Economía "científica": la nueva astrología




Al fetichizar los modelos matemáticos, los economistas convirtieron la economía en una pseudociencia muy bien pagada.


Alan Jay Levinovitz


Desde la crisis financiera de 2008, los colegios y universidades se han enfrentado a una mayor presión para identificar disciplinas esenciales y eliminar el resto. En 2009, la Universidad Estatal de Washington anunció que eliminaría el departamento de teatro y danza, el departamento de sociología comunitaria y rural y la especialización en alemán, el mismo año en que la Universidad de Louisiana en Lafayette finalizó su especialización en filosofía. En 2012, la Universidad de Emory en Atlanta eliminó el departamento de artes visuales y su programa de periodismo. 

Los recortes no se limitan a las humanidades: en 2011, el estado de Texas anunció que eliminaría casi la mitad de sus programas públicos de licenciatura en física. Incluso cuando no hay reducción de personal, los salarios de los profesores se han congelado y los presupuestos departamentales se han reducido.

Pero a pesar de la escasez de fondos, es un mercado alcista para los economistas académicos. Según un estudio sociológico de 2015 en el Journal of Economic Perspectives, el salario medio de los profesores de economía en 2012 aumentó a US$103.000, casi US$30.000 más que los sociólogos. Para el 10 por ciento superior de los economistas, esa cifra salta a US$ 160.000, más alta que la siguiente disciplina académica más lucrativa: la ingeniería. 

Estas cifras, subrayan los autores del estudio, no incluyen otras fuentes de ingresos como los honorarios de consultoría de bancos y fondos de cobertura, que, como muchos aprendieron del documental Inside Job (2010), suelen ser cuantiosos. (Ben Bernanke, un execonomista académico y expresidente de la Reserva Federal, gana entre US$ 200.000 y US$ 400.000 por una sola aparición).

A diferencia de los ingenieros y los químicos, los economistas no pueden señalar objetos concretos --teléfonos celulares, plástico-- para justificar la alta valoración de su disciplina. Tampoco, en el caso de la economía financiera y la macroeconomía, pueden señalar el poder predictivo de sus teorías. Los fondos de cobertura emplean a economistas de vanguardia que cobran honorarios principescos, pero habitualmente tienen un rendimiento inferior al de los fondos indexados. Hace ocho años, Warren Buffet hizo una apuesta de 1 millón de dólares a 10 años de que una cartera de fondos de cobertura perdería frente al S&P 500, y parece que va a cobrar. En 1998, un fondo que contaba con dos premios Nobel como asesores colapsó, lo que casi provocó una crisis financiera mundial.

El fracaso del campo para predecir la crisis de 2008 también ha sido bien documentado. En 2003, por ejemplo, sólo cinco años antes de la Gran Recesión, el premio Nobel Robert E. Lucas Jr. le dijo a la Asociación Económica Estadounidense que “la macroeconomía […] ha tenido éxito: su problema central de prevención de la depresión ha sido resuelto”. Las predicciones a corto plazo son un poco mejores: en abril de 2014, por ejemplo, una encuesta a 67 economistas arrojó un consenso del 100%: las tasas de interés subirían en los próximos seis meses. En cambio, cayeron. Mucho.

No obstante, las encuestas indican que los economistas ven su disciplina como "la más científica de las ciencias sociales". ¿Cuál es la base de esta fe colectiva, compartida por universidades, presidentes y multimillonarios? ¿No deberían ser las personas exitosas y poderosas las primeras en detectar el valor exagerado de una disciplina, y las menos propensas a pagar por ello?

En los mundos hipotéticos de los mercados racionales, donde se sitúa gran parte de la teoría económica, tal vez. Pero la historia del mundo real cuenta una historia diferente, de modelos matemáticos disfrazados de ciencia y un público ansioso por comprarlos, confundiendo ecuaciones elegantes con precisión empírica.

Como ejemplo extremo, tómese el extraordinario éxito de Evangeline Adams, una astróloga de principios del siglo XX cuyos clientes incluían al presidente de Prudential Insurance, dos presidentes de la Bolsa de Valores de Nueva York, el magnate del acero Charles Mz. Schwab y el banquero JP Morgan. Para entender por qué los titanes de las finanzas consultarían a Adams sobre el mercado, es esencial recordar que la astrología solía ser una disciplina técnica, que requería montones de datos astronómicos y el dominio de fórmulas matemáticas especializadas. "Un astrólogo" es, de hecho, el Oxford English Dictionary segunda definición de "matemático". Durante siglos, el mapeo de estrellas fue el trabajo de los matemáticos, un trabajo motivado y financiado por la creencia generalizada de que los mapas estelares eran buenas guías para los asuntos terrenales. La mejor astrología requería la mejor astronomía, y la mejor astronomía la hacían los matemáticos, exactamente el tipo de persona cuya autoridad podría atraer a los banqueros y financieros.

De hecho, cuando Adams fue arrestada en 1914 por violar una ley de Nueva York contra la astrología, fueron las matemáticas las que finalmente la exoneraron. Durante el juicio, su abogado, Clark L. Jordan, enfatizó las matemáticas para distinguir la práctica de su cliente de la superstición, llamando a la astrología "una ciencia matemática o exacta". La propia Adams demostró este método "científico" al leer la carta astral del hijo del juez. El juez quedó impresionado: la demandante, observó, pasó por un "proceso matemático para llegar a sus conclusiones... Estoy convencido de que el elemento de fraude... está ausente aquí".

La fuerza encantadora de las matemáticas cegó al juez, y a los prestigiosos clientes de Adams, ante el hecho de que la astrología se basa en una premisa muy poco científica, que la posición de las estrellas predice los rasgos de personalidad y asuntos humanos como la economía. Es esta fuerza encantadora la que explica la perdurable popularidad de la astrología financiera, incluso hoy en día. El historiador Caley Horan del Instituto Tecnológico de Massachusetts me describió cómo la tecnología informática hizo explotar la astrología financiera en los años setenta y ochenta. "Dentro del mundo de las finanzas, siempre hay una tendencia supersticiosa y cuasi espiritual de encontrar significado en los mercados", dijo Horan. "Los analistas técnicos de los grandes bancos están tratando de encontrar patrones en el comportamiento del mercado en el pasado, por lo que no es un salto para ellos ir a la astrología". En 2000, USA Today citó a Robin Griffiths,

En última instancia, el problema no es adorar modelos de las estrellas, sino más bien adorar acríticamente el lenguaje utilizado para modelarlos, y en ninguna parte esto es más frecuente que en la economía. El economista Paul Romer de la Universidad de Nueva York recientemente comenzó a llamar la atención sobre un tema que él denomina "matemáticas", primero en el artículo "Matemáticas en la teoría del crecimiento económico" (2015) y luego en una serie de publicaciones de blog. Romer cree que la macroeconomía, plagada de matemáticas, no está progresando como debería hacerlo una verdadera ciencia, y compara desde debates entre economistas hasta aquellos entre los defensores del heliocentrismo y el geocentrismo del siglo XVI. Las matemáticas, reconoce, pueden ayudar a los economistas a clarificar su pensamiento y razonamiento. Pero la ubicuidad de la teoría matemática en la economía también tiene serias desventajas: crea una gran barrera de entrada para aquellos que quieren participar en el diálogo profesional y hace que verificar el trabajo de alguien sea excesivamente laborioso. Lo peor de todo es que imbuye a la teoría económica de una autoridad empírica inmerecida.

"He llegado a la posición de que debería haber un sesgo más fuerte contra el uso de las matemáticas", me explicó Romer. Si alguien viniera y dijera: "Mira, tengo esta visión de la economía que cambiará la Tierra, pero la única forma en que puedo expresarla es haciendo uso de las peculiaridades del idioma latino", diríamos que se vayan al infierno, a menos que podrían convencernos de que era realmente esencial. La carga de la prueba recae sobre ellos.

En este momento, sin embargo, existe un sesgo generalizado a favor del uso de las matemáticas. El éxito de las disciplinas con mucha carga matemática, como la física y la química, ha otorgado a las fórmulas matemáticas una fuerza autoritaria decisiva. Lord Kelvin, el físico matemático del siglo XIX, expresó esta obsesión cuantitativa:
Cuando puedes medir de lo que estás hablando y expresarlo en números, sabes algo al respecto; pero cuando no puedes medirlo... en números, tu conocimiento es de un tipo escaso e insatisfactorio.
El problema con la declaración de Kelvin es que la medición y las matemáticas no garantizan el estado de la ciencia, solo garantizan la apariencia de la ciencia. Cuando las presunciones o conclusiones de una teoría científica son absurdas o simplemente falsas, la teoría debe ser cuestionada y, eventualmente, rechazada. La disciplina de la economía, sin embargo, está actualmente tan cegada por la autoridad talismánica de las matemáticas que las teorías se sobrevaloran y no se controlan.

Romer no es el primero en elaborar la crítica de las matemáticas. En 1886, un artículo en Science acusó a la economía de hacer un mal uso del lenguaje de las ciencias físicas para ocultar "el vacío detrás de un parapeto de fórmulas matemáticas". Más recientemente, The Rhetoric of Economics (1998) de Deirdre N. McCloskey y Economics as Religion (2001) de Robert H. Nelson argumentaron que las matemáticas en la teoría económica sirven, en palabras de McCloskey, principalmente para transmitir el mensaje "Mira lo científico que soy".

Después de la Gran Recesión, el fracaso de la ciencia económica para proteger nuestra economía fue una vez más imposible de ignorar. En 2009, el premio Nobel Paul Krugman intentó explicarlo en The New York Times con una versión del diagnóstico matemático. "Tal como yo lo veo", escribió, "la profesión económica se descarrió porque los economistas, como grupo, confundieron la belleza, revestida de impresionantes matemáticas, con la verdad". Krugman nombró el "deseo... de mostrar su destreza matemática" de los economistas como la "causa central del fracaso de la profesión".

La crítica de las matemáticas no se limita a la macroeconomía. En 2014, el economista financiero de Stanford Paul Pfleiderer publicó el artículo "Chameleons: The Misuse of Theoretical Models in Finance and Economics", que ayudó a inspirar la comprensión matemática de Romer. Pfleiderer llamó la atención sobre el predominio de los "camaleones": modelos económicos "con dudosas conexiones con el mundo real" que sustituyen la precisión empírica por la "elegancia matemática". Al igual que Romer, Pfleiderer quiere que los economistas sean transparentes sobre este juego de manos. "El modelado", me dijo, "ahora se eleva hasta el punto en que las cosas tienen validez simplemente porque se te ocurre un modelo".

La noción de que toda una cultura, no solo unos pocos financieros excéntricos, podría estar hechizada por teorías vacías y extravagantes puede parecer absurda. ¿Cómo es posible que toda esa gente, todas esas matemáticas, estén equivocadas? Este fue mi propio sentimiento cuando comencé a investigar las matemáticas y los cimientos inestables de la ciencia económica moderna. Sin embargo, como estudioso de la religión china, me sorprendió haber visto este tipo de error antes, en las actitudes de los antiguos chinos hacia las ciencias astrales. En aquel entonces, los gobiernos invirtieron cantidades increíbles de dinero en modelos matemáticos de las estrellas. Para evaluar esos modelos, los funcionarios del gobierno tenían que depender de un pequeño grupo de expertos que realmente entendían las matemáticas, expertos divididos por diferencias ideológicas, que ni siquiera podían ponerse de acuerdo sobre cómo probar sus modelos. Y, por supuesto, a pesar de la fe colectiva en que estos modelos mejorarían el destino del pueblo chino, no fue así.

Astral Science in Early Imperial China, un libro de próxima publicación del historiador Daniel P. Morgan, muestra que en la antigua China, como en el mundo occidental, el tipo de matemática más valioso estaba dedicado al reino de la divinidad, al cielo, en su caso (y al mercado, en el nuestro). Así como la astrología y las matemáticas alguna vez fueron sinónimos en Occidente, los chinos hablaban de li, la ciencia de los calendarios, que los primeros diccionarios también glosaban como "cálculo", "números" y "orden". Los modelos de Li, al igual que las teorías macroeconómicas, se consideraban esenciales para la buena gobernanza. En el clásico Libro de los Documentos, el legendario rey sabio Yao transfiere el trono a su sucesor con la mención de un solo deber: "Yao dijo: “¡Oh tú, Shun! el li números del cielo descansan en tu persona".

El texto matemático más antiguo de China invoca la astronomía y la realeza divina en su mismo título: El clásico aritmético del Gnomon de los Zhou. La inclusión de "Zhou" en el título recuerda el Edén mítico de la dinastía Zhou occidental (1045-771 a.C.), lo que implica que el paraíso en la Tierra se puede realizar mediante un cálculo adecuado. La introducción del libro al teorema de Pitágoras afirma que "los métodos utilizados por Yu el Grande para gobernar el mundo se derivaron de estos números". Era un artículo de fe incuestionable: los patrones matemáticos que gobiernan las estrellas también gobiernan el mundo. La fe en una mano divina e invisible, hecha visible por las matemáticas. No es de extrañar que un fragmento de texto recién descubierto del año 200 a.C. elogie las virtudes de las matemáticas sobre las humanidades. En él, un estudiante le pregunta a su maestro si debería dedicar más tiempo a aprender el habla o los números. Su maestro responde: "Si mi buen señor no puede comprender ambos a la vez, entonces abandone el habla y comprenda los números, [porque] los números pueden hablar".

Los gobiernos, las universidades y las empresas modernas respaldan la producción de teoría económica con enormes cantidades de capital. Lo mismo ocurría con la producción de li en la antigua China. El emperador, el "Hijo del Cielo", gastó sumas astronómicas en refinar los modelos matemáticos de las estrellas. Tome la esfera armilar, como la jaula de dos metros de anillos de bronce graduados en Nanjing, hecha para representar la esfera celeste y utilizada para visualizar datos en tres dimensiones. Como enfatiza Morgan, la esfera estaba literalmente hecha de dinero. Siendo el bronce la base de la moneda, los gobiernos estaban fundiendo efectivo por tonelada métrica para verterlo en li. Un motor del mundo matemático y divino, construido con dinero en efectivo, que santifica a los poderes fácticos.

La enorme inversión en li dependía de una enorme suposición: que el buen gobierno, los rituales exitosos y la productividad agrícola dependían de la precisión de li. Pero no había, de hecho, ninguna ventaja práctica para el refinamiento continuo de limodelos El calendario redondeaba los puntos decimales de tal manera que la diferencia entre dos modelos, muy disputados en teoría, no importaba en el producto final. El trabajo de seleccionar los días propicios para las ceremonias imperiales se benefició así solo en apariencia del rigor matemático. Y por supuesto, los cometas, plagas y terremotos que estas ceremonias prometían evitar seguían llegando. Los granjeros, por su parte, siguieron con sus negocios como de costumbre. Esfuerzos gubernamentales ocasionales para microgestionar científicamente la vida agrícola en diferentes climas utilizando limitados terminaron en hambrunas y migraciones masivas.

Como muchos modelos económicos actuales, los modelos li eran menos importantes para los asuntos prácticos de lo que sus creadores (y consumidores) pensaban que eran. Y, como hoy, solo unas pocas personas podrían entenderlos. En 101 a.C., el emperador Wudi encargó a burócratas de alto nivel, incluido el Gran Director de las Estrellas, la creación de un nuevo li que glorificaría el comienzo de su camino hacia la inmortalidad. Los burócratas rechazaron la tarea porque "no podían hacer los cálculos" y recomendaron al emperador que la subcontratara a expertos.

Los debates de estos antiguos expertos en li tienen un parecido sorprendente con los de los economistas actuales. En 223 a.C. se presentó una petición al emperador pidiéndole que aprobara las pruebas de un nuevo modelo de li desarrollado por el subdirector de la oficina astronómica, un hombre llamado Han Yi.

En el momento de la petición, el modelo de Han Yi y su competidor, el llamado Icono Supremo, ya habían sido objeto de tres años de "referencia", "comparación" e "intercambio". Aún así, nadie podía ponerse de acuerdo sobre cuál era mejor. Tampoco, en realidad, hubo ningún acuerdo sobre cómo deberían ser probados.

Al final, se utilizó una prueba en vivo que involucraba la predicción de eclipses y levantamientos heliacos para resolver el debate. Con el beneficio de la retrospectiva, podemos ver que este ensayo tuvo graves fallas. El ascenso helicoidal (primera visibilidad) de los planetas depende de factores no matemáticos como la vista y las condiciones atmosféricas. Eso sin mencionar la puntuación de la prueba, que se inspiró en las competiciones de tiro con arco. Los arqueros anotaron puntos por la proximidad a la diana, sin tener en cuenta la precisión general. El equivalente en teoría económica podría ser otorgar a un modelo puntos altos por el éxito en la predicción de mercados a corto plazo, mientras que no logra deducir por perderse la Gran Recesión.

Nada de esto quiere decir que los modelos li fueran inútiles o inherentemente acientíficos. En su mayor parte, los expertos en li eran auténticos virtuosos matemáticos que valoraban la integridad de su disciplina. A pesar de estar basados ​​en suposiciones inexactas, que la Tierra estaba en el centro del cosmos, sus modelos realmente funcionaron para predecir los movimientos celestes. Por imperfecta que pudiera haber sido la prueba en vivo, indica que el poder predictivo superior era la virtud más importante de una teoría. Todo esto es consistente con la ciencia real, y la astronomía china progresó como ciencia, hasta llegar a los límites impuestos por sus supuestos.

Sin embargo, no había ciencia para la creencia de que la li exacta mejoraría el resultado de los rituales, la agricultura o la política gubernamental. No hay ciencia para el Salón de la Luz, un templo para el emperador construido sobre el modelo de un cuadrado mágico. Allí, mediante un gesto ritual numérico, se pensaba que el Hijo del Cielo canalizaba el orden invisible del cielo para la prosperidad del hombre. Esto era cuasi-teología, la creencia de que los patrones celestiales (patrones matemáticos) podrían usarse para modelar cada evento en el mundo natural, en la política, incluso en el cuerpo. El macrocosmos y el microcosmos eran reflejos a escala uno del otro, yin y yang en una visión matemática unificadora y salvífica. 

Los aparatos caros, el personal, la burocracia, los debates, la competencia: todo esto atestiguaba el poder divinamente autoritario de las matemáticas. El resultado, entonces como ahora, fue la sobrevaloración de los modelos matemáticos basada en exageraciones no científicas de su utilidad.

En la antigua China hubiera sido injusto culpar a los expertos por la explotación pseudocientífica de sus teorías. Estos hombres no tenían forma de evaluar los méritos científicos de las suposiciones y teorías: la "ciencia", en un sentido formalizado posterior a la Ilustración, en realidad no existía. Pero hoy es posible distinguir, aunque sea a grandes rasgos, la ciencia de la pseudociencia, la astronomía de la astrología. Las teorías hipotéticas, ya sean de economistas o conspiracionistas, no son inherentemente pseudocientíficas. Las teorías de la conspiración pueden ser divertidas, incluso instructivas, fantasías. Se convierten en pseudociencia solo cuando pasan de la ficción a la realidad sin pruebas suficientes.

Romer cree que los colegas economistas conocen la verdad sobre su disciplina, pero no quieren admitirlo. "Si haces que la gente baje el escudo, te dirán que están jugando un gran juego", me dijo. "Dirán: 'Paul, puede que tengas razón, pero esto nos hace quedar muy mal y nos va a dificultar reclutar jóvenes'".

Exigir más honestidad parece razonable, pero supone que los economistas entienden la tenue relación entre los modelos matemáticos y la legitimidad científica. De hecho, muchos asumen que la conexión es obvia, al igual que en la antigua China, la conexión entre li y el mundo se daba por sentada. Al reflexionar en 1999 sobre lo que hace que la economía sea más científica que otras ciencias sociales, el economista de Harvard Richard B. Freeman explicó que la economía “atrae a estudiantes más fuertes que [la ciencia política o la sociología], y nuestros cursos son más exigentes matemáticamente”. En Lives of the Laureates (2004), Robert E. Lucas Jr. escribe con entusiasmo sobre la importancia de las matemáticas: "La teoría económica es análisis matemático. Todo lo demás son solo imágenes y charlas". La veneración de Lucas por las matemáticas lo lleva a adoptar un método que solo puede describirse como una subversión de la ciencia empírica:
La construcción de modelos teóricos es nuestra forma de poner orden en la forma en que pensamos sobre el mundo, pero el proceso necesariamente implica ignorar algunas evidencias o teorías alternativas, dejándolas de lado. Eso puede ser difícil de hacer (los hechos son los hechos) y, a veces, mi mente inconsciente lleva a cabo la abstracción por mí: simplemente no puedo ver algunos de los datos o alguna teoría alternativa.
Incluso para aquellos que están de acuerdo con Romer, el conflicto de intereses sigue siendo un problema. ¿Por qué los astrónomos escépticos cuestionarían la fe del emperador en sus modelos? En una conversación telefónica, Daniel Hausman, filósofo de la economía de la Universidad de Wisconsin, lo expresó sin rodeos: "Si rechazas el poder de la teoría, degradas a los economistas de sus tronos. No quieren convertirse en sociólogos".

George F. DeMartino, economista y especialista en ética de la Universidad de Denver, enmarca el problema en términos económicos. "El interés de la profesión es continuar su análisis en un lenguaje que es inaccesible para los legos e incluso para algunos economistas", me explicó, "Lo que hemos hecho es monopolizar este tipo de experiencia, y nosotros, más que nadie, sabemos cómo eso nos da poder".

Todos los economistas que entrevisté estuvieron de acuerdo en que los conflictos de intereses eran muy problemáticos para la integridad científica de su campo, pero solo los titulares estaban dispuestos a dejar constancia. "En economía y finanzas, si estoy tratando de decidir si voy a escribir algo favorable o desfavorable para los banqueros, bueno, si es favorable, eso podría conseguirme una cena en Manhattan con los que mueven y agitan", me dijo Pfleiderer. "He escrito artículos que no congraciarían con los banqueros, pero lo hice cuando ya tenía el cargo".

Luego está el problema adicional del sesgo del costo irrecuperable. Si ha invertido en una esfera armilar, es doloroso admitir que no funciona como se anuncia. Cuando se enfrentan a la falta de precisión predictiva de su profesión, a algunos economistas les resulta difícil admitir la verdad. Más fácil, en cambio, duplicar, como el economista John H. Cochrane de la Universidad de Chicago. El problema no son demasiadas matemáticas, escribe en respuesta al mea culpa posterior a la Gran Recesión de Krugman de 2009 para el campo, sino más bien "que no tenemos suficientes matemáticas". La astrología no funciona, claro, pero solo porque la esfera armilar no es lo suficientemente grande y las ecuaciones no son lo suficientemente buenas.

Si la revisión de la economía dependiera únicamente de los economistas, entonces la matemática, el conflicto de intereses y el sesgo del costo irrecuperable podrían resultar fácilmente insuperables. Afortunadamente, los no expertos también participan en el mercado de la teoría económica. Si la gente sigue encantada con los doctorados y los premios Nobel otorgados por la producción de teorías matemáticas complicadas, esas teorías seguirán siendo valiosas. Si se desencantan, el valor caerá.

Los economistas que racionalizan el valor de su disciplina pueden ser convincentes, especialmente con el prestigio y las matemáticas de su parte. Pero no hay razón para seguir creyéndoles. El verbo peyorativo "racionalizar" en sí mismo advierte sobre las matemáticas, recordándonos que a menudo nos engañamos unos a otros al hacer que las convicciones previas, los sesgos y las posiciones ideológicas parezcan "racionales", una palabra que confunde la verdad con el razonamiento matemático. Ser racional es, simplemente, pensar en proporciones, como las proporciones que rigen la geometría de las estrellas. Sin embargo, cuando la teoría matemática es el árbitro final de la verdad, se vuelve difícil ver la diferencia entre la ciencia y la pseudociencia. El resultado son personas como el juez en el juicio de Evangeline Adams, o el Hijo del Cielo en la antigua China, que confían en la exactitud matemática de las teorías sin considerar su desempeño, es decir, que confunden las matemáticas con la ciencia, la racionalidad con la realidad.

Ya no hay excusa para cometer el mismo error con la teoría económica. Durante más de un siglo, se ha advertido al público y el camino a seguir es claro. Es hora de dejar de malgastar nuestro dinero y reconocer a los sumos sacerdotes por lo que realmente son: talentosos científicos sociales que sobresalen en la producción de explicaciones matemáticas de las economías, pero que fallan, como los astrólogos antes que ellos, en la profecía.



* Publicado en Aeon Media, 04.04.16. Alan Jay Levinovitzes profesor asociado de filosofía y religión en la Universidad James Madison en Virginia.

Israel se precipita hacia el abismo moral




Michael Sfard


Hemos vivido un trauma espantoso perpetrado por seres humanos que han perdido su humanidad, y ahora bombardeamos, asesinamos y matamos de hambre a la gente, y endurecemos nuestros corazones hasta petrificarlos

La corrupción moral es un mecanismo que se retroalimenta y justifica a sí mismo en un ciclo que puede tornarse interminable sin una intervención decisiva e insistente.

Para nosotros los israelíes, la condición de refugiados que hemos impuesto a millones de palestinos durante 75 años, la ocupación que hemos impuesto a otros millones durante 56 años y el asedio que hemos impuesto a los millones de palestinos de Gaza durante 16 años han erosionado nuestros principios morales. Han normalizado una situación en la que hay personas que valen menos. Mucho menos.

La corrupción suele avanzar hacia las profundidades del abismo a una velocidad constante con aterradores periodos de aceleración, pero también hay esperanzadores momentos de ralentización… hasta el sábado negro del 7 de octubre.

La incomprensible crueldad a la que hemos estado expuestos –que demuestra hasta qué punto la ocupación y el asedio corrompen tanto al ocupado como al ocupante– ha calado en nuestra alma. Y, como la energía nuclear, nos ha llevado en espiral hacia un infierno moral.

Bastaron unos días para que una matanza desenfrenada y sistemática de civiles –niños, mujeres, ancianos y hombres– a manos de los miembros de una organización [el ejécito de ocupación israelí] que ha perdido cualquier atisbo de humanidad eliminara algunas de las barreras que aún parecíamos tener.

Hemos creado una sociedad en la que se ha despojado de su humanidad a las personas que están al otro lado de la frontera

Actualmente Israel es un país y una sociedad donde los llamamientos a eliminar Gaza no son sólo cosa de gente patética y marginal que deja comentarios en las redes sociales. Es un país donde los legisladores del partido gobernante piden abierta y descaradamente una “segunda Nakba”, en el que el ministro de Defensa ordena que se les niegue el agua, alimentos y combustible a millones de civiles, un país cuyo presidente, Isaac Herzog, el rostro moderado de Israel, dice que todos los gazatíes son responsables de los crímenes de Hamás. (Si yo mismo no hubiera visto esto último, no me lo habría creído).

En Gaza, con sus 2,3 millones de habitantes, más de la mitad de ellos niños, que viven bajo un gobierno que combina la dictadura totalitaria con el fundamentalismo religioso, nuestro presidente no pudo encontrar un solo gazatí –hombre, mujer o niño– que no fuera responsable. Menos mal que ningún canal de noticias ha encargado una encuesta para averiguar el porcentaje de la comunidad judía que apoya la limpieza étnica en Gaza.

Y quizá no sólo en Gaza; ¿por qué detenerse ahí? Cuando los dirigentes políticos y militares pierden toda moderación y aprueban ideas para asestar un golpe brutal a la población civil, estamos creando una sociedad en la que se ha completado el proceso de despojar de su humanidad a las personas que están al otro lado de la frontera.

Y cuando eso ocurre, el infierno está cerca. El 8 de octubre dimos un salto de gigante en nuestra campaña de corrupción moral, y ahora estamos peligrosamente cerca del agujero negro. No es de extrañar que haya miles de muertos en Gaza –¡miles!– y que las voces que se preguntan si hemos hecho suficiente para evitar que se dañe a los inocentes apenas se oigan en el debate público israelí.

Y eso no es todo. Ninguna corrupción moral social se dirige únicamente hacia el exterior. Siempre hay un enemigo dentro: el mismo enemigo al que el comisario de policía declaró la guerra la semana pasada cuando ordenó a sus subordinados que emplearan la fuerza para impedir las protestas contra la guerra en Gaza y contra el daño a personas inocentes. Y propuso que se deportara a los manifestantes a Gaza.

Es probable que expresar dolor por la muerte de niños en la Franja (ya son más de 1.700) [Más de 2.000 el 24 de octubre] no sólo te hará ganar una plaza en uno de los autobuses del comisario de policía. También provocará que te suspendan del trabajo o de la universidad, como les ha ocurrido a decenas de personas en las últimas dos semanas.

Y ese no es el peor escenario, porque la compasión hacia los niños de Gaza también puede acabar en un intento de linchamiento por parte de una turba fascista, como le ocurrió al periodista Israel Frey. (Confesión: me enorgullece decir que es amigo mío.) En resumen: ¿cómo definimos al régimen de un país que trata así a sus críticos? Yo sé cómo no definirlo.

No muy lejos de nosotros, en su propio camino hacia el agujero negro, revolotean los que se autodenominan miembros de la “izquierda progresista”. Les está resultando difícil condenar sin vacilaciones –y sin huir del “contexto”– una orgía satánica de destrucción de comunidades civiles israelíes cerca de Gaza junto con sus residentes. Algunos incluso balbucean algo sobre que la descolonización es un proceso feo; eso es lo que ocurrió en Argelia y Kenia, por ejemplo.

Leo eso y me muero de vergüenza. Quizá no se haya entendido, pero la lucha por acabar con la ocupación y lograr la independencia del pueblo palestino forma parte de la lucha universal por defender los derechos humanos de todos, y no al revés. La idea de la santidad de la vida humana, la noble idea de que toda persona tiene derechos básicos que no deben menoscabarse, no es una herramienta para implantar la independencia palestina, sino todo lo contrario. La libertad y la autodeterminación palestinas están diseñadas para avanzar hacia una realidad en la que las personas disfruten de la protección de sus derechos y sean libres de dirigir sus vidas como deseen.

Los que están confundidos sobre esta cuestión no son humanitaristas. Los que están confundidos sobre esta cuestión no están expresando una tesis moral compleja y profunda, simplemente se están entregando al apoyo al terror.

Ser humano es un trabajo duro. Seguir siendo humano frente a la crueldad inhumana es mucho más difícil. A pesar de lo que solemos pensar, el humanitarismo no es un rasgo humano natural. Es mucho más natural el deseo de vengarse, de culpar a todo el mundo del otro bando, de lanzar miles de bombas sobre ellos, de borrarlos de la faz de la tierra. La historia de la humanidad está llena de ejemplos, y por lo visto no hemos aprendido nada.

Son tiempos terribles. Hemos vivido un trauma espantoso perpetrado por seres humanos que han perdido su humanidad, y ahora bombardeamos, asesinamos y matamos de hambre a la gente, y sobre todo endurecemos nuestros corazones hasta petrificarlos. La corrupción moral no es menos peligrosa para nuestra supervivencia que Hamás.



* Publicado en Haaretz, 23.10.23. Michael Sfard es un abogado israelí y activista político especializado en el derecho internacional de los derechos humanos y las leyes de la guerra.

«Nuestra sociedad desprecia los saberes que no producen beneficio económico»




El reconocido ensayista, profesor y filósofo italiano Nuccio Ordine (Diamante, Calabria, 1958) acaba de publicar en España su libro más reciente, Los hombres no son islas y que cierra el bello canto de amor hacia la cultura universal que inició con La utilidad de lo inútil.


David Lorenzo


-«Escuela» proviene, como bien sabe, del griego scholé, «ocio, tiempo libre», a la vez que se asocia a la raíz del reconstruido indoeuropeo, segh, «sostener». ¿El saber nos alimenta, nos libera y nos sostiene ante las adversidades de la vida?

-Hemos olvidado que significa exactamente «ocio, tiempo libre». Ahora la escuela y la universidad están enfocadas hacia un saber práctico, que se considera la respuesta adecuada para plantear la educación. Toda la educación tiene que estar orientada hacia la estrella polar del trabajo. No tienen como tarea principal en estos momentos el formar jóvenes hombres y mujeres que piensan de manera independiente sino futuros empleados. Esta idea de profesionalizar el estudio en la enseñanza es una locura total. La mejor respuesta a todo esto se encuentra en Aristóteles: cuando le preguntaron en su época para qué sirve la filosofía, respondió que era inútil. No sirve porque la filosofía no es servil, la filosofía te enseña a ser un hombre libre. Cuando surge esta idea del saber útil, de profesionalizar la escuela, de mirar únicamente al mercado, significa que hemos perdido totalmente la idea de la importancia del conocimiento como experiencia en sí: estudiar para ser mejores.

-¿Por qué hemos desembocado en ese utilitarismo económico?

-Es el producto de un neoliberalismo que gobierna el mundo en estos momentos y que hace pensar que lo útil es la cosa más importante de la vida, pero lo útil únicamente en un sentido económico. Esto se debe a que hay otras formas de uso. Por ejemplo, hay un discurso fantástico que hizo Federico García Lorca que preparó para la inauguración de una biblioteca en su pueblo natal, Fuentevaqueros: «si no tuviese dinero y estuviese en la calle pediría no un pan, pediría medio pan y un libro». Esta es la idea. Es muy importante alimentar el cuerpo para vivir, pero si no alimentamos también el espíritu, el hombre no puede encontrase. Michel de Montaigne decía que el ser humano «no es sólo cuerpo, no es sólo espíritu, son las dos cosas juntas». Sin embargo, esto no está nada claro en la sociedad: durante la pandemia, por ejemplo, no hubo ninguna réplica cuando se decidió mantener abiertos los supermercados, pero cuando las librerías y las bibliotecas se cerraron la mayoría de la gente pensó que era algo normal cuando no lo es. Ahora bien, esta idea de la importancia del dinero y de las cosas materiales existe después del mundo clásico, pero en los últimos cuarenta años, con el capitalismo rapaz, ha adquirido una fuerza que casi ha destruido todo interés por el espíritu.

-Los hombres no son islas (Acantilado) es una recopilación de fragmentos de autores occidentales de todas las épocas brevemente comentados por usted. ¿Estamos más aislados que antes, a pesar de vivir una época de esplendor tecnológico en las telecomunicaciones?

-En estos momentos estamos viviendo una paradoja. A través de la tecnología tenemos esta idea de que estamos conectados con los demás las veinticuatro horas. Es cierto: puedo dialogar todo el día con gente de todo el mundo. Pero estas conversaciones, ¿son acaso verdaderas? ¿Son genuinas relaciones humanas? No, son una ilusión. En realidad, estamos encerrados en nuestras habitaciones y acogemos la ilusión de estar hablando con todo el mundo, cuando no es exactamente así. Estoy convencido de que como explico en páginas que he escrito en mi libro sobre la interpretación de El Principito toda relación humana, para ser tal, exige un contacto material; es decir, dos personas que se miran a los ojos, que se hablan directamente. En este sentido, la pandemia ha sido un laboratorio para el futuro. Encerrados en nuestras casas, las aplicaciones como Whatsapp o Skype cobraron una importancia vertebral al habernos permitido no interrumpir brutalmente las relaciones. Pero una cosa es un momento puntual y otra muy distinta es pensar que las tecnologías digitales deben convertirse en la forma de comunicación del futuro.

-¿Ocurre lo mismo con la enseñanza?

-Así es. Una cosa es enseñar virtualmente sin mirar siquiera a los ojos con los estudiantes, ya que es muy frecuente que no conecten la cámara. Si yo, como docente, estoy obligado a hablarle a una pantalla, lo puedo hacer, pero una cosa es impartir clases así bajo unas circunstancias en las que sea necesario y otra afirmar que la pandemia nos ha hecho comprender que el futuro de la comunicación es digital y a distancia. Ninguna plataforma virtual puede cambiar la vida de los estudiantes. La vida de los estudiantes sólo la puede cambiar un buen profesor. Precisamente en el libro incluyo la carta de Albert Camus a su profesor donde lo dice muy claramente: «sin usted nada de todo habría sucedido, no habría ganado el premio Nobel». Es muy conmovedor que el día en que un gran literato como Camus recibe la noticia de la concesión del premio Nobel en las primeras personas que piensa son en su madre y en su profesor de Argel.

Estoy convencido de que hoy en día sigue siendo fundamental la importancia de un buen profesor. Sin embargo, mucha gente piensa, por el contrario, que es necesario invertir mucho dinero en tecnología mientras no se forma ni se remunera adecuadamente al profesorado. Para esto último nunca hay dinero; para invertir en tecnología, sí (y mucho). El reparto tendría que ser equilibrado. Pero la dignidad de la enseñanza es casi inexistente en todo el mundo, porque hoy el valor de la persona es el dinero que gana. Y esto es una estupidez: un buen profesor puede ganar poco, pero es fundamental para el futuro de una nación y de sus jóvenes. Vuelvo a lo que dije antes sobre el aislamiento: tiene una raíz económica neoliberal, que es una nueva forma de egoísmo, pensar exclusivamente en uno mismo. Los partidos que hacen campañas electorales como America First o France d’abord representan esa idea, la de un egoísmo individual que se convierte en un egoísmo nacional. Nuestra nación sirve, los demás no. Esto una locura. ¿Cómo podemos vivir los unos sin los otros? ¿Cómo una nación va a vivir sin una relación con Europa, con el mundo, con una globalización evidente en nuestro tiempo?

-Usted es actualmente profesor en la Universidad de Calabria, pero antes lo ha sido en otras instituciones académicas (Yale, París, Nueva York…). ¿Se está enfocando correctamente la manera en que se plantea la educación, ya no la universitaria, también los demás grados intermedios? ¿Qué les aconseja a sus alumnos en sus clases?

-La mercantilización de la educación no es un tema de Italia o de España, es internacional. En todo el mundo hay esta idea de pensar que el estudio debe estar al servicio de una profesión. Hay ejemplos recientes que permiten comprender los riesgos que estamos asumiendo al enfocar la educación únicamente hacia este objetivo. Uno de ellos son los rankings de mejores universidades del mundo donde siempre destacan las mismas, en su mayoría estadounidenses. Hay una explicación y reside en los presupuestos: Harvard tiene como presupuesto el 50% del de todas las universidades italianas juntas; sin embargo, allí asisten solamente 20.000 estudiantes. Es decir, Harvard posee el equivalente a la mitad del presupuesto de todas las universidades italianas para formar a 20.000 estudiantes. Las universidades italianas reúnen un millón, en cambio. ¿Cómo competir en esta situación? De hecho, la prestigiosa universidad de Columbia admitió haber trucado algunos parámetros para conseguir situarse en la cima de estos ránquines. Ahora bien, tras haberlo admitido, ha perdido ocho posiciones en el ranking. Otro suceso: en la universidad de Nueva York despiden al mejor profesor de química porque 65 de 300 estudiantes enviaron una carta al rector para quejarse de que sus exámenes eran muy rigurosos. ¿Cómo ha justificado esta universidad el despido? Debían ser gentiles con los alumnos que pagan por estudiar en su campus. Esto significa que los estudiantes compran los títulos. Es una relación mercantil que únicamente sirve para vender el producto a un precio mayor, como pasaría con, por ejemplo, una chaqueta. Los rankings están corrompiendo la vida universitaria. Por otra parte, a mis alumnos les digo que el discurso que Boris Johnson dio hace unos siete meses, tras el verano, a los estudiantes británicos es un discurso vergonzante para mí, terrible. ¿Qué dijo? Que los estudiantes debían elegir las disciplinas que les permitiesen ganar dinero.

-Pues él estudió clásicas, además.

-Sí, estudió griego en Oxford. Pero él es un hombre vendido a la ideología neoliberal. Ahora bien, ¿cuál es mi respuesta a los estudiantes? Pienso que deben elegir las disciplinas que aman y que la pasión es mejor que el dinero. Porque la pasión puede hacer que nosotros podamos vivir una vida feliz. He conocido a mucha gente que tiene mucho dinero, pero que no es feliz, porque está realizando un trabajo solamente para ganar cada vez más dinero. Si se ama el trabajo que se realiza, la situación cambia. Yo soy un hombre feliz porque cada día de mi vida me levanto y me pagan por hacer cosas que para mí no son un trabajo, son la joya de mi vida. Los jóvenes exigen valores y comprenden muy bien mis palabras. Entienden que el discurso de Boris Johnson parece muy realista, pero, en cambio, empobrece moralmente la función de la educación.

-¿De qué manera podemos contrarrestar el utilitarismo?¿Necesitamos personas que investiguen por el placer de investigar, como antaño?

-El premio Nobel de Física de 1965, Richard Feynman, formuló un brillante aforismo en el que comparó la investigación científica con el acto sexual: «la física es como el sexo, puede tener resultados concretos, pero no es por eso por lo que la practicamos». Si alguien practica una relación sexual para tener hijos no está satisfaciendo verdaderamente el objetivo. Así, la investigación científica tampoco debe dirigirse tanto hacia la obtención de resultados como al placer de aprender. Se practica por el placer de investigar y conocer. El mismo discurso es muy importante para la escuela y para la universidad: hacer comprender a los estudiantes que el objetivo de su estudio no puede ser exclusivamente material, que existe un placer del conocimiento muy fundamental. Hay dos poesías equivalentes en mensaje: una es Ítaca, de Kavafis, quien reinterpretó el mito de Ulises para incidir en que la importancia del viaje no era llegar al destino, sino la experiencia que el héroe acumuló en su camino desde Troya.

-La transformación vital es cuánto queda…

-Exactamente. Esa es la vida. Como dijo Antonio Machado, «caminante, no hay camino/se hace camino al andar». Es caminando que uno aprende. Para la ciencia sucede igual: la meta es la búsqueda de conocimiento, no otras cosas ajenas a ello.

-A lo largo de Los hombres no son islas abarca múltiples temas y autores. Desde Luciano de Samosata a León Tolstói, Bartolomé de las Casas o Juan Rulfo, entre otros. Es una especie de caja de Pandora del saber. ¿Qué nos ha llevado a diseminar los saberes y alejar cada disciplina de sus semejantes? ¿No es el conocimiento, acaso, una única ambición, universal y aglutinante?

-Claro. En el fondo, si pensamos qué es la historia de la literatura sabemos que es una colección de citas. ¿Esto qué significa? Que de manera encubierta (y tal vez de manera abierta) los clásicos citan otros clásicos para aclarar conceptos y expresar acuerdo o desacuerdo… Esta es la Historia de la Literatura: dice y repite siempre, pero cada repetición, cada cita, acaba siendo diferente del modelo. Toda literatura tiene una relación con los otros clásicos, es un diálogo con un clásico previo y una proyección hacia aquellas obras que se convertirán en clásicos en un futuro. Por eso, el conocimiento no puede ser restringido. Es estúpido enseñar El Quijote sin haber enseñado antes Orlando furioso de Ludovico Ariosto. Pero ¿qué importancia tiene estudiar Orlando furioso sin leer Elogio de la locura, de Erasmo de Róterdam? La literatura está conectada y no podemos imaginar una nacional solamente. Cervantes tenía Orlando furioso sobre su mesa de trabajo, y Ariosto tenía a mano Elogio de la locura; y a su vez, Erasmo leía a autores clásicos como Cicerón o Platón. Leer literatura implica romper las barreras idiomáticas, las barreras políticas, las barreras entre los países, las ideologías y las diferentes visiones del mundo.

-Vivimos bajo sistemas democráticos, donde el acceso al conocimiento es más fácil que, probablemente, nunca antes. El ideal ilustrado consideraba que ese acceso liberaría en buena medida al hombre del peso de la ignorancia original (tabula rasa). Sin embargo, ahora son nuestros semejantes quienes renuncian a sumergirse en la búsqueda del saber. ¿Estamos hipnotizados por la híper tecnologización? ¿Estamos perdiendo la inquietud por aprender, por descubrir, por saber?

-Es verdad que tenemos muchas posibilidades de aprender mediante las nuevas tecnologías, pero, como ya he dicho, hoy en día hay también un desprecio en nuestra sociedad hacia los saberes que no producen beneficio económico. Esta es la paradoja. Y la idea es que son valiosos únicamente los saberes prácticos que permiten un bien vivir, como dijo Boris Johnson. El mismo discurso se emplea para despreciar las lenguas antiguas. ¿Para qué sirve estudiar griego y latín? ¿Cuál es la condición que permite apreciar la cultura, la literatura, la filosofía, el arte, todas aquellas cosas que nuestra sociedad considera inútil porque no producen provecho económico? Esa condición es la curiosidad. Albert Einstein hablaba de la «divina» curiosidad. Hoy en día se pregunta a los estudiantes de once años qué profesión desea realizar, y a partir de ese momento se toman decisiones sobre a qué escuela y universidad acudirá a formarse en el futuro. Einstein dijo que esta era una manera de matar la curiosidad y el interés de los estudiantes hacia el conocimiento. Esto supone toda una amenaza a la democracia y se ve con un sencillo ejemplo. Si aplicamos la lógica empresarial a la educación y hay una universidad con un único profesor que está enseñando el sánscrito, una lengua muy antigua, la sociedad puede decidir que no puede permitirse el lujo de pagar el sueldo de un profesor para dos estudiantes. Se corta la rama que no produce lo suficiente. Si la universidad aplica esta lógica a la educación se produce una catástrofe total, porque si hoy decidimos cortar la enseñanza del sánscrito, mañana acabaremos decidiendo cortar la enseñanza del griego. Después será el latín, donde hay un profesor para diez alumnos. De esta manera, cuando los últimos conocedores del sánscrito, del griego y del latín fallezcan, se producirá una incapacidad arqueológica y cultural insalvable: ya no quedará quien sea capaz de leer unas inscripciones o unos documentos escritos en esas lenguas. Y una sociedad desmemoriada, que no tiene relación con su pasado, es una sociedad que no tiene futuro ni tendrá democracia porque la memoria es fundamental para comprender el presente y prever el futuro.

-Eso ya ha pasado en España: ya se ha jubilado la una única docente de fenicio que quedaba y nadie ha seguido sus pasos.

-Es muy peligroso. El futuro es importante, sí, pero si cortamos la relación con el pasado no podremos comprender ese futuro.

-Stefan Zweig tuvo una gran preocupación vital, de hecho, por el estado de la cultura europea: para él, la Gran Guerra fue el inicio de su paulatina destrucción. Ahora, en 2022, la UE representa una unión económica entre países, pero ¿cómo observa la cohesión de la cultura europea? ¿Existe una cultura europea nativa, propia de nuestro tiempo y evolución de nuestras raíces clásicas, o asistimos a las ruinas de nuestra propia idiosincrasia?

-No existe una Europa de la cultura. Existe una del comercio, una de los bancos, una de las finanzas… pero no de la cultura. Y esta situación también es el fruto de una política de partidos nacionalistas que han tenido un peso enorme en las decisiones comunes. Un ejemplo es Meloni en Italia: no es posible pensar primero en los italianos y luego en Europa. Lo que deberíamos decir es «somos italianos, pero el valor de Europa es más importante que el de Italia, ya que representa la unidad de todos los ciudadanos europeos». Y el valor de la comunidad mundial es más importante que el valor de Europa al representar a la humanidad en su totalidad. En la actualidad, la cultura no ejerce ninguna fuerza sobre la manera en que se organiza y se constituye Europa. En el Renacimiento, por ejemplo, estaba la idea de la «República de las letras», de los literatos, que significó que hablaban entre sí y compartían ideas independientemente del lugar de nacimiento. Un caso fue Giordiano Bruno, que vivió entre Francia, Suiza, Inglaterra, Alemania… Obró así porque Bruno fue un hombre que albergaba en su mente la noción de ser un ciudadano del mundo. Para filósofos de este tipo, poder dialogar con otros humanistas implicaba un sentido muy importante. También los científicos lo hacían: Isaac Newton, Tycho Brahe, Galileo Galilei y otros muchos mantenían una relación epistolar constante con sus contemporáneos a nivel universal.

-Usted, precisamente, es especialista en el filósofo Giordano Bruno, un pensador muy especial por su aperturismo: su cosmología, sus comentarios de la física de su tiempo, sus reflexiones sobre el papel de la religión… Consideraba el saber como un único objetivo para la humanidad.

-En la vida hay descubrimientos que, quizá, son casuales. Yo debía escribir mi tesis tras mis cuatro años de estudio de literatura y mi profesor me dijo que podía abarcar un símbolo que fue muy importante en el Renacimiento, el del asno. Giordiano Bruno escribió dos obras que tenían como símbolo el burro. Y leyendo su trabajo comprendí cosas muy importantes y que me gustaron mucho. Por ejemplo, la idea de la unidad de los saberes: para Bruno todos los saberes hablan el mismo lenguaje de la mutación y la incertidumbre. También está la idea del universo infinito. En su época existía la división aristotélica de separar el cielo, con los astros, perfectos, y el mundo sublunar, colmado de imperfección. No: Bruno dijo que lo que está en el cielo, en la Tierra y en todo el universo es lo mismo. Las leyes que funcionan en la Tierra lo hacen también en cualquier otra parte del cosmos, son parte de la perfección de la mutación de la incertidumbre. Otra idea trascendental es que el conocimiento no puede ser utilitarista. Según Bruno, el filósofo, si era un verdadero filósofo, no podía entregarse ni al servicio del poder ni al del dinero. Hay más cosas. Una frase suya que me encanta es la que dice que «para el verdadero filósofo, toda la tierra es su patria». Está diciendo claramente que la patria no se limita al lugar de nacimiento, sino que es el lugar donde hay libros y buenos profesores, donde se puedan tener magníficos amigos con los que dialogar y de los que aprender. Para Bruno, la patria no se limita a la mediocridad de unas fronteras nacionales y de un territorio. Esta percepción se gestó porque él pudo dialogar, viajar y vivir en lugares como Francia o Alemania, además de su Italia natal.

-¿Cómo ve el futuro de Europa y del mundo en esta década? ¿Nuestras libertades, el concepto mismo de «libertad», están en peligro?

-Existe una relación muy intensa entre conocimiento y libertad. Una época como la nuestra, que desprecia el conocimiento, es una época donde la ignorancia se prefigura como una amenaza contra la libertad. Pensemos en algunos grandes líderes que han gobernado países importantes. Por ejemplo, Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil. Son gente que desprecia la ciencia, que han apostado por políticas antivacunas, que desprecian la cultura porque para ellos el dinero es la única fuente de dignidad en el mundo. Su manera de pensar es una amenaza para la libertad. Nicolás Maquiavelo decía «quien sabe es un hombre libre, quien no sabe será siempre esclavo de otro hombre». Quien no sabe depende de que otra persona elija por él, porque su ignorancia le niega la posibilidad de elegir por sí mismo. Ser ignorante significa ser esclavo de otras personas. Ahora existe una ilusión de conocimiento; de hecho, hay una confusión entre información y saber. Es verdad que hay mucha información disponible, pero tenerla no significa albergar conocimiento. Además, se da la paradoja de que cuando hay mucha información es como si no hubiera ninguna, porque se genera confusión. Lo cierto es que el nivel cultural medio está descendiendo en nuestra sociedad: los trabajadores de oficina de hace 25 años habían leído a Karl Marx y disponían de unos rudimentos culturales que les permitían razonar y discernir por sí mismos; ahora, un obrero no recibe una formación que le permita leer clásicos. ¿Cómo puede verificarse esta caída? Con el hecho de que se está destruyendo cada vez más la educación en la escuela y en la universidad, reduciendo cada vez más el nivel exigido.

-En una entrevista afirmó que «mi patria es una nación que me permite pensar y escribir libremente». Marco Tulio Cicerón, en sus Disputaciones Tusculanas, sentenció que «allí donde me encuentro bien está mi patria». ¿Ese bienestar vital es la república del conocimiento? En un tiempo en el que el concepto de lo patriótico, vinculado a una identidad lingüístico-cultural, está invadiendo el viejo continente, ¿cómo desprendernos de los prejuicios?

-La trilogía que he escrito (La utilidad de lo inútil, Clásicos para la vida y Los hombres no son islas) muestra que los clásicos no se leen para conseguir un título, sino para aprender a vivir. Para entenderlo voy a comentar un fragmento de Los hombres no son islas que es la paradoja del barco de Teseo, descrita por Plutarco. Nos permite comprender que la identidad nunca es estable, sino una mezcla de lo viejo y de lo nuevo. ¿Cuál es la historia? Atenas paga un tributo muy elevado a Creta: debe enviar jóvenes a la isla para satisfacer el hambre del Minotauro, que se encuentra en Creta. Teseo cree que puede matar al Minotauro. Parte junto con los jóvenes que van a ser sacrificados y, como el relato mitológico afirma, gracias al hilo de Ariadna el héroe consigue matar al monstruo. Luego, Teseo regresa a Atenas con el barco. Este barco es el símbolo de esta victoria, que fue la base del nacimiento de una nueva vida de la ciudad de Atenas. Y se encuentra en el puerto de Atenas. Medio siglo después se cambian algunos tablones deteriorados por unos nuevos. Y medio siglo más tarde se cambian otras maderas. La pregunta es: ¿el barco sigue siendo el mismo en el que navegó Teseo? ¿O existe un límite a partir del cual el barco deja de ser el mismo que conoció Teseo? ¿Cuál es? Así vemos que la identidad se compone de lo viejo y de las nuevas cosas. Y con las personas pasa lo mismo que con el barco de Teseo. Yo, sin ir más lejos, soy calabrés, de la Magna Grecia, que es el sur de Italia, y en esta cultura dejaron huella los griegos, los romanos, los árabes, los españoles, los franceses, los normandos… Existieron muchas culturas que se mezclaron. Eso es la identidad.

-¿Cabe entonces la posibilidad de construir aquella utopía de un mundo global sin globalización, de paz, de unión? León Tolstói, en su El reino de Dios está en vosotros, afirmaba que el ser humano jamás podría pensar, y menos aún, obrar, bajo un concepto de «humanidad». ¿Hay esperanza para salvar este escollo cultural por encima de creencias, intereses y religiones opuestas?

-Óscar Wilde dijo que «un mapa del mundo que no incluye la utopía no es digno de ser consultado». El progreso es la realización de utopías. Si nuestra sociedad, como desafortunadamente estamos viviendo hoy en día, no cultiva la utopía, no podremos imaginar ni llegar a hacer un mundo mejor. Nunca lograremos entonces que lo imposible llegue a ser posible. Para conseguir este objetivo pensar la utopía es fundamental. Existen personajes de la literatura que nos enseñan todo esto de manera muy clara. No sólo está la Utopía de Tomás Moro, está también la utopía, por ejemplo, del hidalgo Don Quijote, que para defender sus valores vive una vida que todo el mundo piensa que es una vida de locos. Y todo ello porque no se basa en el dinero ni en los falsos valores que animan la cultura de su tiempo (y de nuestro tiempo). El ingenioso hidalgo nos enseña que en la vida hay derrotas gloriosas. Podemos perder –siempre hemos perdido–, pero las acciones, palabras y gestos que la nutren construyen una utopía que, a su vez, permite comprender los verdaderos valores del mundo.



* Publicado en Ethic, 13.01.23.

La lógica de las diez etapas del genocidio




Gregory Stanton

En mis estudios sobre el genocidio, descubrí que el proceso de cada genocidio tiene "etapas" o procesos predecibles. Después de estudiar la historia del Holocausto, el genocidio armenio, el genocidio camboyano y otros genocidios, en 1987 desarrollé un modelo conocido como las Diez Etapas del Genocidio. Lamento haber usado el término "etapas" porque la palabra "etapas" implica linealidad. Los procesos de genocidio no son lineales porque normalmente operan simultáneamente. Debería haber llamado simplemente procesos a las "etapas". Pero tienen un orden lógico. Los procesos están lógicamente relacionados entre sí. La discriminación no puede ocurrir sin Clasificación, por ejemplo.

​La relación entre los procesos es como las figuras de una "muñeca de anidación" rusa Matryoshka en la que la figura de un líder original está en el centro, y las figuras de líderes posteriores se anidan hacia afuera hasta llegar a la figura del líder actual en el exterior. Los procesos también son como las varillas que se insertan en un reactor nuclear. A medida que se empujan más profundamente junto con otras varillas, se produce una reacción nuclear.

​Esta teoría de los procesos fundamentales se basa en las teorías estructuralistas de Jean Piaget. Al observar el desarrollo de sus propios niños y de los demás, Piaget observó procesos cognitivos y morales fundamentales que se transforman en un orden predecible en el desarrollo de cada niño. Piaget demostró cómo los procesos cognitivos están directamente relacionados con los procesos morales. En Harvard estudié el trabajo de Lawrence Kohlberg, un seguidor de las teorías de Piaget que utilizó dilemas morales para revelar los procesos fundamentales del razonamiento moral. Su trabajo ha demostrado ser poderoso a la hora de analizar las explicaciones de las personas sobre sus decisiones. También estudié con el profesor James Fowler, quien mostró cómo las etapas cognitivas de Piaget informan las etapas de la fe.

Los antropólogos buscan las estructuras fundamentales de las sociedades y culturas humanas. Cuando estudié antropología en Chicago, vi que los procesos socioculturales también están estructurados. Van Gennep demostró que la estructura de los ritos de iniciación es similar en muchas culturas. Marcel Mauss hizo lo mismo con el sacrificio. El profesor Victor Turner me enseñó que los rituales y los símbolos son claves para comprender las estructuras sociales, políticas, psicológicas y religiosas. Estos rituales suelen utilizar los mismos símbolos en muchas culturas: fuego, agua, sangre, cruces, comidas.

​Escribí mi tesis de maestría sobre la película "El Graduado". En él mostré que la película utiliza la estructura y los símbolos descubiertos por Van Gennep para los ritos de iniciación. Escribí una gramática para la película utilizando las teorías de gramáticas transformacionales de Noam Chomsky.

Cuando comencé mi trabajo en estudios de genocidio en Camboya, me di cuenta de que también hay operaciones --procesos-- fundamentales que ocurren en los genocidios. Busqué procesos transformacionales que reordenen y cambien las sociedades. Identifiqué por primera vez las "etapas del genocidio" en 1987 comparando el genocidio camboyano con el Holocausto y el genocidio armenio. Busqué procesos fundamentales que condujeron a esos genocidios. Son los procesos socioculturales que interactúan para transformar una sociedad en una que desembocó en genocidio. En 1994, los mismos procesos impulsaron el genocidio de Ruanda.

Mucha gente conoce ahora el modelo "Las diez etapas del genocidio" que desarrollé. Nunca esperé que fuera tan utilizado. Pero las Diez Etapas no fueron traídas desde el Monte Sinaí en una tabla de piedra. Cuando escribí el modelo por primera vez, tenía ocho etapas. Mis colegas sugirieron dos más, que agregué en 2012. Sin duda, hay otros procesos en los que no he pensado. Es sólo un modelo.

El modelo ha demostrado ser útil para buscar estos procesos porque nos ayudan a ver cuándo se avecina un genocidio y qué pueden hacer los gobiernos para prevenirlo.

Para aquellos que no están familiarizados con el modelo, aquí está, brevemente: [Tenga en cuenta que la mayoría de los nombres de los procesos terminan en "-ción", la terminación de las palabras que describen procesos.

1. Clasificación, cuando clasificamos el mundo en nosotros versus ellos.

2. Simbolización, cuando damos nombres a aquellas clasificaciones como judío y ario, hutu y tutsi, turco y armenio, bengalí y pastún. A veces los símbolos son físicos, como la estrella amarilla nazi.

3. Discriminación, cuando las leyes y costumbres impiden que grupos de personas ejerzan sus plenos derechos como ciudadanos o como seres humanos.

4. Deshumanización, cuando los perpetradores llaman a sus víctimas ratas, cucarachas, cáncer o enfermedades. Retratarlos como no humanos hace que eliminarlos sea una “limpieza” de la sociedad, en lugar de un asesinato.

Estos primeros cuatro procesos tomados en conjunto dan como resultado lo que James Waller llama "otredad".

5. Organización, cuando se organizan grupos de odio, ejércitos y milicias.

6. Polarización, cuando se ataca a los moderados que podrían detener el proceso de división, especialmente a los moderados del grupo de perpetradores.

7. Preparación, cuando los líderes elaboran planes para matar y deportar, y los perpetradores reciben capacitación y armas.

8. Persecución, cuando las víctimas son identificadas, arrestadas, transportadas y concentradas en prisiones, guetos o campos de concentración, donde son torturadas y asesinadas.

9. Exterminio, lo que los abogados definen como genocidio, la destrucción intencional, total o parcial, de un grupo nacional, étnico, racial o religioso.

Cuando describí “las etapas del genocidio” en un memorando que escribí en el Departamento de Estado en 1996, me di cuenta de que hay otro proceso en cada genocidio:

10. Negación, es una continuación de un genocidio, porque es un intento continuo de destruir. psicológica y culturalmente al grupo de víctimas, negando a sus miembros incluso el recuerdo de los asesinatos de sus familiares.

​Este modelo procesual demuestra que existe una lógica en el proceso genocida, aunque las relaciones entre los procesos no son lineales. Las "etapas" son procesos que ocurren simultáneamente.

Al ayudarnos a comprender la lógica del genocidio, la gente puede ver las primeras señales de alerta del genocidio y saber cuándo se producirá. Los líderes pueden diseñar políticas para contrarrestar las fuerzas que impulsan cada una de las etapas.

Este modelo escénico del proceso genocida se expuso por primera vez en 1987 en la Conferencia Faulds en el Warren Wilson College, "Pañuelos azules y estrellas amarillas: clasificación y simbolización en el genocidio camboyano". El modelo fue presentado como un documento informativo, “Las ocho etapas del genocidio” en el Departamento de Estado de Estados Unidos en 1996. Al modelo de 1996 se le agregaron Discriminación y Persecución.

Agradezco a muchas personas las mejoras en mi modelo original de ocho etapas, especialmente al Prof. Alan Whitehorn del Real Colegio Militar de Canadá y a la Prof. Elisa von Jöeden-Forgey por señalar los aspectos de género de los genocidios.

Ningún modelo es perfecto. Todas son meras representaciones típicas ideales de la realidad que pretenden ayudarnos a pensar más claramente sobre los procesos sociales y culturales. Es importante no confundir ninguna etapa con un estatus. Cada etapa es un proceso. Es como un punto fluctuante en un termómetro que sube y baja a medida que sube y baja la temperatura social en una zona potencial de conflicto. Es fundamental no confundir este modelo con uno lineal. En todos los genocidios ocurren muchas etapas simultáneamente.

El propósito de este modelo es ubicar los factores de riesgo en el análisis pionero de Barbara Harff sobre los riesgos nacionales de genocidio y politicidio en una estructura procesual. Los riesgos de inestabilidad política son característicos de lo que Kuper llamó “sociedades divididas”, con profundas fisuras en la clasificación. Los grupos objetivo de la discriminación liderada por el Estado son víctimas de Discriminación. Una ideología excluyente es fundamental para la discriminación y la deshumanización. Los regímenes autocráticos fomentan la organización de grupos de odio. Una élite étnicamente polarizada es característica de la polarización. La falta de apertura al comercio y otras influencias desde fuera de las fronteras de un estado es característica de la preparación para el genocidio o el politicidio. La violación masiva de los derechos humanos es evidencia de persecución. La impunidad tras genocidios o politicidios previos es evidencia de Negación.

Los modelos estadísticos de riesgo que se utilizan para predecir genocidio se diferencian de este modelo porque utilizan variables abstractas construidas con indicadores que pueden contarse o estimarse. Son exactos sólo si las variables utilizadas están correlacionadas con la probabilidad de genocidio. Los mejores modelos de riesgo son los elaborados por el Grupo de Derechos de las Minorías y el conjunto de datos australiano sobre asesinatos masivos dirigidos para el estudio y previsión de atrocidades masivas. Resultan en estimaciones clasificadas anuales de la probabilidad de genocidio en los países estudiados.

El modelo de las Diez Etapas del Genocidio está impulsado por eventos y es continuo. No produce clasificaciones estadísticas. Solo estima si los países deberían ser sujetos de vigilancia, advertencia o emergencia de genocidio. El modelo describe los procesos que podrían conducir al genocidio en un país y las acciones que deberían tomarse para oponerse a esos procesos y frenarlos.

Va más allá de las estimaciones estadísticas anuales de riesgo para describir eventos que señalan advertencias de procesos genocidas. Es un modelo para guiar a los responsables políticos a tomar medidas para prevenir y detener el genocidio. Los formuladores de políticas lo han aplicado con éxito para prevenir o detener genocidios en Mozambique, Timor Oriental, Kosovo, Macedonia, Liberia, Costa de Marfil, Burundi, Etiopía y Kenia. Sin embargo, cuando los líderes nacionales o mundiales carecen de la voluntad política para impedir el genocidio, miles de personas siguen muriendo.

En última instancia, el mejor antídoto contra el genocidio es la educación popular y el desarrollo de la tolerancia social y cultural hacia la diversidad. Es por eso que Genocide Watch y la Alianza Contra el Genocidio esperan educar a personas de todo el mundo para resistir las fuerzas genocidas cada vez que las vean. Estamos firmemente a favor de la resistencia no violenta a la tiranía. Estamos firmemente a favor de la liberación de la mujer. Nos oponemos a toda guerra.

Finalmente, el movimiento que pondrá fin al genocidio no debe surgir de intervenciones armadas internacionales, sino más bien de la resistencia popular a toda forma de discriminación; deshumanización, discurso de odio y formación de grupos de odio; surgimiento de partidos políticos que predican el odio, el racismo o la xenofobia; gobernar por élites polarizadoras que defienden ideologías excluyentes; estados policiales que violan masivamente los derechos humanos; cierre de fronteras al comercio o las comunicaciones internacionales; y negación de genocidios o crímenes de lesa humanidad del pasado contra grupos de víctimas.

El movimiento que pondrá fin al genocidio en este siglo debe surgir de cada uno de nosotros que tengamos el coraje de desafiar la discriminación, el odio y la tiranía. Nunca debemos permitir que los restos del pasado bárbaro de la humanidad nos impidan imaginar un futuro pacífico en el que la ley y la libertad democrática gobiernen la Tierra.

Para aquellos que dudan de que la historia tenga algún rumbo, nuestra humanidad común es suficiente para dar significado a nuestra causa. Para aquellos de nosotros que sabemos que la historia no es un accidente sin rumbo, ésta es nuestra vocación y nuestro destino. Como dijo John F. Kennedy: “En la tierra, la obra de Dios debe ser verdaderamente la nuestra” [sic].



* Publicado en Genocide Watch, 2023. Gregory Stanton es abogado y presidente de Genocide Watch.

¿Competencia o cooperación? Esa es la cuestión




¿Qué se esconde detrás del mito de la esencia egoísta del ser humano? ¿Qué papel juega la fachada biologicista en la narrativa hegemónica del capitalismo? En este artículo revelamos algunas inconsistencias e invitamos a la reflexión. Spoiler alert: no hay respuestas correctas.


Pablo Moreno E.


Introducción

El siglo XX vio cómo algunos de los grandes pensadores marxistas y socialistas dedicaron gran parte de sus esfuerzos intelectuales a desentrañar las estructuras narrativas que permitían al capitalismo mantenerse irreductiblemente como la manera de producción y organización social imperante.

Si bien se conocía desde Marx que la estructura económica que mantenía al capitalismo moldeaba las formas de relación social de los individuos envueltos en la misma, se desconocía lo intrincada que era esta relación hasta los estudios de Gramsci primeramente, con la composición de su teoría de la hegemonía; y la posterior Escuela de Frankfurt, que estudió desde las disquisiciones psicológicas de la cultura de masas hasta el efecto de la sociedad en el amor.

El relato que ha generado el capitalismo a su alrededor, a modo de coraza, para fortalecer su posición y legitimidad social, está plagado de diversas narrativas que se interrelacionan entre sí de distintas formas según la escuela liberal que las adopte.

La que a mis ojos, como estudiante de ciencias biomédicas, resulta más insultantemente falsa es la narrativa biologicista. Es común en la fraseología de los seguidores de ideologías liberales encontrar una justificación natural de la explotación capitalista, que según mi experiencia gravita en torno a una consigna básica: “El hombre es egoísta por naturaleza”.

Bajo esta afirmación, los cuestionables comportamientos de grandes empresarios y la depredación derivada de un mercado libre con cada vez menos ataduras quedan justificados moralmente y eximidos de responsabilidad real, y en algunas ocasiones son estos defendidos como generadores sin parangón de avance social.

En este artículo, por lo tanto, vamos a explorar la noción de que el capitalismo se encuentra escrito en la esencia del ser humano a partir de la afirmación antes mencionada, y vamos a ver qué papel juega esta narrativa biologicista en el corpus ideológico del capitalismo actual.


Sobre la naturaleza egoísta del hombre

Primeramente, antes de comenzar a diseccionar con argumentos verdaderamente biológicos las falacias naturalistas antes mencionadas, debemos intentar rebuscar en los cajones de la historia para poder comprender de dónde provienen dichas afirmaciones, y cuál es la crítica que se debe esgrimir frente a ellas.

Que el hombre es, por naturaleza, egoísta, es una noción que en economía se puede rastrear hacia finales del siglo XIX, principios del siglo XX, cuando los economistas liberales formularon un concepto teórico conocido como el Homo Economicus.

Este era un modelo de comportamiento humano que permitía a los economistas utilizar aproximaciones matemáticas para prever las actitudes de los consumidores y de los clientes en un libre mercado, y estaba basado en las suposiciones siguientes [1]:

- El individuo es completamente racional en sus acciones.
- El individuo es completamente egoísta.
- El individuo puede resolver problemas de optimización.

Aquí ya vemos aparecer el término egoísta, aunque este tiene un significado que tiende más hacia lo económico que hacia lo social, ya que la evidencia empírica en la que se basa dicho egoísmo tiene que ver con situaciones simuladas de compra más que con interacciones humanas.

A partir de aquí, encontramos un salto cualitativo de dicho egoísmo cuando la intelectual anarcocapitalista Ayn Rand teoriza sobre el término, llegando a construir alrededor del mismo todo un sistema moral que no duda en llamar Objetivismo.

En este sentido, la autora rusa ofrece esencialmente un sustento ético al capitalismo salvaje, y al más puro egoísmo desenfrenado. Escribe en su libro La virtud del egoísmo que el único fin moral verdadero debe ser la propia vida, ya que los organismos vivos siempre tienen la tendencia de la supervivencia y la autopreservación, y a partir de este razonamiento deriva una moral individualista, en la cual el hombre puede servirse de cualquier medio, incluido otros hombres, para llevar a cabo dicho fin [2].

Fue, muy probablemente, esta construcción moral la que llevó a la generación del enunciado de que “El hombre es egoísta por naturaleza”. Pasemos a analizar si es esto verdad.

Lo cierto es que afirmar absolutos sobre la naturaleza del hombre es, cuanto menos, arriesgado, rayando incluso en lo temerario. Aún no se han desvelado todos los secretos que la neurociencia y la psicología tienen guardados para nosotros, y es por lo tanto poco honesto hacer observaciones de tal calibre de una forma tan poco argumentada.

Ayn Rand tiene razón en una cosa, y es que los seres vivos siempre tendemos hacia la autopreservación, pero derivar de ahí que la naturaleza del hombre es egoísta es una falacia que no se puede pasar por alto. Siempre existe en nosotros ese impulso biológico hacia la supervivencia que actúa, más que como un fin moral, como una fuerza instintiva, fisiológica en última instancia.

El profesor y escritor de neurociencia Antonio Damásio reflexiona sobre ello en su libro El error de Descartes. Voy a intentar resumir someramente los puntos más importantes y relevantes para esta cuestión.

En este libro [3] explica el investigador portugués que todos los animales tienen en sí mismos ese instinto de supervivencia, que les impulsa a llevar a cabo acciones y comportamientos que les acerquen a un punto de armonía biológica, de equilibrio homeostático, donde sus necesidades biológicas (y según la especie, sociales) se encuentren cubiertas.

Para ello, surgieron en la evolución primero las emociones y luego los sentimientos, que nos permiten saber dónde nos encontramos con respecto de nuestro punto de equilibrio. Así, sentimientos negativos se encuentran relacionados con fallas en la armonía biológica, mientras que los sentimientos positivos denotan un grado mayor de equilibrio.

Y aquí es donde entra en juego la personalidad de cada ser humano, ya que, según el carácter individual, los sentimientos que experimentamos al llevar a cabo diversos comportamientos serán diferentes.

Una persona que tiende al egoísmo podrá llevar a cabo una acción egoísta y no tener una reacción sentimental negativa, mientras que una persona con una mayor disposición hacia el altruismo al realizar la misma acción se verá influenciada en dirección contraria.

Es decir, que dentro del instinto de supervivencia que todos llevamos y que nos impele a actuar, este se encuentra operando de diversas maneras según el carácter del individuo y el contexto en el que dicha actuación se lleve a cabo.

Por lo tanto, se podría decir que el hombre como especie es, fisiológicamente hablando, egoísta, pero nunca que su naturaleza social es egoísta, ya que esta es una miríada de comportamientos que van desde el altruismo más absoluto y abnegado hasta el egocentrismo más individualista.


¿Competencia o cooperación?

Aparte de la noción sobre las tendencias egoístas innatas del ser humano, un aspecto tangencial que también se esgrime a veces como justificación científica del capitalismo es la competencia como fuerza motriz de la evolución.

Esta idea suele enarbolarse cuando se busca dar una justificación al laissez-faire y al mercado desregulado, ya que se entiende que en la competencia que se forme en el mismo, donde solo los más fuertes pueden erigirse como vencedores, será la especie la que salga beneficiada según las reglas evolutivas.

Esta idea no es más que una teoría evolutiva desfigurada para hacerse pasar por ley social: la selección natural Darwiniana. Esta es una ley biológica descrita primeramente en el Origen de las especies, que trata de explicar mediante qué procesos se produce la evolución gradual de las especies en su hábitat natural.

Esta se basa en tres principios:

- En cada generación solo un porcentaje de individuos podrán sobrevivir y reproducirse.
- Cada individuo posee diferencias físicas (fenotípicas en argot científico) que le confieren un grado distinto de capacidad de adaptarse al medio natural donde vive.
- Las causas de estas diferencias físicas son en parte heredables genéticamente.

De estas premisas se deriva que aquellos individuos cuyas diferencias físicas les permitan adaptarse mejor al medio, conseguir más alimento, y reproducirse más, sobrevivirán en mayor medida, y por lo tanto serán estas características las que permanecerán en generaciones venideras de la especie [4].

Esta teoría de la selección natural pronto permeó a niveles intelectuales que transcendían los puramente biológicos. De hecho, la selección natural proveyó de justificación evolutiva a aquellos que hacia la entrada del siglo XX buscaban excusar los posibles desenfrenos de un mercado capitalista sin muchas ataduras, en el cual primaba la competición, ya que según ellos ésta era la ley natural [5].

Pero ¿cuánto de cierto hay en que la competencia entre individuos es y ha sido el motor de la evolución humana?

Lo cierto es que parece, según evidencias antropológicas y biológicas de diversa índole, que el factor diferencial que permitió al ser humano la conquista de la tierra no fue tanto la competencia sino la cooperación entre individuos. Cuenta el biólogo Edward Wilson que es casi un verdadero milagro que sean los Homo Sapiens la especie que domina la tierra, debido a su debilidad y a su bajo número poblacional.

Mientras que otras especies de Homo fueron extintas de un plumazo, la nuestra estuvo a punto al menos en una ocasión, aunque parezca lógico pensar que fueran muchas más. Ciertamente lo que ahora llamamos ser humano poseía un factor diferencial de supervivencia: la capacidad de organización social.

Esto significa que los grupos de dicha especie se encuentran formados por miembros de diversas generaciones y realizan trabajos altruistas por el bien de la sociedad que generan. Esta condición social generó los sentimientos que permitían medir situaciones hipotéticas en el contexto de las relaciones interpersonales[ 6].

Por supuesto, los humanos primigenios se valieron de otras condiciones sociales, como su capacidad cerebral, su tamaño, y su capacidad física, para conquistar la tierra, pero la esencia eusocial [nivel más alto de organización social entre animales] del hombre fue la que jugó el papel vital en dicho proceso.


La posición histórica del capitalismo

Ya hemos visto que, bajo esa fachada biológica de justificación del capitalismo, solo se encontraban falacias biologicistas e incomprensiones de diversos procesos naturales. Pero ¿por qué motivo se siguen presentando dichas falacias como verdaderas? ¿Qué papel juegan en la narrativa hegemónica del capitalismo?

Estas nociones sobre que el ser humano es capitalista por naturaleza, que sus impulsos biológicos innatos le conducen a la individualidad y a la competición desmedida, nos presentan los diversos sistemas sociales no como etapas equivalentes del devenir económico del ser humano, sino como escalones que han ido subiéndose en la evolución social, hasta llegar al sistema capitalista, que representa la sublimación de esa naturaleza humana egoísta y competitiva.

Esta perspectiva teleológica de los procesos sociales presenta pues al libre mercado y al modo de propiedad capitalista como unas fuerzas evolutivas contra las cuáles no se puede luchar, ya que es el propio impulso biológico el que nos conduce a ellas.

Nada más lejos de la realidad, los aspectos que hoy se nos presentan como “naturales” e “inmutables”, inscritos en el núcleo mismo de la mente humana, forman parte de un sistema de construcciones psicológicas propias del sistema capitalista.

Este no solo puede definirse a través de sus características de propiedad y de producción, y de cómo estas configuran las relaciones sociales, sino que se encuentran acompañadas de ciertas actitudes que son propias de dichas configuraciones.

Es decir, los modos de conducta expresados en diversos contextos se ven más influenciados por los factores socioeconómicos dados en los mismos que por la supuesta naturaleza del hombre, y un cambio en dichos factores propiciaría el surgimiento de nuevas idiosincrasias, adaptadas a ellos.

Según cuenta la investigadora Ellen Meiksins, un factor definitorio del capitalismo es que los propietarios de los medios de producción muestran tendencias hacia la acumulación de capital y hacia la maximización de los beneficios (las más claras expresiones de individualismo y competitividad), que suelen ir acompañadas de luchas salariales con los trabajadores asalariados a su cargo [7].

La propia autora señala que esto no era verdaderamente una motivación para las clases dominantes en los sistemas feudales, las familias nobiliarias, y que de hecho este cambio en lo más profundo de la mentalidad económica fue uno de los desencadenantes del capitalismo primigenio.

Aparte de este ejemplo, cabe destacar que el humano en sociedad ha dado muestras constantes de solidaridad y de procesos colectivos, en claro antagonismo con el egoísmo competitivo que supuestamente nos caracteriza. Un ejemplo paradigmático, del mismo periodo fundamental que comentábamos antes, es el de las tierras comunales.

Eran estas tierras, como su propio nombre indica, propiedad de una colectividad agraria formada por campesinos que vivían en la misma aldea o en territorios cercanos. Su uso y su mantenimiento dependían de la masa campesina propietaria de las tierras, y esta tenía unos objetivos esencialmente colectivos, antepuestos normalmente a los intereses individuales de los componentes de la colectividad [8].

Estas expresiones de la solidaridad humana encuentran ecos, como no podría ser de otra manera, en el sindicalismo y el colectivismo moderno. Es decir, históricamente es imposible encontrar una línea coherente que conecte todo el devenir humano en función de una naturaleza egocéntrica inmutable, ya bien porque la actitud del hombre cambia según sus contextos socioeconómicos o porque encontremos una plétora de ejemplos de colectividad y anti individualismo.


Conclusión

El objetivo principal de este artículo puede resumirse en una anécdota: Cuando un estudiante preguntó a la antropóloga Margaret Mead sobre cuál creía ella que era el primer signo de civilización, esta respondió “Un fémur fracturado y sanado”.

La relevancia de esto consiste en que, en los albores del mundo que conocemos, un fémur roto era una sentencia de muerte si no existían unos cuidados por parte del resto del grupo humano para con el individuo lesionado. Y es este altruismo, esta capacidad de cooperar, la que busca extirparnos el capitalismo.

Sin duda alguna la naturaleza humana dio lugar al capitalismo, pero este no es la máxima expresión de su evolución, no es la sublimación de la naturaleza humana. Es [simplemente] otra etapa, y como tal debe ser revisada, analizada, criticada, y ajustada en la medida de valores políticos como la libertad y la justicia.



REFERENCIAS:

[1] Levitt, S. D.; List, J. A. (2008). "ECONOMICS: Homo economicus Evolves". Science, 319(5865), 909–910. doi:10.1126/science.1153640

[2] Rand, A., & Branden, N. (1964). The Virtue of Selfishness: Fiftieth Anniversary Edition (Mass Paperback Edition).

[3] Damasio, A., & Ros, J. (2018). En busca de Spinoza: Neurobiología de la emoción y los sentimientos. Booket.

[4] Mayr, Ernst (1984). "What is Darwinism Today?". PSA: Proceedings of the Biennial Meeting of the Philosophy of Science Association, 1984(2), 145–156. doi:10.1086/psaprocbienmeetp.1984.2.192502

[5] Review by: Alice Felt Tyler (1945). "Social Darwinism in American Thought, 1860-1915" by Richard Hofstadter. Philosophy and Phenomenological Research, 6(1), 138–140. doi:10.2307/2102958

[6] Wilson, E. O., & Ros, J. (2012). La conquista social de la Tierra : ¿de dónde venimos? ¿quiénes somos? ¿adónde vamos? Penguin Random House.

[7] Wood, E. M., & Pozas, A. O. (2021). El origen del capitalismo: Una mirada de largo plazo (Historia) (Spanish Edition) (1st ed.). Siglo XXI de España Editores, S.A.

[8] Valdeon, J. (2001). El Feudalismo, Historia 16.



* Publicado en Es de Politólogos, 17.05.22.

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