Mientras Gaza es destruida, Israel mata a decenas de niños en Cisjordania


Funeral de Amer Al Najad, palestino de 11 años, asesinado en Cisjordania por soldados israelíes el 4 de marzo de 2024.


Un niño palestino de 12 años recibió un disparo mientras encendía un fuego artificial. "Casos como estos ocurren con bastante frecuencia, pero nadie se entera de ellos", según el grupo de derechos humanos israelí B'Tselem.


Arwa Mahdawi


Israel está utilizando fuerza letal contra los niños de Cisjordania. "La profundidad del horror sobrepasa nuestra capacidad de describirlo", dijo James Elder, portavoz del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), después de viajar a lo largo de Gaza esta semana. No queda nada: los republicanos que pidieron que Gaza se convirtiera en un “estacionamiento” han cumplido su deseo. En medio de las ruinas, una población traumatizada y atrapada muere de hambre; toda una generación ve destruido su futuro. “El hambre se utiliza como arma de guerra”, afirmó esta semana el jefe de política exterior de la UE, Josep Borrell. "Israel está provocando hambruna".

Mientras la atención del mundo está puesta en Gaza, la vida de los palestinos en Cisjordania también se está volviendo cada vez más precaria. Ha habido un aumento de la violencia de los colonos y un aumento del uso de fuerza letal ilegal por parte de las fuerzas israelíes. Según el Ministerio de Salud palestino, más de 400 palestinos de Jerusalén Este y Cisjordania han muerto por fuego israelí desde el 7 de octubre. El grupo israelí de derechos humanos B'Tselem ha dicho que alrededor de 100 de estas muertes han sido niños, la mayoría de los cuales no representaban una amenaza creíble para los soldados fuertemente armados de uno de los ejércitos más poderosos del mundo.

Uno de esos niños fue Rami Al-Halhouli, un niño de 12 años que recientemente fue asesinado a tiros por la policía fronteriza israelí mientras encendía fuegos artificiales para celebrar el Ramadán. La policía, que aún conserva el cuerpo de Rami, dijo que el niño les apuntaba con los fuegos artificiales, pero no proporcionó ninguna prueba de ello. El ministro israelí de extrema derecha, Itamar Ben-Gvir, celebró el tiroteo y calificó de “terrorista” al niño de 12 años y de héroe al oficial que le disparó.

Quizás usted piense que está bien que un soldado israelí mate a tiros a un niño porque estaba jugando con fuegos artificiales. Quizás puedas encontrar una manera de justificar esto. Aún así, sigue siendo un hecho incómodo que hay muchos casos documentados que muestran a soldados israelíes disparando contra palestinos sin ninguna provocación. "Casos como estos ocurren con bastante frecuencia, pero nadie se entera de ellos", dijo Dror Sadot, portavoz de B'Tselem. “Los militares dirán que están abriendo una investigación. Y esta investigación durará años, probablemente sin que ningún medio la cubra. Y luego se irá por el desagüe”. Menos del 1% de cualquier investigación sobre el uso excesivo de fuerza por parte del ejército israelí contra los palestinos termina en una acusación.

A menos que hayas estado en los territorios palestinos ocupados, no creo que sea posible entender la forma en que Israel trata a los palestinos. No sólo la impunidad con la que pueden ser asesinados sino la deshumanización y la humillación que forman parte de la vida cotidiana. Recuerdo visitar la aldea de mi padre en Cisjordania cuando tenía seis años y llevar ropa de repuesto cada vez que salíamos de la aldea en caso de que Israel impusiera un toque de queda y no pudiéramos regresar. Mi diario de esa época pasa de comer helado a recibir disparos de gases lacrimógenos por parte de soldados israelíes.

A menos que lo haya experimentado usted mismo, creo que es difícil para algunas personas en Occidente comprender hasta qué punto las vidas palestinas están vigiladas y controladas por Israel. Constantemente nos dicen que la situación es demasiado compleja para analizarla, pero cuando vas allí, cuando ves cómo vive la gente, no parece complejo en absoluto.

"Da la impresión de que se necesita un título en estudios de Oriente Medio o algo así, un doctorado, para comprender realmente lo que está sucediendo", dijo el aclamado autor Ta-Nehisi Coates después de visitar Israel y Palestina el año pasado. “Pero entendí el primer día… estaba en un territorio donde tu movilidad está inhibida, donde tu derecho al voto está inhibido, donde tu derecho al agua está inhibido, donde tu derecho a la vivienda está inhibido. Y todo está inhibido por motivos étnicos. Y eso me sonó extremadamente, extremadamente familiar”.

En medio de los horrores que se están desarrollando en Gaza, se está avanzando la narrativa de que todo esto tiene que ver con Hamás y el 7 de octubre. Es importante no perder de vista el hecho de que no se trata sólo de Hamás –que no gobierna Cisjordania– y que la historia no empezó el 7 de octubre. Lo que está sucediendo lleva mucho tiempo preparándose.

Hace veintiún años, en 2003, la activista por la paz estadounidense Rachel Corrie fue a Gaza para defender casas en Rafah de la demolición de las fuerzas israelíes. "Ni siquiera podía creer que existiera un lugar como este", escribió Corrie en sus diarios;
“[N]inguna cantidad de lecturas, asistencia a conferencias, visualización de documentales y el boca a boca podrían haberme preparado para la realidad de la situación aquí. Simplemente no puedes imaginarlo a menos que lo veas... Sólo quiero escribirle a mi mamá y decirle que estoy siendo testigo de este genocidio crónico e insidioso y que estoy realmente asustado y cuestionando mi creencia fundamental en la bondad de la naturaleza humana. Esto tiene que parar. Creo que es una buena idea que todos dejemos todo y dediquemos nuestras vidas a detener esto”.
Un par de semanas después de escribir eso, Corrie, de 23 años, murió aplastada por un soldado israelí que conducía una topadora de fabricación estadounidense. Nunca nadie fue responsabilizado por su muerte. Tampoco nadie será responsabilizado por la muerte de Rami, de 12 años.


Rami Al-Halhouli



* Publicado en The Guardian, 23.03.24.

Los mecanismos de la funa




"Porque lo que queremos es rodearnos de personas puras, impolutas, próvidas; es decir, de gente que no existe. Todos los demás a la hoguera. El problema es que —y esto se dijo (lo dije) desde el principio— todxs, mujeres, hombres, personas no binarias, somos susceptibles de un día ser objeto de la funa"


Lucía Pi Cholula


Estoy tan enojada con lo que está sucediendo en torno a mi amigo Rafael Mondragón [1], la Editorial Heredad, el Estudio Magnolia y el Premio Mariela Vanessa para Escritoras Emergentes, que no tengo cabeza para articular un texto continuo, pero no puedo —aunque quisiera— dejar de decir algo. Es por esa razón que aquí van algunos apuntes en torno a la política de cancelación, las funas y las denuncias feministas.

1.- Toda funa dañará a otrxs, esto es así. Quisiera aclarar en este punto que no digo esto para desincentivar las denuncias, que son necesarias para atender los casos de injusticia y que se promueva la reparación del daño, pero a estas alturas del partido deberíamos tener claro que una funa no es solamente una denuncia. Una funa lo que busca es quemar al otro en el mundo, condenarlo al ostracismo, hacer que con una desaparición simbólica “pague” por lo que “nos ha hecho”. No por nada mis estudiantes dicen que cuando proyecto sus textos en el pizarrón para corregirlos “voy a funarlxs”: temen que los demás vean sus errores, les da vergüenza. El mecanismo de la funa es el de la vergüenza pública; y nadie quiere ser avergonzado frente a los otros, mucho menos las personas que desde cierta altura moral se afirman progresistas —es decir, todxs nosotrxs.

La funa es un aparato de vigilancia y control social que desde hace años estamos dispuestos a aplicar a nuestros pares. Por eso, ante la cancelación incluso de nuestros mejores amigos, muchxs guardamos silencio. Y quienes no lo hicieron, quienes se atrevieron a hablar —que no digamos ya a defender— padecieron también la vergüenza pública. Incluso aquellxs que no alzaron la voz, pero no “cancelaron” del todo a los denunciados también la sufrieron. Vergüenza, miedo, angustia: eso fue lo que padecimos las compañeras que no saltamos inmediatamente al “yo sí te creo”; las que nos quedamos ahí viendo cómo por una denuncia en redes a alguien a quien teníamos muy cerca nuestra vida también se iba al carajo; las que fuimos calumniadas, vilipendiadas, acosadas, castigadas por pensar un poquito fuera de la caja. (Un día escribiré sobre estos testimonios, que son más de los que se imaginan y que hoy no sólo permanecen en silencio, sino que siguen doliendo profundamente). Por eso afirmo que una funa siempre dañará a otrxs, por ejemplo, a otras mujeres, que no tienen ninguna responsabilidad con lo que se señala.

2.- En los mecanismos de la “denuncia feminista” y la cancelación no existe un tiempo de determinado de castigo: para el punitivismo feminista del #yosítecreo el castigo debe ser para siempre, sin importar ni siquiera el grado de la violencia ejercida o la validez de la denuncia. Lo que hoy se implementa es la condena sin fecha de expiración: por eso pueden rescatar una denuncia del 2018 y seguir exigiendo que a la persona denunciada se le excluya de diversos espacios (aquí debería escribir “del mundo”, porque eso es lo que las funas quieren). ¿Cuántas veces no hemos encontrado denuncias que vuelven a salir a la luz porque alguien descubrió que un denunciado obtuvo un empleo, una beca o se ganó un premio (por hablar sólo del mundo de la literatura)? No basta con las cosas que perdieron en su momento, sino que los denunciados deben seguir perdiendo todo el tiempo, porque finalmente —y esto es lo que pareciera postular la condena de la cancelación— no deberían existir. Ellos, toda su persona, se resumen en ese —muchas veces— único acto que fue denunciado y por lo tanto deben ser castigados para siempre. Porque lo que queremos es rodearnos de personas puras, impolutas, próvidas; es decir, de gente que no existe. Todos los demás a la hoguera. El problema es que —y esto se dijo (lo dije) desde el principio— todxs, mujeres, hombres, personas no binarias, somos susceptibles de un día ser objeto de la funa. Tal vez la diferencia es que algunxs tendrán los contactos para sortear la vergüenza y permanecer en los puestos de poder, mientras que otrxs tendrán que ir a esconderse a quién sabe dónde, porque su figura pública está muerta (por ejemplo, los compañeros militantes que perdieron toda posibilidad de trabajar en la universidad). Y sí, algunos militantes tienen a veces comportamientos misóginos, a la vez que son también compañeros comprometidos con la lucha de los pueblos. ¿Qué hacemos con esa complejidad de los sujetos? ¡Ah, ya sé! Los condenamos al aislamiento social… Un día habría que ver cuántos compañeros de izquierda denunciados fueron despedidos por la universidad y cuántos hombres de élite permanecieron en sus puestos tras las olas de denuncias. Por eso hay feministas que cuestionan estos mecanismos de destrucción de nuestro tejido social —el nuestro, no el de los poderosos—. Los castigos infinitos no son justicia, tampoco lo es que los denunciados lo pierdan todo cada vez que se reactivan las denuncias. Eso es venganza.

3.- El #Yosítecreo, tan funcional en su momento para visibilizar lo que durante años permaneció en silencio, cancela la posibilidad de ejercer el pensamiento propio y la lectura crítica. La verdad es que no me interesa demostrar que ciertas denuncias son calumnias y que “la verdad caerá por su propio peso”. No sólo porque esto no es cierto —la verdad no cae por su propio peso: ahí está Donald Trump gobernando ese imperio en decadencia—, sino porque a veces las denuncias son falsas y a veces no. Eso es así. ¿Qué hacemos con eso? Pues pensar, analizar, cuestionar los relatos. Leer críticamente, analizar los grados de violencia, preguntarnos por qué en un tendedero se toman como iguales una denuncia por violación y otra que señala a un profesor por hacer mansplaining en sus clases, como si ejercer el arte de la explicación no fuera el trabajo del sujeto (que por cierto gana 60 pesos la hora, aunque esto ya es otro cuento). Y perdónenme, pero sostener que alguien es un “acosador” —así, como si esa fuera su identidad— por una denuncia que remata diciendo que no compartió una bibliografía porque años antes no le aceptó un café es una estupidez infantilizante.

Recuerdo que en el #Metoo de 2018 había varias de denuncias por el estilo: un montón de gente adulta infantilizada, incapaz de decidir, temerosa o confundida. Creo que eso es lo que hemos estado haciendo: confundir diversos ámbitos de la vida con la violencia. El conflicto no es abuso; corregir en clase con respeto no es ejercer mansplaining; invitar un café —si es que esto hubiera sucedido— no es acoso. Creer de entrada todo (#yosítecreo) y sostener que todo es violencia es participar del juego del castigo infinito; en pocas palabras, punitivismo del más conservador, que además se aplica sin concesión alguna a los compañeros, no a los poderosos. Estamos ante un montón de gente “de izquierda” reclamando la cárcel social para sus pares: de allí al sueño de Buekele hay pocos pasos.

Y, bueno, además están las denuncias falsas, ¿o qué no estamos viendo cómo Televisa fabricó testimonios para culpar a un adolescente de violencia sexual? Claro, dirán que el porcentaje es mínimo, y estoy de acuerdo. Así que, en vez de apelar al argumento de la verdad o la mentira, apelo a su capacidad de pensar y por lo tanto discernir, cuestionar, dudar, interpretar la realidad que se entrega como verdad absoluta. Por ejemplo, la denuncia contra Rafael Mondragón es absolutamente ridícula y la reacción que está provocando, desproporcionada. Está claro que quien la escribió buscaba dibujar la silueta del macho progre acosador, pero es que el relato ni siquiera le alcanza para esto. Y, además, ¿qué si Rafa fuera un militante que habla de la lucha? En 2018 muchos estuvieron dispuestos a aceptar o callar ante relatos así y a pasar del supuesto “me invitó un café” a concluir que ello describe a “un acosador sexual”. ¡¿De dónde?! Por eso, debemos pensar cuestionar, dudar, interpretar. Si no lo hacemos, estamos dispuestos a abrirle la puerta al pensamiento unidireccional del dogmatismo fascista. Dogmatismo que hoy se escuda tras la bandera de la libertad, porque en la izquierda estamos muy ocupados vigilando nuestros comportamientos. Acá pareciera que todos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario.

4.- La cancelación es silenciamiento y en el silenciamiento nadie puede demostrar su inocencia ni reparar el daño. Entiendo que ante la falta de impartición de justicia por parte del Estado (por cierto que nadie parece cuestionarse la pertinencia acudir al punitivismo estatal, pero ésa también es otra historia), hemos buscado otras instancias que “impartan” castigo. La universidad se convirtió en una de esas instancias: denuncias, tendederos, comisiones de género, etc. Todo un aparato que se echó a andar en 2018 y que tuvo diversas consecuencias, como expulsar de la universidad a profesores sin poder, pero incómodxs para las autoridades por pertenecer a diversos movimientos de izquierda. Le fue tan fácil a la autoridad agarrar por parejo todas las denuncias y deshacerse de quienes no estaban alineados con sus políticas. Y no estoy apelando a que la universidad se quede de brazos cruzados y no lleve a cabo una serie de acciones contra la violencia de género; estoy diciendo que lo que sucedió fue que de pronto teníamos a una institución educativa ejerciendo supuestamente justicia por medio de instancias como el Tribunal Universitario, que históricamente se ha dedicado a la persecución laboral y política de compañeros y compañeras. Para decirlo de otra manera, el feminismo progre decidió ampararse en una institución inquisitorial.

Además de esas nuevas instancias de justicia, el feminisimo del #yosítecreo ha hablado mucho de la reparación del daño. La cuestión es que en el ostracismo nadie puede reparar el daño; en la denuncia anónima nadie puede reparar el daño; en los relatos falsos nadie puede reparar el daño. Y la verdad es que ni siquiera sabemos cómo hacerlo. Por eso el castigo que se perpetúa, por eso la reactivación de las denuncias ante cualquier hecho: si alguien consiguió un trabajo, ganó un premio (o impulsó uno), publicó un libro, apareció en un evento, se atrevió a decir algo, se quitó la vida, la denuncia será reactivada para que vuelvan la vergüenza y el silencio (de los sujetos y de aquellos que los rodean). Es interesante además cómo a veces esta reactivación no viene ni siquiera de las propias denunciantes, sino de otras personas, como en el caso de Rafael Mondragón. “Hay que estar todas atentas para que nunca hagan nada, para que no se muevan, porque corremos peligro”, afirman categóricamente. En la reactivación no hay reparación del daño, hay castigo sin justicia. En ese sentido, desde mi perspectiva, no es momento de ponernos a “imaginar otras formas de impartir justicia”; es momento de decir “¡Ya basta!”, de dejar de participar de los mecanismos de la funa, que nos destruirán a todxs por igual.

5.- Dejar de participar de los mecanismos de la funa implica, desde de mi perspectiva, varias cosas: desde tenderle la mano a un amigo que se está enfrentando a la cancelación, hasta ponerle un alto a actitudes absurdas, como las de esa profesora que no deja entrar estudiantes varones a sus clases de literatura escrita por mujeres, o las de incentivar que las y los estudiantes dejen de leer ciertos autores por machistas, como si dejar de leerlos fuera nuevamente hacer justicia. Censurar no es justicia ni transformación: lo vemos claramente en el ascenso descarado de los discursos fascistas que durante años permanecieron en la periferia. La cuestión es que, a pesar de la censura, nunca se fueron. Mejor confrontar y cuestionar que cerrar los ojos. Las políticas de la cancelación quieren implementar la ceguera como forma de resistencia, pero “no ver” no cambia nada. Lo único que sucede es que nos encerramos en una burbuja de falsa pureza, mientras la vida allá afuera sigue.

6.- Celebro que el 2025 no sea el 2018 y que muchas personas estén dispuestas a defender a un amigo ante la denuncia; que el #yosítecreo no tenga hoy en día las mismas consecuencias que tuvo hace unos años, cuando todos permanecimos callados por miedo a las represalias. ¿Cuántos amigos perdieron en la funa? ¿A cuántos les dejaron de hablar por miedo a que los relacionaran con ellos? (No estoy diciendo que si querían dejar de hablarle a alguien no lo hicieran; estoy diciendo que si lo hicieron por miedo a la cancelación está terrible). Alguien preguntaba cínicamente en el exTuiter si el #yosítecreo tiene límites cuando se trata de un amigo. ¡Menos mal que (hoy en día) los tiene! Es un avance importante que las personas hoy estén dispuestas a no abandonar a un amigo frente a la denuncia, independientemente de si es cierta o falsa. Y no me refiero a que no lo abandonen para salir en su defensa, que esto no me parece mal, sino para también cuestionarlo, invitarlo a hacerse cargo de sus violencias, ayudarlo a responsabilizarse y cambiar. ¿Cómo vamos a mejorar, si lo único que nos interesa hacer es borrar del mapa a quienes se equivocan? ¿Por qué hablamos tanto de pedagogías alternativas y “nuevas masculinidades”, pero no queremos hacer la chamba educativa ni aceptar que los sujetos pueden cambiar, crecer, transformarse?

Creo que por ahora ya no tengo punto siete, así que sirva este cierre para reiterar mi apoyo a mi amigo Rafael Mondragón, a mi amiga Laura y a las compañeras de la editorial Heredad. Confío en que éste será un mal trago que pase pronto. La nutrida ola de solidaridad que hemos visto en redes ante este caso me hace creer que así será. Esa ola de solidaridad, por cierto, no viene nada más del hecho de que Rafa sea amigo —y muy querido— por mucha gente (cosa que, por cierto, no es casual: su comprometida trayectoria, en las aulas y fuera de ellas, lo ha hecho ser un compañero querido y admirado, en quien la gente no duda en confiar). También tiene, acaso, que ver con el hecho de que esta denuncia suena demasiado a calumnia y que, incluso si tuviera algo de verdad, la reacción a todas luces desproporcionada que ha provocado es injustificable. Sin embargo, no he hablado más de todo eso, porque mi propósito no es únicamente defender a Rafa, sino aprovechar que este caso en especial puede ser quizá el pretexto—o eso espero: al menos así servirá de algo— para al fin tener una conversación más amplia y profunda sobre la funa como mecanismo viciado que, lejos de solucionar los problemas que pretende atender, está teniendo efectos de veras nocivos y riesgosos.

P. D. Cada que escribo sobre esto me da terror lo que pueda pasar. Casi nunca pasa nada y los textos pasan casi inadvertidos. A veces algunas personas me escriben por privado y me dicen que qué bueno que escribí sobre eso. Igual me da terror que un día una compañera lo lea y decida cancelarme. Los mecanismos de silenciamiento operan por medio del miedo. Yo no soy necesariamente valiente, pero no soporto la frustración de quedarme callada. Sirva este texto para hablar también por otros que hoy en día no pueden decir nada ni defenderse ante los mecanismos de la funa.


NOTA DEL BLOG:

[1] Doctor en Letras con estudios posdoctorales por la Universidad Nacional Autónoma de México, en cuya Facultad de Filosofía y Letras es profesor.



* Publicado en Revista Común, 04.04.25.

Los inmigrantes desde un enfoque [meramente] económico




Aunque en este blog somos críticos del "enfoque económico" --por limitado, reduccionista, fantasioso y nocivo para los pueblos y la naturaleza-- compartimos este texto, ya que desde la xenofobia también se recurre a argumentos económicos contra los inmigrantes pobres. De ahí que agregáramos, entre corchetes, "meramente" al título. 

Si bien el autor del texto aquí compartido desmiente esas (sin)razones económicas contra la inmigración de los pobres, nunca está de más recordar que el fenómeno rebasa con creces el "enfoque económico"... Es más, no pocas veces los ajustes y políticas de choque aplicadas en su nombre impulsan a buscar mejores horizontes en otros países.


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La migración no es un problema que debamos resolver, sino un activo estratégico que debemos gestionar con inteligencia y humanidad. Subestimarla es socavar las bases del desarrollo global en el siglo XXI.


Deniz Torcu


A medida que los discursos antiinmigración ganan espacio en Europa y Estados Unidos, es urgente mirar más allá del miedo y analizar lo que realmente está en juego. La movilidad humana no es una carga: es un motor esencial de crecimiento económico, resiliencia demográfica y cohesión cultural. Ignorar su impacto no solo es un error de cálculo estratégico: es un gesto que traiciona la evidencia empírica y los principios democráticos que las sociedades modernas afirman defender.


¿Crisis o continuidad? La movilidad como norma histórica

La migración no es una anomalía del siglo XXI. Desde las diásporas mediterráneas de la Antigüedad hasta las migraciones masivas del siglo XX, la historia humana ha estado marcada por el movimiento [dehecho el homo sapiens migró desde África al resto del mundo]. Las ciudades-Estado, los imperios coloniales y los Estados nación modernos se han construido –y reconstruido– a través de la circulación de personas, lenguas, saberes y mercancías. Considerar la movilidad como una amenaza ignora este patrón histórico y convierte la excepción (el aislamiento) en regla.

El discurso político que presenta a los migrantes como intrusos –más que como ciudadanos en potencia o agentes económicos– representa una distorsión peligrosa, no solo en términos morales, sino estratégicos.


El aporte real de los migrantes al PIB y la productividad

Un análisis del McKinsey Global Institute reveló un dato contundente: en 2015, aunque los migrantes representaban solo el 3,3% de la población global, generaban el 9,4% del PIB mundial (unos 6,7 billones de dólares). En Estados Unidos, su aporte ascendía a unos 2 billones de dólares.

Estudios más recientes lo confirman. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estimó en 2024 que los flujos migratorios netos hacia la eurozona entre 2020 y 2023 –incluyendo a millones de refugiados ucranianos– podrían elevar el PIB potencial de la región en un 0,5 % adicional hacia 2030. Este crecimiento no es marginal: representa aproximadamente la mitad de todo el crecimiento potencial esperado. Es decir, sin la migración, el horizonte económico de Europa sería considerablemente más limitado.


Estados Unidos: fuerza laboral, innovación y expansión

En Estados Unidos, más de 31 millones de inmigrantes formaban parte del mercado laboral en 2023 –un 19 % del total, según el Council on Foreign Relations–, y su tasa de participación (esto es, el porcentaje de la población en edad de trabajar que está activa en el mercado laboral) era del 67 %, frente al 62 % de los nacidos en el país. Esta diferencia no es trivial. Implica una contribución desproporcionada a la recaudación fiscal, al consumo interno y al dinamismo económico en general.

Los datos también muestran que los inmigrantes no compiten en condiciones idénticas: suelen ocupar empleos físicamente exigentes o poco cubiertos por locales, lo que refuerza la idea de que su rol es complementario, no sustitutivo. Y ese rol se vuelve aún más estratégico en contextos de pleno empleo o envejecimiento poblacional.


Migración e innovación: una relación subestimada

A menudo se olvida que las migraciones no solo traen trabajo, sino también ideas. Según el World Economic Forum, los inmigrantes tienen un 80 % más de probabilidad de crear nuevas empresas que los nacidos en Estados Unidos, y más del 40 % de las empresas de la lista Fortune 500 fueron fundadas por personas migrantes o sus descendientes.

Este patrón se repite en el ecosistema académico y tecnológico: una proporción significativa de patentes registradas en Estados Unidos tiene al menos un inventor extranjero. Las universidades líderes del país dependen de estudiantes internacionales para sostener sus programas en las áreas de ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas. En otras palabras, cerrar fronteras es también cerrar la puerta a la innovación.


Europa Occidental: dependencia silenciosa

En la Unión Europea el impacto no es menor. Según el mismo informe del FMI, entre 2019 y 2023, dos tercios de los nuevos empleos fueron ocupados por migrantes no comunitarios. Estos datos desmienten la idea de que los migrantes «quitan empleo»: al contrario, cubren vacantes estructurales que ni la automatización ni el mercado interno han logrado suplir.

Además, la OCDE advirtió en 2025 que si no se incorporan más mujeres, mayores e inmigrantes al mercado laboral, el crecimiento del PIB per cápita de los países miembros podría reducirse de un 1% anual (2000–2020) a un exiguo 0,6 % hacia 2060. A la inversa, una política migratoria más inclusiva podría añadir al menos 0,1 puntos porcentuales al crecimiento anual.


Remesas: impacto económico transnacional

El World Migration Report 2024 confirma que las remesas globales alcanzaron los 831.000 millones de dólares estadounidenses en 2022, un crecimiento de más del 650 % desde el año 2000.

Este volumen supera con creces la ayuda oficial al desarrollo e incluso, en muchos casos, la inversión extranjera directa. Las remesas se invierten mayoritariamente en salud, educación y vivienda.

Son, en efecto, una redistribución global de riqueza que no pasa por el sistema multilateral, pero que produce un efecto estabilizador y profundamente humano.


¿Y si miramos hacia adelante?

El problema no es solo económico. Cuando las sociedades adoptan discursos excluyentes están renunciando a su capacidad de adaptación y cambio. Ignorar esta evidencia implica asumir tres costes claros:

-Económico, al renunciar a una fuente estructural de crecimiento, innovación y sostenibilidad fiscal.

-Social, pues se alimentan estigmas que fracturan la convivencia y debilitan la cohesión ciudadana.

-Geopolítico, al perderse influencia en un mundo donde la competencia por talento y capital humano se está intensificando.

La buena noticia es que existen soluciones probadas. Desde la agilización de procesos de homologación profesional hasta sistemas regionales de coordinación migratoria, las herramientas están al alcance de los gobiernos. El reto es político y, sobre todo, narrativo: se necesita un relato público que reconozca el valor de la movilidad humana como parte del contrato social contemporáneo.

Como bien señala el World Economic Forum, la migración no es un problema que debamos resolver, sino un activo estratégico que debemos gestionar con inteligencia y humanidad. Subestimarla es socavar las bases del desarrollo global en el siglo XXI.



* Publicado en Ethic, 17.07.25. Deniz Torcu es profesor adjunto de Globalization, Business and Media en la IE University.

Cómo los israelíes convirtieron la negación de las atrocidades en un arte


Israelíes protestan contra la guerra y la crisis humanitaria en Gaza, en un puente de carretera cerca de Jerusalén, el 15 de agosto de 2025. (Jamal Awad/Flash90)


Mientras los habitantes de Gaza documentan matanzas masivas y hambrunas en tiempo real, la respuesta de gran parte de la sociedad israelí es: “Todo es falso y se lo merecen”.


Ron Dudai


Hace una década, en los últimos días de las protestas semanales conjuntas palestino-judías contra la construcción israelí del muro de separación en la aldea cisjordana de Al-Ma'asara, uno de nuestros rituales previos a la manifestación era un discurso de Mahmoud, un líder comunitario local. Teléfono en mano, declaraba: «No tendremos otra Nakba, porque ahora tenemos esto. Tenemos un teléfono inteligente. Tenemos Facebook. Intentarán expulsarnos de nuevo, pero todos lo verán y lo detendrán. En el 48 no teníamos teléfonos inteligentes ni Facebook. Ahora no ocurrirá».

Repetía este mantra todos los viernes: a los activistas a su lado, a los soldados que nos enfrentábamos y a sí mismo. En aquel momento, le tranquilizó. Pero se equivocó.

La actual campaña genocida de Israel en Gaza podría ser la atrocidad mejor documentada de la historia reciente, tanto por la gran cantidad de pruebas como por la velocidad de su difusión. Los teléfonos inteligentes y las redes sociales —que aún estaban a años luz durante los genocidios de Bosnia y Ruanda— permiten capturar los acontecimientos al instante, desde innumerables ángulos, y compartirlos globalmente en tiempo real, mientras que los medios tradicionales siguen desempeñando un papel secundario nada desdeñable.

Y, sin embargo, ante la interminable avalancha de fotos y vídeos de civiles muertos, niños hambrientos y barrios enteros reducidos a escombros, gran parte de la opinión pública israelí —y una parte significativa de quienes apoyan a Israel en el extranjero— reacciona de dos maneras: o todo es falso, o los gazatíes se lo merecían. A menudo, paradójicamente, ambas cosas a la vez: «No hay niños muertos en Gaza, y menos mal que los matamos».


Una nueva era de negación

La negación de las atrocidades es un fenómeno global, pero la sociedad israelí lo ha convertido en una especie de arte. No es casualidad que una de las obras académicas más importantes sobre el tema, Estados de negación (2001), del sociólogo Stanley Cohen, se inspirara en sus experiencias como activista de derechos humanos en Israel durante la Primera Intifada a finales de la década de 1980.

Basándose en esas experiencias, Cohen describe un repertorio de negación empleado tanto por los Estados como por las sociedades: “no sucedió” (no torturamos a nadie); “lo que sucedió es otra cosa” (no fue tortura, sino “presión física moderada”); “no había alternativa” (la “bomba de tiempo” hizo de la tortura un mal necesario).

En Israel, esta lógica se basa en el mito de la "pureza de las armas" (la creencia de que Israel actúa solo en defensa propia) y en la ancestral mentalidad de "disparar y llorar" (la noción de que los israelíes pueden cometer actos violentos, pero conservan su moralidad porque lamentan las muertes que provocan). Pero, por aborrecible que sea esta mentalidad, se basa en dos premisas importantes: que atrocidades como la tortura, el asesinato de civiles y el desplazamiento forzado son esencialmente malas y, por lo tanto, requieren justificación u ocultación; y que documentar y exponer la verdad tiene valor, aunque solo sea como un obstáculo que debe sortearse.

A pesar de toda su repulsión, la hipocresía inherente al mito de la "pureza de las armas" tiene su utilidad: deja margen, por estrecho que sea, para la corrección. Una vez expuesta la brecha entre la retórica y la realidad, puede provocar vergüenza e incluso generar presión para el cambio. En un mundo así, las imágenes capturadas con un teléfono y compartidas al instante adquieren un peso genuino.

Pero este no es el mundo en el que vivimos hoy. En Israel, el instinto de descartar cualquier documentación de Gaza como "falsa" se ha integrado en el discurso general, desde las altas esferas del poder político hasta los comentaristas anónimos en los sitios de noticias. Este reflejo tiene sus raíces en una mentalidad conspirativa importada de la derecha estadounidense, similar a la retórica del "Estado profundo" del presidente Donald Trump, que se ha convertido en la favorita del primer ministro Benjamin Netanyahu y sus partidarios.

Uno de los principales promotores de este estilo de negacionismo es Alex Jones, figura mediática de derechas. En 2012, este veterano aliado de Trump afirmó que el tiroteo en la escuela primaria Sandy Hook, en el que murieron 20 estudiantes y seis adultos, fue un montaje. A pesar de la abrumadora evidencia, Jones insistió en que todas las imágenes de la masacre —padres afligidos, incluso los cuerpos de las víctimas— fueron falsificadas, parte de una conspiración demócrata para socavar el derecho de los estadounidenses a portar armas.

Este tipo de discurso empezó a filtrarse en la sociedad israelí incluso antes del 7 de octubre, primero en línea y luego en espacios formales. A medida que la guerra se ha prolongado, se ha convertido en una respuesta generalizada, a menudo reflexiva: ¿Un video de padres palestinos acunando el cuerpo de un bebé? «Actores sosteniendo una muñeca». ¿Fotos de civiles tomadas por soldados israelíes? «Generadas por IA, manipuladas o tomadas de otro lugar». Y así sucesivamente.

Esta retórica se ha asociado a menudo con el término "Pallywood", acrónimo de "Hollywood palestino". Importado de la derecha estadounidense a principios de la década de 2000, sugiere que las imágenes del sufrimiento palestino no son reales en absoluto, sino parte de una elaborada industria cinematográfica: una vasta conspiración en la que palestinos, organizaciones de derechos humanos y medios de comunicación internacionales colaboran para inventar atrocidades.

En una época anterior de negación de las atrocidades, las acusaciones de montaje eran, como mínimo, elaboradas. Muchos aún recuerdan el caso de Muhammad Al-Durrah, el niño de 12 años asesinado en Gaza en septiembre de 2000, cuya muerte se convirtió en un símbolo de la Segunda Intifada. Los israelíes y sus partidarios invirtieron un esfuerzo ingente para intentar desacreditar las imágenes: cientos de horas de análisis, informes e incluso documentales, analizando los ángulos de grabación, la balística y los detalles forenses para argumentar que todo el suceso había sido un montaje.

Hoy en día, la negación no requiere tanto esfuerzo. Las intrincadas teorías conspirativas del pasado han dado paso a una forma más cruda de negacionismo que los académicos llaman conspiracionismo: el rechazo reflexivo de cualquier evidencia que contradiga los propios intereses, considerándola inventada. La documentación se descarta simplemente con una sola palabra: "Falso".


Posverdad, posvergüenza

Tomemos, por ejemplo, la innegable evidencia de hambruna masiva en Gaza. La lógica es dolorosamente simple: una población sitiada, y cuyos medios de autosuficiencia han sido destruidos por completo, inevitablemente morirá de hambre. Sin embargo, en Israel, desde los comentaristas anónimos en línea hasta las más altas esferas del gobierno, la respuesta refleja sigue siendo la misma: "Todo es falso".

Netanyahu ha hablado de la “percepción de una crisis humanitaria”, supuestamente creada por “fotos manipuladas” distribuidas por Hamás. El ministro de Asuntos Exteriores, Gideon Sa'ar, desestimó las imágenes de niños demacrados, calificándolas de “realidad virtual”, citando como prueba la presencia de adultos “bien alimentados” junto a ellos. El ejército afirmó que Hamás estaba reciclando imágenes de niños yemeníes o fabricando falsificaciones generadas por inteligencia artificial. El periodista de Ynet, Itamar Eichner, por lo demás muy crítico con el gobierno, se hizo eco de la misma opinión: “Ellos [los palestinos] entienden que las fotos de niños hambrientos son un punto débil. Es probable que las fotos sean manipuladas, y los niños podrían padecer otras enfermedades”.

Este patrón de negación surge incluso en el discurso académico. Un informe reciente del Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos de la Universidad Bar-Ilan, «Desmintiendo las acusaciones de genocidio: Una reexaminación de la guerra entre Israel y Hamás (2023-2025)», incluyó una sección titulada «Fuentes falsas y otras generadas por IA».

Aunque las pruebas documentadas de atrocidades siempre han sido recibidas con evasivas y negaciones, la situación actual es completamente diferente. En la era de la "posverdad", la combinación de una mayor sospecha de manipulación de la IA, la erosión de la confianza en los medios institucionales y el colapso de los guardianes de la democracia ha hecho que el instinto de denunciar cualquier cosa indeseable sea mucho más extendido y poderoso que nunca.

Mientras tanto, la reprensible negativa de la gran mayoría de los medios israelíes a mostrar lo que realmente sucede en Gaza implica que, cuando las imágenes logran filtrarse, la respuesta pública suele ser poco más que un encogimiento de hombros colectivo de desdén. Sin embargo, casi siempre, ese encogimiento de hombros va acompañado de un «se lo merecían», ya que la negación y la justificación se entrelazan en lo que puede parecer una paradoja, pero que en realidad refleja dos caras de la misma moneda.

Como declaró recientemente el ministro de Patrimonio, Amichai Eliyahu: «No hay hambruna en Gaza, y cuando les muestren fotos de niños hambrientos, fíjense bien: siempre verán a uno gordo junto a ellos, comiendo de maravilla. Es una campaña orquestada». En la misma entrevista, añadió: «No hay nación que alimente a sus enemigos. ¿Hemos perdido la cabeza? El día que devuelvan a los rehenes, no habrá hambre allí. El día que maten a los terroristas de Hamás, no habrá hambre».

Tras dos décadas de asedio, durante las cuales los israelíes intentamos expulsar de la vista y la mente a Gaza y a sus dos millones de residentes palestinos, la masacre del 7 de octubre nos devolvió brutalmente a la vista lo que habíamos intentado olvidar. Quizás fue entonces cuando las dos respuestas —"falso" y "se lo merecían"— convergieron plenamente. La primera sirve a la imagen nacional ("nuestros hijos no cometen atrocidades") y a las exigencias de la hasbará, ganando tiempo en el escenario internacional. La segunda es una reacción cruda y visceral al dolor y la humillación de ser golpeados por aquellos que durante mucho tiempo han sido considerados inferiores. Juntas, se fusionan en una reacción que anula cualquier apelación a la moral, no requiere pausa ni exige disculpas.

Y aquí radica el segundo desafío a la creencia de que los teléfonos inteligentes y las redes sociales pueden detener las atrocidades. La lucha por los derechos humanos ha asumido durante mucho tiempo que documentar los abusos avergonzaría a los perpetradores y los obligaría a cambiar su comportamiento. Pero ¿qué sucede cuando los perpetradores ya no sienten vergüenza y desestiman abiertamente la censura moral e incluso la idea misma de la verdad? En ese caso, la documentación y la distribución, por rápidas o generalizadas que sean, pierden su poder.

De hecho, como lo han demostrado los informes sobre derechos humanos y las peticiones a tribunales internacionales durante los últimos dos años, los dirigentes militares, políticos y culturales israelíes ahora admiten abiertamente —y por propia voluntad— lo que en otras circunstancias los grupos de derechos humanos se habrían esforzado por demostrar.

Tras décadas de negar la Nakba, llegando incluso a prohibir el término, los legisladores israelíes ahora declaran con orgullo que Israel está llevando a cabo una segunda Nakba en Gaza . Si antes los voluntarios de B'Tselem [ONG de derechos humanos] tenían que filmar minuciosamente las atrocidades en Cisjordania, solo para encontrar excusas, como que los incidentes fueron "sacados de contexto", hoy los propios soldados israelíes graban violaciones de derechos humanos y las suben a las redes sociales sin dudarlo.

Lo que estamos presenciando es el colapso del ciclo tradicional de exposición, negación y confirmación. Ante esta realidad, ¿de qué sirven los teléfonos inteligentes y las redes sociales?


Grietas en la pared

Aunque el beneficio de documentar atrocidades es mucho menor de lo que esperábamos, sigue siendo significativo. Mientras escribo esto, parece que las respuestas reflexivas de "falso" y "se lo merecían" finalmente están chocando con barreras sólidas.

Ante la vasta e implacable evidencia de hambruna en Gaza, los gritos de "¡falso!" se vuelven cada vez más frenéticos y desesperados. La vil acusación, repetida sin cesar en el discurso israelí, de que un niño gazatí que padece una enfermedad preexistente absuelve de algún modo a Israel de la responsabilidad de matarlo de hambre, aparentemente no ha logrado detener el creciente reconocimiento en Israel del sufrimiento palestino y de su injusticia fundamental.

Los giros y vueltas que ahora son comunes en los argumentos israelíes —que efectivamente hay hambruna en Gaza, pero que Hamás es el culpable; que es una consecuencia imprevista de la guerra; o que el mundo es hipócrita al no tratar la hambruna en Yemen de la misma manera— nos devuelven al repertorio de negaciones que describió Stanley Cohen. Sin embargo, también sugieren algo más: el vacilante resurgimiento de la vergüenza, y quizás incluso de la vergüenza, entre al menos algunos segmentos de la población israelí.

Lo que parece haber contribuido a este cambio son, por un lado, las reacciones de la comunidad internacional ante la hambruna y, por otro, la posibilidad de reconocer el hambre sin implicar directamente a los soldados y pilotos (nuestros "mejores hijos"). Sin embargo, la enorme acumulación de fotos y documentación irrefutable de Gaza también ha influido. La persistencia de individuos y organizaciones en documentar e informar —desde Gaza y más allá— y en validar y difundir este material en Israel y en todo el mundo, ha tenido un impacto.

Pero los planes de Israel de ocupar la ciudad de Gaza y desplazar por la fuerza a sus residentes a lo que podría equivaler a un campo de concentración antes de su posible expulsión permanente de la Franja amenazan con convertir algo ya desastroso en algo aún peor. ¿Se refugiará la opinión pública israelí en una mayor negación o se verá obligada finalmente a afrontar la realidad?



* Publicado en +972 Magazine, 22.08.25.

Al basurero de la historia: sobre los 50 años del golpe




Todo el potencial educativo que debiese conllevar una conmemoración histórica como los 50 años del golpe de Estado ha estado ausente de nuestros medios por décadas, y resulta sintomático de la poca importancia que le damos a las humanidades y ciencias sociales en una sociedad que deifica lo económico por sobre todo lo demás.


Cristián Castro


Resulta tragicómico leer en medios de comunicación cómo distintos actores políticos se refieren al negacionismo histórico. Tragicómico, porque si hay algo que tienen en común los distintos grupos que han ocupado La Moneda y el Congreso en las últimas tres décadas, es haber conformado una concertación de partidos anti-historia, una de cuyas políticas más explícitas ha sido la baja sistemática de las horas de esta disciplina en el currículo escolar.

Tener el tupé de usar el concepto de negacionismo histórico por esa misma clase dirigente resulta, a lo menos, insultante y pone en evidencia que a nuestra actual crisis social le falta una reflexión intelectual seria. Es a propósito de este problema estructural, que me parece necesario hacer un par de comentarios sobre nuestra historia, los cuales espero puedan gatillar una mejor y saludable discusión.

En primer lugar, el bajísimo nivel del debate en torno a los 50 años del golpe de Estado no es, sino, reflejo de que estamos cosechando lo que se sembró. No fue un accidente, fue --y eso hay que asumirlo-- la clase política que tenemos la que lo buscó. Dicho esto, siempre es bueno aclarar que Pinochet fue un traidor, asesino y ladrón, como lo demuestran las diversas investigaciones judiciales realizadas en nuestro país, y que fue producto de ese régimen dictatorial, con múltiples violaciones a los derechos humanos, que pudo implementar las transformaciones sociales que aún persisten en el funcionamiento de nuestra sociedad.

Sin embargo, el que tuvieran que pasar 50 años para que un periodista mainstream [Daniel Matamala] use esos adjetivos en relación con la figura del dictador, más que sorprendernos o entrar en debates sin sentido, nos debería llevar a reflexionar sobre el tipo de esfera pública que hemos construido y hasta qué punto la prensa en Chile cumple con ese mítico rol de quinto poder.

En segundo lugar, e íntimamente ligado a la propiedad de los medios de comunicación, cuando nos enfrentamos a la obliteración histórica a la que hemos sido inducidos, muchos se sorprenden del negacionismo, adjudicándolo a la ignorancia o la desinformación. Ese vacío de formación de conciencia histórica fue llenado por lo que los medios de comunicación han construido como narrativas explicativas del período

En un país con los niveles de concentración de medios que tenemos en Chile, muchas veces esas narrativas pasan a transformarse en sentido común. Por lo tanto, lamentablemente hay una parte importante de la población que todavía arguye la existencia de una suerte de refundación virtuosa de la nación desde el golpe y posterior dictadura, cuando se estructuró el modelo económico y social chileno. Esa narrativa fue divulgada por los medios sin mayor contrapeso, producto de las condiciones estructurales de la esfera pública chilena en la postdictadura.

Por esta razón, me parece importante empujar la agenda de ampliar las formas que tenemos de entender este período de nuestra historia en general, y reciente en particular. Los cambios forzados durante la dictadura generaron modificaciones profundas en la forma en que el Estado --y la sociedad-- se hicieron cargo de las áreas de salud, educación y pensiones, por nombrar ejemplos concretos. Esos cambios solo fueron posibles porque se instauraron durante una dictadura que asesinó y desapareció a compatriotas. No fueron cambios que fuesen el resultado de luchas sociales que impulsaran aquellas agendas, sino que fueron parte de la instauración del proyecto económico neoliberal post una corta fase nacional desarrollista.

En tercer lugar, me parece necesario visibilizar la tendencia a separar la historia reciente de nuestro país con lo que el historiador Fernand Braudel definió como la longue durée o la larga duración. Braudel hablaba de tres tiempos históricos: la larga duración, la coyuntura, y el acontecimiento. Estos tres niveles se yuxtaponen. Por ejemplo, un acontecimiento como el golpe de Estado de 1973 es informado por la coyuntura de la Guerra Fría, y también responde a procesos de más larga duración

Por supuesto que Pinochet es una figura que debe ser entendida en las lógicas de la Guerra Fría: el anticomunismo, el terrorismo de Estado y la persecución política, pero eso no invalida que también sea manifestación de otros pulsos históricos de más largo alcance.

En este sentido, Pinochet no es solo el personaje caricaturesco de la Guerra Fría, de anteojos oscuros, que da una conferencia de prensa post golpe de Estado. Pinochet responde también a otras lógicas históricas; ocupa un espacio arquetípico de nuestro pasado profundo. En términos simbólicos, es una figura que también forma parte del legado militar de la Capitanía General fronteriza, que buscó emular la tradición parlamentarista para relacionarse con parte del pueblo mapuche, continuando con nuestro ethos de sociedad fronteriza.

Pero también detrás de Pinochet se instaló una elite social que vio en él la oportunidad de eternizar las lógicas atávicas del Chile profundo que se ancló en nuestro imaginario como el latifundio; y que vieron en los gobiernos de Frei Montalva, y en mayor medida en Allende, un avance preocupante de las fuerzas populares en la política chilena. 

Esa tensión social informó directamente la violencia de la reacción, el golpe, y lo que vendría. Pinochet debe ser entendido entonces en su complejidad simbólica y real.

Lamentablemente, todo el potencial educativo que debiese conllevar una conmemoración histórica como los 50 años del golpe de Estado ha estado ausente de nuestros medios por décadas, y resulta sintomático de la poca importancia que le damos a las humanidades y ciencias sociales en una sociedad que deifica lo económico por sobre todo lo demás. 

Por esa misma razón, muchos están condenados a seguir sorprendiéndose con futuros reventones sociales.

Esperemos que las futuras elites dirigentes sepan entender la responsabilidad que se tiene a la hora de pensar un país a corto, mediano y largo plazo; y que la lógica electoral deje de jugar un rol tan relevante en problemáticas de fondo como el tema de la educación en Chile

Esperemos que durante los meses que se avecinan sepamos reconstruir nuestra capacidad de llegar a acuerdos en materias como esta, y que pronto, los y las que generaron tal daño a nuestra sociedad se vayan retirando, como diría Trotsky, adonde pertenecen, “al basurero de la historia”.



* Publicado en CNN Chile, 08.06.23. Cristián Castro es director de la Carrera de Historia de la Universidad Diego Portales.

Francia y los veteranos de guerra africanos




Nueve veteranos de guerra senegaleses que sirvieron en el ejército francés finalmente se han ganado el derecho a vivir permanentemente en Senegal sin perder sus beneficios de pensión.


Patrick Nelle


Esta victoria destaca la larga lucha de miles de veteranos de guerra africanos tanto por el reconocimiento como por la justicia después de su sacrificio de sangre en las guerras francesas.

A principios de este año [2023], el gobierno francés emitió una declaración que permitía a nueve de sus veteranos de guerra de origen senegalés permanecer permanentemente en su país mientras seguían recibiendo sus pensiones.

Hasta ahora, los veteranos nacidos en las antiguas colonias africanas de Francia que se alistaban en el ejército francés estaban obligados a vivir al menos seis meses al año en Francia para recibir su pensión mínima de vejez.

Los nueve veteranos, de entre 85 y 96 años, se vieron obligados a dejar a sus familias en Senegal cada seis meses para vivir en pequeñas unidades de alojamiento en Francia si querían seguir recibiendo su pensión mensual de 950 euros.

Al subir a un avión el 28 de abril para salir de Francia, N’Dongo Dieng, de 87 años, dijo a la agencia de noticias AFP que estaba feliz de finalmente regresar a Senegal para siempre.

“Fue difícil para nuestros familiares ir y venir, y también por nuestra edad”, dijo a la agencia francesa.

Los ex soldados pertenecían a una unidad militar denominada Tirailleurs Sénégalais (Fusileros senegaleses), soldados del ejército francés de origen africano reclutados [no pocas veces a la fuerza] por Francia en sus colonias. Se les conoce popularmente como fusileros senegaleses, aunque no procedían exclusivamente de Senegal, sino que fueron reclutados en África occidental y central.

Su unidad fue fundada por un decreto firmado en 1857 por el emperador francés Napoleón III y se disolvió a fines de la década de 1950 y principios de la de 1960, cuando la mayoría de los estados africanos lograron la independencia de Francia.

Inicialmente, los fusileros africanos estaban destinados a servir en las colonias, pero la Primera Guerra Mundial sería un punto de inflexión en su historia.

Tras los grandes reveses sufridos por el ejército francés contra las tropas alemanas en 1914, los fusileros africanos fueron enviados a luchar en Europa para contener a los alemanes. Según el Ministerio del Ejército francés, 200.000 combatientes fueron enviados desde África al frente europeo. 30.000 no regresaron.

“Los fusileros senegaleses desempeñaron un papel activo en la defensa y reconquista del territorio nacional durante los dos conflictos mundiales”, escribe el Ministerio de las Fuerzas Armadas de Francia en su sitio web.

Entre 1914 y 1918, de los 161.250 fusileros reclutados, 134.000 participaron en diversas operaciones, en particular en Verdún y en el Somme (1916) y en el Aisne en 1917, mientras que los demás sirvieron en ultramar como tropas soberanas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la unidad participó en la Batalla de Francia de 1940, así como en todos los combates de la Francia Libre, en particular en Gabón (1940), en Bir-Hakeim (1942) y en el desembarco en Provenza. con el 1.er ejército (1944), según el sitio web del Ministerio de Ejércitos francés.

Durante las guerras francesas para aplastar las insurrecciones anticoloniales en todo su imperio colonial, la guerra de Indochina (1946-1954) y Argelia (1954-1962), también se desplegaron fusileros senegaleses en el teatro.

Después de las guerras en Europa, los fusileros africanos supervivientes se enfrentaron a una nueva batalla, esta vez por el reconocimiento y la justicia.

En 1944, el ejército alemán fue derrotado en Francia y se derrumbó en todos los frentes. Los Tirailleurs Sénégalais fueron enviados de regreso a África por el ejército francés y se reagruparon temporalmente en Thiaroye, un cuartel militar a pocos kilómetros de Dakar en Senegal, antes de ser enviados a sus respectivos países.

Los soldados estaban felices de irse a casa, pero las cosas cambiaron cuando un oficial blanco les informó que no recibirían el mismo pago que los soldados blancos, como prometieron, sino solo la mitad.

La decepción se convirtió en ira, lo que provocó una protesta vehemente para oponerse a la decisión. La respuesta del poder colonial fue sangrienta y dura. En la noche del 1 de diciembre de 1944, el cuartel de Thiaroye fue arrasado y los manifestantes fueron borrados del mapa. Más de 400 manifestantes murieron en lo que Francia denominó una revuelta.

La verdadera naturaleza de la injusticia fue enterrada por el gobierno y los medios franceses, como parte de una campaña que ha continuado hasta hace poco. Las esperanzas entre los fusileros que habían luchado, comido, dormido y muerto junto a sus camaradas blancos de que servir en el ejército era el primer paso hacia la emancipación del colonialismo, se desvanecieron.

“Pagando la misma sangre tendréis los mismos derechos”, se les prometió, dijo el historiador senegalés Mamadou Koné entrevistado por AFP. Pero la promesa nunca se cumplió, agregó.

Explicó además que a muchos de los soldados que lucharon en Francia durante la Primera Guerra Mundial nunca se les pagaron pensiones de veteranos y nunca recibieron el estatus de ciudadanía como se prometió.

Hoy, solo unas pocas docenas de veteranos de guerra siguen vivos.

Hasta principios de la década de 2000, su historia no se contaba en gran medida y no figuraba en los libros de historia de Francia.

También enfrentaron duras críticas en casa por parte de sus compatriotas, sufriendo una imagen empañada por haber servido como soldados del imperialismo francés, dijo el historiador Mamadou Koné.

Pero eso se revirtió en 2004, cuando el entonces presidente de Senegal, Abdoulaye Wade, instituyó un día en su memoria, un día que se celebra cada 1 de diciembre.

El 10 de marzo de 2023 se inauguró en París una plaza denominada Place des Tirailleurs sénégalais para rendir homenaje a los soldados africanos que lucharon en el ejército francés.


Desfile de las tropas coloniales francesas en Djibouti. 14 de julio de 1939.



* Publicado en Afroféminas, 24.09.23.

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