Ética del lucro puro... ¿ayuda a la economía real?




"Pocas tendencias pueden minar tan fuertemente las fundamentaciones mismas de nuestra sociedad libre  que la aceptación, por parte de los funcionarios corporativos, 
de una responsabilidad social diferente a hacer tanto dinero para sus accionistas como sea posible"
Milton Friedman


Una especie de casino ha reemplazado en importancia a la industria o a la llamada “economía real”. En dicho garito de alcance planetario, arriesgados jugadores, a la caza de comisiones e inversionistas en pasiva espera del alza de sus acciones, han sustituido a los industriales, técnicos y trabajadores. Las bolsas son el actual corazón del sistema económico mundial: sus latidos son la señal clave para tomar decisiones o para enjuiciar cualquier medida aplicada, sea o no de la esfera productivo-comercial. Un síntoma identificable de esta tendencia en el espacio público, es la preeminencia dada por la prensa a la información bursátil: es importante hasta fuera del ámbito económico. En dichos espacios no financieros, se han introducido sus datos e indicadores e incluso los sucesos políticos, sociales y hasta las catástrofes naturales son apreciados según la variación de las acciones en las bolsas. 

Los nuevos capitalistas-especuladores gestionan sus compañías, preferentemente, como negocios financieros. Buscan aumentar su valor en el mercado accionario o en los juegos bancarios. No es su intención principal crear nuevas empresas productivas ni competir con servicios y bienes de calidad al mejor precio. El campo productivo no es su meta primordial, ni mucho menos la creación de empleos. Su objetivo es, sencillamente, ganar la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo. A su vez, las planas directivas de tales empresas buscan satisfacer a los accionistas o inversores; lo central es la gestión para mantener alto el precio de las acciones o tener altos niveles de retorno del capital invertido. Para las industrias reconvertidas a este capitalismo de casino, son cuestiones secundarias la investigación y el desarrollo tecnológico, la innovación y, por supuesto, los ingenieros, técnicos y obreros. En esas compañías, los accionistas y financistas son lo más importante. Lo principal es la innovación gerencial, la gestión que permita elevar el precio de la compañía en la bolsa. Idealmente si es con menos empleados, más subcontrataciones, deslocalizaciones y salarios más bajos para disminuir costos.

Dentro de esa visión lucrativa y financista, Lynn Stout (2016), expone sobre la perspectiva ortodoxa de que la única razón de ser de las empresas es maximizar el dinero de los accionistas. Se supone que Jack Welch, expresidente de General Electric, acuñó el término “valor del accionista” en 1981 (Chang, 2013). Por su parte, Friedman (1970) cooperó a difundirlo cuando señaló, como antes se citó, que los ejecutivos corporativos, en tanto empleados, tenían el deber de hacer “ganar tanto dinero como sea posible” a sus empleadores. Según Stout, más influyente aún fue el trabajo publicado por Michael Jensen y William Meckling en 1976, titulado “Teoría de la firma”. Sin embargo, ese enfoque lucrativo tiene serios problemas: asume supuestos erróneos e, irónicamente, no dio las utilidades esperadas. Una vez más la ortodoxia confunde la realidad con la validez de sus propuestas o la coherencia interna de su propia lógica. La primacía de los accionistas no es un objetivo obvio que responde a un impulso natural por maximizar. Es una idea puntual que recién surge y se impone a fines del siglo XX, a partir de Friedman, Jensen y Meckling. A su vez, lo que es rentable “para un accionista en un período de tiempo”, no necesariamente es bueno “para los accionistas colectivamente” a mediano o largo plazo. Una cosa es el accionista individual y otra los accionistas como colectivo. Es un hecho que no existe el “accionista platónico” únicamente preocupado del “precio de una acción de la empresa en un momento en el tiempo”. Los accionistas, en tanto seres humanos y no como hombres económicos, “tienen diferentes intereses y valores diferentes” (Stout, 2016. Traducción propia).

En cuanto a los frutos económicos de la maximización a favor del accionista, “decenas de estudios” han buscado, por décadas, infructuosamente “demostrar que la primacía de los accionistas genera resultados comerciales superiores”. Tal vez sí a corto plazo y a algunos accionistas (a los más cortoplacistas o los menos o antiprosociales), pero, a la larga, no es rentable para una compañía (Stout, 2016). En la misma línea, el economista Ha-Joon Chang (2013) expone que, si bien dicho enfoque le dio grandes dividendos a (algunos) accionistas y a altos directivos de diversas empresas, a la larga, mostró ser un estorbo para el desarrollo de las compañías y de la propia economía real. Esos beneficios, otorgados a unas pocas personas que ya poseían dinero, no crearon más ni mejores empleos, ni significaron desarrollo de tecnología o innovación. Sencillamente, se creó una “alianza contra natura entre los gestores profesionales y los accionistas”, la cual se financió “exprimiendo a las otras partes interesadas en la empresa”:
...se recortaron plantillas sin piedad, se despidió a muchos empleados para volver a contratarlos como trabajadores no sindicados, con menor sueldo y menores prestaciones, y se eliminaron aumentos salariales (…) También se exprimió a los proveedores y a sus empleados, recortando constantemente los precios de compra, a la vez que se presionaba al gobierno para que redujese los impuestos a las empresas y/o aumentase las subvenciones, con la ayuda de la amenaza de la deslocalización a países con menores impuestos y/o mayores subvenciones (Chang, 2013: 42).
Los resultados del “valor del accionista” fueron tan negativos que el propio Welch, quien se supone acuñó el término, terminó afirmando que dicho enfoque podría ser ¡“la idea más tonta del mundo”! (Chang, 2013). Paradójicamente, a pesar de las críticas desde dentro del propio capitalismo de mercado y de tragedias como la crisis subprime que dan cuenta de la inconveniencia del lucro puro, en el presente siglo la concepción financista de la economía sigue vigente.



* Extraído de Oikonomía. Economía Moderna. EconomíasPara acceder a la ficha técnica, reseña, índice e información sobre venta del libro: pincha aquí.

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