Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, somos conscientes de que la grandeza nunca es un regalo. Debe ganarse. Nuestro camino nunca ha sido de atajos o de conformarse con menos. No ha sido un camino para los pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo o buscan sólo los placeres de la riqueza y la fama. Más bien, han sido los que han asumido riesgos, los que actúan, los que hacen cosas --algunos de ellos reconocidos, pero más a menudo hombres y mujeres desconocidos en su labor, los que nos han llevado hacia adelante por el largo, escarpado camino hacia la prosperidad y la libertad.
Seguimos siendo la nación más próspera y poderosa de la Tierra.
En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros padres fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, redactaron una carta para garantizar el imperio de la ley y los derechos humanos, una carta que se ha expandido con la sangre de generaciones. Esos ideales aún alumbran el mundo y no renunciaremos a ellos por conveniencia. Y a los otros pueblos y gobiernos que nos observan hoy, desde las grandes capitales al pequeño pueblo donde nació mi padre: sabed que América [Estados Unidos] es la amiga de cada nación y cada hombre, mujer y niño que persigue un futuro de paz y dignidad y de que estamos listos a asumir el liderazgo una vez más.
Recordad que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y al comunismo no sólo con misiles y tanques, sino con sólidas alianzas y firmes convicciones. Comprendieron que nuestro poder solo no puede protegernos ni nos da derecho a hacer lo que nos place. Sabían por contra que nuestro poder crece a través de su uso prudente, de que la seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y las cualidades de la templanza, la humildad y la contención.
No vamos a pedir perdón por nuestro estilo de vida, ni vamos a vacilar en su defensa, y para aquellos que pretenden lograr su fines mediante el fomento del terror y de las matanzas de inocentes, les decimos desde ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no se lo puede romper; no podéis perdurar más que nosotros, y os venceremos.
(...) y América [Estados Unidos] tiene que desempeñar su papel en el alumbramiento de una nueva era de paz.
Al contemplar la ruta que se despliega ante nosotros, recordamos con humilde agradecimiento aquellos estadounidenses valientes quienes, en este mismo momento, patrullan desiertos lejanos y montañas distantes. (...) Les rendimos homenaje no sólo porque son los guardianes de nuestra libertad, sino también porque encarnan el espíritu de servicio; la voluntad de encontrar sentido en algo más grande que ellos mismos.
Pero esos valores sobre los que depende nuestro éxito --el trabajo duro y la honestidad, la valentía y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo-- esas cosas son viejas. Esas cosas son verdaderas. Han sido la fuerza silenciosa detrás de nuestro progreso durante toda nuestra historia. Lo que se exige, por tanto, es el regreso a esas verdades. Lo que se nos pide ahora es una nueva era de responsabilidad --un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos deberes para con nosotros, nuestra nación, y el mundo, deberes que no admitimos a regañadientes, sino que acogemos con alegría, firmes en el conocimiento de que no hay nada tan gratificante para el espíritu, tan representativo de nuestro carácter que entregarlo todo en una tarea difícil. Este es el precio y la promesa de la ciudadanía. Esta es la fuente de nuestra confianza --el saber que Dios nos llama a dar forma a un destino incierto.
(...) y con la vista puesta en el horizonte y la gracia de Dios encima de nosotros, llevamos aquel gran regalo de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones venideras.
Gracias, que Dios os bendiga, que Dios bendiga a América [Estados Unidos].
Presidente del Tribunal Supremo Roberts, presidente Carter, presidente Clinton, presidente Bush, presidente Obama, compatriotas, pueblos del mundo: gracias.
Esta carnicería debe terminar ya. Somos una sola nación, y su sufrimiento es el nuestro. Sus sueños son nuestros sueños; y sus triunfos serán nuestros triunfos. Tenemos un mismo corazón, un hogar y un glorioso destino.
No queremos imponer nuestro modo de vida a nadie, sino dejar que sea un ejemplo reluciente para que todos lo sigan. Reforzaremos las viejas alianzas y formaremos otras nuevas, y uniremos al mundo civilizado contra el terrorismo islámico radical, que vamos a erradicar por completo de la faz de la tierra.
La base de nuestra política será una fidelidad total a los Estados Unidos de América, y, a través de la lealtad a nuestro país, redescubriremos la lealtad entre nosotros. Cuando uno abre su corazón al patriotismo, no queda sitio para los prejuicios.
La Biblia nos dice: "Qué bueno y placentero es que el pueblo de Dios viva unido". Debemos expresar nuestras opiniones abiertamente, debatir con sinceridad nuestras discrepancias, pero siempre buscar la solidaridad. Cuando el país está unido, es imparable. No hay que temer nada, estamos protegidos, y siempre lo estaremos. Estamos protegidos por los grandes hombres y mujeres de nuestras fuerzas armadas y policiales y, sobre todo, estamos protegidos por Dios.
Ningún obstáculo puede parar el corazón, el ánimo y el espíritu de [Estados Unidos de] América. No vamos a fallar. Nuestro país saldrá adelante y volverá a ser próspero. Estamos en el comienzo de un nuevo milenio, preparados para desvelar los misterios del espacio, liberar la tierra de la enfermedad y controlar las energías, las industrias y las tecnologías del mañana.
Ya es hora de recordar lo que nuestros soldados nunca olvidan: que, seamos blancos, negros o marrones, todos tenemos la misma sangre roja de los patriotas, todos disfrutamos de las mismas libertades gloriosas y todos honramos la misma gran bandera americana [estadounidense].
Un niño que nace en la gran urbe de Detroit y otro que nace en las llanuras barridas por el viento de Nebraska ven el mismo cielo, tienen los mismos sueños en sus corazones y reciben su aliento vital del mismo Creador todopoderoso.
Gracias, que Dios os bendiga y que Dios bendiga a [Estados Unidos de] América.
Estados Unidos ha sido puesto a prueba una vez más, y Estados Unidos ha estado a la altura del desafío. (...) Por eso, ahora, en este suelo sagrado en el que hace apenas unos días la violencia intentó sacudir los cimientos mismos del Capitolio, comparecemos unidos ante Dios como una sola nación, indivisibles, para llevar a cabo el traspaso pacífico de poder tal como hemos hecho a lo largo de más de dos siglos.
Acabo de prestar el juramento sagrado que todos estos patriotas prestaron, un juramento pronunciado por primera vez por George Washington. (...) Esta es una gran nación, somos buenas personas. Y a través de los siglos, contra viento y marea, en la paz y en la guerra, hemos llegado hasta aquí.
Con unidad podemos hacer grandes cosas, cosas importantes. (...) y convertir de nuevo a Estados Unidos en la principal fuerza del bien en el mundo.
En cada uno de estos momentos, suficientes de nosotros nos unimos para sacar a todos adelante. Y ahora podemos hacerlo. La historia, la fe y la razón nos enseñan el camino.
Nunca, nunca, nunca hemos fracasado en Estados Unidos cuando hemos actuado juntos.
Y aquí estamos, solo unos días después de que una turba descontrolada pensara que podía usar la violencia para silenciar la voluntad del pueblo, para frenar el funcionamiento de nuestra democracia, y para echarnos de este lugar sagrado.
Hace muchos siglos, San Agustín, un santo de mi iglesia [católica], escribió que un pueblo es una multitud definida por los objetos comunes de su amor. ¿Cuáles son los objetos comunes que amamos y que nos definen como estadounidenses? Creo que lo sé: oportunidad, seguridad, libertad, dignidad, respeto, honor y, sí, la verdad.
Debemos dejar a un lado la política y enfrentarnos por fin a esta pandemia como una nación. Y os prometo que, como dice la Biblia, “El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría”. Superaremos esto, juntos.
El mundo nos está mirando hoy. Este es mi mensaje para aquellos más allá de nuestras fronteras: Estados Unidos ha sido puesto a prueba y ha salido de ello reforzado. Repararemos nuestras alianzas, y nos relacionaremos con el mundo otra vez. No para enfrentarnos a los retos del pasado, sino a los del presente y a los del mañana. Y no solo predicaremos con el ejemplo de nuestro poder, sino con el poder de nuestro ejemplo. Seremos un socio fuerte y fiable para la paz, el progreso y la seguridad.
Hemos sufrido mucho en este país. Y en mi primer acto como presidente, me gustaría pediros que os unáis a mí en un momento de oración silenciosa para recordar a todos aquellos que perdimos el año pasado por culpa de la pandemia. (...) Recemos en silencio por aquellos que perdieron la vida, por aquellos que se quedaron atrás y por nuestro país. Amén.
Es una historia que trae ecos de una canción que significa mucho para mí, se llama “Himno de [Estados Unidos de] América”. Hay una estrofa que destaca, al menos para mí, y dice así: “El trabajo y las oraciones durante siglos nos han traído hasta hoy. ¿Qué será nuestro legado? ¿Qué dirán nuestros hijos? Haz que sepa en mi corazón cuando terminen mis días. [Estados Unidos de] América, [Estados Unidos de] América, te di lo mejor de mí”.
Sumemos nuestro trabajo y nuestras oraciones a la historia en marcha de nuestra nación.
Compatriotas estadounidenses, cierro igual que comencé, con un juramento sagrado. Ante Dios y ante todos vosotros, os doy mi palabra.
Que nuestro Estados Unidos garantizó la libertad en su territorio y una vez más se erigió en faro del mundo.
Así pues, con determinación y firmeza, abordaremos las tareas de nuestro tiempo. Sostenidos por la fe, impulsados por la convicción y dedicados los unos a los otros y al país que amamos con todo nuestro corazón. Que Dios bendiga a Estados Unidos y que Dios proteja a nuestras tropas.