Breve historia de la retórica genocida en Israel antes del 7 de octubre de 2023


El sionista David Ben Gurión encabeza la celebración por la creación del Estado de Israel.


Zachary Foster


Durante casi un siglo, los líderes sionistas e israelíes han estado haciendo declaraciones genocidas sobre árabes y palestinos. Esto comenzó con la acusación de que los palestinos son ellos mismos genocidas y por lo tanto comparados con animales, nazis o Amalec. «No hay palestinos inocentes en Gaza», usando una frase que precede por mucho a octubre de 2023. Esta es una breve historia de la retórica genocida en Palestina e Israel antes del 7 de octubre.

Desde la década de 1930, los líderes sionistas se convencieron de que los árabes palestinos eran genocidas. El líder de la milicia Haganá de 1922-1931, Yosef Hecht, confió en su diario que «siempre somos perseguidos [y] asesinados por la mayoría de los pueblos ‘civilizados’, o pueblos salvajes y crueles como los árabes… su intención hacia nosotros no es solo humillar sino también destruir[nos] físicamente». 

Los sionistas se dieron cuenta temprano que no había mejor justificación para la violencia contra los palestinos que en nombre de prevenir su propia aniquilación.

En agosto de 1947, el líder de la comunidad sionista en Palestina, David Ben Gurion, hizo eco de este punto. «El objetivo de los ataques árabes contra el sionismo no es el robo, el terror o detener el crecimiento sionista, sino la destrucción total del Yishuv [asentamientos de judíos en Palestina antes de 1948]». No son «adversarios políticos», sino «alumnos y maestros de Hitler, que afirman que solo hay una manera de resolver la cuestión judía… la aniquilación total». De hecho, Hitler ocupa el primer lugar en la lista de personas con las que se compara a los palestinos, como veremos.

La Guerra de 1948 estalló unos meses después y la máquina de propaganda sionista se puso en marcha. El ejército israelí distribuyó panfletos comparando al enemigo árabe con Amalec, el pueblo bíblico que los israelitas tenían el mandato de exterminar. Los líderes sionistas difundieron la afirmación de que los árabes querían «arrojar a los judíos al mar».

Sin embargo, el historiador israelí Shay Hazkani pasó 15 años buscando tales afirmaciones en fuentes árabes y no encontró nada, ni una sola referencia a empujar a los judíos de Palestina al mar. En sus palabras:
«A juzgar por los documentos que recopilé para mi último libro, las afirmaciones sobre un plan árabe para ‘arrojar a los judíos al mar’ están en realidad arraigadas en la propaganda sionista oficial. Esta propaganda comenzó durante la guerra, quizás para alentar a los combatientes judíos a dejar la menor cantidad posible de palestinos en las áreas que se convertirían en parte de Israel».
«Muéstrame los incentivos y te mostraré el resultado» es una expresión que debería ser más popular en las discusiones sobre la retórica genocida entre los líderes sionistas. Después de todo, un genocidio de los palestinos equivalía a un sueño sionista hecho realidad: una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra.

La actitud de «quieren-matarnos-a-todos» está profundamente arraigada en la sociedad israelí. En 1970, un artículo en Davar, una publicación israelí de «izquierda», dice:
«...el movimiento antisemita en todas sus revelaciones antisionistas y anti-Israel demuestra que sus perpetradores desean completar la ‘solución final’ que Hitler inició a través de la división de roles: Las naciones árabes continuarán con el genocidio físico…».
Fue nada menos que el «pacificador» Yitzhak Rabin quien alcanzó prominencia con mensajes de campaña genocidas. En 1992, prometió «mantener a Gaza fuera de Tel Aviv», agregando en un momento descuidado, «Me gustaría ver a Gaza ahogarse en el mar».

Después del fracaso del Proceso de Oslo y el estallido del Segundo Levantamiento [28 sept 2000 – 8 feb 2005] durante el cual más de 1,000 israelíes fueron asesinados y 3,000 palestinos fueron asesinados, la retórica genocida se extendió como un incendio forestal. Cuanto más feroz era la resistencia palestina a la supremacía judía, más genocida era la retórica, una tendencia que se ha vuelto obvia desde el 7 de octubre, pero era clara y simple mucho antes.

La derecha religiosa lideró la carga en 2001, cuando el Gran Rabino de Israel Ovadia Yosef, en referencia a los árabes, dijo «está prohibido ser misericordioso con ellos. Deben enviarles misiles y aniquilarlos. Son malvados y condenables». En 2010, dijo sobre el presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas y el pueblo que lidera que «toda esta gente malvada debería perecer de este mundo. Dios debería golpearlos con una plaga, a ellos y a estos palestinos».

Los rabinos también tienen un arma secreta a su disposición: la Biblia. En 2010, el Rabino Principal de Safed Shmuel Eliyahu publicó un edicto religioso cofirmado por 50 autores religiosos financiados por los contribuyentes en Israel, citando un verso bíblico genocida en su súplica de no alquilar a árabes:
«Cuando tu dios, Yahveh, te traiga a la tierra que vas a heredar, él desterrará a otras naciones… Yahveh te los entregará, y los derribarás. Destrúyelos completamente, y no firmes ningún pacto con ellos. No les muestres misericordia…»
La referencia bíblica proporcionó una apariencia de defendibilidad en lo que era un llamado desnudo al genocidio contra los palestinos proveniente de docenas de rabinos en la nómina del gobierno israelí.

En 2010, los rabinos Yitzhak Shapira y Yosef Elitzur publicaron una guía legal justificando el asesinato en masa. El libro insiste en que el mandamiento contra el asesinato «se refiere solo a un judío que mata a un judío, y no a un judío que mata a un gentil, incluso si ese gentil es uno de los justos entre las naciones». Al igual que los otros rabinos genocidas, Shapira y Elitzur tampoco enfrentaron consecuencias.

Las justificaciones religiosas para el genocidio provenientes de los líderes espirituales de Israel fueron igualadas por las políticas y militares provenientes de la corriente principal de Israel.

Durante la Guerra de Gaza de noviembre de 2012, el activista del partido «centro-izquierda» Kadima, Gilad Sharon, llamó al ejército israelí a «arrasar todo Gaza». «El deseo de prevenir daños a civiles inocentes en Gaza», escribió en el Jerusalem Post, «finalmente llevará a dañar a los verdaderamente inocentes: los residentes del sur de Israel. Los residentes de Gaza no son inocentes. Eligieron a Hamas… lo eligieron libremente y deben vivir con las consecuencias».

Luego, en junio de 2014, Netanyahu llamó «animales humanos» a los operativos de Hamas que secuestraron y mataron a tres adolescentes israelíes. Los líderes israelíes aprovecharon el episodio para redadas y arrestar a cientos de oficiales de Hamas en Cisjordania, efectivamente declarando la guerra a la organización. En pocas semanas, Israel había declarado una guerra total contra Gaza, matando a 2,251 palestinos, abrumadoramente civiles, en su embestida de 51 días en julio de 2014.

Durante la agresión a Gaza, la legisladora israelí Ayelet Shaked, una alta funcionaria en la coalición gubernamental, publicó un post en Facebook describiendo a todo el pueblo palestino como objetivos legítimos:
«Los soldados enemigos se esconden entre la población, y es solo a través de su apoyo que pueden luchar. Detrás de cada terrorista hay docenas de hombres y mujeres, sin los cuales no podría participar en el terrorismo. Los actores en la guerra son aquellos que incitan en las mezquitas, que escriben los currículos asesinos para las escuelas, que dan refugio, que proporcionan vehículos, y todos aquellos que los honran y les dan su apoyo moral. Todos son combatientes enemigos, y su sangre caerá sobre sus cabezas».
Luego dijo que las madres palestinas dan a luz serpientes, efectivamente un llamado a masacrar a los cientos de miles de mujeres palestinas de Gaza en edad de criar hijos.

Mientras tanto, los líderes israelíes continuaron comparando a los palestinos con los nazis. En 2015, el Primer Ministro israelí Netanyahu, presentó una nueva teoría de la historia, argumentando que fue un palestino, Amin al-Husseini, quien le dio a Hitler la idea de exterminar a los judíos europeos. Ningún historiador cree esto, pero los hechos nunca han sido relevantes al describir a los palestinos como genocidas.

De hecho, Netanyahu tiene un historial de referencias a la terminología de la era nazi cuando discute sobre los palestinos. «Judea y Samaria no pueden ser Judenrein», un confidente de Netanyahu lo citó diciendo a Frank-Walter Steinmeier. Judenrein era el término usado por los nazis para referirse a librar a Alemania de sus judíos.

Para 2018, los más altos escalones del establecimiento político de Israel ahora eran abiertamente genocidas. Como fue el caso en 2012 y 2014, la retórica genocida vino en el contexto de la resistencia palestina a la subyugación.

En respuesta al movimiento de protesta de Gaza de 2018, conocido como la Gran Marcha del Retorno, una lucha desarmada por la libertad al estilo de Gandhi, el ministro de Defensa de Israel Avigdor Liberman dijo «Tienen que entender, no hay personas inocentes en la Franja de Gaza. Todos tienen una conexión con Hamas».

«No hay personas inocentes en la Franja de Gaza». Esas fueron las palabras del Ministro de Defensa de Israel, EN 2018.

Desde el 7 de octubre, la retórica genocida se ha movido desde los márgenes hacia cada rincón de la corriente principal de Israel. Ahora necesitamos bases de datos solo para mantener un registro de los cientos y cientos de declaraciones genocidas hechas por el establecimiento mediático, político y militar de Israel. Si solo hubiera habido señales de advertencia[1].


NOTA DEL BLOG:

[1] Law for Palestine ha subido a la red una base de datos con más de 500 casos recientes de incitación israelí al genocidio. La base es actualizada continuamente.



* Publicado en Ficción de la Razón, 30.10.24.

El movimiento que quiere acabar con la cultura de “publicar o morir”




Jo Adetunji


El ritmo de la producción científica se ha disparado en las últimas décadas. Algunos estudios recientes estiman que hoy existen unas 30 000 revistas que publican al año más de 2 millones y medio de artículos científicos, con un índice de crecimiento anual de un 5 %.

La presión constante por publicar (el famoso “publica o muere”) fomentada por el exigente sistema de evaluación académico y la mayor competición entre el creciente número de grupos de investigación son algunas de las causas de esta sobreproducción de artículos y revistas. Por otra parte, hay que destacar también la aparición de revistas y congresos “depredadores” con las que algunos investigadores, ávidos por aumentar su número de publicaciones, intentan hinchar sus currículums con contribuciones científicas carentes de rigor y con una escasa revisión por pares.

Otras consecuencias de esta aceleración en la producción científica son el despiece de un mismo estudio científico en el mayor número de artículos posible (“salami slicing”), el plagio y la publicación de resultados difíciles de reproducir o incluso erróneos, muchas veces debidos a la precipitación a la hora de publicar.


Frenar la producción científica

En 2010, la Slow Science Academy de Berlín lanzó un manifiesto a favor de desacelerar este ritmo de producción en la ciencia.
«Decimos sí al flujo constante de publicaciones de revistas de revisión por pares y su impacto; decimos sí a la creciente especialización y diversificación en todas las disciplinas. Sin embargo, mantenemos que esto no puede ser todo. La ciencia necesita tiempo para pensar. La ciencia necesita tiempo para leer y tiempo para fallar. La sociedad debería darles a los científicos el tiempo que necesitan, pero lo que es más importante, los científicos deben tomarse su tiempo».
Al igual que los llamados “movimientos por la calma” Slow Food y Slow Fashion, el Slow Science tiene como objetivo que se valore más la calidad de los artículos científicos que su cantidad, para así promover una investigación mucho más reflexiva y pausada.


Una alternativa a la cultura del “publicar o perecer”
«Solo porque contar el número de publicaciones sea una forma fácil y rápida de evaluar la investigación, no significa que sea una buena forma de medir su calidad. La ciencia es un proceso lento, constante y metódico. No debemos esperar que los científicos proporcionen soluciones rápidas a los problemas de la sociedad».
Son palabras de Uta Frith, profesora emérita en el Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres y una de las impulsoras del movimiento Slow Science. Cuenta en uno de sus artículos que, al igual que con la producción de alimentos, la lentitud puede ser una virtud.

Se trata de una forma de mejorar la calidad y una alternativa a la cultura predominante del “publica o muere”. Según Frith, “de momento no hay ningún plan a corto plazo, tan solo ir despertando conciencias. Cada vez somos más personas hablando sobre esta idea de manera individual en distintas partes del mundo”.

También en España algunos investigadores son conscientes de la necesidad de ralentizar el frenético ritmo de producción científica.
«Creo que la pertinencia de este movimiento se debe sobre todo a su apuesta por la convivialidad. Tenemos que enlentecer los procedimientos de la investigación para estar seguros de que nos estamos haciendo las mejores preguntas y eso equivale a escuchar a los concernidos e incorporarlos en la tarea del diseño de las preguntas y en la interpretación de las respuestas».
Así explica la importancia del Slow Science Antonio Lafuente, investigador científico del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC y uno de los impulsores del movimiento en España.

En una de sus charlas, Lafuente recuerda la historia de Stefan Grimm, un profesor de toxicología en el Imperial College de Londres que se quitó la vida en 2014 tras recibir un correo electrónico de sus jefes quienes le exigían mejorar sus métricas académicas y obtener más dinero en proyectos de investigación.

«Mi jefe, el profesor Martin Wilikins, vino a mi oficina y me preguntó cuántas becas tenía. Después de enumerarlas, me dijeron que no era suficiente y que tendría que dejar la universidad dentro de un año como máximo. La realidad es que estos científicos en lo más alto de la jerarquía solo miran las cifras para juzgar a sus colegas, ya sean factores de impacto o ingresos en subvenciones. Después de todo, ¿cómo puedes convencer a tu jefe de que estás trabajando en algo emocionante si ni siquiera asiste a los seminarios regulares del departamento?».

Los científicos deben tomarse su tiempo
«En 1844, Charles Goodyear describió en una patente la preparación de caucho vulcanizado, uno de los materiales que más se producen actualmente en la industria química. Este gran descubrimiento no fue resultado de una inspiración repentina, sino que llegó después de más de 10 años de experimentos repetidos y resultados fallidos».
La historia la cuenta Jean-François Lutz, investigador del CNRS en el Instituto Charles Sadron de Estrasburgo, en la prestigiosa revista Nature Chemistry. En él critica la rapidez con la que se publican muchos artículos en el campo de la química antes de estar suficientemente maduros.
«Seguramente el Manifiesto de Slow Science no consiga un cambio de ritmo en la ciencia contemporánea. Sin embargo, alienta a los científicos a pensar en cómo trabajan y sobre su papel en la sociedad. Por tanto, cada investigador debería dedicar unos minutos a leerlo y luego sacar sus propias conclusiones. Después de todo, tomarse un tiempo para pensar es, en cierta manera, a lo que todos aspiramos».





* Publicado en The Conversation, 05.05.19.

La inutilidad de la maximización de la utilidad




Como la maximización de la utilidad lo abarca todo, ya no nos dice nada.


“Podemos definir los intereses de una persona en forma tal que parezca perseguir sus propios intereses en cada acto de elección aislado, independientemente de lo que haga (…) Con este conjunto de definiciones, usted no podrá dejar de maximizar su propia utilidad (…) independientemente de que usted sea un egoísta recalcitrante o un altruista delirante o un clasista, aparecerá maximizando su propia utilidad en este mundo encantado de las definiciones”
Amartya Sen
“Los tontos racionales. Una crítica de los fundamentos 
conductistas de la teoría económica”


Jeffrey M. Hodgson


A pesar del auge de la economía conductual, muchos economistas aún creen que la maximización de la utilidad es una buena explicación del comportamiento humano. Si bien la evidencia de la economía experimental y de otras fuentes ha refutado la suposición de que los agentes humanos son completamente egoístas y ha demostrado la importancia del altruismo y la cooperación, una respuesta destacada ha sido modificar las funciones de preferencia individuales para que sean "consideradas por los demás". Pero incluso con estas funciones de preferencia modificadas, los individuos siguen maximizando su propia utilidad.

Quienes defienden la maximización de la utilidad rechazan con razón las afirmaciones críticas de que determinados resultados conductuales socavan este supuesto. No es así. Pero esto es un signo de debilidad, no de fortaleza. El problema radica en que la maximización de la utilidad es infalsable como explicación del comportamiento. Como demuestro con más detalle en mi libro de 2013 titulado De las máquinas de placer a las comunidades morales, la maximización de la utilidad puede ajustarse a cualquier evidencia del mundo real, incluido el comportamiento que parece sugerir una inconsistencia en las preferencias.

Pero cabe destacar que la maximización de la utilidad no es una tautología. Las tautologías son verdaderas por suposición o definición. La maximización de la utilidad no es una tautología porque es potencialmente falsa. Pero empíricamente es infalsable.

¿Dónde nos lleva esto? La maximización de la utilidad puede ser útil como mecanismo de modelado heurístico. Pero, estrictamente hablando, no explica ningún comportamiento. No identifica causas específicas. No puede explicar ningún comportamiento en particular porque es consistente con cualquier comportamiento observable. Su aparente poder universal indica debilidad, no fortaleza.

Los economistas han publicado artículos triunfales en revistas académicas que demuestran que individuos de otras especies, desde ratas hasta peces, también son fieles maximizadores de su propia utilidad. Pero el comportamiento de cualquier cosa, desde un automóvil hasta un robot, puede ser coherente con alguna función de utilidad.

Nuevamente, estas demostraciones revelan debilidad. La afirmación de que la maximización de la utilidad puede explicar el comportamiento de cualquier cosa, desde bacterias hasta abejas, demuestra decisivamente que no hay nada específicamente humano en tales funciones de utilidad o preferencia. Dado que la maximización de la utilidad lo abarca todo, ya no nos dice nada específico sobre las causas del comportamiento humano .

Los enfoques evolutivos darwinianos son diferentes. Como Charles Darwin explicó en su obra El origen del hombre, debemos considerar los procesos de selección natural, adaptación y desarrollo que conducen a rasgos humanos específicos. Por ejemplo, las propensiones al altruismo o la cooperación entre humanos deben explicarse en función de los posibles beneficios o desventajas para la supervivencia, tanto para el individuo como para el grupo.

Tales conjeturas son potencialmente refutables y deben evaluarse críticamente a la luz de la evidencia. Si son válidas, entonces tenemos explicaciones viables. Ya no se trata de forzar una teoría para que se ajuste a toda la evidencia: se trata de poner a prueba conjeturas teóricas refutables.

Por ejemplo, existe una controversia sobre el papel respectivo de la transmisión genética y cultural en la evolución de la cooperación humana. Los datos genéticos y la evidencia de mestizaje grupal sugieren que los fundamentos genéticos del altruismo y la cooperación evolucionaron principalmente entre parientes cercanos, y que posteriormente la transmisión cultural adquirió mayor importancia. (Véase mi libro Máquinas de Placer sobre este tema).



* Publicado en Evonomics, 03.04.16. Geoffrey M. Hodgson es profesor de investigación en la Escuela de Negocios de la Universidad de Hertfordshire, Inglaterra.

Israel no tiene derecho a defenderse en Gaza, los palestinos sí

 


La moral básica y la lógica simple dictan que el derecho a la legítima defensa pertenece al pueblo palestino, no a su opresor. Y el derecho internacional concuerda con ello.


Craig Mokhiber


Una de las muchas revelaciones inquietantes que han surgido desde que comenzó la actual fase de genocidio en Palestina hace casi un año es hasta qué punto los políticos estadounidenses y occidentales están dispuestos a atenerse diligentemente a un guión proporcionado por Israel y sus lobbies occidentales, sea éste cierto o no. Un ejemplo de ello es la patraña de la “autodefensa”, tan repetida.

Después de cada crimen de guerra y crimen contra la humanidad perpetrado sucesivamente por Israel en su actual ofensiva genocida, el estribillo más común de los funcionarios gubernamentales occidentales (y de los medios corporativos occidentales) es que “Israel tiene derecho a defenderse”.

No, no lo tiene. De hecho, como cuestión de derecho internacional, esto es una doble mentira.

En primer lugar, Israel no tiene ese derecho en Gaza (ni en Cisjordania ni en Jerusalén Oriental). Y, en segundo lugar, los actos que los alegatos de “legítima defensa” pretenden justificar serían ilegales incluso cuando se aplica la legítima defensa.

La Carta de las Naciones Unidas, un tratado vinculante para todos los Estados miembros, codifica los derechos y responsabilidades fundamentales de los Estados, entre ellos el deber de respetar la libre determinación de los pueblos (incluidos los palestinos), el deber de respetar los derechos humanos y el deber de abstenerse de recurrir a la fuerza contra otros Estados (cuando no esté autorizado por el Consejo de Seguridad). Israel, durante sus 76 años de existencia, ha violado repetidamente estos principios.

En el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas se establece una excepción temporal a la prohibición del uso de la fuerza para la legítima defensa frente a ataques externos , pero es importante señalar que no existe tal derecho cuando la amenaza proviene del interior del territorio controlado por el Estado. 

Este principio fue confirmado por la Corte Internacional de Justicia en su dictamen de 2004 sobre el muro del apartheid de Israel, y determinó entonces, y de nuevo en su dictamen de 2024 sobre la ocupación, que Israel es la potencia ocupante en todo el territorio palestino ocupado. Por lo tanto, Israel, como potencia ocupante, no puede alegar la legítima defensa como justificación para lanzar ataques militares en Gaza, Cisjordania, Jerusalén Oriental o los Altos del Golán.

Por supuesto, Israel, desde su propio territorio, puede repeler legalmente cualquier ataque para proteger a sus civiles, pero no puede alegar legítima defensa para librar una guerra contra los territorios que ocupa. De hecho, su obligación principal es proteger a la población ocupada. Al hacerlo, una potencia ocupante puede llevar a cabo funciones esenciales de mantenimiento del orden (a diferencia de las operaciones militares). Pero, dado que el Tribunal Internacional ha determinado posteriormente que la ocupación de los territorios por Israel es en sí misma totalmente ilegal, incluso esas funciones probablemente serían ilegítimas, salvo que fueran estrictamente necesarias para proteger a la población ocupada y en un plazo breve tras la retirada.

En su opinión más reciente, la Corte ha declarado que la presencia de Israel en los territorios viola el principio de libre determinación, la regla de no adquisición de territorio por la fuerza y ​​los derechos humanos del pueblo palestino, y que debe poner fin rápidamente a su presencia e indemnizar al pueblo palestino por las pérdidas sufridas. Como cuestión de derecho, cada soldado israelí en el terreno, cada misil, avión o avión teledirigido israelí en el espacio aéreo palestino, e incluso una sola bicicleta israelí no autorizada en una carretera palestina, constituye una violación del derecho internacional.

En resumen, el remedio legal de Israel frente a las amenazas que supuestamente emanan de los territorios ocupados es poner fin a su ocupación ilegal, desmantelar los asentamientos, abandonar los territorios, levantar el asedio y entregar completamente el control al pueblo palestino ocupado.

En este caso, el derecho internacional es un simple reflejo del sentido común y la moral universal. Un criminal no puede apoderarse de la casa de alguien, instalarse en ella, saquear sus pertenencias, encarcelar y maltratar a los habitantes y luego alegar legítima defensa para asesinar a los propietarios cuando estos se defienden.

Además, más allá de la Palestina ocupada, si bien Israel tiene derecho a la legítima defensa frente a los ataques de otros Estados, no puede invocar ese derecho si el ataque es una respuesta a una agresión israelí. Israel no puede atacar a un Estado vecino (por ejemplo, Líbano, Siria, Irak, Irán, Yemen) y luego alegar legítima defensa si ese Estado contraataca. Aceptar semejante afirmación sería poner patas arriba el derecho internacional.

Por lo tanto, la mayoría de las afirmaciones de los políticos y los medios de comunicación occidentales de que “Israel tiene derecho a la legítima defensa” son demostrablemente falsas, como cuestión de derecho internacional.

La segunda mentira contenida en estas reiteradas afirmaciones es la sugerencia de que la alegación de legítima defensa justifica los innumerables crímenes de Israel. El derecho internacional no permite que la alegación de legítima defensa justifique crímenes contra la humanidad y genocidio. Tampoco supera mágicamente los imperativos del derecho internacional humanitario de precaución, distinción y proporcionalidad, o el carácter protegido de los hospitales y otras instalaciones civiles vitales.

Además, la presencia de personas asociadas con grupos de resistencia armada (incluso si se demuestra) no convierte automáticamente un lugar civil o una estructura protegida en un objetivo militar legítimo. Si así fuera, la presencia habitual de soldados israelíes en hospitales israelíes también convertiría a esos hospitales en objetivos legítimos. Atacar hospitales no es un acto de legítima defensa. Es un acto de asesinato y, en casos sistemáticos y en gran escala, un crimen de exterminio.

El alegato de legítima defensa no justifica el castigo colectivo, el asedio de poblaciones civiles, las ejecuciones extrajudiciales, la tortura, el bloqueo de la ayuda humanitaria, los ataques a niños, el asesinato de trabajadores humanitarios, personal médico, periodistas y funcionarios de la ONU, todos ellos crímenes perpetrados por Israel durante la fase actual de su genocidio en Palestina, y todos ellos seguidos descaradamente por alegatos de legítima defensa por parte de los defensores de Israel en Occidente.

Así, cada respuesta de un político o de una voz cómplice de los medios corporativos a un crimen israelí que comience con “Israel tiene derecho a defenderse” es a la vez una justificación de lo injustificable y una mentira descarada, y debería ser denunciada como tal.

Además, lo que nunca oirán decir esas voces es que Palestina tiene derecho a defenderse, aunque, según el derecho internacional, lo tiene sin dudarlo. Enraizado en la Carta de las Naciones Unidas y en el derecho internacional humanitario y de los derechos humanos, y confirmado por una serie de resoluciones de la ONU, los grupos de resistencia palestinos tienen derecho legal a la resistencia armada para liberar al pueblo palestino de la ocupación extranjera, la dominación colonial y el apartheid.

Y el mundo está de acuerdo. La Asamblea General de las Naciones Unidas ha declarado:
“...el derecho inalienable… del pueblo palestino y de todos los pueblos bajo ocupación extranjera y dominación colonial a la libre determinación, la independencia nacional, la integridad territorial, la unidad nacional y la soberanía sin injerencia extranjera” y ha reafirmado “la legitimidad de la lucha de los pueblos por la independencia, la integridad territorial, la unidad nacional y la liberación de la dominación colonial, el apartheid y la ocupación extranjera por todos los medios disponibles, incluida la lucha armada”.
Por supuesto, toda resistencia debe respetar las normas del derecho humanitario, incluido el principio de distinción para respetar a los civiles, pero el derecho de Palestina, en virtud del derecho internacional, a la resistencia armada contra Israel es ya un axioma.

En pocas palabras, el pueblo palestino tiene el derecho reconocido a resistir la ocupación, el apartheid y el genocidio de Israel, incluso mediante la lucha armada. Y, puesto que la resistencia subyacente es lícita, las alianzas, la ayuda y el apoyo a los palestinos con ese fin también son lícitos.

Por el contrario, como la ocupación, el apartheid y el genocidio de Israel son ilegales, el apoyo a Israel en esas actividades por parte de los Estados occidentales es ilegal. De hecho, el Tribunal Internacional ha determinado que todos los Estados tienen la obligación de poner fin a ese apoyo a Israel y de trabajar para poner fin a la ocupación israelí.

Y un punto más sobre la noción de autodefensa. La historia no empezó el 7 de octubre de 2023. En las décadas de 1930 y 1940, los colonos sionistas viajaron desde Europa para atacar a los palestinos en sus hogares en Palestina. Ninguna milicia palestina viajó a Europa para atacar a los colonos en sus hogares en Inglaterra, Francia y Rusia. (Por supuesto, los judíos que huían de la persecución europea tenían todo el derecho a buscar asilo en Palestina y otros lugares. Pero los sionistas no tenían derecho a colonizar la tierra y desposeer a los pueblos indígenas).

Durante más de 76 años, Israel ha atacado, brutalizado, desplazado, desposeído y asesinado al pueblo palestino indígena y ha tratado de borrarlo del mapa. Ha llevado a cabo una limpieza étnica en cientos de ciudades y pueblos palestinos, ha robado hogares, empresas, granjas y huertos palestinos y ha destruido la infraestructura civil palestina. Todas las comunidades palestinas han sufrido diariamente ataques a su dignidad, detenciones, palizas, torturas, saqueos y asesinatos a manos de Israel. Los supervivientes se han visto obligados a vivir bajo un régimen de apartheid y segregación racial y con la negación sistemática de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales en su propia tierra.

Todo esfuerzo pacífico palestino para poner fin a la opresión y recuperar el derecho palestino a la autodeterminación, mediante iniciativas diplomáticas, acciones judiciales, protestas pacíficas o boicots y desinversiones organizados, ha sido respondido con represión o rechazo, no sólo por parte de Israel sino también de sus patrocinadores occidentales.

En este contexto, la moral básica y la lógica simple dictan que el derecho a la legítima defensa pertenece al pueblo palestino, no a su opresor. Y el derecho internacional está de acuerdo.



* Publicado en Mondoweiss, 10.09.24. Craig Mokhiber es un abogado internacional de DDHH y exalto funcionario de las Naciones Unidas.

La Universidad triste




La universidad triste es aquella en la que lo político tiende a evaporarse; triste ahí donde vemos, igual, diluirse la necesaria vocación a implicarse en los dramas del mundo; es la universidad que nos inhibe a ser sujetos sensibles de calibrar un argumento sobre “lo que pasa” sin calcular los costos que puede traer una opinión, una escritura o una idea que irrumpa como una contrapalabra en los salmos del sistema tal como éste ha sido concebido.


Javier Agüero A.


“El poder requiere cuerpos tristes. El poder necesita tristeza porque puede dominarla. La alegría, por lo tanto, es resistencia, porque no se rinde. La alegría como potencia de vida nos lleva a lugares donde la tristeza nunca nos llevaría”
Gilles Deleuze


La universidad así, en genérico, parece atravesar por un penoso letargo en Chile; un estado de morbilidad en relación a su capacidad activa, de reacción e ingreso en las cuestiones que afectan a la cultura, a la sociedad chilena y global. No se podría generalizar a partir de datos o investigaciones que pudieran avalar esta cuestión, que deviene más bien de percepciones y experiencias singulares en una institución regional, pero desde lo que he podido recoger en conversación con colegas de diferentes universidades del país, sí que hay un consenso en que vivimos una “universidad triste”. Yo, y lo digo en principio y como un trabajador de la universidad hace más de 20 años, soy parte de toda esta institucionalización de la tristeza.

Por “universidad triste” entenderemos a un tipo de institución que en sus diferentes estamentos pasa por un período de vacío de sentido; que habita en un marasmo que la inhabilita para significarse a sí misma como una zona excepcional de cruce de ideas, de la entrada en el desacuerdo democrático, de la generación de espacios de discusión y también de la fecunda disidencia que siempre ha brotado en los recodos universitarios –deliberativos y polémicos respecto de cuestiones centrales que suceden en el mundo, en el país o en las regiones– y en el que las y los actores se comprendan como potenciales agentes de cambio y con una preocupación permanente por eso que Aristóteles llamó, en La constitución de los atenienses, “Los asuntos de la polis”.

Una universidad triste es aquella que se asume como sin alternativas frente a las exigencias de un modelo que la monitorea como una esfera más al interior del itinerario productivo de un país, al día de hoy, sin proyecto, y que decretó su canon neoliberal hace 50 años, autorrecompensándose en el progresivo logro y aumento de sus estándares. Es la universidad de mercado en estado avanzado que, del mismo modo, se ve atávica en relación a los imperativos devenidos guarismos excluyentes –metas, indicadores, factores, etc.– a los que hay que trepar frenéticamente para ser competitivos en la bolsa de las indexaciones, de los proyectos que robotizan (“nos” robotizan) las carreras académicas y entienden a las y los académicas/os mismas/os como un engranaje en la máquina que es la universidad capitalista que gobierna el orden de la producción de saberes.

Es importante remarcar que todo esto no es, necesariamente, culpa de las universidad y de sus autoridades, quienes están obligados a protocolizar los diferentes ámbitos de la gestión para avanzar en procesos de acreditación que les permitan recibir más o menos recursos del Estado. La universidad está capturada en esta lógica en la que las y los investigadores, por su parte, se transforman en una suerte de zona de sacrificio donde son extractivizados/as.

La universidad triste puede pagar hasta 2 millones de pesos por un paper indexado de 15 páginas que leerán, siendo optimistas, 50 personas. Y al revés, con suerte, dará cuenta en una esquina de la página web institucional de un libro-ensayo de 300 páginas que podrá ser traducido a tres lenguas y circulará por diferentes partes del planeta. Así es la pauta, esta es la regla, las universidades o se ajustan o desaparecen en un gesto darwinista de conservación. Así también lo hacemos nosotras y nosotros; corriendo a toda velocidad para indexar compulsivamente y reservándonos alguna que otra revancha escribiendo libros individuales o colectivos.

La universidad triste es aquella en la que las y los académicas/os (incluso los que reivindican e insisten, como quien suscribe este texto, en mantener vivo esa especie en extinción que es el pensamiento crítico para resistir la infantería furiosa de los “factores de impacto”), celebran el haber subido de “categoría” en el escalafón predeterminado de las instituciones. Detrás de estos ascensos, es seguro y justo indicarlo también, hay mucho trabajo, años de dedicación a la escritura, a la docencia, al ámbito administrativo y, en algunos/as, a la extensión. Mas el punto es si esto favorece un sentimiento de logros colectivos o simplemente son “éxitos” personales, reconocimientos, de nuevo, justos, pero individualizantes que en nada se emparentan con eso universal de la universidad, volviendo a aceitar en esta pasajera sensación de plenitud la maquinaria descolectivizada que implica la autogestión al interior de las instituciones de educación superior.

Hace poco un estudiante de ingeniería me dijo en una clase sobre “Ciudadanía para el buen vivir”, que él jamás contrataría a una mujer porque los riesgos son muy altos en caso de que quedará embarazada, teniendo que pagar pre y post natal además de un reemplazo por las labores que quedarán sin responsable. En principio el argumentó me indignó y pensé en ir con todo contra una posición tan hacendal-decimonónica, patriarcal, abusiva, discriminatoria, en fin. Sin embargo, rápidamente la ira dio paso a la pena al darme cuenta de que ese alumno (así como muchas/os), que estudia con gratuidad, que tiene beca JUNAEB y que viene de un sector social más bien pobre, era el producto de algo mayor. A través de sus palabras no hablaba un ser humano convencido de lo que decía (rápidamente su rostro cambió cuando le pregunté si pensaría lo mismo el día, probable, en que la hija que aún no tiene busque trabajo), sino una racionalidad sedimentada tristemente a la largo de su trayecto biopolítico en el que la neoliberalización de la pobreza también ha sido parte de la tragedia chilena durante y post-dictadura; esa tragedia que se expresó en lo que Manuel Canales llamó “el mercadeo”, donde lo común desaparece y solo deambulan individualidades filtrando sus interacciones a través de los códigos de la transa, del costo-beneficio, de la compra y venta. Lo igualmente sorprendente de esta situación con el estudiante, es que nadie lo contradijo, ningún compañero y menos compañeras, que eran las directamente aludidas, se atrevieron a decir algo en contra de su planteamiento y a favor de ellas mismas (veníamos de revisar un estudio hecho por académicas/os de la Universidad de la Frontera que daba cuenta de las brechas salariales entre hombres y mujeres).

Universidad triste. Estudiantes que, en su mayoría, no se reconocen en un mundo común y reniegan no solo de lo colectivo y de un núcleo solidario que los vincule por encima de sus cáscaras aspiracionales, sino que se han visto obligados a ser a veces, incluso, crueles. Porque el sistema es despiadado y mimetiza la desigualdad instalando como principio la idea de la “sana competencia”. Estudiantes que, al final del día, son la expresión generacional de un tiempo sin proceso social, sin movimientos ni espasmos de cara a injusticias tan evidentes; están rodeados por una suerte de zombilogía y son nutriente para los populismos de derecha. No es que rehúyan la posibilidad de entrar a espacios comunes, sino que de plano los desprecian, los tachan, colaborando con este mecanismo de subjetividades múltiples –que se reúnen, no obstante, en el principio individualista del éxito en soledad– en la construcción de un tipo de sociología sin sociedad; una “ademia”, al decir de Giorgio Agamben, esto es: la ausencia de un demos, de un pueblo, de un otro. Entonces no demandan nada, no cuestionan nada ni tienen inquietud alguna salvo las personales que se ven atormentadas, a su vez, por el uso, a esta altura, en éxtasis de las redes sociales que terminan por aislarlos aún más. Nadie levanta la mano durante las clases para hacer un punto, estar en desacuerdo o simplemente preguntar ahí donde, y como escribía Antonin Artaud, deberían “arder en preguntas”. Las manos no se levantan, se mantienen abajo enganchadas a sus celulares.

Las explicaciones a todo esto pueden ser muchas y no será esta columna el lugar para explayarse en ellas. Pero mencionaremos, en breve, dos.

Pensemos primero en que la intensidad de la Revuelta de 2019 devino en un nivel de politización tan denso, liberando una energía colectiva a todas luces inédita en la historia de Chile, que esta fuerza terminó por fatigarse en un tramo muy corto de tiempo. Y tal vez quedamos empantanados en la idea de que algo así sería para siempre posible, pero, evidente y es lo que demuestra la propia historia, las sociedades tienden a su repliegue después de estallidos inesperados de politización de la ciudadanía –o de una ciudadanización de la política– tan potentes.

Y segundo, el triunfo del imaginario securitario-económico (que reúne a todas las fobias de la derecha: contra el Estado, contra el migrante, contra la autonomía de las mujeres y sus cuerpos, contra toda forma disidencia sexual o de género, en fin) que toma la forma de restauración conservadora en el minuto exacto de ser rechazado el proyecto de Constitución de 2022. Esto, se cree, desmovilizó de igual manera a la vez que atomizó a la sociedad chilena produciendo una napa cultural sobre la que se desplazan islotes individuales separados, por una gran fisura, del continente político-colectivo.

Una universidad para dejar de ser triste debe concebirse a sí misma como una comunidad política antes que cualquier otra cosa. Política en el entendido de que ésta siempre ha sido y fue un espacio para decirlo todo, sin restricciones, tal como lo señala Jacques Derrida en su libro La universidad sin condición, y en donde las ideas y argumentos contrarios fertilicen la disidencia democrática en el mejor de los sentidos, metabolizada en posiciones sostenibles e igualmente respetuosas de otras disidencias. Una comunidad política que reconozca la urgencia a todo orden y como prioridad absoluta el valor del pensamiento crítico en sus estudiantes que independiente de sus orígenes, identidades religiosas, adscripciones políticas o vocaciones profesionales, no encuentren en la universidad el sesgo de época que los anulará como sujetos con potencia activa en una sociedad que, más que nunca, los necesita despiertos y no sonámbulos; atentos y no dormidos en la aquiescencia de lo “normal”, en la estabilización peligrosa de la rutina incuestionable, en la estratificación arbitraria de lo permitido.

De cara a la llegada, al parecer inminente, de un gobierno de derecha en cualquiera de sus versiones –y que tradicionalmente ha visto en las universidades una amenaza a sus valores de conservación a toda escala, armando entonces sus propios centros de investigación ad-hoc que tributan a intereses privados y se vierten contra todo asomo de “lo público” (el que debiera ser el perímetro natural de la universidad)–, es justo este el momento en que se tiene que abandonar la tristeza y recuperarse en “motivos” profundos que vuelvan a imprimirle a la universidad el sentido perdido en el último tiempo al calor de una despolitización brutal. Entonces, es del mismo modo urgente recuperar el sentimiento de comunidad que no es otra cosa que intensidades libres y diversas interactuando en un espacio de resguardo para todas las visiones de mundo y en el que las exigencias –insalvables– del universalismo de mercado a las cuales toca responder, no terminen por erosionar la delgada corteza crítica que le va restando a la universidad.

Se repite, hoy es más apremiante que nunca entregar toda la energía de la que disponemos para volverla a la región virtuosa donde lo heterogéneo sea la norma, la libertad el principio, la diferencia el verdadero estándar y los valores humanistas, revitalizados, el lugar común donde lo político vuelva a tener una posibilidad y la universidad abandone su tristeza, restaurando el imaginario querellante a la luz de los seguros padecimientos que, sobre todo las públicas, deberán hacer frente cuando un sector de la sociedad, históricamente reaccionario al libre pensamiento, comience a intervenirla.

Tenemos derecho a la alegría.



* Publicado en La Voz de los que Sobran, 26.09.25. Javier Agüero A. es Dr. en filosofía y profesor de la Universidad de Los Lagos.

Cómo la mala biología está matando a la economía


Las abejas y las flores son un clásico ejemplo de mutualismo: una interacción entre especies donde ambas se benefician.


Frans de Waal


El CEO de Enron, ahora en la cárcel, aplicó alegremente la lógica del “gen egoísta” a su capital humano, creando así una profecía autocumplida. Asumiendo que la especie humana es impulsada puramente por la codicia y el miedo, Jeffrey Skilling produjo empleados impulsados por los mismos motivos. Enron se derrumbó bajo el peso mezquino de sus políticas, ofreciendo un avance de lo que estaba reservado para la economía mundial en su conjunto.

Skilling, un admirador declarado de la visión genética de la evolución de Richard Dawkins, imitó la selección natural al clasificar a sus empleados en una escala de uno a cinco, representando lo mejor (uno) a lo peor (cinco). Cualquier persona con un ranking de cinco fue despedida, pero no sin haber sido primero humillada en un sitio web con su retrato. Bajo esta llamada política de “Rank & Yank”, la gente se mostró perfectamente dispuesta a cortarse las gargantas unos a otros, resultando una atmósfera corporativa marcada por la deshonestidad y la despiadada explotación fuera de la empresa.

El problema más profundo, sin embargo, era la opinión de Skilling sobre la naturaleza humana. El libro de la naturaleza es como la Biblia: todo el mundo lee lo que le gusta, de la tolerancia a la intolerancia y del altruismo a la avaricia. Pero es bueno darse cuenta de que si los biólogos nunca dejan de hablar de competencia, esto no significa que aboguen por ella, y si llaman a los genes egoístas, esto no significa que los genes realmente lo sean. Los genes no pueden ser más “egoístas” de lo que un río puede estar “enojado” o los rayos del sol “amar”. Los genes son pequeños trozos de ADN. A lo sumo, se auto-promueven, porque los genes exitosos ayudan a sus portadores a difundir más copias de sí mismos.

Como muchos antes que él, Skilling había caído de cabo a rabo en la metáfora del gen egoísta, pensando que si nuestros genes son egoístas, entonces debemos ser egoístas también. Puede ser perdonado, sin embargo, porque incluso si esto no es lo que Dawkins quiso decir, es difícil separar el mundo de los genes del mundo de la psicología humana si nuestra terminología los confunde deliberadamente.

Mantener estos mundos aparte es el mayor desafío para cualquier persona interesada en lo que la evolución significa para la sociedad. Puesto que la evolución avanza por la eliminación, es realmente un proceso despiadado. Sin embargo, sus productos no necesitan ser despiadados en absoluto. Muchos animales sobreviven siendo sociales y viviendo juntos, lo que implica que no pueden seguir el principio de la supervivencia del más fuerte al pie de la letra: la fuerte necesidad del débil. Esto se aplica igualmente a nuestra propia especie, al menos si damos a los seres humanos la oportunidad de expresar su lado cooperativo. Al igual que Skilling, demasiados economistas y políticos ignoran y suprimen este lado. Modelan a la sociedad humana sobre la lucha perpetua que creen que existe en la naturaleza, lo cual en realidad no es más que una proyección. Al igual que los magos, primero lanzan sus prejuicios ideológicos al sombrero de la naturaleza y luego los sacan tirando de sus orejas para mostrar que la naturaleza está de acuerdo con ellos. Es un truco en el que hemos caído durante demasiado tiempo. Obviamente, la competencia es parte del cuadro, pero los seres humanos no pueden vivir solo por competencia.

Veo este tema como un biólogo y primatólogo. Uno puede sentir que un biólogo no debe meter su nariz en los debates de política pública, pero dado que la biología ya es parte de ella, es difícil permanecer al margen. Los amantes de la competencia abierta no pueden resistir la invocación de la evolución. Esta palabra incluso se deslizó en el infame “discurso sobre la codicia” de Gordon Gekko, el tiburón corporativo interpretado por Michael Douglas en la película Wall Street de 1987:
“El punto es, damas y caballeros, que la ‘codicia’ --a falta de una mejor palabra-- es buena. La avaricia tiene razón. La avaricia funciona. La codicia aclara, atraviesa y capta la esencia del espíritu evolutivo”.
¿El espíritu evolutivo? En las ciencias sociales [en realidad en la "ciencia económica" ortodoxa], la naturaleza humana es tipificada por el viejo proverbio hobbesiano Homo homini lupus (“El hombre es el lobo del hombre”), una declaración cuestionable sobre nuestra propia especie basada en suposiciones falsas sobre otra especie. Un biólogo que explora la interacción entre la sociedad y la naturaleza humana no está haciendo nada nuevo. La única diferencia es que, en vez de intentar justificar un marco ideológico particular, el biólogo tiene un interés real en la cuestión de qué es la naturaleza humana y de dónde provino. ¿Es el espíritu evolutivo realmente todo sobre la codicia, como Gekko reclamó, o hay más aparte de ella?

Esta línea de pensamiento no sólo proviene de personajes de ficción. David Brooks en una columna del New York Times se burlaba de los programas sociales del gobierno: “Del contenido de nuestros genes, de la naturaleza de nuestras neuronas y de las lecciones de la biología evolutiva, se ha hecho evidente que la naturaleza está llena de competencia y conflictos de interés”. A los conservadores les encanta creer esto, sin embargo, la ironía suprema de este romance con la evolución es lo poco que la mayoría de ellos se preocupan por lo real.

En el debate presidencial de 2008, no menos de tres candidatos republicanos levantaron la mano en respuesta a la pregunta: “¿Quién no cree en la evolución?”. Los conservadores estadounidenses son darwinistas sociales en lugar de darwinistas reales. El darwinismo social argumenta en contra de ayudar a los enfermos y a los pobres, ya que la naturaleza quiere que sobrevivan por sí mismos o perezcan. Qué pena que algunas personas no tengan seguro de salud, argumenta esta corriente, esto no es relevante siempre y cuando los que pueden permitirse tenerlo sí tengan seguro. El senador Jon Kyl de Arizona fue un paso más allá --causando protestas en los medios de comunicación y protestas en su estado natal-- votando en contra de la cobertura de la atención de maternidad. Él mismo nunca había tenido necesidad de ello, explicó.

La lógica de la competencia es buena para usted, ha sido extraordinariamente popular desde que Reagan y Thatcher nos aseguraron que el libre mercado se encargaría de todos nuestros problemas. Desde la crisis económica, esta visión no es tan atractiva. La lógica pudo haber sido genial, pero su conexión con la realidad era pobre. Lo que los libremercadistas perdieron fue la intensa naturaleza social de nuestra especie. Les gusta presentar a cada individuo como una isla, pero el individualismo puro no es para lo que hemos sido diseñados. La empatía y la solidaridad son parte de nuestra evolución, no sólo de una parte reciente, sino de capacidades antiguas que compartimos con otros mamíferos.

Muchos grandes avances sociales --la democracia, la igualdad de derechos y la seguridad social-- han surgido a través de lo que solía llamarse “sentimientos de compañerismo”. Los revolucionarios franceses cantaban sobre fraternidad, Abraham Lincoln apeló a los lazos de simpatía y Theodore Roosevelt habló con entusiasmo de sus sentimientos como “el factor más importante para producir una vida política y social sana”.

El final de la esclavitud es particularmente instructivo. En sus viajes al sur, Lincoln había visto a esclavos encadenados, una imagen que lo perseguía mientras escribía a un amigo. Tales sentimientos lo motivaron a él y a muchos otros a combatir la esclavitud. O tomar el actual debate de salud en los EE.UU., en el que la empatía desempeña un papel prominente, que influye en la forma en que respondemos a la miseria de las personas que han sido rechazadas por el sistema o perdido su seguro. Considérese el término en sí mismo: no se llama “negocio” de salud, sino “cuidado” de salud, haciendo hincapié en la preocupación humana por los demás.


¿Primates morales?

Obviamente, la naturaleza humana no puede entenderse aislada del resto de la naturaleza, y aquí es donde entra la biología. Si miramos a nuestra especie sin dejarnos cegar por los avances técnicos de los últimos milenios, vemos una criatura de carne y sangre con un cerebro que, aunque tres veces más grande que el de un chimpancé, no contiene ninguna parte nueva. Nuestro intelecto puede ser superior, pero no tenemos necesidades básicas o necesidades que no puedan ser observadas también en nuestros parientes cercanos. Como nosotros, luchan por el poder, disfrutan del sexo, quieren seguridad y afecto, matan por territorio, y valoran la confianza y la cooperación. Sí, usamos teléfonos celulares y volamos aviones, pero nuestro maquillaje psicológico es esencialmente el de un primate social.

Sin pretender que otros primates sean seres morales, no es difícil reconocer los pilares de la moral en su comportamiento. Estos pilares se resumen en nuestra regla de oro, que trasciende las culturas y religiones del mundo. “Haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti”, reúne empatía (atención a los sentimientos de los demás) y reciprocidad (si otros siguen la misma regla, serás bien tratado). La moral humana no podría existir sin empatía y reciprocidad; tendencias encontradas en nuestros compañeros primates.

Después de que un chimpancé haya sido atacado por otro, por ejemplo, un espectador irá a abrazar a la víctima suavemente hasta que deje de aullar. La tendencia a consolar es tan fuerte que Nadia Kohts, una científica rusa que crió a un chimpancé juvenil hace un siglo, dijo que si éste se subía al techo de su casa, sólo había una manera de bajarlo. Mostrarle comida no resultaría; la única manera sería que ella se sentara y sollozara, como si estuviera sufriendo. El mono joven se apresuró a bajar del tejado para rodearla con un brazo. La empatía de nuestro pariente más cercano excede su deseo de un plátano.

La consolación se ha estudiado extensivamente sobre la base de cientos de casos, ya que es un comportamiento común y predecible entre los simios. De manera similar, la reciprocidad es visible cuando los chimpancés comparten alimentos específicamente con aquellos que recientemente los han acicalado o apoyado en las luchas por el poder. El sexo es a menudo parte de la mezcla. Se ha observado que los machos silvestres toman un gran riesgo al asaltar plantaciones de papaya para obtener los deliciosos frutos a cambio de la cópula con hembras fértiles. Los chimpancés saben cómo llegar a un acuerdo.

También hay evidencia de tendencias pro-sociales y un sentido de equidad. Los chimpancés abren voluntariamente una puerta para dar a un compañero acceso a la comida, y los monos capuchinos buscan recompensas por los demás, incluso si ellos mismos no obtienen nada de ella. Demostramos esto poniendo dos monos uno al lado del otro: separados, pero a la vista. Uno de ellos necesitaba trocar con nosotros usando pequeños fichas de plástico. La prueba crítica vino cuando les ofrecimos una opción entre dos fichas de diferentes colores con diferentes significados: una muestra era “egoísta” y la otra “pro-social”. Si el mono de trueque recogía el símbolo egoísta, recibía un pequeño pedazo de manzana, pero su compañero no obtenía nada. El símbolo pro-social, por otra parte, recompensaba a ambos monos igualmente al mismo tiempo. Los monos desarrollaron una abrumadora preferencia por el símbolo pro-social.

Repetimos el procedimiento muchas veces con diferentes pares de monos y diferentes conjuntos de fichas, y encontramos que los monos seguían escogiendo la opción pro-social. Esto no se basó en el temor de posibles represalias, porque encontramos que los monos más dominantes (los que menos temen) eran de hecho los más generosos. Lo más probable es que ayudar a los demás es auto-gratificante de la misma manera que los seres humanos se sienten bien haciendo el bien.

En otros estudios, los primates realizarán felizmente una tarea, siendo recompensados con rebanadas de pepino, hasta que vean a otros que son recompensados con uvas, las cuales tienen un mejor sabor. Se agitan, derriban sus pepinos miserables y se ponen en huelga. El pepino se ha vuelto desagradable simplemente como resultado de ver a un compañero conseguir algo mejor. Tengo que pensar en esta reacción cada vez que oigo críticas a los bonos en Wall Street.

¿No muestran estos primates los primeros indicios de un orden moral? Muchas personas, sin embargo, prefieren su naturaleza “cruel y despiadada”. Nunca hay duda sobre la relación con respecto a la conducta negativa entre los seres humanos y otros animales: cuando los seres humanos mutilan y se matan unos a otros, somos rápidos en llamarlos “animales”, pero preferimos reclamar rasgos nobles para nosotros mismos. Sin embargo, cuando se trata del estudio de la naturaleza humana, ésta es una estrategia perdedora porque excluye aproximadamente a la mitad de nuestros antecedentes. A falta de intervención divina, este lado más atractivo de nuestro comportamiento es también el producto de la evolución, una visión cada vez más apoyada por la investigación animal.

Todo el mundo está familiarizado con la forma en que los mamíferos reaccionan a nuestras emociones y la forma en que reaccionamos a las suyas. Esto crea el tipo de vínculo que hace que millones de nosotros compartamos nuestras casas con gatos y perros en lugar de iguanas y tortugas. Estos últimos son tan fáciles de mantener, pero carecen de la empatía que necesitamos para tenerles apego.

Los estudios sobre empatía en animales están en aumento, incluyendo estudios sobre cómo los roedores se ven afectados por el dolor de otros. Ratones de laboratorio se vuelven más sensibles al dolor una vez que han visto el dolor en otro ratón. El contagio del dolor ocurre entre los ratones de la misma caja-casa, pero no entre los ratones que no se conocen. Este es un sesgo típico que también es cierto de la empatía humana: cuanto más cerca estamos de una persona, y cuanto más similares somos a ellos, más fácilmente se despierta la empatía.

La empatía tiene sus raíces en la mímica básica del cuerpo, no en las regiones superiores de la imaginación o en la capacidad de reconstruir conscientemente cómo nos sentiríamos si estuviéramos en el lugar de otra persona. Comenzó con la sincronización de cuerpos: corriendo cuando otros corren; riendo cuando otros se ríen; llorando cuando otros lloran; o bostezando cuando otros bostezan. La mayoría de nosotros hemos llegado a la etapa increíblemente avanzada en la que bostezamos incluso a la mera mención de bostezar, pero esto es sólo después de mucha experiencia cara a cara.

El contagio del bostezo también funciona en otras especies. En la Universidad de Kyoto, los investigadores mostraron a los simios de laboratorio los bostezos grabados en video de chimpancés salvajes. Pronto, los chimpancés del laboratorio bostezaban como locos. Con nuestros propios chimpancés, hemos ido un paso más allá. En lugar de mostrarles verdaderos chimpancés, interpretamos animaciones tridimensionales de una cabeza semejante a un simio que hace un movimiento parecido al bostezo. En respuesta a los bostezos animados, nuestros monos bostezan con la apertura máxima de la boca, los ojos cerrados y girando la cabeza, como si se fueran a quedar dormidos en cualquier momento.

El contagio del bostezo refleja el poder de la sincronía inconsciente, que está tan profundamente arraigada en nosotros como en muchos otros animales. La sincronía se expresa en la copia de pequeños movimientos corporales, como un bostezo, pero también ocurre a mayor escala. No es difícil ver su valor para la supervivencia. Usted está en una bandada de pájaros y uno de repente despega. No tienes tiempo para averiguar qué está pasando, así que despegas en el mismo instante. De lo contrario, tú podrías ser el almuerzo.

El contagio del humor sirve para coordinar las actividades, que es crucial para cualquier especie que viaja (como es la mayoría de los primates). Si mis compañeros se están alimentando, decido hacer lo mismo porque, una vez que se mueven, mi oportunidad de forraje habrá desaparecido. El individuo que no se mantiene en sintonía con lo que todos los demás están haciendo perderá, al igual que el viajero que no va al baño cuando el autobús se ha detenido.


Criaturas sociales

La selección natural ha producido animales altamente sociales y cooperativos que dependen unos de otros para sobrevivir. Por sí solo, un lobo no puede derribar presas grandes, y los chimpancés en el bosque se sabe que se ralentizan para los compañeros que no pueden mantener el paso debido a las lesiones o descendencia enferma. Por lo tanto, ¿por qué aceptar el supuesto de una naturaleza despiadada cuando hay amplia prueba de lo contrario?

La mala biología ejerce una atracción irresistible. Aquellos que piensan que la competencia es de lo que se trata la vida y que creen que es deseable que los fuertes sobrevivan a expensas de los débiles, adoptan con entusiasmo el darwinismo como una hermosa ilustración de su ideología. Representan la evolución --o al menos su versión de cartón de ella-- como casi celestial. John D. Rockefeller llegó a la conclusión de que el crecimiento de una gran empresa “no es más que la elaboración de una ley de la naturaleza y una ley de Dios”, y Lloyd Blankfein, presidente y CEO de Goldman Sachs, recientemente se describió a sí mismo como simplemente un “hacedor de la obra de Dios”.

Tendemos a pensar que la economía fue asesinada por tomar riesgos irresponsables, la falta de regulación o un mercado de la vivienda burbujeante, pero el problema es más profundo. Aquellos eran sólo los pequeños aviones que rodeaban la cabeza de King Kong (“Oh no, no eran los aviones. La bella mató a la bestia”). El defecto último era el señuelo de la mala biología, que dio lugar a una simplificación gruesa de la naturaleza humana. La confusión entre cómo funciona la selección natural y qué tipo de criaturas ha producido, ha llevado a una negación de lo que une a las personas. La sociedad misma ha sido vista como una ilusión. Como dijo Margaret Thatcher: “No hay tal cosa como la sociedad; hay hombres y mujeres individuales, y hay familias”.

Los economistas deben releer el trabajo de su figura paterna, Adam Smith, que veía a la sociedad como una enorme máquina. Sus ruedas son pulidas por la virtud, mientras que el vicio hace que se ensucien. La máquina no funcionará suavemente sin un fuerte sentido comunitario en cada ciudadano. Smith veía la honestidad, la moralidad, la simpatía y la justicia como compañeros esenciales de la mano invisible del mercado. Sus puntos de vista estaban basados ​​en que somos una especie social, nacida en una comunidad con responsabilidades hacia la comunidad[1].

En lugar de caer por ideas falsas sobre la naturaleza, ¿por qué no prestar atención a lo que realmente sabemos sobre la naturaleza humana y el comportamiento de nuestros parientes cercanos? -El mensaje de la biología es que somos animales de grupo: intensamente sociales, interesados en la equidad y lo suficientemente cooperativos como para haber conquistado el mundo. Nuestra gran fuerza es precisamente nuestra capacidad para superar la competencia. ¿Por qué no diseñar la sociedad de modo que esta fuerza se exprese en todos los niveles?

En lugar de enfrentar a los individuos entre sí, la sociedad necesita enfatizar las dependencias mutuas. Esto podría verse en el reciente debate sobre salud en los Estados Unidos, donde los políticos jugaron la tarjeta de interés compartido señalando cuánto perdería todo el mundo (incluidos los acomodados) si la nación no cambiaba el sistema y dónde el presidente Obama jugó la tarjeta de responsabilidad social llamando a la necesidad de cambio “una obligación ética y moral”. No se puede permitir que el dinero se convierta en el único fin de la sociedad.

Y para aquellos que buscan una respuesta a la biología, la pregunta fundamental, pero rara vez hecha, es por qué la selección natural diseñó nuestros cerebros para que nos sintonicemos con nuestros semejantes, y sintamos angustia por su angustia y placer por su placer. Si la explotación de los demás era lo único que importaba, la evolución nunca debería haber entrado en el negocio de la empatía. Pero sí lo hizo, y las élites políticas y económicas ojalá lo comprendan rápidamente.


El pez payaso y las anémonas tienen una relación de mutualismo.


NOTA DEL BLOG:

[1] Estimamos que de Waal cae en un grueso error de interpretación de Smith, quien por cierto era consciente de la naturaleza social de los humanos. Pero, dadas sus creencias religiosas, estimaba que la humanidad corrupta por el pecado original no cooperaría por mera benevolencia. Por eso, el egoísmo dirigido por la "mano invisible" de la providencia empleaba a la naturaleza egoísta para lograr el bien social. Este tema lo hemos desarrollado ampliamente en Reforma e Ilustración. Los teólogos que construyeron la Modernidad y en Oikonomía. Economía Moderna. Economías.



* Publicado en Evonomics, 13.05.16. Frans de Waal es Dr. en biología y se ha especializado en psicología, primatología y etología.

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