Galo Bilbao, Javier Fuertes y José Guibert
La mentalidad tecnocrática
Como sabemos, nuestra civilización está marcada por el sello de la técnica. Hoy en día existen grandes problemas que tienen un alcance mundial y que normalmente suelen asociarse con el desarrollo de la ciencia y de la técnica: ecología, distribución de riqueza y de trabajo, subdesarrollo, riesgos de biotecnología... Estos hechos generan una serie de dilemas y problemas que demandan a su vez medios para solucionarlos. Hay posturas que sugieren que la misma tecnociencia debe resolver dichos problemas. Más aún, todo problema ético podría resolverse reduciéndose a un problema técnico. Por otro lado, otras posturas afirman que es precisamente el funcionamiento prácticamente autónomo de la ciencia y de la técnica lo que ha generado estos problemas. La solución a los mismos, según esta segunda postura, no está en los medios técnicos mismos sino en el ámbito de los fines a los que en principio esos medios deberían someterse.
Con esas afirmaciones anteriores apuntamos respectivamente a dos racionalidades, instrumental y ética, que están presentes en muchas de las actividades relacionadas con el trabajo ingenieril. Analizar cuestiones que dependen de estas dos formas de razonar s el objetivo de este apartado.
Tecnocracia
Siguiendo a D. GRACIA podemos describir la tecnocracia como “la técnica sin principios, la técnica usada con mentalidad meramente estratégica, que no discute de fines, sino sólo de medios, porque ella se ha convertido en fin en sí misma” (GRACIA, 94). En esta visión de la técnica, ésta no solo colabora a que el ser humano intervenga en la naturaleza humanizándola, explotándola o haciéndola habitable, sino que esa misma técnica se constituye en principio de moralidad. Es decir, lo que sea técnicamente correcto será también éticamente bueno y, por otro lado, lo que sea técnicamente incorrecto, será en consecuencia éticamente malo.
La tecnocracia promueve la idea de que las necesidades vitales de los seres humanos son de naturaleza técnica, de tal manera que si un problema no tiene una solución técnica, entonces no es un problema real. No es más que una ilusión o ficción. Los expertos o técnicos son los que realmente saben de qué hablan y los únicos que pueden resolver nuestros problemas. Por eso los problemas humanos (sociales, políticos, etc.), incluyendo los éticos, han de ser solucionados por los técnicos. Como decíamos arriba desde esta mentalidad se pretende resolver los problemas éticos reduciéndolos a problemas técnicos. Contra esto, la tarea es describir y distinguir estas cuestiones, las éticas frente a las técnicas, respetando sus distinciones y sus autonomías propias y sin intentar reducir una dimensión a la otra.
Señalábamos en la introducción de este capítulo que hasta la época de la Segunda Guerra Mundial no se ponía en duda que la ciencia y la técnica fueran actividades neutras. Entonces comenzó a verse más claramente como falacia la distinción radical entre hecho y valor, aceptándose la idea de que, al no haber nada libre de valores, tampoco la ciencia o la técnica lo están. “El hecho de considerarlas libres de valores es ya un valor, y precisamente negativo: es la absolutización de la técnica como valor, el considerar que no hay ningún valor superior a ella” (GRACIA, 92).
Ideología
Esta mentalidad tecnocrática ha sido objeto de estudio detallado por los autores de la Escuela de Frankfurt. Una de las aportaciones de uno de ellos, JÜRGEN HABERMAS, ha sido el mostrar que la tecnocracia va más allá de la técnica. La tecnocracia es también una ideología. No solo no es algo libre de valores sino que es también un sistema de valores que genera una conciencia propia. Además, ese sistema de valores que independiza la ciencia y la técnica de la ética es falso. Es lo que HORKHEIMER formuló como razón instrumental o estratégica. En esta mentalidad se olvida la ética de ideales deontológicos o ética de la convicción y se apuesta por preocuparse sólo por las consecuencias, por la utilidad teleológica de los hechos. Se asume el olvidar los valores o ideales siempre que sea preciso para lograr una mayor utilidad.
Técnicos o científicos gustan de apelar a las ciencias, queriendo así proclamar que sus palabras están exentas de ideología y que por ello han de tener un papel relevante y privilegiado a la hora de querer resolver problemas de la sociedad. Sin embargo, lo científico ya no es sinónimo de cierto, objetivo o independiente de ideologías.
Los discursos ideológicos son los que pretenden presentarse como sentencias de carácter únicamente descriptivo, pero que guardan consigo una pretensión de legitimación de ciertas posturas sociales, algunas manifiestamente injustas. Pretenden lograr la adhesión a determinadas opciones, pero disfrazadas de descripciones objetivas de la realidad. El carácter ideológico de la ciencia y la técnica se basa en el intento de definir la vida desde la técnica. Es una ideología que hace definir las aspiraciones del hombre desde unas categorías moralmente neutras. Más allá del cientificismo (la reducción de todo saber al saber científico), se trata también de luchar contra el funcionalismo, el cosificar el mundo de la vida desde la racionalidad instrumental y estratégica.
Las ciencias son un buen medio para criticar las ideologías. Pueden mostrar las limitaciones de discursos ideológicos. Siguiendo la intuición popperiana, los tests y pruebas con rigor permiten profundizar en si una proposición es o no demostrable o invalidable y así delimitar lo que es científico de lo no científico. En los últimos siglos las ciencias han jugado un importante papel en la crítica de las ideologías, desmontando argumentos con pretensión de “objetividad”, pero constituidos por planteamientos políticos, filosóficos o éticos. Pero, añadimos nosotros, las propias ciencias se pueden convertir a su vez en ideología.
* Extraído desde Ética para ingenieros, 2da. edición, Desclée De Brouwer, Bilbao, 2006.
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