Sobre la (de)formación económica




Dejamos un fragmento de la "Introducción" del libro Oikonomía. Economía Moderna. Economías, titulada "En torno a la conveniencia de discutir lo económico más allá de la 'ciencia económica'". En estos párrafos seleccionados se tratan algunos aspectos de la peligrosa especialización de carácter reduccionista de la enseñanza económica ortodoxa.


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Un problema no menor, relacionado a la dogmática unidad económica moderna, es la extrema especificidad en la formación de los economistas. Se plantea una única manera de concebir los problemas de la esfera productivo-comercial y de la sociedad en general, la cual, además, es limitada o parcial. La disciplina asume una serie de supuestos, no solo como reales, sino que también como universales. Hipótesis inventadas que, desde los aportes verdaderamente empíricos de la historia económica, la sociología, la psicología, la antropología o de las visiones más amplias dentro de la propia economía occidental moderna, dejan en evidencia su falta de sustento, voluntarismo y carácter ideológico. Sin embargo, de igual modo, se les declara pertinentes para la humanidad en su conjunto, se les hace pasar por hechos científicos y se terminan enseñando en los establecimientos educacionales secundarios y universitarios como la economía y sirviendo como fundamento de políticas económicas.[1]

La especie entera será entendida y representada a modo de un único conjunto homogéneo. He ahí el indudable gran triunfo político y cultural, no científico ni académico, de la “ciencia económica”. (...)

Al llegar a este punto, se podría preguntar por qué se les entrega la inmensa responsabilidad de determinar el contexto y los factores de la vida material —con todo lo implicado en ello— a personas con una formación académica limitada y dogmática. ¿Confiaría usted en médicos con erróneos o mínimos conocimientos de anatomía, fisiología, patología u otras disciplinas necesarias para prevenir enfermedades o curarlas? Ese era el caso de los facultativos occidentales de antaño, quienes, en su ignorancia, estaban convencidos, por ejemplo, de la benignidad de sangrar a los enfermos. Asumiendo ese supuesto, si con el tratamiento el paciente llegaba a empeorar, el médico solo veía la necesidad de aumentar el remedio: hacían falta más sanguijuelas. Estaban cegados ante otras alternativas por su deficiente formación, su aceptación de falsedades como verdades y por la legitimación académica y social de sus fundamentos y métodos.

Por qué confiar la supervivencia personal y grupal a quienes creen neutral cooperar con la acumulación monetaria infinita de los grupos privilegiados, dado que no tienen formación política. A quienes no consideran las relaciones sociales asociadas a los procesos productivo-comerciales, pues no tienen conocimientos de sociología. A quienes no toman en cuenta las complejidades y particularidades culturales de los diversos sistemas de sustento, ya que tampoco tienen formación en antropología. A quienes no dominan a cabalidad los principios básicos por los cuales guían su propia labor y, por ende, tampoco pueden cuestionarlos o enmendar rumbos, pues su saber de los fundamentos de la economía o historia de las ideas es limitado o nulo. A quienes al desconocer historia económica ignoran la existencia de otros tipos de economías, las cuales pudieran servir de ejemplos para buscar alternativas y soluciones a determinados problemas o para no repetir errores. A quienes, si no se les enseña filosofía ni ética, no son dados a reflexionar en torno a las consecuencias provocadas por sus ideas y recomendaciones en la sociedad, las personas y la naturaleza. Y, en ese sentido, son incapaces de ir más allá de un pragmatismo utilitario de corto plazo que asume los contextos como dados y juzga cualquier situación por un único principio: el de costo-beneficio. 

No obstante esas graves falencias formativas, asimismo puede decirse que la economía ortodoxa sufre una enfermedad congénita. Al determinar el criterio de posibilidad de la existencia humana desde el inexorable principio de la “escasez”, se terminan asumiendo, desde esa limitada y antojadiza perspectiva, anodinas normas pragmáticas y utilitarias de lo que debe ser la vida. Tal mediocridad igualmente contamina a los propios economistas quienes se autoimponen una especie de castración mental: definir que su solo interés son los “medios” (escasos). De tal manera, al obviar los “fines” no toman en cuenta las cuestiones de fondo o en verdad importantes como el bien, la verdad, la justicia, la dignidad, la belleza, etc. Quienes asumen el “enfoque económico” quedan así atrapados en problemas secundarios, nimios, formales, circunstanciales o meramente técnicos. Salvo honrosas excepciones, los economistas se juegan la vida en el campo de los tecnicismos, en el que, a partir de su pragmatismo utilitario expresado en un complejo lenguaje esotérico y matemático, apoyado en datos estadísticos interpretados desde el “enfoque económico”, derrotan ufanos la que para ellos es la candidez e ignorancia de quienes no son “economistas profesionales”.[2]

Así las cosas, si permitir que profesionales con tal (de)formación y limitaciones teórico-metodológicas elaboren criterios para la vida socioeconómica de los pueblos es a lo menos imprudente, dejarlos a cargo de construir una sociedad y dirigirla es a todas luces insensato. Por supuesto no se trata de incapacidad ni mala fe de quienes se dedican a la economía, sino de una poderosa deformación profesional. Es un adiestramiento que da por resultado un tipo singular de pensamiento y de comprensión de la realidad, desde donde se desarrollan herramientas metodológicas que responden a ellas. El problema es el llamado “enfoque económico”. Es la ceguera y tozudez de asumir que la economía es una “ciencia” al modo de la física y no una disciplina sociocultural (con la formación humanista amplia que ello debe conllevar).

A todas esas limitaciones, hay que agregar la actitud etnocéntrica, cuyo monopolio, se aclara, no es de los economistas, y la cual supone la superioridad del saber del hombre blanco.[3]  En el caso latinoamericano, esa actitud se especifica en la sumisión y admiración ante el conocimiento euronorteamericano. Justamente, cuando se debe mirar al pasado y revisar los fundamentos de la economía occidental moderna, se insiste en el ámbito académico en la obligación de estar actualizados. Esto implica repetir ese saber euronorteamericano cristalizado y seguir las publicaciones indexadas más recientes.[4]


NOTAS:

[1] Dentro de la “ciencia económica” existe una postura pragmática que rescata los supuestos neoclásicos, porque, si bien son modelos simplificados de la realidad, serían fructíferos en términos de comprensión de esa realidad. Supuestamente tal perspectiva sería menos ideologizada, pero es discutible si el pragmatismo en sí mismo no lo es o no se ve afectado por la estructura ideológica de la “ciencia económica”.

[2] Cuán lejos están hoy los economistas “científicos” de la sensata caracterización que Keynes hacía de la profesión en un ensayo sobre Alfred Marshall en 1933: “el economista magistral debe poseer una rara combinación de dones (...) Debe ser matemático, historiador, estadista y filósofo, en algún grado. Debe entender símbolos y expresarse con palabras. Debe contemplar lo particular en términos de lo general, y tocar lo abstracto y lo concreto en el mismo vuelo del pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado con propósitos del futuro. Ninguna parte de la naturaleza humana o de sus instituciones debe quedar por fuera de su consideración. Debe tener propósitos y ser desinteresado de manera simultánea; tan apartado e incorruptible como un artista, pero a veces tan cerca de la tierra como un político” (Keynes citado en Streeten, 2007: 36-37). La necesaria amplitud de perspectiva fue reemplazada, a la fecha, por un afán de fatuo imperialismo cientificista que pretende abarcarlo todo a pesar de ser muy restringido en cuanto formación (Stigler, 1984).

[3] “El etnocentrismo es la tendencia a considerar la cultura propia como superior y a utilizar los estándares y valores propios para juzgar a los extranjeros. El etnocentrismo se atestigua cuando la gente considera que sus creencias culturales propias son las más veraces, más adecuadas o más morales frente a las de otros grupos (Kottak, 2011: 41-42).

[4] Relacionada a esas limitaciones está la excesiva importancia que la academia da al formato paper, el cual impide hacerse cargo de preguntas de mayor amplitud y profundidad. A pesar de que parezca una mala broma, en la academia es tal la “Tiranía del paper” (Santos-Herceg, 2012) que dicho formato... ¡ha desplazado al libro!



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