Solidaridad... Pero, a la chilena


Juan Sutil, presidente de la patronal Confederación de la Produción y el Comercio (CPC), entrega la donación de la organización en la Teletón 2022.


Unos pocos días antes de realizarse el programa televisivo de la Teletón 2022, comenzó el debate por la necesaria reforma previsional impulsada por el gobierno de Boric. La derecha, como ya nos tiene acostumbrada, ha cerrado filas en favor de las AFP... y, como también nos tiene acostumbrados, con base en mentiras descaradas.

Puntualmente, solo me referiré aquí a la falsedad de que el 6% extra que el proyecto considera que contribuyan los empleadores, saldría del salario de los trabajadores e iría a un fondo común (cuando la propuesta es que se divida entre la cuenta individual y un fondo común en una proporción de 30% y 70% respectivamente).

El punto es que en medio de la recta final de la campaña de la Teletón la cual nos permite ufanarnos de nuestra característica solidaridad como pueblo, se ha levantado un coro de compatriotas rechazando que ese 6% vaya a un fondo común. Los mismos chilenos solidarios con la Teletón --excelente iniciativa privada de caridad que parcha la (ir)responsabilidad del Estado subsidiario neoliberal--, no quieren cooperar con los demás y desean que ese 6% se deposite en su cuenta individual.

Entre tanta abrumadora y singular solidaridad --la misma que el 4 de septiembre rechazó derechos sociales universales garantizados-- encontré esta columna... ¡De hace 12 años!... que ya describía la cultura egoísta chilena fruto del economicismo neoliberal.


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Caminaba una ciudadana por Santiago el sábado pos terremoto [del 27 febrero 2010] y se encuentra con alguien que con toda calma y cuidado lavaba su auto con abundante agua. Con la información de que habían sectores de la propia capital sin el “vital elemento” (como se dice en idioma periodistés), nuestra amiga le comentó con cortesía a aquel amante de su vehículo acerca de las muchas personas sin suministro de agua. La respuesta de ese compatriota fue: “¡Pero yo sí tengo poh!”.

El mismo sábado supo el país y el mundo de la ola de saqueos que se desencadenó… ¡A los pocos minutos de finalizado el sismo! A lo cual se suman las escenas de personas de ciudades no “tan” afectadas, repletando los supermercados para comprar cuanto pudieran; la escandalosa subida de precios de productos básicos que ni siquiera escasean y de los arriendos de viviendas; o la constatación de que algunas constructoras e inmobiliarias levantaron y vendieron respectivamente edificios a sabiendas de su mala calidad (y las municipalidades autorizaron varios de ellos). 

Estas joyitas se dieron en todo el espectro social. No obstante, afortunadamente, muchísimas personas se han movilizado para ayudar de una u otra forma a los damnificados y en un programa televisivo se logró reunir una gran cantidad de dinero para los afectados.

Ambos tipos de acciones se dan en el mismo país y es probable que no pocos de quienes actuaron vergonzosamente hayan también donado dinero o bienes. Después de la rabia y la vergüenza (sobre todo por los saqueos), Chile respira tranquilo y se solaza con la autocomplacencia de ser el país solidario por excelencia. ¿No son acaso una irrefutable prueba de ello las teletones o las reacciones masivas de ayuda tras las diversas catástrofes naturales que nos afectan periódicamente?

Mas, es importante preguntarse sobre la estructura moral y los patrones conductuales dominantes en el país. En otras palabras, no hacer una mala inducción y cegarse ante eventos específicos para sacar conclusiones generales.

Los hechos particulares, en este caso las teletones, son sucesos ocasionales; no son parte de una cultura que se materializa día a día. Tal como un carnaval anual no es ni de lejos testimonio de que una comunidad cometa excesos cada día del año, una instancia solidaria cada cierto período no implica una cultura solidaria, una forma de vida basada en ese valor.

O sea, lo importante no es lo que se hace en algún tipo de ceremonia que se lleva a efecto cada tantos años. Lo relevante es qué ideas y valores asumimos como sociedad para guiar nuestra conducta cotidiana y cuál es nuestro comportamiento real o el que tenemos la mayor parte del tiempo. El tema de fondo es una cuestión cultural.

En este punto debemos considerar el tipo de cultura en que vivimos en Chile. Aunque frecuentemente se olvida o no se toma en cuenta, hay que recordar que la dominante es una economicista fruto del modelo neoliberal. Se ha organizado la sociedad en torno a la búsqueda competitiva, individual y egoísta, del máximo lucro; y se ha legitimado moral y legalmente dicha forma y objetivo.

Sin embargo, al hablar de sistema económico —más aún en países tan neoliberales como el nuestro— se debe remarcar que en realidad se trata de un sistema socioeconómico. Esa búsqueda de ganancias infinitas no es sólo una cuestión de comerciantes y en contextos comerciales. Se ha organizado toda la sociedad de tal modo que todos seamos comerciantes egoístas la mayor parte del tiempo y en la mayoría de las relaciones sociales. Se ha cumplido, en parte, lo señalado por Adam Smith en La riqueza de las naciones (1776), texto fundacional del capitalismo de mercado autorregulado, en cuanto a que el ser humano es un comerciante egoísta y la sociedad conformada por tales seres es, por lógica, una de tipo comercial egoísta. 

Pero decimos en parte porque nunca Smith hubiera aceptado igualar el vicio con la virtud: no es lo mismo cuidar de sí mismo que perjudicar a los demás en ese afán. Su individualismo lucrativo valoraba altamente la virtud y tenía fines benéficos para la sociedad (por mucho que no compartamos su estructura moral ni sus fines).

Si comparamos el proyecto liberal original con su desarrollo y puesta en práctica neoliberal se verán las diferencias. Por ejemplo, en su afiebrado sueño neoconservador, Margaret Thatcher afirmó que la sociedad no existe: es una farsa socialista eso de gente viviendo junta y compartiendo formas de vivir y objetivos. En realidad la sociedad sería una especie de arena de circo romano, donde cada cual vela por sí mismo y además en oposición al resto. Nuestro sagaz almirante Toribio Merino traducía esa idea al aseverar que la vida económica —es decir Chile— era una “selva de animales salvajes, donde el que pueda matar al del lado, lo mata”… Lo irónico es que Smith exponía, en La teoría de los sentimientos morales (1759), que hasta en una sociedad de ladrones, es necesario no robarse entre sí para sobrevivir como grupo.

Al considerar cuál fue el proyecto socioeconómico de la dictadura cívico-militar, administrado fielmente por la Concertación, podemos volver a nuestro problema. Pareciera que las conductas negativas pos terremoto no son puntuales y aisladas expresiones antisociales. Por cierto nos chocan los saqueos y el momento en que se dieron; pero no por ello son menos parte de una cultura de fondo. A pesar de su naturaleza extrema, son manifestaciones de una forma de vida —con sus ideas, valores y conductas— hoy legítima (en el caso de los estratos bajos, medios-bajos y medios, esto se ve agravado y potenciado por la imposibilidad estructural de cumplir las promesas de consumo y bienestar hechas desde el sistema).

¿No será bueno hacer memoria de nuestra cotidianidad pre terremoto? Basta recordar algunas conductas antisociales de gente “decente”: prácticas antisindicales, colusión farmacéutica, corrupción pública y privada, lobbystas empeñados en vender el país por una comisión, regalo del cobre y de otros recursos naturales, uso de información privilegiada, usura de los bancos y las multitiendas, exigencia de cheques en garantía en las clínicas y hospitales, etc. Todos tipos de saqueos lejos de las posibilidades de la ciudadanía “de a pie”. Pero todas cuestiones que se hicieron y que todo indica se seguirán haciendo. En la lucha por el máximo lucro individual (casi) todo es válido; y mejor aún si la ley lo ampara permitiéndolo o (casi) no castigándolo... O sea, desda el propio neoliberalismo, incentivándolo.

Al hablar de cotidianidad volvamos con nuestra amiga de la historia con la cual empezamos esta columna. Ella confesó que dudó en hablarle a quien lavaba su auto en plena emergencia. Se sabe que en Chile —desde el barrio más pobre al más opulento— se puede recibir un insulto o hasta una agresión física por hacer ese tipo de observaciones. 

Por mucho que sean a todas luces sensatas, dichas en un suave tono y con respetuosas palabras. Hay que pensarlo dos veces antes de arriesgarse a señalarle a un pasajero del transporte público que ceda el asiento reservado a embarazadas o personas mayores, a un transeúnte que no tire basura en la calle o a un automovilista que no se detenga sobre el paso de cebra… Estas y otras conductas individualistas que no consideran a los demás se daban cotidianamente antes del terremoto y las ejecutaban personas que es probable cooperen con las teletones u otras “jornadas solidarias” por el estilo.

Ojalá me equivoque. Pero la historia ha demostrado que el mero cambio individual no sirve de mucho si el sistema y su cultura no cambian.



* Publicado en PiensaChile, 11.03.10.

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