La ley de linchamiento en Estados Unidos




La tradicional cultura racista estadounidense y su materialización en linchamientos no es una cuestión que sobrevivió hasta el siglo XIX. Tuvo su expresión más brutal en los 4.400 negros linchados entre 1877 y 1950 (no pocos como un espectáculo público que incluía venta de souvenirs y de postales con fotografías de los cuerpos torturados). Práctica tolerada socialmente y, peor aún, por el sistema policial y judicial. Lo más terrible es que la gran mayoría de los linchamientos se produjeron entrado siglo XX, llegando incluso hasta 1968.

Los datos son de la organización estadounidense Iniciativa para una Justicia Igualitaria (EJI, por su nombre en inglés). Así las cosas, no es posible extrañarse de que recientemente surgiera el movimiento “Black Lives Matter” (“La vida de los negros importa”) a raíz de los numerosos asesinatos y agresiones policiales a personas negras en diversos estados de la Unión.


§§§


A partir de 1892, cuando su periódico, Memphis Free Speech, fue destruido, Ida B. Wells fue durante los cuarenta años siguientes la principal opositora a los linchamientos en Estados Unidos. A continuación, se comparte un discurso que pronunció sobre el tema ante un público de Chicago en enero de 1900.


Ida B. Wells


El crimen nacional de nuestro país es el linchamiento. No es algo que ocurre de un momento a otro, ni un estallido repentino de furia descontrolada, ni la brutalidad indescriptible de una turba enloquecida. Representa la deliberación fría y calculadora de personas inteligentes que confiesan abiertamente que existe una “ley no escrita” que les justifica ejecutar a seres humanos sin quejarse bajo juramento, sin juicio por jurado, sin oportunidad de defenderse y sin derecho a apelación

La “ley no escrita” encontró excusa por primera vez en el hombre rudo, rudo y decidido que abandonó los centros civilizados de los estados del este para buscar ganancias rápidas en los yacimientos de oro del lejano Oeste. Siguiendo la incierta búsqueda de una fortuna que siempre les resultaba esquiva, se enfrentaron al salvajismo de los indios [*], a las penurias de los viajes por las montañas y al terror constante de los forajidos de los estados fronterizos.

Naturalmente, toleraban poco a los traidores de sus propias filas. Les bastaba con luchar contra los enemigos de fuera; ¡ay del enemigo de dentro! Lejos de los tribunales de la vida civilizada y sin ninguna protección de ellos, estos buscadores de fortuna hacían leyes para hacer frente a sus diversas emergencias. El ladrón que robaba un caballo, el matón que se aprovechaba de un terreno, eran enemigos comunes. Si lo atrapaban, lo juzgaban de inmediato y, si lo encontraban culpable, lo colgaban del árbol bajo el que se reunía el tribunal.

Eran días de mucha actividad, de gente muy ocupada. No había tiempo para dar al preso una carta de excepción o una suspensión de la ejecución. La única manera de conseguir una suspensión de la ejecución era comportarse bien. El juez Lynch era original en sus métodos, pero sumamente eficaz en sus procedimientos. Formulaba la acusación, convocaba a los jurados y ordenaba la ejecución. Cuando el tribunal suspendía la sesión, el preso estaba muerto. Así pues, la ley del linchamiento prevaleció en el lejano Oeste hasta que la civilización [anglosajona] se extendió a los Territorios y los procesos ordenados de la ley ocuparon su lugar. Al no existir ya la emergencia, el linchamiento desapareció gradualmente del Oeste.

Pero el espíritu de la mafia parecía haberse apoderado de las clases sin ley, y el lúgubre proceso que al principio se invocó para declarar la justicia se convirtió en la excusa para ejecutar la venganza y encubrir el crimen. Apareció después en el Sur, donde siglos de civilización anglosajona habían hecho efectivas todas las salvaguardas del procedimiento judicial. Ninguna emergencia exigía la ley del linchamiento. Afirmó su influencia desafiando la ley y en favor de la anarquía. Allí ha florecido desde entonces, marcando los treinta años de su existencia con la matanza inhumana de más de diez mil hombres, mujeres y niños a balazos, ahogándolos, ahorcándolos y quemándolos vivos. No sólo eso, sino que la fuerza del ejemplo es tan potente que la manía de los linchamientos se ha extendido por todo el Norte y el Medio Oeste. Hoy no es raro leer sobre linchamientos al norte de la línea de Mason y Dixon, y los principales responsables de esta moda señalan con regocijo estos casos y afirman que el Norte no es mejor que el Sur.

Esta es la obra de la “ley no escrita” de la que tanto se habla, y en cuyo nombre la carnicería se convierte en un pasatiempo y se tolera el salvajismo nacional. El primer estatuto de esta “ley no escrita” se redactó con la sangre de miles de hombres valientes que pensaron que un gobierno lo suficientemente bueno como para crear una ciudadanía era lo suficientemente fuerte como para protegerla. Bajo la autoridad de una ley nacional que otorgaba a todos los ciudadanos el derecho a votar, los nuevos ciudadanos optaron por ejercer su sufragio. Pero el reinado de la ley nacional fue efímero e ilusorio. 

Apenas se habían secado las sentencias en los códigos cuando un estado sureño tras otro alzó el grito contra la “dominación negra” y proclamó que existía una “ley no escrita” que justificaba cualquier medio para resistirla.

El método que se puso en marcha fueron los atropellos de las bandas de “camisas rojas” de Luisiana, Carolina del Sur y otros estados del Sur, a los que sucedieron los Ku-Klux Klans. Estos defensores de la “ley no escrita” declararon audazmente su propósito de intimidar, reprimir y anular el derecho de los negros a votar. En apoyo de sus planes, el Ku-Klux Klans, las “camisas rojas” y organizaciones similares procedieron a golpear, exiliar y matar a los negros hasta que se cumplió el propósito de su organización y se hizo efectiva la supremacía de la “ley no escrita”. 

Así comenzaron los linchamientos en el Sur, que se extendieron rápidamente a los diversos estados hasta que se anuló la ley nacional y el reinado de la “ley no escrita” fue supremo. Las bandas de “camisas rojas” sacaron a los hombres de sus hogares y los desnudaron, golpearon y exiliaron; otros fueron asesinados cuando su prominencia política los hizo odiosos a sus oponentes políticos. Mientras que la barbarie del Ku Klux Klux en los días de elecciones, deleitándose en la masacre de miles de votantes de color, proporcionó registros en las investigaciones del Congreso que son una vergüenza para la civilización.

La supuesta amenaza del sufragio universal se evitó con la supresión absoluta del voto negro, por lo que el espíritu de asesinato por parte de la turba debería haberse satisfecho y la carnicería de negros debería haber cesado. Pero hombres, mujeres y niños fueron víctimas de asesinatos por parte de individuos y de asesinatos por parte de la turba, tal como lo habían sido cuando fueron asesinados por exigencias de la “ley no escrita” para impedir la “dominación negra”. 

Se mató a negros por disputar con sus empleadores sobre los términos de los contratos. Si se quemaban algunos graneros, se mataba a algún hombre de color para impedirlo. Si un hombre de color se resentía por la imposición de un hombre blanco y los dos llegaban a las manos, el hombre de color tenía que morir, ya fuera a manos del hombre blanco en ese momento o más tarde a manos de una turba que se reunió rápidamente. Si mostraba un espíritu de hombría valiente, se lo ahorcaba por sus esfuerzos, y el asesinato se justificaba con la declaración de que era un “negro descarado”. Mujeres de color han sido asesinadas porque se negaron a decirle a las turbas dónde podían encontrar a sus familiares para “lincharlos”. Muchachos de catorce años han sido linchados por representantes blancos de la civilización estadounidense. 

De hecho, por todo tipo de delitos –y por ninguno–, desde asesinatos hasta delitos menores, se ejecuta a hombres y mujeres sin juez ni jurado; de modo que, aunque la excusa política ya no era necesaria, el asesinato en masa de seres humanos siguió igual. Se dio un nuevo nombre a los asesinatos y se inventó una nueva excusa para hacerlo.

Una vez más se invoca la ayuda de la “ley no escrita”, y una vez más viene al rescate. Durante los últimos diez años se ha añadido un nuevo estatuto a la “ley no escrita”. Este estatuto proclama que por ciertos delitos o presuntos delitos no se permitirá que ningún negro sea sometido a juicio; que ninguna mujer blanca será obligada a presentar cargos de agresión bajo juramento ni a someter dichos cargos a la investigación de un tribunal de justicia. El resultado es que se ha ejecutado a muchos hombres cuya inocencia se estableció posteriormente; y hoy, bajo este reinado de la “ley no escrita”, ningún hombre de color, sin importar cuál sea su reputación, está a salvo de ser linchado si una mujer blanca, sin importar su posición o motivo, decide acusarlo de insulto o agresión.

Se considera una excusa suficiente y una justificación razonable para condenar a muerte a un prisionero en virtud de esta “ley no escrita” por la acusación frecuentemente repetida de que estos horrores de linchamientos son necesarios para prevenir crímenes contra las mujeres. Se ha apelado al sentimiento del país al describir la condición aislada de las familias blancas en distritos densamente poblados por negros; y se ha hecho la acusación de que estos hogares corren un peligro tan grande como si estuvieran rodeados de bestias salvajes. Y el mundo ha aceptado esta teoría sin trabas ni obstáculos. 

En muchos casos se ha expresado abiertamente que el destino que se le impuso a la víctima era sólo el que se merecía. En muchos otros casos ha habido un silencio que dice con más fuerza que las palabras que es correcto y apropiado que un ser humano sea capturado por una turba y quemado vivo por la acusación no jurada y no corroborada de su acusador. No importa que nuestras leyes presupongan que todo hombre es inocente hasta que se demuestre su culpabilidad; no importa que dejen a cierta clase de individuos completamente a merced de otra clase; no importa que aliente a los criminales a pintarse la cara de negro y a cometer cualquier delito del calendario con tal de arrojar sospechas sobre algún negro, como se hace con frecuencia, y luego conducir a una turba a quitarle la vida; no importa que las turbas conviertan la ley en una farsa y la justicia en una burla; no importa que cientos de muchachos se estén endureciendo en el crimen y se estén educando en el vicio mediante la repetición de tales escenas ante sus ojos: si una mujer blanca se declara insultada o agredida, alguna vida debe pagar la pena, con todos los horrores de la Inquisición española y toda la barbarie de la Edad Media. El mundo observa y dice que está bien.

En este país, no sólo se ejecuta anualmente a doscientos hombres y mujeres, en promedio, a manos de las turbas, sino que estas vidas se eliminan con la mayor publicidad. En muchos casos, los ciudadanos importantes ayudan e incitan con su presencia cuando no participan, y los periódicos más importantes inflaman la opinión pública hasta el punto de provocar linchamientos con artículos que asustan a la gente y ofrecen recompensas. 

Siempre que se anuncia una quema, los ferrocarriles organizan excursiones, se toman fotografías y se disfruta del mismo júbilo que caracterizaba los ahorcamientos públicos de hace cien años. Sin embargo, hay una diferencia: en aquellos viejos tiempos, a la multitud que estaba presente sólo se le permitía abuchear o burlarse. La turba que linchaba en el siglo XIX corta orejas, dedos de las manos y de los pies, despoja de carne y distribuye porciones del cuerpo como recuerdos entre la multitud. Si los líderes de la turba así lo desean, se vierte aceite de carbón sobre el cuerpo y luego se asa a la víctima hasta la muerte. 

Esto se ha hecho en Texarkana y Paris, Texas, en Bardswell, Kentucky, y en Newman, Georgia. En Paris, los agentes de la ley entregaron al prisionero a la multitud. El alcalde dio vacaciones a los niños de la escuela y los ferrocarriles hicieron funcionar trenes de excursión para que la gente pudiera ver a un ser humano quemado vivo. En Texarkana, el año anterior, hombres y niños se divertían cortando tiras de carne y clavando cuchillos en sus víctimas indefensas. En Newman, Georgia, el año en curso, la multitud intentó todas las torturas imaginables para obligar a la víctima a gritar y confesar, antes de prender fuego a los haces de leña que lo quemaron. Pero sus esfuerzos fueron en vano: nunca profirió un grito y no pudieron obligarlo a confesar.

Esta situación sería lo bastante brutal y horrible si fuera cierto que los linchamientos se producen únicamente por la comisión de crímenes contra las mujeres, como lo declaran constantemente ministros, editores, abogados, maestros, estadistas e incluso las propias mujeres. A quienes cometieron los linchamientos les ha interesado ensuciar el buen nombre de las indefensas e indefensas víctimas de su odio. Por esta razón, publican en cada oportunidad posible esta excusa para el linchamiento, con la esperanza no sólo de paliar su propio crimen, sino al mismo tiempo de demostrar que el negro es un monstruo moral e indigno del respeto y la simpatía del mundo civilizado. Pero esta supuesta razón se suma a la injusticia deliberada del trabajo de la turba. En lugar de que los linchamientos sean causados ​​por ataques a mujeres, las estadísticas muestran que ni una tercera parte de las víctimas de linchamientos son siquiera acusadas de tales crímenes. El Chicago Tribune, que publica anualmente estadísticas sobre linchamientos, es una autoridad en lo siguiente:

En 1892, cuando los linchamientos alcanzaron su punto álgido, hubo 241 personas linchadas. La cifra total se reparte entre los siguientes estados:

Alabama……… 22                     Montana………. 4
Arkansas…….. 25                      Nueva York……… 1
California…… 3                         Carolina del Norte… 5
Florida……… 11                         Dakota del Norte….. 1
Georgia……… 17                        Ohio…………. 3
Idaho……….. 8                           Carolina del Sur… 5
Illinois…….. 1                             Tennessee…….. 28
Kansas………. 3                          Texas………… 15
Kentucky…….. 9                        Virginia……… 7
Luisiana……. 29                        Virginia Occidental…. 5
Maryland…….. 1                        Wyoming………. 9
Territorio de Arizona…. 3       Misuri………. 6
Misisipi….. 16                            Oklahoma…… 2

De esta cifra, 160 eran de ascendencia negra. Cuatro de ellos fueron linchados en Nueva York, Ohio y Kansas; el resto fueron asesinados en el Sur. Cinco de ellos eran mujeres. Los cargos por los que fueron linchados abarcan una amplia gama. Son los siguientes:

Violación……………… 46        Intento de violación…… 11
Asesinato……………. 58         Sospecha de robo… 4
Disturbios…………… 3           Hurto…………. 1
Prejuicio racial…….. 6          Defensa propia…….. 1
No se indicó causa…….. 4    Insultos a mujeres…. 2
Incendio………. 6                   Desesperados……… 6
Robo…………… 6                    Fraude…………… 1
Agresión y lesiones… 1         Intento de asesinato…. 2
No se indicó delito, niño y niña………….. 2

En el caso del niño y la niña antes mencionados, su padre, llamado Hastings, fue acusado del asesinato de un hombre blanco. Su hija de catorce años y su hijo de dieciséis fueron ahorcados y sus cuerpos llenos de balas; luego, el padre también fue linchado. Esto ocurrió en noviembre de 1892 en Jonesville, Luisiana.

En efecto, los registros de los últimos veinte años muestran exactamente la misma o una proporción menor de personas acusadas de este horrible crimen. Un buen número de los casos de asaltos que el autor ha investigado personalmente han demostrado que no había fundamentos reales para las acusaciones; sin embargo, no se afirma que no haya verdaderos culpables entre ellos. 

El negro ha estado demasiado tiempo asociado con el hombre blanco como para no haber copiado sus vicios, así como sus virtudes. Pero el negro resiente y repudia por completo los esfuerzos por manchar su buen nombre afirmando que los asaltos a las mujeres son peculiares de su raza. El negro ha sufrido mucho más por la comisión de este crimen contra las mujeres de su raza por parte de hombres blancos de lo que la raza blanca ha sufrido jamás por sus crímenes. Se presta muy poca atención al asunto cuando estas son las circunstancias. Lo que se convierte en un crimen que merece la pena capital cuando se invierten las tornas es una cuestión de poca importancia cuando la mujer negra es la parte acusadora.

Pero como el mundo ha aceptado esta afirmación falsa e injusta, y la carga de la prueba ha recaído sobre el negro para que reivindique su raza, éste está tomando medidas para hacerlo. La Oficina Anti-Linchamiento del Consejo Nacional Afroamericano está organizando la investigación de todos los linchamientos y la publicación de los hechos ante el mundo, como se ha hecho en el caso de Sam Hose, que fue quemado vivo el pasado mes de abril [de 1900] en Newman, Georgia. El informe del detective demostró que Hose mató a Cranford, su empleador, en defensa propia, y que, mientras una turba se organizaba para cazar a Hose para castigarlo por matar a un hombre blanco, no fue hasta veinticuatro horas después del asesinato que circuló la acusación de violación, adornada con imposibilidades psicológicas y físicas. Eso dio un impulso a la caza, y la recompensa de 500 dólares del Atlanta Constitution animó a la turba a quemarlo y asarlo. De quinientos recortes de periódicos sobre ese horrible asunto, el noventa por ciento de ellos asumían la culpabilidad de Hose, simplemente porque así lo dijeron sus asesinos y porque está de moda creer que el negro es particularmente adicto a este tipo de crimen. Todo lo que pide el negro es justicia, un juicio justo e imparcial en los tribunales del país. Si eso se da, aceptará el resultado.

Pero esta cuestión afecta a toda la nación norteamericana, y desde varios puntos de vista: primero, por razones de coherencia. Nuestro lema ha sido “la tierra de los libres y el hogar de los valientes”. Los hombres valientes no se reúnen por miles para torturar y asesinar a un solo individuo, tan amordazado y atado que no puede ofrecer ni siquiera una débil resistencia o defensa. Tampoco los hombres o mujeres valientes se quedan de brazos cruzados viendo que se hacen tales cosas sin remordimientos de conciencia, ni leen sobre ellas sin protestar. Nuestra nación ha sido activa y franca en sus esfuerzos por corregir los errores del cristiano armenio, el judío ruso, el gobernante local irlandés, las mujeres nativas de la India, el exiliado siberiano y el patriota cubano. ¡Seguramente debería ser el deber de la nación corregir sus propios males!

En segundo lugar, por razones económicas. A quienes no se convencen desde ningún otro punto de vista sobre esta cuestión trascendental, no les vendría mal considerar la fase económica. Es de conocimiento general que las turbas de Luisiana, Colorado, Wyoming y otros estados han linchado a súbditos de otros países. Cuando sus diferentes gobiernos exigieron satisfacción, nuestro país se vio obligado a confesar su incapacidad para proteger a dichos súbditos en los distintos estados debido a nuestras doctrinas de derechos estatales, o a exigir a su vez el castigo de los linchadores

Esta confesión, aunque humillante en extremo, no fue satisfactoria; y, aunque Estados Unidos no puede proteger, puede pagar. Así lo ha hecho, y es seguro que tendrá que volver a hacerlo en el caso del reciente linchamiento de italianos en Luisiana. Estados Unidos ya ha pagado en indemnizaciones por linchamiento casi medio millón de dólares, como sigue:

Pagó a China por la masacre de Rock Springs (Wyoming) 147.748,74 dólares.
Pagó a China por los ultrajes cometidos en la Costa del Pacífico 276.619,75.
Pagó a Italia por la masacre de prisioneros italianos en
Nueva Orleans 24.330,90-
Pagó a Italia por los linchamientos de Walsenburg, Col 10.000,00-
Pagó a Gran Bretaña por los ultrajes cometidos contra James Bain y Frederick Dawson 2.800,00.

En tercer lugar, por el honor de la civilización anglosajona. Ningún detractor de nuestra tan alardeada civilización estadounidense podría decir algo más duro de ella que el propio hombre blanco norteamericano, que dice que es incapaz de proteger el honor de sus mujeres sin recurrir a exhibiciones tan brutales, inhumanas y degradantes como las que caracterizan a las “abejas de linchamiento”. Los caníbales de las islas de los mares del Sur asan vivos a seres humanos para saciar su hambre. El indio piel roja de las llanuras occidentales ataba a su prisionero a la hoguera, lo torturaba y bailaba con diabólico júbilo [sic] mientras su víctima se retorcía en las llamas. Su mente salvaje e inculta [sic] no sugería mejor manera que la de vengarse de quienes le habían hecho daño. Esas personas no sabían nada sobre el cristianismo y no profesaban seguir sus enseñanzas; pero las leyes primarias que tenían las respetaban [*]. 

Ninguna nación, salvaje o civilizada, salvo los Estados Unidos de América, ha confesado su incapacidad para proteger a sus mujeres, salvo ahorcando, fusilando y quemando a los presuntos infractores.

Por último, por amor a la patria. Ningún estadounidense viaja al extranjero sin avergonzarse de su país en este sentido. Y cualquiera que sea la excusa que se use en Estados Unidos, de nada sirve en el extranjero. Con todos los poderes del gobierno bajo control; con todas las leyes hechas por hombres blancos, administradas por jueces, jurados, fiscales y alguaciles blancos; con todos los cargos del departamento ejecutivo ocupados por hombres blancos, no se puede ofrecer ninguna excusa para cambiar la administración ordenada de justicia por linchamientos bárbaros y “leyes no escritas”. 

Nuestro país debe ser colocado rápidamente por encima del plano de confesar que ha fracasado en su autogobierno. Esto no puede suceder hasta que los estadounidenses de todos los sectores, del más amplio patriotismo y de la mejor y más sabia ciudadanía, no sólo vean el defecto en la armadura de nuestro país, sino que tomen las medidas necesarias para remediarlo. Aunque los linchamientos han aumentado en número y en barbarie durante los últimos veinte años [1880-1900], no ha habido ningún esfuerzo de las numerosas fuerzas morales y filantrópicas del país para poner fin a esta matanza generalizada. De hecho, el silencio y la aparente condonación se hacen más marcados a medida que pasan los años.

Hace unos meses, la conciencia de este país se estremeció cuando, tras un proceso de dos semanas, un tribunal judicial francés declaró culpable al capitán Dreyfus. Y, sin embargo, en nuestro propio país y bajo nuestra propia bandera, el autor puede dar datos y detalles de mil hombres, mujeres y niños que durante los últimos seis años fueron ejecutados sin juicio ante ningún tribunal del mundo. Humillante, en verdad, pero del todo incontestable, fue la respuesta de la prensa francesa a nuestra protesta: “Detengan sus linchamientos en casa antes de enviar sus protestas al extranjero”.


NOTA DEL BLOG:

[*] Como se ve y se verá más adelante, la denuncia de Wells sobre los linchamientos de negros, horripilante expresión del racismo, no era obstáculo para que la autora muestre su racismo en contra de los nativos norteamericanos... En eso era tan estadounidense como sus conciudadanos blancos.



* Publicado en Black Past, 13.04.10.

La pureza de las armas o cómo Israel justifica sus crímenes




“La pureza de armas de los militares de las FDI [Fuerzas de Defensa de Israel] consiste en su autocontrol en el uso de la fuerza armada. Utilizarán sus armas únicamente con el fin de cumplir su misión, sin causar daños innecesarios a la vida o la integridad física, la dignidad o la propiedad de los soldados y de los civiles, con especial consideración por los indefensos..."


Alexandra Sesmero Navarro


El 5 de noviembre de 2024, Yoav Gallant era destituido como ministro de Defensa por el primer ministro Benjamin Netanyahu tras varias semanas de rumores y meses de desencuentros entre ambos. Gallant, en su discurso de despedida, aseguró que una “oscuridad moral ha caído sobre Israel”.

El 6 de agosto del mismo año, Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas, declaraba: “nadie permitirá que hagamos morir de hambre a dos millones de civiles, aunque pueda ser justificado y moral hasta que devuelvan a nuestros rehenes. […] Pero, ¿qué podemos hacer? Vivimos hoy en una cierta realidad, necesitamos legitimidad internacional para esta guerra». Semanas antes, el 7 de junio, Israel defendía ante Naciones Unidas que “su ejército era el más moral del mundo”.


El concepto de la pureza de las armas

Estos son solo algunos ejemplos recientes de cómo las acciones llevadas a cabo por el Estado hebreo y por el ejército israelí se ven reiteradamente explicadas y justificadas a través de la moral. Y es que los valores morales en los que se asienta el Espíritu de las Fuerzas de Defensa de Israel (Ruach Tzahal) tienen su origen en un contexto religioso, donde la ley y la tradición judía prevalecen, combinándose con valores universales como el de la dignidad humana. Al menos sobre el papel.

Aquí es donde surge el concepto Tohar ha-Neshek o pureza de las armas, uno de valores que se desprende de la dignidad humana, uno de los tres pilares fundamentales del código. Se define de la siguiente manera:
“La pureza de armas de los militares de las FDI [Fuerzas de Defensa de Israel]  consiste en su autocontrol en el uso de la fuerza armada. Utilizarán sus armas únicamente con el fin de cumplir su misión, sin causar daños innecesarios a la vida o la integridad física, la dignidad o la propiedad de los soldados y de los civiles, con especial consideración por los indefensos, ya sea en tiempos de guerra, durante operaciones rutinarias de seguridad, en ausencia de combate o en tiempos de paz"
El hecho de que estos valores éticos y morales deriven del judaísmo asegura un alto grado de aprobación por parte de la población israelí, que confía ciegamente su seguridad integral a las FDI. No menos importante es la inclusión de la dignidad humana como valor universal, que busca y encuentra el indispensable apoyo y aprobación de la comunidad internacional, tal y como indicaba Smotrich en aquellas declaraciones.

El concepto pureza de las armas, que aboga por un uso limpio y moral, es en sí mismo un dilema ético y lingüístico, ya que en términos de humanidad, ambos conceptos son totalmente opuestos. Pero no sorprende, puesto que Israel siempre ha suscitado este tipo de doble moralidad que ha causado tantas controversias y maniobras para perpetuar la aprobación de sus actos ante la opinión pública israelí y, especialmente, ante el apoyo político y la opinión de Occidente.

Con esta doble moral, Israel trata de proyectar una imagen no colonialista tanto dentro como fuera, mientras que sus políticas tienen claras intenciones de continuar con la ocupación del territorio. En este sentido, habla de su misión colonialista en términos de “ocupación liberal”, justificando cualquier acto –asesinatos, daños colaterales, medidas represivas, etcétera– como un acto moral. Y es que el Estado de Israel considera toda acción contraria a sus intereses una amenaza, de ahí que aplique el principio de autodefensa o defensa activa y preventiva, tal y como acostumbra a llamar.

Para el Estado hebreo, toda forma de resistencia es terrorismo, incluso cuando no se emplea armamento y se protesta en forma de intifada, revueltas populares o denuncias en redes sociales, a pesar de que en la propia definición se hacía hincapié en “sin causar daños innecesarios[…] con especial consideración por los indefensos”.

Sin embargo, estamos viendo reiteradamente que en estos casos las FDI aplican todo su arsenal de estrategias militares, respondiendo en algunos casos de forma desmesurada. Y es que la desproporcionalidad del armamento empleado, los sistemas de seguridad y espionaje, los servicios de inteligencia y las estrategias militares utilizadas, son más acordes a un Estado que libra una guerra contra un enemigo que dispone de unos recursos similares. Pero este no es el caso.

Para justificar esta desproporcionalidad contra la población palestina, y para quebrantar de manera abierta los valores éticos como la pureza de las armas y la dignidad humana, es necesario llevar a cabo una contundente campaña que deshumanice y “descivilice” a la población palestina. Y en esto, Israel tiene más de 70 años de experiencia.


La moralidad de los actos de Israel

Para preservar el respaldo de Occidente en sus acciones de “defensa” contra la población palestina, el Estado de Israel ha recurrido sistemáticamente al Holocausto como una suerte de protección moral, pues ha sido elevado dentro de la conciencia occidental como el mayor y más grave crimen de la humanidad, imposible de igualar.

Según Noam Chomsky, el Holocausto puso de manifiesto las horribles consecuencias del antisemitismo. En este sentido, el papel de Estados Unidos y Europa durante y después de estos acontecimientos ha ocasionado una especie de sentimiento de culpa, que se intensificó especialmente a partir de 1967 en una combinación de intereses geopolíticos que elevó el “nunca más” a política de Estado para escudar a Israel de cualquiera de sus acciones.

Sentimiento de culpa al que se suman los intereses estratégicos de tener a Israel como aliado en la región, los altos beneficios de la industria armamentística y las presiones políticas internas del lobby israelí, provocando que las acciones llevadas a cabo por Israel sean presentadas y percibidas como guiadas por un “propósito moral superior”. Esto se traduce en que Occidente se muestra permisivo y justifica las medidas israelíes bajo la idea de un supuesto derecho a la defensa, en la cual cabe prácticamente cualquier acción.

Con cada operación, Israel comprueba las reacciones de la opinión pública en general, y de la comunidad internacional en particular. En caso de no producirse críticas contundentes sobre sus actos, incrementará el grado de violencia en acciones futuras, sin justificación de ningún tipo y contando con la aceptación de Occidente.

Y esto ocurre porque a lo largo de los años se ha desarrollado una relación muy estrecha y fuertemente consolidada con Occidente en la que los valores implícitos en las misiones llevadas a cabo por Israel se han ido internalizando y reforzándose cada vez más, hasta el punto de que se han tolerado unos valores que jamás se han implantado tan firme y abiertamente en ningún otro Estado.

Para reforzar esta “protección moral” derivada del sufrimiento vivido por el pueblo judío, Israel ha encontrado en el terrorismo su mayor baza para poder justificar su estrategia “defensiva”. Pues basta con hacer creer que están librando una guerra contra el terrorismo islamista para contar con sólidos apoyos por parte de Occidente, disfrazando con este argumento su política colonialista.

Naftali Bennet declaró, durante su cargo como ministro de Educación, que Israel siempre ha estado en la primera línea de la guerra global contra el terrorismo, haciendo de frontera entre el mundo libre y civilizado y el islamismo radical. En su discurso mostró la relevancia del papel que juega frenando el extremismo islamista e impidiendo que este llegue a Europa, advirtiendo que nadie osara sugerir que la ocupación israelí era «inmoral».

La necesidad de contar con apoyos y aprobación de Europa ya preocupaba a Theodor Herzl en 1896, cuando en su obra El Estado judío decía:
“Para Europa formaríamos allí un baluarte contra Asia; estaríamos al servicio de los puestos de avanzada de la cultura contra la barbarie. En tanto que [se trataría de un] Estado neutral, mantendríamos relación con toda Europa, que tendría que garantizar nuestra existencia
Bajo estos argumentos, Israel ha reforzado su compromiso con Occidente como aliado clave que lucha contra el terrorismo en la región, y su mensaje de que la resistencia palestina, y en extensión la población palestina es terrorista, ha calado hondo. Este discurso se ha hecho muy popular entre grupos ultraderechistas, que han mostrado su respaldo incondicional a Israel –a pesar de ser grupos tradicionalmente antisemitas–, ondeando su bandera en marchas en Reino Unido, Alemania o incluso en el asalto al Capitolio de Estados Unidos.

En definitiva, esta estrategia es una más de la que Israel se vale para justificar moralmente los actos llevados a cabo contra el pueblo palestino, que es el enemigo número uno por amenazar la existencia del Estado israelí.

¿Dónde queda la pureza de las armas y el principio de dignidad humana en este tablero? Para el ejército israelí no hay médicos, periodistas, niños y niñas muertas; hay terroristas eliminados. Su campaña ha permitido deshumanizar todo indicio de que se trata de civiles inocentes e indefensos, y pasa al discurso de que todo palestino lleva implícita la condición de terrorista.

A lo largo de los años, han sido varios los presidentes israelíes, ministros y jefes del ejército los que se han referido a la sociedad palestina como sociedad enemiga, señalando la necesidad de eliminarla o, al menos, combatirla. En el imaginario israelí –y de gran parte de su sociedad–, el pueblo palestino es un elemento activo de un proyecto de destrucción de la existencia de Israel. Así pues, su eliminación se integra en el plan general de “defensa” del Estado, quedando así moralmente justificada.

Si las semillas de la deshumanización no hubieran calado tan hondo, Smotrich no se habría atrevido a hacer aquellas declaraciones, que por cierto, fueron recibidas en Israel con indiferencia. Es precisamente esta figura en cuestión quien ve con gran facilidad la adopción por parte del gobierno y del ejército israelí de su famoso Plan Decisivo. Un enfoque que se basa en la idea de que la existencia de dos aspiraciones nacionales en conflicto solo garantizará un futuro de derramamiento de sangre, por lo que la solución para alcanzar la paz pasa por que una de las dos partes ceda “voluntariamente o por la fuerza” a sus aspiraciones y su identidad.

Smotrich hace referencia a las FDI cuando advierte en su Plan Decisivo que las opciones para la población palestina son la de seguir viviendo en la tierra de Israel con un status inferior o emigrar a terceros países. En caso de escoger la opción de enfrentarse y continuar con sus aspiraciones nacionalistas, serán identificados como terroristas y es cuando el ejército israelí, con sus valores morales, contaría con el beneplácito para “matar a quienes deben ser asesinados”.

Aunque este plan fue percibido en su presentación en 2019 como delirante y peligroso, actualmente se ha constatado que muchos sectores de la opinión pública han interiorizado y normalizado este enfoque. Esta aceptación no se limita solo a la sociedad, sino que a nivel político ha dejado de parecer un disparate. Prueba de ello es que el 21 de octubre de 2024 el Movimiento Colono Nachala celebró la Conferencia para el Asentamiento de Gaza, con la participación de ministros y miembros del partido Likud en el parlamento.

No es la primera vez que Smotrich participa en este tipo de eventos donde se promueve la soberanía israelí sobre los territorios árabes ocupados y la expulsión de la población árabe de los mismos. Tampoco sorprende que miembros del Likud ni siquiera traten de esconder su asistencia, pues la lógica de su postura –fuertemente enraizada en el sionismo liberal y socialista– comparte esta idea de que la población árabe debe reducirse; y así lo expresó Ariel Sharon decenas de veces.

La magnitud de los acontecimientos desde el 7 de octubre de 2023 en Gaza ha polarizado a la opinión pública tanto dentro como fuera de las polémicas fronteras del Estado de Israel, y es que su incesante campaña de deshumanización le ha servido a Tel Aviv para acallar las voces que se han alzado durante décadas contra la ocupación; voces que apenas provenían del pueblo palestino, siempre silenciado en los análisis políticos sobre el conflicto.

Y aunque desde las redes sociales se siga censurando y bloqueando el relato en primera de los y las palestinas, no cabe duda de que la conciencia global de la ocupación ha aumentado, y las declaraciones sobre la necesidad del cese de los bombardeos israelíes en Gaza se suceden tanto desde dentro como desde fuera.

Ya apenas se pone en cuestión la naturaleza colonial del proyecto israelí. Lo que sí sigue existiendo es esa doble moral de Occidente, a quien le cuesta seguir apoyando moralmente los crímenes que está cometiendo el Estado hebreo, aunque al mismo tiempo siga financiando a las FDI y respaldando a su gobierno, sin atreverse a plantear un bloqueo económico, político ni diplomático, ni mucho menos el embargo de armas.

La comunidad internacional está polarizada y paralizada. Las acciones cometidas en Gaza en el último año han hecho que ese velo moralista con el que Israel se protegía haya caído. Mientras tanto, decenas de palestinos y palestinas son asesinadas cada día y, sin embargo, las posturas sobre el debate moral no han sido lo suficientemente contundentes como para ni siquiera declarar unánimemente un alto al fuego.



* Publicado en Other News, 23.12.24.

La mirada filosófica de Dostoyevski




Puede que Dostoyevski publicase en el XIX, pero sus obras siguen estando muy vigentes. Su pensamiento tiene todavía hoy un potente eco y los temas que le preocupaban –y cómo– han influido en los autores de los siglos siguientes.


David Lorenzo Cardiel


Fiódor Dostoyevski (1821-1881), quien sufrió en vida brotes de epilepsia y se libró de milagro de una condena a muerte a cambio de servir a la patria durante un tiempo en Siberia, sumergió su mirada artística en las profundidades de la mente humana. ¿Fue solo una perspectiva estilística? Basta conocer sus libros para entrever, si no a un filósofo, al menos sí a un magnífico observador de las circunstancias que rodean a cada ser humano, de los giros del destino y su reacción frente a la adversidad.

El autor de obras destacadas como La sumisa, Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov y Memorias del subsuelo, entre tantas otras, situó al ser humano en el centro de la cuestión existencial. Pero no como un observador imparcial, tampoco como un ser tocado por el hado divino. El ser humano de Dostoyevski deambula por un mundo que nunca llegará a comprender en su totalidad, está atrapado en la maraña de una circunstancialidad que se opone a sus deseos volitivos de oponer resistencia y los acontecimientos parecen no seguir un destino trazado, siendo azarosos en todo caso.

La situación política de su país, sus viajes por Europa, la precariedad que padecieron tanto él como su esposa Anna Grigórievna y el fallecimiento de varios de sus hijos, unido a la enfermedad crónica que padeció, marcaron su mirada claroscura sobre la vida. Dostoyevski adoleció profundamente la quiebra de los valores emanados del cristianismo. Él, que era creyente, observaba cómo el crimen, la estafa, el engaño y las malas artes en todos sus niveles y grados proliferaban por doquier.

La propagación de los idearios y el auge de la participación política de todos los estratos sociales convertían la incipiente sociedad industrial rusa de la segunda mitad del siglo XIX en un espécimen extraño, cuanto menos. Por un lado, viejas tradiciones, como el caso de los mujiks o campesinos sin propiedades que podían ser vendidos o adquiridos junto con los lotes de tierras, en un medio rural que parecía habitar siglos pretéritos; por el otro, Moscú y San Petersburgo intentando reflejarse en el aire estilístico afrancesado, que en realidad eran tugurios donde ricos y pobres se cruzaban en las calles, pero vivían vidas tristes y disolutas, en especial el último y más numeroso estrato.

La cuestión ética y la moral ocupan un espacio predilecto en el pensamiento que Fiódor Dostoyevski fue desentrañando a través de su profusa obra. Había comprobado en su experiencia vital cómo el ser humano era capaz de los mejores actos de generosidad y de las peores expresiones de sí mismo. ¿Por qué las personas se empeñan en causarse el mal, cuando la práctica del bien a todos enriquece?, se preguntaba. ¿Cuál podía ser el futuro de una humanidad empecinada en traicionarse a sí misma?

De esta obsesión surge su análisis psicológico. En la obra de Dostoyevski subyace la esperanza en los gestos luminosos del ser humano (una obra singular es Las noches blancas), pero tarde o temprano el dolor terminará por ser causado. La conclusión a la que se acerca el escritor moscovita tiene que ver con la incapacidad humana por amar desprendidamente, que implicaría la práctica del perdón y de la piedad.

En cambio, la obcecación por conseguir determinados logros que otorgan una imagen de superioridad frente a los demás parece prevalecer como un tópico de la condición humana, al menos, hasta el momento. Los amantes se traicionan por supuestas conveniencias en las que se proporcionan la desgracia. Los hermanos que luchan desde sus rincones vitales, enfrentados, contra un padre perverso. La mujer de un prestamista que se ha suicidado y las causas que la han llevado a tal fatídico desenlace. Los motivos que impulsan a que hombres y mujeres, que no son malvados por naturaleza, terminen por entregarse a las bajas pasiones, cuando no a la criminalidad.

La mayoría de personajes y tramas de sus relatos y cuentos están basadas en personas que existieron en la realidad, también en sucesos que llegaron a sus oídos o que incluso conmocionaron a la sociedad de la época. Para Dostoyevski, el mundo y la vida poseen un sentido. Es el ser humano el que queda atrofiado por las inclinaciones inmorales y deja de buscar la iluminación divina para sus actos.

El nihilismo representa para el escritor ruso una ausencia palpable de la práctica del bien, un destino que ha de terminar por arruinar el futuro prodigioso que, de otra manera, espera a la humanidad. Hay existencialismo en la mirada de Dostoyevski: la angustia vital aparece en sus personajes o bien en la consecución o frustración de sus metas –es decir, desde la ignorancia vital al vivir exclusivamente para sí mismos, y no para los demás– o bien, y por el contrario, como consecuencia del desarrollo de un nivel de conciencia superior que convierte la vida en una sociedad tan inferior en un infierno.


Influencia y leyenda

El propio Dostoyevski no fue ajeno a los vicios. Sus problemas con el juego y sus líos de faldas le pusieron en aprietos buena parte de su existencia. En sus principales textos autobiográficos, como El jugador, Humillados y ofendidos y Recuerdos de la casa de los muertos, dejó un magnífico legado de sus propias dudas y angustias. «Puede suceder que, en efecto, nada exista para nadie después de mí y que el mundo entero, una vez se haya abolido mi conciencia, se desvanezca como un fantasma», confiesa en El sueño de un hombre ridículo, en un tono muy berkeliano. La necesidad de huida, la Siberia eterna que es el mundo, es tan solo el gesto de una desesperanza que la literatura aplaza en su sino y que el calor de su mujer, sus hijos, su familia y de sus amistades era capaz de aplacar.

Esta degradación moral de la sociedad rusa y de la occidental en general, que ya es presentada con gran intensidad en su novela El idiota, queda ampliada en otras de sus obras, como Pobre gente o Stepánchikovo y sus habitantes, donde además delata la disfuncionalidad de la sociedad de su época: la pobreza, las injusticias políticas y jurídicas, la violencia estatal, la pasividad inmoral de la aristocracia y de las clases burguesas… 

Dostoyevski, desde muy joven, tuvo clara su posición política, claramente progresista, que a punto estuvo de provocar su fusilamiento. No se rindió: su celebérrima gaceta Diario de un escritor fue uno de los espacios literarios públicos donde se sintió más libre para exponer sus ideas y trazar su influencia política. Además, a partir del éxito de Los demonios, con las deudas prácticamente finiquitadas y cierta solvencia económica, su literatura comenzó a alcanzar a multitudes de lectores dentro y fuera de las fronteras rusas. Dostoyevski fue ganándose el respeto de sus detractores y con cada libro, libelo y publicación, el afecto de los intelectuales que eran fieles a su obra quedaba justificado con mayor devoción.

La huella de Fiódor Dostoyevski podemos encontrarla en Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Antón Chéjov, Mijaíl Bulgákov, Ortega y Gasset, Nietzsche y, por supuesto, en Sigmund Freud. Pero, ¿cómo podría hablar del legado de Dostoyevski si no hablase de los millones de lectores que sus libros, palpitantes y gozosos de la eterna juventud literaria, siguen alcanzando desde que falleciese un nueve de febrero de 1881, apenas palpando las seis décadas de vida? Sería una traición al genio ruso negarle el que es su mayor legado: un legado literario tan rico, vibrante y genial que es capaz de abarcar lo universal, perenne al paso del tiempo y a la visión del mundo, siempre mudable.



* Publicado en Ethic, 10.10.23.

Cuando el socialismo francés inventó las vacaciones pagadas




El verano en el trabajo es insoportable cuando no podemos esperar un tiempo libre. En la Francia de los años 30, el movimiento obrero hizo de la lucha por las vacaciones una prioridad, y obligó a los jefes a pagar por nuestro descanso.


David Broder


En el verano de 1936 el sol no brillaba para la Francia burguesa. Las damas de la alta sociedad se quejaban de que las hordas invasoras de proletarios ocupaban demasiado espacio en sus playas favoritas, los restauradores de la Costa Azul se preocupaban incluso de si los obreros de las fábricas que llegaban a sus centros turísticos sabrían utilizar el cuchillo y el tenedor. En junio, el gobierno socialista había garantizado a todos los trabajadores dos semanas de vacaciones pagas, haciendo realidad las vacaciones de verano para millones de personas. Ahora, los trabajadores podían dejar de fabricar bicicletas y baguettes durante quince días y ponerse a construir castillos de arena. Y sus jefes tenían que pagarle por ello.

La ley que concedía vacaciones a los trabajadores fue aprobada por el primer ministro socialista judío Léon Blum, elegido en mayo de 1936. Pero el cambio se debió sobre todo al poderoso movimiento huelguístico que siguió a su elección. En todo el mundo, los sindicatos llevaban mucho tiempo resistiéndose a que el trabajo dominara toda la vida: la huelga general que comenzó en Chicago el Primero de Mayo de 1886 exigía «ocho horas para el trabajo, ocho horas para el descanso, ocho horas para lo que queramos». Tras la consecución de límites legales a la jornada laboral, y luego la invención de los fines de semana, en el siglo XX la cruzada obrera por el tiempo libre retomó la lucha por las vacaciones pagas.

Después de echar raíces primero en Francia, las vacaciones pagas se consiguieron pronto en otros lugares, en muchos casos complementadas con derechos como el subsidio por enfermedad y la licencia por maternidad. Pero la lucha por las vacaciones no se limitaba a darle a los trabajadores una quincena de libertad al año, para luego tener que volver penosamente al trabajo. Impulsada por una nueva cultura de masas, la lucha por ampliar el ámbito del ocio también pretendía democratizar las sociedades en las que vivimos. Los trabajadores franceses no solo conquistaron el derecho a las vacaciones, sino que construyeron albergues, campings y clubes sociales gracias a los cuales podían pasar mejor su tiempo, y pasarlo juntos.


Un paraguas amplio

El tiempo libre siempre fue un campo de batalla político. El movimiento obrero primitivo era un hervidero de sociedades de socorros mutuos y cooperativas a través de las cuales los trabajadores ponían en común sus recursos para aprovechar mejor su tiempo libre. Desde 1919, los alcaldes socialistas y comunistas de Ivry-sur-Seine, un suburbio de París, gestionaban un fondo de solidaridad para proporcionar a los hijos de los trabajadores viajes al mar. Al igual que organismos como la YMCA, que promovían formas de ocio compatibles con los valores cristianos, los partidos obreros crearon sus propias actividades de ocio, deportivas y sociales, dentro del tiempo libre que podían encontrar.

En el verano de 1936, fue necesaria la acción del gobierno para universalizar la paga de vacaciones que hasta entonces había conseguido una pequeña minoría de trabajadores. Pero el éxito no se debió solo a Léon Blum, ni tampoco al Frente Popular que unía a sus socialistas con los radicales liberales y los comunistas. De hecho, el programa que el Frente Popular anunció antes de las elecciones de mayo de 1936 era cauteloso: prometía nacionalizar las industrias de guerra y dar mayor libertad a los sindicatos, pero su llamamiento a «una reducción de la semana laboral sin reducción de los salarios semanales» no decía qué reducción podía hacerse, ni cuándo.

El triunfo del Frente Popular en las elecciones del 3 de mayo de 1936 —con el 57% de los votos— inspiró un clima de cambio más extendido. El 11 de mayo, los trabajadores ocuparon una fábrica de aviones para exigir la readmisión de dos compañeros despedidos por hacer huelga el Primero de Mayo; esto provocó la acción solidaria de los estibadores, encendiendo la mecha de un movimiento más amplio. La huelga se extendió a miles de centros de trabajo en toda Francia, abarcando a unos 2 millones de trabajadores. El ambiente festivo que se respira en las fábricas ocupadas demuestra no solo que los trabajadores se sienten envalentonados sino que tienen grandes expectativas para lo que vendrá después.

Envalentonado por la oleada de huelgas, pero también receloso de un conflicto social prolongado, Blum buscó un acuerdo con la patronal que también satisficiera a los activistas de los principales partidos obreros. Los días 7 y 8 de junio, el primer ministro socialista, los sindicatos y la patronal sellaron los Acuerdos de Matignon, que promulgaban una versión más detallada —y, de hecho, más radical— de las promesas del manifiesto del Frente Popular. Los empresarios tuvieron que aceptar un límite de cuarenta horas semanales de trabajo (sin pérdida de salario), mayores libertades sindicales y al menos dos semanas de vacaciones pagas para cada trabajador.


República de la Juventud

Los trabajadores habían conseguido el derecho a vacaciones pagas mediante la acción solidaria, y este mismo espíritu informaba cómo iban a utilizar ahora ese tiempo. Esto también se vio influido por debates anteriores sobre lo que significaban realmente las vacaciones. En la época de Karl Marx, un viaje a la playa se veía a menudo en términos de recuperación de la salud, lejos de la suciedad y el humo de la ciudad (la historiadora Yvonne Kapp señala cómo Marx se obsesionaba con los beneficios de los viajes a la orilla del mar, «en opinión médica y laica, una panacea solo superada por el alcohol»). Pero lo que realmente hacían los trabajadores en su tiempo libre siguió siendo una cuestión muy discutida a principios del siglo XX.

Como señala el historiador Gary Cross, muchos socialistas denunciaban el efecto perjudicial que la rutina de la fábrica tenía en las mentes de los trabajadores, privándoles de la energía y la agudeza intelectual necesarias para hacer algo más que consumir pasivamente entretenimiento. Las críticas a los deportes de espectáculo y al juego estaban muy extendidas en el movimiento obrero; los defensores de la «templanza» no solo expresaban moralismo cristiano sino también el reconocimiento de que los trabajadores no debían malgastar los ingresos familiares en alcohol. Los partidos de izquierda se centraban en la educación política, pero también en actividades como las bandas de música y el senderismo, con el fin de atraer a los trabajadores hacia actividades más ilustradas.

Sin embargo, la izquierda quería hacer algo más que integrar a los trabajadores más politizados, especialmente cuando la extrema derecha promovía su propia visión del ocio de masas. Desde 1925, las organizaciones «After-Work» y «Balilla» del fascismo italiano ofrecían actividades de ocio subvencionadas por el Estado, y desde 1935, el programa «La fuerza a través de la alegría» de la Alemania nazi utilizaba recursos estatales para organizar actividades deportivas y fiestas colectivas que promovían valores militaristas y «nacionales», por encima de las diferencias de clase. El Frente Popular trató así de promover su propia visión democrática de lo que podía ser el ocio.

Esto fue especialmente evidente en la labor del subsecretario de Estado para el Deporte y el Ocio de Blum, cargo que ocupó Léo Lagrange. Como reflejo de los diferentes objetivos de la política de ocio, esta función creada por el gobierno del Frente Popular estuvo inicialmente adscrita al Ministerio de Sanidad, pero luego se trasladó al Ministerio de Educación. Pero la elección de Lagrange refleja también la diferencia entre los imperativos socialistas y los fascistas. Según sus propias palabras, la preocupación del Frente Popular no era solo la relajación sino promover la dignidad de los trabajadores. Por ejemplo, en contraste con el deporte de élite que se exhibió en los Juegos Olímpicos de Berlín, Lagrange pretendía «menos crear campeones y llevar a 22 jugadores al estadio, ante 40.000 o 100.000 espectadores, que invitar a los jóvenes de nuestro país a ir regularmente al terreno de juego, al campo, a la piscina».

Lagrange no solo patrocinó la «Olimpiada Popular» de Barcelona, alternativa a los Juegos Olímpicos de Hitler, sino que ofreció visitas guiadas a París a trabajadores agrícolas de otras regiones. El apoyo gubernamental a las asociaciones dirigidas por sus miembros tenía como objetivo fomentar una gestión colectiva del tiempo libre, libre del patrocinio asociado a las iniciativas eclesiásticas o caritativas: para Lagrange, esto permitiría al «minero, al artesano, al campesino, al albañil, al oficinista y al maestro [comprender] gradualmente la unidad del trabajo humano».

Las iniciativas desde abajo se hicieron eco de esta idea. De 1935 a 1938, la «Unión Deportiva y Gimnástica del Trabajo» del sindicato CGT pasó de 42.000 a 100.000, al adoptar el llamamiento a un «club para cada fábrica». Por supuesto, al igual que los trabajadores no podían permitirse ir de vacaciones sin permiso remunerado, también necesitaban poder emplear su tiempo de forma económica. Los viajes en tren subvencionados (con un descuento del 40%) eran una de las ramas de esta política, pero también eran clave los comités locales del Frente Popular, organizaciones como «Vacaciones para todos» (que prometía «algo más que una versión barata del turismo burgués») y la asociación de albergues juveniles CLAJ.

Como su nombre indicaba, el CLAJ —el «Centro Laico de Albergues Juveniles»— era una alternativa a las asociaciones religiosas de ocio, pero estaba en gran medida bajo el dominio comunista. Su presencia aumentó enormemente durante la época del Frente Popular, pasando de cuarenta y cinco albergues en 1933 a noventa en 1935 y a 450 en 1938. Proporcionar alojamiento barato a decenas de miles de personas alimentó también una liberalización de las costumbres sociales. Si bien se desaconsejaba la política formal, la revista del CLAJ Le Cri des Auberges proclamaba que «cada albergue es una república de la juventud», rompiendo con el modelo de «vacaciones en familia» promovido en parte de la propaganda del Frente Popular.

Como señala la historiadora Siân Reynolds, el papel del CLAJ fue especialmente importante por las costumbres sociales más libres que promovía y, en particular, por el hecho de que no segregaba por sexos (aunque sí lo hacía en los dormitorios). La socialización colectiva entre hombres y mujeres, la difusión del tu coloquial sobre el vous formal y la ausencia de códigos de vestimenta para las mujeres se inspiraban en las prácticas existentes de las Juventudes Comunistas, pero también socavaban las jerarquías de género: para Lucette Heller-Goldenberg, «ponían fin a las falsas relaciones entre una joven que se esforzaba por conseguir marido y un joven que buscaba una víctima».


Un rayo de luz

El Frente Popular no era todo sonrisas y sol; después de todo, se creó como una muralla defensiva contra el fascismo en ascenso y algunos de los colegas de Lagrange veían con mejores ojos los beneficios «patrióticos» de la mezcla cultural que su capacidad para socavar las costumbres familiares. No obstante, la política de Blum tuvo efectos importantes, como el auge de una práctica similar en Gran Bretaña. Aunque los esfuerzos legislativos de Westminster fracasaron en 1929 y 1936, la creciente demanda de vacaciones pagadas por parte de los sindicatos, inspirada en el ejemplo francés, hizo que el número de trabajadores a los que se concedieron aumentara de 1,5 millones en 1935 a 7,75 millones en marzo de 1938.

La presión financiera y la Guerra Civil en España pusieron fin al Frente Popular ese otoño. Los radicales liberales se volvieron hacia los conservadores, socavando las medidas clave de Blum, que fueron destruidas por completo bajo la ocupación alemana. El propio Lagrange murió en el frente en junio de 1940. Blum, por su parte, fue juzgado por traición en 1942. Defendiendo desafiantemente su historial, utilizó la sala del tribunal para defender su política de ocio, subvirtiendo la propia retórica de valores familiares del régimen de Vichy. Para el socialista judío, las vacaciones pagadas habían ofrecido un «rayo de luz en vidas oscuras y difíciles», no solo dándole a los trabajadores «facilidades para la vida familiar, sino una promesa para el futuro, una esperanza».

Este rayo de luz sería recordado durante mucho tiempo. Los acordes de la canción de Charles Trenet de 1936 «Y’a d’la joie» resonaron a lo largo de los años, mientras que los fotógrafos Henri Cartier-Bresson y Pierre Jamet, miembro del CLAJ, inmortalizaron la alegría de vivir del autostop y la acampe rudimentario. Sin embargo, la luz del verano de 1936 se vio sin duda aliviada por la oscuridad de lo que siguió bajo el régimen de Vichy. Algunos historiadores lo retrataron como un mito reconfortante: para Julian Jackson, las imágenes de «multitudes saludando desde los trenes que parten se convirtieron en un símbolo de 1936 tanto como las barricadas lo fueron de 1968».

En el verano de 1940, las familias parisinas hicieron las maletas para un viaje diferente: la evacuación de la capital ante la invasión alemana. Sin embargo, incluso en los oscuros días de la ocupación, el verano de cuatro años antes dejó recuerdos más que felices. Ni el Partido Comunista ni el socialista seguían en pie, prohibidos respectivamente por los conservadores y por Vichy. Pero las estructuras creadas por los trabajadores para aprovechar el tiempo libre que tanto les había costado ganar también crearon redes de solidaridad que perduraron durante el periodo de ocupación. Tras la invasión alemana, el CLAJ se convirtió en uno de los pilares de la resistencia armada.

Hoy, nuestro tiempo libre se enfrenta a enemigos distintos de las tropas de asalto nazis. Los jefes utilizan tanto nuestras precarias condiciones como nuestros teléfonos móviles para mantenernos constantemente de guardia, encadenados a nuestros puestos de trabajo y desesperados por los turnos. Pero el pago de las vacaciones consiste precisamente en liberarnos de la elección entre el tiempo libre y el empleo que necesitamos: es una obligación para todos los empresarios de pagarnos parte de nuestro tiempo libre, independientemente de sus circunstancias particulares. 

En la Francia de los años 30, la lucha por las vacaciones creó una nivelación general de las condiciones de todos los trabajadores, a costa de sus jefes. Eso es justo lo que necesitamos hoy.



* Publicado en Jacobin, noviembre de 2024.

Trabajos tóxicos: los 8 males del profesor universitario




Héctor G. Barnés


Hasta hace relativamente poco, la de profesor universitario era una ocupación privilegiada. No sólo gozaba de una buena reputación entre todos los estamentos de la sociedad, sino que esta se correspondía con una gran influencia social y una remuneración acorde con el puesto. John Edward Masefield, poeta inglés, escribió que “hay pocas cosas terrenas más hermosas que la universidad: un lugar donde los que odian la ignorancia pueden luchar por el conocimiento, y donde quienes perciben la verdad pueden luchar para que otros la vean”.

Se desprecia el valor del conocimiento por la eficiencia

No obstante, y de manera paralela al crecimiento de la población universitaria durante la segunda mitad del siglo XX, el profesor universitario parece estar sometido a más estresantes que nunca. No sólo ha perdido su categoría social, sino que también ha visto cómo su sueldo ha disminuido de manera inversamente proporcional al del estrés que ha de afrontar. Todo ello formando parte de una institución cuyas estructuras apenas han evolucionado en siglos.

“El trabajo del profesor universitario es uno de los más tóxicos”, recuerda con contundencia el psicólogo y profesor de Recursos Humanos de la Universidad de Alcalá Iñaki Piñuel. “Se valora poco porque se cree que el trabajo del sector educativo es de guante blanco, pero contrariamente a ello, el entorno del profesor universitario produce niveles de estrés superior a otros y quiebra la capacidad laboral de muchos profesores a una edad más temprana”.

Hace ya una década que un estudio de la Universidad de Murcia puso de manifiesto que el 83,6% del profesorado sufría de estrés crónico, y aunque su autor, el profesor ya retirado de Psicopatología de la Universidad de Murcia José Buendía reconoce que “los datos son perecederos”, la situación parece haber empeorado tras la implantación del Plan Bolonia. Es una situación que se repite en otros países vecinos, como el Reino Unido, donde recientemente una investigación publicada por el UCU (Universitary and College Union) ponía de manifiesto que las enfermedades mentales habían aumentado sensiblemente entre la población académica.

El estudio sintetizaba algunos de los principales escollos para la felicidad del profesor, entre los que se encuentran el constante escrutinio externo, la imposibilidad de conciliar la vida personal con la laboral y la necesidad de proporcionar constantemente resultados positivos. Como recuerda la profesora titular de sociología de la Universidad de La Coruña Rosa Caramés, “se desprecia el valor del conocimiento por la eficiencia”. Estos son los principales “jinetes del Apocalipsis” a los que tiene que enfrentarse el profesor contemporáneo.


1. Es una institución del siglo XXI que sigue funcionando de manera medieval

Quizá la comparación más reveladora para definir la universidad sea la que utiliza Piñuel: las universidades siguen reflejando con gran fidelidad las características de la sociedad feudal en la que nacieron. “El feudalismo genera sus cabecillas y sus súbditos, que están obligados a respetar ciertos códigos ajenos al siglo XXI, como cuando te dicen ‘no te presentes a esta plaza porque ya está adjudicada’ o ‘tú no puedes publicar en esta revista hasta que yo lo haga”, explica el autor de La dimisión interior (Ed. Pirámide).

Como dejó escrito el administrador de la Universidad de Harvard Henry Rosovsky en The University: an Owner’s Manual, “las universidades aman los rangos jerárquicos tanto o más que el ejército”. El psicólogo añade que, a diferencia de la educación primaria o secundaria, la universidad está formada por alumnos ya adultos, “que son gente más exigente”, y el profesor está obligado a actualizarse continuamente. Ello da lugar a factores de riesgo psicosocial como “la rivalidad, la competitividad, las camarillas de poder o las guerras intestinas”, frecuentes en el ámbito universitario y que minan poco a poco la resistencia del profesor.


2. El día que el profesor pasó a ser un burócrata

El Plan Bolonia ha traído consigo, entre muchas otras cosas, una burocratización de la enseñanza que ha provocado que los profesores pasen más tiempo rellenando formularios, pruebas y revisiones que dedicados a la preparación de sus clases y a sus proyectos de investigación. “Bolonia se ha implantado de manera desastrosa”, sintetiza Rosa Caramés. “Sólo se ha conseguido consumir el tiempo dedicado a la preparación de las clases y dedicar más tiempo a labores puramente administrativas”.

Piñuel se muestra de acuerdo: “Son un montón de horas de trabajo que sobrecargan a un profesor que ya está suficientemente sobrecargado de por sí. Para conseguir nada estamos incrementando una carga que no tiene mucho valor añadido. No por rellenar más papeles es mejor, al contrario, el tiempo disponible para preparar clases e investigar se emplea en reuniones y consignar papeles”. También disminuyen las horas de descanso y esparcimiento, vitales para el bienestar de cualquier trabajador.El Plan Bolonia ha añadido nuevas cargas a los cuerpos docentes universitarios. (Efe)

Esta “maquinaria”, como la define el psicólogo, conlleva otro problema: el aumento de las pruebas sobre el control del profesorado. Algo que en principio tendría como objetivo garantizar la calidad de la enseñanza, se añade a las montañas de burocracia ya existentes y someten al profesor a un continuo escrutinio. “Es la paradoja tras la ilusión del control”, explica Piñuel. “Es un efecto de la centralización de las políticas de la UE que necesita sistemas de control. La idea de consignar papeles, documentos o comisiones da la sensación de que las cosas se están gestionando mejor. Es pura entelequia”.

Pablo, profesor durante quince años tanto en España como en Inglaterra, cree que ello ha provocado, no obstante, que haya un mayor control sobre el acceso a los puestos docentes. “Antes, cualquier catedrático o profesor con influencia podía enchufar a quien le diese la gana (te sorprendería saber en cuántos departamentos de la universidad pública hay padres e hijos o maridos y mujeres)”, explica. “Ahora, al menos, el enchufado ha de pasar un filtro, aunque sea un filtro de mínimos, no del todo exigente, discutible, etc.”


3. Acoso por parte de los alumnos… y por parte de los compañeros

Aunque el acoso por parte de los estudiantes no es tan frecuente como en la educación secundaria, los profesores también manifiestan ser víctimas de amenazas por parte de sus alumnos. El desprestigio reciente de la educación no ha ayudado precisamente: “En los últimos años ha entrado una corriente que desprestigia la labor del docente. En ocasiones parece haber un afán reduccionista, un tanto persecutorio, de la labor de las personas que se dedican a la docencia”, explica Rosa Caramés, que sugiere que muchas veces el profesor es acusado de una serie de cosas –“que no corrige bien, que tiene manía a los alumnos, que no sabe dar clase”– que tan sólo son ciertas en un número limitado de casos, pero que suele hacerse extensible a todo el cuerpo docente.

La creciente competencia provoca que las zancadillas sean frecuentes

A este hay que añadirle el mobbing ocasionado por los propios compañeros: según el estudio anteriormente citado, realizado en la Universidad de Murcia en el año 2004, hasta el 44% del personal manifestaba sufrir acoso laboral. Algo que, como señaló en aquella ocasión el profesor José Buendía, “tiene como objetivo que se abandone el centro, puesto que al ser funcionarios, no se les puede despedir”. Piñuel añade que la creciente competencia provoca que las zancadillas sean frecuentes: “Quien no acata las reglas, se convierte en un chivo expiatorio y es perseguido”.


4. Hay que luchar mucho para ascender

El del acceso a la docencia universitaria es un camino lleno de palos y piedras y, sobre todo, sacrificios obligados. Pasan años hasta que se pueda impartir clase, mucho más hasta que alguien se convierte en profesor titular y ya no digamos convertirse en catedrático. Abundan las horas extras, las asignaturas impartidas a cambio de nada o el “tráfico” de artículos que permite a algunos profesores seguir un año más aferrados a su puesto gracias a trabajos realizados por sus estudiantes.

“El motivo de conflicto más grande que puede haber en un departamento es casi siempre las plazas”, explica Pablo, que matiza que al no haber plazas nuevas durante los últimos años, los conflictos han desaparecido. “En el pasado, cuando no existía el método de las acreditaciones, las plazas las decidía el catedrático de turno, y siempre terminaba favoreciendo a sus preferidos, mientras que los otros se jodían y tenían que esperar años hasta conseguir sacar su plaza. Aún hoy se ven rencillas entre profesores que vivieron ese sistema y que se enfrentaron unos a otros por plazas”.

Preparar bien una hora de clase puede llevarte entre ocho y diez horas

Algo que, no obstante, no siempre es percibido de forma necesariamente negativa, especialmente como una solución al piloto automático que provoca la falta de ilusión entre los docentes de mayor edad. Luna Paredes goza de una beca FPU (Formación del Profesorado Universitario) e imparte clases de «Análisis y comentario de textos literarios» en la Universidad de Alcalá. “El hecho de que un becario imparta una asignatura completa me parecía a priori una irresponsabilidad”, explica. “Sin embargo, un becario también va a afrontar las clases con un entusiasmo que algunos profesores (no todos, no siempre) han perdido”.

El esfuerzo exigido a los primerizos, frente al de los funcionarios, “sólo puede traer cosas buenas”, señala, aunque “implica que las horas de preparación de una sola clase sean ingentes”. Como recuerda Pablo, que imparte ocho horas de clase a la semana, “preparar bien una hora de clase que impartes por primera vez puede llevarte entre ocho y diez horas”. “El becario debe hacerlo bien porque, en primer lugar, está inseguro y se esfuerza ante los alumnos y en segundo lugar, porque no quiere cagarla ante el director de tesis ni el departamento”, concluye Paredes.


5. Se cobra menos de lo que se piensa

El de los sueldos de los profesores universitarios es un tema complicado, en cuanto que estos varían sensiblemente dependiendo del centro, de la categoría del docente o de los diferentes incentivos autonómicos. Las categorías inferiores son las principales perjudicadas de un sistema que se complementa con los célebres quinquenios y sexenios –períodos dedicados a la investigación–, pero a los que no todo el mundo tiene acceso. El salario base puede llegar a encontrarse en unos 1.100 euros. Rosa Caramés recuerda que, aunque ella no pertenezca a dicho grupo, los más jóvenes sufren una mayor precariedad, “con contratos de muy pocas horas por las que se paga muy poco, a pesar de que el tiempo de preparación de las clases sigue siendo el mismo. La docencia se concentra en poco tiempo para ahorrar presupuesto”.Los alumnos también sufren las consecuencias de la desmotivación de los profesores. (Corbis)


6. Sistema educativo “marketinizado”: el estudiante siempre tiene la razón

Existe cierto consenso entre los profesores en señalar que el alumno ha pasado de ser un estudiante a convertirse en un cliente, algo en consonancia con la tendencia privatizadora del sistema universitario. Ello obliga a que el docente redefina sus tareas y se vea obligado a reinterpretar su labor, lo que en opinión de Rosa Caramés, da lugar a una relación “un tanto viciada”. “Todas las cosas materiales e inmateriales tienen un precio y un valor, que no tienen por qué coincidir”, explica la socióloga. “No se entiende que los conocimientos y su proceso de adquisición es un proceso mutuo. Como todo se ha mercantilizado, lo único que parece sustentar la relación entre profesor y alumno es el precio de la matrícula”.

Uno de los factores novedosos es que el profesor se tiene que poner al servicio del alumno, algo que antes no se entendía así

Como señalaba el filósofo José Luis Pardo en 2008, “todo comenzó con la sustitución de las “asignaturas” por “créditos”. Piñuel lo interpreta como una liberación del estudiante de las cadenas que el sistema feudal le había impuesto. “Uno de los factores novedosos es que el profesor se tiene que poner al servicio del alumno, algo que antes no se entendía así, sino que se ponía énfasis en el profesorado. El alumno ha evolucionado a ser alguien que tiene derechos, que puede exigir, que puede pensar y reclamar”. Algo a priori positivo pero de lo que, sin embargo, el profesor no parece haberse beneficiado: “Precisamente, el burnout en el profesor genera situaciones de maltrato hacia los alumnos impropia de este tiempo, como arrogancia, prepotencia...”


7. La investigación, ¿sirve para algo?

En el año 2013, la comunidad científica se vio sacudida después de que el Premio Nobel Randy Schekman denunciase que el factor de impacto de las revistas –es decir, la puntuación recibida por cada publicación sobre el número de veces que sus artículos son citados– vicia la investigación, y crea burbujas en torno a determinados temas. Algo semejante ocurre con el funcionamiento de los diferentes departamentos de investigación, que se centran exclusivamente en aquellos temas que les pueden dar una mayor visibilidad, despreciando aquello que no está de moda.

Una parte importante de los ingresos de los departamentos dependen de la productividad de los miembros

La máquina de la producción científica no puede pararse. Como recuerda Pablo, en países como Inglaterra, “una parte importante de los ingresos de los departamentos se los juegan con la productividad de los miembros. Es decir, si un profesor se pasa tres años sin publicar un artículo de prestigio o sin conseguir un proyecto de investigación, baja los promedios del departamento y este pierde dinero”. No obstante, se trata de una situación que afecta más en el extranjero que en nuestro país. “Un profesor titular (y conozco no a uno o a dos, sino a muchos) puede tirarse, no tres años, sino toda una vida sin dar un palo al agua, excepto prepararse sus horas de clase semanales, corregir exámenes y punto”, explica el profesor.


8. Sentimiento de inutilidad

En una reciente investigación llamada It’s a Bittersweet Symphony, This Life: Fragile Academic Selves, el profesor de gestión de las organizaciones de la Universidad de Lancaster David Knights, tras analizar los problemas de identidad entre el cuerpo lectivo inglés, llegó a la conclusión de que la mayor parte de sentimientos de los profesores hacia sus centros estaban marcados por la ambivalencia. Por una parte, porque su idea del mundo académico estaba marcada por la pasión, por el entusiasmo y por unas elevadas expectativas. Pero, al mismo tiempo, estas se encontraban matizadas por una agria sensación de que muchas de sus aspiraciones parecían “irrealizables, si no irreales”.

Así como periódicamente hacemos una revisión de nuestro vehículos, deberíamos hacer la ITV psicológica de los profesores

“Los que tenemos más vocaciones de hacer cosas nos vamos desgastando”, afirma Pablo. “Muchos de estos profesores que sólo hacen docencia en realidad no tienen interés en nada y por eso no investigan, lo único que les apetece es leerse el periódico, hablar por teléfono y tomar cafés”. Es la última etapa de un proceso que erosiona poco a poco las ilusiones privilegias y que, como recuerda Piñuel, aparece mucho antes que en otras profesiones. “Si bien la respuesta a nivel institucional a sus esfuerzos no alcanzaba el reconocimiento jerárquico, social o por parte de los compañeros, la dulzura de una carrera potencialmente estimada y una identidad reconocida de manera pública disparó sus esfuerzos”, concluía el estudio sobre esos frustrados, pero ilusionados, profesores.

“Así como periódicamente hacemos una revisión de nuestro vehículo, deberíamos hacer la ITV psicológica de los profesores”, concluye Piñuel. “Tenemos entre nuestras manos el mejor capital simbólico del país”. No se trata únicamente de preservar la calidad de vida de los docentes, sino también, de evitar que el alumnado sea la última víctima de un sistema desencantado y cada vez más oprimido.



* Publicado en El Confidencial, 24.01.2019.

Venta libros "Oikonomía" y "Reforma e Ilustración"

Oikonomía. Economía Moderna. Economías Oferta  sólo venta directa : $ 12.000.- (IVA incluido) 2da. edición - Ediciones ONG Werquehue - 2020 ...