Por qué el mundo no puede permitirse el lujo de los ricos




Este artículo publicado en Nature da cuenta de que la igualdad es esencial para la sostenibilidad. La ciencia es clara: las personas en sociedades más igualitarias son más confiadas y más propensas a proteger el medio ambiente que aquellas en sociedades desiguales impulsadas por el consumo.


Richard G. Wilkinson y Kate E. Pickett


A medida que aumentan las crisis ambientales, sociales y humanitarias, el mundo ya no puede permitirse dos cosas: primero, los costos de la desigualdad económica; y segundo, los ricos. Entre 2020 y 2022, el 1% de las personas más ricas del mundo captó casi el doble de la nueva riqueza global creada que el otro 99% de las personas juntas [1], y en 2019 emitieron tanto dióxido de carbono como los dos tercios más pobres de la humanidad [2]. En la década de 2022, los multimillonarios del mundo duplicaron con creces su riqueza, hasta casi 12 billones de dólares.

La evidencia reunida por los epidemiólogos sociales, incluidos nosotros, muestra que las grandes diferencias en los ingresos son un poderoso factor de estrés social que hace que las sociedades sean cada vez más disfuncionales. 

Por ejemplo, mayores brechas entre ricos y pobres van acompañadas de mayores tasas de homicidio y encarcelamiento. También corresponden a una mayor mortalidad infantil, obesidad, abuso de drogas y muertes por COVID-19, así como a tasas más altas de embarazo adolescente y niveles más bajos de bienestar infantil, movilidad social y confianza pública [3] [4]. La tasa de homicidios en Estados Unidos –la democracia occidental más desigual– es más de 11 veces mayor que la de Noruega (ver go.nature.com/49fuujr). Las tasas de encarcelamiento son diez veces más altas y las tasas de mortalidad infantil y obesidad dos veces más altas.

Estos problemas no afectan sólo a los individuos más pobres, aunque los más pobres son los más afectados. Incluso las personas adineradas disfrutarían de una mejor calidad de vida si vivieran en un país con una distribución más equitativa de la riqueza, similar a una nación escandinava. Es posible que vean mejoras en su salud mental y tengan menos posibilidades de convertirse en víctimas de violencia; sus hijos podrían tener mejores resultados en la escuela y tener menos probabilidades de consumir drogas peligrosas.

Los costos de la desigualdad también son terriblemente altos para los gobiernos. Por ejemplo, Equality Trust, una organización benéfica con sede en Londres (de la que somos patrocinadores y cofundadores), estimó que solo el Reino Unido podría ahorrar más de £100 mil millones por año si redujera sus desigualdades al nivel promedio de los de los cinco países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que tienen las diferencias de ingresos más pequeñas: Dinamarca, Finlandia, Bélgica, Noruega y los Países Bajos [5]. Y eso considerando sólo cuatro áreas: mayor número de años vividos con plena salud, mejor salud mental, menores tasas de homicidio y menores tasas de encarcelamiento.

Muchos comentaristas han llamado la atención sobre la necesidad medioambiental de limitar el crecimiento económico y, en cambio, priorizar la sostenibilidad y el bienestar [6] [7]. Aquí sostenemos que abordar la desigualdad es la tarea más importante de esa transformación. Una mayor igualdad reducirá el consumo excesivo y no saludable, y aumentará la solidaridad y la cohesión que se necesitan para que las sociedades sean más adaptables frente al clima y otras emergencias.


Las ansiedades sociales generan estrés

Las razones subyacentes por las que la desigualdad tiene impactos tan profundos y de amplio alcance son psicosociales. Al acentuar las diferencias de estatus y clase social (por ejemplo, a través del tipo de automóvil que alguien conduce, su ropa o el lugar donde vive), la desigualdad aumenta los sentimientos de superioridad e inferioridad. La opinión de que algunas personas valen más que otras puede socavar la confianza y los sentimientos de autoestima de las personas [8]. Y, como muestran los estudios sobre las respuestas del cortisol, la preocupación por cómo nos ven los demás es un poderoso factor estresante [9].

Se ha descubierto que las tasas de "ansiedad de estatus" aumentan en todos los grupos de ingresos en sociedades más desiguales [10]. El estrés crónico tiene efectos bien documentados sobre la mortalidad: puede duplicar las tasas de mortalidad [11]. Los comportamientos relacionados con la salud también se ven afectados por el estrés. La dieta, el ejercicio y el tabaquismo muestran gradientes sociales, pero es menos probable que las personas adopten estilos de vida saludables cuando se sienten estresadas.

La violencia y el acoso también están vinculados a la competencia por el estatus social. La agresión suele desencadenarse por falta de respeto, humillación y desprestigio. El acoso entre escolares es aproximadamente seis veces más común en los países más desiguales [12]. En Estados Unidos, las tasas de homicidio fueron cinco veces más altas en los estados con mayores niveles de desigualdad que en aquellos con una distribución más equitativa de la riqueza [13].


El estatus obliga al consumo

La desigualdad también aumenta el consumismo. Los vínculos percibidos entre riqueza y autoestima impulsan a las personas a comprar bienes asociados con un alto estatus social y así mejorar su apariencia ante los demás, como lo expuso el economista estadounidense Thorstein Veblen hace más de un siglo en su libro La teoría de la clase ociosa (1899). Los estudios muestran que las personas que viven en sociedades más desiguales gastan más en bienes de estatus [14].

Nuestro trabajo ha demostrado que la cantidad gastada en publicidad como proporción del producto interno bruto es mayor en los países con mayor desigualdad. Los estilos de vida tan publicitados de los ricos promueven estándares y formas de vida que otros buscan emular, provocando cascadas de gastos en casas de vacaciones, piscinas, viajes, ropa y automóviles caros.

Oxfam informa que, en promedio, cada persoma del 1% de los más ricos del mundo produce 100 veces las emisiones de la persona promedio de la mitad más pobre de la población mundial [15]. Ésa es la magnitud de la injusticia. A medida que los países más pobres aumenten sus estándares materiales, los ricos tendrán que reducirlos.

La desigualdad también dificulta la implementación de políticas ambientales. Se resisten a los cambios si la gente siente que la carga no se comparte de manera justa. Por ejemplo, en 2018, las protestas de los chalecos amarillos estallaron en toda Francia en respuesta al intento del presidente Emmanuel Macron de implementar un "impuesto ecológico" al combustible agregando algunos puntos porcentuales a los precios de los surtidores. El impuesto propuesto fue visto ampliamente como injusto, particularmente para los pobres de las zonas rurales, para quienes el diésel y la gasolina son necesidades. En 2019, el gobierno había abandonado la idea. De manera similar, los camioneros brasileños protestaron contra los aumentos del impuesto al combustible en 2018, lo que interrumpió las carreteras y las cadenas de suministro.

Entonces, ¿las sociedades desiguales se desempeñan peor en lo que respecta al medio ambiente? Sí. Para los países ricos y desarrollados para los cuales había datos disponibles, encontramos una fuerte correlación entre los niveles de igualdad y una puntuación en un índice que creamos de desempeño en cinco áreas ambientales: contaminación del aire; reciclaje de materiales de desecho; las emisiones de carbono de los ricos; avances hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas; y cooperación internacional (tratados de la ONU ratificados y evitación de medidas coercitivas unilaterales).

Esa correlación se mantiene claramente cuando también se tienen en cuenta los problemas sociales y de salud (ver "Resultados desiguales"). Para mostrar esto, combinamos nuestro índice de desempeño ambiental con otro que desarrollamos anteriormente y que considera diez problemas sociales y de salud: mortalidad infantil, esperanza de vida, enfermedades mentales, obesidad, nivel educativo, nacimientos en adolescentes, homicidios, encarcelamiento, movilidad social y confianza. Hay una tendencia clara: las sociedades más desiguales tienen peores puntuaciones.

Otros estudios también han demostrado que las sociedades más igualitarias son más cohesivas y tienen mayores niveles de confianza y participación en los grupos locales [16]. Y, en comparación con los países ricos menos igualitarios, otro 10% a 20% de las poblaciones de países más igualitarios piensan que se debe priorizar la protección ambiental sobre el crecimiento económico [17]. Las sociedades más igualitarias también obtienen mejores resultados en el Índice de Paz Global (que clasifica a los estados según sus niveles de paz) y brindan más ayuda exterior. El objetivo de la ONU es que los países gasten el 0,7% de su ingreso nacional bruto (INB) en ayuda exterior; Suecia y Noruega aportan cada uno alrededor del 1% de su INB, mientras que el Reino Unido aporta el 0,5% y Estados Unidos sólo el 0,2%.


Los formuladores de políticas deben actuar

La evidencia científica es contundente en cuanto a que reducir la desigualdad es una condición previa fundamental para abordar las crisis ambientales, sanitarias y sociales que enfrenta el mundo. Es esencial que las autoridades actúen rápidamente para revertir décadas de creciente desigualdad y frenar los ingresos más altos.

En primer lugar, los gobiernos deberían elegir formas progresivas de tributación, que transfieran las cargas económicas de las personas con bajos ingresos a aquellas con altos ingresos, para reducir la desigualdad y pagar la infraestructura que el mundo necesita para la transición hacia la neutralidad de carbono y la sostenibilidad. Aunque los gobiernos podrían oponerse a esta sugerencia, hay mucho margen de maniobra. Por ejemplo, las tasas impositivas sobre los ingresos más altos en Estados Unidos estuvieron muy por encima del 70% durante aproximadamente la mitad del siglo XX, mucho más altas que la tasa máxima actual del 37%. Para apuntalar el apoyo público, los gobiernos deben defender con firmeza que toda la sociedad debe contribuir a financiar la transición a la energía limpia y la buena salud.

Deben celebrarse acuerdos internacionales para cerrar los paraísos fiscales y las lagunas jurídicas. Se estima que la evasión fiscal corporativa cuesta a los países pobres 100.000 millones de dólares al año, cantidad suficiente para educar a 124 millones de niños más y prevenir quizás 8 millones de muertes maternas e infantiles al año. Los países miembros de la OCDE son responsables de más de dos tercios de estas pérdidas fiscales, según Tax Justice Network, un grupo de defensa en Bristol, Reino Unido. La OCDE estima que los países de ingresos bajos o medios pierden tres veces más en paraísos fiscales de lo que reciben en ayuda exterior.

Aunque aún no se ha probado, también se deben considerar las ventajas de un impuesto al consumo (calculado sobre la base del ingreso personal menos los ahorros) para limitar el consumo. A diferencia de los impuestos al valor agregado y a las ventas, un impuesto de este tipo podría hacerse muy progresivo. Las prohibiciones de la publicidad del tabaco, el alcohol, los juegos de azar y los medicamentos recetados son comunes a nivel internacional, pero los impuestos para restringir la publicidad de manera más general ayudarían a reducir el consumo. Los costos de la energía también podrían hacerse progresivos cobrando más por unidad a niveles más altos de consumo.

También se necesitarán legislación e incentivos para garantizar que las grandes empresas, que dominan la economía global, sean administradas de manera más justa. Por ejemplo, prácticas empresariales como la propiedad de los empleados, la representación en los consejos de administración de las empresas y la propiedad de acciones, así como las mutuas y cooperativas, tienden a reducir la escala de la desigualdad de ingresos y riqueza. En contraste con la relación de 200:1 reportada por un analista para las tasas salariales de arriba a abajo entre las 100 empresas de mayor valor que cotizan en el índice bursátil FTSE 100 (ver go.nature.com/3p9cdbv), el grupo Mondragón de las cooperativas españolas tiene un ratio máximo acordado de 9:1. Y estas empresas obtienen buenos resultados en términos éticos y de sostenibilidad. El grupo Mondragón ocupó el puesto 11 en la lista "Change the World" 2020 de la revista Fortune, que reconoce a las empresas por implementar estrategias comerciales innovadoras con un impacto global positivo.

Reducir la desigualdad económica no es una panacea para los problemas de salud, sociales y ambientales, pero es fundamental para resolverlos todos. Una mayor igualdad confiere los mismos beneficios a una sociedad independientemente de cómo se logre. Los países que adopten enfoques multifacéticos llegarán más lejos y más rápido.


NOTAS:


[1] Christensen, M.-B., Hallum, C., Maitland, A., Parrinello, Q. & Putaturo, C. Survival of the Richest: How We Must Tax the Super-rich Now to Fight Inequality (Oxfam, 2023).

[2] Khalfan, A. et al. Climate Equality: A Planet for the 99% (Oxfam, 2023).

[3] Wilkinson, R. & Pickett, K. The Spirit Level: Why Equality is Better for Everyone (Penguin, 2010).

[4] Ioannidis, J. P. A., Zonta, F. & Levitt, M. Proc. Natl Acad. Sci. USA 120, e2309557120 (2023).

[5] The Equality Trust. Cost of Inequality 2023 (Equality Trust, 2023).

[6] Costanza, R. Nature 624, 519–521 (2023).

[7] Hickel, J. et al. Nature 612, 400–403 (2022).

[8] Wilkinson, R. & Pickett, K. The Inner Level: How More Equal Societies Reduce Stress, Restore Sanity and Improve Everybody’s Wellbeing (Allen Lane, 2018).

[9] Dickerson, S. S. & Kemeny, M. E. Psychol. Bull. 130, 355–391 (2004).

[10] Layte, R. & Whelan, C. T. Eur. Sociol. Rev. 30, 525–535 (2014).

[11] Russ, T. C. et al. BMJ 345, e4933 (2012).

[12] Elgar, F. J., Craig, W., Boyce, W., Morgan, A. & Vella-Zarb, R. J. Adolesc. Health 45, 351–359 (2009).

[13] Daly, M., Wilson, M. & Vasdev, S. Can. J. Criminol. 43, 219–236 (2001).

[14] Pybus, K., Power, M., Pickett, K. E. & Wilkinson, R. Soc. Sci. Humanit. Open 6, 100353 (2022).

[15] Gore, T. Confronting Carbon Inequality (Oxfam, 2020).

[16] Lancee, B. & Van de Werfhorst, H. G. Soc. Sci. Res. 41, 1166–1178 (2012).

[17] Pickett. K., Wilkinson, R., Gauhar, A. & Sahni-Nicholas, P. The Spirit Level at 15 (in the press).



* Publicado en Nature, 12.03.24.

Instituto Libertad y Desarrollo: una agencia de lobby




En la web de este centro de estudios que, curiosamente, no realiza estudios,  podemos ver el granado grupo de personas que conforman su equipo. Y en su sección de "Quiénes somos", encontramos su autodescripción, transcrita aquí en parte: 
"Somos un centro de estudios e investigación privado fundado en 1990, independiente de todo grupo político, religioso, empresarial y gubernamental. Nos dedicamos al análisis de los asuntos públicos, promoviendo los valores y principios de una sociedad libre.
Nuestros fundadores Hernán Büchi, Carlos F. Cáceres, Cristián Larroulet y Luis Larraín, tuvieron como objetivo principal colaborar para que las políticas públicas en Chile se orienten a defender la libertad individual, el libre funcionamiento de los mercados, el derecho de propiedad y el progreso e igualdad de oportunidades de sus habitantes a través del desarrollo económico.
Como puede leerse, sin ningún pudor se elude aclarar el tipo de institución que realmente es L&D: una especie de agencia de lobby y de difusión de ideas que beneficien a la élite multimillonaria del país

En realidad L&D es una turbia organización que se esconde tras una falsa independencia y defensa de la libertad. Pues, su objetivo no es otro que favorecer que el 1% pueda hacerse aún más rico, sin siquiera considerar la situación de 99% restante de los chilenos.


§§§




Hugo Herrera


Luis Larraín [a enero de 2023 presidente del Consejo Asesor] dice que 800 personas financian Libertad y Desarrollo (LyD). La Segunda estableció, en un reportaje del 16 de abril de 2018, la baja transparencia del instituto: en una escala de 0 a 7, obtuvo apenas un 1

LyD es un ente peculiar. Se presenta como “centro de investigación”, incluido un grupo de “investigadores”, sin que, empero, se le conozcan resultados que cumplan los estándares mínimos según los cuales se entiende a esa labor en Occidente. 

Cabe pensar que los donantes malgastan su dinero o son engañados: se lo entregan a un “centro de investigación” que no hace investigación acreditada. 

Pocos previeron las dimensiones de la protesta social de octubre. Sin embargo, desde ambas veredas del espectro político y cultural se venía advirtiendo sobre un desajuste profundo entre los anhelos y pulsiones populares, y la institucionalidad y los discursos dominantes. Con muchísimos menos recursos, en el IES, en Idea País, en diversas universidades, habían reparado en el problema. LyD, en cambio, operó pertinazmente en su dogmatismo tipo Friedman de los setenta, según el cual el orden económico neoliberal es la base del orden político.

Su director, Luis Larraín, podía escribir, en un libro autopublicado, después de las protestas de 2011: los chilenos “quieren más del modelo”. Tras el estallido social, LyD cifró la raíz del problema en la cuestión del crecimiento, dejando de lado el asunto político y sin reparar siquiera en las razones hondas del estancamiento productivo (para entenderlas, puede leerse a auténticos investigadores: Bergoeing, en la OCDE, Ffrench-Davis). 

Entonces, habría que preguntarle a los donantes: ¿vale la pena seguir botando dinero en un “centro de investigación” que no solo no investiga, sino que además es incompetente? La donación, a esta altura, es, además, políticamente irresponsable.

Gracias a ella, LyD sigue actuando como un verdadero tapón hermenéutico, reduciendo a la centroderecha [¡sic!... LyD es, a todas luces, de extrema derecha] en sus capacidades de entender la situación y desplegar un pensamiento político amplio, allende los estrechos límites de cabezas para las cuales el individuo es una entidad última y autónoma, y el Estado es mero agregado por limitar al papel de gendarme. 

El asunto podría tener un giro más turbio. Ocurre que LyD es un enclave. Su contingente de operadores interviene en el proceso legislativo y el gobierno. 

Probablemente esas capacidades de operación expliquen una parte de los 800 donantes, a la que, en verdad, no le importaría que no haya investigación ni comprensión pertinente de la situación. Lo que la estimularía es la capacidad de LyD de permear el proceso político

En la época en que el financiamiento de los partidos ha sido normado, sería deseable saber quién le paga a esa pléyade de activistas. No sea que la política esté siendo irregularmente financiada por esa vía.



* Publicado por El Mercurio, 02.06.20. Hugo Herrera es un filósofo y académico de derecha.

Capitalismo empobrecedor




La evidencia revisada aquí sugiere que, donde la pobreza ha disminuido, no fue el capitalismo sino los movimientos sociales progresistas y las políticas públicas que surgieron a mediados del siglo XX, lo que liberó a las personas de la privación.


Dylan Sullivan y Jason Hickel


Los defensores de la narrativa pública estándar sobre la historia del bienestar humano sostienen que la indigencia extrema es una condición natural, que solo comenzó a declinar con el surgimiento del capitalismo. Sin embargo, los datos de las cuentas nacionales en los que se basa esa narrativa no pueden utilizarse legítimamente para sacar tales conclusiones, y los datos existentes sobre salarios, estatura y mortalidad no las respaldan. 

En todas las regiones revisadas aquí [Europa, América Latina, África sub sahariana, Asia del Sur y China], los trabajadores no calificados con pleno empleo a principios del siglo XVIII tenían ingresos superiores a la línea de pobreza extrema. Lejos de ser una condición normal o natural, la indigencia extrema es un signo de grave angustia social y económica, que surge durante períodos de agitación y dislocación como la guerra, el hambre y la represión estatal

En cuanto al impacto del capitalismo en el bienestar humano: datos sobre salarios, la altura humana y la mortalidad indican que el surgimiento y la expansión del sistema mundial capitalista desde alrededor de 1500 provocaron una disminución en los estándares nutricionales y los resultados de salud. La recuperación de esta prolongada condición de crisis ocurrió recientemente: finales del siglo XIX en el noroeste de Europa y mediados del siglo XX en la periferia.

Si uno parte de la suposición de que la pobreza extrema es el estado natural de la humanidad, entonces puede parecer una buena noticia que solo una fracción de la población mundial vive en la pobreza extrema hoy. Sin embargo, si la pobreza extrema es un signo de dislocación social severa, relativamente rara en condiciones normales, entonces debería preocuparnos que, a pesar de muchos casos de progreso desde mediados del siglo XX, tal dislocación sigue siendo tan frecuente en el capitalismo contemporáneo

Dependiendo de la canasta de subsistencia que se utilice para medir la pobreza, a partir de 2008, entre 200 millones y 1210 millones de personas viven en la pobreza extrema. Si bien las comparaciones directas con los datos salariales son difíciles debido a la variedad de canastas utilizadas, esto sugiere que, bajo el capitalismo contemporáneo, cientos de millones de personas viven actualmente en condiciones comparables a las de Europa durante la Peste Negra, ​​las catástrofes inducidas por los genocidios estadounidenses y el comercio de esclavos, o la India británica devastada por la hambruna

En la medida en que ha habido progreso contra la pobreza extrema en las últimas décadas, en general ha sido lento y superficial.

La evidencia revisada aquí sugiere que, donde la pobreza ha disminuido, no fue el capitalismo sino los movimientos sociales progresistas y las políticas públicas que surgieron a mediados del siglo XX, lo que liberó a las personas de la privación

Si bien se necesita más investigación para confirmar este punto, vale la pena señalar que estos hallazgos son consistentes con estudios previos. Amartya Sen encuentra que entre 1960 y 1977, los países que lograron los mayores logros en esperanza de vida y alfabetización fueron los que invirtieron en provisión pública. Los países gobernados por partidos comunistas (Cuba, Vietnam, China, etc.) se desempeñaron excepcionalmente bien, al igual que los países con políticas industriales dirigidas por el Estado (Corea del Sur, Taiwán, etc.). 

De manera similar, Cereseto y Waitzkin encuentran que en 1980, las economías planificadas socialistas se desempeñaron mejor en esperanza de vida, promedio de años de escolaridad y otros indicadores sociales que sus contrapartes capitalistas en un nivel similar de desarrollo económico. Navarro llegó a conclusiones similares: cuando se trata de esperanza de vida y mortalidad, Cuba se desempeñó considerablemente mejor que los estados capitalistas de América Latina y China se desempeñó mejor que India. Navarro también encontró que, entre los países capitalistas desarrollados, las socialdemocracias con estados de bienestar generosos (es decir, Escandinavia) tienen resultados de salud superiores a los estados neoliberales como los EE.UU. 

Históricamente, el alivio de la pobreza y los avances en la salud humana han estado vinculados a los movimientos políticos socialistas y la acción pública, no al capitalismo.

Contrariamente a las afirmaciones de que la pobreza extrema es una condición humana natural, es razonable suponer que las comunidades humanas son, de hecho, innatamente capaces de producir lo suficiente para satisfacer sus propias necesidades básicas (es decir, alimento, vestido y vivienda), con su propio trabajo y con los recursos de que disponen en su entorno oa través del intercambio. A menos que ocurran desastres naturales, la gente generalmente tendrá éxito en este objetivo. 

La principal excepción se da cuando las personas están aisladas de la tierra y los bienes comunes, o cuando una clase dominante o un poder imperial externo se apropia de su trabajo, recursos y capacidades productivas. Esto explica la prevalencia de la pobreza extrema bajo el capitalismo. 

El capitalismo es un sistema altamente productivo, pero también es antidemocrático. Para el capital, el propósito de la producción no es principalmente satisfacer las necesidades humanas, como cabría esperar en un sistema más democrático, sino extraer y acumular ganancias. Con este fin, el capital busca abaratar los insumos (trabajo y recursos) siempre que sea posible, incluso mediante el cercamiento [privatización de tierras comunales] y el despojo, especialmente en la periferia. 

El efecto es que la fuerza de trabajo y los recursos que podrían usarse para satisfacer las necesidades locales a menudo se han apropiado para la acumulación, y las tierras cercadas y privatizadas han dejado a las personas vulnerables a las crisis del mercado y otros trastornos que de otro modo podrían capear. 

Esto solo comenzó a cambiar cuando los movimientos sociales radicales presionaron para organizar la producción más en torno a la satisfacción de las necesidades humanas. Incluso a través del abastecimiento público (estableciendo nuevos bienes comunes y seguridades sociales) y una distribución más justa del poder adquisitivo.

El capitalismo no es el único modo de organización social que ha tenido crisis de subsistencia históricamente inducidas

El feudalismo europeo culminó en un episodio de extrema pobreza. Los datos sobre salarios en la Antigua Roma del siglo IV sugieren que los trabajadores que trabajaban 250 días al año vivían en la pobreza extrema, con una tasa de bienestar de 0,83 o menos. Esto es consistente con el hallazgo de Koepke y Baten de que la estatura humana en el Imperio Romano era sustancialmente más baja que en otros tiempos y lugares, lo que especulan que puede deberse a la gran desigualdad, la falta de servicios públicos y la comercialización de la agricultura romana. Incluso en la China maoísta, donde las políticas a favor de los pobres redujeron significativamente las privaciones después de la revolución, la dictadura y la censura de prensa causaron la muerte de millones en la hambruna de 1958-1961. 

El capitalismo no es el único en producir pobreza. La pobreza puede ser el resultado de cualquier sistema en el que una subclase carezca de poder político y económico. Sin embargo, está claro que la expansión del sistema-mundo capitalista provocó un proceso dramático y prolongado de empobrecimiento en una escala sin precedentes en la historia registrada.

Vale la pena señalar que muchos de los académicos en los que confiamos para obtener datos atribuyen las tendencias descritas aquí no al auge del capitalismo, sino a la dinámica demográfica maltusiana

Algunos de estos académicos utilizan modelos estadísticos para demostrar que existe una correlación entre los indicadores de bienestar y la presión demográfica. Sin embargo, ignoran cómo estas dinámicas están estructuradas por el sistema político-económico

A partir del siglo XVI, la población europea creció mientras se deterioraba el bienestar y disminuía el acceso a los alimentos. Pero esto debe entenderse dentro del contexto del sistema capitalista emergente. Las capacidades productivas que podrían haberse utilizado para satisfacer las necesidades de la gente se desviaron hacia la acumulación de la élite. La tierra que podría haber sido utilizada para el cultivo de alimentos fue cercada y utilizada para otros fines comerciales. Además, las élites capitalistas que buscaban aumentar el tamaño de su fuerza laboral utilizaron políticas estatales pro-natalistas para evitar que las mujeres practicaran la planificación familiar. 

Consideraciones similares se aplican a América Latina. Los salarios mexicanos cayeron a niveles de subsistencia en 1800, cuando la población alcanzó los 5 millones de personas. Pero el México prehispánico tenía una población de hasta 18 millones de personas. Si en 1800 la tierra solo podía sustentar a 5 millones de personas con la mínima subsistencia, era porque la economía colonial estaba orientada hacia la acumulación de élite en lugar de las necesidades alimentarias locales. No debemos ignorar la relación entre el crecimiento de la población y la ecología, pero no debemos tratarlos como si operaran en un vacío social y político.

Para explorar más este tema, podemos considerar las hambrunas que ocurrieron durante el surgimiento del capitalismo. Alfani y Gráda presentan un modelo estadístico que demuestra que la ocurrencia de hambruna en Europa se correlacionó con el tamaño de la población. Concluyen que “los problemas de distribución y derechos no fueron la causa principal de las hambrunas medievales y modernas”. 

Lee y Zhang encuentran una correlación similar en la China prerrevolucionaria y llegan a conclusiones similares. Sin embargo, estos académicos en realidad no demuestran que estas hambrunas fueran el resultado de una escasez absoluta de alimentos en lugar de problemas de distribución, que pueden haberse exacerbado por el crecimiento de la población. De hecho, la evidencia sugiere que la producción de alimentos fue generalmente suficiente para evitar la hambruna en el período moderno temprano.

Alfani y Gráda señalan que en Francia e Italia, la correlación hambruna-población desapareció alrededor de 1710 y 1770, respectivamente, “antes del inicio del crecimiento sostenido [del PIB]”. También reconocen que “la pronta desaparición del hambre en ciertas áreas” puede estar vinculada a “la caridad pública y privada”. Claramente, si las políticas distributivas en lugar del crecimiento eliminaron el hambre, el problema no fue una escasez absoluta de alimentos. 

De manera similar, los datos de Lee indican que durante las grandes hambrunas de fines del siglo XIX, la producción de granos per cápita en China estuvo entre 190 kg y 240 kg. Compare esto con la India poscolonial, donde desde 1951 hasta 2001 el suministro de granos alimenticios per cápita promedió solo 189 kg y, sin embargo, el país no experimentó una hambruna masiva. Esto sugiere que la China del siglo XIX tenía suficientes alimentos para evitar una hambruna masiva. Esto no ocurrió porque el drenaje impuesto por los británicos en China “aceleró el declive de los graneros 'siempre normales' que eran la primera línea de defensa del imperio [Qing] contra sequías e inundaciones”. La población china pasó hambre no porque la masa de tierra fuera demasiado pequeña para sus necesidades, sino porque la masa de tierra estaba llamada a servir a un sistema mundial capitalista en expansión.

Una limitación de este estudio es que las canastas de consumo en las que se basan los "índices de bienestar" incluyen solo un número limitado de bienes. En realidad, los bienes disponibles han cambiado con el tiempo y ahora las personas tienen acceso a vacunas, bienes duraderos para el hogar y otros electrodomésticos que no existían en el pasado. Es poco probable que esto sea relevante antes de la descolonización

Hemos visto que durante el período colonial la mortalidad aumentó en general, lo que indica que no hubo mejoras en el acceso a la atención médica. Pero es plausible que después de 1950 la canasta de subsistencia no dé cuenta del acceso a nuevos bienes entre los pobres. El sur de Asia poscolonial ha experimentado una mejora en la longevidad, a pesar del estancamiento de las tasas de bienestar. 

No obstante, sostenemos que la tendencia en el acceso a los alimentos es importante. Si un salario moderno no puede comprar más alimentos que los salarios de hace 400 años, es evidente que algo salió mal, incluso si ha habido avances en la atención médica o la tecnología de la información. Los "índices de bienestar" llaman nuestra atención sobre la capacidad de un trabajador para satisfacer sus necesidades más básicas. 

Si estas capacidades básicas se deterioraron durante el surgimiento del capitalismo, y si hasta mil millones de personas hoy en día tienen ingresos reales más bajos en términos de acceso a los alimentos que los trabajadores del siglo XVI, es razonable concluir que el sistema capitalista mundial como tal, no ha logrado lograr un progreso significativo contra la pobreza extrema.



* El texto corresponde a las "Conclusiones y discusión" del artículo "Capitalismo y pobreza extrema: un análisis global de los salarios reales, la estatura humana y la mortalidad desde el largo siglo XVI", publicado en: World Developement, vol. 161, septiembre 2022, 106026. Se han elimidado las referencias a autores y figuras, y los llamados a nota. Dylan Sullivan es miembro adjunto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Macquarie; y Profesor del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB). Jason Hickel es antropólogo económico y miembro de la Royal Society of Arts.

Ejército israelí aprueba la violencia generalizada en Gaza


Soldados israelíes del Batallón 8717 de la Brigada Givati ​​que operan en Beit Lahia, en el norte de la Franja de Gaza, el 28 de diciembre de 2023. (Yonatan Sindel/Flash90)


Los soldados israelíes describen la ausencia casi total de normas de tiro en la guerra de Gaza, con tropas disparando a su antojo, incendiando casas y dejando cadáveres en las calles, todo ello con el permiso de sus comandantes.


Oren Ziv


A principios de junio, Al Jazeera difundió una serie de vídeos inquietantes que revelaban lo que describió como “ejecuciones sumarias”: soldados israelíes mataron a tiros a varios palestinos que caminaban cerca de la carretera costera de la Franja de Gaza, en tres ocasiones distintas. En cada caso, los palestinos parecían desarmados y no representaban ninguna amenaza inminente para los soldados.

Este tipo de imágenes son poco frecuentes debido a las severas restricciones a las que se enfrentan los periodistas en el enclave asediado y al constante peligro que corren sus vidas. Pero estas ejecuciones, que no parecen tener ninguna justificación de seguridad, son coherentes con los testimonios de seis soldados israelíes que hablaron con +972 Magazine y Local Call tras su liberación del servicio activo en Gaza en los últimos meses. Corroborando los testimonios de testigos oculares y médicos palestinos a lo largo de la guerra, los soldados describieron cómo se les autorizaba a abrir fuego contra palestinos prácticamente a voluntad, incluidos civiles.

Las seis fuentes —todas excepto una de las cuales hablaron bajo condición de anonimato— relataron cómo los soldados israelíes ejecutaban rutinariamente a civiles palestinos simplemente porque entraban en una zona que los militares definían como “zona prohibida”. Los testimonios pintan un panorama plagado de cadáveres civiles, que se dejan pudrir o son comidos por animales callejeros; el ejército sólo los oculta de la vista antes de la llegada de los convoyes de ayuda internacional, para que “no salgan imágenes de personas en avanzado estado de descomposición”. Dos de los soldados también testificaron sobre una política sistemática de incendiar viviendas palestinas después de ocuparlas.

Varias fuentes describieron cómo la posibilidad de disparar sin restricciones les dio a los soldados una forma de desahogarse o aliviar el aburrimiento de su rutina diaria. “La gente quiere vivir el evento [por completo]”, recordó S., un reservista que sirvió en el norte de Gaza. “Yo personalmente disparé algunas balas sin motivo alguno, al mar, a la acera o a un edificio abandonado. Lo reportaron como 'fuego normal', que es un nombre en clave para decir 'estoy aburrido, así que disparo'”.

Desde los años 1980, el ejército israelí se ha negado a revelar sus normas de apertura de fuego, a pesar de varias peticiones al Tribunal Supremo de Justicia. Según el sociólogo político Yagil Levy, desde la Segunda Intifada [28 de septiembre de 2000 al 8 de febrero de 2005], “el ejército no ha dado a los soldados reglas escritas de combate”, dejando mucho espacio a la interpretación de los soldados en el campo y sus comandantes. Además de contribuir a la muerte de más de 38.000 palestinos, las fuentes testificaron que estas directivas laxas también fueron en parte responsables del elevado número de soldados muertos por fuego amigo en los últimos meses.

“Había una total libertad de acción”, dijo B., otro soldado que sirvió en las fuerzas regulares en Gaza durante meses, incluso en el centro de mando de su batallón. “Si hay [incluso] una sensación de amenaza, no hay necesidad de explicarlo: simplemente se dispara”. Cuando los soldados ven que alguien se acerca, “está permitido disparar al centro de su masa [su cuerpo], no al aire”, continuó B. “Está permitido disparar a todo el mundo, a una niña, a una anciana”.

B. describió un incidente ocurrido en noviembre, cuando los soldados mataron a varios civiles durante la evacuación de una escuela cercana al barrio de Zeitoun, en la ciudad de Gaza, que había servido de refugio a los palestinos desplazados. El ejército ordenó a los evacuados que salieran por la izquierda, hacia el mar, en lugar de por la derecha, donde estaban estacionados los soldados. Cuando se desató un tiroteo dentro de la escuela, los que se desviaron en la dirección equivocada en el caos que siguió fueron inmediatamente atacados.

“Según los informes, Hamás quería sembrar el pánico”, dijo B. “Se desató una batalla en el interior; la gente huyó. Algunos huyeron hacia la izquierda, en dirección al mar, [pero] otros corrieron hacia la derecha, incluidos niños. Todos los que se dirigieron hacia la derecha murieron: entre 15 y 20 personas. Había una pila de cadáveres”.


“La gente disparaba a su antojo, con todas sus fuerzas”

B. dijo que era difícil distinguir a los civiles de los combatientes en Gaza, y afirmó que los miembros de Hamás a menudo “caminan por ahí sin sus armas”. Pero como resultado, “todo hombre entre 16 y 50 años es sospechoso de ser un terrorista”.

“Está prohibido caminar por la calle y todo el que está fuera es sospechoso”, continuó B. “Si vemos a alguien mirándonos desde una ventana, es sospechoso. Hay que disparar. La percepción [del ejército] es que cualquier contacto [con la población] pone en peligro a las fuerzas y hay que crear una situación en la que esté prohibido acercarse [a los soldados] bajo ninguna circunstancia. [Los palestinos] aprendieron que cuando entramos, salen corriendo”.

Incluso en zonas aparentemente despobladas o abandonadas de Gaza, los soldados disparaban a gran escala en un procedimiento conocido como “demostración de presencia”. S. testificó que sus compañeros soldados “disparaban mucho, incluso sin motivo alguno: cualquiera que quiere disparar, sin importar el motivo, dispara”. En algunos casos, señaló, esto tenía como “intención… sacar a la gente [de sus escondites] o demostrar presencia”.

M., otro reservista que sirvió en la Franja de Gaza, explicó que esas órdenes provenían directamente de los comandantes de la compañía o del batallón en el terreno. “Cuando no hay [otras] fuerzas de las FDI [en la zona]… los disparos son muy desenfrenados, como locos. Y no sólo con armas pequeñas: ametralladoras, tanques y morteros”.

Incluso en ausencia de órdenes superiores, M. testificó que los soldados en el campo de batalla suelen tomar la justicia por su mano. “Soldados regulares, oficiales subalternos, comandantes de batallón… los rangos subalternos que quieren disparar, reciben permiso”.

S. recordó haber oído por la radio que un soldado destinado en un complejo de protección había disparado a una familia palestina que caminaba por los alrededores. “Al principio dicen ‘cuatro personas’. Pasa a ser dos niños más dos adultos, y al final es un hombre, una mujer y dos niños. Puedes armar el cuadro tú mismo”.

Sólo uno de los soldados entrevistados para esta investigación quiso ser identificado por su nombre: Yuval Green, un reservista de 26 años de Jerusalén que sirvió en la 55ª Brigada de Paracaidistas en noviembre y diciembre del año pasado (Green firmó recientemente una carta de 41 reservistas en la que declaraban su negativa a seguir sirviendo en Gaza, tras la invasión de Rafah por parte del ejército). “No había restricciones en cuanto a la munición”, dijo Green a +972 y Local Call. “La gente disparaba sólo para aliviar el aburrimiento”.

Green describió un incidente que ocurrió una noche durante la festividad judía de Hanukkah en diciembre, cuando “todo el batallón abrió fuego al unísono como si fueran fuegos artificiales, incluyendo munición trazadora [que genera una luz brillante]. Se formó un color loco, iluminando el cielo, y como [Hannukah] es la 'fiesta de las luces', se volvió simbólico”.

C., otro soldado que sirvió en Gaza, explicó que cuando los soldados oyeron disparos, llamaron por radio para aclarar si había otra unidad militar israelí en la zona y, en caso contrario, abrieron fuego. “La gente disparó a su antojo, con todas sus fuerzas”. Pero, como señaló C., el hecho de disparar sin restricciones significa que los soldados a menudo están expuestos al enorme riesgo de fuego amigo, que describió como “más peligroso que el de Hamás”. “En múltiples ocasiones, las fuerzas de las FDI dispararon en nuestra dirección. No respondimos, lo comprobamos por radio y nadie resultó herido”.

En el momento de escribir estas líneas, 324 soldados israelíes han muerto en Gaza desde que comenzó la invasión terrestre, al menos 28 de ellos por fuego amigo, según el ejército. Según la experiencia de Green, estos incidentes eran el “problema principal” que ponía en peligro la vida de los soldados. “Hubo bastante [fuego amigo]; me volvía loco”, dijo.

Para Green, las reglas de combate también demostraban una profunda indiferencia hacia el destino de los rehenes [israelíes capturados por Hamás el 7 de octubre de 2023]. “Me hablaron de una práctica de volar túneles, y pensé que si había rehenes [en ellos], los matarían”. Después de que los soldados israelíes en Shuja'iyya mataran a tres rehenes que ondeaban banderas blancas en diciembre, pensando que eran palestinos, Green dijo que estaba enojado, pero le dijeron que “no hay nada que podamos hacer”. “[Los comandantes] agudizaron los procedimientos, diciendo: ‘Tienen que prestar atención y ser sensibles, pero estamos en una zona de combate y tenemos que estar alerta’”.

B. confirmó que incluso después del incidente en Shuja'iyya, que se dijo que era "contrario a las órdenes" de los militares, las normas sobre el fuego abierto no cambiaron. "En cuanto a los rehenes, no teníamos una directiva específica", recordó. "[Los altos mandos del ejército] dijeron que después de disparar a los rehenes, informaron [a los soldados en el campo]. [Pero] no hablaron con nosotros". Él y los soldados que estaban con él se enteraron de los disparos a los rehenes sólo dos semanas y media después del incidente, después de que abandonaron Gaza.

“He oído declaraciones [de otros soldados] de que los rehenes están muertos, no tienen ninguna posibilidad, hay que abandonarlos”, señaló Green. “[Eso] me molestó mucho… que siguieran diciendo: 'Estamos aquí por los rehenes', pero está claro que la guerra perjudica a los rehenes. Eso era lo que pensaba entonces; hoy resultó ser cierto”.


“Se derrumba un edificio y la sensación es: “¡Vaya, qué divertido!”

A., un oficial que sirvió en la Dirección de Operaciones del ejército, testificó que la sala de operaciones de su brigada —que coordina los combates desde fuera de Gaza, aprobando objetivos y evitando el fuego amigo— no recibió órdenes claras de abrir fuego para transmitirlas a los soldados en el terreno. “Desde el momento en que entras, en ningún momento hay una sesión informativa”, dijo. “No recibimos instrucciones de los superiores para transmitirlas a los soldados y comandantes del batallón”.

Señaló que había instrucciones de no disparar en las rutas humanitarias, pero en otros lugares, “se llenan los espacios en blanco, a falta de otra directiva. Este es el enfoque: ‘Si está prohibido allí, entonces está permitido aquí’”.

A. explicó que para disparar contra “hospitales, clínicas, escuelas, instituciones religiosas y edificios de organizaciones internacionales” se necesitaba una autorización superior. Pero en la práctica, “puedo contar con los dedos de una mano los casos en los que nos dijeron que no disparáramos. Incluso en asuntos tan delicados como las escuelas, [la autorización] parece una mera formalidad”.

En general, continuó A., “el espíritu en la sala de operaciones era ‘disparar primero, preguntar después’. Ese fue el consenso… Nadie derramará una lágrima si derribamos una casa cuando no era necesario, o si disparamos a alguien a quien no teníamos que hacerlo”.

A. dijo que conocía casos en los que soldados israelíes dispararon a civiles palestinos que entraron en su zona de operaciones, lo que coincide con una investigación de Haaretz sobre las “zonas de muerte” en áreas de Gaza bajo la ocupación del ejército. “Es lo normal. Se supone que no debe haber civiles en la zona, esa es la perspectiva. Vimos a alguien en una ventana, así que dispararon y lo mataron”. A. añadió que a menudo no estaba claro en los informes si los soldados habían disparado a militantes o a civiles desarmados, y “muchas veces, parecía que alguien estaba atrapado en una situación y abrimos fuego”.

Pero esta ambigüedad sobre la identidad de las víctimas significaba que, para A., no se podía confiar en los informes militares sobre el número de miembros de Hamás asesinados. “La sensación en la sala de guerra, y esta es una versión suavizada, era que a cada persona que matábamos la contábamos como terrorista”, testificó.

“El objetivo era contar cuántos [terroristas] habíamos matado hoy”, continuó A. “Todos [los soldados] quieren demostrar que son los grandes. La percepción era que todos los hombres eran terroristas. A veces, un comandante pedía de repente números y entonces el oficial de la división corría de brigada en brigada revisando la lista en el sistema informático militar y contando”.

El testimonio de A. coincide con un informe reciente del medio israelí Mako sobre un ataque con drones de una brigada que mató a palestinos en la zona de operaciones de otra brigada. Los oficiales de ambas brigadas consultaron sobre cuál de ellas debía registrar los asesinatos. “¿Qué diferencia hay? Regístrelo para ambos”, le dijo uno de ellos al otro, según la publicación.

Durante las primeras semanas posteriores al ataque del 7 de octubre encabezado por Hamás, A. recordó que “la gente se sentía muy culpable de que esto ocurriera bajo nuestra supervisión”, un sentimiento que compartía la opinión pública israelí en general, y que rápidamente se transformó en un deseo de venganza. “No hubo una orden directa de venganza”, dijo A., “pero cuando se llega a un momento decisivo, las instrucciones, órdenes y protocolos [sobre casos 'sensibles'] tienen una influencia limitada”.

Cuando los drones transmitían en vivo imágenes de los ataques en Gaza, “se escuchaban vítores de alegría en la sala de guerra”, dijo A. “De vez en cuando, se derrumba un edificio… y la sensación es: ‘¡Guau, qué locura, qué diversión!’”.

A. señaló la ironía de que parte de lo que motivó los llamados israelíes a la venganza fue la creencia de que los palestinos en Gaza se regocijaron por la muerte y la destrucción del 7 de octubre. Para justificar el abandono de la distinción entre civiles y combatientes, la gente recurría a declaraciones como "'Repartieron dulces', 'Bailaron después del 7 de octubre' o 'Eligieron a Hamas'... No todos, pero también unos cuantos, pensaron que el niño de hoy [es] el terrorista de mañana.

“Yo también, un soldado de izquierdas, olvido muy rápidamente que [en Gaza] se trata de casas reales”, dijo A. sobre su experiencia en la sala de operaciones. “Parecía un juego de ordenador. Sólo después de dos semanas me di cuenta de que se trata de edificios [reales] que se están derrumbando: si hay habitantes [dentro], entonces [los edificios se derrumban] sobre sus cabezas, y si no, entonces con todo lo que tienen dentro”.


'Un horrible olor a muerte'

Varios soldados testificaron que la política permisiva de disparar ha permitido a las unidades israelíes matar a civiles palestinos incluso cuando se les identifica como tales de antemano. D., un reservista, dijo que su brigada estaba estacionada junto a dos corredores de viaje denominados “humanitarios”, uno para organizaciones de ayuda y otro para civiles que huían del norte al sur de la Franja. Dentro del área de operaciones de su brigada, instituyeron una política de “línea roja, línea verde”, demarcando zonas en las que estaba prohibido el ingreso de civiles.

Según D., a las organizaciones de ayuda se les permitía viajar a estas zonas con previa coordinación (nuestra entrevista se realizó antes de que una serie de ataques de precisión israelíes mataran a siete empleados de World Central Kitchen), pero para los palestinos era diferente. “Cualquiera que cruzara hacia la zona verde se convertiría en un objetivo potencial”, dijo D., afirmando que estas áreas estaban señalizadas para los civiles. “Si cruzan la línea roja, se informa por radio y no es necesario esperar permiso, se puede disparar”.

Sin embargo, D. dijo que los civiles a menudo entraban en las zonas por donde pasaban los convoyes de ayuda para buscar restos que pudieran caer de los camiones; no obstante, la política era disparar a cualquiera que intentara entrar. “Los civiles son claramente refugiados, están desesperados, no tienen nada”, dijo. Sin embargo, en los primeros meses de la guerra, “cada día había dos o tres incidentes con personas inocentes o [personas] que eran sospechosas de haber sido enviadas por Hamás como observadores”, a quienes los soldados de su batallón disparaban.

Los soldados testificaron que en toda Gaza, cadáveres de palestinos vestidos de civil permanecían esparcidos por las carreteras y en el campo abierto. “Toda la zona estaba llena de cuerpos”, dijo S., un reservista. “También hay perros, vacas y caballos que sobrevivieron a los bombardeos y no tienen adónde ir. No podemos alimentarlos y tampoco queremos que se acerquen demasiado. Por eso, de vez en cuando se ven perros caminando por ahí con partes de cuerpos en descomposición. Hay un olor horrible a muerte”.

Pero antes de que lleguen los convoyes humanitarios, señaló S., se retiran los cuerpos. “Un D-9 [buldócer Caterpillar] baja, con un tanque, y limpia la zona de cadáveres, los entierra bajo los escombros y los voltea a un lado para que los convoyes no los vean, [para que] no salgan imágenes de personas en avanzado estado de descomposición”, describió.

“Vi a muchos civiles [palestinos]: familias, mujeres, niños”, continuó S. “Hay más muertes de las que se informan. Estábamos en una zona pequeña. Cada día, al menos uno o dos [civiles] mueren [por] haber caminado por una zona prohibida. No sé quién es terrorista y quién no, pero la mayoría de ellos no llevaban armas”.

Green dijo que cuando llegó a Khan Younis a fines de diciembre, “vimos una masa indistinta afuera de una casa. Nos dimos cuenta de que era un cuerpo; vimos una pierna. Por la noche, los gatos se la comieron. Luego, alguien vino y la movió”.

Una fuente no militar que habló con +972 y Local Call después de visitar el norte de Gaza también informó haber visto cadáveres esparcidos por la zona. “Cerca del complejo militar entre el norte y el sur de la Franja de Gaza, vimos unos 10 cuerpos con disparos en la cabeza, aparentemente por parte de un francotirador, [al parecer mientras] intentaban regresar al norte”, dijo. “Los cuerpos se estaban descomponiendo; había perros y gatos a su alrededor”.

“No se ocupan de los cadáveres”, dijo B. sobre los soldados israelíes en Gaza. “Si están en el camino, los apartan. No hay entierro de los muertos. Los soldados pisan los cuerpos por error”.

El mes pasado, Guy Zaken, un soldado que operaba excavadoras D-9 en Gaza, testificó ante un comité de la Knesset que él y su equipo “atropellaron a cientos de terroristas, vivos y muertos”. Otro soldado con el que sirvió posteriormente se suicidó.


'Antes de irte, quemas la casa'

Dos de los soldados entrevistados para este artículo también describieron cómo la quema de casas palestinas se ha convertido en una práctica común entre los soldados israelíes, como informó por primera vez en profundidad Haaretz en enero. Green presenció personalmente dos casos de este tipo (el primero, una iniciativa independiente de un soldado, y el segundo, por órdenes de los comandantes) y su frustración con esta política es parte de lo que finalmente lo llevó a negarse a seguir en el servicio militar.

Cuando los soldados ocupaban las casas, testificó, la política era “si te mudas, tienes que quemar la casa”. Sin embargo, para Green, esto no tenía sentido: en “ningún escenario” el centro del campo de refugiados podría ser parte de una zona de seguridad israelí que pudiera justificar tal destrucción. “Estamos en estas casas no porque pertenezcan a agentes de Hamás, sino porque nos sirven operativamente”, señaló. “Es una casa de dos o tres familias; destruirla significa que se quedarán sin hogar.

“Le pregunté al comandante de la compañía, quien me dijo que no podíamos dejar ningún equipo militar y que no queríamos que el enemigo viera nuestros métodos de combate”, continuó Green. “Le dije que haría una búsqueda para asegurarme de que no había evidencia de que se hubieran dejado métodos de combate. [El comandante de la compañía] me dio explicaciones del mundo de la venganza. Dijo que los quemaban porque no había D-9 ni artefactos explosivos improvisados ​​de un cuerpo de ingenieros [que pudieran destruir la casa por otros medios]. Recibió una orden y no le molestó”.

“Antes de marcharse, se quema la casa, todas las casas”, reiteró B. “Esto se hace con el respaldo del comandante del batallón. Es para que [los palestinos] no puedan regresar, y si dejamos munición o comida, los terroristas no podrán utilizarla”.

Antes de partir, los soldados amontonaban colchones, muebles y mantas y, “con un poco de combustible o bombonas de gas”, señaló B., “la casa se quema fácilmente, es como un horno”. Al principio de la invasión terrestre, su compañía ocupaba casas durante unos días y luego se marchaba; según B., “quemaron cientos de casas. Hubo casos en los que los soldados prendieron fuego a un piso y otros soldados estaban en un piso más alto y tuvieron que huir a través de las llamas de las escaleras o ahogarse con el humo”.

Green dijo que la destrucción que los militares han dejado en Gaza es “inimaginable”. Al comienzo de los combates, contó, avanzaban entre casas que estaban a 50 metros una de otra, y muchos soldados “trataban las casas [como] una tienda de recuerdos”, saqueando todo lo que sus residentes no habían logrado llevarse.



* Publicado en +972 Magazine, 08.08.24.

Últimas noticias sobre el origen de la desigualdad




Los seres humanos fueron libres hasta que la civilización trajo la servidumbre y la esclavitud. O lo eran, pero vivían en una guerra civil permanente que hizo necesario el Estado pacificador. Los dos relatos dominan la explicación sobre el origen de la desigualdad. El amanecer de Todo contrapone más variedad: federaciones sin jefes permanentes, obras públicas gestionadas por usuarios, reyezuelos que solo mandaban en invierno, aristocracias guerreras y ciudades gobernadas por consejos municipales.


Pablo Francescutti


Hasta la invención de la agricultura, los humanos formaban pequeñas bandas de cazadores y recolectores donde imperaba la igualdad. Pero la domesticación de los cereales y el ganado produjo excedentes, y la lucha por su apropiación, sumada a la creciente complejidad social, desembocó en la aparición de reyes, guerreros, sacerdotes o escribas. El resultado inevitable fue el surgimiento de Estados basados en la desigualdad, patriarcado incluido. Esta visión del tránsito del neolítico a la civilización, pergeñada por Rousseau y Hobbes, ha dominado a la arqueología, la historia, la antropología y la filosofía política, y sigue presente en autores como Jared Diamond y Yuval Harari.

Para refutarla, David Graeber —de la London School of Economics— y David Wengrow —del University College of London— han integrado en El amanecer de Todo las últimas pesquisas arqueológicas en una novedosa comprensión del origen de la desigualdad.

Un eje central de su revisión es el papel de la agricultura. En el relato convencional, los cereales fueron la ‘fruta prohibida’ que puso fin al reino de la igualdad y abrió la puerta a la familia patriarcal, la propiedad privada y el Estado (“el pacto con el Diablo”, referido por Harari). Graeber y Wengrow nos atiborran de ejemplos de cómo la agricultura no trajo desigualdad. Para muestra, el ayllu, la comuna preincaica que distribuía las tierras colectivamente para que nadie tuviera más ni menos que los demás. Tampoco era la opción obligada: numerosos pueblos renunciaron a ella para volver a la caza y recolección (los constructores de Stonehenge); y otros cultivaban unos meses del año y el resto vivían de recursos silvestres (los moradores de las orillas del Nilo y el Éufrates).

Otro eje es el urbanismo. Se creía que los asentamientos fueron una consecuencia de la agricultura; ahora se sabe que cazadores y recolectores construyeron complejos monumentales como Göbekli Tepe (Turquía) y urbanizaciones como Cahokia (EE.UU.), con hasta 15.000 habitantes. Cuestionando la idea recibida de que todas las ciudades requieren una centralización administrativa, los registros arqueológicos informan de urbes sin centros políticos o religiosos, pues muchas eran gestionadas por consejos municipales, incluso bajo las monarquías. 

En breve: su expansión [de las ciudades] no aparejó necesariamente la desigualdad. La aristocracia, sostienen, no nació en Nínive o Babilonia sino en las sociedades “heroicas” de las tierras altas, cuyos guerreros, al imponerse sobre las poblaciones agrícolas, se transformaron en la casta creadora de imperios ensalzada en La Ilíada.


El papel del patriarcado

Hay trazas de igualitarismo por doquier. Los españoles se asombraron del escaso poder de los caciques norteamericanos. En Tlaxcala, una meritocracia no vitalicia decidió unirse a Hernán Cortés contra los aztecas. En la cercana Teotihuacán, sus habitantes dejaron de alzar monumentos a los dioses para construirse viviendas de calidad. Sin embargo, la versión que Graeber y Wengrow ofrecen de la opresión patriarcal resulta menos convincente, un fallo serio en cualquier historia de la desigualdad.

Si bien señalan que las mujeres y sus saberes tuvieron un papel relevante en el paleolítico y en la Edad de Bronce (los consejos de iroquesas que elegían a los jefes de familia y gestionaban el clan en ausencia masculina; el realce de las figuras femeninas en los frescos de Akrotiri), no explican cómo los hombres acapararon el poder familiar, económico y político.

Tomando el testigo de Pierre Clastres, el discípulo ácrata de Levi-Strauss que afirmaba que los paleolíticos rechazaban los liderazgos por temor a su deriva en dinastías opresoras, nuestros autores llegan más lejos y exponen la fluidez existente. En primavera, las autoritarias bandas cazadoras-recolectoras se congregaban en complejos monumentales a celebrar cultos, banquetes y todo tipo de intercambios en un clima igualitario. Durante la caza del bisonte, las confederaciones indias de Norteamérica instituían una policía con licencia para matar que luego disolvían.

Si el Estado es la combinación del monopolio de la violencia con el control del conocimiento (burocracia) y el carisma personal (líderes electivos), vemos que, hasta no hace mucho tiempo, reinos e imperios eran “excepcionales islas de jerarquía política rodeadas de territorios mucho más vastos cuyos habitantes […] sistemáticamente evitaban los sistemas de autoridad fijos y abarcadores”, concluyen.

Contra Rousseau, dejan claro que nunca existió un edénico estado de naturaleza. Antes de la civilización había desigualdad, jerarquías, cautiverio o machismo. Contra Hobbes, prueban que hubo asimismo colaboración e igualitarismo: un indio [sic] podía viajar desde los Grandes Lagos hasta el delta del Mississippi gozando de la hospitalidad de clanes con su mismo ancestro totémico. El destino de los prisioneros en las tribus [norte]americanas ilustra la complejidad reinante: o los adoptaban como hermanos o los sacrificaban entre tormentos.

Con un manejo enciclopédico de las excavaciones sobre los últimos 30.000 años, Graeber y Wengrow acuden a la noción de cismogénesis (el cisma en uno o dos grupos resultante de su interacción) para explicar por qué los vecinos de los agricultores rechazaban su modo de vida y los nómadas se negaban a imitar a los urbanitas. En otras palabras: la identidad propia era más valorada que las ventajas materiales que les brindarían otras tecnologías y pautas de vivienda.

El amanecer de Todo es un alegato en contra del determinismo que considera a la agricultura el motor de la evolución social, de las concepciones unilineales de la historia y de la inevitabilidad de ciertos recorridos históricos; y una defensa de la creatividad y la autonomía humana para imaginar, aplicar o rechazar un sinfín de opciones políticas. Su apología es coherente con la militancia de Graeber en el movimiento Occupy, del cual fue impulsor. 

Al terminar de leerla se hace evidente la pérdida que su reciente fallecimiento en Venecia, a los 59 años de edad, ha supuesto para la antropología comprometida con la lucha contra la desigualdad que corroe a la civilización actual. Porque, como dicen los autores, el sinuoso camino al Estado estuvo jalonado por experimentos que combinan libertad, jerarquía y autonomía.



*Publicado en SINC. Ciencia contada en español, 17.10.22. Pablo Francescutti es antropólogo y Dr. en ciencias políticas y sociales.

¿De qué sirve el profesor?




Umberto Eco


En el alud de artículos sobre el matonaje en la escuela he leído un episodio que, dentro de la esfera de la violencia, no definiría precisamente al máximo de la impertinencia... pero que se trata, sin embargo, de una impertinencia significativa. Relataba que un estudiante, para provocar a un profesor, le había dicho: "Disculpe, pero en la época de Internet, usted, ¿para qué sirve?"

El estudiante decía una verdad a medias, que, entre otros, los mismos profesores dicen desde hace por lo menos veinte años, y es que antes la escuela debía transmitir por cierto formación pero sobre todo nociones, desde las tablas en la primaria, cuál era la capital de Madagascar en la escuela media hasta los hechos de la guerra de los treinta años en la secundaria. Con la aparición, no digo de Internet, sino de la televisión e incluso de la radio, y hasta con la del cine, gran parte de estas nociones empezaron a ser absorbidas por los niños en la esfera de la vida extraescolar.

De pequeño, mi padre no sabía que Hiroshima quedaba en Japón, que existía Guadalcanal, tenía una idea imprecisa de Dresde y sólo sabía de la India lo que había leído en Salgari. Yo, que soy de la época de la guerra, aprendí esas cosas de la radio y las noticias cotidianas, mientras que mis hijos han visto en la televisión los fiordos noruegos, el desierto de Gobi, cómo las abejas polinizan las flores, cómo era un Tyrannosaurus rex y finalmente un niño de hoy lo sabe todo sobre el ozono, sobre los koalas, sobre Irak y sobre Afganistán. Tal vez, un niño de hoy no sepa qué son exactamente las células madre, pero las ha escuchado nombrar, mientras que en mi época de eso no hablaba siquiera la profesora de ciencias naturales. Entonces, ¿de qué sirven hoy los profesores?

He dicho que el estudiante dijo una verdad a medias, porque ante todo un docente, además de informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de afuera. Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la televisión, pero por qué algo ocurre siempre ahí, desde la época de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo puede decir la escuela. Y si alguien objetase que a veces también hay personas autorizadas en Porta a Porta (programa televisivo italiano de análisis de temas de actualidad), es la escuela quien debe discutir Porta a Porta. Los medios de difusión masivos informan sobre muchas cosas y también transmiten valores, pero la escuela debe saber discutir la manera en la que los transmiten, y evaluar el tono y la fuerza de argumentación de lo que aparecen en diarios, revistas y televisión. Y además, hace falta verificar la información que transmiten los medios: por ejemplo, ¿quién sino un docente puede corregir la pronunciación errónea del inglés que cada uno cree haber aprendido de la televisión?

Pero el estudiante no le estaba diciendo al profesor que ya no lo necesitaba porque ahora existían la radio y la televisión para decirle dónde está Tombuctú o lo que se discute sobre la fusión fría, es decir, no le estaba diciendo que su rol era cuestionado por discursos aislados, que circulan de manera casual y desordenado cada día en diversos medios –que sepamos mucho sobre Irak y poco sobre Siria depende de la buena o mala voluntad de Bush. El estudiante estaba diciéndole que hoy existe Internet, la Gran Madre de todas las enciclopedias, donde se puede encontrar Siria, la fusión fría, la guerra de los treinta años y la discusión infinita sobre el más alto de los números impares. Le estaba diciendo que la información que Internet pone a su disposición es inmensamente más amplia e incluso más profunda que aquella de la que dispone el profesor. Y omitía un punto importante: que Internet le dice "casi todo", salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar toda esa información.

Almacenar nueva información, cuando se tiene buena memoria, es algo de lo que todo el mundo es capaz. Pero decidir qué es lo que vale la pena recordar y qué no es un arte sutil. Esa es la diferencia entre los que han cursado estudios regularmente (aunque sea mal) y los autodidactas (aunque sean geniales).

El problema dramático es que por cierto a veces ni siquiera el profesor sabe enseñar el arte de la selección, al menos no en cada capítulo del saber. Pero por lo menos sabe que debería saberlo, y si no sabe dar instrucciones precisas sobre cómo seleccionar, por lo menos puede ofrecerse como ejemplo, mostrando a alguien que se esfuerza por comparar y juzgar cada vez todo aquello que Internet pone a su disposición. Y también puede poner cotidianamente en escena el intento de reorganizar sistemáticamente lo que Internet le transmite en orden alfabético, diciendo que existen Tamerlán y monocotiledóneas pero no la relación sistemática entre estas dos nociones.

El sentido de esa relación sólo puede ofrecerlo la escuela, y si no sabe cómo tendrá que equiparse para hacerlo. Si no es así, las tres I de Internet, Inglés e Instrucción seguirán siendo solamente la primera parte de un rebuzno de asno que no asciende al cielo.



* Publicado en La Nación, 21.05.07. Umberto Eco fue un escritor, crítico literario y profesor de semiótica italiano fallecido en 2016.

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