“¡Qué bajo hemos caído!, caído por reglas injustas,
necias por Educación más que por Naturaleza;
privadas de todos los progresos de la mente;
se espera que carezcamos de interés, a ello se nos destina…”
Lady Winchilsea
Virginia Woolf
Encuentro deplorable, continué, mirando otra vez los estantes, que nada se conozca de las mujeres antes del año 1700. Carezco de algún modelo como para analizarlo. Aquí me encuentro, frente al interrogante de por qué las mujeres no escribieron poesía en la época isabelina, y no estoy siquiera segura de cómo se las educaba; si les enseñaban a escribir; si tenían salas para ellas solas; cuántas mujeres tenían hijos antes de los veintiún años; qué —en síntesis— hacían de las ocho de la mañana a las ocho de la noche.
No hay dudas de que no tenían dinero; según el Profesor Trevelyan, debían casarse, les gustara o no, aun antes de dejar a sus niñeras, probablemente a los quince o dieciséis años. Solo con esta información es posible concluir que habría sido extremadamente raro que alguna de ellas de pronto escribiera las obras de Shakespeare.
Pensé en aquel anciano, que ahora está muerto pero que era obispo, creo, que declaró que era imposible que cualquier mujer, pasada, presente o futura, tuviera el genio de Shakespeare. Envió cartas a los diarios sobre este tema. También le dijo a una dama que consultó con él, que en realidad los gatos no van al Cielo, aunque tienen —agregó— algo parecido a un alma. ¡Cuánto tiempo de reflexiones nos ahorraban esos viejos caballeros! ¡Cómo retrocedían las fronteras de la ignorancia cuando ellos se acercaban! Los gatos no van al Cielo. Las mujeres no pueden escribir las obras de Shakespeare.
Hubiera sido imposible, completa y absolutamente, que cualquier mujer de la época de Shakespeare escribiera estas obras. Permítanme imaginar, ya que los datos son escasos, lo que habría pasado si Shakespeare hubiera tenido una hermana extraordinariamente talentosa, llamada Judith, digamos. Shakespeare muy posiblemente (su madre recibió una herencia) fue a la escuela secundaria, donde le deben haber enseñado latín —Ovidio, Virgilio y Horacio— y los elementos de la gramática y la lógica. Se sabe que era un joven rebelde que cazaba conejos en zonas prohibidas y habrá matado algún ciervo, y tuvo que casarse —antes de lo que le hubiera gustado— con una vecina que le dio un hijo antes de lo previsto.
Esta aventura lo llevó a Londres en busca de fortuna. Al parecer, le gustaba el teatro; comenzó cuidando caballos en la entrada de los artistas. Pronto consiguió trabajo en el teatro, se convirtió en un actor exitoso y pasó a vivir en el centro del universo, haciendo amistades y conociendo a todo el mundo, practicando su arte en las tablas, ejerciendo su ingenio en las calles, y tuvo acceso, incluso, al palacio de la reina.
Mientras tanto, su hermana extraordinariamente talentosa, supongamos, se quedó en casa. Era tan aventurera, tan imaginativa, tenía tantas ansias de conocer el mundo como él. Pero a ella no la enviaron a la escuela. No tuvo oportunidad de aprender gramática y lógica, ni hablar de leer a Horacio y Virgilio. Ella tomaba un libro de vez en cuando, quizás uno de su hermano, y leía algunas páginas. Pero luego sus padres llegaban y le pedían que arreglara unas medias o que se ocupara del guiso, y que no perdiera tiempo con libros y papeles. Seguramente le hablaban con firmeza pero amablemente, porque eran gente acomodada que sabía de las condiciones de vida de la mujer y amaban a su hija; de hecho, es muy probable que fuese la luz de los ojos de su padre.
Tal vez garabateaba a escondidas unas notas en el altillo, pero tenía cuidado de esconderlas y quemarlas. Pronto, sin embargo, cuando aún era adolescente, estuvo prometida para casarse con el hijo del comerciante de lana del vecindario. Ella clamó que el matrimonio era algo odioso, y por ello su padre la golpeó duramente. Después dejó de regañarla. En cambio, le suplicó que no lo hiriera, que no lo avergonzara con este asunto del casamiento. Le regalaría un collar o unas enaguas finas, dijo, con lágrimas en sus ojos. ¿Cómo podía ella desobedecerle? ¿Cómo podía ella romperle el corazón? Movida por la fuerza de su talento, consiguió hacerlo. Armó un paquetito con sus pertenencias, salió a escondidas una noche de verano, y tomó la ruta a Londres. Aún no había cumplido los diecisiete. Los pájaros que cantaban en los árboles no eran más musicales que ella. Tenía una imaginación frondosa, el mismo don que su hermano para captar la musicalidad de las palabras.
Como a él, a ella le gustaba el teatro. Se paró frente a la puerta de los artistas, dijo que quería actuar. Los hombres se rieron en su cara. El director, un hombre gordo y bocón, soltó una carcajada. Rugió algo sobre caniches bailando y mujeres actuando; ninguna mujer, dijo, podía ser actriz. Insinuó… ya se lo imaginan. No podría aprender el oficio. ¿Podía acaso cenar en una taberna o vagar por las calles en la noche? A pesar de todo, su genio se inclinaba por la ficción y ansiaba nutrirse abundantemente de las vidas de hombres y mujeres, y del estudio de sus costumbres. Finalmente —porque era muy joven, curiosamente parecida a Shakespeare, el poeta, con los mismos ojos grises y las cejas redondeadas— finalmente Nick Greene el actor y director se apiadó de ella; quedó embarazada del señor y fue entonces cuando —¿quién puede medir el ardor y la violencia del corazón de un poeta atrapado en el cuerpo de una mujer?— se suicidó en una noche de invierno, y ahora yace enterrada en alguna esquina donde paran los ómnibus frente a la taberna «Elephant and Castle».
Así iría la historia, más o menos, creo, si una mujer en la época de Shakespeare hubiera tenido su genio. Esto puede ser verdadero o puede ser falso, ¿quién sabe? Pero lo que hay de verdad en ello, me parece, revisando la historia de la hermana de Shakespeare tal como la fui armando, es que cualquier mujer que hubiera nacido con un gran talento en el siglo dieciséis sin dudas se habría vuelto loca, suicidado, o habría terminado sus días en una cabaña solitaria en las afueras del pueblo, medio bruja, medio hechicera, objeto de temor y de burlas.
Aquella mujer, entonces, que nació con un talento especial para la poesía en el año 1500, era una mujer infeliz, una mujer en lucha consigo misma. Todas las condiciones de su vida, todos sus instintos eran hostiles al estado mental que se requiere para liberar cualquier pensamiento.
* Fragmento del capítulo III de Un cuarto propio, 1928.
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