Hannah Arendt y el apartheid en Israel




El Estado Judío de Israel, nombre oficial del país al que le gusta hacerse llamar la “única democracia de Oriente Medio”, nació fundado en un tipo de supremacismo étnico-religioso que con el correr del tiempo será escondido tras la victimización. Una victimización que se les enseña desde pequeños a los judíos en los centros de educación sionistas para, en palabras de Hannah Arendt, "demostrarles lo que significaba vivir entre no judíos, para convencerlos de que los judíos tan solo podían vivir con dignidad en Israel"[1].

Una muestra de ello se tiene en un fragmento de libro Eichmann en Jerusalén de la filósofa judía Hannah Arendt. En él queda al descubierto que el apartheid israelí acompaña el proyecto sionista original materializado en el Estado Judío de Israel a partir de la Nakba, el desastre del pueblo palestino a raíz de la colonización y limpieza étnica de 1948 a manos del sionismo... Que aún no se detiene.
“¿Creía verdaderamente Hausner [fiscal israelí del caso Eichmann] que los juzgadores de Nuremberg habrían prestado atención a la suerte de los judíos, en el caso de que Eichmann hubiera sido acusado? No. Al igual que todos los ciudadanos de Israel, el fiscal Hausner estaba convencido de que tan solo un tribunal judío podía hacer justicia a los judíos, y de que a estos competía juzgar a sus enemigos. De ahí que en Israel hubiera general aversión hacia la idea de que un tribunal internacional acusara a Eichmann, no de haber cometido crímenes «contra el pueblo judío», sino crímenes contra la humanidad, perpetrados en el cuerpo del pueblo judío. Esto explica aquella frase injustificada, «nosotros no hacemos distinciones basadas en criterios étnicos», que pronunciada en Israel no parece tan injustificada, ya que el derecho rabínico regula el estado y condición de los ciudadanos judíos, de modo que ninguno de ellos puede contraer matrimonio con persona no judía, y si bien los matrimonios celebrados en el extranjero son legalmente reconocidos, los hijos nacidos de matrimonios mixtos tienen la consideración jurídica de hijos naturales (es de señalar que los hijos de padres judíos que no están unidos en matrimonio tienen la consideración legal de hijos legítimos), y aquella persona cuya madre no sea judía no puede contraer matrimonio con un judío, ni tampoco recibir sepultura con las formalidades usuales en Israel. Esta situación jurídica ha quedado más de relieve a partir de 1953, año en que una importante parte de las relaciones del derecho de familia pasó a la jurisdicción de los tribunales civiles, es decir, no religiosos. Ahora, por ejemplo, las mujeres tienen derecho a heredar, y, en términos generales, su estatus legal es igual al del hombre. Por esto, difícilmente puede atribuirse a respeto hacia la fe o al poder de una fanática minoría religiosa la actitud del gobierno de Israel al abstenerse de transferir a la jurisdicción civil materias tales como el matrimonio y el divorcio, que ahora están reguladas por la ley rabínica. Los ciudadanos de Israel, tanto los que albergan convicciones religiosas como los que no, parecen estar de acuerdo en la conveniencia de que exista una prohibición de los matrimonios mixtos, y a esta razón se debe principalmente —como no tuvieron empacho alguno en reconocer diversos funcionarios israelitas, fuera de la sala de audiencia— que también estén de acuerdo en que no es aconsejable que se dicten disposiciones legales al respecto, por cuanto en ellas sería necesario hacer constar explícitamente, en palabras de claro significado, una norma de conducta que la opinión mundial seguramente no comprendería. A este respecto, Phillip Gillon escribió recientemente en Jewish Frontier: «Las razones que se oponen a la celebración de matrimonios civiles radica en que estos serían causa de divisiones en el pueblo de Israel, y también separarían a los judíos de este país de los judíos de la Diáspora». Sean cuales fueren los fundamentos de lo anterior, lo cierto es que la ingenuidad con que la acusación pública denunció las infamantes leyes de Nuremberg, dictadas en 1935, prohibiendo los matrimonios e incluso las relaciones sexuales extramatrimoniales entre judíos y alemanes, causó al público una impresión de desagradable sorpresa. Los corresponsales de prensa mejor informados se dieron perfecta cuenta de la paradoja que las palabras del fiscal entrañaban, pero no la hicieron constar en sus artículos. Sin duda, no creían que aquel fuera el momento oportuno para criticar las leyes e instituciones de los judíos de Israel”



NOTA:

[1] Por supuesto que aquí estamos lejos de minimizar el holocausto, el punto es el provecho propagandístico que el sionismo ha sacado con posterioridad de él. Para graficar esa evolución, tómense en cuenta la opinión  que tenían de la masacre nazi dos connotados sionistas en 1942 y 1943 respectivamente:

"El desastre que enfrenta el judaísmo europeo no es asunto mío"
David Ben-Gurión, líder sionista y futuro fundador y primer primer ministro de Israel.

"El sionismo está antes que todo (...) Para mí no se trata de pedir a la Agencia judía que asigne una suma de trescientos o siquiera cien mil libras para ayudar a los judíos europeos. Yo estimo que pedir una cosa semejante es cometer un acto antisemita"
Yitzhak Gruenbaum, dirigente sionista polaco y futuro ministro del Interior de Israel.

(Ambas citas se extrajeron desde: El crimen occidental, Viviane Forrester, FCE, 2008)



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