Por qué no deberíamos trabajar más de seis horas




Christian Bronstein


Christian Bronstein y Eric Winer nos comparten una investigación sobre los efectos que tiene la jornada laboral de ocho horas y desarrollan una alternativa para llevar una vida más sana y más productiva con jornadas de seis horas de trabajo.


"No aceptes lo habitual como cosa natural. Porque en tiempos de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de cambiar."
Bertolt Brecht

"La resignación es un suicidio cotidiano."
Pindaro


Aquellos de nosotros que acaso podemos considerarnos afortunados de tener acceso a un empleo dentro del contexto salvajemente competitivo, opresivo y desigual que nos impone el mercado, inmersos como estamos en medio de la vorágine social, los medios de comunicación alienantes y las urgencias de cada día, podemos olvidarnos con facilidad de nuestro lugar en la sociedad, no sólo como empleados y consumidores, sino como actores sociales productores de cambio y de progreso individual y colectivo, como auténticos co-creadores de nuestra realidad actual.

Parece que vivimos en una sociedad en donde impera el individualismo, la mezquindad, e incluso más gravemente, la adherencia pasiva, ingenua o inconsciente de la mayoría de los sujetos a la reproducción de una estructura social que, suponen, los excede, y que rara vez es evaluada de manera crítica. Una de los factores que contribuyen a esto es sin duda la absorción que implican las jornadas laborales actuales. Si se trabaja la mayor parte del día existe poco tiempo para pensar, poco tiempo para forjar un pensamiento crítico y para participar de manera transformadora y creativa en la construcción de nuestra sociedad. No parece haber tiempo más que para seguir alimentando este modo de funcionamiento del sistema. Pero este sistema está en crisis. No sólo a nivel económico, sino más profundamente, a nivel cultural. Y toda crisis demanda una transformación. Es momento de que todas las personas puedan enriquecer sus vidas y espíritus en vez de ser devoradas por la cotidianeidad del trabajo en donde las auténticas subjetividades están tan desvalorizadas.

En la mayoría de los países de Occidente se permite al empleador imponer jornadas laborales alienantes de no menos de 8 horas diarias o 48 horas semanales. ¿Puede una sociedad que aspire a una calidad de vida realmente saludable y plena de sus ciudadanos ser compatible con este contexto legal que suprime el derecho de todo ser humano pleno a volcar su actividad no solo en su vida laboral, sino también en su participación democrática y en su ámbito personal? Si con algo es coherente este actual contexto legal es con un modelo económico que contempla al ser humano como un mero engranaje de un sistema productivo, cuyo tiempo debe estar subordinado casi exclusivamente al trabajo y el consumo, beneficiando a quienes se encuentran en la pirámide del mercado.

Como señala el filosofo contemporáneo Antonio Fornés: “Actualmente trabajamos más horas que un esclavo romano, pero creemos que vivimos en una sociedad superlibre… No tenemos tiempo de ver a los amigos, de reflexionar en voz alta con ellos, ni de estar con nuestros hijos, estar de verdad. Hay que madrugar, no tenemos tiempo de hacer el amor con la persona que hemos elegido: la pasión se marchita. Lunes, martes, miércoles, jueves.... La rutina engulle nuestra vida a cambio de algún capricho, otro jersey negro que luciremos en la oficina, un mes de vacaciones, un coche nuevo para el atasco del domingo. Siento amargarte el desayuno, pero ¿eso es vivir?... ¿Abdicar de la vida para que tus hijos abdiquen el día de mañana de la suya? Mi gato vive mejor.”

Pero una cultura que ponga el valor de la vida por encima de los valores del mercado y la realización colectiva por encima de la competencia, debe contemplar al ser humano no sólo como trabajador y consumidor, sino también como individuo civil, como persona afectiva y como sujeto de realización personal e integración cultural, equilibrando su tiempo en tres instancias sociales imprescindibles: la personal, la civil y la productiva.

Como la historia ha demostrado, cada conquista de nuevos derechos laborales nos ha alejado poco a poco de los tiempos de la esclavitud declarada y ha dado lugar a sociedades relativamente menos injustas. Por ello, uno de los principales espacios sociales en donde pueden reflejarse y concretizarse los valores de una nueva cultura es el del derecho laboral. Debemos concientizarnos de la necesidad de reivindicar y defender nuestro derecho a la libertad humana frente a la jornada laboral, como una de las formas más claras de esclavización cotidiana. Reducir la jornada laboral de 8 a 6 horas diarias (o 30 horas semanales) sin aplicar reducción salarial, es una propuesta realista y concretable que significaría un progreso social y cultural de no menores proporciones, repercutiendo en la calidad de vida de todo el pueblo. Es claro que esta propuesta, en principio, no reduciría la injusta distribución del ingreso imperante en nuestra sociedad capitalista (que debería constituir una preocupación paralela), pero sí sería un modo concreto de apropiarse a gran escala de la riqueza productiva –hablamos de reducir la jornada sin aplicar reducciones salariales-, ya que se traduciría en un incremento del valor hora para todos los trabajadores.

En algunos países de Latinoamérica como Venezuela, Uruguay y Argentina, afortunadamente, se han comenzado a debatir proyectos de ley que podría hacer realizable esta idea:

El senador argentino Osvaldo López, autor de un proyecto de ley que defiende la reducción de la jornada laboral a 6 horas como un derecho que debe ser garantizado independientemente de las condiciones salariales, plantea que: "Esto se puede lograr sin aplicar reducción salarial, manteniéndose los niveles vigentes a través del incremento proporcional del valor hora. El derecho a una retribución justa es una conquista social que debe ser garantizada por separado, no pudiéndose negociar por la jornada de modo que alguien deba trabajar demasiadas horas o tener más de un empleo para que el salario le alcance."

En su misma línea, Mario Woronowski, psicólogo y sociólogo argentino, e integrante del Foro de Políticas Públicas de Salud del Espacio Carta Abierta, considera que la reducción de la jornada responde a una necesidad social dentro de un contexto mundial que cataloga como “una crisis civilizatoria, y no solo del sistema financiero.". Woronowski señaló que “para muchos sectores y personas, ideas como estas son utópicas”, y a su vez abogó por “no asustarse de las utopías, sino asustarse de la falta de ellas”.

Por nuestra parte, hemos elaborado 9 fundamentos principales que consideramos que justifican esta necesaria y urgente transformación social:

1. Reducción del desempleo:

La posibilidad de estructurar dos turnos laborales, permitiría la incorporación de mayor personal con el beneficio de reducir del desempleo. Como señaló el senador Osvaldo López, las leyes de reducción de la jornada laboral pueden funcionar como “una herramienta para crear mayor cantidad de puestos de trabajo con la liberación de horas por parte de quienes pueden estar hoy sobre ocupados”.

2. Vida familiar y afectiva:

La reducción de la jornada laboral a 6 horas favorecería la cohesión familiar, respetando el derecho del niño a crecer en un ambiente familiar con una mayor presencia de los padres en el hogar, y permitiendo a los padres participar activamente del crecimiento de sus hijos.

Y en términos más generales, la reducción de la jornada laboral nos permitiría a todos equilibrar nuestra vida laboral con la afectiva, los vínculos que hacen a nuestra vida verdaderamente significativa: pareja, familia, amigos.

3. Avances tecnológicos:

Con la utilización de nuevas tecnologías (automatización industrial, telefonía celular, digitalización, fax, internet, e-mail, etc.) las tareas en la mayoría de los ámbitos laborales se han simplificado enormemente, significando una considerable reducción de tiempo y esfuerzo para realizar tareas antes más largas y más costosas. La reducción de la jornada laboral debería ser, a todas luces, uno de los resultados lógicos y evidentes del avance en el desarrollo tecnológico del ser humano. Sin embargo, esto no ha sido así. Volviendo a citar al filósofo español Antonio Fornés: "La Revolución Industrial prometió que las máquinas irían reemplazando a los hombres y, por consiguiente, no tendríamos que trabajar para vivir. Tres siglos después, las máquinas han sustituido a los hombres en prácticamente todos los trabajos manuales, pero, sin embargo, no sólo los hombres siguen trabajando como entonces sino que: ¡Las mujeres también han tenido que ponerse a trabajar! ¿No te parece curioso que se mantenga el mismo número de horas que en 1926? ¿Puedes creer que las increíbles máquinas y la bendita Ciencia no hayan liberado -¡ni si quiera un poquito!- en 100 años de esa esclavitud, que es el trabajo, al hombre? ¿Cómo puede ser que los bosquimanos trabajen la mitad que nosotros si viven en la prehistoria?"

Está claro que los avances de la tecnología hicieron que suba la productividad de un trabajador, ¿pero quién se quedó con la diferencia de este progreso? El empleador, por supuesto. El resultado fue concentración de la riqueza y desocupación. ¿Por qué no se reparte el beneficio obtenido por los avances de la tecnología? ¿Por qué en lugar de echar trabajadores y mantener la misma cantidad de horas, no se mantuvo la cantidad de trabajadores y se redujo la cantidad de horas?

4. Estudios y capacitación:

Todo aquel que trabaje 8 o más horas diarias y asuma el desafío de estudiar alguna carrera o curso se dará cuenta rápidamente que el tiempo no-laboral del que dispone para eso y para el resto de sus actividades vitales suele ser realmente insuficiente o incluso ridículo en relación a las exigencias académicas, forzándolo a abandonar sus estudios o a hacer sacrificios que no todos pueden asumir para poder continuar. En muchos casos, los horarios de estudio simplemente son incompatibles con la disponibilidad horaria laboral.

Por otro lado, de forma creciente las tareas laborales son de índole intelectual en contacto con nuevas y sofisticadas tecnologías. Esto trae aparejado una necesidad de mayor capacitación (cursos, seminarios, etc.) que normalmente se suman al horario laboral. La lógica competitiva del mercado laboral actual no permite detenerse siquiera a aquellos que ya cuentan con un título, ya que los tiempos actuales exigen títulos y especializaciones más allá del nivel universitario o terciario.

En definitiva, la tensión entre la necesidad de capacitación constante con riesgos de quedar desactualizado o fuera del sistema laboral, y a su vez la necesidad de un sustento económico (horas de trabajo quitadas a la capacitación), traen aparejado un sujeto subyugado a serios riesgos biológicos (enfermedades nerviosas, stress, etc.) de la vida actual. La reducción del horario laboral facilitaría la realización de una integración coherente entre formación y empleo.

5. Salud:

La reducción de tiempo laboral favorece la intensidad de trabajo, reduciendo espacios de ocio laboral que pueden generar una carga negativa en el ambiente: necesidad de mostrarse constantemente ocupado, stress de no tener actividades para realizar, tiempos muertos, etc.

Sumado a esto, trabajar 8 horas o más restringe enormemente el tiempo que un ciudadano puede dedicar a actividades necesarias para la salud física y psicológica: deportivas, de esparcimiento, meditación, etc.

6. Incremento de la productividad:

En el año 2007, el Euroíndice IESE-ADECCO (EIL), al analizar el mercado laboral de siete países europeos, arrojó un resultado extraordinario: los países europeos con jornadas medias más cortas (Holanda, Alemania y Bélgica) presentaron mayor productividad por hora trabajada que el resto. Este estudio refutó la tradicional asociación de una jornada laboral más extensa con una mayor productividad, demostrando que “existe una relación negativa entre ambos conceptos y, al trabajar más horas, se tiende a disminuir el aprovechamiento que se hace de cada una de ellas". Así, se destacó que “una mejora en la eficiencia (productividad) puede llevar a reducir la jornada de trabajo sin que se produzca una caída en la producción.”

7. Recursos energéticos e impacto ambiental:

En los numerosos entornos laborales en donde no sea necesario incorporar dos turnos, la reducción laboral no solo intensificaría los momentos de trabajo, sino que maximizaría los recursos energéticos, disminuyendo significativamente el impacto ambiental.

8. Hacinamiento:

La posibilidad de emplear dos turnos, podría resolver núcleos de hacinamiento laboral físico, además de abrir a nuevas posibilidades de capacitación. Significaría, por otro lado, la posibilidad de un uso más inteligente y eficiente del transporte público y privado en las zonas en donde se concentra la mayor actividad, favoreciendo enormemente la desconcentración poblacional, evitando la saturación del flujo de transporte en micros, trenes, avenidas y autopistas en las llamadas "horas pico", acelerando y simplificando la movilidad de los ciudadanos, y disminuyendo a la vez el impacto ambiental del transporte privado.

9. Investigación y desarrollo creativo:

La investigación científica y académica, que podría significar una mejoría sustancial no solo a nivel laboral sino también de país, excepto en los excepcionales casos en que esté financiada, queda normalmente relegada por la absorción laboral. Las actividades culturales artísticas y creativas en general quedan, por su parte, también restringidas por las limitaciones que impone el tiempo laboral. Podríamos preguntarnos, junto con el reconocido lingüista y analista político internacional Noam Chomsky: “¿Queremos tener una sociedad de individuos libres y creativos e independientes, capaces de apreciar y aprender de los logros culturales del pasado y contribuir a ellos..? ¿Queremos eso o queremos gente que aumente el PBI? No es necesariamente lo mismo.”

Por estas razones, creemos, que es necesario convertir este tema en una preocupación social y en una bandera colectiva, en un reclamo que todos debemos exigir a nuestros representantes políticos. Quizás ha llegado el momento de comenzar a pensar en una nueva cultura y orientarnos social y políticamente hacia ella. Una cultura en donde se ponga el derecho de todos a una vida plena por encima del derecho de unos pocos a la sistemática explotación laboral. Una cultura en donde se trabaje para vivir, y no se viva para trabajar.

La reducción de la jornada laboral a 6 horas sería una excelente forma de empezar.



* Publicado en PijamaSurf, 25.01.15.

La familia Edwards y la herencia "perdida" de Federico Santa María




CIPER ofrece a sus lectores un capítulo del libro Cómo defraudar impunemente y a plena vista 27.000 millones de dólares. La familia Edwards y el mito de la pérdida de la fabulosa herencia de Federico Santa María de Boris Rotman.


Equipo CIPER


Hace unas semanas se publicó el libro Cómo defraudar impunemente y a plena vista 27.000 millones de dólares. La familia Edwards y el mito de la pérdida de la fabulosa herencia de Federico Santa María (Ceibo, 2021), del inmunólogo y biólogo molecular Boris Rotman. El libro, que ha tenido una buena venta en librerías, desarrolla una hipótesis que tiene como objetivo descartar el mito que recae sobre lo que ocurrió con la fortuna de Federico Santa María, empresario fallecido en 1925 que legó su dinero para fundar la Universidad Técnica Federico Santa María (UTFSM) en Valparaíso.

La familia Edwards, controladora de El Mercurio, a lo largo de 40 años dirigió los caminos de este plantel universitario. El autor señala que durante este tiempo se instaló el mito que indicaba que los dineros de Santa María disminuían año a año producto de gastos institucionales e inversiones sin suerte. Sin embargo, en esta investigación Rotman aporta datos que indican que la herencia –que la familia Edwards administró– jamás se perdió; todo lo contrario, se acrecentó con el paso de las décadas, y que “quedó en manos de Agustín Edwards Eastman, entre 1967 y 1973. Por lo tanto, algunos miembros actuales de dicha familia, presuntamente, siguen usufructuando de bienes mal adquiridos y que probablemente están ocultos en los llamados paraísos fiscales”.

A continuación, CIPER ofrece a sus lectores un capítulo de ese libro, donde se reseñan varios de los documentos y evidencias que son presentados en extenso a lo largo de todo el texto:


Discusión

En referencia a la Carta Abierta con la que iniciamos el presente trabajo de investigación, planteamos discutir la evidencia irrefutable de que la inmensa fortuna legada por Federico Santa María ―valorada en US$ 27.000 millones (actuales)― no se perdió, sino que, al presente, probablemente se encuentra en posesión de miembro(s) de la familia Edwards.

Concretamente, la principal evidencia proviene de las 28 Memorias Anuales de la UTFSM (1928-1956), con datos financieros que proporcionan evidencia de los siguientes hechos: 

1. El Mito de la pérdida de la herencia de Federico Santa María es ficticio; la verdad es que la herencia aumentó considerablemente.

2. Los datos financieros echan por tierra la creencia de que la construcción de los grandiosos edificios de la Universidad mermó la herencia. En realidad ―como señaló su antepasado Agustín Edwards Mac-Clure, en 1929― el patrimonio nunca se utilizó directamente para cubrir la construcción, sino que el coste fue pagado por hipotecas amortizadas en 24 años.

3. La subvención estatal ―que empezó cubriendo el 22% de los gastos de la Universidad en 1951 y subió paulatinamente hasta alcanzar el 87% en 1968― fue obtenida mediante el falso argumento de que la Universidad tenía que cubrir un déficit financiero, pues los gastos subían más que las rentas. De hecho, nunca existió tal déficit.

Se debe mencionar que las Memorias Anuales fueron presentadas con la aprobación de tres generaciones de Edwards: Agustín Edwards Mac-Clure, Agustín Edwards Budge, y Agustín Edwards Eastman.

El descubrimiento de que la herencia no sólo estaba intacta, sino que había aumentado, por lo menos hasta 1956, abrió la siguiente pregunta: ¿Qué proporción de la herencia se restituyó en 1968?

La respuesta es que si acaso la hubo el monto de la restitución fue únicamente del 1,7% del valor de la herencia en 1968; este valor proviene de dos documentos presentados por miembros del grupo Edwards al Consejo Superior de la UTFSM, en mayo de 1969:

1. Informe del Administrador General Hernán Plaza Palma, donde se establece que el patrimonio de la UTFSM en 1968 era de Eº 19.263.445 (equivalente a US$ 2.837.032);

2. Memorándum de Jorge Ross O., de 1969, que, aunque con diferencias, corrobora aproximadamente el valor del patrimonio señalado en el Informe de Plaza.

El Memorándum de Ross tiene importancia central, pues establece que Agustín Edwards Eastman violó la voluntad póstuma de Federico Santa María.

Más aún, Ross arguye que la inflación mermó totalmente la herencia y que solamente quedan los edificios de la Universidad como patrimonio. Un análisis detallado del Memorándum revela que el documento está hábilmente amañado para engañar al Consejo Superior, y constituye prueba fehaciente de las intenciones de Agustín Edwards Eastman de ocultar el hecho de que la herencia subsiste.

El Consejo Superior aceptó el Memorándum de Ross como verídico dado que, un año después (1970), el rector Jaime Chiang A. repitió textualmente las palabras de Ross en la Cuenta de la Gestión del Rector y del Consejo Superior ante la Asamblea General de la Universidad Técnica Federico Santa María.

De lo anterior, se concluye que el 98,3% de la herencia quedó en manos de Agustín Edwards Eastman y que, al día de hoy, muy probablemente sigue bajo el control de miembro(s) de su familia.

Esta conclusión se ve fortalecida gracias a la correspondencia entre Hernán Cubillos Sallato y Agustín Edwards Eastman, encontrada en los archivos de la Herbert Hoover Presidential Library (Stanford University).

La evidencia más categórica es el Memorándum de Cubillos a Edwards del 27 de abril de 1970, comunicándole que han ofrecido a Unilever un paquete de acciones de la Universidad Santa María.

El monto del paquete de acciones de la UTFSM en 21 empresas, se valora usando datos en la Exposición de Agustín Edwards Mac-Clure (1929), y es de US$ 154.397.938 (1969). Considerado el elevado monto del paquete, se comprende por qué Agustín Edwards Eastman eligió a Unilever como posible comprador del paquete. Muy pocas empresas en el mundo tenían el poder adquisitivo que les permitiera comprarlo.

Finalmente, debe mencionarse que el cómputo del valor actual de la herencia no incluye las 74 o más propiedades legadas por Federico Santa María, que dan cuenta de un 13% de la herencia total (Exposición de Agustín Edwards Mac-Clure de 1929). Recordemos que, en 1970, el rector Jaime Chiang declaró que la Universidad poseía solamente cinco propiedades.

En conjunto, estos hechos indican que la valorización actual de la herencia, en 27.000 millones de dólares, es conservadora, dado que se basa en acciones, y no incluye las propiedades o las ganancias que el Banco Edwards obtuvo administrando la Universidad. Me refiero, por ejemplo, a hipotecas, préstamos bancarios, agente de propiedades, etc. Adicionalmente, la fijación de una tasa del 6% para calcular las ganancias es inferior al valor real, que varía entre un 10 y un 15%.

Se podrá argumentar que la violación del testamento de Federico Santa María y el dolo en el manejo y administración de la herencia por parte de los antepasados de los actuales miembros de la familia Edwards puedan encontrarse prescritos según la ley.

Sin embargo, en el Acta Parlamentaria de 1969 se señala que:
“Una vez disuelta esta Fundación, los bienes quedarán momentáneamente en poder del Estado, con arreglo a lo que establece el Artículo 561 del Código Civil”[1].
El mencionado Artículo 561 establece que:
“Disuelta una corporación, se dispondrá de sus propiedades en la forma que para este caso hubieren prescrito sus estatutos; y si en ellos no se hubiere previsto este caso, pertenecerán dichas propiedades al Estado, con la obligación de emplearlas en objetos análogos a los de la institución. Tocará al Presidente de la República señalarlos”.
Considerando este precepto, el hecho de no restituir la herencia ―como prescribe el S.D. No 2.210 de 1968―, constituye malversación de fondos públicos y, en consecuencia, el Estado se encuentra habilitado para entablar juicio, con el objeto de recuperar la herencia.

Es mi deseo recordarle a la familia Edwards que existe un precedente jurídico para entablar dicha demanda: se trata del proceso por corrupción denominado “Caso Riggs”, dirigido en contra de Augusto Ramón Pinochet Ugarte, su descendencia y herederos, por los delitos de enriquecimiento ilícito durante el ejercicio de cargos públicos y ocultamiento de más de US$ 21 millones en bancos extranjeros[2].

También deben tener presente la existencia de un nuevo mecanismo, la Iniciativa de Recuperación de Activos Robados (StAR, acrónimo en inglés de International Asset Recovery), establecido por las Naciones Unidas, que ofrece mecanismos de alcance mundial destinados a llevar ante la justicia internacional los casos de apropiación indebida de caudales públicos y privados, mediante procesos de incautación. Esto es aplicable en el caso de la herencia de Federico Santa María. Si bien el mecanismo que permite el decomiso de los activos robados no genera condenas judiciales locales, sin dudas que su aplicación contra el patrimonio de su familia redundaría en un fuerte impacto a la honra de los Edwards.


NOTAS:





* Publicado en CIPER, 20.07.21.

Estados Unidos también está en guerra con Gaza




El genocidio en Gaza es tan estadounidense como israelí. Estados Unidos no lo detendrá.


Mitchell Plitnick


Después de largos meses y ríos de sangre palestina en Gaza, el mundo occidental finalmente está comprendiendo el hecho de que el cese del fuego propuesto en Gaza no se está manteniendo porque el gobierno de Israel lo está impidiendo.

El deseo de un alto el fuego en Estados Unidos, sobre todo entre los votantes demócratas, es evidente. Si le creemos al presidente Joe Biden, a la vicepresidenta Kamala Harris y, para su descrédito, incluso a la líder progresista Alexandria Ocasio-Cortez, el gobierno está trabajando “las veinticuatro horas del día” para lograrlo. Sin embargo, mientras la matanza en Gaza entra en su duodécimo mes, la única superpotencia del mundo parece impotente ante la intransigencia israelí.

Si esto suena absurdo, lo es. Entonces, ¿por qué Estados Unidos no detiene a Israel, como seguramente podría hacerlo simplemente interrumpiendo el flujo constante de armas?

Según una entrevista con la revista +972, la respuesta del exnegociador israelí Daniel Levy es que Estados Unidos no quiere detener la guerra porque “también es su guerra”.

Tiene razón. Levy analiza tanto el lobby israelí como las fuerzas geopolíticas que llevan a Washington a comportarse como lo hace. Vale la pena analizar la entrevista si queremos entender plenamente por qué Estados Unidos ha actuado como lo ha hecho desde que Israel comenzó su matanza en Gaza.


Fuerzas políticas internas

Si bien los republicanos —que también son blanco de la propaganda pro israelí— están predispuestos a favorecer a Israel porque sus opiniones religiosas, derechistas y a menudo abiertamente racistas se alinean bien con la agenda de Israel, los votantes demócratas necesitan más convencimiento.

Utilizando acusaciones falsas de antisemitismo y la influencia del dinero procedente de donantes conservadores demócratas y republicanos, los defensores de Israel están intentando contrarrestar la creciente simpatía hacia los palestinos entre los votantes demócratas.

Como dijo Levy, “Israel ha perdido en gran medida la narrativa, pero no subestimemos hasta qué punto las cosas aún pueden ser controladas por la brutalidad del dinero y las fuerzas pro israelíes… La Liga Antidifamación es muy importante en la militarización e instrumentalización del antisemitismo y la criminalización de la libertad de expresión palestina”.

Israel, que una vez aspiró a ser visto como igualitario, reconoció hace años que este esfuerzo era incompatible con su realidad como Estado étnico, construido sobre el desplazamiento y la persecución de los habitantes de ese territorio y gobernado por una compleja red de leyes que equivalía al apartheid.

Ante la disyuntiva de cambiar la naturaleza de ese Estado, reconocer genuinamente su historia y reparar el daño causado a quienes había perjudicado en su lucha por establecer y mantener su Estado, o redoblar su recurso a la fuerza bruta para sostener un régimen racista, Israel optó por esta última opción. Por lo tanto, sus intentos de mantener su atractivo para los liberales occidentales estaban condenados al fracaso. Por lo tanto, con el paso de los años Israel se ha alejado de tales esfuerzos y ha aplicado su modelo de fuerza bruta con mucha mayor intensidad en los campus universitarios, en los tribunales y en los órganos legislativos.

Estas actividades sofocan el debate legítimo, crean una atmósfera de miedo y aíslan y exponen al ataque a aquellos oradores más radicales que se niegan a permitir que estas tácticas silencien su indignación por el genocidio en Gaza y la creciente violencia en Cisjordania.

Sin embargo, a pesar de todos esos esfuerzos, el dinero y el uso del antisemitismo como arma no explican por completo la política estadounidense. Esos factores son más poderosos en el Congreso, pero tienen menos impacto (aunque no son insignificantes) en el Poder Ejecutivo.


Intereses geoestratégicos estadounidenses

Como dijo Levy, Gaza es una guerra de Estados Unidos, de la mano de Israel. No está llevando a cabo este genocidio contra su voluntad, y no se está dejando arrastrar a él por Israel o sus grupos de presión.

Vale la pena señalar que cada vez que Israel ha llevado a la región al borde del abismo, donde sólo habría bastado un ataque más en Teherán o Beirut contra el objetivo adecuado para desencadenar una guerra regional, Israel no ha aprovechado la oportunidad, a pesar de que la había creado.

También vale la pena señalar que Estados Unidos no necesita ningún lobby para involucrarse en guerras mortíferas en las que los civiles son los principales objetivos. Los miles de drones lanzados por los gobiernos de Barack Obama y Donald Trump, las invasiones de Irak y Afganistán, los bombardeos masivos y la hambruna provocada por el hombre en Yemen y la destrucción de Libia son sólo algunos de los ejemplos más recientes. Las intervenciones masivas en el Sudeste asiático y América Latina de años anteriores, cuyos efectos todavía se sienten profundamente, muestran el predominio a largo plazo de este enfoque en la política exterior estadounidense.

Cualquier intento de cambiar la política estadounidense en Oriente Medio se enfrenta a un pensamiento arraigado, que no puede separarse por completo de la defensa de Israel; de hecho, ambos están completamente entrelazados. Pero si nos limitamos a analizar el llamado “lobby”, nos perderemos partes importantes del panorama.

Levy abordó este tema en su entrevista, diciendo: “La escuela realista del pensamiento de seguridad nacional estadounidense considera que [el respaldo ciego de EE.UU. a Israel] es un desastre para los intereses estadounidenses y profundamente perjudicial para la reputación de Estados Unidos… Esto ha generado otra ronda global de ira contra Estados Unidos, porque esta es también la guerra de Estados Unidos”.

Entre aquellos a quienes los realistas se oponen se encuentran los ideólogos pro-israelíes, así como los pensadores serios de política exterior que ven el mundo a través de una lente binaria que es un artefacto de la Guerra Fría. Esos pensadores tienden a favorecer a Israel no por celo apasionado, sino por una visión que considera necesario apoyar a los aliados contra los movimientos nacionalistas o independentistas.

Esta es la situación en la que se encuentra Palestina desde el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, ya sea que las fuerzas en disputa fueran comunistas, nacionalistas árabes, “islamistas” o incluso movimientos más amplios como el Movimiento de Países No Alineados o los BRICS [foro político-económico conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica].

Ese tipo de pensamiento, que divide al mundo en dos bloques rivales, se refleja en el enfoque de Joe Biden en materia de política exterior en general. Esto explica su cambio de postura respecto de su retórica de campaña en 2020 sobre Arabia Saudita, por ejemplo.

Puede que Biden tenga un celo religioso respecto de Israel, pero también existe la sensación de que, más allá de la retórica florida, los movimientos por la justicia y los derechos humanos solo son aceptables si están en línea con los objetivos de “nuestro lado”.


Negarse a adaptarse a un mundo cambiante

A medida que la influencia unipolar de Estados Unidos continúa disminuyendo, los responsables políticos y quienes los influyen se adaptan a un mundo cambiante o se aferran desesperadamente a estrategias obsoletas que se vuelven cada vez más ineficaces e incluso perjudiciales.

Adaptarse a nuevas realidades lleva tiempo, especialmente en un país con una enorme burocracia de formulación de políticas como Estados Unidos. Los cambios en la política general no son universales, sino que se producen de uno en uno. Barack Obama, por ejemplo, vio la necesidad de cambiar el enfoque para defender mejor los intereses estadounidenses.

El intento inicial e ingenuo de Obama de presionar para lograr un acuerdo final que pusiera fin a la ocupación israelí mediante la congelación de los asentamientos fue rápidamente rechazado por el arraigado apoyo a Israel en su propio partido. Luego pasó a tratar de disminuir las tensiones con Irán con el objetivo a largo plazo de lograr que Irán entable una relación diplomática estable con los aliados estadounidenses en la región. A pesar de la enorme resistencia de los saudíes y los israelíes (que Obama combatió criminalmente en parte al permitir la violencia masiva de ambos países contra los pueblos yemení y palestino respectivamente), el plan parecía funcionar hasta que Donald Trump lo descartó.

Joe Biden ha continuado las políticas de Trump en lugar de intentar volver al enfoque más eficaz de Obama, aunque lejos de los derechos humanos o la justicia. El resultado ha sido el genocidio en Gaza, el creciente peligro de una guerra con Irán, la escalada de la agresión israelí en Cisjordania y las amenazas a los barcos en el Mar Rojo. No hace falta ser un defensor de Palestina para ver que esto es perjudicial para el mundo, incluso para los intereses imperialistas estadounidenses.

Pero no todo el mundo está de acuerdo. La extrema derecha israelí siempre ha creído que la solución a todos sus problemas es la fuerza militar. Siempre se ha opuesto con dureza a otras tácticas, como un proceso de paz sin fin. Pero ahora tiene la oportunidad de poner en práctica su estrategia preferida y la está aplicando.

Estados Unidos cuenta con un grupo similar de belicistas en materia de política exterior, aunque, a diferencia de Israel, se nutre de halcones liberales y otros sectores militaristas, así como de la derecha radical. Como en Israel, hay un debate sobre las tácticas, aunque no sobre el objetivo final: enfrentarse a Irán y socavar cualquier movimiento palestino que busque establecer una entidad nacional verdaderamente independiente y autodeterminada.

Los partidarios de la escuela realista de las relaciones internacionales, así como otros que ven los problemas del statu quo, sostienen que nuestro apoyo miope a Israel perjudica los intereses estadounidenses. Sin embargo, el argumento fracasa porque, como señaló Levy, “Estados Unidos dice: sí, la gente nos ha estado diciendo eso durante años, y no sucede. Estados Unidos todavía cree que puede absorber el costo que está pagando”.

La pérdida de credibilidad estadounidense por su apoyo a Israel ha alcanzado nuevas alturas a medida que continúa el genocidio en Gaza. Pero, al igual que Israel, los efectos materiales que hemos sentido han estado muy lejos de lo que se necesitaría para cambiar las mentes de aquellos que creen que oponerse a los movimientos nacionales independientes y el apoyo incondicional a nuestros aliados es fundamental para el poder global estadounidense.

Otros países, incluidos aliados de Estados Unidos, no tienen una mentalidad tan cerrada. Arabia Saudita ha estado trabajando para maximizar los beneficios que obtiene de Estados Unidos, al tiempo que amplía su relación con China y busca su propio acuerdo con Irán.

Si bien el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Irán ha recibido considerable atención, los saudíes no están solos. Bahréin también ha estado trabajando para mejorar su relación con Irán. Irak se está volviendo cada vez más hostil a la presencia estadounidense en curso dentro de sus fronteras, y los saudíes han desempeñado un papel clave en la superación de las diferencias entre el mundo árabe e Irán.

La organización BRICS se ha ampliado a nueve miembros, entre ellos Irán, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos. También se ha invitado a Arabia Saudita a unirse. Otros dieciocho países, entre ellos Turquía, Kuwait, Bahréin y Palestina, han solicitado unirse.

El equilibrio del poder global está cambiando y, trágicamente, las consecuencias de la lucha de las viejas potencias por conservar el poder incluyen un marcado giro hacia la derecha y mucha más violencia contra los civiles.

Mientras los activistas en Estados Unidos y Europa sólo pueden seguir presionando para que se produzcan cambios en las políticas de sus propios gobiernos, es de esperar que el liderazgo palestino aprenda de los fracasos de la OLP y abandone la inútil esperanza de que el cambio pueda venir de Estados Unidos.

Levy tiene razón cuando afirma: “Si yo estuviera diseñando un nuevo esfuerzo de paz hoy, haría todo lo posible para romper el monopolio estadounidense. Eso significa que los palestinos tienen que cambiar radicalmente su forma de pensar y dejar de pensar en términos estadounidenses u occidentales y utilizar la geopolítica en su beneficio”.

Esto no sólo se aplica a los palestinos, sino también a ese pequeño sector de Israel que quiere ver un cambio fundamental, incluida la verdadera igualdad para todos. También es un punto de referencia para las estrategias que debemos seguir todos los que estamos trabajando para cambiar la política estadounidense y europea. 

En última instancia, lo mejor que podemos hacer es apartar a nuestros gobiernos del camino. Su intervención siempre ha hecho mucho más daño que bien.





* Publicado en Mondoweiss, 06.09.24.

Por un feminismo para el 99%


Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser, autoras de Feminismo para el 99%


Es posible que las mujeres trabajadoras, las personas racializadas y los hombres blancos de los cinturones industriales no se perciban espontáneamente como grupos aliados. Pero, según Nancy Fraser, es posible construir una mayoría social si reconocen en el capitalismo a su enemigo principal.


Olimpia Malatesta


No todos los feminismos son equivalentes cuando se trata de luchar por la igualdad. De la misma forma en que las huelgas por el cambio climático organizadas por jóvenes de todo el mundo tienen un espíritu completamente diferente al del greenwashing empresarial, las huelgas anuales del Día Internacional de la Mujer han mostrado que el liberalismo característico de figuras como Hillary Clinton no es en absoluto el único tipo de política feminista posible.

Pocas intelectuales han sido tan claras al respecto como Nancy Fraser, una crítica aguda de los feminismos que solo apuntan a posicionar a más mujeres en los directorios de las empresas y en los parlamentos. En cambio, su libro Feminismo para el 99%, escrito junto con Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya, argumenta a favor de un feminismo enfocado en las necesidades de la mayoría de la sociedad.

No se trata en ningún sentido de limitar el feminismo a una concepción estrecha del lugar de trabajo. El feminismo para el 99% se trata de cómo organizar a una mayoría social detrás de una agenda común, reuniendo los intereses materiales de la gente trabajadora con frentes de batalla tales como el antirracismo, la liberación LGTB y la lucha contra la violencia machista.

En esta entrevista, Fraser conversó con Olimpia Malatesta acerca de cómo el feminismo puede ayudarnos a ir más allá de las reivindicaciones tradicionales del movimiento obrero, cómo la política anticapitalista puede reunir una mayoría social y qué tanto puede hacer el compromiso con los partidos y con el Estado para que avance el feminismo para el 99%.

-Un mérito clave de Feminismo para el 99% es que remarca la importancia del “trabajo reproductivo”, aun hoy concentrado abrumadoramente en las mujeres. Esto es diferente de lo que sucede con muchos análisis anticapitalistas que solo consideran las luchas desplegadas en el marco del “trabajo productivo” (salarios, horas, etc.). Usted argumenta a favor de ampliar la lucha de clases a la esfera reproductiva, luchando por servicios como el sistema de salud, la educación y el transporte públicos y la vivienda social.

Pero esto plantea otro problema. Si el bienestar fue garantizado normalmente por el Estado, pero a su vez es el Estado el que actualmente atenta contra estos servicios, ¿cómo debería relacionarse el feminismo con el Estado en sí mismo? Los movimientos feministas, ¿deberían comprometerse en la construcción de partidos progresistas (o en la radicalización de los que ya existen, como lo hacen, por ejemplo, Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez, etc.)?

-Una cosa que debemos hacer las feministas, como deben hacerlo también todas las fuerzas progresistas, es defender los servicios públicos contra la austeridad que los Estados imponen en nombre del sector financiero. Debemos oponernos a la reducción y a la mercantilización de los servicios públicos. Pero esto no es suficiente.

El sistema financiero es una fuerza mundial que enfrenta a unos países con otros. Por lo tanto, no puede ser derrotado país por país. Muchas personas ni siquiera tienen un Estado que funcione realmente. Viven en Estados fallidos, en campos de refugiados o en cleptocracias. Pero también sucede que muchas personas que sí cuentan con un Estado están siendo arrastradas al precipicio por los inversores y por los bancos.

Por lo tanto, los enfoques que se basan exclusivamente en el Estado no bastan para dar una respuesta. Al contrario, lo que necesitamos es un contrapoder mundial. La lucha contra la austeridad solo puede triunfar si unimos todas las luchas que se desarrollan a nivel estatal con luchas más amplias que se despliegan a nivel transnacional y que apuntan a transformar el orden financiero mundial. Debemos construir alianzas transfronterizas que luchen por los derechos sociales no solo a nivel nacional, sino también a nivel global.

Pero quiero contestar también a la segunda parte de tu pregunta, acerca de cómo las feministas debemos relacionarnos con los partidos anticapitalistas y con las corrientes políticas de izquierda. Se trata en parte de una cuestión táctica, que tiene que decidirse caso por caso atendiendo a las particularidades locales. Pero estas decisiones deben estar orientadas por dos consideraciones generales.

En primer lugar, cualquier feminismo que apunte a liberar a todas las mujeres debe ser un feminismo anticapitalista. Los feminismos liberales y procapitalistas pueden, como mucho, empoderar a un estrato pequeño y privilegiado de mujeres profesionales que cumplen roles de dirección en las empresas, mientras dejan a la gran mayoría de las mujeres expuestas a abusos de todo tipo.

En segundo lugar, las feministas, por más numerosas y radicales que seamos, no podemos transformar la sociedad solas. La transformación estructural profunda que necesitamos solo puede ser alcanzada por medio de una alianza anticapitalista con bases amplias, que también debe incluir a los movimientos radicales y a los partidos políticos que hasta este momento no han priorizado las cuestiones de género. Tendremos que presionarlos para que lo hagan, a medida que nos unimos al ecologismo radical, al antirracismo, a los movimientos por los derechos de inmigrantes, a los sindicatos y otras organizaciones similares. Esa es la única vía hacia una transformación social a gran escala.

Es también la única vía hacia un feminismo realmente emancipador. Ciertamente, nuestras preocupaciones principales son el género y la sexualidad. Pero estos asuntos no existen en el vacío y no pueden ser abstraídos de la matriz social más amplia en la cual están inmersos, que se define también por grandes fracturas producidas por otras injusticias sociales. Por lo tanto, las feministas debemos ampliar nuestra agenda más allá de lo que generalmente se entiende como “la cuestión de la mujer”. Por eso insistimos justamente en que los movimientos obreros amplíen su agenda para incluir al trabajo reproductivo, tal como decías. Pero nosotras también necesitamos ampliar nuestra agenda para incluir todo el espectro de cuestiones que ciertamente afecta a las mujeres, pero que también afecta a todo el mundo.

-¿Existe ya alguna relación entre los movimientos feministas y los partidos en los Estados Unidos? ¿Cómo actúa el Partido Demócrata en relación con este punto?

-El feminismo de la segunda ola en los Estados Unidos surgió como un movimiento radical antisistema; como parte de la nueva izquierda que era, no tuvo vínculos directos con ningún partido político. Pero en las décadas que siguieron, mientras su radicalismo se extinguía, las corrientes dominantes del movimiento abrazaron el liberalismo y se transformaron en un grupo con intereses específicos dentro del Partido Demócrata. Esto fue problemático porque sucedió en el mismo momento en que este partido estaba transformándose en una fuerza que se alineaba detrás del neoliberalismo y la financiarización.

El resultado fue que el “feminismo oficial” quedó atado, entre los demócratas, a políticas que dañaron profundamente a las clases trabajadoras. Esto hizo que la supervivencia de todas las feministas norteamericanas, incluyendo a las de izquierda, sea algo bastante difícil. El problema se agravó por las particularidades de nuestro sistema electoral, que arroja efectivamente una organización política bipartidista, haciendo prácticamente imposible que un tercer partido (o un cuarto, o un quinto) gane fuerza. Esto hace que el Partido Demócrata sea la única alternativa. Sin otro lugar a donde ir, los movimientos radicales solo pueden ejercer algo de influencia política luchando en su interior para cambiar su orientación.

Esto es exactamente lo que sucede hoy. Los demócratas están divididos entre el ala Clinton/Obama (“neoliberales progresistas”, tal como los he denominado) y el ala Sanders/Warren/AOC (“socialistas democráticos” o populistas progresistas anti corporaciones). Estas dos fuerzas luchan a muerte por el control del partido. Desde mi punto de vista, no hay ninguna duda acerca de que las feministas deberíamos alinearnos a la izquierda en esta lucha, incluso mientras insistimos en que el partido debería poner las ideas feministas en el centro de su agenda.

-En su libro habla acerca de las “cadenas mundiales de cuidados” y de la “crisis de los cuidados”, que permite que mujeres ricas contraten a mujeres pobres (generalmente migrantes o racializadas) para que se hagan cargo de sus hogares, hijos y padres, mientras aquellas pueden concentrarse en sus carreras. Tal como argumenta, a estas mujeres mal remuneradas no les queda tiempo para atender a sus responsabilidades domésticas ni familiares y deben transferírselas a otras mujeres que son todavía más pobres que ellas atravesando fronteras nacionales, y así sucesivamente ¿Podrías explicar este concepto de “cadenas mundiales de cuidados”? Y si consideramos que los intereses de las mujeres que se encuentran en la cima de la cadena son radicalmente diferentes de los de las del fondo, ¿cómo pueden reunirse en una misma lucha feminista? ¿Hay un campo de batalla común?

-Es una pregunta muy buena. No está claro quién acuñó la frase exacta “cadenas mundiales de cuidados”, pero mucha gente le da crédito por ello a la socióloga norteamericana Arlie Hochschild. Ella escribió un artículo muy citado (“Amor y oro”), que sugiere que el amor es el nuevo oro, el nuevo “recurso natural” que el norte global extrae del sur global. De la misma manera en la que se extraían metales preciosos en el pasado, se extrae el cuidado en la actualidad, en tanto las mujeres privilegiadas del norte asumen trabajos demandantes, llegando a trabajar de sesenta a setenta horas por semana para alcanzar cargos directivos en las empresas o incluso volverse socias en prestigiosos estudios jurídicos.

Para hacer esto, necesitan descargar sus responsabilidades domésticas y de cuidados sobre otras personas. Los compañeros varones no ayudan y los servicios públicos son recortados. Entonces, ¿a quién recurrir? La respuesta: a las mujeres inmigrantes, a menudo racializadas, que vienen del otro lado del mundo, dejando a sus propias familias bajo el cuidado de otras personas, mujeres más pobres, que deben apoyarse a su vez sobre otras que son todavía más pobres que ellas. De aquí la imagen de una red de cadenas de cuidado mundiales, en analogía con las cadenas mundiales de mercancías. Pero, por supuesto, esto no es una solución. En lugar de solucionar los déficits de cuidado, esto simplemente desplaza el problema en la cadena hacia mujeres que son cada vez menos privilegiadas. Es como el juego de la silla: cuando la música se detiene, alguien se queda sin lugar para sentarse. En efecto, la liberación de las mujeres privilegiadas en las ciudades centrales está construida sobre la extracción de “oro” de la periferia.

¿Dónde queda –me preguntas– la idea de sororidad mundial? Yo creo que esta no es la mejor forma de pensar las políticas feministas. Prefiero decir que existen muchos feminismos diferentes que compiten entre sí, con concepciones diferentes acerca de la igualdad de género, de las causas del sexismo y de qué debe ser transformado y cómo esto debe hacerse. Estas concepciones difieren mucho en su orientación de clase y racial/étnica/nacional. Visto de esta forma, el feminismo no es una especie de sororidad mundial, sino que es un campo de batalla político-ideológico. Y eso es algo bueno porque tenemos que luchar realmente por estas cuestiones.

Preguntas si todas las mujeres comparten los mismos intereses. Ciertamente no, si asumimos que la gente define sus intereses en relación con las estructuras y las instituciones existentes. En ese caso, los intereses de las trabajadoras domésticas migrantes entran en conflicto directo con los de las mujeres privilegiadas que las contratan por largas horas, pagándoles salarios bajos y sin garantizarles derechos laborales. Por otro lado, no debemos considerar la forma en que se expresan los intereses en un momento determinado como si fuese una verdad sacrosanta. En los períodos de crisis, mucha gente se radicaliza y comienza a comprender sus intereses de forma diferente. Cuando las personas son atraídas por proyectos de transformación social, redefinen estos intereses bajo una nueva luz. Posiblemente, algunas mujeres de la clase profesional que ocupan roles ejecutivos, y que ahora se ven atraídas por las formas neoliberales del feminismo, se “convertirán” –por así decirlo– al feminismo del 99%. Pero esto solo sucederá si nuestro movimiento se vuelve lo suficientemente amplio, fuerte y convincente en su afán de ofrecer una vida mejor para todo el mundo.

¿Qué significa esto en relación con la crisis de los cuidados? Las feministas del 99% apuntamos a transformar completamente las relaciones entre “producción” y “reproducción”. Decimos que nadie debería verse obligado a trabajar sesenta o setenta horas a la semana para tener una vida respetable. Cada quien debería poder disponer de una semana de trabajo más corta y de mucho más tiempo para la vida familiar, la participación política y otros tipos de disfrute. Nadie debería verse encerrado en juegos de suma cero que nos fuerzan a quitar de una actividad fundamental de la vida lo que ponemos en otra. Todas y todos deberíamos tener acceso a una asistencia amplia y generosa para efectuar trabajos de cuidado (lo cual implica a Estados, amistades, vecinas y vecinos y asociaciones civiles). Los hombres deberían ser tan responsables y estar tan comprometidos con estas actividades como las mujeres. Solo este enfoque puede resolver verdaderamente la crisis actual del cuidado y hacer que la vida sea mejor para el conjunto.

-El manifiesto aboga por un feminismo capaz de involucrar a la gran mayoría de las mujeres sin dejar de apuntar a una transformación social radical. De esta manera, devela la hipocresía del feminismo corporativo progresista y neoliberal, con su ideología de “romper el techo de cristal” (lo cual deja a otras mujeres, que tienen menos posibilidades y menos capital humano, directamente “en el sótano”).

Pero, ¿a quiénes apunta su manifiesto? ¿A activistas feministas que ya están militando o a posibles activistas futuras? Aun si tu diagnóstico es correcto, esta idea individualista de “integrarse”, que borra cualquier otra consideración de clase y raza, es todavía muy poderosa para muchas mujeres, especialmente para aquellas que no están muy politizadas. Y a pesar de que la ideología neoliberal se está debilitando lentamente, todavía hay una antropología neoliberal que influye, no solo en lo alto del 1%, sino también entre mujeres de clase media e incluso entre mujeres pobres. ¿Debemos rechazar completamente este tipo de feminismo? ¿O hay otra forma de utilizarlo con fines sociales o progresistas?

-Es posible que tengas razón acerca de que el sentido común de muchas personas de las clases medias y altas sigue siendo liberal o neoliberal. Pero creo que este sentido común ha perdido mucha credibilidad en otros estratos. Ahora que la neoliberalización se dio contra la pared, la gente de las clases trabajadoras y pobres insiste en que la cosa no está funcionando, como también lo hace la parte más baja de las clases medias. Esto es lo que hace que la idea del feminismo para el 99% sea más que un sueño imposible: la realidad social ya nos ha situado a medio camino.

A medida que las personas pierden la fe en los partidos y en los políticos tradicionales, se encuentran con la necesidad de pensar las cosas por fuera de los marcos prestablecidos. Este es ciertamente el caso de quienes apoyan a Donald Trump, Jair Bolsonaro, Narendra Modi y Matteo Salvini. Pero también es el caso de quienes se ven atraídos por formaciones más ambiguas como el Movimiento Cinco Estrellas y por figuras populistas de izquierda como Sanders, Jean-Luc Mélenchon y Jeremy Corbyn.

En esta situación de incertidumbre, de fluidez y experimentación, es absolutamente crucial que las feministas de izquierda (como también las personas de izquierda en general) aprovechen la oportunidad y ofrezcan una alternativa, no solo al populismo de derecha, sino también al “neoliberalismo progresista”. Es un momento en el cual las opiniones de la gente cambian rápidamente, y necesitamos aportar nuestras mejores ideas a esta amalgama.

Me preguntas: ¿para quién escribimos el manifiesto? Bueno, para un rango amplio de lectores. Lo escribimos en parte para quienes ya están cerca de alguna forma de feminismo de izquierda, un grupo que incluye a grandes cantidades de mujeres jóvenes (y, por cierto, ¡también hombres jóvenes!) que se han radicalizado, que quieren militar. Muchas de ellas no saben todavía gran cosa acerca de lo que son el capitalismo, el feminismo o el socialismo. Se han politizado recientemente y están sedientas de una perspectiva que pueda guiarlas.

-Y no rechazan la palabra “socialismo”… al menos en Estados Unidos.

-Bueno, es verdad que Estados Unidos es diferente a Europa en este punto. Históricamente, Europa tuvo grandes partidos socialistas, muchos de los cuales están colapsando en este momento porque apoyaron la neoliberalización. Por el contrario, Estados Unidos no ha tenido ningún partido importante que se haya denominado a sí mismo “socialista” casi por un siglo. Por lo tanto, puede ser más fácil para nosotras reclamar esta palabra; aunque ustedes [en Europa] tal vez necesiten encontrar otras nuevas. Pero en ambos continentes (¡y también en otros!), muchas personas están gravitando hacia la izquierda, lo que incluye tanto a gente que ya era feminista como a gente se está volviendo feminista en este momento.

Todas estas personas se cuentan entre quienes leen el manifiesto en diferentes países. Algunas agrupaciones en partidos políticos y sindicatos lo están utilizando en grupos de lectura para educar a sus integrantes. El manifiesto también se lee en las universidades, tanto en los programas de estudios de género como en otros departamentos y programas. También hay lectoras y lectores que no han mostrado particular interés en el feminismo, pero que activan en la izquierda de otros movimientos, tales como el movimiento obrero, movimientos antirracistas o ecologistas.

Esto es importante porque el manifiesto puede servir como un modelo para otros movimientos. El activismo verde puede adaptar nuestra estrategia desarrollando un ecologismo para el 99%; las y los antirracistas pueden formular su antirracismo para el 99% (y así podría continuarse la lista). Finalmente, recuerda que nuestro manifiesto fue publicado simultáneamente en veinte idiomas, y muchas traducciones nuevas están en proceso. Esto muestra que hay un interés generalizado en este tipo de pensamiento, que apela a una variedad de lectoras y lectores que antes se encontraba diseminada pero que podría estar convergiendo en este momento.

-Muchas personas reducen todo a la “clase trabajadora blanca” argumentando que el feminismo y el antirracismo crearán inevitablemente conflictos inútiles al interior de la “clase” (como si la clase estuviese compuesta exclusivamente por hombres trabajadores blancos). ¿Cómo responderías a esto? Si muchos hombres blancos de clase trabajadora en el Rust Belt votaron a Trump, ¿cómo puede una fuerza política de izquierda convencerlos de que el feminismo y el antirracismo no son simplemente agendas de reconocimiento identitario que compiten entre sí, sino que apuntan sobre todo a la distribución de la riqueza? ¿Cómo puede la izquierda crear un bloque hegemónico capaz de aliar a la clase trabajadora de la manufactura, la minería y la construcción, con sectores que dependen de sus salarios pero que desempeñan sus actividades en trabajos de servicio, en el trabajo doméstico y en el sector público, grupo que incluye especialmente a mujeres, inmigrantes y personas de color?

-La izquierda debería tratar de convencer a todos estos grupos de personas, que generalmente no se conciben como aliados, de que deben hacer justamente eso: unirse. Debemos intentar mostrar a estos dos grupos que, más allá de lo diferentes que parezcan ser sus problemas en la superficie, están anclados en un único sistema social, que es el capitalismo financiarizado. Esto implica ofrecerles un mapa con el cual cada grupo pueda ubicarse en relación al otro, identificar a su enemigo común y encontrar la posibilidad de unir fuerzas contra este enemigo. Esta es mi idea general acerca de qué debería hacer la izquierda en este momento.

El manifiesto es un ejemplo de este tipo de estrategia. Por supuesto, no habla directamente a las capas del Rust Belt que votaron por Trump en los Estados Unidos, ni a quienes podrían ser sus análogos en otras partes del mundo. Habla a un amplio grupo de lectoras y lectores feministas y de izquierda que confían en nosotras. Y, como dije, bosqueja una suerte de mapa que puede ser adaptado en sectores entre los cuales son ellas y ellos quienes gozan de credibilidad.

Incidentalmente, he propuesto en otro lugar (en “Lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer”) que una estrategia populista de izquierda podría unir al menos a una parte de quienes votan a Trump en el Rust Belt con otras fracciones de la clase trabajadora estadounidense (mujeres, gente de color, inmigrantes) que en el pasado han apoyado a sus opositores neoliberales progresistas (Obama, los Clinton y ahora Joe Biden). Veo al feminismo para el 99% como una tendencia importante en esta potencial alianza contrahegemónica, que debe acoplarse a muchas otras tendencias distintas.

-¿Qué debería hacer un populismo de izquierda para ganarse a la clase trabajadora del Rust Belt? Después de todo, la mayoría probablemente no sea racista, ni homofóbica, ni misógina, ni nada de esto (aun si existe una parte que realmente lo es). Debe haber una forma de dirigirse a ellos nuevamente.

-Sí, exactamente. Es crucial que nos dirijamos a ellos. Si no lo hacemos, simplemente se los estamos cediendo a la derecha. Lo primero que hay que hacer es reconocer que tienen reivindicaciones legítimas. Esto también implica reconocer que tienen motivos para rechazar a los partidos neoliberales principales, que destruyeron la economía política que les había dado algo de dignidad y un motivo para pensar que sus hijas e hijos podían tener mejores vidas. Todas estas expectativas se han desvanecido completamente en la actualidad.

El problema es que muchas y muchos–al menos por ahora– están siendo arrastrados hacia perspectivas que les brindan una interpretación errada de a quién hay que culpar por todo esto. Debemos decir “tienes razón en tu enojo, pero estás apuntando al sospechoso equivocado: no son los colectivos inmigrantes, ni la gente de color, ni los mejicanos, musulmanes, africanos, o judíos. Los verdaderos culpables son el neoliberalismo y las finanzas mundiales”.

Esto también da una pauta de cómo podemos distinguir al populismo de izquierda del populismo de derecha. Ambos movilizan a las masas contra un estrato elitista que se supone que oprime al “pueblo” desde arriba. Pero los populistas de derecha simultáneamente se movilizan en contra de un estrato más bajo que frustra al “pueblo” desde abajo, ya sea que se trate de comunidades negras, latinas, de inmigrantes, musulmanas, árabes o judías.

De esta manera, el populismo de derecha posiciona al “pueblo” amenazado en el medio, atrapado entre sus enemigos “superiores” e “inferiores”; combina el resentimiento contra las élites ricas con el chivo expiatorio de las minorías desfavorecidas. Esa es la diferencia clave con el populismo de izquierda. Lejos de apelar a estos chivos expiatorios, [el populismo de izquierda] invoca una comprensión más amplia del “pueblo”, uniendo a los estratos medios y a los estratos más bajos (o al menos a eso apunta) en contra de una pequeña clase alta o élite. El movimiento Occupy entendió esto perfectamente cuando apuntó al 1% en nombre del 99%.

Esta es otra diferencia clave. El populismo de derecha tiende a caracterizar a las élites odiadas en términos identitarios, mientras el populismo de izquierda las define por su rol funcional o por su posición estructural en la sociedad. Por lo tanto, mientras los populistas de derecha se movilizan contra el “liberalismo secular”, contra los “banqueros judíos” o contra los “homosexuales”, sus contrapartes en la izquierda apuntan a “Wall Street”, las “Big Tech” o a las “finanzas mundiales”.

-En un artículo de otoño de 2017 argumentó que tanto el neoliberalismo progresista (la alianza entre el multiculturalismo, el feminismo, la comunidad LGTBQ y el ecologismo y lo que tú has llamado la “Goldman Sachsificación de la economía estadounidense”) como el neoliberalismo reaccionario (políticas neoliberales de distribución acopladas con políticas de reconocimiento reaccionarias) han ido perdiendo lentamente su hegemonía en los Estados Unidos luego de la crisis económica.

Esto ha producido una “brecha hegemónica” que ha sido colmada por el ascenso del populismo (sea progresista o reaccionario). Trump ganó en un primer momento esta lucha por la hegemonía gracias a sus promesas acerca de una política de distribución más fuerte.

Su punto es que a pesar de que durante su campaña de 2016 se presentó a sí mismo como un “populista reaccionario”, sus políticas reales lo han desenmascarado como un “neoliberal híper-reaccionario”. Esto significa que ha abandonado las políticas de distribución y solo ha implementado las políticas de reconocimiento reaccionarias. ¿Es esta intensificación de las políticas identitarias más reaccionarias (patriarcales, misóginas, homofóbicas, racistas), sin ninguna agenda redistributiva que la acompañe, suficiente para mantener un consenso duradero?

-Es fascinante ver cómo se desenvuelve este drama trumpiano: cada día nos sorprende con algo más impactante que el día anterior. Pero aun así, Trump no ha favorecido la creación de trabajos bien remunerados en el sector de las manufacturas ni ha instituido proyectos de obras públicas que apunten a reparar nuestra decadente infraestructura. En los Estados Unidos también tenemos puentes que colapsan y matan gente.

A pesar de que Trump hizo campaña prometiendo invertir en tales proyectos de obras públicas, no ha hecho nada en ese sentido. Prefiere el plano de la fantasía, argumentando falsamente que está construyendo un “muro hermoso” en la frontera mexicana. Su guerra de aranceles con China es igualmente fantasiosa y deshonesta. Ni toda la retórica nacional-populista del mundo puede ocultar el hecho de que el sector de la clase trabajadora más empobrecida que se cuenta entre sus bases no saca ningún beneficio de estas políticas incoherentes. Aunque Trump esté causando estragos en las cadenas mundiales de suministro, en una economía mundial integrada y organizada para beneficio de la clase capitalista esto no beneficia automáticamente a las clases trabajadoras.

Por lo tanto, sí, Trump está gobernando como un neoliberal híper-reaccionario ¿Cuánto tiempo puede seguir así? Nadie lo sabe. Es obvio que, hasta cierto punto, sus acciones como presidente han traicionado a aquellos votantes que se habían visto atraídos por las promesas populistas. Pero, ¿cuántos de ellos lo abandonarán en 2020? Eso depende de qué otra cosa haya para ofrecer.

Parte del electorado de Trump está formado por miembros de sindicatos que antes votaban al Partido Demócrata. Lejos de tener credenciales racistas, mucha de esta gente votó por Obama, tanto en 2008 como en 2012, cuando éste empalmó con la retórica de Occupy para hacer campaña en la izquierda. Es igualmente importante notar que algunos votaron por Sanders en las primarias de 2016. ¿Pueden los demócratas recuperar a aquellos votantes? Creo que su mejor jugada sería nominar a un izquierdista incorregible, como Bernie Sanders o Elizabeth Warren, quienes están haciendo campaña como populistas de izquierda. Pueden darle voz a las reivindicaciones genuinas de esta capa trabajadora, reemplazando los chivos expiatorios de Trump con un diagnóstico estructural válido acerca de qué es lo que está mal y qué es lo que debe ser cambiado. Por el contrario, un neoliberal progresista y centrista como Joe Biden llevará al electorado blanco de la clase trabajadora de nuevo hacia Trump.

-¿Por qué piensas que la categoría de “fascismo” es inadecuada para describir la situación actual?

-Creo que la situación actual está caracterizada por una apertura genuina y por una gran fluidez. Un interregno, si quieres, en el cual “lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer”. A medida que el sentido común tradicional se resquebraja, la gente empieza a desplazarse por todo el terreno. Un día votan por Mélenchon, al día siguiente por Marine Le Pen.

En este contexto es contraproducente invocar el espectro del fascismo. Puedo conceder que las políticas y la retórica de Trump son odiosas y excluyentes, y que han servido para incitar a la violencia racista. Pero decir que los fascistas están a la vuelta de la esquina, que tenemos que cerrar filas con los liberales en contra de ellos, es desde mi punto de vista un error. Todavía hay posibilidades abiertas, y es tiempo de ir detrás de ellas.

Si fracasamos, entonces tal vez sí vengan tiempos en los que los fascistas estarán en el centro de la escena. Cuando ese tiempo llegue, pelearé codo a codo con los liberales antifascistas. Pero no hemos llegado a ese punto. Por el contrario, son los liberales quienes nos han traído este dañino populismo de derecha. Fue su proyecto “neoliberal progresista” el que permitió el ascenso de Trump. Y si volvemos a darles poder, crearán las condiciones para populismos de derecha todavía más dañinos, para gente que puede ser aún peor que Trump.



* Publicado en Jacobin, 29.12.20.

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