Para quienes venimos de una tradición judía de resistencia, el antisionismo es también una forma de reivindicar nuestra historia. Es un rechazo al intento del sionismo de usurpar nuestra identidad para justificar sus crímenes.
Tania Melnick
El antisionismo es una posición política profundamente arraigada en mi historia familiar, en los valores transmitidos a lo largo de generaciones y en siglos de lucha y resistencia de las comunidades judías. Desde este prisma, veo cómo lo que ocurre en Palestina se revela como una manifestación extrema de las relaciones de poder, dominación y explotación que han oprimido a trabajadores, comunidades indígenas, negros y a todos los que se han alzado contra el colonialismo y el racismo en el mundo. Por ende, la causa palestina es también una lucha de clases; el antisionismo, en este contexto, se convierte en una postura internacionalista que busca la emancipación de todos los pueblos oprimidos.
El activismo de judíos antisionistas ha enfrentado a lo largo de los años constantes ataques y amedrentamientos, provenientes principalmente de sectores sionistas y, en menor frecuencia, de quienes dicen apoyar la causa palestina, pero que no logran discernir entre judaísmo y sionismo. Esta confusión refleja una profunda incomprensión que convierte nuestra identidad en motivo de sospecha o rechazo.
La «sionización» del judaísmo es un fenómeno en el que muchos judíos confunden su identidad con los principios de la ideología del sionismo, reforzando una visión del mundo marcada por el supremacismo y el racismo. Este proceso se relaciona con la manipulación de la narrativa sionista, que interpreta de manera funcional y con fines políticos la historia judía y determinados acontecimientos del pasado religioso.
Al promover la idea de un origen étnico y cultural milenario, el sionismo crea una nueva tradición que otorga una supuesta legitimidad moral a la colonización de Palestina, desvinculando al judaísmo de su diversidad histórica y reduciéndolo a un mero instrumento político.
La invención de tradiciones ha sido común en la historia europea, donde la memoria colectiva se utiliza selectivamente para justificar la colonización. El discurso sionista, similar a las estrategias retóricas del fascismo, manipula esta memoria para legitimar un proyecto colonial que despoja a otros de su dignidad y derechos.
En este contexto, un objetivo fundamental del antisionismo es desmantelar esta narrativa, lo que evidencia la urgente necesidad de formación e información, elementos indispensables para desarrollar una visión más crítica y contrarrestar la desinformación que rodea tanto al judaísmo como a la causa palestina.
Mis ancestros, judíos rusos, formaban parte de la clase trabajadora en Europa del Este, en tiempos de movimientos revolucionarios que buscaban emancipar a los trabajadores y construir un mundo más justo. El BUND, la organización socialista judía que luchó por los derechos de los trabajadores en Rusia, es un ejemplo de esta herencia. En lugar de buscar la creación de un Estado judío segregado, el BUND defendía la integración de los judíos en las sociedades donde vivían, luchando codo a codo con otros trabajadores y minorías contra la explotación capitalista y el autoritarismo. Esta es la tradición que reivindico y que forma parte de mi identidad como judía antisionista.
El sionismo, en cambio, ha pervertido esta historia de lucha colectiva, secuestrando la identidad judía para justificar un proyecto colonialista que oprime al pueblo palestino y perpetúa las mismas lógicas de opresión que los judíos combatieron históricamente.
Israel no fue estrictamente creado por la ONU; si bien la Resolución 181 recomendó la partición de Palestina, la creación del Estado fue impulsada unilateralmente por las fuerzas sionistas con el respaldo de potencias occidentales como el Reino Unido y Estados Unidos. Así, se convirtió en un brazo del imperialismo global, actuando como aliado de estas potencias para sofocar cualquier intento de liberación nacional o social, no solo en Palestina, sino en todo el mundo. Desde su fundación, Israel ha sido una herramienta del imperialismo para reprimir las luchas de los pueblos oprimidos en África, Asia y América Latina.
Lo que ocurre en Palestina no puede entenderse fuera de este contexto histórico. Israel es un Estado de asentamiento colonial, construido por potencias imperialistas, y su existencia depende de mantener un régimen de apartheid y represión sobre los palestinos. El sionismo, en su esencia, es una ideología racista que busca justificar la desposesión, la expulsión y la limpieza étnica de un pueblo para establecer un Estado segregado bajo el control de colonos europeos.
Para quienes hemos sido víctimas del acoso sionista, el costo de esta lucha es palpable. Desde 2014, cuando mi activismo en la causa palestina se hizo público, he recibido amenazas, insultos y agresiones de todo tipo, en su mayoría provenientes de chilenos que se identifican con el sionismo y con Israel. A pesar de ello, no he dejado ni dejaré de alzar la voz, porque creo que lo que está en juego en Palestina es más que un conflicto fascista-colonial: es una lucha por el alma misma de la humanidad. Lo que se vive allí es una manifestación de la opresión colonialista y el imperialismo que se reproducen en todo el mundo.
El antisionismo no es una posición marginal ni es sólo una crítica a las políticas de Israel. Es una ideología de liberación que rechaza la opresión colonial y se sitúa firmemente del lado de quienes luchan por la justicia y la autodeterminación de los pueblos. Es antiimperialista, consciente de que el sionismo es un proyecto colonial nacido del cristianismo y racismo europeo y, por tanto, debe ser confrontado y derrotado como parte de la lucha global contra el imperialismo.
Para quienes venimos de una tradición judía de resistencia, el antisionismo es también una forma de reivindicar nuestra historia. Es un rechazo al intento del sionismo de usurpar nuestra identidad para justificar sus crímenes. El Estado de Israel no puede arrogarse el derecho de hablar en nombre de todos los judíos.
Mi judeidad no me convierte en cómplice del terrorismo israelí, al igual que ser chilena no me hace responsable de los crímenes de la dictadura. No acepto cargar con las acciones de quienes, de manera intencionada, distorsionan la historia y confunden la identidad judía con el sionismo, alimentando el antijudaísmo en el siglo XXI y victimizándose para justificar sus atrocidades.
La causa palestina es inseparable de la lucha de clases y de la lucha anticolonial. Lo que ocurre en Palestina es una expresión brutal de las mismas dinámicas de explotación y dominación que enfrentan los trabajadores, los pueblos indígenas, las comunidades racializadas y los grupos históricamente marginados y excluidos, en todo el mundo.
El antisionismo, por tanto, es también una posición que reconoce que la verdadera emancipación de los pueblos solo puede alcanzarse mediante la descolonización, no solo de los territorios ocupados, sino de nuestras mentes. Es un llamado a la resistencia global, a la construcción de una Intifada mundial que confronte todas las formas de opresión y que luche por la liberación de todos los pueblos oprimidos.
La causa palestina no es solo un eco de injusticia, sino un grito de resistencia que se entrelaza con la lucha por la dignidad humana en todas sus formas. Reconocer que esta es una lucha universal por los derechos humanos y la autodeterminación de los pueblos, nos impulsa a avanzar con determinación. Este compromiso con la causa no deriva únicamente de mi identidad judía, sino de una profunda convicción en la justicia y la libertad.
Estamos en un momento histórico donde la opresión se enfrenta a la resistencia con una fuerza despiadada. La historia nos ha enseñado que la verdadera emancipación de los pueblos surge de la lucha colectiva y del cuestionamiento radical de las estructuras de poder. La Intifada debe resonar no solo en Palestina, sino convertirse en un llamado global que movilice a quienes se niegan a aceptar el yugo del colonialismo.
¡NO EN MI NOMBRE!
* Publicado en Los otros judíos, 19.10.24. Tania Melnick es vocera de Judíxs Antisionistas contra la Ocupación y el Apartheid y de la Coordinadora por Palestina (Chile).
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