Los "usos" de Pepe Mujica




En las loas y balances también hay intereses políticos. Uno de ellos busca decir a las nuevas generaciones que deben resignarse a objetivos módicos.


Fernando Rosso


La inmensa mayoría de las semblanzas que se hicieron en Argentina sobre José “Pepe” Mujica rondaron alrededor de dos ejes: la reivindicación de su ética y su estilo de vida austero que sobresale frente una corporación política enriquecida y, por otro lado, el salto hacia la moderación luego de su militancia juvenil en el Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros.

Sobre la primera cuestión sorprende que muchos de los que reivindicaron ese ángulo de la personalidad y su forma de habitar el mundo de Mujica consideran “demagógica” la propuesta de terminar con los privilegios de la corporación política bajo el argumento de que la actividad debe ser “bien remunerada” planteado en un registro abstracto. 

Básicamente, porque el debate no es “en general”, sino en el contexto de un país [lo mismo que en Chile] en el que los legisladores, legisladoras o funcionarios ganan diez o veinte veces más que cualquier trabajador promedio. En la Argentina, son los referentes del Frente de Izquierda quienes plantean que los funcionarios y legisladores deberían ganar el salario de un obrero calificado y actúan en consecuencia donando el resto de la dieta para causas obreras o populares. 

La iniciativa no ha tenido éxito en las otras fuerzas políticas y en el debate público y muchas veces es descartada con lugares comunes del tipo “no hay que nivelar para abajo”. Una afirmación que puede responderse fácilmente: cuando todo el resto empiece a ser nivelado para arriba, vemos. Porque mientras el grueso de trabajadores, trabajadoras y jubilados viven cotidianamente con salarios de hambre que son el producto, entre otras cosas, de la orientación económica apoyada por estos mismos referentes, la corporación política puede votarse a sí misma aumentar sus dietas y garantizar que nunca su estatus se va a “nivelar para abajo”.

El segundo aspecto de las reivindicaciones del expresidente uruguayo –que se escucharon o se leyeron en estos días– es el políticamente más discutible. De los varios Pepe Mujica que existieron en su larga trayectoria política, eligen el último, que es a la vez el que prefieren los representantes del poder: el revolucionario que dejó atrás su pasado combativo, el hombre de Estado, el político de izquierda amigable con los intereses del capital.

El itinerario político de Mujica comenzó en el nacionalismo como parte del Partido Nacional (Blanco) en la década de 1950. En 1962 fundó la Unidad Popular junto con el exdirigente blanco Enrique Erro, aliados al Partido Socialista. La gesta cubana de 1959 estimuló a miles de jóvenes en nuestro continente para tomar el camino revolucionario a través del impulso a la lucha guerrillera. A mediados de los años 60, Mujica se incorporó al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T). La opción por la lucha revolucionaria (más allá de la polémica en torno a la estrategia del foquismo) no fue un “error de juventud” que luego “corrigió” de grande, fue la respuesta legítima de una generación a décadas de expoliación y explotación de un capitalismo salvaje y un imperialismo opresor.

En una entrevista de 2019 con la Agencia Paco Urondo, Horacio González realizó una afirmación que fue histéricamente criticada por el periodismo mainstream y la intelectualidad amoldada al orden existente:
“Hay que reescribir la historia argentina pero no en esa especie de neoliberalismo inspirado en las academias norteamericanas de los estudios culturales, donde hay una multiplicidad graciosa y finita. Sino que tiene que ser una historia dura y dramática, que incorpore una valoración te diría positiva de la guerrilla de los años 70 y que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable”.
La mayoría de las reivindicaciones que circularon en nuestro país (y gran parte del mundo) estuvieron teñidas por ese tipo de valoraciones que encierran todo un balance.

El MNL-T fue derrotado en 1972 y Mujica fue encerrado como uno de los rehenes de la dictadura militar. Cualquiera que haya conocido la historia de su cautiverio o la haya visto reflejada en la conmovedora película La noche de los 12 años, de Álvaro Brechner, no puede más que sentir admiración por aquellos que con una valentía personal y una entereza moral inconmensurable resistieron la prisión irregular, el aislamiento, el encierro en condiciones extremas, la soledad espantosa, las vejaciones y la tortura de un régimen inhumano.

Con toda esa autoridad a cuestas, a la salida de la dictadura, en 1989, Mujica fundaría el Movimiento de Participación Popular, la principal herramienta para la integración a la democracia liberal. Por esos años nacería también el Foro de Sao Paulo, que fue el vehículo a través del cual gran parte de la izquierda latinoamericana daría un giro hacia la integración a los regímenes políticos y la desradicalización de sus métodos y objetivos.

La llegada al gobierno como parte del Frente Amplio fue la coronación de todo este proceso, y el balance en términos de resultados no puede hacerse sin observar todo el itinerario. 

Tuvo una agenda de ampliación de derechos democráticos (despenalización del aborto, aprobación del matrimonio igualitario y legalización del cannabis), pero también avanzó la extranjerización de tierras, el ingreso de multinacionales como Botnia y hubo enormes beneficios en materia de impuestos para los capitales extranjeros. Sin olvidar las posturas amistosas con los militares violadores de los derechos humanos durante la dictadura hasta el extremo de referirse a ellos como unos “pobres viejitos” que merecían la excarcelación.

Otro destacado extupamaro, Jorge Zabalza, no tan conocido en nuestro país, pero con una historia similar (rehén en la noche de los 12 años, un simple carnicero de barrio al final de su vida), puso en discusión todas estas cuestiones. Hasta que un cáncer de esófago (igual que a Mujica) lo fulminó en 2022, discutió que ser honesto era una condición necesaria, pero no suficiente (“Las carmelitas descalzas y la Madre Teresa de Calcuta no son nuestro faro ni nuestra guía para terminar con las injusticias del capitalismo”, decía provocativamente Zabalza). También cuestionó duramente la orientación y el programa económico del Frente Amplio y su política de reconciliación con los militares. Sobre todo, dejó en evidencia que estaba abierto un balance que no era moral, sino político.

La memoria de aquellos que en algún momento se jugaron la vida por nobles causas populares siempre es respetada y guardada en el corazón de los pueblos. Las mayorías oprimidas del Uruguay y del mundo tienen razones para llorar a quien consideran uno de sus referentes. 

Pero, eso no otorga derecho a los dueños de todas las cosas y a los voceros del derrotismo a vender su resignación camuflada de homenaje. 

En las loas y en los balances también hay intereses políticos, uno de esos intereses (predominante en el discurso mainstream) pretende decirles a las nuevas generaciones que deben resignarse a objetivos módicos porque cualquier intento de cambiarlo todo siempre termina irremediablemente mal. 

No es el legado que se merecen los que vienen, en un mundo que no hizo más que profundizar las causas que empujaron a quienes quisieron transformarlo de raíz a las acciones más heroicas. En el fuego de la historia, la memoria todavía es un campo de batalla.



* Publicado en Perfil, 16.05.25.

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