Políticas públicas sin personas; políticas públicas sin política




Presentamos una selección del artículo "Políticas públicas sin gente: tecnocracia y poder en Chile", donde el autor expone un tópico ya evidente: el enfoque económico ha colonizado ámbitos extraeconómicos. En este caso, se expone acerca del caso de la esfera de las políticas públicas. Estas --por su naturaleza social, cultural, histórica, empírica, etc.-- manifiestamente rebasan el reduccionista, estático y lineal enfoque tecnocrático de la "ciencia" económica.

No obstante ello, seguimos condenados a que las políticas públicas sean planificadas y decididas por miopes tecnócratas; y a que, en un giro surrealista o por lo menos irónico, los postgrados en políticas públicas sean dictados preferentemente por centros de "ciencia" económica e ingeniería civil.

Así, se sigue materializando y reproduciendo una mirada que que en cualquier esfera empírica y compleja sería ridícula cuando no inconveniente: la política no es ni debería ser política. Como señalaba a sus alumnos de la PUC Sergio de Castro, exministro de la dictadura cívico-militar, sin el menor atisbo de pudor: "cuando la teoría [económica neoliberal] y la práctica [léase: los grupos humanos] están en desacuerdo, quiere decir que la práctica está mal".

Se sabe que la ignorancia es atrevida... La econometría no alcanza para esconderla en el caso de los profesionales que son los arquetipos del síndrome Dunning-Kruger.


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Juan Francisco Palma


Durante la segunda mitad del siglo XX, muchos países latinoamericanos experimentaron golpes militares, acompañados de extensas violaciones de derechos humanos, programas neoliberales de ajuste estructural y una estricta censura de las ideas intelectuales. Un caso extremo es el de Chile. Siguiendo las recomendaciones de un grupo de economistas chilenos formados en la Universidad de Chicago, se impuso una de las versiones más radicales de la doctrina neoliberal. 

Simultáneamente, las ciencias sociales sufrieron una severa represión, interrumpiéndose la enseñanza de muchas disciplinas y forzando a numerosos intelectuales a buscar refugio en el extranjero. En consecuencia, mientras en el hemisferio norte se desarrollaban enfoques alternativos para el análisis de políticas, el campo intelectual chileno se encontraba bajo un plan de desmantelamiento, y los tecnócratas neoliberales gobernaban sin ningún contrapeso. 

El reinado de los tecnócratas continuará tras la restauración de la democracia en 1990, y no será hasta el advenimiento de los sucesivos movimientos sociales que han sacudido a la sociedad chilena en los últimos años que su papel comenzará a ser cuestionado abiertamente por la ciudadanía.

El retorno a la democracia en 1990 estuvo acompañado de un gran optimismo. Sin embargo, contrariamente a lo esperado, la restauración de la democracia no resultó en una politización de la sociedad chilena ni en el retorno de los científicos sociales a su antigua influencia. La omnipresencia de una ideología tecnocrática dentro del Estado, sumada a la persistencia de enclaves autoritarios y al consenso político sobre la reforma neoliberal implementada, moldeó una sociedad en la que la estabilidad del régimen democrático se logró a costa de la despolitización de la sociedad civil. 

En consecuencia, los gobiernos de centroizquierda que sucedieron a la dictadura cívico-militar no erradicaron el modelo impuesto, sino que lo adaptaron, consolidando lo que Garretón lo ha denominado 'neoliberalismo corregido y progresismo limitado'.

De acuerdo con estas fuerzas, a pesar del regreso de numerosos refugiados políticos del exilio y del empleo de numerosos científicos sociales en el aparato estatal, la mayoría de estos intelectuales no asumieron un papel influyente en los gobiernos democráticos posteriores. 

En consecuencia, al igual que en otros países de América Latina, como Perú, Colombia y Brasil, el retorno a la democracia no cuestionó la posición dominante de los tecnócratas, sino que legitimó su estatus como figuras clave en la conducción del gobierno. Así, durante las cuatro administraciones de la coalición de gobierno de centroizquierda que gobernó Chile entre 1990 y 2008 [Concertación de Partidos por la Democracia], economistas con un marcado enfoque tecnopolítico emergieron como figuras clave, combinando conocimiento en economía con experiencia y conexiones con la política partidista.

En este contexto, tras la hegemonía tecnocrática de aquellos años, la mayoría de los programas de formación en políticas públicas se desarrollaron a distancia de las ciencias sociales, adoptando un enfoque «racional» [en sentido económico de cálculos de costo-beneficio] que enfatizaba el «uso de metodologías estadístico-cuantitativas» y «la maximización del beneficio neto como criterio de decisión para las políticas públicas».

Esto implica, entre otras cosas, la prevalencia de un paradigma positivista en la formulación de políticas, donde se percibe que los problemas existen "ahí afuera", esperando ser resueltos mediante la experiencia técnica y una actitud pragmática. Esencial para este marco tecnocrático y apolítico de las políticas públicas es la influencia de las ideas económicas ["científicas"], cuyo lenguaje y racionalidad se establecen como el sentido común a través del cual se diseña, implementa y estudia la política pública.

Las consecuencias del predominio de esta comprensión tradicional son múltiples. Principalmente, establece una frontera clara dentro de este supuesto campo interdisciplinario, excluyendo cualquier comprensión alternativa de las políticas públicas que no se alinee con estas ideas. 

Una clara señal de ello es la limitada presencia e influencia de las ciencias sociales en este campo, a las que se invita a aprender sobre políticas públicas a través de la formación en economía, administración y estadística. 

En este contexto, impulsado por el derecho y la certeza sobre lo desconocido, las políticas públicas se enmarcan comúnmente como una actividad apolítica y tecnocrática que no requiere la consideración del conocimiento local de las personas ni la atención a sus diversas formas de comprender el mundo en el que viven. Desde esta perspectiva, lo que se presenta como un modelo neutral y racional [desde el punto de vista ´de la "ciencia" económica] puede entenderse, en cambio, como una táctica de despolitización orientada a retener el control sobre las formas de conocer y reivindicar la verdad en las políticas públicas.

Estas comprensiones previas son significativas para el contexto latinoamericano, y en particular para Chile. En primer lugar, sugieren que la reciente impugnación del neoliberalismo no ha implicado necesariamente que todos los países latinoamericanos participen por igual en el proceso de construcción de nuevos enfoques de políticas públicas que consideren la especificidad, la historia y las realidades locales. 

En el caso de Chile, esto también sugiere que la reciente crítica a la tecnocracia no ha resultado en un cambio significativo en la primacía de la economía como criterio para pensar y debatir políticas públicas, al menos entre algunos de los actores más influyentes en este campo. 

Ante este panorama, a pesar del optimismo general sobre el desarrollo de los Estudios Críticos de Políticas a nivel mundial, el caso chileno puede considerarse un recordatorio de que estos desarrollos son siempre desiguales y están sujetos a particularidades locales.

Sin embargo, es importante recordar que estas perspectivas no representan la totalidad del corpus de ideas en juego en las políticas públicas chilenas. De esta manera, el estudio subestima deliberadamente las formas alternativas de pensar sobre las políticas públicas. Por ello, como posible vía para futuras investigaciones, vale la pena considerar explorar las ideas que se encuentran en los márgenes del campo y más allá.

Políticas públicas sin personas; significa políticas públicas sin política. Significa políticas públicas que no prestan atención al conocimiento local de las personas y a sus diversas y a veces contradictorias maneras de comprender el mundo en el que viven. 

Comprender las políticas públicas sin personas no solo aumenta la distancia con el mundo social que deberíamos intentar comprender, sino que también significa perder la oportunidad de tender puentes entre las personas y las políticas que las rigen.



* El artículo completo se puede encontrar en Critical Policy Studies, 29.08.25. Juan Francisco Palma es profesor titular de la Escuela de Estudios Políticos de la Universidad de Bristol.

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