Una mirada a los medios y la prensa en Chile




Reciclamos una columna de 2015 a raíz de la polémica por la propuesta del candidato comunista Daniel Jadue sobre una nueva ley de medios de comunicación supervisada por un "consejo ciudadano". Todo indica que, salvo por las élites derechistas, su diagnóstico sobre la situación de los medios es transversalmente aceptado.

Chile, un país detenido en el tiempo.


§§§


¿Para qué sirven los noticieros?


Un joven me preguntaba por qué un noticiario de TV tendría que dar cuenta de los temas de fondo sobre el origen de la delincuencia en Chile. Y una profesional de la prensa de TV me aclaraba que cubrir las protestas contra la “inseguridad” —lo cual para un telespectador suspicaz parecería una noticia fabricada—, corresponde a una pauta que sencillamente se guía por el criterio del rating.

Para comenzar por la primera duda arriba expuesta, se puede especular que por la edad de quien la formuló, es factible que haya naturalizado los actuales noticieros show-light. Lo que implica asumir como normal la curiosa pauta periodística que mezcla diversos temas… al punto de ampliar sin pudor el concepto de lo noticioso.

Los informativos nacionales son hoy extensos programas misceláneos donde cualquier cosa tiene cabida: sucesos nimios son etiquetados como notas de interés humano, diferentes o simpáticas. También se difunden infomerciales, relaciones públicas y mercadeo con base en notas que informan dónde comprar un producto y hasta a qué precio. Obvio que no puede faltar el fútbol (no el deporte en general) y la crónica roja. Finalmente, sucesos políticos internacionales son tratados sin profundidad, con casi nulo contraste de fuentes, considerando pocas veces el saber de especialistas o con la opinión experta de un solo “lado” o de posturas, en el fondo, muy similares (en general, con sesgo a la derecha)[1].

A la fecha poco y nada queda de esa televisión añeja —enterrada por un exdirectivo de TV “progresista”—, que tenía por objetivo educar, informar y, sólo en tercer lugar, entretener. Esos oscuros resabios estatistas que impusiera, a principios de los sesenta, un expresidente… de derecha: Jorge Alessandri. Este entregó las señales de la TV a las universidades, dada la gran importancia y potencial del medio para el bien común. Pero bué… en el siglo XXI los concertacionistas y nueva mayoría están a la derecha de los derechistas de mediados del siglo pasado.

Entonces, para contestar la pregunta de nuestro joven amigo —¿por qué un noticiario de TV tendría que dar cuenta de los temas de fondo sobre el origen de la delincuencia en Chile?—, con cierta ingenuidad afirmamos: esperamos que la prensa televisiva nos informe con seriedad, profundidad y diversidad. Singular meta que, ¡oh caprichoso hado!, parecería ser posible de lograr ganando al mismo tiempo buen dinero.

Después de eso, pasamos al tema del rating y su influencia en la cobertura noticiosa: los temas seleccionados y su tratamiento. En el fondo, en cómo se construye por criterios financieros la agenda periodística en esta TV de mercado. El horario prime de los noticieros centrales de cada canal debe atraer dinero… el cual, ¡por supuesto!, no es neutral. Sabemos qué ideología tienen, en su mayoría, los auspiciadores[2].

La TV de mercado programaría lo que la gente “quiere ver”[3]. De tal forma, como ya expusimos, los noticieros llegaron a ser un programa muy singular. Y en esos show-light los periodistas se convirtieron en co-protagonistas de las noticias. A los profesionales considerados “rostros” sume Ud. los periodistas que —lejos de ser mediadores entre los hechos o quienes son entrevistados y el público— aparecen y hablan excesivamente e incluso vivencian en pantalla diversas experiencias (deportes extremos, viajes, degustación de comida, desempeñar diversos oficios, etc).

Tanto que peleó el gremio para que los lectores de noticias fueran periodistas titulados… y terminaron siendo locutores de un show-light pauteado por el rating. Y uno que irónicamente tiene bajo nivel de audiencia, al punto de que deben depender del arrastre de público de los programas (en general para nada profundos tampoco) que los preceden[4].

Ahora bien, lejos de estar de acuerdo con una supuesta neutralidad del rating, la agenda noticiosa de los grandes medios se relaciona generalmente en Chile a una forma derechista de concebir el periodismo. Y desde ahí, por acción u omisión, se aporta a conformar opinión pública derechizada. O, como se nos señala desde los propios medios, desideologizada… falacia que pretende normalizar la aceptación acrítica del statu quo.

Así, ¿es casualidad que, en un momento de alta politización antineoliberal en el país, sigamos viendo el mismo tipo de noticiero show-light? Por ejemplo, es el caso que dio origen a esta columna: la delincuencia[5]. Se le da una amplia cobertura a la crónica roja y a quienes —sean políticos, funcionarios o ciudadanía de a pie— están por la “mano dura”: el llamado “populismo penal” que, como señala la literatura especializada, no tiene mayor incidencia en la disminución de los delitos.

Esto implica la visión de un sistema socioeconómico validado en sí y ante sí, donde las responsabilidades por delinquir son individuales. Y claro que lo son. Sin embargo, no es posible ignorar las influencias del contexto, es decir, de ese mismo sistema socioeconómico neoliberal.

En los noticiarios rara vez se entrevista a verdaderos expertos en tales asuntos: criminólogos, sociólogos, antropólogos o trabajadores sociales relacionados al área. Quienes obviamente podrán estar de acuerdo con medidas penales, pero no con que ello solucionará un problema que tiene orígenes socioeconómicos y culturales: una cosa es encargarse del síntoma y otra muy diferente es la enfermedad. No hace falta tener un posdoctorado para entenderlo, ni para concluir que un tratamiento serio del tema llevaría a tomar en cuenta las condiciones socioeconómicas padecidas en Chile por millones de personas… Mas, ¿sería ello bien visto por los todopoderosos auspiciadores?

En fin, volviendo al rol de los noticiarios de TV es bueno recordar dos visiones de las comunicaciones en general y de la prensa particular. Las cuales uno cree deberían ser del gusto de los libremercadistas y de esos todopoderosos auspiciadores que uno intuye que izquierdistas no son.

Por un lado, está la teoría liberal de la prensa, la cual asume el peligro de la concentración de cualquier tipo de poder y, en especial, por el Estado. El periodismo debe jugar el rol de un “cuarto poder” que hace público lo público: es el encargado prioritario de vigilar y controlar al Ejecutivo, Legislativo y Judicial. La prensa debería ser, precisamente, el paladín anticorrupción por excelencia y la piedra en el zapato de la política (y también de lo económico que, en el fondo, es un sector que tiene una amplia incidencia pública, con mayor razón en sus relaciones a lo político).

En segundo lugar, se tienen las teorías funcionalistas estadounidenses de mitad del siglo XX, las que además del rol de cuarto poder, le otorgan a la prensa el papel de cohesionador de la masiva sociedad industrial. La idealizada democracia de mediados del siglo XX, tiene su nueva plaza pública en la TV, la radio y en la prensa escrita. Los medios de comunicación y la prensa son fundamentales como una especie de “cemento” de la sociedad de masas y de nexo entre los centros de poder democrático y una ciudadanía informada y participativa.

De esta manera, nuestro modelo de prensa mercantil no cumple el rol que le fuera instituido desde las teorías derechistas de las comunicaciones. Es más, nuestro fundamentalismo de mercado va contra ese papel. Un extraño caso de autocanibalismo que, lamentablemente, estamos pagando los ciudadanos que consumimos —muchas veces sin la menor sospecha—desinformación, información parcial, fuentes no contrastadas, meras relaciones públicas o publicidad. En ese marco, la participación de la “gente” y la presencia de sus intereses, se ha encauzado por medio de esos placebos que son los comentarios vía tuiter, votaciones en línea o denuncias ciudadanas a través de grabaciones hechas con celulares.

Ud. dirá que estoy descubriendo la rueda... De acuerdo. Sin embargo, mejor insistir en lo obvio, ¿no? También me podrá indicar que, si tanto critico, mejor dejar de consumir TV; pero eso sería otra opción libremercadista... e infructuosa, dada la homogeneidad de la oferta. Por eso mi postura es por un periodismo de calidad, diverso y pluralista que permita comparar para informarse profunda y seriamente.

Hay que dignificar el fundamental oficio del periodismo y su rol social.



NOTAS:

[1] Se tienden a repetir notas, imágenes y despachos de cadenas del Norte. En este sentido, recuerdo una triste anécdota: cuando Bush Jr. agredió ilegalmente a Irak se reunió con las grandes cadenas norteamericanas y les pidió atenerse a la pauta elaborada por el Pentágono. Los canales chilenos que transmitieron la noticia siguieron acudiendo a aquellas cadenas para informar sobre Irak.

[2] Para dar sólo dos ejemplos: la ausencia de cobertura de las huelgas de Jumbo o de Farmacias Ahumada y la invisibilización por más de noventa días del conflicto de los habitantes de Caimanes con minera Los Pelambres... En cambio, la primera manifestación pro-empresa ¡apareció el mismo día en pantalla!

[3] No discutiremos si esos puntos de rating miden, en realidad, lo que la gente quiere ver… de una oferta que, no debe olvidarse, es cerrada o se trata de la naturalización de un tipo específico de TV.

[4] La inexorable relación rating-producto liviano ha sido desmentida por todas las producciones o programas de calidad (artística, educativa e informativa) que han logrado convocar a numerosos espectadores. Así, pareciera que los medios se acostumbran a la mediocridad o es, como aquí se cree, una cuestión política.

[5] Con los años, las notas de crónica roja han ido integrado banda de sonido: se les agrega música… ¡de suspenso!





* Esta columna fue originalmente publicada por El Clarín de Chile, 20.08.15.

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