¿Qué se esconde detrás del mito de la esencia egoísta del ser humano? ¿Qué papel juega la fachada biologicista en la narrativa hegemónica del capitalismo? En este artículo revelamos algunas inconsistencias e invitamos a la reflexión. Spoiler alert: no hay respuestas correctas.
Pablo Moreno E.
Introducción
El siglo XX vio cómo algunos de los grandes pensadores marxistas y socialistas dedicaron gran parte de sus esfuerzos intelectuales a desentrañar las estructuras narrativas que permitían al capitalismo mantenerse irreductiblemente como la manera de producción y organización social imperante.
Si bien se conocía desde Marx que la estructura económica que mantenía al capitalismo moldeaba las formas de relación social de los individuos envueltos en la misma, se desconocía lo intrincada que era esta relación hasta los estudios de Gramsci primeramente, con la composición de su teoría de la hegemonía; y la posterior Escuela de Frankfurt, que estudió desde las disquisiciones psicológicas de la cultura de masas hasta el efecto de la sociedad en el amor.
El relato que ha generado el capitalismo a su alrededor, a modo de coraza, para fortalecer su posición y legitimidad social, está plagado de diversas narrativas que se interrelacionan entre sí de distintas formas según la escuela liberal que las adopte.
La que a mis ojos, como estudiante de ciencias biomédicas, resulta más insultantemente falsa es la narrativa biologicista. Es común en la fraseología de los seguidores de ideologías liberales encontrar una justificación natural de la explotación capitalista, que según mi experiencia gravita en torno a una consigna básica: “El hombre es egoísta por naturaleza”.
Bajo esta afirmación, los cuestionables comportamientos de grandes empresarios y la depredación derivada de un mercado libre con cada vez menos ataduras quedan justificados moralmente y eximidos de responsabilidad real, y en algunas ocasiones son estos defendidos como generadores sin parangón de avance social.
En este artículo, por lo tanto, vamos a explorar la noción de que el capitalismo se encuentra escrito en la esencia del ser humano a partir de la afirmación antes mencionada, y vamos a ver qué papel juega esta narrativa biologicista en el corpus ideológico del capitalismo actual.
Sobre la naturaleza egoísta del hombre
Primeramente, antes de comenzar a diseccionar con argumentos verdaderamente biológicos las falacias naturalistas antes mencionadas, debemos intentar rebuscar en los cajones de la historia para poder comprender de dónde provienen dichas afirmaciones, y cuál es la crítica que se debe esgrimir frente a ellas.
Que el hombre es, por naturaleza, egoísta, es una noción que en economía se puede rastrear hacia finales del siglo XIX, principios del siglo XX, cuando los economistas liberales formularon un concepto teórico conocido como el Homo Economicus.
Este era un modelo de comportamiento humano que permitía a los economistas utilizar aproximaciones matemáticas para prever las actitudes de los consumidores y de los clientes en un libre mercado, y estaba basado en las suposiciones siguientes [1]:
- El individuo es completamente racional en sus acciones.- El individuo es completamente egoísta.- El individuo puede resolver problemas de optimización.
Aquí ya vemos aparecer el término egoísta, aunque este tiene un significado que tiende más hacia lo económico que hacia lo social, ya que la evidencia empírica en la que se basa dicho egoísmo tiene que ver con situaciones simuladas de compra más que con interacciones humanas.
A partir de aquí, encontramos un salto cualitativo de dicho egoísmo cuando la intelectual anarcocapitalista Ayn Rand teoriza sobre el término, llegando a construir alrededor del mismo todo un sistema moral que no duda en llamar Objetivismo.
En este sentido, la autora rusa ofrece esencialmente un sustento ético al capitalismo salvaje, y al más puro egoísmo desenfrenado. Escribe en su libro La virtud del egoísmo que el único fin moral verdadero debe ser la propia vida, ya que los organismos vivos siempre tienen la tendencia de la supervivencia y la autopreservación, y a partir de este razonamiento deriva una moral individualista, en la cual el hombre puede servirse de cualquier medio, incluido otros hombres, para llevar a cabo dicho fin [2].
Fue, muy probablemente, esta construcción moral la que llevó a la generación del enunciado de que “El hombre es egoísta por naturaleza”. Pasemos a analizar si es esto verdad.
Lo cierto es que afirmar absolutos sobre la naturaleza del hombre es, cuanto menos, arriesgado, rayando incluso en lo temerario. Aún no se han desvelado todos los secretos que la neurociencia y la psicología tienen guardados para nosotros, y es por lo tanto poco honesto hacer observaciones de tal calibre de una forma tan poco argumentada.
Ayn Rand tiene razón en una cosa, y es que los seres vivos siempre tendemos hacia la autopreservación, pero derivar de ahí que la naturaleza del hombre es egoísta es una falacia que no se puede pasar por alto. Siempre existe en nosotros ese impulso biológico hacia la supervivencia que actúa, más que como un fin moral, como una fuerza instintiva, fisiológica en última instancia.
El profesor y escritor de neurociencia Antonio Damásio reflexiona sobre ello en su libro El error de Descartes. Voy a intentar resumir someramente los puntos más importantes y relevantes para esta cuestión.
En este libro [3] explica el investigador portugués que todos los animales tienen en sí mismos ese instinto de supervivencia, que les impulsa a llevar a cabo acciones y comportamientos que les acerquen a un punto de armonía biológica, de equilibrio homeostático, donde sus necesidades biológicas (y según la especie, sociales) se encuentren cubiertas.
Para ello, surgieron en la evolución primero las emociones y luego los sentimientos, que nos permiten saber dónde nos encontramos con respecto de nuestro punto de equilibrio. Así, sentimientos negativos se encuentran relacionados con fallas en la armonía biológica, mientras que los sentimientos positivos denotan un grado mayor de equilibrio.
Y aquí es donde entra en juego la personalidad de cada ser humano, ya que, según el carácter individual, los sentimientos que experimentamos al llevar a cabo diversos comportamientos serán diferentes.
Una persona que tiende al egoísmo podrá llevar a cabo una acción egoísta y no tener una reacción sentimental negativa, mientras que una persona con una mayor disposición hacia el altruismo al realizar la misma acción se verá influenciada en dirección contraria.
Es decir, que dentro del instinto de supervivencia que todos llevamos y que nos impele a actuar, este se encuentra operando de diversas maneras según el carácter del individuo y el contexto en el que dicha actuación se lleve a cabo.
Por lo tanto, se podría decir que el hombre como especie es, fisiológicamente hablando, egoísta, pero nunca que su naturaleza social es egoísta, ya que esta es una miríada de comportamientos que van desde el altruismo más absoluto y abnegado hasta el egocentrismo más individualista.
¿Competencia o cooperación?
Aparte de la noción sobre las tendencias egoístas innatas del ser humano, un aspecto tangencial que también se esgrime a veces como justificación científica del capitalismo es la competencia como fuerza motriz de la evolución.
Esta idea suele enarbolarse cuando se busca dar una justificación al laissez-faire y al mercado desregulado, ya que se entiende que en la competencia que se forme en el mismo, donde solo los más fuertes pueden erigirse como vencedores, será la especie la que salga beneficiada según las reglas evolutivas.
Esta idea no es más que una teoría evolutiva desfigurada para hacerse pasar por ley social: la selección natural Darwiniana. Esta es una ley biológica descrita primeramente en el Origen de las especies, que trata de explicar mediante qué procesos se produce la evolución gradual de las especies en su hábitat natural.
Esta se basa en tres principios:
- En cada generación solo un porcentaje de individuos podrán sobrevivir y reproducirse.- Cada individuo posee diferencias físicas (fenotípicas en argot científico) que le confieren un grado distinto de capacidad de adaptarse al medio natural donde vive.- Las causas de estas diferencias físicas son en parte heredables genéticamente.
De estas premisas se deriva que aquellos individuos cuyas diferencias físicas les permitan adaptarse mejor al medio, conseguir más alimento, y reproducirse más, sobrevivirán en mayor medida, y por lo tanto serán estas características las que permanecerán en generaciones venideras de la especie [4].
Esta teoría de la selección natural pronto permeó a niveles intelectuales que transcendían los puramente biológicos. De hecho, la selección natural proveyó de justificación evolutiva a aquellos que hacia la entrada del siglo XX buscaban excusar los posibles desenfrenos de un mercado capitalista sin muchas ataduras, en el cual primaba la competición, ya que según ellos ésta era la ley natural [5].
Pero ¿cuánto de cierto hay en que la competencia entre individuos es y ha sido el motor de la evolución humana?
Lo cierto es que parece, según evidencias antropológicas y biológicas de diversa índole, que el factor diferencial que permitió al ser humano la conquista de la tierra no fue tanto la competencia sino la cooperación entre individuos. Cuenta el biólogo Edward Wilson que es casi un verdadero milagro que sean los Homo Sapiens la especie que domina la tierra, debido a su debilidad y a su bajo número poblacional.
Mientras que otras especies de Homo fueron extintas de un plumazo, la nuestra estuvo a punto al menos en una ocasión, aunque parezca lógico pensar que fueran muchas más. Ciertamente lo que ahora llamamos ser humano poseía un factor diferencial de supervivencia: la capacidad de organización social.
Esto significa que los grupos de dicha especie se encuentran formados por miembros de diversas generaciones y realizan trabajos altruistas por el bien de la sociedad que generan. Esta condición social generó los sentimientos que permitían medir situaciones hipotéticas en el contexto de las relaciones interpersonales[ 6].
Por supuesto, los humanos primigenios se valieron de otras condiciones sociales, como su capacidad cerebral, su tamaño, y su capacidad física, para conquistar la tierra, pero la esencia eusocial [nivel más alto de organización social entre animales] del hombre fue la que jugó el papel vital en dicho proceso.
La posición histórica del capitalismo
Ya hemos visto que, bajo esa fachada biológica de justificación del capitalismo, solo se encontraban falacias biologicistas e incomprensiones de diversos procesos naturales. Pero ¿por qué motivo se siguen presentando dichas falacias como verdaderas? ¿Qué papel juegan en la narrativa hegemónica del capitalismo?
Estas nociones sobre que el ser humano es capitalista por naturaleza, que sus impulsos biológicos innatos le conducen a la individualidad y a la competición desmedida, nos presentan los diversos sistemas sociales no como etapas equivalentes del devenir económico del ser humano, sino como escalones que han ido subiéndose en la evolución social, hasta llegar al sistema capitalista, que representa la sublimación de esa naturaleza humana egoísta y competitiva.
Esta perspectiva teleológica de los procesos sociales presenta pues al libre mercado y al modo de propiedad capitalista como unas fuerzas evolutivas contra las cuáles no se puede luchar, ya que es el propio impulso biológico el que nos conduce a ellas.
Nada más lejos de la realidad, los aspectos que hoy se nos presentan como “naturales” e “inmutables”, inscritos en el núcleo mismo de la mente humana, forman parte de un sistema de construcciones psicológicas propias del sistema capitalista.
Este no solo puede definirse a través de sus características de propiedad y de producción, y de cómo estas configuran las relaciones sociales, sino que se encuentran acompañadas de ciertas actitudes que son propias de dichas configuraciones.
Es decir, los modos de conducta expresados en diversos contextos se ven más influenciados por los factores socioeconómicos dados en los mismos que por la supuesta naturaleza del hombre, y un cambio en dichos factores propiciaría el surgimiento de nuevas idiosincrasias, adaptadas a ellos.
Según cuenta la investigadora Ellen Meiksins, un factor definitorio del capitalismo es que los propietarios de los medios de producción muestran tendencias hacia la acumulación de capital y hacia la maximización de los beneficios (las más claras expresiones de individualismo y competitividad), que suelen ir acompañadas de luchas salariales con los trabajadores asalariados a su cargo [7].
La propia autora señala que esto no era verdaderamente una motivación para las clases dominantes en los sistemas feudales, las familias nobiliarias, y que de hecho este cambio en lo más profundo de la mentalidad económica fue uno de los desencadenantes del capitalismo primigenio.
Aparte de este ejemplo, cabe destacar que el humano en sociedad ha dado muestras constantes de solidaridad y de procesos colectivos, en claro antagonismo con el egoísmo competitivo que supuestamente nos caracteriza. Un ejemplo paradigmático, del mismo periodo fundamental que comentábamos antes, es el de las tierras comunales.
Eran estas tierras, como su propio nombre indica, propiedad de una colectividad agraria formada por campesinos que vivían en la misma aldea o en territorios cercanos. Su uso y su mantenimiento dependían de la masa campesina propietaria de las tierras, y esta tenía unos objetivos esencialmente colectivos, antepuestos normalmente a los intereses individuales de los componentes de la colectividad [8].
Estas expresiones de la solidaridad humana encuentran ecos, como no podría ser de otra manera, en el sindicalismo y el colectivismo moderno. Es decir, históricamente es imposible encontrar una línea coherente que conecte todo el devenir humano en función de una naturaleza egocéntrica inmutable, ya bien porque la actitud del hombre cambia según sus contextos socioeconómicos o porque encontremos una plétora de ejemplos de colectividad y anti individualismo.
Conclusión
El objetivo principal de este artículo puede resumirse en una anécdota: Cuando un estudiante preguntó a la antropóloga Margaret Mead sobre cuál creía ella que era el primer signo de civilización, esta respondió “Un fémur fracturado y sanado”.
La relevancia de esto consiste en que, en los albores del mundo que conocemos, un fémur roto era una sentencia de muerte si no existían unos cuidados por parte del resto del grupo humano para con el individuo lesionado. Y es este altruismo, esta capacidad de cooperar, la que busca extirparnos el capitalismo.
Sin duda alguna la naturaleza humana dio lugar al capitalismo, pero este no es la máxima expresión de su evolución, no es la sublimación de la naturaleza humana. Es [simplemente] otra etapa, y como tal debe ser revisada, analizada, criticada, y ajustada en la medida de valores políticos como la libertad y la justicia.
REFERENCIAS:
[1] Levitt, S. D.; List, J. A. (2008). "ECONOMICS: Homo economicus Evolves". Science, 319(5865), 909–910. doi:10.1126/science.1153640
[2] Rand, A., & Branden, N. (1964). The Virtue of Selfishness: Fiftieth Anniversary Edition (Mass Paperback Edition).
[3] Damasio, A., & Ros, J. (2018). En busca de Spinoza: Neurobiología de la emoción y los sentimientos. Booket.
[4] Mayr, Ernst (1984). "What is Darwinism Today?". PSA: Proceedings of the Biennial Meeting of the Philosophy of Science Association, 1984(2), 145–156. doi:10.1086/psaprocbienmeetp.1984.2.192502
[5] Review by: Alice Felt Tyler (1945). "Social Darwinism in American Thought, 1860-1915" by Richard Hofstadter. Philosophy and Phenomenological Research, 6(1), 138–140. doi:10.2307/2102958
[6] Wilson, E. O., & Ros, J. (2012). La conquista social de la Tierra : ¿de dónde venimos? ¿quiénes somos? ¿adónde vamos? Penguin Random House.
[7] Wood, E. M., & Pozas, A. O. (2021). El origen del capitalismo: Una mirada de largo plazo (Historia) (Spanish Edition) (1st ed.). Siglo XXI de España Editores, S.A.
[8] Valdeon, J. (2001). El Feudalismo, Historia 16.
* Publicado en Es de Politólogos, 17.05.22.
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