Una emotiva naturalización de las invasiones


Khizr Khan en la Convención del Partido Demócrata.


El pasado martes 24 de mayo ocurrió otra lamentable matanza por un tiroteo en una escuela de Estados Unidos... y como siempre ocurre, y está muy bien que suceda, se escuchan en la Unión voces condenando las armas de fuego y los asesinatos. Los estadounidenses decentes y con un mínimo de racionalidad reaccionan contra las masacres.

Sin embargo, siempre que pasan estos terribles hechos y escucho esas reacciones de los estadounidenses, me llama la atención la completa separación que hacen de los asesinatos masivos por armas de fuego que ejecuta su propio ejército around the world.

Las tragedias internas nunca se conectan con las externas... Esta antigua columna da cuenta de esa cultura estadounidense.


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De las diversas imágenes que ha dejado la Convención del Partido Demócrata en Estados Unidos, organizada para nombrar a Hillary Clinton como su candidata presidencial, una de las más potentes ha sido el emocionante discurso del inmigrante Khizr Khan dirigido a… Donald Trump. Como inmigrante y musulmán, le echó en cara al candidato republicano que los inmigrantes musulmanes pueden ser tan estadounidenses y tan patriotas como él.

En ese afán mencionó a su hijo, un soldado ultimado en combate el 2004 en Irak. Claramente las palabras de Khan a pocos podrán dejar indiferentes, con mayor razón en una coyuntura donde la xenofobia y el racismo explícito de Trump tienen el 50 % de posibilidades de llegar a la Casa Blanca. Pero, tras la primera impresión dada por el discurso, debemos hacernos cargo de un asunto no menor. Este atribulado ciudadano y padre relató que su hijo fue asesinado en Irak al sacrificarse por sus compañeros, agregando que en el monumental cementerio de Arlington se pueden encontrar “las tumbas de los patriotas valientes que murieron en defensa de Estados Unidos”. Y uno podría especular que Khan tiene por seguro que su hijo es tan patriota y sacrificado como ellos, ¿no?

Mas, es fundamental no dejar pasar lo que ese mismo padre adolorido sostiene: su hijo perdió la vida en Irak a manos de quienes uno podría sospechar eran, ¡vaya ironía de la vida!, sacrificados y valientes patriotas iraquíes que luchaban contra el invasor-ocupante para liberar a su país.

La llamada Segunda Guerra del Golfo Pérsico contra Irak, se basó en dos descaradas mentiras: la responsabilidad de Saddam Hussein en los ataques a las Torres Gemelas y la posesión de armas de destrucción masiva. Ambas falsedades validaron una invasión ilegal, la consecuente ocupación, el desmembramiento del país y la masacre de miles de personas. Tragedia montada para que aquella nación fuera el trofeo de la corrupta sed de petróleo estadounidense (a lo que deben sumarse los millonarios negociados de la “reconstrucción”). 

¿Qué de patriótico hay en participar de todo eso? ¿Cómo se defiende la libertad de Estados Unidos siendo una especie de pirata o mercenario al servicio de sus grandes agentes económicos? ¿Qué tiene que ver enriquecer a compañías estadounidenses con la seguridad del país o la defensa de su democracia?

Sin embargo, de seguro nos quedaremos con la mediática emoción de escuchar al sinceramente atribulado señor Khan, quien al tocarnos la fibra con su pena y alegato contra la discriminación, pasó de contrabando un peligrosísimo aserto: es perfectamente posible ser un buen ciudadano y, es más, un héroe, siendo parte de una guerra de agresión y posterior ocupación basada en mentiras.

El imperialismo naturalizado en el “envoltorio” de la genuina tristeza de un padre.

Es un clásico de la política interna estadounidense la justificación patriotera de sus guerras y esa indudable validez ha sido traspasada a sus muy patrióticos ciudadanos desde 1776. 

Nadie podría culpar a Khan de ser un agente pagado en una campaña de propaganda imperialista a favor de la guerra. Sin embargo, como habitante de Estados Unidos sus palabras son una muestra manifiesta de la ideología militarista nacional: nuestras guerras son siempre buenas y, en el fondo, defensivas… Aunque no sea fácil explicar coherentemente qué rol juegan países pobres que están a miles de kilómetros de la Unión, en cuanto amenazar su seguridad y poner en peligro su libertad. Más allá de, tal vez, poder odiar y querer destruir el “modo de vida estadounidense”, ¿cómo lo podrían llevar a cabo dada la obvia distancia y su falta de recursos?

El que una mayoría apabullante de “patriotas” estadounidenses históricamente no se hayan hecho esas preguntas, da cuenta del éxito de los demagogos nacionalistas de la Unión. Desde Jefferson a Trump, pasando por el poeta expansionista Walt Whitman, entre muchísimos nombres posibles de ser citados aquí. Vaya para ellos nuestro reconocimiento por su eficiencia. Ningún estadounidense en su sano juicio se atrevería a criticar públicamente el extendido eslogan “Support our troops” ("Apoya a nuestras tropas").

En cuanto al “demonio” de Trump se nos olvida que racista, xenófobo, militarista... es casi una descripción estándar de los presidentes de la Unión. Esos mismos que a través de los años de existencia de dicha república, han ocupado el argumento de la “defensa de Estados Unidos” para agredir e invadir naciones por todo el mundo. Cuestión de la cual por lo demás sabe mucho doña Hillary (la candidata “buena”); recuérdese que fue primera dama, senadora y secretaria de Estado.

Finalmente, dos aclaraciones. Primero, si es que hay héroes sepultados en Arlington, creo que los únicos merecedores de ese título son los caídos en la Segunda Guerra Mundial. Espero se entienda lo que quiero decir: aquella fue tal vez una de las pocas guerras que valió la pena pelear. Y segundo, me emocionó profundamente el discurso de Khizr Khan, al final, un padre que llora el asesinato de su hijo. Imposible rebajar sus sentimientos, todo lo aquí escrito no se trata de eso. El punto es cómo en pleno siglo XXI todavía puede pasar por normal invadir otros países; y peor aun, por más que huela a naftalina política, pareciera que siguen vigentes conceptos como “imperialismo” y “colonialismo”.



* Publicado en El Clarín de Chile, 31.07.16.

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