Venta libros "Oikonomía" y "Reforma e Ilustración"




Oikonomía. Economía Moderna. Economías
Oferta sólo venta directa: $ 12.000.- (IVA incluido)

2da. edición - Ediciones ONG Werquehue - 2020
ISBN: 978-956-402-214-7
516 pp. / 16x23 cm. / Encuadernación rústica con solapas

Acerca de la economía, en su doble condición de disciplina "científica" y actividad capitalista de mercado, es posible preguntarse: ¿por qué el lucro (ni siquiera la ganancia) cobró mayor relevancia que el trabajo y la producción?, ¿por qué se le considera una 'ciencia' al modo de las ciencias naturales?, ¿por qué la política terminó siendo puesta a su servicio?, ¿ha sido o es el único sistema de sustento viable, correcto, eficiente o benigno?, ¿es un mero sistema técnico o una proyecto que contiene una cultura con sus ideas, moral e instituciones?
Este libro busca contestar las preguntas antedichas desde una perspectiva crítica, que pone en tela de juicio a la "ciencia económica" y al capitalismo de mercado desde la revisión de sus relaciones con lo ético, religioso, cultural, social, filosófico, político e histórico. Para ello se recurre a una mirada transdisciplinaria que busca romper los rígidos límites y el reduccionismo de la economía dominante, en un momento donde urge una revisión de la economía y de lo económico.

Patrocinaron este libro: 
- Federación de Sindicatos del Holding Heineken CCU
- Caritas Chile
- Magíster en Gestión Cultural de la Universidad de Chile
- Magíster en Desarrollo a Escala Humana y Economía Ecológica de la Universidad Austral de Chile
- Escuela de Ingeniería y Ciencias de la Universidad de Chile

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Reforma e Ilustración. Los teólogos que construyeron la Modernidad
Oferta sólo venta directa: $ 12.000.- (IVA incluido)

2da. edición - Editorial Ayun - 2012
ISBN: 978-956-8641-11-5
476 pp. / 
16x23 cm. / Encuadernación rústica con solapas

La Modernidad, la tradición cultural anglosajona post Reforma Protestante, sigue vigente en nuestras ideas, moral, instituciones y, por ende, en nuestras vidas cotidianas. Puntualmente, dicha tradición tiene como principal fundamento intelectual al movimiento de la Ilustración; el que, a su vez, se nutre de la Reforma Protestante en su versión calvinista o reformada.
Este libro expone esas relaciones y su rol en el desarrollo de la ciencia experimental, el derecho y la política, la moral y la economía modernas y en la construcción del mundo contemporáneo. Para ello se trabajan los textos originales de autores como Isaac Newton, John Locke, Adam Smith, Jean-Jacques Rousseau, entre otros, quienes a pesar del tiempo transcurrido son cruciales para explicar y criticar nuestra época.

* Para leer el Índice y Presentación del libro: pincha AQUÍ.
* Para ver video de Coloquio de la Carrera de Sociología UCEN sobre el libro: pincha AQUÍ.



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1 Oikonomía + 1 Reforma por $ 22 mil (IVA incluido)

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El Día Nacional de Luto de los nativos norteamericanos




Desmantelar la narrativa históricamente unilateral sobre el Día de Acción de Gracias en Estados Unidos ha sido un esfuerzo de décadas, liderado por historiadores y comunidades indígenas.


Megan Barney


Para muchos estadounidenses, la historia popular del primer Día de Acción de Gracias suele ser la siguiente: en 1621, los peregrinos acababan de llegar a lo que hoy es Plymouth, Massachusetts (las tierras tradicionales de los pueblos Wampanoag y Massachusett) y se enfrentaron a un invierno frío y crudo. Los Wampanoag, conscientes de su difícil situación, les proporcionaron generosamente los medios para sobrevivir. En agradecimiento, los peregrinos recibieron a los Wampanoag en un banquete armonioso. Esta narrativa se comparte en las aulas de todo Estados Unidos cada año, ha persistido en la memoria pública y está profundamente arraigada en la identidad nacional de Estados Unidos. Sin embargo, como muchas narrativas excepcionalistas en la historia estadounidense, esta historia es una interpretación parcial que glorifica la colonización e ignora la verdad completa de la historia, en particular para los pueblos indígenas de Estados Unidos.

Si bien muchos historiadores y activistas han trabajado para desestabilizar la memoria pública en relación con la historia imaginaria del Día de Acción de Gracias, la verdadera responsabilidad de esta historia reside en las comunidades indígenas, quienes reconocen el cuarto jueves de noviembre como Día Nacional de Luto. El Día Nacional de Luto es una jornada anual de conmemoración y protesta organizada por los Indios Americanos Unidos de Nueva Inglaterra (UAINE). Celebrado cada año en Cole's Hill, en Plymouth, con vistas al famoso Plymouth Rock, el Día Nacional de Luto ofrece a los pueblos indígenas un espacio para hablar sobre su historia y las dificultades que enfrentan a manos del gobierno de Estados Unidos.

El Día Nacional de Luto comenzó en 1970 como protesta por la celebración del 350º aniversario de la llegada de los peregrinos. Esta celebración se organizó para celebrar la narrativa, en gran medida falsa, de las relaciones entre los wampanoag y los peregrinos en la década de 1620. Como parte de la celebración, los organizadores se acercaron a Wamsutta (Frank) James, un hombre wampanoag, para que diera un discurso de agradecimiento. El discurso que James iba a pronunciar en la celebración fue censurado por no coincidir con la historia mitológica que los organizadores se proponían compartir. James se negó a pronunciar un discurso preconcebido en la celebración, y en su lugar, el discurso suprimido se pronunció en el primer Día Nacional de Luto.

En el discurso suprimido, James compartió cómo las consecuencias del asentamiento colonial han impactado al pueblo Wampanoag:
Incluso antes del desembarco de los peregrinos, era práctica común que los exploradores capturaran indígenas, los llevaran a Europa y los vendieran como esclavos por 220 chelines cada uno. Apenas cuatro días después de explorar las costas de Cape Cod, los peregrinos saquearon las tumbas de mis antepasados ​​y les robaron el maíz y los frijoles... Massasoit, el gran Sachem de los wampanoag, conocía estos hechos; sin embargo, él y su pueblo recibieron y se hicieron amigos de los colonos de la Plantación Plymouth. Quizás lo hizo porque su tribu había sido diezmada por una epidemia. O su conocimiento del crudo invierno que se avecinaba fue la razón de su aceptación pacífica de estos actos. Esta acción de Massasoit fue quizás nuestro mayor error. Nosotros, los wampanoag, te recibimos a ti, el hombre blanco, con los brazos abiertos, sin saber que era el principio del fin; que antes de que transcurrieran 50 años, los wampanoag ya no serían un pueblo libre.
El discurso de James incluye las duras verdades para quienes se han acostumbrado a la narrativa de la armonía. La realidad de las primeras relaciones con los pueblos indígenas y el primer Día de Acción de Gracias en lo que se convertiría en Estados Unidos está marcada por epidemias, robos y violencia

Si bien el discurso silenciado estuvo marcado por un gran dolor y una gran verdad, también habla de la resiliencia de los pueblos indígenas de las Américas y la perdurable presencia de su lengua y sus prácticas. James explicó:
Hoy, yo y muchos de mi pueblo estamos eligiendo enfrentar la verdad. ¡SOMOS indígenas! Aunque el tiempo ha drenado nuestra cultura y nuestra lengua está casi extinta, nosotros, los wampanoag, aún caminamos por las tierras de Massachusetts.
Cada año, desde 1970, los pueblos indígenas se han reunido en Plymouth, Massachusetts, para honrar a sus antepasados ​​y protestar contra la opresión que muchos nativos americanos siguen enfrentando. Este evento no solo reconoce las voces indígenas históricamente marginadas, sino que también llama la atención sobre la historia que muchos estadounidenses siguen ignorando deliberadamente. 

Si bien cuestionar una narrativa tan arraigada en la conciencia estadounidense puede ser difícil, somos guardianes de este legado y tenemos la responsabilidad de afrontar el pasado y el presente para desarrollar una comprensión más inclusiva y precisa del pasado. Como dijo Frank (Wamsutta) James en 1970:
Lo sucedido no se puede cambiar, pero hoy debemos trabajar por una América más humana, una América más indígena, donde los hombres y la naturaleza vuelvan a ser importantes; donde prevalezcan los valores indígenas del honor, la verdad y la fraternidad.
Cuando los primeros colonos llegaron a lo que hoy es Estados Unidos, la tierra era el hogar de cientos de diversas naciones indígenas, naciones que continúan luchando por el reconocimiento de su soberanía hasta el día de hoy.



* Publicado en Facing History & Ourselves, 16.11.22.

Los crímenes de Churchill: hambrunas, represión y racismo




Una nueva biografía del británico ahonda en su faceta más oscura, como el uso de gases contra "tribus sin civilizar" o la hambruna que provocó en la India.


Rafael Balbas


Winston Churchill dejó este mundo el 24 de enero de 1965 tras sufrir varios infartos y retirarse de la vida pública en 1955. Su cursus honorum es de sobra conocido: tras empezar la carrera militar viajó por todo el mundo observando y participando en las guerras coloniales que pudo. Entrado el siglo XX siguió sirviendo a la Corona inglesa y al gobierno imperial hasta que despuntó con luz propia como el líder que defendió Europa y al mundo libre durante la Segunda Guerra Mundial.

En junio de 2020 estalló un inmenso debate mediático en Reino Unido. La oleada de rabia e indignación por el brutal asesinato del afroamericano George Floyd estalló también en Londres y los manifestantes se cebaron en sus ataques contra la estatua de Churchill. Un furibundo Boris Johnson, entonces primer ministro, cargó contra ellos defendiendo la memoria del buque insignia del establishment británico.

Johnson, sin embargo, se olvidaba de los cadáveres del armario de Churchill. Bajo su mando se cometieron numerosos crímenes de guerra, aplaudió el uso de gases contra "tribus sin civilizar", sentía asco por los hindúes [indios] y no dudó en apoyar los fascismos de Mussolini y Franco siempre que no atentasen contra la integridad del Imperio británico.

El polémico periodista y escritor Tariq Ali publica ahora Winston Churchill. Sus tiempos, sus crímenes (Alianza), una obra —brillantemente documentada— que realiza toda una biografía criminal del personaje situándolo dentro del contexto del Imperio británico.

Churchill siempre reconoció que era un hijo de la era victoriana. Sin embargo, el crecimiento del imperio a finales del siglo XIX se estancó a medida que el desempleo subió como la espuma. "Churchill quería revertir el proceso (...) su método favorito era el empleo de la fuerza" explica Ali. Este afán por conservar y defender las colonias británicas impregnó toda la ideología y los esfuerzos del político, para quien "no había crimen demasiado costoso ni guerra demasiado innecesaria si estaban en juego las posesiones, la hegemonía mundial y los intereses comerciales".


Embarazosa carrera

Hasta que logró sentarse en Downing Street [residencia y oficina del Primer Ministro británico] en medio de la mayor guerra de la humanidad, la trayectoria de Churchill no estuvo exenta de polémicas. Tras participar en numerosas guerras coloniales y aplaudir sus atrocidades, promovió, como primer lord del Almirantazgo, una desastrosa operación militar en los Dardanelos durante la Gran Guerra que se convirtió en una escabechina. Como miembro del gobierno promovió el uso de siniestros escuadrones de la muerte durante la independencia de Irlanda y apoyó el uso de gases para asfixiar a los rebeldes kurdos en Irak.

Sus métodos eran cuando menos cuestionables. Siempre que pudo utilizó fuertes medidas represivas contra la clase obrera que amenazaba la paz social del imperio con sus reivindicaciones. En su cruzada contra el comunismo, apoyó una nueva aventura militar para ayudar a los restos del ejército zarista durante la guerra civil rusa. La intervención internacional fue todo un fracaso y Churchill enfureció cuando le fue negado el permiso de usar armas químicas para asfixiar a las fuerzas del Ejército Rojo.

Enajenado por el triunfo de Lenin, se acercó de manera entusiasta a teorías conspirativas antisemitas —"se alzan complots de los judíos internacionales", dijo— que tenían como objetivo "el derrocamiento de la civilización". Sin embargo, más tarde apoyó la creación del Estado de Israel.

La lucha contra el bolchevismo soviético le hizo babear elogios hacia el fascismo de Mussolini en 1927, movimiento que veía con entusiasmo debido a su fuerza en la lucha y represión del leninismo. En la misma línea y en la medida de sus posibilidades, favoreció a Franco durante su dictadura, moderando la postura estadounidense respecto al dictador español una vez terminada la II Guerra Mundial.

Cuando la "convivencia" entre el fascismo y el imperio estalló por los aires, Churchill encabezó la resistencia del mundo libre y la democracia tras la caída de Francia en 1940. Vendió como milagro el desastre de Dunkerque y, apretando los dientes, logró aguantar la feroz embestida del Eje hasta que la URSS y EEUU entraron en escena.


Bengala

Sin embargo, Tariq Ali se aleja del continente europeo y subraya el que quizás sea el mayor crimen cometido jamás por Churchill. En el Raj británico [territorios colonizados en India], el desprecio hacia su población nativa era algo habitual entre las autoridades coloniales. El Imperio japonés en su avance imparable por Asia había logrado capturar Singapur y a los 80.000 británicos que la protegían. El varapalo se vio agravado cuando capturaron Birmania, principal productor de arroz de Reino Unido, quedando a las puertas de la India en 1942.

Ante el avance nipón, Londres decidió una estrategia de tierra quemada, requisando todo el grano y el arroz de Bengala para el consumo de las fuerzas aliadas. La situación para los bengalíes fue demoledora, dándose incluso casos de canibalismo. Aquí, Tariq destaca la insensibilidad de Churchill al negarse a liberar reservas de alimentos para los indios, "un pueblo asqueroso con una religión asquerosa". Según la argumentación del premier, la hambruna no sería tal si Ghandi seguía vivo y añadió que "se reproducen como conejos".

Archibald Wavell, virrey de la India, bombardeó periódicamente al Gabinete de Guerra con peticiones de alimentos que eran ignoradas o regateadas. Desde su despacho se olía el humo de las piras funerarias y se escuchaba el silencioso llanto de los hambrientos. En cuanto a la postura de Churchill, afirmó en su diario: "No veo demasiada diferencia entre su punto de vista y el de Hitler". Tariq Ali resume que para proteger a la India de una invasión que nunca ocurrió, el imperio sacrificó la vida de cerca de 5 millones de personas.

La pavorosa hambruna de Bengala solamente incomodaba en cuanto a que se conociera su magnitud y perjudicase el prestigio de Reino Unido. El resto era secundario. Mucho se ha hablado también de la traición del pueblo británico para con Churchill una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y su derrota electoral de 1945. Si bien era un buen candidato para tiempos de guerra, no lo era para la paz.

Durante las últimas semanas de guerra estudió una hipotética ofensiva contra la URSS y acabar finalmente con el comunismo, aunque rápidamente se olvidó del tema. Los aliados estaban exhaustos. Europa quedó dividida en zonas de influencia. A pesar de que en Grecia la resistencia comunista había llevado el peso de la lucha contra la ocupación nazi, entraba dentro de la esfera occidental. Churchill no dudó dos veces, desembarcó en Atenas y armó a los ultraderechistas monárquicos en una cruel guerra civil que acabó con 600.000 griegos.

Churchill volvió a ser primer ministro entre 1951 y 1955. "Parecía un hombre frágil, una réplica del imperio que él no quería perder", relata Tariq. Estaban en bancarrota y las colonias alzaban la voz. Una revuelta en Kenia fue respondida por el político con su método favorito con los salvajes [sic]. La lucha fue sangrienta y cruel. Churchill matizó que no se trataba en realidad de salvajes: "Son salvajes armados de ideas, y es mucho más difícil lidiar con las ideas".





* Publicado en El Español, 19.1023.

Israel juzga niños palestinos en tribunales militares


Fawzi al-Juneidi, de 16 años, se convirtió en un símbolo de la detención de jóvenes por parte del ejército israelí cuando fue detenido en 2017 y fotografiado con los ojos vendados y rodeado por una veintena de soldados.


“A los niños generalmente los arrestan en sus casas. Decenas de militares asaltan en mitad de la noche la vivienda, a veces rompiendo la puerta, preguntan por el niño y entran al mismo dormitorio del menor con los fusiles a despertarlo para llevárselo”.


Paula Rosas


Así describe el abogado Khaled Quzmar gran parte de las detenciones de menores palestinos que la organización que dirige, Defense of Children International - Palestine (DCIP), ha podido documentar.

Tras la detención, dice Quzmar a BBC Mundo, los niños son llevados a centros de interrogatorio, donde no están acompañados de familiares ni de abogados.

"Allí son sometidos a tortura psicológica y a veces también física y donde muchos acaban confesando bajo presión delitos que no han cometido", denuncia este especialista palestino en derecho humanitario.

Aunque la situación de menores palestinos ha sido objeto de estudio y de preocupación de varias organizaciones internacionales, como Save the Children o la propia UNRWA (agencia de Naciones Unidas para los palestinos).

Según un informe de Save the Children, estos menores sufren “abusos físicos y emocionales”.

Cuatro de cada cinco (un 86%) aseguran haber sido golpeados, un 69% denunciaron haber sido desnudados para ser registrados y casi la mitad, el 42%, fueron heridos en el momento de la detención, algunos de bala y otros acabaron con huesos rotos, de acuerdo con la investigación de la ONG publicada en el pasado mes de julio.


Tribunales militares

Como Cisjordania y Jerusalén Este se encuentran bajo ocupación israelí y la jurisdicción de su ejército, los palestinos que son arrestados en estos territorios son sometidos a juicios militares, incluidos los niños.

Según Save the Children, los palestinos son los únicos niños del mundo que son “procesados sistemáticamente por tribunales militares”. La organización estima que, en los últimos 20 años, unos 10.000 menores palestinos han sido recluidos en el Sistema de detención militar israelí.

El establecimiento de estos tribunales militares, según afirmó el ejército israelí a BBC Mundo, “está reconocido por la Cuarta Convención de Ginebra y su funcionamiento cumple con todas las obligaciones pertinentes en virtud del derecho internacional”.

De acuerdo con esta legislación, que está regulada, entre otras, por la “Orden sobre disposiciones de seguridad” (Orden Militar 1651), los niños de hasta 12 años pueden ser juzgados y encarcelados. En Israel, la edad mínima de responsabilidad penal también es de 12 años.

Sin embargo, Khaled Quzmar denuncia que la legislación militar israelí permite arrestar a palestinos de cualquier edad. DCIP asegura que ha registrado casos de niños de hasta 6 años que han sido detenidos y liberados al cabo de 5 o 6 horas de acuerdo con la investigación de la ONG publicada el pasado mes de julio.


Interrogatorios

Uno de los que fue retenido por unas pocas horas e interrogado fue Karim Ghawanmeh, de 12 años, detenido por soldados israelíes en su casa del campamento de refugiados de Jalazone, en Cisjordania.

El periodista del servicio en árabe de la BBC, Muhannad Tutunji, se encontraba en casa del chico cuando su madre recibió una llamada del niño desde la sala de interrogatorio a la que le llevaron.

Karim no pudo estar acompañado de sus padres durante ese tiempo y le permitieron hablar menos de un minuto por teléfono.

Estuvo retenido durante siete horas sin cargos.

Un video en el que salía jugando con un arma, que Karim asegura que encontraron en una bolsa bajo un árbol y que luego entregaron a la policía, provocó la detención.

Durante el arresto, Karim asegura que fue maltratado, abofeteado y golpeado, según dijo al periodista de la BBC.

También afirmó que le obligaron a ver imágenes de cómo dos niños palestinos morían por disparos del ejército israelí esta semana, videos que han generado una gran conmoción entre los palestinos. Si alguna vez tiraba piedras, asegura que le dijeron los soldados, correría la misma suerte.

Según dijo el ejército israelí a BBC Mundo, “el interrogatorio de menores se lleva a cabo con cuidadosa consideración y teniendo en cuenta sus derechos, entre ellos el de permanecer en silencio y el de consultar a un abogado”.


Penas

Al haber cumplido los 12 años, Karim ya no es considerado por la justicia militar como un niño sino como un “joven”. De los 14 a los 16, los menores ya son “adultos jóvenes”.

Quzmar explica que si el día de la sentencia, el niño no ha cumplido aún los 14 años, la pena máxima a la que puede ser condenado es de un año de prisión. Esto siempre y cuando el delito por el que se le condena pueda ser penado con un máximo de 5 años de cárcel.

Pero si se trata de un delito que lleva aparejadas penas mayores, entonces puede ser sentenciado hasta 20 años.

A partir de los 14 años, la pena puede ser la cadena perpetua.

Lanzar piedras, que es uno de los delitos más frecuentes por los que son detenidos los menores palestinos --según grupos de derechos humanos como DCIP, Addameer, o B'Tselem--, está castigado con penas de entre 10 y 20 años, según a quién se dirija la piedra.

El servicio de prisiones de Israel dijo a BBC Mundo que los menores bajo su custodia han sido encarcelados "según órdenes judiciales, tras ser acusados ​​de delitos graves de diversa índole, entre ellos tentativa de homicidio, agresión y lanzamiento de explosivos", según dijo el servicio de prisiones a BBC Mundo.

Uno de los casos más conocidos, que ha sido denunciado por numerosas organizaciones de derechos humanos, es el de Ahmed Manasra, que fue detenido cuando tenía 13 años, acusado de intentar apuñalar a dos personas en un asentamiento. Finalmente se probó que fue su primo y no él quién cometió el ataque, pero Manasra lleva 8 años encarcelado.

“A pesar de que los tribunales concluyeron que no había participado en estos hechos, fue declarado culpable de intento de asesinato”, denuncia Amnistía Internacional. En su encierro Manasra desarrolló trastornos psiquiátricos graves y, a pesar de ello, lleva dos años en régimen de aislamiento.


Detención sin cargos

Como ocurre con los adultos, muchos niños arrestados por el ejército israelí se encuentran bajo detención administrativa, sin que se les impute formalmente ningún delito.

Así pueden pasar meses, como es el caso de Iham Nahala, que fue liberado en el intercambio por los rehenes tras pasar 14 meses encarcelado sin que se presentaran cargos en su contra.

Nahala fue uno de los 169 menores liberados en la última tregua entre Israel y Hamás que permitió el intercambio de prisioneros palestinos por rehenes israelíes y de otras nacionalidades capturados por la organización armada el 7 de octubre.

En 2022, la UNRWA denunciaba el caso de otro chico, Amal Muamar Nakhleh, que padece una enfermedad autoinmune rara, y que llevaba un año en detención administrativa sin cargos.

“El acceso para visitar a Amal en prisión y recibir información actualizada sobre su estado de salud sigue siendo muy limitado”, señalaba el organismo.

El acceso de las familias a los menores una vez son detenidos está muy restringido, denuncian las organizaciones de derechos humanos.

Save the Children asegura que entre las medidas que imponen las autoridades israelíes a los niños palestinos está el negar el acceso a la representación legal y a ver a sus familias.

Israel aseguró a BBC Mundo que “todos los organismos encargados de hacer cumplir la ley en la región de Judea y Samaria (como las autoridades israelíes denominan el territorio ocupado de Cisjordania) trabajan para proteger los derechos de los menores en todos los procedimientos administrativos y penales, incluido el cumplimiento de las obligaciones relativas al arresto, la investigación, el procesamiento y la sentencia de los menores”.

En un informe de 2013, Unicef concluyó que el maltrato al que eran sometidos los niños en detención militar israelí era “generalizado, sistemático e institucionalizado durante todo el proceso, desde el momento de la detención hasta el procesamiento del niño y eventual condena y sentencia”. Desde entonces, el organismo ha mantenido un diálogo con las autoridades israelíes para intentar mejorar la situación.

La detención militar también deja secuelas psicológicas en los niños, denuncian las organizaciones de derechos humanos.

Cerca de la mitad de los que son arrestados dijeron a Save the Children que no habían podido volver a su vida normal una vez fueron liberados, según su informe de 2020 Defenceless (Indefensos).

El adolescente Mohammed Nazzal, de 18 años, que fue liberado gracias al acuerdo entre Israel y Hamás después de más de tres meses de detención administrativa, sufrió , según relató a la reportera de la BBC Lucy Williamson, maltrato físico durante su encarcelamiento, del que ha salido con las dos manos rotas.

Pero los daños van más allá...

“Este no es el Mohammed que conocíamos”, lamentó su hermano Mutaz.

"Ahora su corazón está roto y lleno de miedo”, concluyó.


Ahmed Manasra tenía 13 años cuando fue detenido. Lleva 8 en la cárcel, donde padece graves problemas psiquiátricos.



* Publicado por BBC Mundo, 12.12.23.

La genética nos ha enseñado que las "razas" no existen... aunque Trump no quiera




Mientras el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ataca al Instituto Smithsoniano por su “ideología antiamericana [antiestadounidense]” en un evidente retroceso para fundamentar el racismo de su administración, Adam Rutherford examina aquí lo que la ciencia de la genética nos ha enseñado sobre la raza.


Adam Rutherford


Cuando los científicos presentaron el primer borrador del Proyecto Genoma Humano hace 25 años, pareció dar la última palabra sobre algunos mitos anticuados sobre la raza. Proporcionó evidencia definitiva de que las agrupaciones raciales carecen de base biológica. De hecho, existe mayor variación genética dentro de los grupos raciales que entre ellos. Demostró que la raza es una construcción social.

Pero a pesar de este hallazgo fundamental, que se ha reforzado a medida que avanza el trabajo sobre el genoma humano, la raza y la etnicidad aún se utilizan a menudo para categorizar a las poblaciones humanas como grupos biológicos distintos. Estas opiniones circulan en la pseudociencia de las redes sociales, pero también se infiltran en la investigación científica y los sistemas de salud.

Es aún más preocupante cuando este modo de pensar llega a los pasillos de gobierno.

El presidente Donald Trump y su administración no han ocultado su rechazo a muchos aspectos de la cosmovisión científica. Desde su regreso a la Casa Blanca, ha recortado drásticamente la financiación científica para la investigación biomédica y climática, pero en una reciente orden ejecutiva, Trump criticó lo que la mayoría de los científicos ahora consideran una realidad biológica.

Titulada "Restaurar la verdad y la cordura en la historia estadounidense", la orden presidencial, firmada por Trump, apuntaba a una exposición en el Museo Smithsonian de Arte Americano [Estadounidense] llamada "La forma del poder: historias de raza y escultura estadounidense".

La orden forma parte de un esfuerzo más amplio por moldear la cultura estadounidense mediante la eliminación de la ideología inapropiada, divisiva o antiamericana de los museos del instituto. Establece:
«Los museos en la capital de nuestra nación deben ser lugares donde las personas acudan a aprender, no para ser sometidas a adoctrinamiento ideológico ni a narrativas divisivas que distorsionan nuestra historia compartida».
La propia exposición es criticada en el texto por promover la idea de que «la raza no es una realidad biológica, sino una construcción social», afirmando que «la raza es una invención humana». La orden la presenta como ejemplo de un cambio «dañino y opresivo» en la narrativa que retrata los valores estadounidenses.

Este es el punto en el que personas como yo, un genetista que se especializa en la historia de la ciencia racial, nos sentimos un poco molestos.

La cuestión aquí es que la frase citada del Smithsonian es totalmente correcta. Esto no genera controversia ni en la ciencia ni en la historia [ni en la antropología].

La variación humana es, por supuesto, muy real. Las personas son diferentes, y podemos observar esas diferencias en la pigmentación de la piel, el color y la textura del cabello, y en otras características físicas. Estas diferencias se concentran en diferentes lugares del mundo: las personas de una misma región, en promedio, se parecen más entre sí que a las de otras zonas; hasta ahora, todo es obvio.

En el siglo XVIII, estos rasgos fueron los principales determinantes de una nueva moda para categorizar a los humanos en términos supuestamente científicos. El botánico sueco Karl Linnaeus es reconocido legítimamente como el padre de la biología moderna, pues nos proporcionó el sistema de clasificación que aún utilizamos hoy: género y especie. Todo ser vivo recibe su nombre según este sistema; por ejemplo, la bacteria Escherichia coli, el león Panthera leo o el gorila, que probablemente no necesite explicación.

Somos Homo sapiens, personas sabias. Pero en su obra fundacional Systemae Naturae, Linneo introdujo otro nivel de clasificación, designado principalmente por el rasgo humano más visible: la pigmentación. Linneo nos dio cuatro tipos de humanos, agrupados por masas continentales: Asiáticos: personas de piel amarilla y cabello negro y liso; Americanos: indígenas americanos de piel roja y cabello negro y liso; Africanos: personas de piel negra con rizos apretados; y Europeos: personas de piel blanca con ojos azules.

Estas designaciones son claramente absurdas: ninguno de los colores es preciso, incluso si se asumiera la perspectiva, obviamente errónea, de que millones de personas comparten los mismos tonos de piel incluso dentro de esas categorías. Pero las raíces de las designaciones raciales que aún utilizamos hoy en día son visibles en estas etiquetas. Algunos de estos términos han perdido aceptación social y se consideran racistas. Sin embargo, seguimos usando "negro" y "blanco" para describir a millones de personas, ninguna de las cuales tiene realmente la piel negra o blanca.

Incluso si esta paleta de colores fuera cierta, las descripciones originales de Linneo solo comenzaban con rasgos físicos. Lo que incluyó en ediciones posteriores de Systemae Naturae, que se convirtieron en la base del racismo científico, fueron representaciones de comportamientos. Los asiáticos fueron descritos como «altivos, codiciosos y regido por opiniones», mientras que los americanos fueron etiquetados como «tercos, celosos, regulados por las costumbres». Las mujeres africanas fueron descritas como «sin vergüenza», mientras que ambos sexos fueron descritos como «astutos, perezosos y gobernados por el capricho». Describió a los europeos como «amables, agudos, inventivos, regido por leyes».

Cualquier definición y cualquier época hacen de estas afirmaciones algo racista y totalmente incorrecto.

Por supuesto, al examinar la historia, debemos ser cautelosos al juzgar a las personas del pasado con nuestros propios estándares. Pero, como texto fundacional de la biología moderna, la introducción de un sistema de clasificación para los humanos absurdo, racista y, sobre todo, jerárquico, dejaría una huella imborrable en los siglos posteriores.

Durante los siguientes 200 años, muchos hombres intentaron refinar estas categorías con nuevas métricas, incluyendo interpretaciones pseudocientíficas de la craneometría, o mediciones del cráneo. Nunca llegaron a una respuesta definitiva sobre cuántas razas existen: ninguna de las características utilizadas es inmutable ni exclusiva de las personas para quienes supuestamente eran esenciales. Llamamos a esta ideología "esencialismo racial". Pero todos estos esquemas consideran a los europeos blancos superiores a todos los demás.

Fue el biólogo Charles Darwin quien comenzó a desmantelar estas ideas, reconociendo en su libro de 1871, El origen del hombre, que existía mucha más continuidad en los rasgos entre las personas que se habían designado como razas discretas. A principios del siglo XX, la biología molecular entró en escena, y la era de la genética desmantelaría el concepto biológico de raza.

Cuando empezamos a analizar cómo se comparten los genes en familias y poblaciones, vimos que las similitudes sí se agrupan, pero estas agrupaciones no concuerdan con los intentos de larga data de clasificar las razas. La verdadera medida de la diferencia humana reside en el nivel genético. En el siglo XX, cuando empezamos a desentrañar nuestros genomas y a observar cómo las personas son similares y diferentes en su ADN, vimos que los términos utilizados durante varios siglos guardaban poca relación significativa con la genética subyacente.

Aunque solo un pequeño porcentaje de nuestro ADN difiere entre individuos, el genoma es tan grande y complejo que existe una gran diversidad. Los genetistas aún trabajan para desentrañar cómo esto altera la salud de las personas, por ejemplo. Pero esas diferencias genéticas no se definen según lo que llamamos raza. Siguen líneas ancestrales, pueden diferir según la ubicación geográfica y pueden rastrearse a través de patrones migratorios históricos.

Lo que sabemos ahora es que existe mayor diversidad genética en las personas de ascendencia africana reciente que en el resto del mundo en su conjunto. Consideremos a dos personas, por ejemplo, de Etiopía y Namibia, y serán más diferentes entre sí a nivel genético que cualquiera de ellas respecto a un europeo blanco, o incluso a un japonés, un inuit o un indio. Esto incluye los genes implicados en la pigmentación.

Sin embargo, por razones históricas, seguimos utilizando la definición racial de "negro" para referirnos tanto a etíopes como a namibios. O bien, tomemos como ejemplo a los afroamericanos, personas en gran parte descendientes de africanos esclavizados traídos al Nuevo Mundo: la secuenciación de los genomas de los afroamericanos revela ecos de la historia de la esclavitud transatlántica. No solo mezclaban la ascendencia genética de los pocos países de África Occidental de donde provenían sus antepasados, sino también cantidades significativas de ADN europeo blanco. Esto refleja el hecho de que los dueños de esclavos mantenían relaciones sexuales —muchas de las cuales no habrían sido consensuadas— con personas esclavizadas.

Por lo tanto, la simple categorización de los descendientes de los esclavizados como "negros" tampoco tiene sentido biológico. Son genéticamente diversos y diferentes de sus ancestros africanos de los que descienden. Agruparlos carece de sentido científico.

Así pues, es por consenso, uso e historia que seguimos usando el término "negro". A esto nos referimos con una construcción social. El concepto de raza tiene poca utilidad como taxonomía biológica. Pero es enormemente importante social y culturalmente. Las construcciones sociales determinan cómo funciona el mundo: tanto el dinero como el tiempo también se construyen socialmente. El valor de una libra o un dólar se aplica por acuerdo a bienes y servicios. El tiempo transcurre infaliblemente, pero las horas y los minutos son unidades completamente arbitrarias.

Así pues, si bien la raza no tiene relevancia biológica, sí tiene consecuencias significativas. El impacto de la mayoría de las enfermedades se correlaciona con la pobreza. Dado que las personas de ascendencia étnica minoritaria tienden a pertenecer a niveles socioeconómicos más bajos, las enfermedades tienden a afectarlas con mayor gravedad. Esto es generalizado, pero se puso de manifiesto al principio de la pandemia. Las personas negras, del sur de Asia y, en Estados Unidos, hispanas, se infectaron y murieron de forma desproporcionada a causa de la COVID-19.

Los medios de comunicación inmediatamente comenzaron a buscar una razón que consolidara una versión biológica de la raza, centrándose a veces en el metabolismo de la vitamina D, que está relacionado con la producción de melanina y tiene efectos sobre las infecciones virales. Algunos estudios demostraron que niveles más bajos de vitamina D se asociaban con la susceptibilidad a la infección por COVID-19 en personas negras. Pero esto es una correlación, no una causa.

Detrás de cualquier pequeña diferencia biológica se encuentran causas mucho más potentes: mientras tantos estábamos confinados, los trabajadores de primera línea del NHS [Servicio Nacional de Salud de Gran Bretaña], quienes recogían nuestra basura y conducían nuestros autobuses tenían más probabilidades de pertenecer a minorías étnicas. Simplemente, tenían un mayor riesgo de exposición y, por lo tanto, de infectarse con el virus. Si a esto le sumamos que los grupos minoritarios tienen más probabilidades de vivir en viviendas urbanas densas y multigeneracionales, la supuesta susceptibilidad biológica se desvanece.

Por eso la genética ha desempeñado un papel tan importante en el desmantelamiento de la justificación científica de la raza y la comprensión del racismo mismo. Y es por eso que la última declaración de la Casa Blanca de Trump preocupa a muchos en la comunidad científica.

Trump habla con frecuencia sobre aspectos de la genética para ganar puntos políticos. Una opinión que ha expresado repetidamente es que algunas personas, y previsiblemente él mismo, son genéticamente superiores. "Tienes buenos genes, lo sabes, ¿verdad?", dijo en septiembre de 2020 en un mitin en Minnesota, un estado con más del 80% de población blanca. "Tienes buenos genes. Gran parte de ello se debe a los genes, ¿no? ¿No lo crees? En Minnesota hay buenos genes".

De igual manera, en la exitosa campaña de 2024, denunció a los inmigrantes por tener "malos genes". Es difícil para quien estudia los genes —y la extraña y a veces inquietante historia de la genética— comprender siquiera qué podría constituir un gen "malo" o "bueno".

La nuestra puede ser una historia perniciosa, pero la trayectoria de la genética ha tendido hacia el progreso y la equidad para todos, tal como se consagra en la Declaración de Independencia.



* Publicado en BBC, 20.04.25. Adam Rutheford es genetista y durante una década fue el editor de contenido audiovisual de la revista Nature.

El antisexismo sexista: el caso de la guerra


Jóvenes libanesas, miembros del partido falangista Kataeb, entrenan poco antes del estallido de la guerra civil de abril de 1975.
(Erich Stering/Scanpix Sweden/AFP)


Es paradójico que, en una época que cuestiona los estereotipos de género, persista la noción de que las mujeres tenemos una inclinación hacia la paz. La insistencia en atribuirnos esa vocación puede ser un eco de las mismas construcciones culturales que históricamente marginaron a las mujeres de los espacios políticos.


María Gabriela Huidobro


El siglo XXI suele asociarse a la idea de postmodernidad, lo que nos distanciaría del pasado por una diferencia civilizatoria, al menos en un sentido aspiracional. Queremos y creemos ser más civilizados, lo que se expresaría en realidades, principios y valores que nos distinguirían respecto de la barbarie de los siglos pretéritos.

Sin embargo, la historia nunca ha sido lineal ni ascendente. No corre de peor a mejor ni de menos a más. Claude Lévi-Strauss decía que la historia, más bien, se mueve a brincos, sin avanzar en una sola dirección. De forma contemporánea, conviven en nuestro mundo diversos estadios culturales, incluso épocas que creíamos superadas. El filólogo español Juan Luis Conde, en La lengua del imperio (2008), advierte cómo hay comunidades que parecen vivir “en la edad media”, mientras otros barrios parecen vivir “en el futuro”.

Una manifestación que parece darle la razón son las guerras, que nos recuerdan que por más avances tecnológicos, científicos y políticos que logremos, persiste en nosotros un lado brutal, bárbaro, cavernario. Su realidad parece inevitable, porque es inherente a las ambiciones y dinámicas de poder. Es un fenómeno que permanece inscrito en las lógicas de quienes lideran, deciden y ejecutan. Por eso, algunos sugieren que la única manera de evitar la guerra sería alterando sus variables y cambiando a quienes las han protagonizado. Y esos, tradicional y mayoritariamente, han sido los hombres.

En 2015, el papa Francisco comentó que el mundo sería más pacífico si estuviera gobernado por mujeres y jóvenes, dada su mayor sensibilidad hacia la convivencia y la solidaridad. Su afirmación no es novedosa, pero sí renueva un topos que acompaña a la sociedad occidental desde sus inicios.

La guerra se ha planteado históricamente como un asunto viril. La cultura griega antigua diferenció a hombres y mujeres a partir de su naturaleza. Los varones serían seres racionales, capaces de dominar sus pasiones para tomar decisiones conscientes y hacerse responsables de ellas. Las mujeres, en cambio, se distinguirían por su emocionalidad y su volubilidad, lo que las marginó de los ámbitos de acción donde se requiriera “pensar con la cabeza”, como la política y la guerra. A ellas correspondió el ámbito de los cuidados y del servicio —el hogar—, donde las emociones y el amor constituyen cualidades fundamentales.

El campo militar fue, por tanto, un mundo varonil. Allí los hombres podrían probar y demostrar su excelencia. Sin ir más lejos, la raíz etimológica de la palabra griega que define al hombre —andros— es la misma que define a la virtud de la valentía —andreia—. Es decir, lo propio de los varones es ser valientes. Las mujeres, por el contrario, quedaron marginadas de ese ámbito de acción, relegadas a la condición de víctimas dolientes y pacientes. La única excepción la constituirían algunas amazonas, guerreras que, renunciando a su feminidad, adoptan actitudes varoniles en el combate.

Aunque el tiempo ha transcurrido y las categorías de lo femenino y masculino han sido ampliamente cuestionadas y redefinidas, esta idea binaria ha subsistido. Se refleja en las palabras del papa, representativas de muchas otras expresadas por diversas personalidades a lo largo de la historia, fortalecidas por las voces feministas que han llamado a incorporar a las mujeres en el quehacer político, argumentando desde los atributos y perspectivas que nosotras podríamos aportar.

Vaya paradoja. En la medida en que se ha sostenido la disolución de los estereotipos sexuales para abrirnos a la construcción cultural del género, se han defendido también las cualidades diferenciadoras de las mujeres, que contribuirían desde sus particularidades identitarias al mejoramiento social y, en este caso, a la superación de las guerras.

Gabriela Mistral fue una de las grandes defensoras de las cualidades distintivas del sexo femenino. “Yo no creo hasta hoy en la igualdad mental de los sexos”, decía en 1927. Contraria a un feminismo igualitarista, defendía la naturaleza de las mujeres y su valorización social. Su idea de la feminidad se asociaba a la capacidad de ser madres, atributo que, según ella, las dispone para el amor y la paz: “El corazón materno es por esencia el constructor de la paz. En él no cabe el odio que destruye”; “En la mujer hay una urgencia de sanar al mundo. Por eso es ella quien recoge a los hijos de la guerra, quien sutura las heridas y quien, con su paciencia, reconstruye lo perdido”.

La poeta criticó con dureza a los sistemas totalitarios y las guerras de la primera mitad del siglo XX, y cuestionó las bases estructurales y culturales de una sociedad aquejada por lo que ella consideraba una crisis de deshumanización. Lamentaba la violencia que surgía de un sistema establecido desde pulsiones masculinas, y en su opinión, las guerras y conflictos eran consecuencia de una generación educada en un ethos masculino y bárbaro, que ordenaba a la sociedad en lógicas de fuerza y poder, y que formaba a la juventud con un enfoque utilitario, individualista y materialista. La solución, creía, pasaba por promover una educación humanista y en clave femenina.

Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, Mistral decía: “La paz no es un lujo de los poderosos, sino una tarea urgente que comienza con las manos de las mujeres. Ellas enseñan a los niños que no se combate al hermano y que se ama la tierra compartida”. Su llamado invita a superar la victimización tradicional de las mujeres ante la guerra para posicionarse ante el conflicto desde nuevas lógicas de lucha y poder.

Es paradójico que, en una época como el presente, que cuestiona los estereotipos de género, persista la noción de que las mujeres tenemos una inclinación hacia la paz. Sin embargo, se trata de una idea que puede leerse también como una reivindicación y desafío. La insistencia en atribuirnos una vocación de paz puede interpretarse como un eco de las mismas construcciones culturales que históricamente marginaron a las mujeres de los espacios políticos.

Más que esencializar esta conexión, habría que reconocer que las características asociadas al cuidado y la construcción de la paz no deben ser exclusivas de un género. El desafío consiste en trasladar estos valores, atribuidos usualmente a la feminidad, al ámbito de una ética política y cultural humanista —sin distinción sexual— que supere las lógicas tradicionales de poder y confrontación, para priorizar la cooperación sobre la fuerza. Esa transformación sigue siendo un imperativo contemporáneo, no para perpetuar distinciones de género, sino para erradicar las dinámicas que hacen de la guerra una constante en la historia de la humanidad.



* Publicado en Palabra Pública, 17.01.25.

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