Cuentos políticos: Pedrito, el Lobo, Maquiavelo y Goebbels


Meme de la segunda vuelta presidencial de 2017: 
según la propaganda de la derecha, si ganaba Guillier seríamos "Chilezuela".


«No entiendo por qué, luego de tantos años amenazados con el apocalipsis, habría ahora que creer que la propuesta de nueva Constitución sea un libelo bolivariano.»


Óscar Barrientos


Muchos escritores de mi generación han dado cuenta de la infancia en dictadura, desde diferentes aristas. Pienso en Nona Fernández, Alejandro Zambra, Leonardo Sanhueza o en Álvaro Bisama. Casi todos los que nacimos un poco antes o inmediatamente después del Golpe hemos tenido que recurrir a un baúl en el que los recuerdos están algo enmohecidos por la urgencia de los días.

Cuando fue el plebiscito de 1988 yo contaba a mi haber con 14 años, y si bien formaba parte de un entorno familiar no particularmente ideologizado, a mis mayores y cercanos no les simpatizaba el régimen. Recuerdo como si fuese ayer que la franja del Sí se esmeró en demostrar que, en caso de perder Pinochet, Chile se convertiría en una república socialista, en la que habría colas, hambruna, campos de concentración y adoctrinamiento en los colegios. El eslogan (tácito) era: «O seguimos adelante o volvemos a la Unidad Popular». Mostraban gulags con cercos electrificados y a figuras políticas como Patricio Aylwin o Ricardo Lagos los ilustraban —en forma abierta o encubierta— a la manera de agentes de Moscú.

Con la caída del Muro de Berlín (1989) y el desmembramiento de la Unión Soviética (1991), la caricatura de bolchevique pasó a tercer plano, y esos sectores derechistas y conservadores se concentraron en dar cuenta del fracaso de los socialismos reales. Había una parte del espectro político nacional que aún justificaba la presencia de Augusto Pinochet como Comandante en Jefe del Ejército, considerándolo creador de un legado plausible, pese a las barbaridades que persistía en proferir o del famoso «boinazo» que puso en riesgo al país en virtud de los cheques de su hijo.

El gobierno de Eduardo Frei (que yo asocio a un bostezo) casi terminando se encuentra con el arresto de Pinochet en Londres, lo que, una vez más, activó las alarmas de confabulaciones y fantasmas de poderosos activistas del marxismo internacional que conspirarían desde las sombras para hundir la figura y el legado de este señor que alguna vez firmó con el seudónimo de Daniel López. Se llegó a afirmar que la Cámara de los Lores era una caterva de comunistas con peluca, e incluso un militar manifestó su interés de ir con un pelotón a Gran Bretaña a rescatar al dictador atribulado; algo así como la película Los indestructibles, pero en versión chilensis.

Con el arribo de Ricardo Lagos a La Moneda, en 2000, no faltó quien lo calificara casi como la reencarnación de Salvador Allende. En sectores se habló de que volverían las JAP y el desabastecimiento, que silenciosamente se fraguaba un gobierno populista e igualitarista, que el socialismo no tenía patria, que Chile se convertiría en una nueva Cuba. No sé si lo decían con convicción, pero lo decían. Posteriormente (2006), ante la primera presidenta de la Historia de Chile, Michelle Bachelet, aparecieron también los dispuestos a endosarle su castro-chavismo, esta vez desde una misoginia que no se esmeraban demasiado en ocultar.

Y para qué continuar con el relato, si hasta a Alejandro Guillier se le caricaturizó casi como un caudillo tropical que, sentado en un saco azucarero, gobernaría un gran presidio llamado Chilezuela.

Muchas voces durante el estallido de octubre de 2019 acusaron que se trataba de una triangulación La Habana-Caracas-Santiago (con fuerte influencia del K-pop), y un diputado de Evópoli exigió la renuncia del rector Ennio Vivaldi por albergar en el plantel una escuela de guerrillas que respondía a la sigla “ACAB” (referida, en realidad, al Archivo Central Andrés Bello, en homenaje al célebre jurista y escritor que, como bien sabemos, era venezolano y fundó la Universidad de Chile).

Al primer retiro del diez por ciento de los fondos de AFP se planteaba que el sistema económico colapsaba irremediablemente.

Y así continúa el cuento de Pedrito y el lobo. Por una oreja susurra Maquiavelo y por la otra, Goebbels.

¿Alguien se hace cargo de esas narrativas esgrimidas por décadas? No entiendo por qué, luego de tantos años amenazados con el apocalipsis, habría ahora que creer que la propuesta de nueva Constitución sea un libelo bolivariano, que se prohibirán las empanadas y el vino tinto, que los secundarios serán komsomoles, que los abortos serán a los nueve meses, que la plurinacionalidad fragmenta al país, que se abolirá la propiedad privada o que las pensiones serán devoradas por el leviatán estatista.

Creo que el proceso constitucional ha sido importante, nos ha obligado a discutir nuestras diferencias. Probablemente ha dado cuenta de un país que no estaba visibilizado y ha contribuido a entender una nueva dimensión de la acción política. Quizás sea el cierre de un ciclo. Parece que la época de los gobiernos de expertos tiende a naufragar y la ciudadanía reclama un ejercicio del poder más directo, sin una cúpula que esté constantemente mediando sus decisiones.

Ojalá alguien le cuente a Pedrito cómo andan las cosas por la comarca.


Panfleto de la campaña presidencial de 1989: arriba a la derecha aparece Patricio Aylwin, candidato de la Concertación, junto a Volodia Teiteilboim, dirigente del Partido Comunista.



* Publicado en Ciper, 18.07.22.

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