Medios de comunicación, “técnicos” y la normalización del neoliberalismo




Para nadie es un misterio que a estas alturas en Chile la ideología economicista es una cuestión normal y obvia. Por décadas las élites, los medios y la academia han naturalizado una opción sociopolítica extrema como si fuera una verdad absoluta de la cual solo duda gente malvada o muy ignorante. Al tiempo que se nos ha convencido de que la "buena ciencia económica" es una cuestión para "economistas profesionales"... y debe seguir siendo así para mantener su alto nivel técnico y salvarla de posturas ideológicas.

Aunque son evidentes esas falacias para quien quiera ver los hechos o no defienda intereses, la academia económica sigue marcando el camino seguido por la política y sigue difundiendo sus tendenciosos dogmas desde los medios. Estos han sido un lugar privilegiado para sus prédicas, ya que el periodismo aparte de darles cabida, pocas veces ha ejercido su trabajo: poner en duda sus planteamientos y abrirse a miradas alternativas provenientes de dentro y fuera de la economía dominante.

Dejamos una crítica del punto. Aún no sabemos si los medios acogerán este tipo de miradas o es solo un arranque personal de un periodista.


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Juan Andrés Guzmán


El Presidente Sebastián Piñera admitió que hemos vivido injusticias por décadas y pidió perdón. El empresario Andrónico Luksic anunció que va a aumentar el sueldo mínimo a sus empleados.

Con esos actos, dos súper ricos están dejando off side a la intelectualidad económica --a los «técnicos»--, que ha justificado 24/7 las desigualdades del modelo.

Ahora vemos que es posible aplicar mejoras muy rápidamente a este sistema --aunque es evidente que los anuncios siguen siendo insuficientes-- y no hacernos creer, como dijo Juan Andrés Fontaine, que para evitar el alza del Metro, lamentablemente los que se levantan temprano tendrían que salir aún antes.

Técnicos como Fontaine han ayudado a que los más ricos no asuman por años lo que estaba pasando en Chile. Han ayudado a posponer los cambios que habrían evitado la catástrofe actual.

Con esto no quiero decir que los más ricos no hayan sabido que estábamos sentados en un polvorín. Me refiero, más bien, al análisis que hizo Fernando Atria en un artículo titulado “La angustia del privilegiado”. Escrito al calor de las manifestaciones estudiantiles de 2011, Atria desnudaba ahí la simbiosis entre privilegiados --que se dan perfecta cuenta de que su posición es injusta-- e intelectuales --en ese momento se refería a los del CEP y a Libertad y Desarrollo-- que les dicen que todo va bien, que si ellos se vuelven más ricos, todos vamos a estar mejor.

Atria acusaba a esa intelectualidad de desplegar un enorme esfuerzo “en dar vuelta las cosas”, convenciendo a los privilegiados de que el modelo, en realidad, ayuda al que tiene menos. Estas ideas, decía Atria, “no sólo son falsas, sino evidentemente falsas; pero lo que le prometen al privilegiado es algo demasiado valioso, y por eso cuando cualquiera de ellas aparece, es elevada a la categoría de verdad indiscutible. Quienes las formulan y publicitan son, entonces, celebrados por quienes tienen poder e influencia, y se transforman en los ‘expertos’ prestigiados, cuya opinión es siempre atendida por los ‘líderes de opinión’, que son llamados a ocupar las comisiones presidenciales e invitados a reuniones de alto perfil y entonces son nombrados en centros de estudios con presupuestos asegurados lo que les garantiza la relevancia y el éxito académico”.

Las injusticias de este modelo han sido ocultadas a punta de opiniones “técnicas”, de papers serios, a la vez que se ha motejado como “ideológicas” las opiniones de centros como la Fundación Sol o de economistas como Claudia Sanhueza o Nicolás Grau, entre muchos otros.

Los medios hemos caído en ese juego y lo seguimos haciendo. Cuando algunos colegas dicen que esta crisis no la vio venir nadie, es porque muchos periodistas o comentaristas de actualidad de matinales no han leído otra cosa que a los expertos “acreditados” a los que miran con admiración y no como fuentes falibles y con intereses creados.

Los medios se han transformado en la caja de resonancia de ideas que se plantean como verdades caídas del cielo, sin notar que curiosamente esas opiniones suelen estar alineadas con los intereses de la elite. Demasiados anuncios de fin de mundo han hecho estos técnicos --desde el derrumbe de la economía si ganaba el No en el plebiscito, hasta el anuncio de que Antofagasta se transformaría en un pueblo fantasma si se aprobaba el royalty minero, pasando por la última reforma tributaria que iba a estancar la economía y bajar la recaudación. Pero este fin de mundo, el actual, no lo vieron venir.

Es de esperar que, tras estos terribles días, los medios miren a esos “técnicos” con el mismo recelo y respeto que hay que mirar a todas las fuentes.

La elite que ha financiado el trabajo de estos técnicos, se ha dejado convencer de que los niveles de desigualdad eran buenos para todos --que eran el resultado del trabajo duro de unos y la flojera de otros-- que las AFPs son lo mejor que podemos tener, etc. Pondría en esa lista a Luis Larrín, a Axel Kaiser, al publicista económico Bernardo Fontaine, pero hay varios más.

Esos técnicos le ayudaron a la elite a argumentar que sus tasas de ganancia eran correctas. Pero ahora vemos que aceleraron demasiado la máquina y la reventaron; “apretaron la tuerca más de lo que tenían que apretar”, como dijo la socióloga Kathya Araujo a Paula Molina, refiriéndose a la elite.

La crisis estalló mientras intentaban una última vuelta de tuerca: la reducción de impuestos para los más ricos. Una reforma completamente innecesaria, que muestra lo insaciable del 1%. Ahora Bernardo Fontaine llama a esa elite a hacer la pérdida. En su último tuit escribe:
«Doloroso, pero necesario. Un tremendo cambio político. Un gobierno de derecha pide subir el impuesto a 40% cuando un gobierno socialista, Michelle Bachelet, lo bajó de 40% a 35%».
No hay ninguna reflexión sobre cómo él, que organizó agresivas campañas para defender a la AFPs --y para bajar los impuestos--, pudo ayudar a extremar la desigualdad y alimentar la impotencia.

Con un poco más de perspectiva, tengo la impresión que el último gran error de esa tecnocracia fue torpedear, con alegría y sin freno, las reformas de Michelle Bachelet. Se dijo que la Nueva Mayoría había comprendido mal a la gente, que las manifestaciones de 2011 que la llevaron al poder buscaban más mercado, no menos. Se acusó a ese gobierno de hacer muchas reformas, demasiadas, y de llevarnos hacia Venezuela. Cuando se promovió una reforma constitucional, se rasgaron vestiduras. Fernando Atria advirtió entonces que si no la reformábamos en un periodo de calma, tendríamos que hacerlo en plena crisis.

Bueno, aquí estamos.

Llevamos 15 muertos o más. Hay responsabilidad intelectual en eso.



* Publicada en CIPER, 23.10.19.Juan Andrés Guzmán es periodista y editor de CIPER.

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