían ese tiempo. Se oponían a las reformas porque su ventana de oportunidad para hacer dinero es más reducida. El gerente no sabe cuánto tiempo va a estar en su posición, porque la competencia es fuerte. Entonces reformas que hicieran más difícil la extracción de recursos los afectaban directamente. Me parece que esa experiencia muestra que no estamos ante actores que aceptan el mundo como es o que sean meros sirvientes de la oligarquía, sino que están muy conscientes de que ese mundo los favorece y tienen poder para mantener las cosas como están.

-Entiendo. Lo que estás diciendo es que una vez que la industria de defensa de la riqueza emerge, tiene sus propios intereses.

-Sí.

-Estoy de acuerdo. Y tengo un ejemplo de eso en el libro que sigue tu argumento pero funciona un poco a la inversa. Durante las discusiones sobre el impuesto al patrimonio los ricos norteamericanos querían que ese impuesto desapareciera. Pero la industria de defensa de la riqueza gana dinero eludiendo y evadiendo ese impuesto, así es que si desaparecía, su negocio perdía sentido. Así es que lo que hicieron fue presionar al sector para que mantuviera el impuesto de patrimonio para que sus clientes necesitaran su servicio. Es decir, querían que el impuesto fuera efectivo, que fuera una amenaza; y querían ser la solución a la amenaza. Como dices, esta gente es muy consciente de su posición, de su papel.


Las masas en movimiento

Winters argumenta que los oligarcas solo le temen a una cosa: a las masas movilizadas. Esta idea parece haberse cumplido cabalmente en el estallido social de 2019, cuando meses de movilización llevaron a los más ricos a prometer cambios que no se habían producido en décadas. Si la teoría de Winters es cierta, el rechazo a esa vía cierra la única forma de empujar cambios que reduzcan la desigualdad. En su libro, Winters escribe:
“No hay otra fuerza social más abrumadora que las masas movilizadas. No importa cuán difíciles sean de sostener, incluso si se trata de “movilizaciones de último minuto”, estas son suficientemente explosivas para vencer rápidamente a todas las otras categorías combinadas de recursos de poder. Cuando las masas de ciudadanos, usualmente sin poder, se activan en la escala suficiente, incluso el formidable poder coercitivo del Estado no las iguala. Por supuesto, la movilización de masas no siempre es dirigida contra quienes tienen el poder minoritario en la cima de la sociedad. Oligarcas y elites tratan de aprovechar el poder de los movilizados para desplegar sus propias agendas, y con frecuencia tienen éxito en hacerlo. Sin embargo, el genuino poder de la gente (People Power), impulsado desde abajo, puede ser impredecible y devastador para los intereses oligárquicos y de las elites. Pero esos momentos son raros y transitorios, en cambio el poder minoritario (de la oligarquía y de las elites) predomina durante largos periodos que pueden ser llamados como “la política ordinaria” y que llenan el espacio entre episodios de crisis y movilización.”
-¿Sigues pensando que la movilización es la mejor estrategia para frenar a las Oligarquías? En Chile, tras el estallido social de 2019, que fue muy apoyado en su momento, se produjo una reacción y pareciera que hoy la idea de la presión de la calle es rechazada mayoritariamente.

-He estado pensando mucho en esto porque he estado trabajando en la riqueza, el poder y los oligarcas durante al menos 25 años. Y mi primer comentario será que es un asunto muy deprimente. A estas alturas estoy bastante convencido de que si se va a cuestionar el poder oligárquico, las formas en que se ha cuestionado en el pasado no son suficientes. La prueba de ello es que, aunque tengamos democracia, seguimos teniendo más oligarquía que nunca. Así que la solución no es más democracia

Pero ¿cuál es? ¿Cómo se reduce realmente el poder y la influencia de los oligarcas? Mi conclusión es la siguiente: lo que hay que notar es en qué condiciones son más poderosos los oligarcas y cuándo lo son menos. Y lo primero que podemos decir es que son más poderosos durante lo que podemos llamar “la política de lo ordinario”, la política cotidiana. ¿Por qué? Porque el aparato institucional que opera en esos momentos es un legado de sus victorias pasadas. Mientras la política transcurra con normalidad, los oligarcas tendrán máximo poder

En cambio, durante los periodos de perturbación y ruptura, no es que se vuelvan impotentes, pero el poder de los oligarcas disminuye. Esa ruptura se puede originar en una guerra, en una crisis económica, puede ser resultado de una catástrofe natural: hay muchas fuentes de perturbación del statu quo. Y la cuestión clave es: ¿están las personas y los movimientos que quieren cambios, preparados para esos momentos de ruptura? O van a intentar hacer “política de última hora”, es decir comenzar a organizarse cuando la ruptura se ha producido.

Mi argumento es que esta última opción no funciona porque la ventana de oportunidad para hacer cambios se abrirá durante un tiempo limitado. En ese momento los oligarcas estarán aturdidos y debilitados y estarán temporalmente abiertos a cambios profundos. La pregunta es, ¿cuán preparados están los que quieren cambios para aprovechar ese momento? Por supuesto, es muy difícil tener un movimiento que diga preparémonos por si tenemos una oportunidad. No es inspirador.

-Y lo es menos hoy, en un contexto en que se expanden los movimientos de extrema derecha.

-Sí, de hecho, ahora parece que es la oportunidad para demagogos y fascistas. Pero el problema que hay que considerar es el siguiente. ¿Cuál es la diferencia entre la crisis de 1929 en EE. UU., -la llamada Crisis de la Gran Depresión- y la crisis financiera de 2008? Bueno, la diferencia es que después de la crisis de 1929 vinieron grandes reformas que permitieron el estado de bienestar, vino el New Deal. ¿Por qué? No porque los oligarcas quisieran darle algo al pueblo. Simplemente las personas estaban organizadas, tenían sindicatos y las elites tuvieron miedo. En 2008, en cambio, todo el esfuerzo público se enfocó en rescatar a las corporaciones y a los oligarcas, mientras la gente tuvo quiebras, perdió sus casas, no pudo enviar a sus hijos a la universidad. La razón es que en 2008 no había organización, ni sindicatos, ni poder. Así es que la ruptura de 1929 fue una oportunidad, en cambio la ruptura de 2008 fue una oportunidad perdida.

Quiero decir algo más sobre las personas que respaldan a los populistas de derecha. En Estados Unidos, en 2016, una gran cantidad de votantes de Trump apoyó primero a Bernie Sanders (un candidato independiente de izquierda). Esto es raro, pero la pregunta es ¿por qué? Yo diría que muchas de las personas que votan por Trump son personas que han perdido la confianza en el sistema. 

Ellas, sin embargo, no están diciendo que la democracia no sirve y que no la valoran. Dicen que esto que tenemos hoy no es democracia. Están diciendo que lo que hay en Estados Unidos es una especie de estado profundo controlado por los ricos. Creo que muchos de los que apoyan a Trump creen en los fundamentos de la democracia. Por eso pienso que no estamos ante una crisis de la democracia como idea, sino ante una crisis de estas democracias que entregan este tipo de resultados

Mucha gente puede decir que la base de Trump son un montón de racistas, hombres blancos, etc. Puede ser. Pero también es cierto que no son ricos. Tal vez son más privilegiados que los latinos o las personas de color, pero experimentan menos certidumbre en sus vidas y están buscando una respuesta. Trump les ofreció una respuesta mientras que la izquierda no les ofrece nada. La izquierda hoy está ofreciendo una discusión sobre identidades. Y eso no responde a la pregunta sobre cómo sobrevivir en esta economía concentrada. Yo creo en la igualdad de identidades, pero creo que las vidas de los pobres importan y la izquierda está perdida, al menos en Estados Unidos, porque se alejaron del materialismo. La izquierda ya no es materialista. ¿Por qué a algunos votantes de Trump les gustaba Sanders? Porque él viene de una izquierda materialista que apuntaba a los multimillonarios. Creo que estamos, estamos en un momento en el que se necesita una nueva izquierda.

-La movilizaciones masivas habitualmente implican muertes y destrucción. ¿No cree que sea mejor impulsar cambios paulatinos?

-Tienes mucha razón, ese es un costo. Y, además, una vez que los oligarcas se reconstituyen, no van a aceptar los cambios sin más, sino que van a intentar dar marcha atrás, luchar, contraatacar. Entonces lo que creo es que hay que estar listo y tener claro cuánto cambio se puede introducir en un momento. Y luego tienes que estar preparado para defender los logros conseguidos

Yo creo que los cambios tienen que ser incrementales por supuesto, pero también creo que bajo la política cotidiana es imposible hacer cambios sustantivos porque está completamente dominada por la oligarquía. En condiciones de ruptura y discontinuidad, hay oportunidades para el cambio. Esas oportunidades dependerán de lo profunda que sea la ruptura, de lo preparadas que estén las fuerzas del cambio y de lo resistentes que sean una vez implantados los cambios. Esa es la clave. 

Porque la crisis va a ocurrir. Ocurre una y otra vez. El peor error que puedes cometer es que llegue la oportunidad y no estés preparado.



* Publicado en TerceraDosis, 26.05.24.

La “solución final” estadounidense: el extermino de los pueblos indígenas



Hace años que los estadounidenses perdieron el contacto con su propia historia. Los libros de texto no se pensaron para formar, sino para adoctrinar y eliminar de ellos episodios como las masacres a las que se vieron condenados los nativos norteamericanos: obuses, mantas con viruela, extinción intencionada de los búfalos para que los Pies Negros se murieran de hambre y leyes de discriminación.


Jorge Vilches


El sociólogo norteamericano James William Loewen publicó en 1995 un libro en Estados Unidos que en poco tiempo se convirtió en «best-seller». Aquí en España se ha editado mucho después con el titulo Patrañas que me contó mi profe (Capitán Swing), con el elocuente subtítulo de En qué se equivocan los libros de Historia de los Estados Unidos. El autor no hizo nada que no pudiera hacerse hoy en España, de hecho algún estudio hay. Loewen demostraba que los estadounidenses habían perdido el contacto con la historia de su país porque los libros de texto no estaban pensados para formar, sino para adoctrinar

Esos manuales relataban la epopeya de un pueblo virtuoso, dirigido por el patriotismo, optimista, con un gran pasado y un mejor destino, que, analizado con los ojos del presente, se aferraba a lo políticamente correcto condenando la esclavitud y la Guerra de Vietnam. Entre la desinformación y el adoctrinamiento, no sabían quiénes eran realmente, y quedaban vulnerables a las soflamas de cualquier desaprensivo.

El episodio sobre el que más se ha mentido, decía Loewen, es el de los indios [sic] americanos. En los libros seguían apareciendo como algo exótico, presentados con expresiones antiguas y racistas, y ocultando el genocidio que sufrieron

En realidad, no hay comparación posible con el tratamiento que vivieron los indios [sic] en la América española. De hecho, mientras que en Estados Unidos solo hay un 1% de población indígena y «mestiza», y en Canadá un 4%, en Honduras es el 96%, Ecuador el 92%, Bolivia el 88%, México y Perú el 85%, Nicaragua y Guatemala un 82%. Es decir; si hay que tirar estatuas no deberían ser precisamente las de Colón y los españoles. Es más; si Norteamérica hubiera estado en manos del Imperio español hoy el porcentaje allí de indígenas sería equiparable al de los países citados [1].

Es probable que la diferencia radique en que la Corona tuvo desde el inicio un cuidado legal con los indios americanos, y procuró siempre su equiparación con la metrópoli. La educación y la evangelización, la tecnificación de la producción, las comunicaciones y la ordenación urbanística estuvieron casi tan desarrolladas como en España. La prueba es que los procesos de independencia fueron protagonizados por criollos con una forma de vida burguesa [2]. Esto en el caso de Estados Unidos hubiera sido imposible.


Las diez etapas

Gregory H. Stanton presentó un documento en el Departamento de Estado de Estados Unidos en 1996 en el que se describen las ocho etapas del genocidio, que amplió a diez en 2013. El modelo se puede aplicar a las tribus nativas de aquel país. Primero se produjo la clasificación en función de la etnia, la raza o la religión. Segundo, la simbolización biológica: los «pieles rojas», o, en el caso de que no fuera visible, su determinación por medio de la vestimenta o un signo. En tercer lugar ocurrió la discriminación legal: los nativos no eran ciudadanos como los norteamericanos y, por tanto, carecían de los mismos derechos.

Luego se procuró la deshumanización para eliminar la barrera psicológica moral; es decir, que a las mentes religiosas de los norteamericanos no les pesara la discriminación o la muerte de los nativos como si fueran animales. Esto fue sencillo en el caso norteamericano porque usaron los nombres de los indios asociados a la naturaleza, como Toro Sentado, para animalizar a los nativos

La organización de la liquidación humana fue el paso siguiente, lo que se hizo a través de fuerzas militares –los «casacas azules»– o milicianos. Después vino la provocación de un enfrentamiento contra ellos, una guerra, a la que siguió una «solución final», un apartheid o, en este caso, reservas indias. 

Así, las tribus fueran echadas de sus propiedades, expropiadas a la fuerza, y confinadas en territorios donde fueron maltratadas, asesinadas o dejadas morir de hambre. 

Por último, tuvo lugar lo que cuenta el sociólogo Loewen: la ocultación de la Historia. De esta manera, pueden desaparecer para siempre de la realidad y de la memoria.

En 1787 el gobierno de EE.UU. firmó tratados con tribus consideradas naciones soberanas, en los que se intercambiaba tierra por protección, paz y amistad. Thomas Jefferson apuntó en esos tratados: «En sus derechos de propiedad y libertad, nunca serán invadidos ni molestados». No obstante, en 1790 empezó el enfrentamiento con los Creek, Cherokee y Chickasaw por la ocupación de tierras por parte de colonos respaldados por un Gobierno que usaba el ejército para mantener esos dominios.

Un año después de la elección de Andrew Jackson como presidente, en 1829, se encontró oro en territorio Cherokee. Esto provocó la Ley de Expulsión de Indios de 1830. A pesar de que la Corte Suprema invalidó dicha norma, en noviembre de 1838, 7.000 soldados invadieron el territorio y expulsaron a los nativos. En el viaje murieron unos 4.000 cherokees, una cuarta parte de su población. Los cherokee llaman a este episodio el «Sendero de las lágrimas». Lo mismo se hizo con los Navajo, Potawatomi, Seminole, Muscogee y Choctaw. Los que cedían quedaron hacinados en las reservas dependientes de la caridad del Gobierno. Así, el hambre y la desnutrición diezmaron aún más a los nativos.


Realidad distorsionada

Las revueltas eran castigadas con masacres. Las películas del Oeste distorsionan la realidad. En las batallas de Sand Creek o de Wounded Knee se usaron obuses para matar a mujeres, niños y ancianos. No acabó ahí. Para acabar con su fuente de alimentación, entre 1872 y 1873 el general Philip Sheridan ordenó matar a los búfalos: más de 3.500.000

En California se organizó un auténtico genocidio y esclavitud de los nativos. La Ley para el Gobierno y Protección de los indios (1850) permitía esclavizarlos y vender a los niños. Al no considerarse personas, los asesinatos y las masacres se multiplicaron, algunas realizadas por milicianos sufragados con fondos públicos. En 50 años la población india de California pasó de 150.000 a 15.000. En 1879 el Gobierno emprendió la tarea de «matar al indio y salvar al hombre». Arrancaron a los niños de sus familias para meterlos en escuelas públicas donde educarlos en otros valores. Se les prohibió su religión y su idioma aplicando castigos severos, y trabajaban como criados.

Los reglamentos de «civilización» estuvieron vigentes hasta 1936, a pesar de que se les concedió la ciudadanía en 1924 como recompensa a su participación en la Primera Guerra Mundial. La población nativa fue reducida de unos doce millones en el siglo XVI a menos de 250.000 en 1900

No fueron solo diezmados por la violencia, también por patógenos «europeos» como la viruela, el sarampión, la gripe, la tosferina, la difteria, el tifus, la peste bubónica, el cólera y la fiebre escarlata. Algunas veces el contagio fue deliberado, como con la entrega de mantas con viruela en 1837 que causó 100.000 muertos

El gobierno norteamericano reconoce hoy a 565 tribus de nativos americanos. En la actualidad existen 2,5 millones de «indios», de los cuales alrededor de un millón vive en reservas. A ninguna de esas tribus se le ha concedido el derecho a conservar las tierras de sus antepasados y están a la espera de que los manuales de historia les reconozcan.


NOTA DEL BLOG:

[1] Es lamentable y no ajustada a los hechos el empate que propone el autor. Hace siglos que están documentadas las atrocidades de los invasores españoles, incluso por sus propios cronistas. En historia y antropología se reconoce un genocidio entre otras crueldades fruto, por ejemplo, de la masificación de la esclavitud (la expresa y también la encubierta a través de la figura de las encomiendas).

[2] Es un error sino una falacia equiparar criollos con los indígenas: los primeros son los hijos de españoles nacidos en América y, finalmente, blancos quienes hasta el siglo XIX se identificaban a sí mismos como españoles.



* Publicado en La Razón, 18.11.21.

Los dueños de la ciencia




Muchas revistas científicas dependen de las industrias: así, no predominan los parámetros científicos sino los intereses económicos. En América Latina, las prácticas abusivas de las editoriales no son problematizadas: se desconoce, por ejemplo, que miles de investigadores a nivel mundial --desde el MIT a Cambridge junto a medios como The New York Times-- firmaron un boicot contra la compañía Elsevier. En cambio, está instalado que la única opción para validar hallazgos es publicar en revistas "famosas" como Nature.


Viviana Martinovich


En América Latina se editan más de 17.000 revistas científicas y técnicas, pero solo 750 lograron ingresar a las bases de datos internacionales por las que circulan revistas como Nature o Science, editadas por la gran industria editorial. Si hiciéramos una analogía con los premios Óscar, podríamos decir que hay un grupo de revistas latinoamericanas que, por mérito propio, año tras año transitan por la tan renombrada alfombra roja, pero no pertenecen a Warner, Fox, Universal o Paramount. Imaginemos por un momento dónde se concentraría la atención de la prensa internacional, incluso la de los enviados especiales de los países latinoamericanos, ¿en quienes participan de las películas más taquilleras del planeta o en quienes integran los proyectos realizados por fuera de la industria y, por si esto fuera poco, generados en países “tercermundistas”?

En Argentina, desde ciertas áreas de conocimiento consideran que la única opción para validar sus hallazgos y entrar en diálogo con la ciencia internacional es acceder a la alfombra roja pero como figuras de Warner o de Fox, es decir, publicando en revistas como Nature o Cell. Y este argumento ya está tan instalado, que es ponderado por funcionarios gubernamentales, periodistas, estudiantes, investigadores y bibliotecarios, como una verdad incuestionable. Sin embargo, aunque sus hallazgos sean considerados válidos y lo suficientemente novedosos por alguna de las revistas de la gran industria, y los autores paguen entre US$ 3.000 y US$ 5.000 en calidad de article processing charge (APC) para la edición y publicación de sus trabajos, no recibirán la atención de los flashes, porque no pertenecen a la gran maquinaria industrial. Es muy recomendable la nota del doctor Randy Schekman, Premio Nobel en Medicina, en la que revela el devastador efecto que provocan en la ciencia las prácticas de revistas como Nature, Cell o Science. No se trata solo del glamour: los grandes intereses económicos detrás de esos flashes y micrófonos responden a la misma maquinaria que necesita retroalimentarse para seguir funcionando.

En el otro extremo del espectro, desde otras áreas de conocimiento consideran que las bases de datos internacionales condicionan y limitan lo que se publica. Como si las revistas, solo por atravesar la alfombra roja no pudieran publicar estudios que muestren, por ejemplo, los daños que producen los agroquímicos o mantener una línea editorial crítica respecto de prácticas nocivas de las industrias. Y esto es confundir el modelo de financiamiento con la distribución. Si el modelo de financiamiento de una revista depende del sector industrial, es muy probable que no publique determinados estudios, y, si lo hace, es factible que engrosen la lista de artículos “retractados. En cambio, si la revista no depende de las industrias, es más probable que los parámetros científicos predominen por sobre los intereses económicos. Pero la distribución responde a otra lógica.

Desde hace más de un siglo que el contenido publicado por las revistas científicas se distribuye a través de “índices de resúmenes”. Lo que en un inicio eran catálogos o index impresos, hoy son grandes bases de datos con más de 60 millones de registros. Si bien las revistas no pagan para ser distribuidas, un alto porcentaje de los países del planeta abonan grandes sumas de dinero para que los investigadores puedan acceder a ese contenido. Por lo tanto, el negocio de las bases de datos es alcanzar récords de taquilla, no definir el guión de lo que distribuyen. De hecho, no hay personas leyendo el contenido, sino autómatas que leen metadatos y los procesan a gran velocidad dentro de complejos sistemas de información. Por eso hoy, para transitar por la alfombra roja, no alcanza con que una revista sea científicamente consistente para los humanos: necesita que su contenido pueda ser leído por máquinas.

¿Es posible analizar la industria editorial científica con parámetros de la industria cinematográfica? Muchos podrán considerarlo una herejía, bajo el presupuesto de que estamos hablando de ciencia y, por lo tanto, deberíamos regirnos por las reglas de juego del campo científico. Sin embargo, no estamos hablando de ciencia sino del monopolio de su distribución, en el que participan compañías como Thomson Reuters, una de las mayores concentradoras y distribuidoras de información no solo científica sino financiera a nivel mundial, que en 2016 obtuvo ingresos por 11.166 millones de dólares; o RELX Group (anteriormente denominada Reed Elsevier), que engloba una serie de marcas asociadas como Elsevier, Scopus, ScienceDirect, LexisNexis-Risk Solutions, BankersAccuity, entre otras, que reportó un volumen de ingresos en 2016 de 8.412 millones de euros. Para los grupos accionarios de estas compañías, la ciencia forma parte de un negocio altamente rentable. Su objetivo no sería mejorar las condiciones de vida de la humanidad, ni el “progreso” de la ciencia, sino aumentar su producción y su rentabilidad anual y, por lo tanto, deberían ser analizadas dentro de la lógica productiva del sector industrial y no del campo científico. Tal como ironiza George Monbiot, columnista de The Guardian: “Las editoriales científicas hacen que Murdoch parezca socialista”.

Pero más allá de los intereses en juego, la industria editorial, a diferencia de la cinematográfica, debe disputar la legitimidad de un capital simbólico como es la “calidad científica” y, por lo tanto, debe ocultar cualquier vinculación con intereses económicos: es necesario que las ganancias se visualicen como logros de la ciencia y no como mera acumulación de capital, lo cual requiere un tipo de enunciación, una construcción discursiva que acompañe.

Como en Argentina y en muchos otros países de América Latina, las prácticas abusivas de la industria editorial no son un tema problematizado, se desconoce, por ejemplo, que más de 16.000 investigadores a nivel mundial han firmado públicamente el boycot a la compañía Elsevier iniciado por un grupo de matemáticos de Cambridge, del MIT, de Chicago, de California, de París 7, entre otras tantas universidades, y que periódicos como The Guardian, El País, Le Monde, The Washington Post, The New York Times, suelen ser eco de posiciones muy críticas respecto de la gran industria editorial científica. Es como si muchos investigadores de Latinoamérica siguieran aplaudiendo una obra que ya no está en cartel: siguen considerando que publicar en revistas de Elsevier es el mayor logro al que puedan aspirar, aunque sus prácticas abusivas hayan sido denunciadas por la propia comunidad académica internacional.

Pero la mercantilización de la ciencia no es el único modelo posible. En los últimos años del siglo XX surge un movimiento internacional que propone nuevas maneras de entender la comunicación científica; cuestiona el concepto de “propiedad” de la ciencia y, por lo tanto, su forma de comercialización; entiende que los conocimientos financiados con recursos públicos deben estar disponibles para la sociedad que financia las investigaciones

Esto coloca en el centro de la discusión la desigualdad en el acceso a la información científica, en clara oposición al modelo cerrado de distribución consolidado por el sector industrializado. Así nace el movimiento de “acceso abierto”, que instala la discusión política al interior de un campo científico que se presenta a sí mismo como un escenario neutral, despojado de intereses y conflictos de poder. En este sentido, es interesante recuperar a Chantal Mouffe, quien plantea que la negación de esos intereses y de la conflictividad propia de las relaciones sociales coloca a la política en un terreno neutral en el que no se cuestiona la hegemonía dominante.

Los principios del acceso abierto tienen la potencialidad de restituir esa conflictividad, de revertir las asimetrías, ampliar los límites y apostar a otra “geografía de la ciencia” como menciona Jean Claude Guédon. Pero este movimiento entendió que para cambiar de manera radical el escenario, no se trataba solo de enfrentar desde lo discursivo al poder económico: había que desarrollar sistemas integrados, protocolos de distribución electrónica, programas de código abierto, licencias de uso de los contenidos, es decir, todo un andamiaje que le permitiera al sector no industrializado mejorar sus estándares de gestión, publicación y distribución de contenidos para cobrar mayor visibilidad. De la mano de la cultura del software libre, las licencias Creative Commons y el proyecto Public Knowledge Project (PKP) que impulsaron Richard Stallman, Jimmy Wales, Aaron Swartz, Lawrence Lessig, John Willinsky, Brian Owen, Juan Pablo Alperin entre tantos otros, se crearon las condiciones para que las revistas científicas latinoamericanas tuvieran acceso a estándares tecnológicos internacionales.

Pero la realidad es que, si bien estamos ante una situación privilegiada al contar con la posibilidad de acceder a poderosos recursos tecnológicos, paradójicamente, la capacidad de apropiación de la tecnología disponible es muy baja, dado que requiere del aprendizaje de nuevos lenguajes: ya no solo es necesario editar el texto que leen los humanos sino que además es necesario comprender y editar el lenguaje destinado a las máquinas, encargadas de automatizar diversos procesos, entre ellos, la distribución de contenidos científicos. Si bien este nuevo interlocutor permite la integración de los contenidos a sistemas globales de información, por su propia complejidad, nos enfrenta de nuevo a un potencial aumento de las asimetrías, y eleva la brecha entre las revistas industrializadas y las que se editan por fuera de la industria. Y esta brecha no es solo tecnológica.

El cine argentino logró crecer y consolidarse gracias a la existencia de un fondo de fomento que hoy está en peligro. En el caso del sector editorial científico, el financiamiento estatal para pagar costos de publicación va a parar, en su gran mayoría, a la gran industria editorial internacional. Es como si el Estado argentino se dedicara a financiar el cine de Hollywood, en vez de impulsar la industria local, lo cual sería un absurdo, pero es lo que ocurre hoy en el campo editorial científico. Y esto se debe, además, a la baja inversión en investigación y desarrollo tanto estatal como privada, lo que desfinancia aún más la etapa final del proceso de publicación y distribución de resultados y no permite el surgimiento de un sector editorial especializado.

Los procesos editoriales en soporte electrónico cambiaron radicalmente en los últimos cinco años. La integración de sistemas antes desarticulados generó estándares más complejos que aumentaron los costos de edición. Para editar revistas que respondan a las necesidades de todas las áreas de conocimiento es necesario invertir en esquemas innovadores de producción, en nuevas formas de visualización y distribución de contenidos, para lo cual es indispensable la integración de conocimientos informático-editoriales.

Sin embargo, entendemos que para pensar de forma crítica el campo editorial científico no podemos asumir que solo con la incorporación de avances tecnológicos o con la promulgación de leyes podremos modificar prácticas instaladas culturalmente. La ciencia es una práctica humana y, por lo tanto, social, cuya agenda debe ser pensada en esos términos. Por eso proponemos la noción de “práctica editorial contextualizada” para discutir en términos políticos las formas de crear y socializar los conocimientos científicos y dejar de reproducir enunciados que se instalan y se repiten sin cuestionamientos. Como menciona Oswald Ducrot: “nuestras palabras son en gran parte la simple reproducción de discursos ya escuchados o leídos”. Pero reproducir discursos acríticamente es vaciar de sentido nuestro relato.

La realidad es que el mundo no necesita más revistas científicas industrializadas, sino modelos productivos alternativos, más equitativos, igualitarios y colaborativos, que revaloricen nuestras formas de hacer ciencia. Y para integrar esos contenidos al mundo necesitamos implementar nuevos estándares tecnológicos que potencien la distribución y el ingreso a los sistemas internacionales de evaluación de la producción académica.

La pregunta que deberíamos intentar responder es ¿cómo entrar en diálogo con la ciencia internacional sin perder identidad? El mundo necesita que se abran nuevos espacios para que dialoguen otras voces y no seguir concentrando un relato único que reproduzca los intereses de sectores altamente concentrados.

Las revistas científicas, al igual que cualquier otro medio de comunicación, pueden responder a modelos más igualitarios, contextualizados, plurales e inclusivos de producir, publicar y distribuir conocimientos científicos.



* Publicado en Anfibia, 15.07.17.

Arqueología y desigualdad




¿En qué momento de la historia humana y bajo qué condiciones surgieron las desigualdades que asolan nuestro mundo? ¿Qué papel jugó el estado en la creación y consolidación de las mismas? ¿Qué puede aportar la arqueología a la lucha por el fin de la explotación capitalista? Entrevista al Dr. Rodrigo Villalobos.


Sergio de Castro


Rodrigo Villalobos García es doctor en arqueología prehistórica y especialista en el Neolítico y el Calcolítico de la Península Ibérica. Producto de sus estudios e investigaciones, que compagina con su trabajo de profesor de Historia, ha publicado recientemente Comunismo originario y lucha de clases en la Iberia prehistórica en la editorial Sabotabby Press. Un libro en el que se entrelazan la propia arqueología con la antropología y la etnografía para ofrecer a un mismo tiempo una excelente introducción a la delicada cuestión de cómo se ha dado explicación en el pasado al origen de las desigualdades sociales así como la situación actual en la que se encuentran dichos debates. Su trabajo puede seguirse también en su blog Las Gafas de Childe.

-En los últimos tiempos se han publicado varios libros que rompen con la visión tradicional acerca de cómo surgieron las desigualdades en las sociedades “civilizadas”. Tu libro recoge buena parte de las discusiones que se han dado a este respecto. ¿Crees que existe alguna relación entre esta necesidad de reformular dicha visión sobre el origen de las desigualdades sociales y la crisis económica, política y climática que vivimos desde hace unos años?

-Seguramente sí que exista pues si miramos al pasado encontramos numerosos casos de cómo las circunstancias del momento han estimulado la aparición de nuevos enfoques, nuevas hipótesis y nuevas teorías: por ejemplo, el apogeo del socialismo revolucionario en la Europa de Entreguerras coincide con los primeros planteamientos de la Arqueología Social, aquella que se preocupa de estudiar la organización social del pasado y sus transformaciones y que fueron enunciados por Vere Gordon Childe en 1936. También podrían relacionarse el optimismo tecnológico de la Posguerra con la aparición en la década de 1960 de la escuela cientificista de la “Nueva Arqueología”, y el pesimismo posterior a las crisis del petróleo de la década de 1970 con la generalización en la década de 1980 de la escuela posmoderna de la “Arqueología Posprocesual”. A día de hoy yo no sabría decir cómo se articulan las circunstancias del presente con los intereses de quienes investigamos el pasado –no se puede ser a la vez objeto y sujeto de estudio– pero que el momento histórico condiciona nuestro enfoque es algo más que probado.

-En tu libro estableces una íntima relación entre antropología y arqueología. La primera surgió con una perspectiva racista y etnocéntrica consecuencia de los intereses imperialistas de las potencias coloniales. ¿Afectó esta perspectiva también a la arqueología? ¿De qué manera? ¿Se podría hablar de una arqueología “poscolonial”?

-Sí, por supuesto que afectó: la arqueología del siglo XIX, ejercida por hombres de las clases dirigentes, es producto de ese momento. Entonces predominaba la teoría de la “antorcha de la civilización” según la cual el progreso se originó en Mesopotamia y Egipto y fue pasando de mano en mano, de civilización en civilización, a través de Grecia, Roma, el Renacimiento y la Ilustración hasta el Liberalismo occidental. Así, se creía que todo desarrollo “civilizado” fuera de esta carrera de relevos era inconcebible: según este enfoque los túmulos del sureste Norteamericano no fueron construidos por indios precolombinos sino por una raza perdida de gigantes constructores de túmulos y las enormes edificaciones del Gran Zimbabue no fueron levantadas por bantúes sino por el Rey Salomón y la Reina de Saba. Hoy la disciplina arqueológica se encuentra relativamente democratizada y descentralizada y gracias a ello se ha demostrado que los procesos históricos de desarrollo económico, urbano, monumental, etc. no son exclusivos de Próximo Oriente y de Europa sino que han tenido lugar en distintos lugares del mundo de forma independiente.

-Según los datos arqueológicos que tenemos en este momento, ¿se puede afirmar que realmente existió el comunismo primitivo del que habló Engels?

-Engels utilizó como prototipo de “barbarie comunista” el ejemplo etnográfico de los iroqueses, quienes gestionaban sus territorios de forma colectiva y sin ejercer un poder coercitivo y entre los que la mujer ostentaba importantes parcelas de capacidad de gestión y decisión. La arqueología no nos permite conocer directamente cómo se gestionaba un territorio de una sociedad de la Prehistoria o qué atribuciones tenían las mujeres en la misma pero sí podemos indagar en las condiciones de vida de las personas y en cómo expresaban sus categorías sociales o de género. Conocemos muchos ejemplos de culturas prehistóricas, como por ejemplo la megalítica, en los que los huesos conservan marcas de actividad física y composición química que muestran unas condiciones de trabajo y dieta similar para todos y en los que no hay ajuares funerarios excesivamente lujosos… en contraposición a otras culturas, como la campaniforme o la argárica, en la que sí existen diferencias entre la mayoría de la población y una élite que trabajaba menos, comía más carne y era enterrada con grandes cantidades de artefactos de oro, plata, bronce, etc.

-Otro de los temas que tratas en tu libro de manera transversal es el del origen del patriarcado. ¿Qué aporta la arqueología a este debate?

-Debido a que todas las culturas con escritura conocidas son en mayor o menor medida patriarcales, el patriarcado debió originarse con anterioridad a ellas, por lo que la arqueología es la única disciplina capaz de estudiar los orígenes de esta forma de opresión. Desde hace pocas décadas, y dentro de ese proceso de democratización y descentralización de la arqueología que comentaba antes, han aparecido subdisciplinas como la arqueología de género que han empezado a investigar la situación y el rol de la mujer a través del registro material. En el caso de la Prehistoria Reciente peninsular hay muchos estudios sobre antropología física de mujeres y hombres, sobre dieta y movilidad de mujeres y hombres, sobre la expresión gráfica de las mujeres y los hombres y sus actividades, etc. que están sirviendo para reconstruir la relación entre estas dos categorías en los distintos periodos y hay un poco de todo: momentos de desigualdad (el Arte Levantino) y de complementación (los ídolos calcolíticos) y hasta división sexual del poder (en el Argar, mujeres aristocráticas que ejercerían el gobierno y hombres guerreros a los que les correspondería ejecutar esas decisiones).

-En general se ha pensado que la aparición de las desigualdades sociales y el estado han ido de la mano. ¿Cuál es la situación actual de ese debate desde el punto de vista de la arqueología?

-En la arqueología prehistórica siempre se ha concebido al estado como la institución organizada para ejercer el poder político mediante la persuasión (arte, religión) y la fuerza (guerreros) y, a grandes rasgos, todos los estados se documentan en culturas con grandes desigualdades sociales. Hace décadas existió un importante debate sobre si las desigualdades y los primeros estados fueron configuraciones esencialmente beneficiosas o perjudiciales, existiendo quienes creían que la aristocracia y el poder centralizado fomentaban el progreso económico y científico. Pero hoy hay un consenso en torno a la idea de que los primeros estados surgieron por obra de una clase aristocrática explotadora con el objetivo de conservar su posición y de aumentar su capacidad de extraer recursos y trabajo a la mayoría de la población. Por otro lado, también empiezan a documentarse culturas prehistóricas con cierto desarrollo económico –artesanía especializada, comercio de larga distancia, enormes monumentos, asentamientos protourbanos, etc.– en las que no se documentan grandes desigualdades sociales ni poderes centralizados: la megalítica atlántica, Trypolie en las estepas rusoucranianas, el calcolítico peninsular, etc.

-En las “sociedades de rango” explicas que existe un mecanismo identitario de autoafirmación que denominas “nosotros contra los otros”. ¿No recuerda dicho mecanismo precisamente a la lógica que la ultraderecha y el fascismo utiliza como eje de su visión socio-política en la actualidad?

-El de “nosotros contra los otros” es un concepto antropológico que los arqueólogos tomamos prestado para explicar situaciones que observamos en el registro material: hay culturas tribales en las que la identidad predominante es la del clan y esta identidad se construye en gran medida contra otros clanes, pudiendo degenerar en situaciones de conflicto muy violento y permanente entre clanes… pero no es un mecanismo universal humano: hay sociedades sin estado que no funcionan en régimen de clan y que despliegan su reciprocidad y solidaridad más allá de los familiares, vecinos y conocidos. Seguramente tengamos instintos que favorezcan construcciones culturales como los clanes y la identidad por oposición y excluyente que quizás expliquen el auge de los fascismos pero en todo caso no son instintos siempre predominantes a los que no se puedan contraponer otros instintos que puedan enfocarse a conseguir la fraternidad universal.

-Para acabar, ¿qué puede aportar la arqueología de la Prehistoria Reciente a las actuales luchas contra la explotación capitalista?

-No puede aportar nada si lo que se espera de ella es un manual de instrucciones para organizar sociedades sin estado. La Prehistoria pasó, el capitalismo se ha extendido por todo el globo y lo que venga después será un producto de la historia nuevo y distinto. Pero sí que puede ofrecer ejemplos de culturas funcionales en las que no había explotación ni patriarcado, refutando esa idea tan generalizada de que las desigualdades y el poder son naturales y consustanciales al ser humano. También puede enseñarnos bajo qué circunstancias (ambientales, demográficas, económicas, etc.) tienden a emerger las desigualdades materiales y con ellas el poder tiránico y en qué casos resisten mejor las redes de reciprocidad y los mecanismos culturales contra las jerarquías de poder. Finalmente, quizás pueda servir para difundir visiones del pasado críticas con las jerarquías y el poder y comprometidas con la igualdad social y la cooperación y que, por ejemplo, cuando veamos las Pirámides de Egipto nos acordemos de los miles de trabajadores obligados apilar piedras para mayor honor de un Faraón y que cuando veamos los dólmenes neolíticos reivindiquemos la memoria de las comunidades igualitarias que los construyeron en colaboración y que celebraban en ellos sus ceremonias colectivas.



* Publicado en El Salto Diario, 08.11.22.

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