Venta libros "Oikonomía" y "Reforma e Ilustración"




Oikonomía. Economía Moderna. Economías
Oferta sólo venta directa: $ 12.000.- (IVA incluido)

2da. edición - Ediciones ONG Werquehue - 2020
ISBN: 978-956-402-214-7
516 pp. / 16x23 cm. / Encuadernación rústica con solapas

Acerca de la economía, en su doble condición de disciplina "científica" y actividad capitalista de mercado, es posible preguntarse: ¿por qué el lucro (ni siquiera la ganancia) cobró mayor relevancia que el trabajo y la producción?, ¿por qué se le considera una 'ciencia' al modo de las ciencias naturales?, ¿por qué la política terminó siendo puesta a su servicio?, ¿ha sido o es el único sistema de sustento viable, correcto, eficiente o benigno?, ¿es un mero sistema técnico o una proyecto que contiene una cultura con sus ideas, moral e instituciones?
Este libro busca contestar las preguntas antedichas desde una perspectiva crítica, que pone en tela de juicio a la "ciencia económica" y al capitalismo de mercado desde la revisión de sus relaciones con lo ético, religioso, cultural, social, filosófico, político e histórico. Para ello se recurre a una mirada transdisciplinaria que busca romper los rígidos límites y el reduccionismo de la economía dominante, en un momento donde urge una revisión de la economía y de lo económico.

Patrocinaron este libro: 
- Federación de Sindicatos del Holding Heineken CCU
- Caritas Chile
- Magíster en Gestión Cultural de la Universidad de Chile
- Magíster en Desarrollo a Escala Humana y Economía Ecológica de la Universidad Austral de Chile
- Escuela de Ingeniería y Ciencias de la Universidad de Chile

* Para leer el Índice, Agradecimientos, prólogos e Introducción: pincha AQUÍ.
* Para ver video de Coloquio de la Esc. Antropología UDEC sobre el libro: pincha AQUÍ.
* Para ver presentación del libro en el Espacio Literario de Ñuñoa: pincha AQUÍ.


Reforma e Ilustración. Los teólogos que construyeron la Modernidad
Oferta sólo venta directa: $ 12.000.- (IVA incluido)

2da. edición - Editorial Ayun - 2012
ISBN: 978-956-8641-11-5
476 pp. / 
16x23 cm. / Encuadernación rústica con solapas

La Modernidad, la tradición cultural anglosajona post Reforma Protestante, sigue vigente en nuestras ideas, moral, instituciones y, por ende, en nuestras vidas cotidianas. Puntualmente, dicha tradición tiene como principal fundamento intelectual al movimiento de la Ilustración; el que, a su vez, se nutre de la Reforma Protestante en su versión calvinista o reformada.
Este libro expone esas relaciones y su rol en el desarrollo de la ciencia experimental, el derecho y la política, la moral y la economía modernas y en la construcción del mundo contemporáneo. Para ello se trabajan los textos originales de autores como Isaac Newton, John Locke, Adam Smith, Jean-Jacques Rousseau, entre otros, quienes a pesar del tiempo transcurrido son cruciales para explicar y criticar nuestra época.

* Para leer el Índice y Presentación del libro: pincha AQUÍ.
* Para ver video de Coloquio de la Carrera de Sociología UCEN sobre el libro: pincha AQUÍ.



¡Súper oferta! 
Sólo venta directa:
1 Oikonomía + 1 Reforma por $ 22 mil (IVA incluido)

INFORMACIONES Y VENTA DIRECTA:
ventalibros.monares@gmail.com
www.facebook.com/Ventalibros.monares
www.instagram.com/libros_monares/




PUNTOS DE VENTA

SANTIAGO


Librería Vendaval
Avda. Irarrázaval 1970 (Metro Ñuñoa, Líneas 3 y 6, o Metro Monseñor Eyzagirre, Línea 3).
+569 8263 9597
contacto@libreriavendaval.cl
Instagram Vendaval
Web Vendaval
 
Librería Recoletras
Avda. Recoleta 2774 (Metro Einstein o Dorsal, Línea 2).

Librería Metales Pesados (Alameda)
Avda. Libertador B. O'Higgins  1869 (Metro Los Héroes, Línea 1).
+ 56 2 2699 3606

Librería Le Monde Diplomatique
San Antonio 434, Local 14 (Metro Plaza de Armas, Líneas 3 y 5).
+ 56 2 2608 35 24

Librería Espacio Ñuñoa
Jorge Washington 116 (Metro Chile-España, Línea 3).
+ 56 9 6908 5006
libreria@ccn.cl
Instagram Espacio Ñuñoa

Librería Editorial Usach
Pasaje José Ramón Gutiérrez 284, Barrio Lastarria (Metro Universidad Católica, salida Norte, Línea 1).
+56 9 5211 9610
librería.editorial@usach.cl
Facebook Editorial Usach e Instagram Editorial Usach


VALDIVIA


Librería Río de Letras
Los Laureles 075 Local 1, Isla Teja.
+56 63 220 8779
librosdelsuronline@gmail.com
 

La Universidad triste




La universidad triste es aquella en la que lo político tiende a evaporarse; triste ahí donde vemos, igual, diluirse la necesaria vocación a implicarse en los dramas del mundo; es la universidad que nos inhibe a ser sujetos sensibles de calibrar un argumento sobre “lo que pasa” sin calcular los costos que puede traer una opinión, una escritura o una idea que irrumpa como una contrapalabra en los salmos del sistema tal como éste ha sido concebido.


Javier Agüero A.


“El poder requiere cuerpos tristes. El poder necesita tristeza porque puede dominarla. La alegría, por lo tanto, es resistencia, porque no se rinde. La alegría como potencia de vida nos lleva a lugares donde la tristeza nunca nos llevaría”
Gilles Deleuze


La universidad así, en genérico, parece atravesar por un penoso letargo en Chile; un estado de morbilidad en relación a su capacidad activa, de reacción e ingreso en las cuestiones que afectan a la cultura, a la sociedad chilena y global. No se podría generalizar a partir de datos o investigaciones que pudieran avalar esta cuestión, que deviene más bien de percepciones y experiencias singulares en una institución regional, pero desde lo que he podido recoger en conversación con colegas de diferentes universidades del país, sí que hay un consenso en que vivimos una “universidad triste”. Yo, y lo digo en principio y como un trabajador de la universidad hace más de 20 años, soy parte de toda esta institucionalización de la tristeza.

Por “universidad triste” entenderemos a un tipo de institución que en sus diferentes estamentos pasa por un período de vacío de sentido; que habita en un marasmo que la inhabilita para significarse a sí misma como una zona excepcional de cruce de ideas, de la entrada en el desacuerdo democrático, de la generación de espacios de discusión y también de la fecunda disidencia que siempre ha brotado en los recodos universitarios –deliberativos y polémicos respecto de cuestiones centrales que suceden en el mundo, en el país o en las regiones– y en el que las y los actores se comprendan como potenciales agentes de cambio y con una preocupación permanente por eso que Aristóteles llamó, en La constitución de los atenienses, “Los asuntos de la polis”.

Una universidad triste es aquella que se asume como sin alternativas frente a las exigencias de un modelo que la monitorea como una esfera más al interior del itinerario productivo de un país, al día de hoy, sin proyecto, y que decretó su canon neoliberal hace 50 años, autorrecompensándose en el progresivo logro y aumento de sus estándares. Es la universidad de mercado en estado avanzado que, del mismo modo, se ve atávica en relación a los imperativos devenidos guarismos excluyentes –metas, indicadores, factores, etc.– a los que hay que trepar frenéticamente para ser competitivos en la bolsa de las indexaciones, de los proyectos que robotizan (“nos” robotizan) las carreras académicas y entienden a las y los académicas/os mismas/os como un engranaje en la máquina que es la universidad capitalista que gobierna el orden de la producción de saberes.

Es importante remarcar que todo esto no es, necesariamente, culpa de las universidad y de sus autoridades, quienes están obligados a protocolizar los diferentes ámbitos de la gestión para avanzar en procesos de acreditación que les permitan recibir más o menos recursos del Estado. La universidad está capturada en esta lógica en la que las y los investigadores, por su parte, se transforman en una suerte de zona de sacrificio donde son extractivizados/as.

La universidad triste puede pagar hasta 2 millones de pesos por un paper indexado de 15 páginas que leerán, siendo optimistas, 50 personas. Y al revés, con suerte, dará cuenta en una esquina de la página web institucional de un libro-ensayo de 300 páginas que podrá ser traducido a tres lenguas y circulará por diferentes partes del planeta. Así es la pauta, esta es la regla, las universidades o se ajustan o desaparecen en un gesto darwinista de conservación. Así también lo hacemos nosotras y nosotros; corriendo a toda velocidad para indexar compulsivamente y reservándonos alguna que otra revancha escribiendo libros individuales o colectivos.

La universidad triste es aquella en la que las y los académicas/os (incluso los que reivindican e insisten, como quien suscribe este texto, en mantener vivo esa especie en extinción que es el pensamiento crítico para resistir la infantería furiosa de los “factores de impacto”), celebran el haber subido de “categoría” en el escalafón predeterminado de las instituciones. Detrás de estos ascensos, es seguro y justo indicarlo también, hay mucho trabajo, años de dedicación a la escritura, a la docencia, al ámbito administrativo y, en algunos/as, a la extensión. Mas el punto es si esto favorece un sentimiento de logros colectivos o simplemente son “éxitos” personales, reconocimientos, de nuevo, justos, pero individualizantes que en nada se emparentan con eso universal de la universidad, volviendo a aceitar en esta pasajera sensación de plenitud la maquinaria descolectivizada que implica la autogestión al interior de las instituciones de educación superior.

Hace poco un estudiante de ingeniería me dijo en una clase sobre “Ciudadanía para el buen vivir”, que él jamás contrataría a una mujer porque los riesgos son muy altos en caso de que quedará embarazada, teniendo que pagar pre y post natal además de un reemplazo por las labores que quedarán sin responsable. En principio el argumentó me indignó y pensé en ir con todo contra una posición tan hacendal-decimonónica, patriarcal, abusiva, discriminatoria, en fin. Sin embargo, rápidamente la ira dio paso a la pena al darme cuenta de que ese alumno (así como muchas/os), que estudia con gratuidad, que tiene beca JUNAEB y que viene de un sector social más bien pobre, era el producto de algo mayor. A través de sus palabras no hablaba un ser humano convencido de lo que decía (rápidamente su rostro cambió cuando le pregunté si pensaría lo mismo el día, probable, en que la hija que aún no tiene busque trabajo), sino una racionalidad sedimentada tristemente a la largo de su trayecto biopolítico en el que la neoliberalización de la pobreza también ha sido parte de la tragedia chilena durante y post-dictadura; esa tragedia que se expresó en lo que Manuel Canales llamó “el mercadeo”, donde lo común desaparece y solo deambulan individualidades filtrando sus interacciones a través de los códigos de la transa, del costo-beneficio, de la compra y venta. Lo igualmente sorprendente de esta situación con el estudiante, es que nadie lo contradijo, ningún compañero y menos compañeras, que eran las directamente aludidas, se atrevieron a decir algo en contra de su planteamiento y a favor de ellas mismas (veníamos de revisar un estudio hecho por académicas/os de la Universidad de la Frontera que daba cuenta de las brechas salariales entre hombres y mujeres).

Universidad triste. Estudiantes que, en su mayoría, no se reconocen en un mundo común y reniegan no solo de lo colectivo y de un núcleo solidario que los vincule por encima de sus cáscaras aspiracionales, sino que se han visto obligados a ser a veces, incluso, crueles. Porque el sistema es despiadado y mimetiza la desigualdad instalando como principio la idea de la “sana competencia”. Estudiantes que, al final del día, son la expresión generacional de un tiempo sin proceso social, sin movimientos ni espasmos de cara a injusticias tan evidentes; están rodeados por una suerte de zombilogía y son nutriente para los populismos de derecha. No es que rehúyan la posibilidad de entrar a espacios comunes, sino que de plano los desprecian, los tachan, colaborando con este mecanismo de subjetividades múltiples –que se reúnen, no obstante, en el principio individualista del éxito en soledad– en la construcción de un tipo de sociología sin sociedad; una “ademia”, al decir de Giorgio Agamben, esto es: la ausencia de un demos, de un pueblo, de un otro. Entonces no demandan nada, no cuestionan nada ni tienen inquietud alguna salvo las personales que se ven atormentadas, a su vez, por el uso, a esta altura, en éxtasis de las redes sociales que terminan por aislarlos aún más. Nadie levanta la mano durante las clases para hacer un punto, estar en desacuerdo o simplemente preguntar ahí donde, y como escribía Antonin Artaud, deberían “arder en preguntas”. Las manos no se levantan, se mantienen abajo enganchadas a sus celulares.

Las explicaciones a todo esto pueden ser muchas y no será esta columna el lugar para explayarse en ellas. Pero mencionaremos, en breve, dos.

Pensemos primero en que la intensidad de la Revuelta de 2019 devino en un nivel de politización tan denso, liberando una energía colectiva a todas luces inédita en la historia de Chile, que esta fuerza terminó por fatigarse en un tramo muy corto de tiempo. Y tal vez quedamos empantanados en la idea de que algo así sería para siempre posible, pero, evidente y es lo que demuestra la propia historia, las sociedades tienden a su repliegue después de estallidos inesperados de politización de la ciudadanía –o de una ciudadanización de la política– tan potentes.

Y segundo, el triunfo del imaginario securitario-económico (que reúne a todas las fobias de la derecha: contra el Estado, contra el migrante, contra la autonomía de las mujeres y sus cuerpos, contra toda forma disidencia sexual o de género, en fin) que toma la forma de restauración conservadora en el minuto exacto de ser rechazado el proyecto de Constitución de 2022. Esto, se cree, desmovilizó de igual manera a la vez que atomizó a la sociedad chilena produciendo una napa cultural sobre la que se desplazan islotes individuales separados, por una gran fisura, del continente político-colectivo.

Una universidad para dejar de ser triste debe concebirse a sí misma como una comunidad política antes que cualquier otra cosa. Política en el entendido de que ésta siempre ha sido y fue un espacio para decirlo todo, sin restricciones, tal como lo señala Jacques Derrida en su libro La universidad sin condición, y en donde las ideas y argumentos contrarios fertilicen la disidencia democrática en el mejor de los sentidos, metabolizada en posiciones sostenibles e igualmente respetuosas de otras disidencias. Una comunidad política que reconozca la urgencia a todo orden y como prioridad absoluta el valor del pensamiento crítico en sus estudiantes que independiente de sus orígenes, identidades religiosas, adscripciones políticas o vocaciones profesionales, no encuentren en la universidad el sesgo de época que los anulará como sujetos con potencia activa en una sociedad que, más que nunca, los necesita despiertos y no sonámbulos; atentos y no dormidos en la aquiescencia de lo “normal”, en la estabilización peligrosa de la rutina incuestionable, en la estratificación arbitraria de lo permitido.

De cara a la llegada, al parecer inminente, de un gobierno de derecha en cualquiera de sus versiones –y que tradicionalmente ha visto en las universidades una amenaza a sus valores de conservación a toda escala, armando entonces sus propios centros de investigación ad-hoc que tributan a intereses privados y se vierten contra todo asomo de “lo público” (el que debiera ser el perímetro natural de la universidad)–, es justo este el momento en que se tiene que abandonar la tristeza y recuperarse en “motivos” profundos que vuelvan a imprimirle a la universidad el sentido perdido en el último tiempo al calor de una despolitización brutal. Entonces, es del mismo modo urgente recuperar el sentimiento de comunidad que no es otra cosa que intensidades libres y diversas interactuando en un espacio de resguardo para todas las visiones de mundo y en el que las exigencias –insalvables– del universalismo de mercado a las cuales toca responder, no terminen por erosionar la delgada corteza crítica que le va restando a la universidad.

Se repite, hoy es más apremiante que nunca entregar toda la energía de la que disponemos para volverla a la región virtuosa donde lo heterogéneo sea la norma, la libertad el principio, la diferencia el verdadero estándar y los valores humanistas, revitalizados, el lugar común donde lo político vuelva a tener una posibilidad y la universidad abandone su tristeza, restaurando el imaginario querellante a la luz de los seguros padecimientos que, sobre todo las públicas, deberán hacer frente cuando un sector de la sociedad, históricamente reaccionario al libre pensamiento, comience a intervenirla.

Tenemos derecho a la alegría.



* Publicado en La Voz de los que Sobran, 26.09.25. Javier Agüero A. es Dr. en filosofía y profesor de la Universidad de Los Lagos.

Cómo la mala biología está matando a la economía


Las abejas y las flores son un clásico ejemplo de mutualismo: una interacción entre especies donde ambas se benefician.


Frans de Waal


El CEO de Enron, ahora en la cárcel, aplicó alegremente la lógica del “gen egoísta” a su capital humano, creando así una profecía autocumplida. Asumiendo que la especie humana es impulsada puramente por la codicia y el miedo, Jeffrey Skilling produjo empleados impulsados por los mismos motivos. Enron se derrumbó bajo el peso mezquino de sus políticas, ofreciendo un avance de lo que estaba reservado para la economía mundial en su conjunto.

Skilling, un admirador declarado de la visión genética de la evolución de Richard Dawkins, imitó la selección natural al clasificar a sus empleados en una escala de uno a cinco, representando lo mejor (uno) a lo peor (cinco). Cualquier persona con un ranking de cinco fue despedida, pero no sin haber sido primero humillada en un sitio web con su retrato. Bajo esta llamada política de “Rank & Yank”, la gente se mostró perfectamente dispuesta a cortarse las gargantas unos a otros, resultando una atmósfera corporativa marcada por la deshonestidad y la despiadada explotación fuera de la empresa.

El problema más profundo, sin embargo, era la opinión de Skilling sobre la naturaleza humana. El libro de la naturaleza es como la Biblia: todo el mundo lee lo que le gusta, de la tolerancia a la intolerancia y del altruismo a la avaricia. Pero es bueno darse cuenta de que si los biólogos nunca dejan de hablar de competencia, esto no significa que aboguen por ella, y si llaman a los genes egoístas, esto no significa que los genes realmente lo sean. Los genes no pueden ser más “egoístas” de lo que un río puede estar “enojado” o los rayos del sol “amar”. Los genes son pequeños trozos de ADN. A lo sumo, se auto-promueven, porque los genes exitosos ayudan a sus portadores a difundir más copias de sí mismos.

Como muchos antes que él, Skilling había caído de cabo a rabo en la metáfora del gen egoísta, pensando que si nuestros genes son egoístas, entonces debemos ser egoístas también. Puede ser perdonado, sin embargo, porque incluso si esto no es lo que Dawkins quiso decir, es difícil separar el mundo de los genes del mundo de la psicología humana si nuestra terminología los confunde deliberadamente.

Mantener estos mundos aparte es el mayor desafío para cualquier persona interesada en lo que la evolución significa para la sociedad. Puesto que la evolución avanza por la eliminación, es realmente un proceso despiadado. Sin embargo, sus productos no necesitan ser despiadados en absoluto. Muchos animales sobreviven siendo sociales y viviendo juntos, lo que implica que no pueden seguir el principio de la supervivencia del más fuerte al pie de la letra: la fuerte necesidad del débil. Esto se aplica igualmente a nuestra propia especie, al menos si damos a los seres humanos la oportunidad de expresar su lado cooperativo. Al igual que Skilling, demasiados economistas y políticos ignoran y suprimen este lado. Modelan a la sociedad humana sobre la lucha perpetua que creen que existe en la naturaleza, lo cual en realidad no es más que una proyección. Al igual que los magos, primero lanzan sus prejuicios ideológicos al sombrero de la naturaleza y luego los sacan tirando de sus orejas para mostrar que la naturaleza está de acuerdo con ellos. Es un truco en el que hemos caído durante demasiado tiempo. Obviamente, la competencia es parte del cuadro, pero los seres humanos no pueden vivir solo por competencia.

Veo este tema como un biólogo y primatólogo. Uno puede sentir que un biólogo no debe meter su nariz en los debates de política pública, pero dado que la biología ya es parte de ella, es difícil permanecer al margen. Los amantes de la competencia abierta no pueden resistir la invocación de la evolución. Esta palabra incluso se deslizó en el infame “discurso sobre la codicia” de Gordon Gekko, el tiburón corporativo interpretado por Michael Douglas en la película Wall Street de 1987:
“El punto es, damas y caballeros, que la ‘codicia’ --a falta de una mejor palabra-- es buena. La avaricia tiene razón. La avaricia funciona. La codicia aclara, atraviesa y capta la esencia del espíritu evolutivo”.
¿El espíritu evolutivo? En las ciencias sociales [en realidad en la "ciencia económica" ortodoxa], la naturaleza humana es tipificada por el viejo proverbio hobbesiano Homo homini lupus (“El hombre es el lobo del hombre”), una declaración cuestionable sobre nuestra propia especie basada en suposiciones falsas sobre otra especie. Un biólogo que explora la interacción entre la sociedad y la naturaleza humana no está haciendo nada nuevo. La única diferencia es que, en vez de intentar justificar un marco ideológico particular, el biólogo tiene un interés real en la cuestión de qué es la naturaleza humana y de dónde provino. ¿Es el espíritu evolutivo realmente todo sobre la codicia, como Gekko reclamó, o hay más aparte de ella?

Esta línea de pensamiento no sólo proviene de personajes de ficción. David Brooks en una columna del New York Times se burlaba de los programas sociales del gobierno: “Del contenido de nuestros genes, de la naturaleza de nuestras neuronas y de las lecciones de la biología evolutiva, se ha hecho evidente que la naturaleza está llena de competencia y conflictos de interés”. A los conservadores les encanta creer esto, sin embargo, la ironía suprema de este romance con la evolución es lo poco que la mayoría de ellos se preocupan por lo real.

En el debate presidencial de 2008, no menos de tres candidatos republicanos levantaron la mano en respuesta a la pregunta: “¿Quién no cree en la evolución?”. Los conservadores estadounidenses son darwinistas sociales en lugar de darwinistas reales. El darwinismo social argumenta en contra de ayudar a los enfermos y a los pobres, ya que la naturaleza quiere que sobrevivan por sí mismos o perezcan. Qué pena que algunas personas no tengan seguro de salud, argumenta esta corriente, esto no es relevante siempre y cuando los que pueden permitirse tenerlo sí tengan seguro. El senador Jon Kyl de Arizona fue un paso más allá --causando protestas en los medios de comunicación y protestas en su estado natal-- votando en contra de la cobertura de la atención de maternidad. Él mismo nunca había tenido necesidad de ello, explicó.

La lógica de la competencia es buena para usted, ha sido extraordinariamente popular desde que Reagan y Thatcher nos aseguraron que el libre mercado se encargaría de todos nuestros problemas. Desde la crisis económica, esta visión no es tan atractiva. La lógica pudo haber sido genial, pero su conexión con la realidad era pobre. Lo que los libremercadistas perdieron fue la intensa naturaleza social de nuestra especie. Les gusta presentar a cada individuo como una isla, pero el individualismo puro no es para lo que hemos sido diseñados. La empatía y la solidaridad son parte de nuestra evolución, no sólo de una parte reciente, sino de capacidades antiguas que compartimos con otros mamíferos.

Muchos grandes avances sociales --la democracia, la igualdad de derechos y la seguridad social-- han surgido a través de lo que solía llamarse “sentimientos de compañerismo”. Los revolucionarios franceses cantaban sobre fraternidad, Abraham Lincoln apeló a los lazos de simpatía y Theodore Roosevelt habló con entusiasmo de sus sentimientos como “el factor más importante para producir una vida política y social sana”.

El final de la esclavitud es particularmente instructivo. En sus viajes al sur, Lincoln había visto a esclavos encadenados, una imagen que lo perseguía mientras escribía a un amigo. Tales sentimientos lo motivaron a él y a muchos otros a combatir la esclavitud. O tomar el actual debate de salud en los EE.UU., en el que la empatía desempeña un papel prominente, que influye en la forma en que respondemos a la miseria de las personas que han sido rechazadas por el sistema o perdido su seguro. Considérese el término en sí mismo: no se llama “negocio” de salud, sino “cuidado” de salud, haciendo hincapié en la preocupación humana por los demás.


¿Primates morales?

Obviamente, la naturaleza humana no puede entenderse aislada del resto de la naturaleza, y aquí es donde entra la biología. Si miramos a nuestra especie sin dejarnos cegar por los avances técnicos de los últimos milenios, vemos una criatura de carne y sangre con un cerebro que, aunque tres veces más grande que el de un chimpancé, no contiene ninguna parte nueva. Nuestro intelecto puede ser superior, pero no tenemos necesidades básicas o necesidades que no puedan ser observadas también en nuestros parientes cercanos. Como nosotros, luchan por el poder, disfrutan del sexo, quieren seguridad y afecto, matan por territorio, y valoran la confianza y la cooperación. Sí, usamos teléfonos celulares y volamos aviones, pero nuestro maquillaje psicológico es esencialmente el de un primate social.

Sin pretender que otros primates sean seres morales, no es difícil reconocer los pilares de la moral en su comportamiento. Estos pilares se resumen en nuestra regla de oro, que trasciende las culturas y religiones del mundo. “Haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti”, reúne empatía (atención a los sentimientos de los demás) y reciprocidad (si otros siguen la misma regla, serás bien tratado). La moral humana no podría existir sin empatía y reciprocidad; tendencias encontradas en nuestros compañeros primates.

Después de que un chimpancé haya sido atacado por otro, por ejemplo, un espectador irá a abrazar a la víctima suavemente hasta que deje de aullar. La tendencia a consolar es tan fuerte que Nadia Kohts, una científica rusa que crió a un chimpancé juvenil hace un siglo, dijo que si éste se subía al techo de su casa, sólo había una manera de bajarlo. Mostrarle comida no resultaría; la única manera sería que ella se sentara y sollozara, como si estuviera sufriendo. El mono joven se apresuró a bajar del tejado para rodearla con un brazo. La empatía de nuestro pariente más cercano excede su deseo de un plátano.

La consolación se ha estudiado extensivamente sobre la base de cientos de casos, ya que es un comportamiento común y predecible entre los simios. De manera similar, la reciprocidad es visible cuando los chimpancés comparten alimentos específicamente con aquellos que recientemente los han acicalado o apoyado en las luchas por el poder. El sexo es a menudo parte de la mezcla. Se ha observado que los machos silvestres toman un gran riesgo al asaltar plantaciones de papaya para obtener los deliciosos frutos a cambio de la cópula con hembras fértiles. Los chimpancés saben cómo llegar a un acuerdo.

También hay evidencia de tendencias pro-sociales y un sentido de equidad. Los chimpancés abren voluntariamente una puerta para dar a un compañero acceso a la comida, y los monos capuchinos buscan recompensas por los demás, incluso si ellos mismos no obtienen nada de ella. Demostramos esto poniendo dos monos uno al lado del otro: separados, pero a la vista. Uno de ellos necesitaba trocar con nosotros usando pequeños fichas de plástico. La prueba crítica vino cuando les ofrecimos una opción entre dos fichas de diferentes colores con diferentes significados: una muestra era “egoísta” y la otra “pro-social”. Si el mono de trueque recogía el símbolo egoísta, recibía un pequeño pedazo de manzana, pero su compañero no obtenía nada. El símbolo pro-social, por otra parte, recompensaba a ambos monos igualmente al mismo tiempo. Los monos desarrollaron una abrumadora preferencia por el símbolo pro-social.

Repetimos el procedimiento muchas veces con diferentes pares de monos y diferentes conjuntos de fichas, y encontramos que los monos seguían escogiendo la opción pro-social. Esto no se basó en el temor de posibles represalias, porque encontramos que los monos más dominantes (los que menos temen) eran de hecho los más generosos. Lo más probable es que ayudar a los demás es auto-gratificante de la misma manera que los seres humanos se sienten bien haciendo el bien.

En otros estudios, los primates realizarán felizmente una tarea, siendo recompensados con rebanadas de pepino, hasta que vean a otros que son recompensados con uvas, las cuales tienen un mejor sabor. Se agitan, derriban sus pepinos miserables y se ponen en huelga. El pepino se ha vuelto desagradable simplemente como resultado de ver a un compañero conseguir algo mejor. Tengo que pensar en esta reacción cada vez que oigo críticas a los bonos en Wall Street.

¿No muestran estos primates los primeros indicios de un orden moral? Muchas personas, sin embargo, prefieren su naturaleza “cruel y despiadada”. Nunca hay duda sobre la relación con respecto a la conducta negativa entre los seres humanos y otros animales: cuando los seres humanos mutilan y se matan unos a otros, somos rápidos en llamarlos “animales”, pero preferimos reclamar rasgos nobles para nosotros mismos. Sin embargo, cuando se trata del estudio de la naturaleza humana, ésta es una estrategia perdedora porque excluye aproximadamente a la mitad de nuestros antecedentes. A falta de intervención divina, este lado más atractivo de nuestro comportamiento es también el producto de la evolución, una visión cada vez más apoyada por la investigación animal.

Todo el mundo está familiarizado con la forma en que los mamíferos reaccionan a nuestras emociones y la forma en que reaccionamos a las suyas. Esto crea el tipo de vínculo que hace que millones de nosotros compartamos nuestras casas con gatos y perros en lugar de iguanas y tortugas. Estos últimos son tan fáciles de mantener, pero carecen de la empatía que necesitamos para tenerles apego.

Los estudios sobre empatía en animales están en aumento, incluyendo estudios sobre cómo los roedores se ven afectados por el dolor de otros. Ratones de laboratorio se vuelven más sensibles al dolor una vez que han visto el dolor en otro ratón. El contagio del dolor ocurre entre los ratones de la misma caja-casa, pero no entre los ratones que no se conocen. Este es un sesgo típico que también es cierto de la empatía humana: cuanto más cerca estamos de una persona, y cuanto más similares somos a ellos, más fácilmente se despierta la empatía.

La empatía tiene sus raíces en la mímica básica del cuerpo, no en las regiones superiores de la imaginación o en la capacidad de reconstruir conscientemente cómo nos sentiríamos si estuviéramos en el lugar de otra persona. Comenzó con la sincronización de cuerpos: corriendo cuando otros corren; riendo cuando otros se ríen; llorando cuando otros lloran; o bostezando cuando otros bostezan. La mayoría de nosotros hemos llegado a la etapa increíblemente avanzada en la que bostezamos incluso a la mera mención de bostezar, pero esto es sólo después de mucha experiencia cara a cara.

El contagio del bostezo también funciona en otras especies. En la Universidad de Kyoto, los investigadores mostraron a los simios de laboratorio los bostezos grabados en video de chimpancés salvajes. Pronto, los chimpancés del laboratorio bostezaban como locos. Con nuestros propios chimpancés, hemos ido un paso más allá. En lugar de mostrarles verdaderos chimpancés, interpretamos animaciones tridimensionales de una cabeza semejante a un simio que hace un movimiento parecido al bostezo. En respuesta a los bostezos animados, nuestros monos bostezan con la apertura máxima de la boca, los ojos cerrados y girando la cabeza, como si se fueran a quedar dormidos en cualquier momento.

El contagio del bostezo refleja el poder de la sincronía inconsciente, que está tan profundamente arraigada en nosotros como en muchos otros animales. La sincronía se expresa en la copia de pequeños movimientos corporales, como un bostezo, pero también ocurre a mayor escala. No es difícil ver su valor para la supervivencia. Usted está en una bandada de pájaros y uno de repente despega. No tienes tiempo para averiguar qué está pasando, así que despegas en el mismo instante. De lo contrario, tú podrías ser el almuerzo.

El contagio del humor sirve para coordinar las actividades, que es crucial para cualquier especie que viaja (como es la mayoría de los primates). Si mis compañeros se están alimentando, decido hacer lo mismo porque, una vez que se mueven, mi oportunidad de forraje habrá desaparecido. El individuo que no se mantiene en sintonía con lo que todos los demás están haciendo perderá, al igual que el viajero que no va al baño cuando el autobús se ha detenido.


Criaturas sociales

La selección natural ha producido animales altamente sociales y cooperativos que dependen unos de otros para sobrevivir. Por sí solo, un lobo no puede derribar presas grandes, y los chimpancés en el bosque se sabe que se ralentizan para los compañeros que no pueden mantener el paso debido a las lesiones o descendencia enferma. Por lo tanto, ¿por qué aceptar el supuesto de una naturaleza despiadada cuando hay amplia prueba de lo contrario?

La mala biología ejerce una atracción irresistible. Aquellos que piensan que la competencia es de lo que se trata la vida y que creen que es deseable que los fuertes sobrevivan a expensas de los débiles, adoptan con entusiasmo el darwinismo como una hermosa ilustración de su ideología. Representan la evolución --o al menos su versión de cartón de ella-- como casi celestial. John D. Rockefeller llegó a la conclusión de que el crecimiento de una gran empresa “no es más que la elaboración de una ley de la naturaleza y una ley de Dios”, y Lloyd Blankfein, presidente y CEO de Goldman Sachs, recientemente se describió a sí mismo como simplemente un “hacedor de la obra de Dios”.

Tendemos a pensar que la economía fue asesinada por tomar riesgos irresponsables, la falta de regulación o un mercado de la vivienda burbujeante, pero el problema es más profundo. Aquellos eran sólo los pequeños aviones que rodeaban la cabeza de King Kong (“Oh no, no eran los aviones. La bella mató a la bestia”). El defecto último era el señuelo de la mala biología, que dio lugar a una simplificación gruesa de la naturaleza humana. La confusión entre cómo funciona la selección natural y qué tipo de criaturas ha producido, ha llevado a una negación de lo que une a las personas. La sociedad misma ha sido vista como una ilusión. Como dijo Margaret Thatcher: “No hay tal cosa como la sociedad; hay hombres y mujeres individuales, y hay familias”.

Los economistas deben releer el trabajo de su figura paterna, Adam Smith, que veía a la sociedad como una enorme máquina. Sus ruedas son pulidas por la virtud, mientras que el vicio hace que se ensucien. La máquina no funcionará suavemente sin un fuerte sentido comunitario en cada ciudadano. Smith veía la honestidad, la moralidad, la simpatía y la justicia como compañeros esenciales de la mano invisible del mercado. Sus puntos de vista estaban basados ​​en que somos una especie social, nacida en una comunidad con responsabilidades hacia la comunidad[1].

En lugar de caer por ideas falsas sobre la naturaleza, ¿por qué no prestar atención a lo que realmente sabemos sobre la naturaleza humana y el comportamiento de nuestros parientes cercanos? -El mensaje de la biología es que somos animales de grupo: intensamente sociales, interesados en la equidad y lo suficientemente cooperativos como para haber conquistado el mundo. Nuestra gran fuerza es precisamente nuestra capacidad para superar la competencia. ¿Por qué no diseñar la sociedad de modo que esta fuerza se exprese en todos los niveles?

En lugar de enfrentar a los individuos entre sí, la sociedad necesita enfatizar las dependencias mutuas. Esto podría verse en el reciente debate sobre salud en los Estados Unidos, donde los políticos jugaron la tarjeta de interés compartido señalando cuánto perdería todo el mundo (incluidos los acomodados) si la nación no cambiaba el sistema y dónde el presidente Obama jugó la tarjeta de responsabilidad social llamando a la necesidad de cambio “una obligación ética y moral”. No se puede permitir que el dinero se convierta en el único fin de la sociedad.

Y para aquellos que buscan una respuesta a la biología, la pregunta fundamental, pero rara vez hecha, es por qué la selección natural diseñó nuestros cerebros para que nos sintonicemos con nuestros semejantes, y sintamos angustia por su angustia y placer por su placer. Si la explotación de los demás era lo único que importaba, la evolución nunca debería haber entrado en el negocio de la empatía. Pero sí lo hizo, y las élites políticas y económicas ojalá lo comprendan rápidamente.


El pez payaso y las anémonas tienen una relación de mutualismo.


NOTA DEL BLOG:

[1] Estimamos que de Waal cae en un grueso error de interpretación de Smith, quien por cierto era consciente de la naturaleza social de los humanos. Pero, dadas sus creencias religiosas, estimaba que la humanidad corrupta por el pecado original no cooperaría por mera benevolencia. Por eso, el egoísmo dirigido por la "mano invisible" de la providencia empleaba a la naturaleza egoísta para lograr el bien social. Este tema lo hemos desarrollado ampliamente en Reforma e Ilustración. Los teólogos que construyeron la Modernidad y en Oikonomía. Economía Moderna. Economías.



* Publicado en Evonomics, 13.05.16. Frans de Waal es Dr. en biología y se ha especializado en psicología, primatología y etología.

Mientras Gaza es destruida, Israel mata a decenas de niños en Cisjordania


Funeral de Amer Al Najad, palestino de 11 años, asesinado en Cisjordania por soldados israelíes el 4 de marzo de 2024.


Un niño palestino de 12 años recibió un disparo mientras encendía un fuego artificial. "Casos como estos ocurren con bastante frecuencia, pero nadie se entera de ellos", según el grupo de derechos humanos israelí B'Tselem.


Arwa Mahdawi


Israel está utilizando fuerza letal contra los niños de Cisjordania. "La profundidad del horror sobrepasa nuestra capacidad de describirlo", dijo James Elder, portavoz del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), después de viajar a lo largo de Gaza esta semana. No queda nada: los republicanos que pidieron que Gaza se convirtiera en un “estacionamiento” han cumplido su deseo. En medio de las ruinas, una población traumatizada y atrapada muere de hambre; toda una generación ve destruido su futuro. “El hambre se utiliza como arma de guerra”, afirmó esta semana el jefe de política exterior de la UE, Josep Borrell. "Israel está provocando hambruna".

Mientras la atención del mundo está puesta en Gaza, la vida de los palestinos en Cisjordania también se está volviendo cada vez más precaria. Ha habido un aumento de la violencia de los colonos y un aumento del uso de fuerza letal ilegal por parte de las fuerzas israelíes. Según el Ministerio de Salud palestino, más de 400 palestinos de Jerusalén Este y Cisjordania han muerto por fuego israelí desde el 7 de octubre. El grupo israelí de derechos humanos B'Tselem ha dicho que alrededor de 100 de estas muertes han sido niños, la mayoría de los cuales no representaban una amenaza creíble para los soldados fuertemente armados de uno de los ejércitos más poderosos del mundo.

Uno de esos niños fue Rami Al-Halhouli, un niño de 12 años que recientemente fue asesinado a tiros por la policía fronteriza israelí mientras encendía fuegos artificiales para celebrar el Ramadán. La policía, que aún conserva el cuerpo de Rami, dijo que el niño les apuntaba con los fuegos artificiales, pero no proporcionó ninguna prueba de ello. El ministro israelí de extrema derecha, Itamar Ben-Gvir, celebró el tiroteo y calificó de “terrorista” al niño de 12 años y de héroe al oficial que le disparó.

Quizás usted piense que está bien que un soldado israelí mate a tiros a un niño porque estaba jugando con fuegos artificiales. Quizás puedas encontrar una manera de justificar esto. Aún así, sigue siendo un hecho incómodo que hay muchos casos documentados que muestran a soldados israelíes disparando contra palestinos sin ninguna provocación. "Casos como estos ocurren con bastante frecuencia, pero nadie se entera de ellos", dijo Dror Sadot, portavoz de B'Tselem. “Los militares dirán que están abriendo una investigación. Y esta investigación durará años, probablemente sin que ningún medio la cubra. Y luego se irá por el desagüe”. Menos del 1% de cualquier investigación sobre el uso excesivo de fuerza por parte del ejército israelí contra los palestinos termina en una acusación.

A menos que hayas estado en los territorios palestinos ocupados, no creo que sea posible entender la forma en que Israel trata a los palestinos. No sólo la impunidad con la que pueden ser asesinados sino la deshumanización y la humillación que forman parte de la vida cotidiana. Recuerdo visitar la aldea de mi padre en Cisjordania cuando tenía seis años y llevar ropa de repuesto cada vez que salíamos de la aldea en caso de que Israel impusiera un toque de queda y no pudiéramos regresar. Mi diario de esa época pasa de comer helado a recibir disparos de gases lacrimógenos por parte de soldados israelíes.

A menos que lo haya experimentado usted mismo, creo que es difícil para algunas personas en Occidente comprender hasta qué punto las vidas palestinas están vigiladas y controladas por Israel. Constantemente nos dicen que la situación es demasiado compleja para analizarla, pero cuando vas allí, cuando ves cómo vive la gente, no parece complejo en absoluto.

"Da la impresión de que se necesita un título en estudios de Oriente Medio o algo así, un doctorado, para comprender realmente lo que está sucediendo", dijo el aclamado autor Ta-Nehisi Coates después de visitar Israel y Palestina el año pasado. “Pero entendí el primer día… estaba en un territorio donde tu movilidad está inhibida, donde tu derecho al voto está inhibido, donde tu derecho al agua está inhibido, donde tu derecho a la vivienda está inhibido. Y todo está inhibido por motivos étnicos. Y eso me sonó extremadamente, extremadamente familiar”.

En medio de los horrores que se están desarrollando en Gaza, se está avanzando la narrativa de que todo esto tiene que ver con Hamás y el 7 de octubre. Es importante no perder de vista el hecho de que no se trata sólo de Hamás –que no gobierna Cisjordania– y que la historia no empezó el 7 de octubre. Lo que está sucediendo lleva mucho tiempo preparándose.

Hace veintiún años, en 2003, la activista por la paz estadounidense Rachel Corrie fue a Gaza para defender casas en Rafah de la demolición de las fuerzas israelíes. "Ni siquiera podía creer que existiera un lugar como este", escribió Corrie en sus diarios;
“[N]inguna cantidad de lecturas, asistencia a conferencias, visualización de documentales y el boca a boca podrían haberme preparado para la realidad de la situación aquí. Simplemente no puedes imaginarlo a menos que lo veas... Sólo quiero escribirle a mi mamá y decirle que estoy siendo testigo de este genocidio crónico e insidioso y que estoy realmente asustado y cuestionando mi creencia fundamental en la bondad de la naturaleza humana. Esto tiene que parar. Creo que es una buena idea que todos dejemos todo y dediquemos nuestras vidas a detener esto”.
Un par de semanas después de escribir eso, Corrie, de 23 años, murió aplastada por un soldado israelí que conducía una topadora de fabricación estadounidense. Nunca nadie fue responsabilizado por su muerte. Tampoco nadie será responsabilizado por la muerte de Rami, de 12 años.


Rami Al-Halhouli



* Publicado en The Guardian, 23.03.24.

Los mecanismos de la funa




"Porque lo que queremos es rodearnos de personas puras, impolutas, próvidas; es decir, de gente que no existe. Todos los demás a la hoguera. El problema es que —y esto se dijo (lo dije) desde el principio— todxs, mujeres, hombres, personas no binarias, somos susceptibles de un día ser objeto de la funa"


Lucía Pi Cholula


Estoy tan enojada con lo que está sucediendo en torno a mi amigo Rafael Mondragón [1], la Editorial Heredad, el Estudio Magnolia y el Premio Mariela Vanessa para Escritoras Emergentes, que no tengo cabeza para articular un texto continuo, pero no puedo —aunque quisiera— dejar de decir algo. Es por esa razón que aquí van algunos apuntes en torno a la política de cancelación, las funas y las denuncias feministas.

1.- Toda funa dañará a otrxs, esto es así. Quisiera aclarar en este punto que no digo esto para desincentivar las denuncias, que son necesarias para atender los casos de injusticia y que se promueva la reparación del daño, pero a estas alturas del partido deberíamos tener claro que una funa no es solamente una denuncia. Una funa lo que busca es quemar al otro en el mundo, condenarlo al ostracismo, hacer que con una desaparición simbólica “pague” por lo que “nos ha hecho”. No por nada mis estudiantes dicen que cuando proyecto sus textos en el pizarrón para corregirlos “voy a funarlxs”: temen que los demás vean sus errores, les da vergüenza. El mecanismo de la funa es el de la vergüenza pública; y nadie quiere ser avergonzado frente a los otros, mucho menos las personas que desde cierta altura moral se afirman progresistas —es decir, todxs nosotrxs.

La funa es un aparato de vigilancia y control social que desde hace años estamos dispuestos a aplicar a nuestros pares. Por eso, ante la cancelación incluso de nuestros mejores amigos, muchxs guardamos silencio. Y quienes no lo hicieron, quienes se atrevieron a hablar —que no digamos ya a defender— padecieron también la vergüenza pública. Incluso aquellxs que no alzaron la voz, pero no “cancelaron” del todo a los denunciados también la sufrieron. Vergüenza, miedo, angustia: eso fue lo que padecimos las compañeras que no saltamos inmediatamente al “yo sí te creo”; las que nos quedamos ahí viendo cómo por una denuncia en redes a alguien a quien teníamos muy cerca nuestra vida también se iba al carajo; las que fuimos calumniadas, vilipendiadas, acosadas, castigadas por pensar un poquito fuera de la caja. (Un día escribiré sobre estos testimonios, que son más de los que se imaginan y que hoy no sólo permanecen en silencio, sino que siguen doliendo profundamente). Por eso afirmo que una funa siempre dañará a otrxs, por ejemplo, a otras mujeres, que no tienen ninguna responsabilidad con lo que se señala.

2.- En los mecanismos de la “denuncia feminista” y la cancelación no existe un tiempo de determinado de castigo: para el punitivismo feminista del #yosítecreo el castigo debe ser para siempre, sin importar ni siquiera el grado de la violencia ejercida o la validez de la denuncia. Lo que hoy se implementa es la condena sin fecha de expiración: por eso pueden rescatar una denuncia del 2018 y seguir exigiendo que a la persona denunciada se le excluya de diversos espacios (aquí debería escribir “del mundo”, porque eso es lo que las funas quieren). ¿Cuántas veces no hemos encontrado denuncias que vuelven a salir a la luz porque alguien descubrió que un denunciado obtuvo un empleo, una beca o se ganó un premio (por hablar sólo del mundo de la literatura)? No basta con las cosas que perdieron en su momento, sino que los denunciados deben seguir perdiendo todo el tiempo, porque finalmente —y esto es lo que pareciera postular la condena de la cancelación— no deberían existir. Ellos, toda su persona, se resumen en ese —muchas veces— único acto que fue denunciado y por lo tanto deben ser castigados para siempre. Porque lo que queremos es rodearnos de personas puras, impolutas, próvidas; es decir, de gente que no existe. Todos los demás a la hoguera. El problema es que —y esto se dijo (lo dije) desde el principio— todxs, mujeres, hombres, personas no binarias, somos susceptibles de un día ser objeto de la funa. Tal vez la diferencia es que algunxs tendrán los contactos para sortear la vergüenza y permanecer en los puestos de poder, mientras que otrxs tendrán que ir a esconderse a quién sabe dónde, porque su figura pública está muerta (por ejemplo, los compañeros militantes que perdieron toda posibilidad de trabajar en la universidad). Y sí, algunos militantes tienen a veces comportamientos misóginos, a la vez que son también compañeros comprometidos con la lucha de los pueblos. ¿Qué hacemos con esa complejidad de los sujetos? ¡Ah, ya sé! Los condenamos al aislamiento social… Un día habría que ver cuántos compañeros de izquierda denunciados fueron despedidos por la universidad y cuántos hombres de élite permanecieron en sus puestos tras las olas de denuncias. Por eso hay feministas que cuestionan estos mecanismos de destrucción de nuestro tejido social —el nuestro, no el de los poderosos—. Los castigos infinitos no son justicia, tampoco lo es que los denunciados lo pierdan todo cada vez que se reactivan las denuncias. Eso es venganza.

3.- El #Yosítecreo, tan funcional en su momento para visibilizar lo que durante años permaneció en silencio, cancela la posibilidad de ejercer el pensamiento propio y la lectura crítica. La verdad es que no me interesa demostrar que ciertas denuncias son calumnias y que “la verdad caerá por su propio peso”. No sólo porque esto no es cierto —la verdad no cae por su propio peso: ahí está Donald Trump gobernando ese imperio en decadencia—, sino porque a veces las denuncias son falsas y a veces no. Eso es así. ¿Qué hacemos con eso? Pues pensar, analizar, cuestionar los relatos. Leer críticamente, analizar los grados de violencia, preguntarnos por qué en un tendedero se toman como iguales una denuncia por violación y otra que señala a un profesor por hacer mansplaining en sus clases, como si ejercer el arte de la explicación no fuera el trabajo del sujeto (que por cierto gana 60 pesos la hora, aunque esto ya es otro cuento). Y perdónenme, pero sostener que alguien es un “acosador” —así, como si esa fuera su identidad— por una denuncia que remata diciendo que no compartió una bibliografía porque años antes no le aceptó un café es una estupidez infantilizante.

Recuerdo que en el #Metoo de 2018 había varias de denuncias por el estilo: un montón de gente adulta infantilizada, incapaz de decidir, temerosa o confundida. Creo que eso es lo que hemos estado haciendo: confundir diversos ámbitos de la vida con la violencia. El conflicto no es abuso; corregir en clase con respeto no es ejercer mansplaining; invitar un café —si es que esto hubiera sucedido— no es acoso. Creer de entrada todo (#yosítecreo) y sostener que todo es violencia es participar del juego del castigo infinito; en pocas palabras, punitivismo del más conservador, que además se aplica sin concesión alguna a los compañeros, no a los poderosos. Estamos ante un montón de gente “de izquierda” reclamando la cárcel social para sus pares: de allí al sueño de Buekele hay pocos pasos.

Y, bueno, además están las denuncias falsas, ¿o qué no estamos viendo cómo Televisa fabricó testimonios para culpar a un adolescente de violencia sexual? Claro, dirán que el porcentaje es mínimo, y estoy de acuerdo. Así que, en vez de apelar al argumento de la verdad o la mentira, apelo a su capacidad de pensar y por lo tanto discernir, cuestionar, dudar, interpretar la realidad que se entrega como verdad absoluta. Por ejemplo, la denuncia contra Rafael Mondragón es absolutamente ridícula y la reacción que está provocando, desproporcionada. Está claro que quien la escribió buscaba dibujar la silueta del macho progre acosador, pero es que el relato ni siquiera le alcanza para esto. Y, además, ¿qué si Rafa fuera un militante que habla de la lucha? En 2018 muchos estuvieron dispuestos a aceptar o callar ante relatos así y a pasar del supuesto “me invitó un café” a concluir que ello describe a “un acosador sexual”. ¡¿De dónde?! Por eso, debemos pensar cuestionar, dudar, interpretar. Si no lo hacemos, estamos dispuestos a abrirle la puerta al pensamiento unidireccional del dogmatismo fascista. Dogmatismo que hoy se escuda tras la bandera de la libertad, porque en la izquierda estamos muy ocupados vigilando nuestros comportamientos. Acá pareciera que todos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario.

4.- La cancelación es silenciamiento y en el silenciamiento nadie puede demostrar su inocencia ni reparar el daño. Entiendo que ante la falta de impartición de justicia por parte del Estado (por cierto que nadie parece cuestionarse la pertinencia acudir al punitivismo estatal, pero ésa también es otra historia), hemos buscado otras instancias que “impartan” castigo. La universidad se convirtió en una de esas instancias: denuncias, tendederos, comisiones de género, etc. Todo un aparato que se echó a andar en 2018 y que tuvo diversas consecuencias, como expulsar de la universidad a profesores sin poder, pero incómodxs para las autoridades por pertenecer a diversos movimientos de izquierda. Le fue tan fácil a la autoridad agarrar por parejo todas las denuncias y deshacerse de quienes no estaban alineados con sus políticas. Y no estoy apelando a que la universidad se quede de brazos cruzados y no lleve a cabo una serie de acciones contra la violencia de género; estoy diciendo que lo que sucedió fue que de pronto teníamos a una institución educativa ejerciendo supuestamente justicia por medio de instancias como el Tribunal Universitario, que históricamente se ha dedicado a la persecución laboral y política de compañeros y compañeras. Para decirlo de otra manera, el feminismo progre decidió ampararse en una institución inquisitorial.

Además de esas nuevas instancias de justicia, el feminisimo del #yosítecreo ha hablado mucho de la reparación del daño. La cuestión es que en el ostracismo nadie puede reparar el daño; en la denuncia anónima nadie puede reparar el daño; en los relatos falsos nadie puede reparar el daño. Y la verdad es que ni siquiera sabemos cómo hacerlo. Por eso el castigo que se perpetúa, por eso la reactivación de las denuncias ante cualquier hecho: si alguien consiguió un trabajo, ganó un premio (o impulsó uno), publicó un libro, apareció en un evento, se atrevió a decir algo, se quitó la vida, la denuncia será reactivada para que vuelvan la vergüenza y el silencio (de los sujetos y de aquellos que los rodean). Es interesante además cómo a veces esta reactivación no viene ni siquiera de las propias denunciantes, sino de otras personas, como en el caso de Rafael Mondragón. “Hay que estar todas atentas para que nunca hagan nada, para que no se muevan, porque corremos peligro”, afirman categóricamente. En la reactivación no hay reparación del daño, hay castigo sin justicia. En ese sentido, desde mi perspectiva, no es momento de ponernos a “imaginar otras formas de impartir justicia”; es momento de decir “¡Ya basta!”, de dejar de participar de los mecanismos de la funa, que nos destruirán a todxs por igual.

5.- Dejar de participar de los mecanismos de la funa implica, desde de mi perspectiva, varias cosas: desde tenderle la mano a un amigo que se está enfrentando a la cancelación, hasta ponerle un alto a actitudes absurdas, como las de esa profesora que no deja entrar estudiantes varones a sus clases de literatura escrita por mujeres, o las de incentivar que las y los estudiantes dejen de leer ciertos autores por machistas, como si dejar de leerlos fuera nuevamente hacer justicia. Censurar no es justicia ni transformación: lo vemos claramente en el ascenso descarado de los discursos fascistas que durante años permanecieron en la periferia. La cuestión es que, a pesar de la censura, nunca se fueron. Mejor confrontar y cuestionar que cerrar los ojos. Las políticas de la cancelación quieren implementar la ceguera como forma de resistencia, pero “no ver” no cambia nada. Lo único que sucede es que nos encerramos en una burbuja de falsa pureza, mientras la vida allá afuera sigue.

6.- Celebro que el 2025 no sea el 2018 y que muchas personas estén dispuestas a defender a un amigo ante la denuncia; que el #yosítecreo no tenga hoy en día las mismas consecuencias que tuvo hace unos años, cuando todos permanecimos callados por miedo a las represalias. ¿Cuántos amigos perdieron en la funa? ¿A cuántos les dejaron de hablar por miedo a que los relacionaran con ellos? (No estoy diciendo que si querían dejar de hablarle a alguien no lo hicieran; estoy diciendo que si lo hicieron por miedo a la cancelación está terrible). Alguien preguntaba cínicamente en el exTuiter si el #yosítecreo tiene límites cuando se trata de un amigo. ¡Menos mal que (hoy en día) los tiene! Es un avance importante que las personas hoy estén dispuestas a no abandonar a un amigo frente a la denuncia, independientemente de si es cierta o falsa. Y no me refiero a que no lo abandonen para salir en su defensa, que esto no me parece mal, sino para también cuestionarlo, invitarlo a hacerse cargo de sus violencias, ayudarlo a responsabilizarse y cambiar. ¿Cómo vamos a mejorar, si lo único que nos interesa hacer es borrar del mapa a quienes se equivocan? ¿Por qué hablamos tanto de pedagogías alternativas y “nuevas masculinidades”, pero no queremos hacer la chamba educativa ni aceptar que los sujetos pueden cambiar, crecer, transformarse?

Creo que por ahora ya no tengo punto siete, así que sirva este cierre para reiterar mi apoyo a mi amigo Rafael Mondragón, a mi amiga Laura y a las compañeras de la editorial Heredad. Confío en que éste será un mal trago que pase pronto. La nutrida ola de solidaridad que hemos visto en redes ante este caso me hace creer que así será. Esa ola de solidaridad, por cierto, no viene nada más del hecho de que Rafa sea amigo —y muy querido— por mucha gente (cosa que, por cierto, no es casual: su comprometida trayectoria, en las aulas y fuera de ellas, lo ha hecho ser un compañero querido y admirado, en quien la gente no duda en confiar). También tiene, acaso, que ver con el hecho de que esta denuncia suena demasiado a calumnia y que, incluso si tuviera algo de verdad, la reacción a todas luces desproporcionada que ha provocado es injustificable. Sin embargo, no he hablado más de todo eso, porque mi propósito no es únicamente defender a Rafa, sino aprovechar que este caso en especial puede ser quizá el pretexto—o eso espero: al menos así servirá de algo— para al fin tener una conversación más amplia y profunda sobre la funa como mecanismo viciado que, lejos de solucionar los problemas que pretende atender, está teniendo efectos de veras nocivos y riesgosos.

P. D. Cada que escribo sobre esto me da terror lo que pueda pasar. Casi nunca pasa nada y los textos pasan casi inadvertidos. A veces algunas personas me escriben por privado y me dicen que qué bueno que escribí sobre eso. Igual me da terror que un día una compañera lo lea y decida cancelarme. Los mecanismos de silenciamiento operan por medio del miedo. Yo no soy necesariamente valiente, pero no soporto la frustración de quedarme callada. Sirva este texto para hablar también por otros que hoy en día no pueden decir nada ni defenderse ante los mecanismos de la funa.


NOTA DEL BLOG:

[1] Doctor en Letras con estudios posdoctorales por la Universidad Nacional Autónoma de México, en cuya Facultad de Filosofía y Letras es profesor.



* Publicado en Revista Común, 04.04.25.

Venta libros "Oikonomía" y "Reforma e Ilustración"

Oikonomía. Economía Moderna. Economías Oferta  sólo venta directa : $ 12.000.- (IVA incluido) 2da. edición - Ediciones ONG Werquehue - 2020 ...