Pobrecita Economía... tan lejos de la realidad, tan cerca de las matemáticas




La disciplina se autolimitó por definición al encerrarse en los “medios” y desligarse de los “fines” (Robbins, 1951), quedando con mayor razón predispuesta a enfatizar en lo metodológico. Al mismo tiempo, en el imaginario economicista, esa capacidad matemática pareciera poder reemplazar al saber observar, inducir, relacionar y concluir. Es decir, a las capacidades requeridas para hacer buena investigación. Como si medir o elaborar modelos matemáticos bastara para estudiar correctamente los fenómenos socioculturales reales y lo cuantitativo no se interpretara desde lo cualitativo[25].

El cientificismo confunde describir cuantitativamente la realidad con comprenderla e ignora que toda la ciencia, en sus diferentes disciplinas o campos, es una operacionalización metodológica de alguna filosofía. Como bien decía el físico alemán Max Planck (1947), Nobel de la especialidad de 1918, “la filosofía proporciona los fundamentos mentales sobre los que la investigación científica reposa”. (...)

Desde una perspectiva amplia, se sabe que la sobrevaloración de lo cuantitativo e infravaloración de lo cualitativo puede llevar a “errores, incluso ridículos”. Ni las disciplinas socioculturales, en general, ni la economía, en particular, escapan a esa necesidad de “ocuparse del análisis de las ideas o de los hechos (...) para asegurar el apoyo del cálculo en bases sólidas”. Estas últimas conclusiones son de Condorcet (1990), quien a pesar de ser un entusiasta promotor de la aplicación de las matemáticas al campo del “espíritu humano”, ya en el siglo XVIII advirtió acerca de los posibles errores en las conclusiones cuantitativas, fruto de análisis cualitativos deficientes. El autor francés —con un criterio que actualmente se echa mucho de menos— era consciente de que la “matemática social”, aplicada a la “economía política”, debía apoyarse en análisis más allá de lo meramente cuantitativo.

Por mucho que entre los propios economistas occidentales modernos se encuentren severas críticas al exagerado acento matemático en que ha derivado la disciplina y su consecuente reduccionismo, a la fecha, es un enfoque triunfante, indiscutido y señal de lo científica que ha llegado a ser la “ciencia económica”. El economista Paul Streeten (2007) cita a varios de sus colegas destacados que toman distancia de tal entusiasmo por las matemáticas. Por ejemplo, para Kenneth Boulding ellas son solo un “lenguaje”, “aunque tal vez deberíamos decir una jerga”, que se destaca por su “extraordinaria escasez de verbos”. En otras palabras, por su pobreza para comunicar acerca del mundo real: “es difícil encontrar más de cuatro [verbos]: es igual a, es mayor que, es menor que y es una fracción de”. Por su parte, el gran economista John Maynard Keynes, quien por lo demás fue un muy buen matemático, escribió:
...los métodos simbólicos seudo matemáticos para formalizar un sistema de análisis económico (...) permiten que el autor pierda de vista las complejidades e interdependencias del mundo real en un laberinto de símbolos pretenciosos e inútiles (Keynes citado en Streeten, 2007: 51).
Esas opiniones que, alertadas por una tendencia creciente, parecían profetizar un futuro poco alentador, se ven refrendadas en Robert Kuttner y su concepto de la enseñanza actual de la disciplina: “Los departamentos de economía están graduando a una generación de idiots savants [sabios idiotas], matemáticos brillantes y esotéricos pero ignorantes de la vida económica real”. Ante esa ola matematizante que se veía venir en la economía, ya en la primera mitad del siglo pasado y con no poca ironía, la economista británica Joan Robinson escribió: “No sé matemáticas y por ello tengo que pensar”. En la “ciencia económica” ha terminado triunfado “la técnica sobre la esencia”, la “forma sobre el contenido”, “la elegancia sobre el realismo”[26].

No obstante, más allá de las críticas y reparos, como exponen Backhouse y Bateman (2014), la disciplina enfocó parte no menor de sus esfuerzos en lograr que “el análisis de la economía concordara con los puntos de vista científicos”, es decir, con los de las ciencias naturales. Ese afán por convertirse en “ciencia” requería de teorías con “mayor poder predictivo”, con el propósito de acceder a “un carácter más parecido al de la ingeniería” y, por cierto, al de la física. Se realzó entonces el trabajo con “modelos” o “estructuras matemáticas útiles para predecir qué sucedería”. La economía llegó a convertirse en una “ciencia de modelos” matemáticos, lo cual obliga a “trabajar con mundos sumamente simples”. Por tanto, en no pocas ocasiones muy distantes de lo que sucede en el complejo mundo real:
...se diseñó un elaborado aparato de teoría económica matemática: conjuntos formales de proposiciones sobre cómo se comportaban realmente las economías de mercado, que podían ser analizados rigurosamente utilizando herramientas matemáticas cada vez más avanzadas (...) El problema es que los modelos teóricos no sirven de nada si no se pueden relacionar con lo que sucede en la economía (Backhouse y Bateman, 2014: 50-53).
La tendencia (¿u obligación?) a trabajar con modelos matemáticos y el fundamento tras de ellos, no varía con miradas que sostienen un alejamiento de la ortodoxia por medio de un supuesto salto innovador hacia la realidad (¡y qué mal estamos si se debe celebrar a una “ciencia” empírica por tomar en cuenta la realidad!). Aquí se cree que seguir modelando matemáticamente el mundo real pero incluyendo variables no económicas, no altera el esquema y el problema de fondo. En otras palabras, no hace a nadie heterodoxo. Por cierto que esa agudeza para ver la punta del iceberg es un avance y debe ser reconocida. Sin embargo, se mantiene atada a los límites ortodoxos que niegan a la economía la condición de disciplina sociocultural y todo lo que ello implica en cuanto fundamentos, metodologías y fines.

Así, al considerar los principios de la “ciencia económica” surge una de las dudas que cruza este libro. En el fondo, un economista heterodoxo “científico”, ¿qué tan heterodoxo es?


NOTAS:

[25] Ese cientificismo que en el fondo propone una especie de automatización de la investigación, gracias a una serie de estructuras y procedimientos cuantitativos dados (como imaginaba Francis Bacon), podría homologarse al biologicismo. Este último pretende explicar todo el fenómeno humano, por medio de la automatización de una serie de estructuras y procedimientos que estarían dados por los genes, los instintos y la conformación cerebral. De hecho, desde el neoliberalismo se ha sintetizado economicismo y biologicismo (McKinnon, 2012; De Waal, 2016).

[26] Los últimos juicios citados provienen de “economistas matemáticos” reconocidos “que también han criticado el abuso y el uso excesivo de las matemáticas en economía”: Kuznets, Arrow, Debreu, Klein, Frisch, Brown, Worswick y Leontief (Streeten, 2007).



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