Estados Unidos también está en guerra con Gaza




El genocidio en Gaza es tan estadounidense como israelí. Estados Unidos no lo detendrá.


Mitchell Plitnick


Después de largos meses y ríos de sangre palestina en Gaza, el mundo occidental finalmente está comprendiendo el hecho de que el cese del fuego propuesto en Gaza no se está manteniendo porque el gobierno de Israel lo está impidiendo.

El deseo de un alto el fuego en Estados Unidos, sobre todo entre los votantes demócratas, es evidente. Si le creemos al presidente Joe Biden, a la vicepresidenta Kamala Harris y, para su descrédito, incluso a la líder progresista Alexandria Ocasio-Cortez, el gobierno está trabajando “las veinticuatro horas del día” para lograrlo. Sin embargo, mientras la matanza en Gaza entra en su duodécimo mes, la única superpotencia del mundo parece impotente ante la intransigencia israelí.

Si esto suena absurdo, lo es. Entonces, ¿por qué Estados Unidos no detiene a Israel, como seguramente podría hacerlo simplemente interrumpiendo el flujo constante de armas?

Según una entrevista con la revista +972, la respuesta del exnegociador israelí Daniel Levy es que Estados Unidos no quiere detener la guerra porque “también es su guerra”.

Tiene razón. Levy analiza tanto el lobby israelí como las fuerzas geopolíticas que llevan a Washington a comportarse como lo hace. Vale la pena analizar la entrevista si queremos entender plenamente por qué Estados Unidos ha actuado como lo ha hecho desde que Israel comenzó su matanza en Gaza.


Fuerzas políticas internas

Si bien los republicanos —que también son blanco de la propaganda pro israelí— están predispuestos a favorecer a Israel porque sus opiniones religiosas, derechistas y a menudo abiertamente racistas se alinean bien con la agenda de Israel, los votantes demócratas necesitan más convencimiento.

Utilizando acusaciones falsas de antisemitismo y la influencia del dinero procedente de donantes conservadores demócratas y republicanos, los defensores de Israel están intentando contrarrestar la creciente simpatía hacia los palestinos entre los votantes demócratas.

Como dijo Levy, “Israel ha perdido en gran medida la narrativa, pero no subestimemos hasta qué punto las cosas aún pueden ser controladas por la brutalidad del dinero y las fuerzas pro israelíes… La Liga Antidifamación es muy importante en la militarización e instrumentalización del antisemitismo y la criminalización de la libertad de expresión palestina”.

Israel, que una vez aspiró a ser visto como igualitario, reconoció hace años que este esfuerzo era incompatible con su realidad como Estado étnico, construido sobre el desplazamiento y la persecución de los habitantes de ese territorio y gobernado por una compleja red de leyes que equivalía al apartheid.

Ante la disyuntiva de cambiar la naturaleza de ese Estado, reconocer genuinamente su historia y reparar el daño causado a quienes había perjudicado en su lucha por establecer y mantener su Estado, o redoblar su recurso a la fuerza bruta para sostener un régimen racista, Israel optó por esta última opción. Por lo tanto, sus intentos de mantener su atractivo para los liberales occidentales estaban condenados al fracaso. Por lo tanto, con el paso de los años Israel se ha alejado de tales esfuerzos y ha aplicado su modelo de fuerza bruta con mucha mayor intensidad en los campus universitarios, en los tribunales y en los órganos legislativos.

Estas actividades sofocan el debate legítimo, crean una atmósfera de miedo y aíslan y exponen al ataque a aquellos oradores más radicales que se niegan a permitir que estas tácticas silencien su indignación por el genocidio en Gaza y la creciente violencia en Cisjordania.

Sin embargo, a pesar de todos esos esfuerzos, el dinero y el uso del antisemitismo como arma no explican por completo la política estadounidense. Esos factores son más poderosos en el Congreso, pero tienen menos impacto (aunque no son insignificantes) en el Poder Ejecutivo.


Intereses geoestratégicos estadounidenses

Como dijo Levy, Gaza es una guerra de Estados Unidos, de la mano de Israel. No está llevando a cabo este genocidio contra su voluntad, y no se está dejando arrastrar a él por Israel o sus grupos de presión.

Vale la pena señalar que cada vez que Israel ha llevado a la región al borde del abismo, donde sólo habría bastado un ataque más en Teherán o Beirut contra el objetivo adecuado para desencadenar una guerra regional, Israel no ha aprovechado la oportunidad, a pesar de que la había creado.

También vale la pena señalar que Estados Unidos no necesita ningún lobby para involucrarse en guerras mortíferas en las que los civiles son los principales objetivos. Los miles de drones lanzados por los gobiernos de Barack Obama y Donald Trump, las invasiones de Irak y Afganistán, los bombardeos masivos y la hambruna provocada por el hombre en Yemen y la destrucción de Libia son sólo algunos de los ejemplos más recientes. Las intervenciones masivas en el Sudeste asiático y América Latina de años anteriores, cuyos efectos todavía se sienten profundamente, muestran el predominio a largo plazo de este enfoque en la política exterior estadounidense.

Cualquier intento de cambiar la política estadounidense en Oriente Medio se enfrenta a un pensamiento arraigado, que no puede separarse por completo de la defensa de Israel; de hecho, ambos están completamente entrelazados. Pero si nos limitamos a analizar el llamado “lobby”, nos perderemos partes importantes del panorama.

Levy abordó este tema en su entrevista, diciendo: “La escuela realista del pensamiento de seguridad nacional estadounidense considera que [el respaldo ciego de EE.UU. a Israel] es un desastre para los intereses estadounidenses y profundamente perjudicial para la reputación de Estados Unidos… Esto ha generado otra ronda global de ira contra Estados Unidos, porque esta es también la guerra de Estados Unidos”.

Entre aquellos a quienes los realistas se oponen se encuentran los ideólogos pro-israelíes, así como los pensadores serios de política exterior que ven el mundo a través de una lente binaria que es un artefacto de la Guerra Fría. Esos pensadores tienden a favorecer a Israel no por celo apasionado, sino por una visión que considera necesario apoyar a los aliados contra los movimientos nacionalistas o independentistas.

Esta es la situación en la que se encuentra Palestina desde el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, ya sea que las fuerzas en disputa fueran comunistas, nacionalistas árabes, “islamistas” o incluso movimientos más amplios como el Movimiento de Países No Alineados o los BRICS [foro político-económico conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica].

Ese tipo de pensamiento, que divide al mundo en dos bloques rivales, se refleja en el enfoque de Joe Biden en materia de política exterior en general. Esto explica su cambio de postura respecto de su retórica de campaña en 2020 sobre Arabia Saudita, por ejemplo.

Puede que Biden tenga un celo religioso respecto de Israel, pero también existe la sensación de que, más allá de la retórica florida, los movimientos por la justicia y los derechos humanos solo son aceptables si están en línea con los objetivos de “nuestro lado”.


Negarse a adaptarse a un mundo cambiante

A medida que la influencia unipolar de Estados Unidos continúa disminuyendo, los responsables políticos y quienes los influyen se adaptan a un mundo cambiante o se aferran desesperadamente a estrategias obsoletas que se vuelven cada vez más ineficaces e incluso perjudiciales.

Adaptarse a nuevas realidades lleva tiempo, especialmente en un país con una enorme burocracia de formulación de políticas como Estados Unidos. Los cambios en la política general no son universales, sino que se producen de uno en uno. Barack Obama, por ejemplo, vio la necesidad de cambiar el enfoque para defender mejor los intereses estadounidenses.

El intento inicial e ingenuo de Obama de presionar para lograr un acuerdo final que pusiera fin a la ocupación israelí mediante la congelación de los asentamientos fue rápidamente rechazado por el arraigado apoyo a Israel en su propio partido. Luego pasó a tratar de disminuir las tensiones con Irán con el objetivo a largo plazo de lograr que Irán entable una relación diplomática estable con los aliados estadounidenses en la región. A pesar de la enorme resistencia de los saudíes y los israelíes (que Obama combatió criminalmente en parte al permitir la violencia masiva de ambos países contra los pueblos yemení y palestino respectivamente), el plan parecía funcionar hasta que Donald Trump lo descartó.

Joe Biden ha continuado las políticas de Trump en lugar de intentar volver al enfoque más eficaz de Obama, aunque lejos de los derechos humanos o la justicia. El resultado ha sido el genocidio en Gaza, el creciente peligro de una guerra con Irán, la escalada de la agresión israelí en Cisjordania y las amenazas a los barcos en el Mar Rojo. No hace falta ser un defensor de Palestina para ver que esto es perjudicial para el mundo, incluso para los intereses imperialistas estadounidenses.

Pero no todo el mundo está de acuerdo. La extrema derecha israelí siempre ha creído que la solución a todos sus problemas es la fuerza militar. Siempre se ha opuesto con dureza a otras tácticas, como un proceso de paz sin fin. Pero ahora tiene la oportunidad de poner en práctica su estrategia preferida y la está aplicando.

Estados Unidos cuenta con un grupo similar de belicistas en materia de política exterior, aunque, a diferencia de Israel, se nutre de halcones liberales y otros sectores militaristas, así como de la derecha radical. Como en Israel, hay un debate sobre las tácticas, aunque no sobre el objetivo final: enfrentarse a Irán y socavar cualquier movimiento palestino que busque establecer una entidad nacional verdaderamente independiente y autodeterminada.

Los partidarios de la escuela realista de las relaciones internacionales, así como otros que ven los problemas del statu quo, sostienen que nuestro apoyo miope a Israel perjudica los intereses estadounidenses. Sin embargo, el argumento fracasa porque, como señaló Levy, “Estados Unidos dice: sí, la gente nos ha estado diciendo eso durante años, y no sucede. Estados Unidos todavía cree que puede absorber el costo que está pagando”.

La pérdida de credibilidad estadounidense por su apoyo a Israel ha alcanzado nuevas alturas a medida que continúa el genocidio en Gaza. Pero, al igual que Israel, los efectos materiales que hemos sentido han estado muy lejos de lo que se necesitaría para cambiar las mentes de aquellos que creen que oponerse a los movimientos nacionales independientes y el apoyo incondicional a nuestros aliados es fundamental para el poder global estadounidense.

Otros países, incluidos aliados de Estados Unidos, no tienen una mentalidad tan cerrada. Arabia Saudita ha estado trabajando para maximizar los beneficios que obtiene de Estados Unidos, al tiempo que amplía su relación con China y busca su propio acuerdo con Irán.

Si bien el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Irán ha recibido considerable atención, los saudíes no están solos. Bahréin también ha estado trabajando para mejorar su relación con Irán. Irak se está volviendo cada vez más hostil a la presencia estadounidense en curso dentro de sus fronteras, y los saudíes han desempeñado un papel clave en la superación de las diferencias entre el mundo árabe e Irán.

La organización BRICS se ha ampliado a nueve miembros, entre ellos Irán, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos. También se ha invitado a Arabia Saudita a unirse. Otros dieciocho países, entre ellos Turquía, Kuwait, Bahréin y Palestina, han solicitado unirse.

El equilibrio del poder global está cambiando y, trágicamente, las consecuencias de la lucha de las viejas potencias por conservar el poder incluyen un marcado giro hacia la derecha y mucha más violencia contra los civiles.

Mientras los activistas en Estados Unidos y Europa sólo pueden seguir presionando para que se produzcan cambios en las políticas de sus propios gobiernos, es de esperar que el liderazgo palestino aprenda de los fracasos de la OLP y abandone la inútil esperanza de que el cambio pueda venir de Estados Unidos.

Levy tiene razón cuando afirma: “Si yo estuviera diseñando un nuevo esfuerzo de paz hoy, haría todo lo posible para romper el monopolio estadounidense. Eso significa que los palestinos tienen que cambiar radicalmente su forma de pensar y dejar de pensar en términos estadounidenses u occidentales y utilizar la geopolítica en su beneficio”.

Esto no sólo se aplica a los palestinos, sino también a ese pequeño sector de Israel que quiere ver un cambio fundamental, incluida la verdadera igualdad para todos. También es un punto de referencia para las estrategias que debemos seguir todos los que estamos trabajando para cambiar la política estadounidense y europea. 

En última instancia, lo mejor que podemos hacer es apartar a nuestros gobiernos del camino. Su intervención siempre ha hecho mucho más daño que bien.





* Publicado en Mondoweiss, 06.09.24.

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