Libertarios: amar más la teoría que a la realidad




Uno puede tener profundas e irreconciliables diferencias políticas, económicas y morales con los anarcocapitalistas. Pero el problema central con esta ideología --que lleva al límite del absurdo las ya cuestionables doctrinas de la "ciencia económica" y de la filosofía individualista-- es que es un voluntarismo ciego e irreflexivo que ignora una cuestión fundamental: la realidad.

No, no es serio, lógico ni conveniente amar más a una teoría que a la realidad. Y si esa teoría no te alerta sobre ese punto, es además es una mala teoría.


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En 2004, cerca de 200 anarcocapitalistas se mudaron al pequeño poblado de Grafton, de menos de mil habitantes. Con el libre mercado como puntal ideológico, lograron cortar impuestos y reducir el presupuesto municipal en un 30%. Aumentó el crimen, los conflictos domésticos y la gestión de la basura se transformó en un desastre. Entonces, llegaron los osos…


Diego Ortiz


Los libertarios aman el libre mercado. Aman las armas. Aman la “libertad”. En contraposición, odian al Estado, los impuestos, a los comunistas –entre varias otras ideologías despreciadas–, y, producto de una historia sacada del guión de una comedia, ahora podrían odiar a los osos.

Todo comenzó en 2004, cuando cerca de 200 anarcocapitalistas decidieron mudarse al pequeño poblado de Grafton, en el Estado de New Hampshire, Estados Unidos, lugar que se caracteriza por ser extremadamente laxo en cuanto a sus leyes de impuestos. En cuestión de años, el movimiento, bautizado The Free Town Project (“Proyecto Ciudad Libre”), logró bajar aún más la carga impositiva y reducir el presupuesto municipal en un 30%.

A los resultados esperables –empeoramiento de servicios básicos y conflictos en ascenso en la población– se sumó uno que terminó por sucumbir el proyecto: atraídos por la basura, cuya gestión se transformó en un desastre sin presupuesto ni ordenanzas, numerosos osos llegaron al proyecto.

La surreal historia es contada por el periodista norteamericano Mathew Hongoltz-Hertling, primero en un hilarante y extenso reportaje para la revista Atavist, titulado "Barbearians at the Gate", y luego en su libro A libertarian Walks into a Bear.

Hongoltz-Hertling relata el impacto que generaron los libertarios en la población local, de unos mil habitantes. Grafton, un pueblo rural que por aquellos años registró la mejor elección de un candidato a gobernador abiertamente libertario, alcanzando el 3%, podía considerarse abiertamente conservador. Incluso, registraban al momento de la oleada libertaria la mayor tasa per cápita de ametralladoras en población civil, compartiendo el amor por las armas con los anarcocapitalistas. Aún así, los pobladores de Grafton vieron extremismo en los postulados de sus nuevos vecinos.

“En la fiesta anual de manzanas, animaban a sus hijos a lanzar banderas de Estados Unidos al fuego. En los concejos municipales, que usualmente eran asuntos aburridos, insistían enfáticamente en retirar a Grafton del sistema educacional de la región, en condenar el manifiesto comunista y eliminar el financiamiento de la biblioteca”, relata el periodista en su reportaje.

Uno de los ideólogos de la meca libertaria fue Larry Pendarvis, según recopila el medio New Republic en una crónica sobre el tema. En ésta, aseguran que la población original de Grafton se espantó al leer sus postulados libertarios: “escribió sobre su intención de crear un espacio respetando la libertad de ‘traficar órganos, batirse a duelo, y el poco apreciado derecho de organizar peleas entre vagabundos’”. También argumenta a favor de lo que llama el “canibalismo consensual”.

Los graftonitas desconfiaban. Aun así, el Free Town Project consiguió buena parte de su cometido. Se aprobaron normas que redujeron el acotado presupuesto municipal de US$1 millón en un 30%, además de disminuir el financiamiento de la biblioteca comunal y cortar de raíz apoyos económicos al concejo de ciudadanos de la tercera edad del condado. También ahogaron los recursos monetarios y humanos de Grafton con demandas, combatiendo la figura del Estado en las urnas y el estrado.

Sin embargo, la utopía libertaria no se completó. Cortar servicios sociales al mínimo no vino acompañado de un boom empresarial que llegara a satisfacer las nuevas necesidades de la población. “A pesar de múltiples y prometedores esfuerzos, un sector privado robusto y randiano [por la filósofa y escritora rusa nacionalizada estadounidense, Ayn Rand, de los principales pensadores admirados por el anarcocapitalismo] falló en emerger para reemplazar los servicios públicos”, indicó Hongoltz-Hetling a New Republic, agregando que Grafton, que ya era “un refugio para gente en la miseria”, se transformó en un pueblo “salvaje”.

Los hoyos en las calles se multiplicaron, los conflictos domésticos aumentaron, los crímenes violentos incrementaron e incluso, los trabajadores de la ciudad comenzaron a quedarse sin calefacción. En entrevista con el medio Vox, el periodista contó que las quejas de vecinos aumentaron, el número de abusadores sexuales también e, incluso, se registraron los primeros homicidios desde que el pueblo tuviera memoria. De hecho, fue un doble homicidio durante una disputa entre convivientes. “Todas estas consecuencias negativas se empezaron a ampilar y, en eso, si el pueblo quería enfrentar estas cosas, digamos, con una policía robusta, en vez de eso se encontraban con que ésta estaba paralizada”, explica.

Además, llegaron los osos.

En específico, osos negros. De entre 60 y 280 kilogramos, hasta 2.9 metros de largo, capaces de correr hasta 40 km/h y con una fuerza con la que pueden levantar con una pata piedras de 150 kilos, esta especie de oso no solo comenzó a aventurarse en las casas de Free Town, sino que lo hicieron cada vez con menos miedo –y, según múltiples relatos recopilados por Hongoltz-Hetling–, con más violencia.

Las razones de su llegada fueron múltiples. Contrarios a todo lo que suene a regulación comunal, los libertarios se oponían a un mandato que exigiera basureros sellados, además de contar con un servicio de retiro de desechos insuficiente luego de las múltiples mutilaciones al presupuesto comunal. La basura humana, rica en calorías, se hizo irresistible para los osos, cuyo hábitat y alimento se ve año a año cada vez más reducido por la crisis climática.

También, el autor logró corroborar que vecinos del sector incluso alimentaban a los osos. A eso hay que sumar que la entidad responsable de la protección de la fauna del lugar, Fish and Game, también vio reducido su presupuesto y es, a la vez, una institución gubernamental y por tanto no bienvenida por los freetowners.

La presencia de una toxina que provoca una infección llamada toxoplasmosis, es citada también por el periodista como causa del comportamiento agresivo de los osos negros de Grafton, siendo esta muy común en desechos de gatos disponibles en la suculenta basura del poblado. Hongoltz-Hetling indica estudios donde hasta un 80% de osos muertos estudiados en la región tenían la toxina. La combinación de un componente químico, una costumbre cada vez mayor al humano y un calórico botín disponible 24/7 llevó a que los ataques de osos a humanos se multiplicaran.

“La gente en Free Town comenzó a darse cuenta que situaciones que se veían tan fáciles de resolver en abstracto eran difíciles de resolver en persona”, indica el periodista en la entrevista con New Republic. Para combatirlos hicieron peligrosas trampas, les lanzaron fuegos artificiales, llenaron de ají la basura y hasta cazaron osos (algo ilegal en aquel Estado). “Fue un desastre”, explicó en su conversación con Vox.

Al final, Mathew Hongoltz-Hetling saca conclusiones. “Es muy fácil caer en esta trampa de creer que si todos siguen este o aquel principio, entonces la sociedad se transformará en este sistema perfecto […] creo que si les dieras a los libertarios una varita mágica y les permitieras transformar la sociedad a su criterio, no funcionaría como ellos creen, y ocurriría lo que pasó en Grafton. Quizás esa es la lección”.

Free Town fracasó, según el autor, a mediados de 2016.



* Publicado en Interferencia, 27.08.23.

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